3

Las cosas habían cambiado a la mañana «siguiente». Al principio los cambios eran los que Brierson había esperado.

Habían desaparecido la monótona ceniza y el cielo sucio. La aurora llenaba su cama de luz solar: podía ver una cuña de azul por entre las hojas verdes de los árboles. Wil se despertó lentamente, aunque algo dentro de él seguía diciéndole que todo era un sueño. Cerró los ojos, volvió a abrirlos y miró fijamente hacia la luz.

—Lo consiguieron. Por Dios, realmente lo consiguieron.

Saltó de la cama y se vistió. En realidad, no debía estar sorprendido. Las Korolevs habían anunciado su plan. En algún momento de las primeras horas del día, después de que la fiesta de los Robinson hubiera concluido y cuando hubieron comprobado que todo el mundo estaba seguro en su casa, habían emburbujado todos y cada uno de los edificios de la colonia. A lo largo de siglos sin cuento se habían emburbujado hacia adelante, saliendo del estasis sólo unos pocos segundos cada vez, lo suficiente para comprobar si la burbuja de los Pacistas había explotado.

Wil bajó corriendo las escaleras, más allá de la cocina. El desayuno podía saltárselo. Sólo con ver el verde y el azul, y la luz límpida del sol ya se sentía como un muchacho en Navidad. Ya estaba fuera, de pie a la luz del sol. La calle había desaparecido casi por completo. Las pseudojacarandas habían brotado a través de su superficie. Sus flores más bajas crecían un metro por encima de su cabeza Familias de arañas huían sobre las hojas. El enorme montón de ceniza que habían formado él, los Dasguptas y lo demás, había desaparecido, lavado por cien (¿o serían mil?) estaciones lluviosas. La única señal de la antigua con laminación estaba alrededor de la casa de Wil. Un arco circular marcaba la intersección entre el campo de estasis y el terreno. Más allá del arco todo era verdor y crecimiento; en el interior todo estaba cubierto de ceniza gris, y los árboles y las plantas se estaban muriendo.

A medida que Wil deambulaba por el bosque joven en que se había convertido la calle, la irrealidad de la escena fue penetrando gradualmente en él. Todo estaba vivo pero allí no había ningún otro humano, ni siquiera un robot. ¿Acaso todos se habían levantado antes, en el mismo momento en que la burbuja explotó?

Anduvo hasta la casa de los Dasguptas. Escondido a medias por la maleza, vio alguna cosa negra y grande que iba hacia él: su propio reflejo. Los Dasguptas todavía estaban en estasis. Los árboles habían nacido hasta el borde de su burbuja. Telas de araña irisadas flotaban a su alrededor, pero la superficie estaba incólume. Ni las enredaderas ni las arañas podían hacer nada contra aquella lisura especular.

Wil echó a correr por el bosque mientras el pánico hacía presa en él. Entonces ya sabía lo que debía buscar, resultaban fáciles de descubrir: la imagen del sol brillaba en dos, tres, media docena de burbujas. Sólo había explotado la suya. Miraba los árboles, los pájaros y las arañas. La escena ya no era tan placentera como antes. ¿Cuánto tiempo podría vivir sin civilización? Los demás podían salir de sus estasis al cabo de unos momentos o de centenares de años, o de millares: no había modo de saberlo. Entretanto Wil estaba solo, tal vez era el único hombre vivo sobre la Tierra.

Abandonó la calle y ascendió por una cuesta entre los árboles más viejos. Desde la parte alta debería poder ver algunas de las fincas de los viajeros avanzados. El miedo le agarrotaba la garganta. El sol y el cielo se vislumbraban por entre el verdor de las colinas; había burbujas donde deberían estar los palacios de Juan Chanson y de Phil Genet. Miró hacia el sur, hacia el Castillo Korolev.

¡Había espirales, doradas y verdes! ¡Allí no había ninguna burbuja!

Y en el aire, por encima del castillo, vio tres puntos: eran voladores, que se desplazaban rauda y directamente hacia él, como los antiguos cazas en una pasada de ataque. Al cabo de unos segundos el tercero estuvo sobre él. El volador del centro descendió y le invitó a entrar en la cabina de pasajeros.

Ascendió oblicuamente sobre el terreno. Por unos momentos tuvo la visión del Mar Interior, azul pero con sus orillas envueltas en bruma. Había burbujas alrededor de las fincas de los avanzados y alrededor del barrio de la ciudad de los NM. Hacia el oeste había algunas muy grandes. ¿Estarían alrededor de las fábricas automáticas? Todo estaba en estasis excepto la finca de las Korolev. Ya estaba encima del castillo y descendía rápidamente. Los jardines y las torres no habían cambiado, pero un enorme círculo marcado por un sutil pero brusco cambio en el tono verde del bosque circunscribía la finca. Al igual que él, las Korolevs habían estado en estasis hasta hacía poco. Por alguna razón habían dejado emburbujados a los demás. Por alguna razón, querían hablar en privado con W. W. Brierson.

La biblioteca de las Korolev no tenía librerías cargadas con cartuchos de datos ni con libros de papel y tinta. Los datos podían tenerse en cualquier otra parte; la biblioteca era un lugar para estar sentado y pensar (con los adecuados aparatos auxiliares), o también para mantener una pequeña reunión. Las paredes estaban llenas de ventanas de holovisión que permitían ver la zona de campo de los alrededores. Yelén Korolev estaba sentada ante una gran mesa de mármol, en el centro de ella. Hizo una seña a Wil para que fuera a sentarse a su lado.

—¿Dónde está Marta? —preguntó Brierson automáticamente.

—Marta está… muerta, Inspector Brierson —la voz de Yelén era todavía más baja de lo habitual—. Asesinada.

Parecía que el tiempo se hubiera detenido. ¿Marta, muerta? Había recibido heridas de bala que le habían causado menos dolor físico que aquellas palabras. Abrió la boca, pero las preguntas no acudían a ella. En cualquier caso, era Yelén quien quería preguntar.

—Y quiero saber qué tienes que ver tú en esto, Brierson.

Wil movió su cabeza hacia los lados, más en señal de confusión que de negativa.

Ella dio una palmada sobre la mesa de mármol.

—¡Despierta ya, caballero! Te estoy hablando. Eres la última persona que la vio viva. Ella había rechazado tus proposiciones. ¿Valía la pena que la mataras sólo por eso, Brierson? ¿Valía la pena realmente?

La insensatez de la acusación devolvió a Wil a la realidad. Miró a Yelén, y vio que ella estaba mucho peor que él. Al igual que Marta, Yelén Korolev había crecido en el Hainan del siglo veintidós. Pero Yelén no tenía la menor traza de sangre china. Era descendiente de los rusos que habían escapado de la China Central después de la derrota de 1997. Sus claras facciones eslavas eran normalmente frías, y algunas veces ofrecían un humor irónico. Aquellas facciones eran tan suaves como siempre, pero la mujer seguía frotándose la mejilla, y su dedo índice no cesaba de trazar el perfil de sus labios. Estaba en un estado de shock, con los ojos desviados, unos ojos que Wil sólo había visto antes en dos ocasiones, y en ambas habían anunciado una muerte repentina. Por el rabillo del ojo vio que uno de los robots de protección flotaba hasta el lado más apartado de la mesa, para mantenerla ampliamente distanciada de su objetivo.

—Yelén —dijo por fin, tratando de que su voz fuera serena y razonable—, hasta este mismo momento no sabía lo de Marta. Me gustaba… la respetaba más que cualquiera de los otros de la colonia. Jamás habría podido causarle daño.

Korolev le miró durante un largo instante, y después soltó un entrecortado suspiro. La impresión de tensión mortal había disminuido.

—Ya sé lo que intentaste hacer aquella noche, Brierson. Sé cómo intentabas pagar nuestra caridad. Siempre odiaré las agallas que tuviste aquella noche… Pero sé que dices la verdad respecto a una cosa: no existe la más remota posibilidad de que tú o cualquier otro tecno-min pudiera haber matado a Marta.

Le miraba fijamente, recordando la colaboradora que había perdido o tal vez estaba comunicando con la cinta de su cabeza. Cuando volvió a hablar, su voz era más suave, casi perdida.

—Tú fuiste un policía, en un siglo donde el asesinato era todavía una cosa muy corriente. Hasta llegaste a ser famoso. Cuando era muy joven, leí todo lo que se refería a ti… Haré cualquier cosa para atrapar al asesino de Marta, inspector.

Wil se inclinó hacia adelante.

—¿Yelén, qué sucedió? —dijo suavemente.

—Fue… fue abandonada, se la dejó fuera de todas nuestras burbujas.

Por un momento, Wil comprendió. Después recordó que hacía poco había paseado por la calle desierta preguntándose si se encontraba solo, preguntándose cuántos años deberían pasar hasta que se abrieran las otras burbujas. Antes había creído que ser secuestrado en el futuro era el crimen más terrible que podía cometerse con las burbujas, pero ahora se daba cuenta de que ser abandonado en un presente vacío podía ser igualmente horroroso.

—¿Cuánto tiempo estuvo sola, Yelén?

—Cuarenta años. Sólo cuarenta malditos años. Pero no tuvo cuidados sanitarios. No tuvo robots. Sólo tuvo la ropa que llevaba puesta. Me siento orgullosa de ella. Aguantó cuarenta años. Sobrevivió al desierto, a la soledad, a su propio envejecimiento. Durante cuarenta años. Y casi lo logró. Otros diez años… —su voz se quebró y se tapó los ojos—. Vuelve atrás, Korolev —dijo—. Sólo los hechos.

»Ya sabes que hemos de viajar hasta que llegue el momento en que la burbuja de los Pacistas se abra. La noche de la fiesta, habíamos planeado viajar a través del tiempo. Cuando todo el mundo estuviera bajo techo, empezaríamos a dar saltos de burbujas de tres meses. Cada tres meses las burbujas explotarían y nuestros sensores necesitarían sólo unos microsegundos para comprobar las cámaras automáticas y ver si los Pacistas seguían estando en estasis. Si era así, automáticamente nos emburbujaramos durante otros tres meses. Aunque hubiésemos de esperar cien mil años, todo lo que habríamos visto sería más o menos un segundo de película y de relámpagos.

»Pues bien. Este era el plan, pero lo que sucedió fue que el primer salto fue de cien años para todos los que estaban en el espacio próximo a la Tierra. Los otros viajeros avanzados habían estado de acuerdo en seguir nuestro programa. También estaban en estasis. La diferencia entre tres meses y cien años fue insuficiente para que sus programas de control diesen la alarma. Marta estaba sola. Cuando se hubo convencido de que el intervalo de salto entre las observaciones era mayor de tres meses, se dirigió andando alrededor del Mar Interior, hacia la burbuja de la Autoridad Pacista.

Era un paseo de dos mil quinientos kilómetros.

Yelén observó el asombro en la cara de él.

—Somos supervivientes, inspector. No hubiéramos llegado hasta aquí si dejáramos que las dificultades nos hicieran desistir. De todas formas, el área que rodea la burbuja de los Pacistas es todavía una llanura vitrificada. Le costó décadas hacerlo, pero dejó una señal allí.

La ventana que estaba detrás de Yelén se convirtió de repente en una vista desde el espacio. Desde aquella distancia, la burbuja no era más que un destello de luz solar con una sombra puntiaguda. Una línea negra irregular se extendía a partir de allí hacia el Norte. Aparentemente, la fotografía había sido tomada a la hora local de la puesta de sol y la línea negra era la sombra del monumento de Marta. Debía tener una altura de varios metros y docenas de kilómetros de longitud. La imagen sólo duró unos segundos: el espacio de tiempo que Yelén lo estuvo recordando.

—Es posible que tú no lo sepas, pero tenemos muchos equipos en las zonas de Lagrange. Parte de ellos están en estasis de kiloaños. Otros vigilan con un período de décadas. Ninguno de ellos vigila cuidadosamente el terreno… pero esta estructura lineal fue lo bastante importante para hacer accionar un monitor de alta sensibilidad. Eventualmente los robots enviaron un aterrizador para que investigara… pero llegaron unos cuantos años tarde.

Wil hizo esfuerzos para que su mente no se detuviera en pensar lo que el aterrizador pudo encontrar allí. Dio gracias a Dios porque la imaginación de Yelén no lo hizo aparecer en las ventanas.

Pero había que seguir un método.

—¿Cómo pudo pasar esto? Estaba convencido de que ni un antiguo ejército podía derribar la seguridad de los autones de vuestro hogar.

—Es cierto. Ningún tecno-min podía allanarla. A primera vista, ni los viajeros avanzados podrían hacerlo: es posible vencer a un tecno-max, pero para ello harían falta unas batallas muy duras. Fue un sabotaje. Y creo saber cómo sucedió. Alguien utilizó nuestras comunicaciones con el exterior para hablar con nuestros sistemas de programación de horarios, que no eran todo lo seguros que deberían haber sido. Marta fue excluida de la lista de comprobación final y el período del primer salto se programó en cien años en vez de lo previsto en el plan original de observaciones. El asesino tuvo suerte: si hubiera dispuesto un tiempo algo más dilatado, se habrían disparado alarmas de todas clases.

—¿Podría repetirse?

—No. El que lo hizo sabía mucho, Brierson. Pero básicamente se aprovechó de un fallo. Este fallo ya no existe, y ahora extremo mis precauciones sobre el modo en que mis máquinas aceptan las comunicaciones exteriores.

Wil asintió. Aquello era de un siglo después del suyo, aunque su especialidad hubiera sido la computación forense. No podía hacer otra cosa que aceptar su palabra de que en lo sucesivo ya no habría más peligro de aquella clase de asesinato. Wil se había especializado más en el aspecto humano; y por tanto, preguntó:

—Motivo. ¿Quién podía desear la muerte de Marta?

La risa de Yelén era amarga.

—Mis sospechosos.

Las ventanas de la biblioteca se convirtieron en un mosaico de imágenes de la población de la colonia. Algunos de ellos sólo aparecían en pequeñas fotografías (todos los Neo Mejicanos ocupaban un solo panel). Otros, Brierson por ejemplo, merecían un espacio mayor.

—Casi cualquiera pudo haberse sentido agraviado por nosotras. Pero los tipos del siglo veintiuno, como tú, no disponéis de los fundamentos técnicos para hacer una cosa así, por más atractivo que pudiera parecerles el asunto —miró a Wil—. Tú no estás en la lista.

Las imágenes de los tecno-min desaparecieron de las ventanas. Las restantes se quedaron destacando sobre el panorama como si fueran carteles anunciadores. Eran todos los viajeros avanzados (exceptuando a Yelén): los Robinson, Juan Chanson, Mónica Raines, Philippe Genet, Tung Blumenthal, Jason Mudge y la mujer que Tammy decía que era una espacial.

—¿Preguntas el motivo, Inspector Brierson? No me atrevo a pensar ningún otro que no fuera la destrucción de nuestra colonia. Una de estas personas quiere que la Humanidad se extinga definitivamente. O, lo que tal vez sea más verosímil, quiere dirigir su propia función con la gente que nosotras hemos rescatado; probablemente ambas hipótesis llevan al mismo sitio.

—Pero, ¿por qué Marta? Al matarla dejo ver sus intenciones, sin…

—¿Sin anular el Plan Korolev? No lo entiendes, Brierson —se pasó la mano por el pelo rubio y miró fijamente hacia la mesa—. Creo que ninguno de vosotros lo entiende. Ya sabes que soy ingeniero. También sabes que soy testaruda y que he tenido que tomar muchas decisiones impopulares. El plan nunca hubiera podido llegar tan lejos sin mí. Pero lo que no sabes es que Marta era el cerebro que estaba detrás de todo esto. Cuando estábamos en la civilización, Marta era Directora de Proyectos, una de las mejores. Todo esto lo había proyectado incluso antes de que dejáramos la civilización. Pudo prever que la tecnología y la gente se dirigían a una especie de singularidad en el siglo veintitrés. Realmente quería ayudar a la gente que anduviera perdida por el tiempo.

»…Ahora hablemos de la colina. Para conseguir que tuviera éxito era imprescindible un genio especial como era ella. Sé cómo hacer funcionar los aparatos, y puedo llegar más lejos que cualquiera que juegue limpio. Pero ahora que no contamos con Marta todo puede fracasar. Aquí somos muy pocos, y hay demasiadas envidias entre nosotros. Creo que el asesino ya debía de saber todo esto.

Wil asintió, algo sorprendido de que Yelén reconociera tan abiertamente sus propias limitaciones.

—Voy a tener mis manos muy ocupadas, Brierson. Tengo la intención de emplear algunas décadas de mi vida en prepararme para el tiempo en que los Pacistas salgan y ayuden a la colonia. Si quiero que el sueño de Marta tenga éxito, no puedo permitirme el lujo de usar mi propio tiempo para perseguir a su asesino. Pero quiero coger a este asesino, Brierson. Algunas veces… algunas veces noto como si estuviera algo loca. Ansío cogerle. Te ayudaré hasta el límite de lo razonable en este asunto, ¿quieres encargarte de este caso?

Habían pasado cincuenta megaaños, y todavía había un trabajo para Wil Brierson.

Había algo obvio que debía pedir, algo que no dudaría en exigir si había que volver a la civilización. Miró el autón de Yelén, que se cernía sobre el extremo de la mesa. Bien… sería mejor que esperar a tener testigos. Y que fueran poderosos. Por fin dijo:

—Necesito medios personales de transporte. Y también protección física. Algunos medios para comunicarme públicamente con toda la colonia. Quiero que todos me ayuden en este problema.

—Esto está hecho.

—También voy a necesitar vuestras bases de datos, por lo menos aquellas que se refieran a la gente de la colonia. Necesito saber dónde y cuándo nació cada uno, y exactamente cómo fueron emburbujados después de la Extinción.

Los ojos de Korolev se estrecharon.

—¿Es para tu venganza personal, Brierson? El pasado murió. No quiero que crees problemas con antiguos enemigos tuyos. Por otra parte, los tecno-min no son sospechosos; no es necesario que andes husmeando entre ellos.

Wil sacudió su cabeza. Igual que en tiempos pasados: los clientes querían decidir qué debía ver el profesional.

—Tú eres una tecno-max, Yelén. Pero vas a utilizar un tecno-min, precisamente a mí. ¿Qué te hace pensar que el enemigo no tiene sus propios cómplices? Gente como Steve Fraley son ahora los títeres, pero se mueren de ganas de ser los titiriteros. Enfrentar a Korolev contra su enemigo sería un juego que le gustaría al Presidente de Nuevo Méjico.

—Humm. De acuerdo. Tendrás las bases de datos, pero pondremos en clave lo de tu secuestro.

—Además quiero la misma interfaz de alta velocidad que tú usas.

—¿Sabes utilizarla? —Su mano rozó distraídamente la cinta de cabeza. —Uh, no.

—En este caso, olvídate de ello. Los modelos modernos son mucho más fáciles de usar que los de tu época, pero yo crecí con uno y todavía no puedo visualizar correctamente con él. Si no empiezas cuando eres niño, pueden pasar años sin que logres dominarlo.

—Mira, Yelén. El tiempo es la única cosa de la que no carecemos. Sólo Dios sabe cuantos miles de años faltan para que los Pacistas aparezcan y tú vuelvas a asentar la colonia. Aunque yo tardara cincuenta años en aprender, no importaría mucho.

—El tiempo es algo que tú no tienes, caballero. Si te pasas un siglo condicionándote para este trabajo, perderás tu perspectiva, que es lo que valoro en ti.

Ella se apuntó aquel tanto. Él recordaba que a Marta le había caído mal la propaganda de Robinson.

—No hay duda —continuó ella— de que existen aspectos de técnica elevada en este asesinato. Es posible que sean los aspectos más importantes. Pero ya tengo ayuda experta en este campo.

—Oh. ¿Alguien en quien puedes confiar entre los tecno-max? —Hizo un ademán con su pulgar señalando a las borrosas caras de las paredes. Korolev sonrió levemente.

—Alguien de quien puedo desconfiar menos que de los demás. No lo olvides nunca, Brierson, mis dispositivos te estarán vigilando total y continuamente —estuvo pensando unos momentos—. Esperaba que ella regresara a tiempo para esta conversación. Es de la que menos se puede suponer un motivo. En todos estos megaaños jamás se ha entrometido en nuestras pequeñas maquinaciones. Los dos vais a trabajar juntos. Confío en que vuestras habilidades se complementarán. Ella conoce la tecnología, pero es algo… rara.

Yelén se calló de nuevo. Wil se preguntaba si llegaría a acostumbrarse a aquella silenciosa comunión entre humanos y máquinas.

Percibió un movimiento en su visión periférica. Wil se volvió y vio a una tercera persona que se sentaba a la mesa. Era la mujer espacial. No había podido oír que la puerta se abriera ni pisadas… Después vio que estaba sentada pero apartada de la mesa, y que su asiento estaba ligeramente desviado de la vertical. Aquel holo era mucho mejor que cualquiera que hubiera podido ver antes.

Saludó solamente con la cabeza a Yelén.

—Señora Korolev. Todavía me hallo en una órbita elevada, pero si usted quiere, podemos hablar.

—Bien. Quería presentarle su compañero —sonrió a causa de algún chiste privado—. Señora Lu, este es Wil Brierson. Inspector Brierson, Della Lu.

Wil había oído antes aquel nombre, pero no podía recordar exactamente cuándo. La pequeña asiática aparecía casi igual a como se había presentado en la fiesta. Supuso que sólo había estado fuera del estasis unos pocos días, ya que su cabello era la misma oscura pelusa que antes.

Lu miró a Korolev durante algunos segundos después de la presentación y luego se volvió hacia Brierson. Si el retraso no era una afectación, sería debido a que estaba más allá de la luna.

—He leído muchas cosas buenas acerca de usted, inspector —dijo e inició una sonrisa que no involucraba a sus ojos; hablaba cuidadosamente, cada palabra era algo aislado, pero aparte de esto, su lenguaje era muy parecido al dialecto Norte Americano de Wil.

Antes de que Brierson pudiera contestar, Korolev dijo:

—¿Hay algo sobre nuestros primeros sospechosos, señora Lu?

Otra pausa que duró cuatro latidos.

—Los Robinson no quisieron detenerse.

Las ventanas de la biblioteca mostraban una vista desde el espacio. En una dirección, Wil podía ver un brillante disco azul y otro gris de luminosidad menos intensa: la Tierra y la Luna. A través de la ventana que estaba detrás de Lu aparecía suspendida una burbuja en cuya superficie se reflejaba el sol, la tierra y la luna. La esfera estaba rodeada por una estructura metálica en forma de tela de araña, que en determinados lugares se hinchaban formando estructuras más sólidas. Docenas de pequeñas bolas de plata circulaban en órbitas lentas alrededor de la central. Cada unos pocos segundos, las burbujas se desvanecían, y eran sustituidas por otra mucho mayor que incluía hasta la superestructura de tela de araña. Se produjo un destello de luz, y la escena volvió a su primera fase.

—Cuando pude alcanzarles, estaban fuera de la antigravedad y usaban impulsos de propulsión. Su frecuencia de destellos era constante. Resultó muy fácil seguirles.

Quack, quack. Por unos momentos, Wil estuvo completamente perdido. Después supo que estaba viendo un impulso de cabezas nucleares, desde muy cerca. La idea era tan simple que había sido puesta en práctica incluso en su tiempo: no había más que lanzar una bomba, ponerse en estasis durante unos pocos segundos mientras explotaba y daba un poderoso empuje. Cuando se salía del estasis, se lanzaba otra bomba y se iba repitiendo el proceso. Desde luego esto resultaba mortal para los que estaban cerca. Para poder conseguir aquellas fotografías, Della Lu, debía de haber igualado exactamente el ciclo de emburbujamientos, y utilizado sus propias bombas para no quedarse atrás.

—Advierta que cuando la burbuja de desplazamiento explota, inmediatamente generan otra burbuja menor dentro de su marco de defensa. Es una batalla que requiere miles de años de tiempo exterior para llegar a su fin.

Los objetos que están en estasis tienen una protección absoluta frente al mundo exterior. Pero llega un momento en que las burbujas explotan: si la duración ha sido corta, tu enemigo está todavía esperando, preparado para disparar. Si la duración fuese larga, tu enemigo podría hacer caer tu burbuja al sol: una protección absoluta acabaría en una catástrofe absoluta. Aparentemente, los viajeros avanzados utilizan una jerarquía de luchadores autónomos, que entran y salen del tiempo real. Mientras estaban en tiempo real, sus procesadores decidieron la duración del siguiente emburbujamiento. Los dispositivos de período más corto estaban en sincronismo con los de períodos más largos, pasándose las conclusiones a través de una cadena de mandos. En lo más alto, la burbuja de mando de los viajeros, podía tener un período relativamente largo.

—¿Es decir, que pudieron escapar?

Una interrupción debida al tiempo y a las profundidades estelares: Pausa, pausa, pausa, pausa.

—No del todo. Proclamaron su inocencia y dejaron un rehén para demostrar su buena fe.

Una de las ventanas se iluminó con la imagen de Tammy Robinson. Parecía más pálida que de costumbre. Wil tuvo un arrebato de ira contra Don Robinson. Podría ser una jugada inteligente, pero ¿qué clase de persona deja a su hija quinceañera para que se enfrente a una investigación por asesinato? Lu prosiguió:

—Está conmigo. Aterrizaremos dentro de sesenta minutos.

—Está bien, señora Lu. Me gustaría que usted y Brierson la interrogaran entonces — detrás de las ventanas, los bosques sustituyeron a lo negro y lo brillante del espacio—. Quiero que consigan ustedes su historia antes de que se marchen a reestablecer la Ciudad Korolev.

Wil observó a la espacial. Era rara, pero parecía competente. Y era uno de los testigos más poderosos que podía conseguir. No se preocupó del autón de Yelén e intentó poner en su voz una nota de confianza perentoria cuando dijo:

—Hay otra cosa, Yelén.

—¿Y bien?

—Necesitamos una copia íntegra del diario.

—\Vaya!… ¿Qué diario?

—El que Marta llevó durante todos los años en que estuvo abandonada.

La boca de Yelén se mantuvo cerrada, porque se dio cuenta de que él podría estar faroleando, pero que ella ya había perdido aquella mano. Wil mantuvo los ojos fijos en Yelén, pero vio que el autón se elevaba: allí había alguien más que se tiraba faroles.

—No es asunto tuyo, Brierson. Lo he leído. Marta no sabía quién la había dejado abandonada.

—Tengo ganas de leerlo, Yelén.

—¡Pues te las aguantas! —se levantó a medias de su asiento, después se volvió a sentar—. Eres la última persona a quien dejaría que se entrometiera en la vida privada de Marta… —Se volvió hacia Lu—. Tal vez le muestre a usted algunas partes.

Wil no dejó que la espacial contestara.

—No. Allí, en el tiempo de donde procedo, la ocultación de pruebas se consideraba un crimen, Yelén. Aquí esto puede parecer algo sin sentido, pero si no me das este diario completo y todo lo que esté asociado con él, dejo el caso, y voy a pedir a Lu que también lo deje.

Yelén tenía los puños apretados. Empezó a hablar, se detuvo. Un temblor débil se notaba en su cara. Finalmente dijo:

—Está bien, lo tendrás. ¡Pero ahora aparta de mi vista!

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