19

Allí estaba el diario de Marta. Había empezado a leerlo como una confirmación de lo que decían Yelén y Della. Llegó a convertirse en una adicción secreta, con él pasaba las horas que venían después de las discusiones que sostenía con Yelén hasta la madrugada, y las horas posteriores a sus trabajos de campo.

¿Qué hubiese ocurrido si Wil no se hubiera comportado tan caballerosamente la noche de la fiesta de los Robinson? Marta había muerto antes de que la pudiera conocer realmente; pero se parecía algo a Virginia… y hablaba como ella… y reía como ella. Su diario era el único medio de que disponía para poder llegar a conocerla bien. Y de esta manera cada noche terminaba con una nueva melancolía, que sólo era comparable a la de sus sueños matutinos.

Desde luego, Marta encontró que las minas de Extremo Oeste estaban emburbujadas. Pasó allí algunos meses y dejó algunos carteles. No era un territorio seguro. Por allí vagaban unas criaturas que parecían perros. En una ocasión la habían rodeado y había tenido que iniciar un incendio en la hierba y jugar al escondite con los perros por entre las burbujas. Wil había leído este fragmento muchas veces; le hacía reír y llorar al mismo tiempo. Para Marta sólo se trataba de algo obligado para permanecer viva. Se marchó hacia el Norte, hacia las laderas de los Alpes Kampucheanos. Fue allí donde Yelén encontró el tercer montón de piedras.

Marta llegó hasta la burbuja Pacista, dos años después de ser abandonada. Había andado y navegado a vela alrededor del Mar Interior para poder llegar hasta allí. Durante los seiscientos últimos kilómetros había escalado los Alpes Kampucheanos. Todavía era optimista, pero algunas veces se burlaba de ella misma. Se había puesto en camino con intención de recorrer medio mundo, y sólo había conseguido llegar a menos de dos mil kilómetros de distancia de su lugar de partida. A pesar del reposo de un año, los maltrechos huesos de su pie no habían sanado perfectamente. Hasta que llegara su rescate (era su manera usual de expresarlo), cojearía. Después de una larga caminata de todo un día, sentía dolores.

Pero tenía sus planes. La burbuja Pacista estaba en el centro de una llanura vitrificada de 150 kilómetros de ancho. Incluso en la época actual, poca vida había vuelto a arraigar allí. La primera vez que llegó hasta ella, lo hizo con el pie puesto sobre el trineo.

«La burbuja no es extraordinariamente grande, tal vez mida unos trescientos metros de ancho. Pero su ubicación es espectacular, Lelya: no recuerdo todos los detalles. Está en un pequeño lago rodeado de elevaciones uniformes. Concéntricas a éstas, hay unas cadenas montañosas en forma de círculos. Escalé los picos y miré desde lejos hacia la burbuja. Mi imagen reflejada me miraba y nos hicimos señales con la mano. Con su foso y su anillo de montañas, parece una joya en su engaste. Espaciadas uniformemente a lo largo de la pared hay cinco joyas menores que son las burbujas que contienen nuestros equipos de observación. Quienquiera, o lo que fuera, que me ha dejado aislada, las ha dejado emburbujadas. ¿Pero, por cuánto tiempo? Estas cinco estaciones se habían programado para que tuvieran un período muy corto entre sus observaciones. Todavía ahora, no puedo creer que alguien consiga alterar nuestros sistemas de control para lograr saltos de más de unas pocas décadas.

»¿No sería una broma, si me rescataran los Pacistas? Ellos creyeron que sólo iban a hacer un salto de cincuenta años para renovar su dominio. ¡Vaya sorpresa se llevarían si al salir se encontraban con un mundo vacío, en el que sólo había un contribuyente! Sería muy divertido, pero prefiero que me rescates tú, Lelya…

»El engaste de la joya tiene algunas grietas. Hay una cascada que llega al lago por el Sur. El agua sale por una brecha que hay en la pared norte. Es muy clara. He podido ver peces en el lago. En algunos sitios el acantilado se ha colapsado. Me parece que resultará ser un buen suelo de cultivo. Este sitio, es, probablemente, el más habitable en toda esta zona de destrucción. Si he de detenerme, Lelya, creo que éste es el mejor sitio para hacerlo. Es el que vigilaréis preferentemente. Está en el centro de una llanura vitrificada que se puede encontrar con facilidad. ¿Crees que nuestros autones de L5 reaccionarían a KILROY ESTÁ AQUÍ, escrito en letras de un kilómetro de alto?

»Está decidido. Esta será mi base en tanto no me rescatéis. Creo que lograré convertirlo en un sitio agradable donde vivir, Lelya».

Y Marta lo hizo así. Durante los primeros diez años fue haciendo mejoras. En cinco ocasiones hizo expediciones fuera de la zona vitrificada, algunas veces porque necesitaba cosas como semillas o leña, después fue para importar algunos amigos: anduvo trescientos kilómetros hacia el norte, hasta llegar a un gran lago. Había monos pescadores en aquel lago. Entonces empezó sus planes matriarcales. No resultaba demasiado difícil encontrar tríos extraviados que vagaban por las costas buscando algo mayor que ellos que andará sobre dos piernas. Los pescadores preferían estar al borde del lago. Al final del duodécimo año, había tantos, que muchos iban río abajo cada año.

Desde su cabaña, situada a cierta altura de la pared circular, los contemplaba a todas horas.

«Arriba y abajo, en el agua y en la burbuja, hay imágenes reflejadas de la pared circular, de mi cabaña y de nuestros monitores emburbujados. Los pescadores adoran jugar con sus propios reflejos. Con frecuencia nadan hasta llegar a chocar con su imagen. Apostaría a que llegan a notar su calor corporal reflejado, a pesar de sus pieles. Me pregunto qué mitología deben tener, relacionada con el mundo que haya detrás del espejo… Sí, Lelya. El sentimiento es una cosa, y la fantasía es otra. Pero, ¿sabes?, mis pescadores son más listos que los chimpancés. Si los hubiera visto antes de que abandonáramos la civilización, habría apostado a que llegarían a desarrollar una inteligencia humana. Suspiro. Después de todos nuestros viajes, disiento de esto. A corto plazo, la adaptación al mar les resultará más conveniente. Dentro de otros cinco megaaños llegarán a ser tan ágiles como los pingüinos… y no mucho más inteligentes que éstos.»

A los que Marta quería más, les ponía nombres, que por cierto eran de lo más original. Siempre había allí unos Jorgito, Juanito y Jaimito. A algunos otros les daba nombres de personas reales. Wil se dio cuenta de que se estaba riendo. A lo largo de los años había habido algunos Juanes Chanson y Jasones Mudge, que generalmente eran los más menudos y mandones. También aparecía una sucesión de Dellas Lu, todas ellas pequeñas, pálidas y tímidas. Hasta descubrió a un W. W. Brierson. Wil leyó dos veces aquella página, con una temblorosa sonrisa en los labios. Wil pescador tenía la piel negra y era grande, incluso mayor que una de las hembras dominantes. Podría haber dirigido toda la manada, pero casi siempre estaba en lo suyo y vigilaba a todos los demás. Con cierta frecuencia, rompía su reserva y hacía un gran ostentación de chillidos, corriendo por el borde del acantilado y golpeándose los flancos. Al igual que el Jorgito original, era el macho desaparejado, especialmente amistoso con Marta. Pasaba más tiempo con ella que ninguno de sus congéneres. Todos jugaban a intentar imitarla, pero él era el que lo hacía mejor. Marta llegó a conseguir que le hiciera algunos trabajos sencillos como transportar paquetes pequeños. Su juego más impresionante era construir pequeñas copias del montón piramidal de piedras que Marta utilizaba para guardar las partes que iba acabando de su diario. Marta nunca había dicho que aquél fuera su favorito, pero parecía sentir mucho afecto por él. Desapareció durante su última expedición, hacia el decimoquinto año.

«Jamás pondré tu nombre a ninguno de mis amigos, Lelya. Los pescadores no viven más de diez o quince años. Siempre es triste cuando desaparecen. Y no quiero tener que pasar por ello a causa de un pescador que se llame Yelén.»

A medida que iban pasando los años, Marta se concentró en el diario. Fue entonces cuando llegó a escribir millones de palabras. Tenía innumerables consejos que dar a Yelén. Había algunas revelaciones interesantes: había sido Phil Genet quien había persuadido a Yelén para que hiciera subir la burbuja de los Pacistas mientras los de NM estaban en tiempo real. Había sido Phil Genet el que había estado detrás del incidente del traspaleo de la ceniza. Genet argumentaba fundadamente que la clave del éxito consistía en la explícita intimidación de los tecno-min. Marta suplicaba a Yelén que no volviera a hacerle caso.

«Bastante van a odiarnos y a temernos, incluso si nos comportamos como santas.»

En las décadas centrales, difícilmente podía decirse que sus escritos fueran un diario, sino que más bien formaban una colección de ensayos, cuentos, poemas y fantasías. También ocupaba parte de su tiempo haciendo bocetos y pinturas. Había docenas de cuadros del lago circular y de la burbuja vistos bajo todas las iluminaciones posibles. Había paisajes que pintó a partir de los bocetos realizados durante sus viajes. Había retratos de muchos de los pescadores, así como de ella misma. En uno de ellos, la artista estaba arrodillada al borde del lago circular, sonriendo a su propia imagen que se reflejaba en las aguas mientras pintaba.

Wil se dio cuenta de que a pesar de que tenía períodos de depresión, de dolor físico y hasta en algunos momentos de terror, absoluto, la mayoría de las veces Marta se lo pasaba bien. Hasta llegó a explicarlo:

«Si me rescatan, todo esto resultará ser una diversión, unas cuantas décadas añadidas a los dos siglos que ya he vivido. Y si no me rescatan… bien, sé que has de regresar un día u otro. Quiero que sepas que te he echado mucho de menos, pero que también aquí había placeres. Conserva todos mis cuadros y mis poemas como evidencia de ello y como mi regalo para ti».

Aquello no era un regalo para W. W. Brierson. Trató de leerlo íntegramente, pero llegó una tarde en que no pudo seguir. Algún día tal vez leería lo que correspondía a aquellos años intermedios felices. Tal vez algún día, al igual que ella, podría reír y sonreír al hacerlo. Pero en aquellos momentos, no sentía más que una horrenda necesidad de seguir a Marta Qen Korolev en sus últimos años. Incluso cuando se saltaba partes de su acumulador de datos, se preguntaba qué le pasaba a él. Al contrario que Marta, él ya sabía cómo había de acabar todo aquello, pero no obstante, se empeñaba en volver a verlo a través de los ojos de Marta. ¿Había tal vez una parte loca en él que creía que por medio de la lectura de sus palabras iba a poder quitarle algo del dolor para sufrirlo él mismo?

Con mayor probabilidad se trataba de algo parecido a la reacción de su hija Anne a Los gusanos de dentro. Esta película había formado parte de una antología de films del siglo veinte que la chiquilla había recibido junto con su procesador de datos. Resultó que era una antología de películas de miedo de los años 1990. Los antiguos Estados Unidos de América estaban por entonces en la cúspide de su poder y riqueza, y por alguna perversa razón, en aquella misma década los temas sanguinolentos habían tenido una gran acogida. Wil se preguntaba si hubieran malgastado tanto tiempo inventando sangrías y heridas de haber sabido lo que les esperaba al llegar el siglo veintiuno; o tal vez era que temían un futuro parecido y todo aquello no era más que una de tantas formas de tocar madera. Fuera una cosa u otra, el caso es que Anne había salido corriendo de su habitación después del primer cuarto de hora, casi histérica. Destruyeron la cinta de vídeo, pero no consiguieron apartar aquel horror de su memoria. Sin que lo supieran Wil ni Virginia, compró otra copia y cada noche miraba un poco más de la película; sólo lo justo para volver a sentirse enferma. Posteriormente, reconoció que lo había hecho, a pesar de que cada vez aquello resultaba ser más horroroso, porque debía haber algo que sucedería después y que la compensaría por las heridas que ya había recibido. Desde luego, no existía tal redención. El final resultó ser mucho más imaginativamente grotesco que lo que ella había temido. Anne estuvo deprimida y algo irracional durante algunos meses después del episodio…

Wil sonrió. De tal hija, tal padre. Y él ni siquiera tenía la excusa de Anne, porque ya sabía cual era el final.

En sus últimos años, la vida de Marta fue cada vez más sombría. Había terminado su gran construcción: el letrero que debía dar aviso a cualquier monitor en órbita. Era un plan inteligente: había salido de la zona vitrificada para poder llegar hasta donde crecían algunas pseudojacarandas aisladas. Reunió todas las arañas que pudo coger en las telarañas, y se las llevó al terreno yermo. Por aquel tiempo ya había descubierto la relación que existía entre aquellas telas y la reproducción de los árboles y de las arañas. Colocó arañas y semillas en diez emplazamientos cuidadosamente escogidos a lo largo de una línea que pasaba por el centro de la zona vitrificada. En cada uno de ellos había una estrecha corriente de agua, y Marta había cortado una pequeña grieta en la superficie vítrea para desarrollar un buen suelo de cultivo. Durante los siguientes treinta años, las arañas y su obra efectuaron la mayor parte de la construcción. Las semillas extendieron un corto camino a lo largo de las corrientes de agua, pero no tanto como si se hubiera tratado de plantas ordinarias. Las arañas vieron las lejanas telarañas de sus congéneres, y miles de semillas fueron depositadas en la zona que las separaba, cada cual con su complemento de arañas aerotransportadas.

Al final de todo el proceso, tenía una gran flecha plateada y verde, que eventualmente llegó a alertar a un orbitador. Pero se presentó un problema relacionado con aquella línea de árboles. Rompieron el vitrificado del suelo e hicieron un puente de tierra de cultivo desde su base hasta el exterior. Las Jacarandas y las arañas eran unas defensoras acérrimas de su territorio, pero no eran perfectas, especialmente cuando operaban en poca anchura. Otras plantas infestaron los lados de su emplazamiento. Y con aquellas otras plantas llegaron los herbívoros.

«Aquellos bichitos me añadieron dos horas de trabajo diarias, Lelya. Y ya no puedo cultivar muchos de mis frutos favoritos.» Diez o veinte años en completo abandono podían considerarse un inconveniente, pero al cabo de treinta y cinco años, la salud de Marta empezó a fallar. Si tenía que luchar contra aquellos ladrones semejantes a los conejos, no tenía muy buenas perspectivas, ya que a la larga iba a perder.

«En la orilla más lejana del mar, dentro de un montón de piedras, dejé escritas algunas cosas muy locas. ¿No calculé que un humano desamparado podía vivir aproximadamente un siglo? Y después dije algo referente a ser conservadora y que esperaba durar sólo setenta y cinco años. ¡Qué risa!

»Mi pie nunca ha mejorado, Lelya. Ahora ando con una muleta, y no muy aprisa. La mayoría de las veces me duelen las articulaciones. Es gracioso lo que pasa cuando no te encuentras bien y cómo afecta esto a tu actitud y a tu noción del tiempo. Apenas si puedo creer que hubo un tiempo en que confiaba llegar al Canadá. O que sólo hace quince años que regularmente me iba de excursión fuera de la zona vitrificada. Lelya, bajar hasta la orilla del lago me representa un gran esfuerzo. Hace semanas que no lo he hecho, y creo que jamás podré volver a hacerlo. Pero tengo una cisterna para el agua de lluvia… y los pescadores siempre quieren venir a verme. Por otra parte, ya no me gusta ver mi imagen reflejada en el lago. Y ya no pinto más autorretratos, Lelya.

»¿Era así la vida para la humanidad, cuando no había cuidados médicos decentes? ¿Los sueños irrealizados, los horizontes que cada vez se hacen más pequeños? Debían de tener mucho coraje para hacer todo lo que hicieron.»


Dos años después.

«Hoy todo el vecindario se ha convertido en un infierno. Tengo una jauría de casi— perros acampada en la misma pared rocosa circular. Se parecen mucho a los que había en las minas, aunque éstos son menores. En realidad, son bonitos, son como cachorros grandes con las orejas puntiagudas. Me gustaría poder matarlos a todos. Vaya pensamiento impropio de Marta, de acuerdo, pero por su culpa, los pescadores se han alejado de mi cabaña. Mataron a Jaimito. Me he cargado a un par de estos pequeños asesinos con mi pica, y desde que lo he hecho me miran con recelo. Cuando me alejo de mi puerta llevo una pica y un cuchillo.» Marta pasó la mayor parte de su último año dentro de la cabaña. Fuera de ella, su jardín quedó arruinado, lleno de malas hierbas. Todavía quedaban algunas raíces comestibles y algunos vegetales, pero estaban desperdigados. Salir a recogerlos era una expedición tan arriesgada como antes lo había sido una expedición de cien kilómetros a pie. Los casi-perros se hicieron más atrevidos; giraban en círculos apenas más ancho que la longitud de su pica, atacando alguna vez hacia adentro. Marta tenía algunas pieles que probaban que todavía era la más rápida, pero esto no iba a durar mucho tiempo. Comía muy poco, y esto le dificultaba ir a buscar más comida… en fin: una espiral descendente.

Wil cambió de página en su pantalla y se encontró leyendo una escritura ordinaria escrita a máquina. Sintió que el estómago le caía hasta los pies. ¿Aquello era el final? ¿Una entrada ordinaria y después… nada más? Se obligó a leer las palabras. Era un comentario que procedía de Yelén: Marta había intentado evitar que la siguiente página pudiera leerse. Sus palabras habían sido borradas y encima había escrito una entrada posterior del diario.

—Dijiste que ibas a dejarme plantada si no te permitía verlo todo, Brierson. Bren, aquí lo tienes. Maldito seas.

Casi podía oír la amargura de las palabras de Yelén. Volvió a mirar la página.

«¡Oh Dios! Yelén, ayúdame. Si alguna vez me has querido, sálvame ahora. Estoy muriendo, muñéndome. No quiero morir. Oh, por favor, por favor, por favor.»

Volvió a pasar la página, y ya pudo ver la escritura familiar de Marta. Si había alguna diferencia, era que las letras estaban mucho mejor trazadas que de costumbre. La imaginaba en la oscura cabina, borrando pacientemente las palabras dictadas por su desesperación, y volviendo a escribir después encima, fría y analíticamente. Wil se secó la cara e intentó contener la respiración, porque una inhalación a fondo podía desencadenar sus sollozos. Leyó la anotación final de Marta.

«Querida Lelya, Supongo que el optimismo ha de acabar alguna vez, por ¡o menos aquí. He estado encerrada en mi cabaña durante diez días. Hay agua en la cisterna, pero se me ha terminado la comida. ¡Malditos perros, o lo que sean! Podría haber resistido otros veinte años. La ultima vez que salí, me mordieron terriblemente. Durante un tiempo había pensado hacer un alarde, y darles a probar mis diamantes, por última vez. Pero he cambiado de opinión, porque la última semana les vi atacar a un herbívoro. Era uno de los mayores, abultaba más que yo, y tenía un cuerno casi tan efectivo como mi pica. No pude verlo todo, sólo lo que ocurría delante de mi ventana, pero… Al principio parecía que estaban jugando. Le soltaban dentelladas, haciéndole escapar en círculos una vez tras otra, pero pude ver su sangre. Al final se debilitó y tropezó.

»Nunca me había dado cuenta, cuando atacaban a los animales pequeños, pero los perros no matan deliberadamente a sus presas. Solamente se las comen vivas, empezando generalmente por las entrañas. Aquel herbívoro era muy grande, y tardó bastante tiempo en morir.

»Y es por este motivo, que me quedo dentro. «Hasta siempre, hasta que me rescates» es lo que solía decirte. Supongo que ya no espero el rescate. Sí las observaciones están programadas una vez cada varias décadas (en el mejor de los casos), las probabilidades están en contra de que ocurra algo en los próximos días.

»Supongo que hace cuarenta años que estoy sola aquí. Me parece mucho tiempo, mayor que todo el resto de mi vida. ¿Será una manera generosa de la Naturaleza para aumentar las menguadas raciones de los mortales? Me acuerdo mejor de mis amigos pescadores que de los humanos. Desde mí ventana, puedo ver el lago. Si miraran hacia aquí, podrían ver que estoy aquí arriba. Pero lo hacen muy pocas veces. Pienso que la mayor parte de ellos no se acuerdan de mí. Ya hace tres años que les ahuyentaron de mi cabaña. Esto es casi una generación de los pescadores. El único que parece acordarse es mi último Juan Chanson. Este no grita tanto como mis otros Juanes. Casi siempre se queda por ahí, tomando el sol… Acabo de mirar por la ventana. Ahora está ahí; creo que se acuerda.»

La escritura había cambiado. Wil se preguntaba cuántas horas o días habían transcurrido entre uno y otro párrafo. Las líneas nuevas estaban tachadas, pero la magia de Yelén había hecho posible leerlas:

«Acabo de acordarme de una palabra rara: Tafonomía. Hace mucho tiempo podía convertirme en experta en un tema con sólo recordar su nombre. Ahora… todo lo que sé… es que es el estudio de los lugares mortuorios, ¿no es así? Un montón de huesos es todo lo que dejan estas criaturas mortales… y sé que los huesos se desperdigan muy aprisa. Pero esto no ocurrirá con los míos. Los míos se quedarán encerrados aquí. Estaré aquí mucho tiempo, mis escritos se alargarán… Lo siento.» Le habían faltado las fuerzas para borrar las palabras. Había un trozo en blanco y después su escritura se volvió regular, y cada letra estaba trazada cuidadosamente.

«Tengo la impresión de que estoy diciendo cosas que ya he escrito antes, cuando no eran más que posibilidades. Ahora ya son realidades. Tengo la esperanza de que hayas encontrado todos mis anteriores escritos. Traté de poner allí todos los detalles, Lelya. Quiero que tengas algo a que dedicarte, querida. Nuestros planes todavía pueden realizarse. Cuando sucede esto, nuestros sueños están vivos. «Tú eres, como siempre, mi más querida amiga, Lelya.» Marta no había acabado la anotación con su acostumbrada rúbrica. Tal vez había pensado seguir después. Mucho más abajo, había una serie de trazos inconexos. Por medio de un ejercicio de imaginación, se podía suponer que eran las letras mayúsculas AMO. Y aquello era todo.

No importaba; Wil ya no leía más. Tenía la cara entre las manos, sollozando hasta perder las respiración. Aquella era la versión real de su sueño azul; pero de éste jamás podría despertar.

Transcurrieron unos segundos. El azul se convirtió en el rojo de la rabia, y Wil se puso en pie. Alguien había hecho aquello a Marta. W. W. Brierson había sido raptado y separado de su familia y de su mundo, lanzándolo a uno nuevo. Pero el crimen de Derek Lindemann era un pescadillo, comparado con lo que le habían hecho a Marta, daba risa y apenas si merecía la atención de Wil. Alguien la había separado de sus amigos, de su amor, y después había ido exprimiendo su vida, año a año, gota a gota.

Alguien debía pagar por todo ello con su muerte. Wil se tambaleó al atravesar la habitación, buscando. En lo profundo de su mente, un fragmento racional miraba maravillado cómo sus sentimientos podían llegar tan hondo que realmente podía salir corriendo como loco enamorado. Y hasta este fragmento de lucidez fue tragado por el resto.

Algo le golpeó. Una pared. Wil devolvió el golpe y notó la satisfacción del dolor que le corría por el puño. Mientras apartaba su brazo de la pared, vio que algo se movía en la habitación de al lado. Corrió hacia aquello, que a su vez corría hacia él. Golpeaba una y otra vez. El cristal volaba en todas direcciones.

Ya estaba al sol, y de rodillas. Wil notó un frío penetrante en la nuca. Suspiró y se quedó sentado. Estaba en la calle, rodeado de cristales rotos y lo que parecían ser los restos de la pared de su cuarto de estar. Miró hacia arriba. Yelén y Della estaban de pie al lado del montón de cascotes. No las había visto juntas y en persona hacía muchas semanas. Debía tratarse de algo importante.

—¿Qué ha sucedido?

Era algo raro. Le dolía la garganta como si se hubiera desgañitado.

Yelén saltó por encima de un madero caído y se inclinó para mirarle. Detrás de ella, Wil vio que había dos grandes voladores, y al menos seis autones estaban suspendidos en el aire por encima de las dos mujeres.

—Esto es lo que nos gustaría saber, inspector. ¿Te ha atacado alguien? Nuestros guardias han oído gritos y ruido de lucha.

… y con cierta frecuencia hacía una gran ostentación de chillidos corriendo por allí y golpeándose los flancos. Marta había acertado al dar nombre a sus pescadores. Wil se miró las manos ensangrentadas. El tranquilizador que Yelén había empleado sobre él era rápido efecto. Podía pensar y recordar, pero las emociones quedaban apagadas, convertidas en algo distante y acallado.

—Yo… estaba leyendo el final del diario de Marta. Me dejé llevar por la emoción.

—¡Oh!

Los pálidos labios de Korolev se apretaron. ¿Cómo era posible que fuese tan fría? Con toda seguridad, a ella le había pasado lo mismo. Entonces Wil recordó que Yelén había pasado sola un siglo con el diario y los montones de piedras. En el futuro, iba a resultarle mucho más fácil comprender su severidad.

Della dio unos pasos y se acercó. Sus botas crujían al pisar los trozos de cristal. El traje de Della era completamente negro, algo parecido al de un policía estatal del siglo veinte. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho. Sus ojos oscuros estaban tranquilos y distantes. Sin duda, su actual personalidad estaba de acuerdo con su manera de vestir.

—Sí. El diario. Es deprimente. Tal vez deberías buscar otras cosas para leer en tus momentos de ocio.

Este comentario debería haber hecho algún efecto sobre su presión sanguínea, pero Wil no notó nada.

Yelén fue más explícita.

—No sé por qué te empeñas en perder el tiempo con los asuntos personales de Marta, Brierson. Ella ya nos contó al principio todo lo que sabía del caso. Lo demás es algo que no debe importarle a tu maldita curiosidad.

Se miró las manos y un pequeño robot se posó. Wil sintió que algo frío y suave trabajaba entre sus dedos. Yelén suspiró.

—Está bien. Creo que lo entiendo; tú y yo nos parecemos mucho. Y todavía te necesito… Tómate un par de días de descanso y recupérate —y dicho esto, se dirigió a su aparato volador.

—Pero, Yelén —dijo Della—. ¿Vamos a dejarle solo?

—Desde luego que no. Estoy desperdiciando aquí seis autones suplementarios.

—Quiero decir que, cuando desaparezcan los efectos del QuitaPenas, Brierson va a sentirse muy angustiado.

Algo destelló en sus ojos. Pareció intrigada durante unos momentos, buscando a lo largo de nueve mil años de recuerdos, o a lo largo de lo que era más importante, de nueve mil años de puntos de vista.

—Cuando una persona es así ¿es que no necesita a alguien que le ayude… alguien que le… eso… abrace?

—¡Hey! ¡A mí no me mires!

—Está bien —sus ojos volvían a estar en calma—. No era más que una idea.

Las dos se fueron.

Wil contempló sus aparatos voladores cuando desaparecieron por encima de los árboles. Alrededor de él, los cristales rotos eran eliminados por una aspiradora, y las paredes destrozadas eran sacadas de allí. Ya notaba que sus manos estaban cálidas y confortables. Se quedó sentado en la calle, en paz. Después, cuando sintiera hambre, ya entraría en la casa.

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