La directora de casting de la Metro-Goldwyn-Mayer rechazó tres veces a Roy Fitzgerald. El actor tropezó cuando le pidieron que caminara por el despacho de ella, tropezó tantas veces que a ella le preocupó que le pudiera romper la mesilla de cristal del café. Fitzgerald, un antiguo marino convertido en miembro del sindicato del transporte, que ahora trabajaba como repartidor de zanahorias congeladas, enseñaba demasiada encía cuando sonreía. Y lo peor de todo, tenía risita de chica. Fitzgerald hablaba con la voz de pito de una adolescente, y cada vez que se tropezaba con sus propios pies soltaba una risita de chica.
Nadie iba a darle un papel a aquella enorme nenaza hasta que su agente, Henry Willson, le enseñó a pegar los labios a los dientes cuando sonreía. Willson expuso a Fitzgerald a un actor que sufría faringitis. Una vez Fitzgerald estuvo contagiado y se le había infectado del todo la garganta, el agente le ordenó que chillara y gritara hasta que se le cicatrizaran las cuerdas vocales. Después de aquello, la voz del actor quedó convertida en un gruñido grave y cazalloso. Una voz de hombre. Y le cambió el nombre a Rock Hudson.
Me encanta el que Cassie Wright conociera esa pequeña historia de Hollywood. El hecho de que los dos conozcamos tantas anécdotas -lo de que Tallulah bebía cáscara de huevo machacada y Lucy se estirara la cara hacia atrás- es lo que me ha hecho enamorarme de ella. La mayoría de matrimonios se basan en mucho menos.
Cassie sabía lo de que Marilyn Monroe llevaba un tacón más corto que el otro para que el culo se le meneara mucho al andar. Cassie sabía que las neumonías y bronquitis que sufrió Marilyn durante toda la vida eran probablemente resultado de su costumbre de sepultarse en una bañera llena de hielo picado antes de cualquier aparición en público o en una película. El tumbarse allí desnuda, drogada para escapar del dolor, sepultada en hielo durante horas, le daba a Monroe sus sólidas tetas erectas y el culo que ella quería para su jornada de trabajo.
¿A que no sabes qué?
Cassie conocía el nombre secreto de Marilyn, la persona que Marilyn soñaba con ser. No la rubia que hablaba como una niña y bamboleaba las caderas. Monroe soñaba con ser respetada, una intelectual como Arthur Miller, una actriz respetada y seguidora del método Stanislavski. Un ser humano con dignidad. Esa era la persona en quien Monroe se convertía cuando viajaba sin maquillaje, sin la ropa de diseñadores que le prestaban los estudios de cine, con su famoso pelo recogido debajo de un pañuelo, escondida detrás de unas gafas de leer con montura de concha. Esa actriz poco llamativa, inteligente y culta que se hacía llamar Zelda Zonk. Cuando reservaba billetes de avión o se registraba en los hoteles. Zelda Zonk. La que leía libros. La que coleccionaba arte. La persona que Marilyn Monroe, la diosa rubia del sexo, soñaba con ser.