21

Yelén le dio los dos días de permiso que le había prometido y hasta llegó a sacar los autones de su casa. Cuando se acercaba a alguna de las ventanas, podía ver algo que se cernía justo debajo del antepecho. No le cabía la menor duda de que acudiría velozmente a la menor señal de comportamiento anormal. Wil se esforzó al máximo para no dar tal señal. Realizó todas sus investigaciones alejado de las ventanas; Yelén podía interpretar su vuelta al diario como un mal sistema de recuperarse.

Pero en aquel momento, Wil no estaba leyendo el diario. Estaba usando toda la (débil) automatización de que disponía para estudiarlo.

Cuando Yelén se presentó con la lista de lugares que debía visitar y de los tecno-min con los que debería hablar, Wil le suplicó. Cuarenta y ocho horas no eran suficientes. Necesitaba más descanso para evitar pensar en los problemas del caso.

Esta táctica le proporcionó una semana de silencio ininterrumpido, lo que probablemente bastaría para exprimir las últimas claves de la historia de Marta y sería tiempo suficiente para preparar su estrategia. Al séptimo día Yelén volvía a estar en el holo.

—Ya no acepto más excusas, Brierson. He hablado con Della. ¿La gran experta en relaciones humanas? —pensó Wil.

—No creemos que estés haciendo el menor esfuerzo por ayudarte a ti mismo. Por tres veces los Dasguptas han intentado hacerte salir de tu casa, y les has apartado de ti de la misma manera que has hecho conmigo. Creemos que tu «recuperación» no es más que un ejercicio de autocompasión. Por tanto —sonrió fríamente—, se te han terminado las vacaciones.

Una luz empezó a parpadear en la base de su acumulador de datos.

—Acabo de enviarte un informe de la reunión que organizó Fraley anteayer. Tengo su discurso y la mayor parte de las conversaciones que están relacionadas con ella. Como de costumbre, me faltan los matices. Quiero que tú…

Wil resistió el impulso de enderezar sus hombros caídos; daba igual que su plan se iniciara entonces.

—¿Hay alguna señal de interferencia de los tecno-max?

—No. Casi no necesito tu ayuda para poder descubrir una cosa así, pero…

Entonces el resto apenas si interesa. Pero no lo dijo en voz alta. Por lo menos, no entonces.

—De acuerdo, Yelén. Considérame ya de vuelta de mi permiso por motivos psicológicos.

—Bien.

—Pero antes de que salga a perseguir a ese Fraley, quiero hablar contigo y con Della. Con las dos juntas.

—¡Por Jesucristo, Brierson! Te necesito, pero hay límites —le miró—. Está bien. Tendrá que ser dentro de un par de horas. Ella se encuentra detrás de la Luna, cerrando algunas de mis operaciones.

El holo de Yelén se apagó.

Fueron unas dos horas muy largas. Se suponía que aquella reunión debía ser una sorpresa. No hubiera forzado las cosas de haber sabido que Lu no estaba disponible inmediatamente. Wil contemplaba el reloj. Ya estaba liado.

Faltaba poco para que hubieran transcurrido 150 minutos cuando Yelén regresó.

—Está bien, Brierson. ¿Cómo podemos seguirte la corriente?

Un segundo holo cobró vida y apareció Della Lu.

—¿Has regresado a Ciudad Korolev, Della? —preguntó Wil.

No hubo demora en la contestación.

—No. Estoy en casa, a unos doscientos kilómetros por encima de ti. ¿Quieres realmente que baje hasta el suelo?

—Oh, no. —Debes estar en la mejor posición que te sea posible—. Está bien, Della, Yelén. Tengo que haceros una pregunta rápida. Si la respuesta es no, entonces confío que la convirtáis rápidamente en un sí… ¿Me proporcionáis todavía una seguridad fuerte?

—Desde luego. Sí.

Tendría que conformarse con aquello. Se inclinó hacia delante y habló pausadamente:

—Hay algunas cosas que debéis saber. La más importante es: Marta sabía quién la había asesinado.

Silencio. La impaciencia de Yelén había desaparecido, se limitaba a mirarle fijamente. Pero cuando habló, su voz era ronca, enfurecida.

—No seas estúpido. ¿Si lo sabía, por qué no nos lo dijo? Tuvo cuarenta años para hacerlo.

En el otro holo, Della parecía haber cambiado. ¿Acaso ya se había imaginado las consecuencias?

—Porque, Yelén, durante todos esos cuarenta años, estaba bajo la vigilancia del asesino, o de sus autones. Y ella también lo sabía.

De nuevo, reinó el silencio. En esta ocasión fue Della la que habló.

—¿Y tú, como lo sabes, Wil? —La voz distante había desaparecido. Era decidida, no negaba ni aceptaba aquellas afirmaciones. Él pensaba si no sería su personalidad de policía de la paz la que le estaba mirando.

—No creo que la misma Marta pudiera imaginarse la verdad, durante los primeros diez años. Cuando lo supo, dedicó el resto de su vida a realizar un doble juego con su diario: dejaba pistas que, aunque no ponían en guardia al asesino, podían ser descifradas después.

Yelén se inclinó hacia adelante, con los puños apretados:

—¿Qué pistas?

—No quiero explicarlas todavía, por ahora.

—Brierson, he vivido cien años con este diario. Durante todo este siglo lo he leído y analizado con programas que tú no puedes ni imaginar. Y antes de esto, había vivido con Marta casi doscientos años. Conocía todos sus secretos, todos sus pensamientos —su voz era entrecortada; y Wil no había visto en ella una furia tan letal desde inmediatamente después del asesinato—. Eres un oportunista y un embustero. ¿Estás insinuando que Marta dejó pensamientos que tú puedes seguir y yo no?

—¡Yelén! —la interrupción de Della dejó a Korolev completamente inmóvil en mitad de su rabia. Durante unos instantes, las dos mujeres se quedaron calladas y mirándose mutuamente.

Las manos de Yelén cayeron como muertas; parecía como si se estuviera encogiendo dentro de ella. —Es evidente, que hablaba sin pensar. Della asintió, y miró a Wil.

—Será mejor que te lo expliquemos —dijo sonriendo—. Aunque supongo que vas mucho trecho delante de nosotras. Si el asesino tuvo acceso al tiempo real mientras Marta estaba abandonada, en este caso habría consecuencias, y algunas de ellas deberían ser tan radicales, que por este motivo no hemos tomado en consideración esta posibilidad.

»El asesino habría hecho mucho más que interferir en la duración del salto del grupo: no habría participado en él. Esto equivale a decir que el sabotaje no fue una manipulación poco profunda en el sistema Korolev, sino que el asesino debía estar completamente dentro del sistema.

Wil asintió. ¿Y quién podría tener una penetración más profunda que el mismo propietario del sistema?

—Y si esto es cierto, todo lo que pase por las bases de datos de Yelén (incluyendo la presente conversación) puede ser conocido por el enemigo. Hasta cabe pensar que sus mismas armas pueden volverse contra nosotros… Si yo estuviera en tu lugar, Wil, estaría algo inquieta.

—Incluso aceptando las afirmaciones de Brierson, lo demás no ha de ser necesariamente consecuencia de ello. El asesino hubiera podido dejar en el tiempo real un autón no registrado. Y esto pudiera haber sido lo que Marta había advertido.

Pero de la voz de Yelén había desaparecido todo el fuego y no alzó la vista del rosado mármol de su mesa.

Wil dijo suavemente: —Tú no crees realmente esto, ¿verdad? —… No. Durante aquellos cuarenta años, Marta podría haber sido mucho más lista que cualquier autón y podría haber dejado pistas que hasta yo misma pudiera haber reconocido —alzó la vista para mirarle—. Vamos, inspector. Deja ya esto. Si el asesino estaba en el tiempo real, ¿por qué dejó que Marta sobreviviera? Ésta es una pregunta obligada, ¿no es cierto?… Esto sería el tipo de acto irracional que haría un amante celoso. Es así. Admito que soy celosa y que es absolutamente verdad que amaba a Marta. Pero, aún en contra de lo que los dos podáis creer, yo no la dejé abandonada allí.

Estaba en lo más extremo de su indignación. Wil no esperaba aquella reacción. Lo cierto es que afectaba mucho a Yelén pensar que sus dos más próximos colegas («amigos» todavía hubiera sido una palabra demasiado fuerte) pensaran que ella había matado a Marta. Considerando su habitual insensibilidad para los sentimientos de los demás, Wil dudaba de que estuviera haciendo teatro. Por fin, dijo:

—No te estoy acusando, Yelén… Tú puedes ser violenta, pero tienes honor. Confío en ti —ésto último era una exageración necesaria—. Y quisiera que, a cambio, también tú confiaras en mí. Créeme cuando te digo que Marta lo sabía, y que dejo claves que tú no podrías advertir. ¡Demonio!, probablemente lo hizo para protegerte. En el mismo instante es que sospecharas algo, el asesino también se hubiera puesto en guardia. En vez de arriesgarse de esta manera, Marta intentó decirlo sólo a mí. Estoy completamente desconectado de vuestro sistema y soy un inconsecuente tecno-min. He estado pensando toda una semana en el problema de ver cómo avisarte con el menor riesgo de que cayeras en una emboscada.

—Pero, a pesar de todas las pistas, no sabes realmente quién es el asesino.

Wil sonrió.

—Es verdad, Della. Si lo hubiese sabido, habría sido la primera cosa que hubiese dicho.

—Habrías estado más a salvo si hubieras callado mientras no hubieras descifrado todo el mensaje.

Él movió la cabeza.

—Desgraciadamente, Marta no podía arriesgarse a poner una información concreta en su diario. No hay nada en los cuatro montones de piedras que pueda decirnos el nombre del asesino.

—Es decir, que sólo nos lo has contado para aumentar nuestra presión sanguínea. Si logró comunicarte todo lo que cuentas, tan cierto como hay infierno que pudo habernos dicho el nombre del enemigo —la recuperación de Yelén era evidente.

—Lo hizo. Pero no en ninguno de los cuatro montones de piedras. Sabía que éstos serían «inspeccionados» antes de que pudieras verlos; únicamente las pistas más sutiles podían pasar desapercibidas. Lo que he descubierto es que hay un quinto montón de piedras que nadie, ni el asesino, conoce. Allí dejó escrita toda la verdad.

—Suponiendo que lo que dices fuera cierto, ya han pasado cincuenta mil años. Si dejó algo, ya estará completamente destruido.

Wil adoptó su expresión más reposada.

—Lo sé, Yelén, y Marta debió saber también que iba a transcurrir tanto tiempo. Creo que lo tuvo en cuenta.

—¿Quieres decir que sabes dónde está, Wil?

—Sí. Por lo menos con aproximación de unos pocos kilómetros. No quiero decir exactamente dónde está; doy por descontado que tenemos un testigo silencioso de esta conversación.

Della se estremeció.

—Es de suponer que el enemigo no tiene chivatos directos. Debe tener acceso únicamente cuando se ejecutan determinadas tareas.

—En cualquier caso, sugiero que vigiléis muy de cerca el espacio aéreo que está por encima de todos los sitios que Marta visitó. Es posible que el asesino tenga sus propias suposiciones. No queremos que se nos adelante.

Se mantuvo en silencio mientras Della y Yelén se retiraban a sus sistemas. Luego:

—Ya está, Brierson. Ya estamos preparadas. Tenemos un intenso control de la costa sur, del paso que Marta utilizó para atravesar los Alpes, y de toda el área que está alrededor del Lago Pacista. Le he concedido a Della categoría de observador de mi sistema. Ella cuidará de mantener, paralelamente a los míos, los subsistemas que sean críticos. Si alguien empieza a jugar por estos sitios, sin duda alguna lo sabrá.

»Ahora, lo más importante: Della trae cazas desde las zonas de Lagrange. Allí tengo una flota que he mantenido en estasis; aparecerá al cabo de las tres próximas horas. Con todo esto creo que será suficiente para enfrentarnos a cualquier oposición cuando vayamos a la caza del tesoro. Lo único que tienes que hacer es no dejarte ver durante las tres próximas horas, después nos dices dónde está el quinto depósito y nosotras…

Wil alzó una mano.

—Sí. Coged vuestros cañones. Pero iré con vosotras.

—¿Qué? Bueno, está bien. Puedes venir con nosotras.

—Y no quiero partir antes de mañana por la mañana. Necesito algunas horas más con el diario; algunos extremos que debo comprobar.

Yelén abrió la boca, pero no articuló ningún sonido. Della tuvo más facilidad de palabra.

—Wil, estoy segura de que comprenderás la situación. Estamos trayendo hasta aquí todo el material que tenemos para protegerte. Vamos a quemar lo que representa el consumo de un año cada hora que estemos de guardia a tu alrededor. No podemos mantenerlo durante mucho tiempo; además, cada minuto que guardes tu secreto, ocupas el primer lugar en la lista de objetivos de alguien y estamos perdiendo toda la ventaja que la sorpresa pudiera habernos dado. Hemos de apresurarnos.

—Primero hay cosas que he de deducir. Mañana por la mañana; no puedo tenerlo antes. Lo siento, Della.

Yelén soltó una obscenidad y cortó su conexión. Hasta Della pareció haberse sorprendido por la brusquedad de su partida. Miró otra vez a Wil.

—Todavía coopera, pero está más enfadada que el diablo… Está bien, esperaremos hasta mañana. Pero hazme caso, Wil. Una defensa activa es muy cara. Tanto Yelén como yo estamos dispuestas a gastar casi todo lo que tenemos para atrapar al asesino, pero la espera hasta mañana hace disminuir la protección de hora en hora… Nos ayudaría si pudieras decirnos cuánto tiempo más va a durar.

El fingió que consideraba el asunto.

—Tendremos el diario secreto mañana por la tarde. Si las cosas no han reventado entonces, dudo que puedan llegar a hacerlo.

—En este caso, me voy —se detuvo—. Ya sabes, Wil, que hace mucho tiempo fui policía gubernamental. Creo que fui muy buena en lo referente a los juegos de poder. Consejo de un viejo profesional: no permitas que todo esto te desborde.

Brierson le obsequió con su pose profesional más confiada:

—Todo saldrá bien, Della.


Después de que Della desapareciese, Wil se fue a la cocina. Empezó a mezclarse una bebida, pero se dio cuenta de que no era un momento oportuno para beber, y prefirió coger un trozo de pastel. Bajo toda esta carga emocional, tanto da tener una mala costumbre como otra —dijo para sí. Se paseó hasta el cuarto de estar y miró hacia el exterior. En sus tiempos hubiera sido una locura dejar que un testigo bajo protección se acercara a una ventana, pero con las armas y otros medios de protección de que disponían los tecno-max, no importaba demasiado.

Hacía una tarde clara y poco húmeda. Podía oír crujidos secos en los árboles. Sólo alcanzaba a ver un corto trecho del camino; toda la fronda verde impedía que la vista fuera más allá. Las únicas vistas bonitas eran las del piso superior. Pero a pesar de todo, cada vez le gustaba más aquella casa. Era un poco como los alojamientos de clase barata donde Virginia y él habían empezado a convivir.

Se asomó a la ventana y miró hacia arriba. Los dos autones flotaban más bajos de lo acostumbrado. Mucho más arriba, casi perdido entre la bruma, había algo grande. Intentó imaginar las fuerzas que debía de haber preparadas en los primeros kilómetros de altura sobre su cabeza. Sabía la capacidad de fuego que Della y Yelén declaraban tener. Excedía, con mucho, la potencia conjunta de todas las naciones de la historia; probablemente sería mayor que la de cualquier servicio policial que hubiera habido hasta el siglo veintidós. Toda aquella fuerza estaba allí únicamente para la protección de una casa, de un hombre… o más exactamente, de la información que había en la cabeza de un hombre. Mirándolo bien, aquello no resultaba demasiado tranquilizante para él.

Wil revisó una vez más la puesta en escena. ¿Qué ocurriría en las próximas veinticuatro horas? Seguramente, después de aquel plazo, todo habría concluido. Apenas si se dio cuenta de que se paseaba por la cocina, por la despensa, por el cuarto de los invitados, y que regresaba al cuarto de estar. Miró por la ventana y repitió el paseo en sentido contrario. Era una de sus costumbres que no había sido muy del agrado de Virginia ni de los niños: cuando estaba realmente metido en un caso, se paseaba por toda la casa mientras pensaba. Noventa kilos de un policía semiinconsciente andando pesadamente por todas las habitaciones constituía un verdadero riesgo. Le habían amenazado con colgarle un cencerro del cuello.

Algo hizo que Brierson saliera de su ensimismamiento. Miró por el lavadero, tratando de identificar lo que le parecía raro. Entonces se dio cuenta: había estado tarareando, y había una sonrisa tonta en su cara. Había vuelto a su elemento. Aquél era el caso más importante y más peligroso de toda su vida. Pero era su propio caso. Y, finalmente, tenía por dónde cogerlo. Por primera vez desde que fuera secuestrado, podía tratar con profesionalidad las dudas y los peligros que se le presentaban. Su sonrisa se hizo más ancha. De regreso al cuarto de estar, tomó su registro de datos y se sentó. Por si acaso alguien escuchaba, fingió estar haciendo alguna investigación.

Загрузка...