12

Wil rué a la fiesta en la Costa Norte aquella misma semana, unos días después.

Virtualmente, todos estaban allí, incluyendo a algunos de los tecno-max. Della y Yelén estaban ausentes, y a Tammy le estaba más o menos prohibido asistir a tales excursiones, pero vio a Blumenthal y a Genet. Aquel día parecían ser como cualquiera de los demás. Sus autones volaban muy a lo alto, casi desaparecían a la luz de la tarde. Por primera vez desde que se ocupaba del caso Korolev, Wil no se sentía como un forastero. Sus propios autones no se podían distinguir de los otros, y aún cuando eran visibles, los voladores no parecían más intimidantes que si fueran simples globos de la fiesta.

Todas las semanas había dos actos de aquella clase, uno en Ciudad Korolev bajo el patrocinio de Nuevo Méjico, y otro que los Pacistas montaban allí, en la Costa Norte. Tal como Rohan había dicho, ambos grupos se esforzaban en manejar con cara sonriente a los indecisos. Wil pensaba si alguna vez a lo largo de toda la historia, los gobiernos se habían visto obligados a tratar a la gente con tanta suavidad.

El personal estaba sentado en grupos, sobre mantas, por todo el césped. Otros estaban haciendo cola en las barbacoas. Muchos iban vestidos con camisa y pantalón corto. No se podía saber con certeza, basándose en la ropa, quiénes eran los Pacistas y quiénes los de Nuevo Méjico, aunque la mayor parte de las mantas azules eran de los de la República. El propio Steve Fraley estaba presente. Los de su comitiva estaban un poco tiesos, sentados en sillas de campo, pero no llevaban uniformes. El Sumo Pacista, Kim Tioulang, andaba por allí y fue a estrechar la mano de Steve. Visto desde aquella distancia, su diálogo parecía completamente cordial…

Si Yelén había decidido que él debía mezclarse con la gente, observarla, y ver el rechazo con que aceptaban sus planes, estaba de acuerdo. Wil sonreía débilmente y se echaba hacia atrás apoyándose en sus codos. Había acudido a aquel picnic porque era su deber; para hacer nada más y nada menos lo que los hermanos Dasgupta (y también su sentido común) le habían sugerido. Pero estaba muy contento de haber ido allí, y este sentimiento ya no tenía nada que ver con su obligación.

En algunos aspectos, la escenografía de la Costa Norte era la más espectacular que había visto. Era impresionante y diferente de la Costa Sur del Mar Interior. Allí había acantilados de cuarenta metros que caían directamente sobre estrechas playas. Las praderas que se extendían tierra adentro desde los riscos eran tan acogedoras como cualquier parque en la civilización. Unos pocos centenares de metros más hacia el Norte, el rellano de la cima de los acantilados terminaba en unas laderas muy empinadas cubiertas de árboles y flores, que subían más y más hasta que se destacaban con tintes levemente azules sobre el cielo. Tres cascadas se desplomaban desde aquellas alturas. Era como un paisaje de un cuento de hadas.

Pero el panorama era sólo una parte pequeña del placer de Wil. Había visto ya mucho territorio hermoso en los últimos días, todo tan prístino y virgen como pudiera desear cualquiera de los que odian las ciudades. Algo, en lo más profundo de su mente, pensaba que aquella era la belleza de una tumba y que él era un fantasma que había ido a llorar por los muertos. Hizo descender su mirada desde las alturas y la dirigió a la muchedumbre de los asistentes al picnic. ¡Muchedumbres, por Dios! Recuperó su sonrisa, sin intentarlo. Doscientas, tal vez trescientas personas, todas en un mismo lugar. Allí se podía ver que todavía tenían una oportunidad, que podría haber niños y un futuro para la humanidad, y una posibilidad de utilizar la belleza.

—¡Eh, perezosos, si no nos vais a ayudar con la comida, por lo menos dejadnos sitio para que nos sentemos!

Era Roban, mostrando una gran sonrisa en la cara. Él y Dilip acababan de regresar de las colas para recoger la comida. Les acompañaban dos mujeres. Los cuatro se sentaron, riéndose un poco de la confusión de Wil. La amiga de Rohan era una asiática muy bonita que le saludó agradablemente con una inclinación de cabeza. La otra mujer era una estupenda morena anglo. Dilip, realmente sabía escogerlas.

—Wil, esta es Gail Parker. Gail es un EMC…

—ECM —rectificó la chica.

—Eso es, una oficial del Estado Central Mayor de Era-ley.

Vestía unos shorts que le llegaban a los muslos, y un sujetador de algodón; Wil nunca hubiera podido suponer que era un miembro del Estado Mayor de Nuevo Méjico. Ella le tendió la mano.

—Siempre me preguntaba cómo sería usted, inspector. Desde que era niña me han estado hablando de un gran-dote, negro y mal bicho norteño que se llama W. W. Brierson… —le repasaba de arriba a abajo— No me parece que sea tan peligroso.

Wil cogió su mano con cierta indecisión, luego advirtió el maliciosa brillo de sus ojos. Se había encontrado con muchos Neo Mejicanos desde la fracasada invasión de NM a las tierras sin gobierno. Unos pocos ni tan sólo habían reconocido su nombre. Muchos le estaban francamente agradecidos porque creían que él había acelerado la supresión del gobierno de Nuevo Méjico. Otros, los estadistas tan difíciles de desaparecer que llevaban los galones de Fraley, odiaban a Wil fuera de toda proporción con lo que él significaba.

La reacción de Gail Parker era totalmente inesperada… y divertida. Wil le sonrió e intentó imitar su tono.

—Bueno, señora, soy grandote y negrote, pero en el fondo no soy un mal bicho, como usted dice.

La respuesta de Gail quedó interrumpida por un vozarrón enorme que levantaba ecos por todos los terrenos del picnic.

—AMIGOS —hubo una pausa, luego la voz amplificada habló algo más bajo—. Ooops, estaba demasiado alto… Amigos, permitidme que os robe un poco de vuestro tiempo.

La amiga de Rohan dijo en voz baja:

—¡Qué bonito! ¡Un discurso!

Su inglés tenía un acento muy marcado, pero Wil creyó percibir algo de sarcasmo. Había confiado en que después de la partida de Don Robinson estaba a salvo de más discursos de «¡Amigos!». Miró al que hablaba. Era el mandarrias de los Pacistas, el que había estado dialogando con Fraley unos momentos antes. Dilip le pasó a Wil una lata de cerveza por encima del hombro.

—Te aconsejo que bebas, «amigo» —dijo—. Quizás esto sea lo único que pueda salvarte.

Wil inclinó afirmativa y solemnemente la cabeza y rompió el precinto del bote.

El delgaducho Pacista prosiguió:

—Esta es la tercera semana que nosotros, los de la Paz, hemos sido anfitriones de una fiesta. Si habéis estado en las otras, ya sabréis que teníamos un mensaje que transmitir, pero no queríamos fastidiaros con discursos. Bien, suponemos que ya «os habremos seducido» lo bastante para que ahora me prestéis un poco de atención.

Se rió nerviosamente, y hubo algunas risas-sofocadas en la audiencia, casi sin la menor simpatía. Wil sorbió algo de cerveza y con los ojos entornados miró al orador. Habría apostado cualquier cosa a que aquel fulano estaba realmente nervioso y avergonzado porque no estaba acostumbrado a arengar a las masas. Pero Wil había leído todo lo que se refería a Tioulang. Desde 2010 hasta la caída de la Autoridad de la Paz en 2048, Kim Tioulang había sido el Director de Asia. Había mandado sobre un tercio del planeta. En realidad, su timidez reflejaba el hecho de que si uno es un dictador bastante importante, no tiene necesidad de impresionar a nadie con sus modales.

—Incidentalmente, notifiqué al Presidente Fraley mi intención de hacer propaganda esta tarde, y le ofrecí la «tribuna» por si quería precederme. Graciosamente declinó mi oferta.

Fraley se levantó e hizo megáfono con sus manos:

—Ya os pillaré a todos vosotros en nuestra fiesta.

Hubo risas generalizadas, y Wil advirtió que las comisuras de su boca se torcían hacia abajo. Sabía que Fraley era un ordenancista: era muy fastidioso ver cómo aquel individuo se comportaba con cierta gracia.

Tioulang volvió a dirigirse a la multitud.

—Bueno, bueno. ¿De qué voy a intentar convenceros? De que os unáis a la Paz, y si esto no puede ser, de que os mostréis solidarios con los intereses de los tecno-min, que están representados por la Paz y por la República de Nuevo Méjico. ¿Y por qué os pido esto? La Autoridad de la Paz llegó y se fue antes de que muchos de vosotros nacierais, y las cosas que habéis oído son las habituales que la historia de los vencedores imputa a los vencidos. Pero puedo deciros una cosa: la Autoridad de la Paz siempre ha estado en favor de la supervivencia de la humanidad y del bienestar general de los seres humanos.

La voz del Pacista se suavizó:

—Señoras y caballeros, hay una cosa que está fuera de discusión: lo que hagamos en los próximos años, será lo que determine si la raza humana va a vivir o morir. Todo depende de nosotros. Por el bien de la humanidad, no podemos seguir ciegamente a las Korolevs, o a cualquier tecno-max. No me mal interpretéis: admiro a Korolev y a los otros. Les estoy muy agradecido. Ellos han dado a la especie una segunda oportunidad. Y el proyecto Korolev parece muy sencillo y muy generoso. Yelén ha prometido que, haciendo funcionar sus fábricas por encima del límite de peligro, podrá darnos un moderado nivel de vida durante unas pocas décadas —hizo un ademán dirigido hacia Tos refrigeradores de cerveza y a las parrillas de las barbacoas, como agradeciendo su procedencia—. Ella nos dice que esto va echar a perder sus máquinas siglos antes de lo que tardarían en estropearse. A medida que vayan pasando los años, primero uno y luego otro de sus sistemas irán fallando. Y vamos a quedarnos dependiendo sólo de los recursos que hayamos podido desarrollar nosotros mismos.

»En resumen, tenemos unas pocas décadas para conseguirlo… o regresar al salvajismo. Korolev y los otros nos han provisto de herramientas y de bases de datos para que creemos nuestros propios medios de producción. Creo que todos comprendemos el reto. Esta tarde he estrechado muchas manos, he notado en ellas callos que antes no estaban allí. He hablado con personas que han trabajado doce, quince horas diarias. Dentro de poco, estas pequeñas reuniones serán los únicos momentos de respiro en la lucha cotidiana.

Tioulang hizo una pequeña pausa, y la chica asiática rió por lo bajo.

—Atento todo el mundo. Ahora viene lo importante.

—Hasta aquí, ninguna persona sensata puede estar en desacuerdo. Pero la Autoridad de la Paz, y nuestros amigos de la República nos oponemos al método de Yelén Korolev. La suya es la historia, tan vieja como el tiempo, del terrateniente absentista, de la reina en su castillo y los siervos trabajando en los campos. Por algún designio que jamás ha revelado, reparte nuestros datos y herramientas entre los individuos, nunca entre las organizaciones. La única forma en que los individuos pueden hacer algo que tenga sentido dentro del desconcierto general es seguir las indicaciones de Korolev… desarrollando el hábito de la servidumbre.

Wil dejó la cerveza en el suelo. El Pacista captaba su atención al cien por cien. Seguramente Yelén estaba escuchando el discurso, pero ¿podría llegar a entender el punto de vista de Tioulang? Probablemente no; aquello era algo nuevo para Wil, que había creído que ya sabía todos los motivos posibles para no estar conforme con Korolev. La interpretación de Tioulang era una sutil y tal vez inconsciente distorsión del plan de Marta. Yelén facilitaba herramientas y equipo productivo a los individuos, de acuerdo con las aficiones y oficios que habían tenido en la civilización. Si estos individuos optaban por ceder las instalaciones a la Paz o a la República, era asunto de ellos; era muy cierto que Yelén no había prohibido estas transferencias.

En realidad, Yelén no había dado ninguna orden sobre la forma de utilizar los regalos. Se había limitado a publicar sus bases de datos de producción y sus programas de planificación. Cualquiera podía utilizar aquellos datos y programas para hacer tratos y coordinar el desarrollo. Aquellos que lo coordinaran mejor, sin duda saldrían mejor parados, pero difícilmente aquello era un «desconcierto»… excepto tal vez para los estadistas. Wil observó detalladamente a los asistentes al picnic. No podía imaginarse que los sin gobierno pudieran—ser captados por la argumentación de Tioulang. En aquellas circunstancias, el plan de Marta era lo que más se acercaba a «un negocio como suele hacerse», pero para los Pacistas y los de NM era algo misterioso y ajeno a ellos. Aquella diferencia de percepción podía echarlo todo a rodar.

Kim Tioulang también vigilaba a la audiencia, esperando ver si su exposición había calado.

—No creo que ninguno de nosotros quiera ser siervo, pero ¿cómo podremos evitarlo, dada la superioridad técnica aplastante de Korolev?… Os revelaré un secreto. Los tecno-max nos necesitan más a nosotros que nosotros les necesitamos a ellos. Aunque nos quedásemos absolutamente sin ningún técnico superior, la raza humana todavía tendría una posibilidad. Tenemos, mejor dicho, somos lo único realmente necesario: gente. Entre la Paz, la República y los, uh, sin afiliación, nosotros, los tecno-min, somos casi trescientos seres humanos. Esto es más de lo que ha habido en cualquier colonia después de la Extinción. Nuestros biocientíficos nos dicen que esto es una diversidad genética suficiente, justamente suficiente, para reinstaurar la raza humana. Sin nuestro número, los tecno-max están sentenciados. Y ellos lo saben.

»Así pues, lo más importante es que permanezcamos unidos. Estamos en una posición que nos permitirá reinventar la democracia y la autoridad de la mayoría.

Detrás de Wil, Gail Parker dijo:

—¡Dios mío! ¡Qué hipócrita! Los Pacistas jamás tuvieron interés por las elecciones cuando ellos estaban en el poder.

—Si os he podido convencer de la necesidad de que estemos unidos, y francamente, esta necesidad es tan evidente que en este punto no me hace falta mucha persuasión, queda todavía la cuestión de por qué la Paz presenta una mejor opción que la República.

»Pensadlo bien. La raza humana ya estuvo antes al borde del desastre. En la primera parte del siglo veintiuno, las plagas destruyeron a miles de millones de personas. Entonces, como ahora, la tecnología permaneció ampliamente disponible. Entonces, como ahora, el problema residía en la despoblación de la Tierra. Con toda humildad, amigos míos, la Autoridad de la Paz tiene más experiencia en resolver nuestro actual problema que cualquier otro grupo en toda la historia. Ya conseguimos en otra ocasión sacar la raza humana del borde de su aniquilación. Se diga lo que se diga de la Paz, nosotros, somos los expertos acreditados en estos asuntos…

Tioulang gesticuló tímidamente.

—Y esto es todo lo que tenía que deciros. Son puntos importantes, que requieren reflexión. Cualquiera que sea vuestra decisión, confío en que habréis sopesado cuidadosamente los pros y los contras. Mi gente y yo contestaremos gustosamente vuestras preguntas, pero hacedlas de una en una —y desconectó el amplificador.

Había un zumbido de conversaciones. Un grupo bastante grande siguió a Tioulang cuando regresó a su pabellón, que estaba al lado del estante de las cervezas. Wil movió la cabeza mientras pensaba que aquel fulano se había anotado algunos puntos. Pero la gente no había creído todo lo que había dicho. Exactamente detrás de Wil, Gail Parker estaba dando a los Dasguptas un rápido repaso de historia. La Autoridad de la Paz había sido el gran demonio de principios del siglo veintiuno, y Wil había vivido bastante cerca de aquella época para saber que su reputación no era del todo una calumnia. Los modales tímidos y amistosos de Tioulang podían, tal vez, suavizar los duros perfiles de su historia, pero muy pocos iban a aceptar su opinión sobre la Paz.

Lo que algunos sí aceptaron (como descubrió con tristeza Wil cuando escuchaba lo que decían sus vecinos que eran de los «sin gobierno») fue el punto de vista global de Tioulang. Estaban de acuerdo en admitir que la política de Korolev estaba encaminada a mantenerles a ellos en una posición inferior. Parecía coincidir en que la «solidaridad» era su principal arma contra la «reina de la colina». Y el llamamiento del Pacista para reestablecer la democracia, era especialmente popular. Wil comprendía que los NM aceptaran esto, porque la ley de la mayoría era la base de su sistema. Pero ¿qué pasaría si la mayoría decidiera que todo aquél que tuviera la piel oscura debía trabajar de balde? ¿O que Kansas debía ser invadida? No podía creer que los «sin gobierno» pudieran aceptar una cosa así. Sin embargo, algunos parecían dispuestos a aceptarlo. Aquél era un asunto de supervivencia, y la voluntad de la mayoría estaba trabajando a su favor. ¡Qué frágil es el barniz de la civilización!

Brierson se puso en pie.

—Voy a buscar algo que comer. ¿Queréis algo más?

Dilip dejó de dialogar con Parker por un instante.

—Pues no. Todavía estamos bien provistos.

—Está bien. Regresaré dentro de un momento.

Wil discurrió por la pradera, andando con cuidado por entre las mantas y la gente. Siempre había el mismo deseo-razonador cuadro de respuestas: los Pacistas entusiasmados, los NM desconfiados pero reconociendo la «sabiduría básica» de la arenga de Tioulang, los «sin gobierno» con opiniones variadas.

Llegó hasta donde estaba la comida y empezó a llenar dos platos. Una de las ventajas de aquellos profundos debates filosóficos: no tuvo que guardar cola.

La voz que sonó detrás de él era de un bajo sardónico.

—Esté Tioulang es realmente un payaso, ¿no crees?

Wil se volvió. ¡Un aliado!

El que había hablado era un anglo de pelo oscuro, vestido con una túnica pesada y no demasiado limpia. A pesar de medir uno setenta, era todavía lo bastante bajo para que Wil pudiera ver que llevaba la coronilla afeitada. El individuo tenía una eterna sonrisa pintada en su cara.

—Hola, Jason.

Brierson trató de que su voz no dejara traslucir su irritación. ¡De toda la gente que había por allí, que el único que se hiciera eco de sus pensamientos fuera Jason Mudge, el embullador engañado y el chiflado profesional! Era demasiado. Wil siguió en la fila de la comida y continuó llenando sus platos hasta alturas precariamente elevadas. Jason iba tras él, pero no cogía nada para comer, sino que bombardeaba a Wil con el análisis Mudge de la chaladura de Tioulang: Tioulang había interpretado completamente mal la crisis del Hombre. Tioulang intentaba que la humanidad se apartase de la Fe. Los Pacistas, los NM y las Korolevs (de hecho, todo el mundo) habían cerrado los ojos a la posibilidad de redención y a los peligros de seguir en la Incredulidad.

Wil gruñía de vez en cuando mientras el otro hablaba, pero evitaba cualquier respuesta que pudiera tener sentido. Cuando llegó al final de la fila, cayó en la cuenta de que no podía trasladar tanta comida por la pradera sin que se le cayera. No tenía más remedio que «hacer disminuir la montaña» allí mismo. Dejó los platos en el suelo y se enfrentó a uno de los perritos calientes.

Mudge se acercó más, creyendo que Brierson se había detenido para escucharle. Una vez iniciado su discurso, siguió hablando sin parar. En aquel momento, su voz estaba a «potencia reducida», pero antes se había empinado en el terreno alto que había al norte de la pradera y había arengado a la gente durante un cuarto de hora. Su voz había retumbado por los terrenos del picnic, tan fuerte como la de Tioulang, a pesar de carecer de amplificadores. No obstante hablar con un volumen de voz tan alto, había articulado tan aprisa como lo estaba haciendo entonces, y emitía cada palabra como si estuviera en mayúscula. Su mensaje era muy sencillo, aunque lo iba repitiendo una y otra vez con diferentes palabras: Los actuales humanos eran prófugos de la Segunda Venida del Señor. (Esta Segunda Venida era presumiblemente la Extinción). Él, Jason Mudge, era el profeta de la Tercera y Final Venida. Todos debían arrepentirse, ponerse el hábito del Perdonado, y esperar la Salvación que iba a llegar muy pronto.

Al principio, la arenga era divertida. Alguien le gritó un comentario mortificante referente a que a la Tercera va la vencida. Pero estas y otras inconveniencias no habían hecho más que aumentar el ardor de Jason: seguiría hablando, hasta el día del Juicio Final si era necesario, mientras quedara alguien que no se hubiera arrepentido. Por fin, los hermanos Dasgupta se habían levantado del césped y habían tenido una breve charla con el profeta. Y aquél había sido el final de sus arengas. Después, Wil les había preguntado sobre aquello. Rohan se sonrió tímidamente y contestó:

—Le dijimos que le despeñaríamos por los acantilados si continuaba chillándonos.

Conociendo a Dilip y Rohan, aquella amenaza no podía tomarse en serio. No obstante funcionó muy bien con Mudge: él era un profeta indigno de llegar a ser un mártir.

Y era por esta razón que Jason iban dando vueltas por el campo de picnic, buscando rezagados, solitarios y otros objetivos ocasionales. Y W. W. Brierson era la víctima de turno. Wil se zampó un par de croquetas y miró al otro. Tal vez no fuera una total pérdida de tiempo. Della y Yelén habían perdido todo interés en Mudge, pero aquélla era la primera vez que Wil le podía ver de cerca.

Estrictamente hablando, Jason Mudge era un tecno-max. Había dejado la civilización en 2200. La base de datos Greenlnc lo presentaba como un (muy) oscuro loco religioso, que predicaba que la Segunda Venida de Cristo ocurriría al final del siglo siguiente. Aparentemente ridícula, ésta es una constante de la historia. Mudge no pudo resistir las presiones, y se emburbujó hasta 2299, pensando salir durante los estertores agónicos del mundo del pecado. Pero, 2299 llegó después de la Singularidad; Mudge se encontró en un planeta vacío. Como siempre estaba dispuesto a explicar, y con gran extensión, se había equivocado en sus cálculos bíblicos. De hecho, la Segunda Venida había tenido lugar en 2250. Y además, sus errores fueron un castigo por su arrogancia en tratar de «escabullirse hasta la parte buena». Pero el Señor, en Su infinita compasión, había dado a Jason otra oportunidad. Puesto que era el profeta al que se le había escapado la Segunda Venida, Jason Mudge era el pastor perfecto del rebaño perdido que habría de ser salvado en la Tercera.

Y ya está bien de religión. Greenlnc mostraba otra faceta del mismo hombre. Hasta 2197 había trabajado como programador de sistemas. Cuando Wil se enteró de esto, el nombre de Mudge ascendió varios lugares en la lista de sospechosos. Allí estaba un loco declarado y que además (cabía esperarlo lógicamente) quería ver fracasar los esfuerzos de Korolev. Y la especialidad técnica del loco requería la clase de habilidades que se necesitaban para sabotear las seguridades de las burbujas y dejar abandonada a Marta.

Yelén no sospechaba de él. Había dicho que, en las postrimerías del siglo veintidós, muchas ocupaciones implicaban sistemas. Y que con la longevidad, mucha gente tenía varias especialidades. El rastro de Mudge se había cruzado varias veces con el de las Korolevs. desde la Edad del Hombre. En todos los encuentros era siempre lo mismo: Mudge necesitaba ayuda. Entre todos los tecno-max que habían abandonado la civilización voluntariamente, él era el peor equipado: tenía un volador, pero no podía salir al espacio. No poseía autones. Sus bases de datos consistían en dos cartuchos de religión.

Pero seguía estando en la lista de Wil. Era muy poco verosímil que alguien llegara tan lejos en disfrazar sus propias habilidades, pero Mudge podía tener algo escondido, a pesar de todo. Había pedido a Yelén que lo mantuviera bajo vigilancia para saber si se comunicaba con autones ocultos.

Wil tenía una ocasión para utilizar el «legendario saber hacer de Brierson» de primera mano. Contemplaba a Mudge y comprendió que el hombrecito no necesitaba realimentación. Mientras Wil estuviera de pie delante suyo, la arenga proseguiría. Sin duda alguna, en muy pocas ocasiones había hablado con alguien que se enrollara más. ¿Estaría en condiciones de responder una vez había empezado? Vamos a verlo. Wil levantó una mano e intercaló un comentario al azar:

—Pero no necesitamos explicaciones supernaturales, Jason. ¿Para qué? Juan Chanson dijo que unos invasores provocaron la Extinción.

La diatriba de Mudge siguió casi un segundo antes de que advirtiera que había habido alguna interacción real.

Su boca se quedó abierta durante un instante y luego… se rió.

—¿Este retrógrado? No sé cómo podéis creer nada de lo que dice. Se ha caído desde el Camino de Cristo a las garras de la ciencia.

Esta última palabra era malsonante en boca de Jason. Movió la cabeza, y su sonrisa volvió a ser tan ancha como siempre.

—Pero tu pregunta me demuestra algo. Desde luego, podemos considerar que…

El último profeta se acercó más y se embarcó en otro intento para que él comprendiera… y Wil, lo hizo realmente. Jason Mudge necesitaba a la gente. Pero en alguna parte de su pasado, el hombrecito había llegado a la conclusión de que la única forma de lograr la atención de los demás era con algo que fuera cósmicamente importante. Y cuanto mayor era el ardor con que intentaba explicarse, más hostil se volvía su audiencia… hasta que llegó el momento en que tener una audiencia ya era de por sí un triunfo. Si la intuición de Brierson servía para algo, Yelén tenía razón: Jason Mudge debía ser eliminado de la lista de los sospechosos.


El día de veinticinco horas podía parecer algo poco importante. Pero esta hora y pico extra era una de las mejores ventajas del nuevo mundo. Casi todos opinaban así. Por primera vez en sus vidas, parecía que durante el día tenían tiempo suficiente para hacer su trabajo y para reflexionar. Lo más probable era, todos estaban de acuerdo en esto, que pronto se acostumbrarían y los días estarían tan llenos como siempre. Pero iban pasando las semanas y el efecto persistía.

La reunión se prolongó toda la tarde, y perdió mucho de la temática concreta que había seguido al discurso de Tioulang. La atención general se desvió a las redes de balonvolea que había en la parte norte de la pradera. Para muchos de los presentes, fue una tarde agradable y sin preocupaciones.

También debería haber sido así para Wil Brierson, porque siempre le habían gustado aquel tipo de reuniones. Pero, en aquella ocasión, cuanto más tiempo llevaba allí, más incómodo se sentía. ¿El motivo? Si toda la especie humana estaba allí, la persona que le había secuestrado también estaría allí. En algún sitio, a menos de doscientos metros, estaba la causa de todos sus males. Previamente, había creído que podría ignorar este hecho: le había divertido un poco el temor de Korolev de que pudiera iniciar una vendetta contra el secuestrador.

¡Qué poco se conocía a sí mismo! Wil se dio cuenta de que estaba mirando a los demás jugadores, intentando encontrar una cara que surgiera del pasado. Falló tiros muy fáciles; y lo que es peor, chocó contra otro jugador menos robusto que él. Considerando los noventa kilos de Brierson, aquello era una clara falta de buenos modales.

Después de esto, se quedó al borde de la pista. ¿Sabía realmente lo que estaba buscando? El caso de desfalco había sido muy sencillo: un hombre ciego podría haber señalado al culpable. Había tres sospechosos: el Chico, el Ejecutivo y el Conserje (así es como él había pensado de ellos). Si hubiera tenido algunos días más, habría hecho un arresto. El gran error de Brierson fue subestimar el pánico del ladrón. Las cantidades robadas eran triviales. ¿Qué clase de loco podía haber emburbujado al oficial investigador, sabiendo que él mismo iba a recibir un terrible castigo?

El Chico, el Ejecutivo, el Conserje. Wil, ni siquiera estaba seguro de sus nombres, pero recordaba claramente sus caras. Sin duda, las Korolevs habían disfrazado al individuo, pero Wil estaba seguro de que si disponía del tiempo suficiente, iba a poder descubrirlo a través de su disfraz.

Esto es una locura. Había prometido a Yelén (y a Marta antes que a ella) que no perseguiría a su raptor. ¿Y qué iba a hacer si encontraba a aquel bastardo? De cualquier manera, su vida le iba a resultar menos agradable que hasta entonces… Pero su mirada se extravió, treinta años de habilidad policial debían poner riendas a su dolor. Wil se alejó de los juegos y fue a dar una vuelta por la pradera. Más de la mitad de los asistentes no se habían ocupado del balonvolea. Se paseaba aparentando ir sin rumbo fijo, pero era consciente de todo lo que abarcaba su campo visual, buscando el menor signo de evasión. Nada.

Después de deambular por allí, Brierson pasó de un grupo a otro de forma relajada y con buen humor. En sus viejos tiempos, aquel comportamiento hubiera sido genuino, incluso en caso de estar trabajando. Ahora se trataba de un doble engaño. En alguna parte, por encima de él, Yelén vigilaba todos sus movimientos… debía sentirse complacida porque él estaba haciendo exactamente lo que ella quería: durante el transcurso de las dos últimas horas se había entrevistado con casi la mitad de los «sin gobierno», y lo había hecho sin que diera la impresión de ser un interrogatorio oficial. Se había enterado de muchas cosas. Por ejemplo: había mucha gente que se daba cuenta de las verdaderas intenciones que se escondían tras los argumentos de los gobiernos. Esa era una buena noticia para Yelén.

Al mismo tiempo, el designio privado de Wil se iba realizando. Después de diez o quince minutos de charla, ya podía estar seguro de que ninguno del grupo era su presa. Seguía la pista de las caras y de los nombres. Algo que había dentro de él sentía placer por conseguir engañar a Yelén tan absolutamente.

El secuestrador debía de ser, casi con toda certeza, un solitario. ¿Cómo podía esconderse un tipo así? Wil no lo sabía. Había descubierto que por entonces casi nadie estaba realmente solo. Frente a una Tierra vacía, la gente se apiñaba e intentaba ayudar a los que lo pasaban peor. Y podía ver en más de uno una pena terrible, frecuentemente escondida tras un aparente buen humor. Los casos más críticos eran los que habían salido del estasis sólo uno o dos meses antes: para ellos su pérdida era dolorosamente reciente. Era muy probable que hubiese habido algunas crisis psiquiátricas totales; ¿qué podía hacer Yelén en casos como aquellos? Humm. Era perfectamente posible que el secuestrador no estuviera allí. No importaba. Cuando regresara a su casa pensaba comparar la lista de la gente que había encontrado allí con el censo de la colonia. Las discrepancias se pondrían de manifiesto. Después de la próxima reunión, o de la siguiente a ésta, ya podría tener una buena idea de a quién perseguía.


El sol se puso lentamente, descendiendo en un curso recto que parecía algo irreal para los que habían crecido en latitudes de la zona media. Las sombras se hicieron más pronunciadas. El verde de la pradera y de las laderas sufría cambios sutiles a la luz que enrojecía; entonces más que nunca la Tierra parecía el cuadro de un pintor fantasista. El cielo viró al color oro y luego al rojo. A medida que el crepúsculo se iba tornando en noche, se alumbraron unos paneles luminosos en dos de las pistas de balonvolea. Aparecieron algunos fuegos de campamento, que daban una luz amarillenta y alegre en comparación con la luz azulada que había alrededor de las pistas.

Wil había hablado con casi todos los «sin gobierno» y con unos veinte Pacistas. No era un grupo demasiado numeroso, pero había tenido que desplazarse lentamente… para engañar a Yelén, y asegurarse de que no le estaban engañando a él con algún disfraz.

La oscuridad le liberó de su terrible obligación; ya no había razón para una entrevista a menos que confiara en su resultado. Se desplazó paseando hacia las pistas, y su alivio se fue convirtiendo en regocijo. Incluso había desaparecido su impresión de que estaba engañando a Yelén. A su pesar, había hecho un buen trabajo para ella durante aquel día. Había recogido opiniones y actitudes que ella nunca había mencionado.

Por ejemplo:

Había gente que estaba sentada lejos de las luces. Su conversación era en voz baja pero intensa. Casi había regresado a las pistas cuando se encontró en un grupo grande, de casi treinta personas, todas ellas mujeres. A la luz de la fogata más próxima, reconoció a Gail Parker y a algunas más. Unas eran de las «sin gobierno», otras eran de NM, y tal vez había alguna de las Pacistas. Wil se detuvo, y Parker alzó la vista. Su mirada no demostraba la misma cordialidad que antes. Se apartó de allí, consciente de que varios pares de ojos vigilaban su retirada.

Ya conocía el tema de las discusiones. Los individuos como Tioulang podían hablar grandilocuentemente sobre el restablecimiento de la especie humana. Pero esto exigía unos tremendos índices de nacimiento, por lo menos durante un siglo. Sin recipientes— matriz y automatización postnatal, la tarea debía recaer sobre las mujeres. Aquello representaba crear una clase de servidumbre, pero no la que Tioulang estaba dispuesto a denunciar. Sería una servidumbre querida y mimada; los, perdón, las siervas mismas podían estar más convencidas que nadie de la justicia de todo aquello, pero estarían obligadas a soportar una pesada carga. Aquello ya había ocurrido antes. Las plagas de los inicios del siglo veintiuno habían matado a la mayor parte de la especie, dejando además estériles a muchos de los que pudieron sobrevivir. Las mujeres de aquel período tenían un papel muy restringido, muy diferente del de las mujeres de antes o después. Los padres de Wil habían crecido en aquella época. Las únicas discusiones importantes que recordaba entre sus padres estaban relacionadas con los esfuerzos de su madre para iniciar su propio negocio.

En el presente, una servidumbre de las madres sería mucho más difícil de establecer. Aquella gente no acababa de salir de las plagas y de una guerra terrible. A excepción de los Pacistas, procedían de finales del siglo veintiuno y del veintidós. Las mujeres tenían una educación de alto alcance, y muchas de ellas tenían más de una carrera. En la mitad de los casos, eran los jefes. Y la mitad de las veces eran las que empezaban las relaciones amorosas. Muchas de las mujeres del siglo veintidós tenían sesenta o setenta años, a pesar de lo jóvenes y deseables que fueran sus cuerpos. No eran la clase de gente a la que se podía ir empujando por ahí.

…Y a pesar de todo, Gail y las demás podían ver que la extinción final les aguardaba inexorablemente en un futuro muy próximo… a menos que no estuvieran dispuestas a hacer unos terribles sacrificios. Wil comprendió su apasionada discusión y la mirada poco amistosa de Gail. Qué sacrificios había que aceptar, cuáles había que declinar. Qué había que pedir, qué había que aceptar. Wil se alegró de no haber sido bien recibido.

Algo tan brillante como la luna se elevó en el aire por delante de él, y rápidamente cayó. Wil miró hacia arriba y echó una carrera, apartando a la fuerza el problema de su mente. La luz se volvió a elevar, creando nuevas sombras por la pista. ¡Alguien había llevado una pelota luminosa! Un nutrido público ya se había congregado a lo largo de los tres laterales de la pista y le impedía ver.— Brierson se fue abriendo paso hasta que pudo observar el juego.

Wil se dio cuenta de que estaba sonriendo estúpidamente. Los balones luminosos era algo nuevo que hacía sólo dos meses que habían aparecido… cuando él fue secuestrado. Para algunos podía tratarse de algo archiconocido, pero era una novedad absoluta para los Pacistas y hasta para los de NM. El balón tenía el mismo tamaño y tacto que uno de reglamento de balonvolea, pero su superficie brillaba con intensidad. Los equipos jugaban únicamente con su luz, y Wil ya sabía que los primeros juegos habrían de constituir un intermedio cómico. Si mantienes tus ojos fijos en el balón, entonces quedan muy pocas cosas que estén suficientemente iluminadas para poder verlas. El balón se convierte en el centro del universo, una esfera que parece que se dilata y se contrae mientras todo oscila a su alrededor. Después de un corto rato, no puedes encontrar a tus compañeros de equipo y… ni tan siquiera el suelo. Los equipos NM y Pacista pasaron tanto tiempo sobre sus posaderas como sobre sus pies. Unas fuertes risotadas sonaron en el extremo lejano de la pista cuando tres espectadores se cayeron. Aquella pelota era mejor que las que Wil había visto antes. Cuando caía fuera del campo, se oía una campana y la luz cambiaba al amarillo. Era un truco impresionante.

No todos tenían problemas. Sin duda Tung Blumenthal había jugado siempre con balones luminosos. En cualquier caso, Wil sabía que el problema mayor de Tung era jugar al mismo nivel que los demás. El tecno-max abultaba tanto como Wil, pero medía más de dos metros de alto. Tenía la velocidad y la coordinación de un profesional, pero cuando se echaba atrás y dejaba que los otros dominasen el juego, no parecía que lo hiciera por condescendencia. Tung era el único tecno-max que alternaba con los min.

Al cabo de un rato, todos los jugadores habían aprendido la estrategia apropiada: cada vez miraban menos directamente hacia la pelota. Se vigilaban unos a otros, y, lo que era más importante, vigilaban las sombras. Con el balón luminoso, las sombras eran como unos dedos móviles y retorcidos que indicaban dónde estaba el balón y hacia dónde iba.

Las partidas se hacían con rapidez, pero no había más que una pelota y eran muchos los que querían jugar. Wil abandonó cualquier plan inmediato de entrar en el campo de juego. Se paseaba por detrás del público y vigilaba las sombras que oscilaban arriba y abajo, iluminando por momentos una cara y luego volviéndola a sumergir en la oscuridad. Era divertido ver cómo los mayores se comportaban como niños.

Una de las caras le dejó inmóvil: Kim Tioulang estaba de pie, separado de la gente, a menos de cinco metros de Brierson. Estaba solo. Podía ser un jefe, pero aparentemente no necesitaba un corro de «ayudantes» como Steve Fraley. Era un hombre menudo, su cara quedaba en la sombra excepto cuando un tiro alto lo dejaba bañado en una alternancia de luz. Su concentración era intensa, pero su mirada inexpresiva no denotaba la menor señal de placer.

Aquel hombre era sorprendentemente frágil. Era de un tipo que no había existido en los tiempos de Will (excepto por una intención suicida o por un accidente metabólico). El cuerpo de Kim Tioulang era viejo, estaba en las últimas etapas de la degeneración que, hasta bien mediado el siglo veintiuno, había limitado la duración de la vida a menos de un siglo.

¡Había tantas maneras diferentes de pensar en el tiempo! Kim había vivido menos de ochenta años. Era muy joven en comparación con los «quinceañeros» del siglo veintidós. Y esto no era nada comparado con los trescientos años de experiencia en el tiempo real que poseía Yelén, o con el casi inconcebible número de años vitales de Della. Pero no obstante, en algunos aspectos Tioulang era un caso mucho más extremo que Korolev o Lu.

Brierson había leído el sumario de aquel hombre en el Greenlnc. Kim Tioulang había nacido en 1967. Es decir, dos años antes de que el Hombre iniciara la conquista del espacio, treinta años antes de la guerra y de las plagas, al menos cincuenta años antes de que naciera Della Lu. En cierto perverso sentido, él era el humano más viejo que vivía.

Tioulang había nacido en Kampuchea, en medio de una de las guerras locales que salpicaron los finales del siglo veinte. Aunque reducidas en espacio y en tiempo, eran tan horribles como lo que siguió al colapso de 1997. La infancia de Tioulang estuvo bajo el signo de la muerte, pero una muerte que no era como la causada por las plagas del siglo veintiuno, en la que los asesinos eran unas ambigüedades sin rostro. La muerte en Kampuchea llegaba de persona a persona, por medio de balas, arma blanca o un hambre provocada. Greenlnc decía que el resto de la familia de Tioulang desapareció en la vorágine… y el pequeño Kim acabó en Estados Unidos de América. Era un muchacho muy inteligente; en 1997 terminó su doctorado en física. Y trabajaba para la organización que derribó el gobierno y que ¡legó a ser la Autoridad de la Paz.

A partir de allí, Greenlnc tenía poco más que las nuevas historias de los Pacistas y las referencias históricas para documentar la vida de Tioulang. Nadie sabía si Tioulang había tenido algo que ver con las plagas (en cuanto a este asunto, no había una prueba absoluta de que la Paz las hubiera iniciado). En el 2010, aquel hombre era Director de Asia. Había mantenido bajo control a una tercera parte del planeta. Tenía una reputación mejor que la de los otros Directores: no era ningún Christian Gerrault, «El Carnicero de África». Excepto durante la insurrección de Mongolia, consiguió evitar los grandes derramamientos de sangre. Estuvo en el poder hasta la caída de la Paz en 2048 y… desde aquella caída para Tioulang habían pasado menos de cuatro meses.

Y así, aunque Tioulang tenía una fecha de nacimiento que sólo precedía en unas pocas décadas a la de algunos otros, sus antecedentes le colocaban en una clasificación de la que era el único representante. Era el único que había crecido en un mundo donde los humanos se mataban rutinariamente unos a otros. Era el único que había tenido verdadero poder y que había matado para mantenerlo. A su lado, Steve Fraley no era más que un delegado de clase de instituto.

Un lanzamiento parabólico hizo elevar el balón luminoso por encima de la gente, volviendo a iluminar la cara de Tioulang, y Wil vio que el Pacista le estaba mirando. Vio que le sonreía débilmente, y que se separaba de la gente para colocarse al lado de Brierson. Muy cerca. Wil advirtió que tenía la cara marcada, como picada de viruela. ¿Podía ser que la avanzada edad biológica le causara esto?

—¿Es usted Brierson, el que trabaja para Korolev?

Su voz se elevaba lo estrictamente necesario para que se pudiera oír sobre las risas y gritos. La luz seguía bailando delante y detrás de ellos.

Wil se molestó, pero después decidió que no le estaba acusando de traicionar a los tecno-min.

—Estoy investigando el asesinato de Marta Korolev.

—Hummm —Tioulang se cruzó de brazos y dejó de mirar a Wil—. He leído algunas cosas muy interesantes durante estas últimas semanas, señor Brierson —soltó una risita sofocada—. Para mí es como conocer la historia del futuro y poder ver lo que pasará ciento cincuenta años después… ¿sabe usted?, estos años han resultado ser tan buenos como siempre. Siempre había pensado que sin la Paz, la Humanidad se exterminaría por sí sola… Y tal vez lo hizo, eventualmente, pero pudisteis ir tirando más de un siglo sin nuestra ayuda. Creo que esto de la inmortalidad puede haber tenido algo que ver. ¿Es qué funciona, realmente? Usted parece que tenga unos veinte años…

Brierson asintió:

—Pero tengo cincuenta.

Tioulang frotó el terreno con su tacón. Su voz sonaba casi melancólica.

—Sí. Y aparentemente yo podría conseguirla ahora. El ver las cosas de lejos… ya puedo ver cómo suaviza las cosas, y que esto puede ser probablemente lo mejor que puede suceder.

«Además, he leído vuestras historias de la Paz. Ustedes nos hacen parecer unos monstruos, y lo peor del caso es que tienen algo de razón —miró directamente a Wil y su voz se hizo más incisiva—. Estoy convencido de lo que he dicho esta tarde. La raza humana está en un aprieto, nosotros, los Pacistas, podemos ser los mejores líderes. Pero también estaba en lo cierto cuando he dicho que estábamos en favor de la democracia; y ahora veo que realmente podría funcionar.

»Usted es muy importante para nosotros, Brierson. Sabemos que Korolev escucha todo lo que usted dice… ¡No me interrumpa, por favor! Nosotros podemos hablar con ella siempre que lo deseemos, pero sabemos que ella respeta las opiniones de usted. Si usted cree lo que le estoy diciendo, hay alguna posibilidad de que ella también lo haga.

—De acuerdo —dijo Wil—. Pero, ¿cuál es el mensaje? Usted se opone a las directrices de Yelén y quiere que todo ocurra bajo algún sistema de gobierno regido por la opinión de la mayoría. ¿Qué pasará si ustedes no ganan? Los NM tienen muchas más cosas en común con los «sin gobierno» y con los tecno-max que ustedes. Si vamos a parar a una situación gubernamental ellos tendrían más posibilidades que ustedes de ser los líderes. ¿Aceptarían ustedes esto? ¿O se apoderarían del poder como hicieron al final del siglo veinte?

Tioulang miró a su alrededor, casi como si estuviera buscando a un espía.

—Confío en que ganaremos nosotros, Brierson. Los problemas a los que tenemos que enfrentarnos, son problemas que los Pacistas estamos preparados para resolver. Aunque no ganemos, seguiríamos siendo necesarios. He hablado con Steve Fraley. A usted puede parecerle que es brutal y duro… pero a mí no me lo parece. Está un poco loco y quiere dominar a la gente, pero si nos dejan, podremos ponernos de acuerdo.

—¿Dejárselo a ustedes?

—Esta es otra de las cosas de las que quiero hablar con usted —echó una mirada furtiva detrás de Wil—. Hay algunas fuerzas en juego de las que Korolev debería estar enterada. No todo el mundo quiere una solución pacífica. Si uno de los tecno-max encabezara una facción, nosotros… —la luz oscilante volvió a dar sobre ellos. De repente, la expresión de Tioulang se inmovilizó en algo que pudiera reflejar odio… o miedo—. No puedo hablar más ahora, no puedo hablar.

Se dio la vuelta y se alejó de allí con paso rígido.

Wil miró en la dirección opuesta. No vio a nadie especial entre la gente que había alrededor. ¿Qué había dicho el Pacista? Wil deambuló alrededor de las pistas, viendo jugar y mirando a la gente. Transcurrieron algunos minutos. La partida terminó. Se produjeron las habituales discusiones amistosas sobre qué otros iban a jugar. Oyó que Tung Blumenthal decía algo referente a «probar algo nuevo» con el balón luminoso. El ruido de las conversaciones disminuyó cuando Tung habló con los jugadores y éstos desmontaron la red de balonvolea. Cuando empezó el partido, Wil vio que, desde luego, Blumenthal había probado algo nuevo.

Tung se colocó en la línea de servicio y dio un puñetazo al balón para lanzarlo a través de la pista por encima de las cabezas de los jugadores del otro equipo. Cuando atravesó la línea de final de pista, se produjo un relámpago de luz verde y el balón rebotó allí como si hubiera una superficie invisible, y salió despedido hacia atrás y hacía arriba, volviendo a rebotar en un techo invisible. Cuando chocó contra el suelo, el resplandor cambió al color amarillo de fuera de juego. Tung efectuó otro servicio, esta vez hacia uno de los lados. El balón rebotó como si hubiera habido una pared, después volvió a rebotar contra la invisible pared de final de pista, y luego en el otro lateral. Los resplandores verdes iban acompañados de los sonidos que producirían unos rebotes reales. El público estaba callado, a excepción de algunos gritos sofocados de sorpresa. ¿Estarían los equipos de jugadores atrapados allí? La idea se les ocurrió simultáneamente a varios jugadores. Se acercaron corriendo a las paredes invisibles e intentaron tocarlas. Uno de ellos perdió el equilibrio y cayó fuera de la pista.

—¡Aquí no hay nada!

Blumenthal dio algunas reglas sencillas y empezaron a jugar. Al principio reinó un gran caos, pero al cabo de algunos minutos ya estaban jugando realmente al nuevo juego. Era un rápido y extraño híbrido de balonvolea y de pelota mano en frontón cerrado. Wil no podía explicarse cómo funcionaba aquel truco, pero era muy espectacular. Antes, el balón se había desplazado en forma de parábolas perfectas, que sólo se interrumpían a causa de los golpes de los jugadores, pero ahora el balón rebotaba en superficies invisibles, y su sombra cambiaba de campo instantáneamente.

—¡Ah, Brierson! ¿Qué estás haciendo aquí, hombre? Deberías estar jugando. Te he visto hacerlo antes. Eres bueno.

Wil se volvió hacia la voz. Era Philippe Genet y dos amigas Pacistas. Las mujeres vestían unas chaquetas abiertas y la parte inferior de sus bikinis. Genet no llevaba más que un pantalón corto. El técnico elevado andaba entre las dos mujeres y tenía las manos metidas dentro de las chaquetas, ciñéndoles las cinturas.

Wil rió.

—Me haría falta mucha práctica para ser bueno con algo tan salvaje. Aunque me imagino que a ti se te debe dar bien.

El otro se encogió de hombros y estrechó más a las mujeres. Genet tenía la misma altura que Brierson, pero quizá pesaba quince kilos menos, casi estaba flaco. Era negro, aunque algo más claro que Wil.

—¿Tienes alguna idea de dónde ha podido salir esta pelota luminosa, Brierson?

—No. Tal vez de alguno de los tecno-max.

—Esto es seguro. No sé si te das cuenta de que se trata de algo muy estudiado. Oh, apuesto a que los del siglo veintiuno ya teníais algo parecido: pones una luz de alta intensidad y un procesador de navegación dentro de una pelota y ya puedes jugar a un sencillo juego nocturno de balonvolea. Pero mira esto, Brierson —con su cabeza indicaba la pelota brillante que era rechazada por unas paredes invisibles—. Tiene su propia unidad antigravitatoria. Sumada al procesador de navegación constituye un simulador de paredes reflectantes. He estado antes en el juego. Este balón es un Collegiate Mark 3, y es todo un departamento deportivo. Si a uno de los equipos le falta un jugador, no hay más que comunicárselo al balón y se encargará de simular un jugador suplente además de las paredes. Hasta puedes jugar tú solo, especificando el nivel de habilidad en el juego y la estrategia que prefieres que tengan los otros jugadores.

Interesante. Wil tenía su atención repartida entre la explicación y el propio tecno-max. Aquella era la primera vez que hablaba con Genet. Desde lejos, le había parecido un hombre malhumorado y poco hablador, bastante de acuerdo con el perfil comercial que Greenlnc daba de él. Pero ahora se mostraba locuaz, casi jovial… y quizá le gustaba menos. Aquel hombre tenía la arrogancia de los que son muy locos y muy ricos a la vez. Mientras hablaba, las manos de Genet se paseaban por los torsos de las dos mujeres. En el cambio alternativo de luces y sombras, era como ver con intermitencias una sesión de strip-tease. Aquello era a la vez repelente y exótico. En los tiempos de Brierson, mucha gente era de manga ancha en lo que se refería al sexo, ya fuera por placer o por interés monetario. Pero esto era diferente: Genet trataba a aquellas dos como… a una propiedad. Eran como unos muebles bonitos para palparlos mientras hablaba con Brierson. Y ellas no tenían la menor objeción. Aquellas dos había que situarlas muy lejos de las del grupo de Gail Parker.

Genet miró de lado a Wil y sonrió lentamente.

—Sí, Brierson. El balón luminoso es de un tecno-max Collegiate no puso en el mercado el M3 hasta… —se interrumpió para consultar alguna base de datos—… hasta 2195. ¿Es extraño, no crees que pueden haber sido los Neo Mejicanos los que lo hayan traído a la reunión?

—Es evidente que algún tecno-max se lo había dado antes —Wil hablaba con cierta brusquedad, distraído por las manos del otro.

—Es evidente. Pero considera lo que implica esto, Brierson. Los NM forman uno de los dos grupos más numerosos de la colonia. Son absolutamente necesarios para el plan de Korolev. Por la historia (mi historia, tu experiencia personal) sabemos que están acostumbrados a mandar. Tan sólo la incompetencia técnica impide que a los tecno-min os dejen tirados a un lado… Ahora, supón que algún tecno-max quiera ponerse en el lugar de Korolev. La manera más fácil de destruir su plan sería apoyar a los NM y suministrarles algunos autones antigravitacionales y burbujeadores de los últimos modelos. Korolev y el resto de nosotros, los tecno-max no podemos prescindir de los NM. Los vamos a necesitar si hemos de reestablecer la civilización. No tendremos más remedio que capitular a lo que sea que se esconda tras el plan.

Tioulang intentaba decirme algo parecido. El frescor de la tarde se convirtió de pronto en frío. Era raro que una cosa tan inocente como aquel balón luminoso fuese la primera evidencia, desde la muerte de Marta, de que alguien quería apoderarse de las riendas. ¿Qué tenía que ver esto con su lista de sospechosos? Tammy Robinson podía usar aquel soborno para reclutar adictos. O tal vez Chanson estaba en lo cierto, y la fuerza que acabó con la civilización en el siglo veintitrés estaba trabajando todavía. O podía tratarse de que el enemigo sencillamente quería poseer, y estaba dispuesto a arriesgar la destrucción de todos para conseguirlo. Miró a Genet. Aquel mismo día, Wil se había alterado al pensar que podían regresar a un gobierno y a la dictadura de la mayoría. Pero recordó entonces que existían otros sistemas de instituciones más primitivas y maléficas. Genet rezumaba confianza, megalomanía. Wil estaba absolutamente seguro de que el otro era capaz de darle aquella pista, explicársela, y después disfrutar con la consternación y las sospechas de Wil.

Algo de esta sospecha debía haberse mostrado en su cara. La sonrisa de Genet se hizo más amplia. Su mano echó a un lado la chaqueta de una de las chicas, haciendo alarde de su «propiedad». Wil se relajó en parte; a lo largo de los años, había tratado con algunos tipos muy desagradables. Tal vez aquel tecno-max era un enemigo, o tal vez no, pero él no iba a consentir que se le metiera debajo de la piel.

—Usted ya sabe que trabajo para Yelén en el asesinato de Marta, señor Genet. Lo que usted me diga, se lo transmitiré. ¿Qué sugiere que hagamos?

Genet se rió.

—«Se lo transmitirás» ¿no es verdad? Mi querido Brierson, no dudo de que cada palabra que pronunciamos va a llegar directamente a ella… Pero tienes razón. Es más fácil fingir. Y de todos modos, vosotros, los tecno-min, sois mucho más simpáticos y menos respondones. Y en lo referente a lo que podemos hacer: no hay nada que pueda hacerse público por ahora. No podemos asegurar que lo del balón luminoso haya sido un desliz, o un sutil anuncio de victoria. Sugiero que pongamos bajo una vigilancia intensa a los de NM. Si esto ha sido un patinazo, será fácil evitar que se apoderen del mando. Personalmente, no creo que los NM hayan recibido todavía mucha ayuda: de ser así habríamos recibido alguna evidencia más —miró el juego durante unos breves instantes y volvió a Wil—. Tú especialmente, debes estar contento de este giro de los acontecimientos, Brierson.

—Supongo que sí —Wil estaba contrariado por tener que aceptar lo que decía Genet— . Si esto tiene alguna relación con el asesinato de Marta, el caso podría solucionarse.

—Yo no hablaba de esto. Tú fuiste secuestrado ¿correcto?

Wil afirmó levemente con un gesto.

—¿Te has preguntado alguna vez lo que fue del fulano que te preparó la emboscada? —se interrumpió, pero Brierson ni siquiera pudo asentir a esto—. Estoy seguro de que nuestra querida Yelén querrá ocultártelo, pero yo creo que debes saberlo. Le atraparon; hasta conseguí las actas del juicio. No sé cómo aquel canalla pudo pensar que evitaría ser convicto. El tribunal le dio la sentencia usual: Fue emburbujado, calculando el tiempo para que saliera un mes después que tú. Personalmente, creo que merece cualquier cosa que le hagas. Pero Marta y Yelén no pensaban así. Rescataron a todos los que pudieron. Creían que cualquier individuo haría aumentar las posibilidades de la colonia.

«Marta y Yelén le hicieron prometer que se apañaría de tu camino. Después le dieron un disfraz completo y lo entregaron a los NM. Creyeron que allí sería más fácil disimularlo entre la gente —Genet rió—. Por este motivo he dicho que éste ha de ser un agradable cambio de la suerte para ti. Si ejerces presión sobre los NM, tendrás la oportunidad de aplastar con tu pie al insecto que te ha traído hasta aquí —vio la inmutable expresión de Wil—. ¿Crees que te estoy tomando el pelo? Lo tienes bastante fácil si quieres comprobarlo. El Director de NM, Presidente o lo que quieran llamarle, tiene un verdadero afecto a tu amigo. El tío está ahora en la camarilla de Fraley, y le he visto hace sólo unos minutos, al otro lado de la pista.

La cara chupada de Genet se abrió en una ancha sonrisa. Reunió su «propiedad» abrazándola y se metió en la oscuridad.

—Compruébalo, Brierson. Todavía puedes tener tus propias alegrías.

Wil permaneció en silencio algunos minutos después que el otro se hubo marchado. Estaba mirando el partido, pero sus ojos ya no seguían la pelota luminosa. Finalmente, dio la vuelta y se fue andando rodeando a la gente. Su camino se iluminaba cada vez que el balón se elevaba por encima de los hinchas. Aquella luz daba destellos blancos, verdes o rojos según la pelota estuviera en juego, golpeara una «pared», o en un fuera de juego. Wil ya no se daba cuenta de los colores.

Steve Fraley y sus amigos estaban sentados junto al borde más alejado de la pista. De algún modo habían podido persuadir a los otros espectadores para que se apartaran de las líneas laterales, y así ellos podían tener una buena vista, a pesar de estar sentados. Wil se quedó entre la gente. Desde allí podía vigilar sin que Fraley se enterara. En el grupo había quince personas. La mayoría parecía gente de su séquito, aunque Wil logró reconocer a algunos «sin gobierno». Fraley estaba sentado cerca del centro, con dos de sus ayudantes más importantes. Se pasaban más tiempo hablando a los «sin gobierno» que viendo el juego. Como candidato gubernamental, el viejo Steve tenía una amplia experiencia en tratar a los indecisos. Por dos veces, en los años 2090, había sido elegido Presidente de la República.

Fue un éxito impresionante, pero vacuo: a fines del siglo veintiuno, el gobierno de Nuevo Méjico era como una casa en la playa cuando las dunas cambian de lugar. La guerra y la expansión territorial no eran factibles, como había demostrado el fracaso de la Incursión a Kansas. Y la República no podía competir económicamente con las tierras sin gobierno. Cierto que la hierba era más verde al otro lado de la valla, y como la emigración no estaba restringida la situación no hizo más que empeorar. Como un asunto de franca competencia, el gobierno revocaba regulación tras regulación. A diferencia de Aztlán, la República nunca perdió formalmente su gobierno. Pero en 2097, el Congreso de NM hizo una enmienda a la Constitución, pasando por encima del veto de Fraley, para renunciar a toda autoridad que permitiera cobrar impuestos. Steve Fraley objetó que lo que quedaba ya no era un gobierno. Obviamente tenía razón, pero no le sirvió para nada. Lo que quedaba era todavía un negocio próspero. La policía de la República y el sistema judicial duraron poco: sencillamente, no podían competir con las compañías existentes. Pero el Congreso de NM permaneció. Turistas de todo el mundo visitaban Alburquerque para pagar «impuestos», para votar, para poder ver un verdadero gobierno en acción. El fantasma de la República vivió durante muchos años, era un motivo de orgullo y de provecho para sus ciudadanos.

Aquello no le bastaba a Steve Fraley. Empleó lo que le quedaba de su autoridad presidencial para reunir los restos de la máquina militar de NM. Con un centenar de amigos que pensaban correctamente (como él), se emburbujó hasta quinientos años después, a un futuro donde esperaba que hubiese vuelto la cordura.

Wil sonrió para sí. Y de esta manera, como todos los locos, fulleros y víctimas que fueron a parar más lejos de la Singularidad, Fraley y sus amigos acabaron en la orilla de un lago que antes había sido océano abierto, cinco millones de años después del Hombre.

Los ojos de Wil pasaron de Fraley a los ayudantes que estaban con él. Al igual que muchos de los que se creen importantes, aquellos dos mantenían sus edades aparentes en unos cuarenta y cinco años. Pulcros y canosos, representaban el ideal de NM para el liderazgo. Wil se acordaba de haber visto a aquellos dos en los noticiarios del siglo veintiuno. Ninguno de ellos podía ser la… criatura… que andaba buscando. Se metió entre el gentío que estaba más próximo al espacio abierto que rodeaba a los NM.

Algunos de los que escuchaban la charla de propaganda de Fraley eran forasteros. Wil los miraba fijamente, aplicando todas las pruebas que había inventado durante todo el día.

Sin darse apenas cuenta de lo que hacía, Wil se fue apartando de la gente. Ya podía ver a todos los NM que estaban en el grupo de Fraley. Unos pocos prestaban atención a lo que se discutía en torno a Fraley; los demás contemplaban el partido. Wil los estudió a todos, comparando aquellos personajes con el Chico, el Ejecutivo y el Conserje. Había algún vago parecido, pero nada seguro… Se detuvo con la mirada fija en un asiático de mediana edad. El tipo no se parecía a ninguno de los tres pero, no obstante, había algo raro en él. Era tan viejo como los asesores más importantes de Fraley, pero centraba toda su atención en el juego. Y el tío aquel no aparentaba el aire de seguridad de los demás. Se estaba quedando calvo, y era bastante barrigón. Wil trataba de imaginárselo con pelo en la cabeza y sin ojeras y flacidez de la cara.

Haz estos cambios y sácale treinta años de su edad aparente… y tienes al… Chico. El sobrino del fulano que había sido robado. Y aquello era la cosa que le había robado a Virginia, a Billi, y a Anne. Aquello era la cosa que había destruido todo el mundo de Brierson… y lo había hecho sólo para ahorrarse un par de años de recargo de reparación.

¿Y qué voy a hacer si encuentro al bastardo? Algo frío y horrible se apoderó de él, y dejó de pensar.

Wil se dio cuenta que estaba en el área abierta entre la pista de balonvolea y los NM. Debía haber chillado, porque todos le miraban. Fraley se quedó boquiabierto. Hubo un instante en que pareció tener miedo. Luego vio hacia dónde se dirigía Wil y se rió.

No hubo ni pizca de humor en la reacción del Chico. Su cabeza saltó hacia arriba y su cara demostraba que le había reconocido en el acto. Botó sobre sus pies, con las manos colocadas por delante con miedo, gesto que tanto podía ser un ineficaz intento de defenderse como una súplica de perdón. No importaba. El andar deliberado de Wil se había convertido en una arrolladora carrera. Alguien que tenía su misma voz chillaba. Los NM que estaban en su camino se dispersaron. Wil casi no se dio cuenta de que había blocado con su cuerpo a uno que no era bastante ágil, y había salido rebotado.

La cara del Chico demostraba un profundo terror. Retrocedió de espaldas frenéticamente y tropezó; de aquel lío no iba a poder escaparse.

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