Dedicado a Terry Hansen y Myra McCaleb


Sus últimos pensamientos fueron para Raymond. Pronto lo vería de nuevo. Él, como siempre, se despertaría y le daría un abrazo de bienvenida cálido y reconfortante.

Ella sonrió y el señor Kang, detrás del mostrador, le devolvió la sonrisa creyendo que el brillo de sus ojos era para él, como cada noche, ajeno al hecho de que los pensamientos y las sonrisas de ella eran en realidad para Raymond, para el momento que aún tenía que llegar.

El sonido de la campanilla al abrirse la puerta se coló sólo de un modo tangencial en sus pensamientos. Tenía los dos billetes de un dólar preparados y los extendió hacia el señor Kang por encima del mostrador. Éste, sin embargo, no los tomó. La mujer advirtió entonces que la mirada del tendero ya no estaba fija en ella, sino en la puerta, que su sonrisa había desaparecido y su boca se abría levemente para formar una palabra que no llegaría a pronunciar.

Ella sintió que una mano le agarraba el hombro derecho desde atrás; la frialdad del acero presionado contra su sien izquierda. Una cortina de luz se interpuso en su visión, luz parpadeante. En ese momento atisbo el dulce rostro de Raymond, luego todo se tornó oscuro.

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