Ha sido una memez de plan lo de traer rosas. Qué sé yo. Nada más entrar por la puerta te dan una bolsa de supermercado de papel marrón con un número escrito en un lado, un número entre uno y seiscientos. Te dicen: «Mete tu ropa dentro, chaval». Luego te dan una pinza de la ropa de madera con el mismo número escrito a rotulador negro. Y te dicen: «Sujétatela a los calzoncillos. No la pierdas, o no recuperarás tus cosas». La chica del equipo de rodaje lleva un cronómetro colgando de un cordel sobre el pecho, donde debe de tener el corazón.
Pegado con cinta adhesiva a la pared de detrás de la mesa donde te desnudas tienen un letrero escrito con el mismo rotulador negro, sobre papel marrón. El letrero pone que la productora no se responsabiliza de los objetos de valor de nadie.
Otro letrero que tienen dice: «No se permiten máscaras».
En algunas bolsas los tipos meten sus zapatos con los calcetines hechos una bola dentro. El cinturón bien enrollado y embutido dentro del zapato. Los pantalones doblados, con los pliegues alineados, y colocados encima de los zapatos. Las camisas sujetas bajo la barbilla mientras hacen coincidir las mangas y doblan el cuello y los faldones para que queden cuantas menos arrugas mejor. La corbata enrollada y guardada en un bolsillo de la chaqueta del traje. Los tipos que llevan ropa buena.
Otros tipos se quitan los vaqueros o los pantalones de chándal, dejándolos hechos una bola y del revés. Luego las camisetas o las sudaderas. A continuación se quitan la ropa interior sudada y la meten en las bolsas y por fin tiran encima de todo las zapatillas de tenis apestosas.
Después de desnudarte, la chica del cronómetro te coge la bolsa de ropa y la deja en el suelo, junto a la pared de cemento.
Todo el mundo está de pie en calzoncillos, haciendo malabarismos con las carteras, las llaves del coche, los móviles y qué sé yo.
Y yo con un ramo de rosas en la mano, marchitándose y todo, más trastos con los que hacer malabarismos; ha sido una estupidez total.
Mientras yo me dedico a desvestirme, desabotonándome la camisa, y ella se dedica a repartir bolsas de papel, la chica del cronómetro me señala el pecho y dice:
– ¿Tienes intención de llevar eso ante la cámara?
En la mano tiene una bolsa marcada con el número «72». La pinza de la ropa sujeta a un asa de papel. Mi número. La chica del cronómetro me señala el pecho con el dedo índice y dice:
– Eso.
Hundiendo la barbilla, bajo la vista hasta que me duele, pero lo único que veo es el crucifijo que llevo colgado del cuello con una cadenilla de oro.
Le pregunto si hay algún problema con eso. Con llevar crucifijo.
Y la chica extiende el brazo con la pinza en la mano, abriéndola. Intenta pillarme el pezón con ella, pero yo me aparto. Y me dice:
– Llevamos mucho tiempo haciendo esto. -Dice-: Reconocemos enseguida a los mea-biblias como tú.
A juzgar por su cara, podría ser una alumna de secundaria, más o menos de mi edad.
La chica del cronómetro me cuenta que la actriz Candy Apples, cuando batió su récord de setecientos veintiún actos sexuales, lo hizo usando el mismo grupo de cincuenta hombres para la producción entera. Fue en 1996, y Candy solo se detuvo porque la policía de Los Ángeles hizo una redada en el estudio y clausuró la producción.
– Créetelo -dice ella.
Cuando Annabel Chong estableció su récord anterior, dice la chica del cronómetro, realizando doscientos cincuenta y un actos sexuales, después de que se presentaran ochenta hombres a la convocatoria, el sesenta y seis por ciento de los mismos no pudo poner la polla lo bastante dura para hacer su trabajo.
En ese mismo año, 1996, Jasmine Saint Claire rompió el récord de Chong con trescientos actos sexuales en una sola toma. Spantaneeus Xtasy rompió el récord con quinientos cincuenta y uno. En el año 2000, la actriz Sabrina Johnson aceptó el reto de dos mil hombres, y estuvo follando hasta quedar tan dolorida que el equipo le tuvo que poner hielo entre las piernas y ella se la tuvo que chupar al resto del reparto. Después de que le empezaran a devolver los cheques de sus royalties, Johnson hizo pública la noticia de que su récord era falso. Como máximo había llevado a cabo quinientos actos, y a la convocatoria de casting no habían contestado dos mil hombres, sino únicamente treinta y nueve.
La chica del cronómetro señala el crucifijo y dice:
– Aquí no intentes salvar el alma de nadie.
El tipo que va detrás de mí en la fila se quita una camiseta negra y deja al descubierto cabeza, brazos y pecho del mismo color bronceado. Un aro emite un destello dorado, colgando de uno de sus pezones. Los pelos del pecho al ras, cada pelito cortado a la misma longitud de barba de dos días. Me mira y me dice:
– Eh, colega… -Dice-: No le salves el alma antes de que me llamen a mí para mi primer plano, ¿de acuerdo?
Y me hace un guiño lo bastante grande como para que se le arrugue la mitad de la cara alrededor de un ojo. Sus pestañas son lo bastante grandes como para levantar brisa.
De cerca se ve que se ha aplicado una capa de colorete en la frente y las mejillas. Tres colores de polvo marrón alrededor de los ojos, remetido en las pequeñas arrugas de esa zona. Sujeto debajo del brazo, entre el codo y las costillas bronceadas, el tipo lleva un fardo de color blanco, tal vez más ropa.
Al otro lado de la mesa, la chica del cronómetro gira la cabeza para mirar a un lado y luego al otro. Se mete una mano en el bolsillo delantero de los vaqueros azules y me pregunta:
– Eh, predicador, ¿quieres comprar un seguro?
La chica saca un frasquito, del mismo diámetro que un tubo de ensayo pero más corto. Agita el frasco para hacer que las pastillas azules que hay dentro repiqueteen.
– Diez pavos cada una -dice, y agita las pastillas azules junto a su cara-. No seas parte de ese sesenta y seis por ciento.
Al tipo maquillado, la chica del cronómetro le entrega una bolsa con el número «137» y le dice:
– ¿Quieres que metamos el peluche en la bolsa? Señala con la cabeza el fardo blanco que el tipo lleva debajo del brazo.
El número 137 se saca el fardo de tela blanca de debajo del brazo y dice:
– El señor Totó no es nada tan prosaico como un peluche… -Dice-: El señor Totó es un cazador de autógrafos. -Le da un beso y dice-: No te creerías lo viejo que es.
El peluche está hecho de lona blanca, tiene cuerpo alargado de perro salchicha y cuatro patas cortas de lona blanca que sobresalen hacia abajo. Cosida en la parte superior, una cabeza de perro con botones negros que hacen de ojos y orejas blandas de lona. Garabateadas por toda la lona blanca hay inscripciones, escritas a mano con rotuladores negros, rojos y azules. Algunas en caligrafía con filigrana, otras en mayúsculas. Algunas con fechas. Números. Día, mes y año. Allí donde ha recibido besos, el perro muestra huellas rojas de pintalabios.
El tipo sostiene el perro con la parte de dentro del brazo, igual que la gente sostiene a un bebé. Y con la otra mano señala las inscripciones. Firmas. Autógrafos. Carol Channing, nos enseña. Bette Midler. Debbie Reynolds. Carole Baker. Tina Turner.
– El señor Totó -dice- es mayor de lo que yo nunca admitiría ser.
Todavía sosteniendo el frasco de pastillas azules, la chica del cronómetro dice:
– ¿Quiere que la señorita Wright le firme un autógrafo en el perro?
Cassie Wright, nos cuenta el tipo, es su actriz porno favorita de todos los tiempos.
El número 137 nos dice que Cassie Wright se pasó seis meses siguiendo a todas partes a un endocrinólogo, aprendiendo sus obligaciones, estudiando su comportamiento y su lenguaje corporal, antes de interpretar a una médico en la revolucionaria película para adultos Urgencias anal y en pelotón. Que Cassie Wright se pasó seis meses haciendo investigación, escribiendo a los supervivientes y estudiando documentos judiciales, antes de poner un pie en el set de la mega-epopeya porno Titanic anal y en pelotón. En su única línea de diálogo, el momento en que Cassie Wright dice «Este barco no es lo único que se va a inundar esta noche…», su acento de la costa oeste de Irlanda es perfecto, y expresa con precisión cómo de salvaje debió de ser el sexo en grupo en la cabina de tercera clase durante los momentos finales del peor desastre marítimo de la humanidad.
– En Urgencias -nos dice-, en la escena lésbica con las dos ayudantes de laboratorio buenorras, es obvio que Cassie Wright es la única actriz que conoce la manera correcta de manipular un espéculo.
Los críticos, dice el número 137, se entusiasmaron con razón con su interpretación de Mary Todd Lincoln en la epopeya sobre la Guerra Civil Teatro Ford anal y en pelotón. Más tarde reeditada como Palco privado. Más tarde reeditada como Palco presidencial. El número 137 nos cuenta que en la escena en que a Cassie Wright se la cepillan a dúo John Wilkes Booth y «Honest Abe» Lincoln, gracias a la investigación que había hecho, Cassie realmente consigue que la historia americana cobre vida.
Sin dejar de abrazar a su perro de lona, con sus botones negros de ojos pegados al aro dorado del pezón, el tipo dice:
– ¿Cuánto valen tus pastillas?
– Diez pavos -dice la chica del cronómetro.
– No -dice el tipo. Se vuelve a meter el perro debajo del brazo y se lleva la mano al bolsillo trasero del pantalón. Saca su billetera, coge con los dedos veinte dólares, cuarenta, cien, y dice-: Quería decir cuánto vale el frasco entero.
La chica del cronómetro dice:
– Acércate para que pueda escribirte el número en el brazo.
Y el tipo 137 me hace otro guiño, con su ojo enorme embutido entre polvos marrones, y dice:
– Tú has traído rosas. -Dice-: Pero qué dulce.