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– Oficina del coordinador.

– Sí, con Glenn Leopold, por favor, soy Bonnie Fox.

Estaban en la consulta de Fox, con la puerta cerrada. La cardióloga tenía el altavoz conectado para que McCaleb y Graciela pudieran escuchar. La habían esperado media hora. Su comportamiento había cambiado. Seguía dispuesta a cooperar, pero McCaleb percibió que estaba más nerviosa de lo que se había mostrado en la reunión mantenida en la habitación vacía de la torre norte. Habían discutido un plan que McCaleb había concebido durante la espera. Fox había tomado algunas notas y había efectuado la llamada.

– ¿Bonnie?

– Hola, Glenn, ¿cómo estás?

– Bien, ¿qué puedo hacer por ti? Tengo una reunión dentro de diez minutos.

– Será sólo un momento. Tengo un problemita aquí, Glenn, y creo que podrías ayudarme.

– Cuéntame.

– Hice un trasplante aquí en febrero (era el archivo AOSSO número nueve-ocho tres-seis) y ha surgido una complicación. Me gustaría hablar con los cirujanos que hicieron los trasplantes de los otros órganos de la donante.

Hubo un breve silencio hasta que volvió a oírse la voz de Leopold.

– Vamos a ver… Esto es muy poco habitual. ¿De qué clase de complicación estamos hablando, Bonnie?

– Bueno, como tienes una reunión te lo haré lo más breve posible. El grupo sanguíneo del receptor era AB con CMV negativo. El órgano que recibimos de la AOSSO era compatible, según el protocolo, pero ahora (¿qué llevamos, nueve semanas de postoperatorio?) nuestro paciente ha desarrollado el virus CMV y la última biopsia muestra indicadores de rechazo. Estoy tratando de aislar qué es lo que ha ocurrido.

Más silencio.

– Bueno, supongo que habría surgido antes si vino con el corazón.

– Es cierto, pero no lo habíamos buscado antes. Basándonos en el protocolo, asumimos que no había CMV. No me interpretes mal, Glenn, no estoy diciendo que vino con el corazón. Pero tengo que averiguar de dónde vino y quiero tener en cuenta todo. El mejor punto de partida es el corazón.

– ¿Estás tratando de aislar esto, como tú has dicho, a petición de abogados? Porque si es eso lo que pretendes, entonces creo que…

– No, no, Glenn, esto es cosa mía. Tengo que saber si el virus vino con el órgano o había (hay) un problema aquí.

– Bueno, ¿qué sangre usaste?

– Ésa es la cuestión. Sólo usamos la propia sangre del paciente. Tengo el informe aquí. Almacenamos ocho unidades mucho antes de la cirugía. Sólo usamos seis.

– ¿Y estás segura de que las seis que usaste eran las suyas?

La voz de Leopold empezaba a mostrar agitación. Fox estaba mirando a McCaleb mientras hablaba y él percibió lo incómoda que se sentía al engañar al coordinador de donaciones de órganos de la AOSSO.

– Lo único que puedo decir es que seguimos procedimientos pautados y que yo personalmente comprobé las etiquetas de las bolsas antes de la cirugía. Eran sus etiquetas. Tengo que dar por supuesto que era su sangre.

– ¿Qué quieres de nosotros, Bonnie?

– Una lista. Qué órgano fue a qué paciente y el cirujano al que puedo llamar.

– No lo sé, creo que quizá debería…

– Escucha, Glenn, no es nada personal, pero mi paciente tiene este problema y tengo que comprobarlo por mí misma. Necesito estar convencida. Esto es confidencial, si es eso lo que te preocupa. Nadie está hablando de abogados ni de negligencia. Sólo tenemos que averiguar qué sucedió. Por lo que sabemos, tienes razón, es una confusión con la sangre. Pero estarás de acuerdo conmigo en que el mejor sitio para empezar es el nuevo tejido que se ha introducido en el paciente.

McCaleb contuvo la respiración. Estaban en el momento clave. Fox tenía que conseguir los nombres por sí sola. No podía permitir que Leopold le dijera que lo comprobaría y le comunicaría algo.

– Supongo…

Leopold se calló y Fox se inclinó hacia delante, plegó los brazos sobre la mesa y bajó la cabeza. En medio del silencio, McCaleb escuchó un ruido que identificó como el de alguien que tecleaba. Sintió una descarga de adrenalina al darse cuenta de que probablemente Leopold estaba buscando el archivo en su ordenador.

McCaleb se levantó, se inclinó sobre la mesa y le dio una suave palmadita a Fox en el codo. Ella lo miró y McCaleb hizo un movimiento circular con la mano para indicarle que siguiera hablando.

– ¿Glenn? -dijo-. ¿Qué te parece?

– Lo estoy mirando ahora mismo… La cosecha fue en el Holy Cross… No hay nada en el perfil del donante que indique CMV. Nada. La persona era donante de sangre desde hacía mucho tiempo. Supongo que habría surgido antes si ella…

– Seguramente es cierto, pero tengo que verificarlo. Aunque sólo sea para la tranquilidad de mi conciencia.

– Entiendo.

Se oyeron más sonidos procedentes del teclado.

– Veamos, el transporte fue por MedicAir… El riñón se trasplantó ahí, con el corazón, en Cedars. ¿Conoces al doctor Spivak? ¿Daniel Spivak?

– No.

McCaleb sacó un bloc del maletín y empezó a escribir.

– Bueno, lo hizo él. Veamos, los pulmones…

– Llamaré a Spivak -la interrumpió Fox-. ¿Cómo se llama el paciente?

– Voy a tener que pedirte que mantengas todo esto en la más estricta confidencialidad, Bonnie.

– Absolutamente.

– Era una mujer, Gladys Winn.

McCaleb lo apuntó.

– De acuerdo -dijo Fox-. Estabas en los pulmones.

– Ah, sí, los pulmones. No se trasplantan sin el corazón, tu paciente tiene el corazón.

– Sí. ¿Qué me dices de la médula ósea?

– Lo quieres todo, supongo. La médula… ah, no hubo suerte con la médula. Se nos acabó el tiempo. El tejido fue enviado a San Francisco, pero cuando MedicAir llegó allí había demora por la lluvia. Los enviaron a San José, pero con el retraso y el tráfico en tierra tardaron demasiado en llegar al St. Joseph. Perdimos la oportunidad. Por lo que entendí, el paciente murió. Ya sabes que este grupo sanguíneo es bastante raro. Probablemente era nuestra única oportunidad.

Esto aportó otra medida de silencio. McCaleb miró a Graciela. Tenía la mirada baja y McCaleb no supo interpretarla. Por primera vez pensó en lo que estaba pasando ella. Estaban hablando de su hermana y de la gente que había ayudado a salvar. Sin embargo, todo se decía en términos muy fríos. Graciela era enfermera y estaba acostumbrada a oír discusiones así sobre los pacientes, pero no sobre su hermana.

McCaleb escribió «médula» en el bloc y luego lo tachó. Entonces volvió a hacerle a Fox un gesto para que siguiera hablando.

– ¿Y los riñones? -preguntó la doctora.

– Los riñones… Los riñones se separaron. Déjame ver qué tenemos de los riñones…

Durante los siguientes cuatro minutos, Leopold repasó la lista de órganos extraídos del cadáver de Gloria Torres y redistribuidos a pacientes necesitados de un trasplante. McCaleb lo anotó todo; tenía la vista clavada en el bloc y no quería mirar a Graciela otra vez y ver cómo sobrellevaba tener que escuchar tan sombrío inventario.

– Eso es todo -dijo Leopold por fin.

McCaleb, animado por haber obtenido los nombres, pero exhausto por todo lo que había tenido que caminar al borde del abismo para conseguirlos, exhaló sonoramente. Demasiado sonoramente.

– ¿Bonnie? -dijo Leopold en voz baja-. ¿Estás sola? No me habías dicho que estabas con…

– No, he sido yo, Glenn. Estoy sola.

Se produjo un silencio. Fox dedicó una mirada de reproche a McCaleb, luego cerró los ojos y esperó.

– Bueno, muy bien -dijo Leopold-. Me había parecido oír a alguien más ahí, eso es todo, y tengo que reiterar que esta información es de naturaleza extremadamente…

– Ya lo sé, Glenn.

– … confidencial. He roto mis propias reglas para proporcionártela.

– Lo entiendo. -Fox abrió los ojos-. Haré mis averiguaciones con discreción, Glenn, y… te comunicaré lo que descubra.

– Perfecto.

Después de un poco más de charla, la llamada concluyó. Fox pulsó el botón de desconexión y volvió a dejar caer la cabeza sobre sus brazos cruzados.

– Dios mío… No puedo creer lo que acabo de hacer. He… he mentido a ese hombre. He mentido a un colega. Cuando se entere, va a… -No terminó la frase, se limitó sacudir la cabeza entre los brazos.

– Doctora -dijo McCaleb-, has hecho lo que tenías que hacer. No vas a causarle ningún daño y probablemente nunca sepa lo que has hecho con la información. Mañana puedes llamarle y decirle que has aislado el problema del CMV y que no era del donante. Dile que has destruido las notas de los otros receptores.

Fox levantó la cabeza y lo miró.

– Eso no importa. He sido una embustera. Detesto tener que mentir. Si se entera, no volverá a confiar en mí.

McCaleb se limitó a mirarla; se había quedado sin argumentos.

– Tienes que prometerme algo -dijo Fox-. Que si se demuestra tu teoría, si tienes razón, atraparás a quienquiera que lo haya hecho. Ésa será la única forma de que acepte lo que acabo de hacer. Será mi única justificación.

McCaleb asintió. Rodeó la mesa, se inclinó y abrazó a Fox.

– Gracias -dijo Graciela suavemente-. Ha hecho usted bien.

Fox le sonrió débilmente y asintió.

– Una última cosa -dijo McCaleb-. ¿Tienes una fotocopiadora?

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