18

EL SEÑOR 72

El señor Bacardi se dedica a mirar fijamente los televisores que tienen colgados del techo, pasando porno, y no para de decir:

– No… ni hablar, joder…

El señor Bacardi está plantado como una estatua, mirando hacia arriba en dirección a los televisores, usando dos dedos para pellizcarse la piel flácida que tiene debajo de la mandíbula, tensándola y soltándola otra vez. Está mirando fijamente la película que hay en la tele, pasándose los dedos por las mejillas, estirando la piel hacia atrás en dirección a las orejas para que le desaparezcan las arrugas que tiene alrededor de los labios, y diciendo:

– Puto cámara de los cojones, me ha hecho quedar como un adefesio.

Con la piel tan arrugada en algunas partes como mi réplica sexual de plástico color rosa, el señor Bacardi no para de decir:

– Ni de coña, yo tengo una pinta tan chunga. Putos cabrones de iluminación…

El número 137, el que hacía de Dan Banyan, levanta su perro de los autógrafos, mirándolo fijamente a los botones que le hacen de ojos, y dice:

– Alguien está negando la realidad…

Los titulares de esos periódicos que venden en el mostrador de caja de las tiendas de comestibles son ciertos. Los rumores de por qué a Dan Banyan le cancelaron la serie de televisión. Los rumores que publicaron son verdad.

– Me estaba muriendo de hambre. Era un artista muerto de hambre -dice el número 137, con la cabeza echada hacia atrás pero sin mirar los televisores. En cambio, mira al techo con una sonrisa. Riéndose de la nada que hay allí. Y dice-: Si alguien se puede identificar con cómo se siente Cassie Wright en estos momentos, ese alguien soy yo…

En los televisores que tenemos encima, mi madre está protagonizando Un trabajo de puta en Italia, donde interpreta a una delincuente internacional que intenta robar las joyas de la corona de algún país.

El señor Bacardi mete barriga, pone la espalda recta y dice:

– En un vídeo barato como ese, la resolución es una mierda. -Dice-: Parece que lo hayan filmado desde un puto satélite.

Rabia, lo llama el número 137.

– Yo tenía tu edad -dice el 137, el que hacía de Dan Banyan, y me mira. Respira hondo y suelta el aire despacio. Se encoge de hombros, levantándolos casi hasta las orejas, y dice-: La compañía financiera no paraba de llamarme para requisarme el coche. Un par de pagos retrasados de mi tarjeta de crédito y me subieron la tasa de interés al treinta por ciento. -Deja caer los hombros de manera que las manos le llegan casi a las rodillas, y dice-: ¡El treinta por cierto! Con un balance de veinticinco mil, parecía que me iba a pasar el resto de la vida pagando.

Así que hizo una peli porno, dice.

– No hace falta más que un momento -dice el numero 137- para cargarte el resto de tu vida…

Me pregunta si conozco una película titulada Los tres días del condón. Dice:

– Pues bueno, con ella pagué mi coche. No toqué el capital de la tarjeta de crédito, pero conseguí conservar el coche.

Él había pensado que no la vería nadie. Por entonces, su carrera de actor no estaba yendo a ninguna parte. Faltaban diez años para que diera el salto con Dan Banyan, detective privado.

Aquella película del condón lleva desde entonces acechando sobre su cabeza.

– Hacer una película gay masculina de gang-bang es un acto de resignación -dice, y hace un gesto con la mano, barriendo media sala con la mirada. Dice-: Tú y todos los demás que estáis aquí, no importa lo que hagáis en esa sala, no importa que le digáis a Cassie que la amáis, o que os la folléis, o que hagáis las dos cosas, no esperéis que os elijan nunca como miembros del Tribunal Supremo.

El porno, dice, es un trabajo que solo se acepta después de abandonar toda esperanza.

El tío que hacía de Dan Banyan dice que a la mitad de los tipos que hay aquí los han mandado sus agentes para que puedan salir en la foto. Dice que la industria del ocio entera espera que Cassie Wright muera hoy, y que todos los aspirantes a actores de la ciudad están deseosos de usar la controversia que se genere como trampolín.

– Entre tú y yo nada más, chaval -dice, señalándome a mí y luego señalándose el pecho-. Cuando tu agente te mande a dejarte ver follándote a una muerta, ya sabes que tu carrera se ha ido al garete.

Un poco más allá, el señor Bacardi se hunde las yemas de los dedos en la piel del estómago y dice:

– ¿Creéis que debería hacer más flexiones de rodillas en la espaldera?

Abre las manos, girándolas y mirándolas por los dos lados, y dice:

– Ahora hay una microdermoabrasión que te rejuvenece la piel. -Agarrando un puñado de piel de encima de una cadera, dice-: Tal vez la liposucción no sea ninguna tontería. Implantes de pantorrilla. Tal vez implantes de pectorales.

El tío que hacía de Dan Banyan sostiene en alto su perro, mirándolo a los ojos, y dice:

– Negociación.

En las pantallas de televisión están dando una vieja escena del señor Bacardi tirándose a mi madre por detrás. Cada vez que se retira y que vuelve a meter la picha, sus pelotas colgantes de viejo se bambolean para golpear a mi madre en el perineo afeitado. Esa tierra de nadie que separa su coño de su ojete.

El tío que hacía de Dan Banyan me cuenta que el único truco para hacer de protagonista en una película de gang-bang anal masculino es relajarte de verdad. Respirar hondo y de forma continua. Necesitas olvidar todas las largas décadas que te has pasado sabiendo usar el retrete. Pensar en cachorrillos y gatitos. Me cuenta que te arrodillas al borde de una cama y que entonces entran cinco tíos y te dan por el culo a razón de dos embestidas por cabeza. Los cinco se te corren en la espalda. A continuación entran otros cinco. La verdad es que él no los estaba contando. Perdió la cuenta. Tomar una fuerte dosis de ketamina le ayudó.

Mi madre, en lo alto de esas escaleras, detrás de esa puerta cerrada a cal y canto, bajo todas esas luces brillantes.

El tío que hacía de Dan Banyan vuelve a mirar al techo y se ríe, diciendo:

– Es mucho menos romántico de lo que puede parecer.

Todavía hoy, dice, le puedes meter cualquier cosa por el culo y él te puede decir si es marca Trojan o Sheik. Si es de goma o de látex o de tripa. Sin mirar, solo por el tacto, dice que hasta te puede decir de qué color es el condón.

– Tendría que dedicarme a la promoción de productos -dice el tío que hacía de Dan Banyan-. Podría ir de gira haciéndome llamar «el Ojete Vidente»…

Un empalmador, dice, es alguien que trabaja chupándosela a los tíos o bien haciéndoles pajas para asegurarse de que están listos para actuar cuando les toca.

Qué sé yo.

– La mayor ironía es que aquellos hombres -dice el tío que hacía de Dan Banyan-, los que salieron en la película conmigo, eran heteros en su mayoría. Lo hicieron solo por la pasta.

Cuando se enteró de eso, dice, no se sintió ni la mitad de halagado por la atención recibida.

Por la tele, mi madre se está metiendo unos diamantes falsos enormes en la boca. Lamiéndolos. Ni los labios ni el coño que tiene en esa película se parecen en nada a los que yo tengo en casa. A lo que yo pedí por Internet.

El señor Bacardi mira el suelo, niega con la cabeza y dice:

– ¿A quién estoy engañando? -Mirándose los pies, aunque con los ojos cerrados, dice-: He desperdiciado el precioso don de mi vida. -Tapándose los ojos cerrados con la palma ahuecada de una mano, dice-: Tiré a la basura toda mi preciosa vida, desperdicié mi vida como si no fuera nada más que un plano de una corrida.

Y el tío que hacía de Dan Banyan gira la cabeza, deprisa, lo justo para mirar al señor Bacardi y decirle:

– ¡Por Dios! Déjalo. ¿Te importa dejar de hacernos de Elizabeth Kübler-Ross?

Cuando tenía mi edad, me dice el tío que hacía de Dan Banyan, vio a Cassie Wright en Primera Zorra Mundial, tal vez hasta vio cómo yo era concebido, pero, mientras ella se tiraba a un soldado francés seguido de uno alemán seguido de uno americano de infantería, se dijo: «Joder, me gustaría ser así de popular…». Sin embargo, en todas las convocatorias de casting solo era un joven más en medio de un mar de jóvenes como él. Anuncios de la tele. Largometrajes. Nunca consiguió que nadie lo llamara. Antes de que cumpliera los veintiuno, los agentes de casting ya le estaban diciendo que era demasiado viejo. Lo único que le quedaba por hacer era comprarse un billete de autobús de vuelta a Oklahoma.

El tío que hacía de Dan Banyan vuelca su frasco de pastillas hasta que le cae una en la palma de la otra mano. Mirándola, dice:

– Mi agente cree que si la gente me ve en este proyecto, eso me «sacará del armario» y me revelará como secretamente hetero. O por lo menos bisexual.

El tío que hacía de Dan Banyan se limita a mirar la pastilla que tiene en la palma de la mano. En la piel de la cara, las venas se le ven hinchadas en la frente de color rojo oscuro. La cara se le está poniendo del color púrpura de la carne machacada y esas venas le tiemblan y se le retuercen debajo de la piel.

Su agente ya tiene un comunicado de prensa impreso, listo para hacerlo público. El titular que lo encabeza dice: «¡Dan Banyan sale empalando del armario!». Debajo, el comunicado habla de la reciente y trágica muerte de una de las principales estrellas americanas del cine para adultos. La mayor parte del resto consiste en él negando oficialmente los rumores de que su gigantesca picha dura como la roca y sus incansables embestidas animales son las responsables de que mi madre haya muerto.

El tío que hacía de Dan Banyan extiende la mano y me da bruscamente la pastilla. Dice que si la quiero, que la coja. Gratis. Que no se la tengo que chupar ni nada.

El señor Bacardi está manoseando el collar que lleva al cuello, abriendo el colgante ese y mirando dentro.

El colgante ese es un relicario que yo he visto antes. Colgando del cuello de mi madre en Las mamadas de Madison County. Es el collar de Cassie Wright lo que lleva.

– No hace falta más que una sola equivocación -dice el tío que hacía de Dan Banyan-, y ya nada de lo que hagas importa. -Con su mano vacía me coge una de las mías. Tiene los dedos calientes, febriles, y en ellos se le notan las pulsaciones del corazón. Gira mi mano hasta poner la palma hacia arriba y dice-: No importa lo duro que trabajes ni lo listo que te vuelvas, siempre te conocerán por esa única decisión errónea. -Me pone la pastilla azul en la palma de la mano y dice-: Comete esa única equivocación, y estarás muerto para el resto de tu vida.

El señor Bacardi está mirando una pastilla que tiene dentro del relicario de mi madre.

– Será mejor que hoy muera alguien -dice el tío que hacía de Dan Banyan-, o me voy directo de vuelta a Oklahoma.

Y me cierra los dedos de la mano con la pastillita azul dentro.

Загрузка...