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EL SEÑOR 600

En los televisores están poniendo la primera película en que apareció Cassie. Filmada en vídeo, apenas un peldaño de calidad por encima de las cámaras de seguridad que tienen en cualquier tienda de alimentación de la esquina. En los televisores estamos ella y yo, tan jóvenes como Sheila y el chaval número 72. Cassie tiene los ojos en blanco, los brazos caídos a los lados del cuerpo, la cabeza moviéndose al final de un cuello tan estirado que la tensión le abre la boca y la baba cayéndole por la comisura de los labios.

Inerte como si fuera una muñeca inflable a imagen de sí misma.

Por si os interesa, en aquella primera película que hice con Cassie Wright, le di un refresco light mezclado con beta-ketamina y Demerol. Con la cámara colocada al lado del colchón, me la follé por todos los sitios donde me cabía la polla.

Porque la quería con locura.

Aquella primera película se titulaba Frisky Business. Después de que se hiciera famosa, la distribuidora la volvió a montar y a publicar como Es culo frío en la noche. Que se volvió a montar como Primera Zorra Mundial.

Por si os lo preguntáis, Cassie nunca planeó hacer aquella primera película.

La película que están pasando en el sótano vacío.

Sheila baja las escaleras, lloriqueando. Frotándose los ojos con las mangas del jersey, haciéndose manchurrones de mocos y de qué sé yo en dirección a las orejas, con los dientes de arriba juntándose en el borde con los de abajo, y los músculos de la mandíbula agarrotados en las esquinas. Está diciendo:

– Hija de puta…

Sheila arroja el portapapeles al otro lado de la sala, donde se estrella con la pared explotando en forma de nombres y números de papel. Una nube revoloteante de billetes de cincuenta y de veinte que Sheila ha aceptado a modo de soborno.

El chaval sale por la puerta del baño diciendo:

– No llores.

Diciendo:

– Es lo que la señorita Wright quería…

Recién graduada de la Missoula High School, Cassie tenía grandes planes de estudiar teatro. Tenía planeado vivir en casa y estudiar para ser actriz o estrella de cine, lo que fuera, con tal de trabajar en el mundo del espectáculo. En cualquier caso, no quería casarse conmigo. Lo que me dijo fue que sus notas eran demasiado buenas. Me dijo que tal vez si fuera tonta o estuviera desesperada, agarrándose a clavos ardiendo y emocionalmente necesitada, completamente destruida, entonces aceptaría mi propuesta: así que supuse que todavía había esperanzas para mí.

El problema era que sus padres la habían envenenado en contra de mí con toda aquella mierda de la autoestima.

El viernes por la noche que Cassie me dijo aquello, yo le dije que lo entendía. Le dije que yo quería que ella viviera el sueño rico y pleno que ella deseaba. Y le pregunté si quería un refresco light.

Lo que más se parece a la sensación que produce el día de hoy es cuando te limpias de atrás hacia delante. Estás sentado en el retrete. No piensas y te manchas de mierda la parte de atrás de la piel colgante y arrugada de las pelotas. Y cuanto más tratas de limpiarlo, la piel se estira y todo se enguarra cada vez más. La fina capa de mierda se extiende por el pelo y muslos abajo. Esa es la sensación que produce un día como hoy.

Más tarde, Cassie me dijo que las drogas, la beta-ketamina y el Demerol, le habían parado el corazón. El cerebro se le enfrió y ella se elevó por encima de su cuerpo, hasta quedar flotando junto al techo, mirando hacia abajo, ella y la cámara de vídeo mirando cómo mi culo se contraía y se relajaba, se contraía y se relajaba, mientras yo la follaba hasta que su corazón empezó a bombear de nuevo. Cepillándome su cuerpo muerto en aquel colchón, terminé con la vieja vida que ella había tenido, cuando quería ser actriz, y le di una nueva vida.

El sexo reencarnó a aquella chica buena y pura, pero convirtiéndola en otra cosa.

Cassie flotando allí, contemplando la acción igual que hago yo ahora.

Detrás de Sheila, el tío del peluche baja la escalera que lleva al sótano. Agarrando la barandilla de un lado con las dos manos.

Sheila da un tirón del cronómetro, partiendo el cordón que lleva alrededor del cuello y lo tira contra la pared de cemento. Otro pequeño estallido.

Otro peldaño y Sheila:

– El muy cerdo se ha tomado él la pastilla.

El chaval cruza la sala hasta donde está su bolsa de papel marrón, saca unas zapatillas de tenis, unos vaqueros y una camiseta. Un cinturón. Mientras se pone los calcetines, dice:

– ¿Quién?

Sheila se cruza de brazos. Levantando la vista para mirar un televisor, donde yo me estoy cepillando el cuerpo inerte de Cassie Wright, dice:

– Mi padre.

El tío del peluche dice:

– ¿Quién?

Branch Bacardi.

Yo. Muerto y flotando, igual que se elevó flotando Cassie después de que se le parara el corazón.

Seiscientos tíos. Y una chati. Un récord mundial para la posteridad. Una película indispensable para todo coleccionista de cosas eróticas que se preciara.

Ninguno de nosotros se propuso nunca hacer una película snuff. Eso es mentira.

Si te imaginabas que yo estaba vivo, eso es otra mentira. Me he tomado la pastilla.

Abotonándose la camisa, el chaval dice:

– ¿Está muerto el señor Bacardi?

Y Sheila dice que es difícil saberlo. Dice:

– Con ese bronceado que lleva, más la crema bronceadora, parece más sano y más vivo que todos nosotros.

Mi hija.

En los televisores, estoy soltando mi carga dentro del coño muerto de Cassie, bombeando hasta devolverle la vida. Un plano de corrida bastante decente echado a perder, sin más valor que el hecho de fabricar a una criatura. A Sheila. Pero qué estúpido soy.

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