26

Nevaba. Por toda la colina se oían gritos, y de vez en cuando algunas risas. Jugaban a una batalla de bolas de nieve.

W. W. Brierson bajó por la ladera hasta el extremo de la zona de los pinos. Era curioso que, en un mundo tan vacío, todavía quisiera estar a solas. Tal vez no fuera tan curioso. Su dormitorio era un lugar demasiado concurrido. Sin duda habría otros que como él se habían separado de los lanzadores de bolas de nieve, y que paseaban bajo los pinos, aparentando que aquella época era diferente.

Encontró un gran peñasco, trepó sobre él y limpió un sitio donde sentarse. Desde allí podía ver unos glaciares alpinos que desaparecían entre las nubes. Wil dio unos golpes suaves a su registro de datos y empezó a discurrir. La especie humana tenía otra oportunidad. Dilip y muchos otros parecían estar realmente convencidos de que esto se lo debían a él. Bien. Había resuelto el caso. Sin duda alguna, había sido el más importante de toda su carrera. Ni el mismo Bill Brierson hubiese podido imaginar que su padre pudiera correr una aventura tan grande. Y el principal responsable había sido castigado. Era indudable que Juan había sido castigado…

Yelén había hecho honor a los sentimientos caritativos de Marta: había logrado que el mismo perdón conllevase el castigo. Juan fue ejecutado por un exceso de tiempo de vida. Fue abandonado en el tiempo real, sin abrigo, sin herramientas y sin amigos. Pero la suya era una tortura diferente a la de Marta, y tal vez mucho más cruel. Se abandonó a Juan junto a un autón médico. Podía seguir viviendo todo el tiempo que quisiera.

Juan sobrevivió a tres autones. Duró diez mil años. Y mantuvo sus intentonas durante casi dos mil. Wil movió la cabeza mientras repasaba los informes. Si alguien hubiera sabido que Chanson estaba en Penetración y Perversión, éste se hubiera convertido inmediatamente en un sospechoso sólo basándose en conceptos de personalidad. Wil había conocido únicamente a un especialista de este tipo, y se había convertido en el fantasma residente de su compañía. Juan había sido paciente y enrevesado de una manera inhumana, pero al mismo tiempo estaba terriblemente asustado. Se pasó tanto tiempo en conexión profunda, que las paranoicas necesidades de defensa invadieron su percepción del mundo cotidiano. Wil sólo podía comprender haciendo un esfuerzo de imaginación el terrible manicomio en que se había convertido Penetración y Perversión a finales del siglo veintidós. Juan hizo siete intentos para pervertir al autón. En uno de ellos dedicó mil doscientos años a cuidadosas observaciones, controlando los tiempos cuando se producían fallos en algunos subsistemas, maniobrando para que el autón estuviera en una posición que le permitiera apoderarse de su control y conseguir un transporte hasta los recursos que tenía en el espacio próximo.

Pero Chanson jamás tuvo la menor posibilidad de lograrlo. Yelén había introducido cambios en los sistemas principales del autón, y Juan no tenía ningún elemento del software, que había robado a USAF. Inc, y le faltaba la ayuda de procesadores. Su labia y dos mil años de esfuerzos fueron incapaces de liberarle.

A medida que los siglos iban transcurriendo y dados sus continuos fracasos con el autón, Juan dedicó cada vez más tiempo a intentar comunicarse con Yelén y los otros tecno-max que ocasionalmente observaban su tiempo real. Llevaba un diario muchas más extenso que el de Marta, pintó inacabables letreros en los pedregales que estaban al norte de su territorio de residencia. Pero nada de esto resultaba tan interesante como el diario de Marta. Juan sólo podía hablar de su gran mensaje sobre la amenaza que había visto en las estrellas. Se ocupaba incansablemente de la evidencia, pero después de los primeros siglos había perdido todo contacto con la realidad.

Después de quinientos años, su diario se volvió irregular, luego pasó a ser unos resúmenes decenales, y por fin una carta inacabable. Durante tres mil años, Juan vivió sin una meta aparente, trasladándose de una cueva a otra. No llevaba ropa ni trabajaba. El autón le protegía de los animales de presa locales. Cuando no cazaba o cosechaba algo, el autón le llevaba comida. Si el clima de los Estrechos del Este no hubiese sido tan benévolo, habría muerto forzosamente. Pero a Wil le parecía que sólo un milagro habría hecho que aquel hombre sobreviviera. A lo largo de todo aquel tiempo había conservado la motivación para seguir viviendo. Della había estado en lo cierto. W. W. Brierson no habría durado ni la décima parte: después de unos pocos siglos se habría convertido en un cobarde suicida.

Juan fue a la deriva durante tres mil años… y. luego su inmortal alma paranoica encontró una nueva causa. No estaba demasiado claro de que se trataba. No llevaba ninguna clase de diario; sus conversaciones con el autón se limitaban a unas sencillas órdenes y a unos susurros incoherentes. Yelén pensaba que Juan se veía a sí mismo, en cierto modo, como el creador de la realidad. Se fue a vivir junto al mar. Construyó unos pesados cestos que utilizó para arrastrar millones de cargas de barro tierra adentro. Las playas dragadas se convirtieron en un laberinto de canales. Iba disponiendo el barro en un montón rectangular que iba creciendo continuamente al paso del tiempo. Aquello recordaba a Wil las pirámides de tierra que los indios americanos habían construido en Illinois, en cuya construcción habían empleado el trabajo de centenares de personas durante décadas. La de Juan era el producto del trabajo de un solo hombre durante milenios. Si el clima no hubiese sido tan excepcionalmente seco y moderado, no hubiera podido adelantarse a la erosión ordinaria.

El nuevo proyecto de Juan iba más allá de un simple monumento. Aparentemente, trataba de crear una raza inteligente. Había convencido al autón para que extendiera los suministros de víveres a los muchos bancos de peces que había en el laberinto de canales que había construido en la costa. Relativamente pronto, hubo miles de monos pescadores que vivían cerca de su templo/pirámide. Mediante una perversión de los programas de protección, empleó el autón como un instrumento de fuerza: los mejores peces iban destinados a los pescadores que se comportaban correctamente. El efecto era pequeño, pero a lo largo de siglos, los monos pescadores de la Punta Este adquirieron un aspecto distinto. La mayoría eran como el «W. W. Brierson» que había ayudado a Marta. Llevaban piedras hasta la base de la pirámide. Y se pasaban horas enteras mirándola desde abajo.

El esfuerzo de cuatro mil años no fue suficiente para conceder la inteligencia a los pescadores. El informe de Yelén mostraba alguna utilización de herramientas. Hacia el final, construyeron un cercado de piedras alrededor de la base de la pirámide. Pero jamás llegaron a ser la clase de porteadores de cestos que Chanson intentaba conseguir. Era Juan quien continuaba arrastrando interminables cargas de barro hasta su templo, reparaba los desperfectos causados por la erosión, y seguía añadiendo pisos cada vez más altos en la plataforma superior. En su mejor momento, el templo cubría un rectángulo de doscientos por cien metros, y la plataforma superior estaba a treinta metros sobre el nivel del suelo. Sus torres se elevaban, altas y esbeltas, más parecidas a construcciones de las termitas o del coral que a la arquitectura humana. Durante aquellos cuatro mil años, el programa diario de Juan fue inmutable. Trabajaba para conseguir la nueva raza. Trasladaba barro. Todas las tardes subía andando por las complicadas escaleras de espiral hasta que llegaba a estar de pie sobre la plataforma más alta, vigilando a los esclavos del templo que estaban reunidos en la llanura que tenía delante.

Wil hojeó el informe de Yelén. Había filmaciones de Juan tomadas a lo largo de aquellos siglos. Su cara era inexpresiva excepto al final del día, momento en el que siempre se reía tres veces. Cada uno de sus movimientos estaba preestablecido, como un reflejo. Juan se había con— vertido en un insecto, cuya colmena se extendía a lo largo del tiempo en vez de hacerlo a lo largo del espacio.

Juan había encontrado la paz. Hubiera podido durar hasta siempre, si el mundo hubiera mantenido la misma estabilidad. Pero el clima de los Estrechos del Este entró en un período de humedad y tempestades. El autón estaba programado para ofrecer una protección mínima. Durante los primeros milenios aquello había bastado. Pero aún entonces, Juan conservó su inflexibilidad. No quería retirarse hacia las cuevas de las tierras altas; incluso no quería bajar del templo durante las tempestades. Había prohibido al autón que se le acercara durante sus oraciones nocturnas.

Desde luego, Yelén tenía filmaciones del fin de Juan. El autón se había alejado a cuatro kilómetros del templo; Juan hacía mucho tiempo que había eliminado todos los chivatos remotos. La lluvia, arrastrada por el viento, impedía y distorsionaba la visión del autón. Aquella era la última de una serie de tempestades que estaban destruyendo la pirámide más aprisa de lo que Juan podía arreglarla. Sus torres y paredes eran como los castillos de arena de un niño que se funden al crecer la marea del océano. Juan no se daba cuenta. Se mantenía en pie sobre la inclinada plataforma de su templo y contemplaba la tempestad. Wil vio como la borrosa imagen alzaba los brazos, tal como Juan hacía al final de todos los días, un momento antes de soltar sus extrañas carcajadas. Empezaron a caer rayos por todas partes, convirtiendo la oscuridad de la tempestad en una iluminación actínica azul, que permitió una visión de los esclavos de Juan congregados a miles debajo de él. Los rayos viajaron por el templo derrumbado, destruyendo lo que quedaba de sus torres… y fulminando a Juan que todavía estaba en pie, con los brazos hacia lo alto, dirigiendo la función.

Poco más había en el informe de Yelén. Los monos pescadores habían recibido un potente empujón hacia la inteligencia, pero aquello no bastaba. La evolución biológica no tiene una tendencia especial hacia la sapiencia; se encamina ciegamente a conseguir optimizaciones locales. En el caso de los monos pescadores, fue alcanzar el dominio de las aguas profundas. Durante algunos siglos, la raza que él había mejorado, seguía viviendo en los Estrechos del Este, todavía seguían transportando piedras para recubrir el muñón de la pirámide, todavía miraban hacia lo alto, todas las tardes. Pero lo hacían sólo por instinto, no recibían recompensa. Al final, volvieron a ser tal como Juan los había encontrado.

Wil borró la pantalla. Temblaba, y no era únicamente a causa del frío. Jamás olvidaría los crímenes de Juan, ni tampoco olvidaría jamás su prolongada agonía.

Había parado de nevar. Ya no se oían gritos por la colina. Wil miró sorprendido la luz del sol que se colaba por los árboles que estaban tras él. Había estado más de una hora viendo el informe de Yelén. Hasta aquel momento, no se había percatado de los calambres que sentía en las piernas ni del frío que se filtraba a través de la roca.

Wil se puso bajo el brazo el archivo de datos y bajó de la peña. Todavía le quedaba tiempo para disfrutar de la nieve y de los pinos. Le llegaban los ecos de un invierno que en su memoria estaba a diez semanas de distancia, los últimos días en Michigan antes de que hubiera volado hasta la costa, para trabajar en el caso Lindemann. Sólo que aquellos campos de nieve estaban casi en el ecuador, y el mundo actual estaba en medio de una era glacial.

Los trópicos se habían enfriado. Los bosques de Jacarandas se habían desplazado a terrenos menos elevados, al borde del Mar Interior. Pero ninguna de las capas de hielo continentales habían bajado hacia el Sur más allá de la latitud cuarenta y cinco. La nieve que había en Ciudad Korolev se debía a la altitud. Yelén calculaba que los glaciares que se acercaban desde los Alpes Indonésicos no llegarían más abajo de la cota de los cuatro mil metros. Explicaba, que dadas las características de las épocas glaciales, aquella no era excepcional.

Wil anduvo un kilómetro atravesando el pinar. Una semana antes (tal como su cuerpo contaba el tiempo), aquello había sido el vitrificado cráter de Ciudad Korolev. Tamaña destrucción y ya no quedaba rastro de ella. Ascendió por una cresta y vio la puesta de sol, con sus tonos amarillos y rojos por encima del color blanco del suelo. Alguien hacía sonar una sirena a lo lejos. Más allá, hacia el Norte, podía ver los bosques de Jacarandas que llegaban a tocar el mar. Era hermoso, pero existían buenas razones para abandonar aquella era. Algunos de los mejores yacimientos de minerales habían quedado sepultados por el hielo. ¿Por qué iban a paralizar la nueva civilización cuando era más débil?… Y además, estaba Della. Tenía cantidades ingentes de equipos. Le iban a dar por lo menos cien mil años para que tuviera tiempo para regresar.

De pronto, Wil se sintió poco condescendiente. Demonio, era capaz de dar a Della mil veces cien milanos. ¿Pero para qué serviría todo aquello? Después de aquella noche con los casi-perros, Wil confiaba en que ella se hubiese encontrado a sí misma. Sin su ayuda, jamás habría podido preparar el doble juego contra Chanson y Gerrault. Una sonrisa malévola apareció en su cara. Ella había logrado engañar a sus dos adversarios hasta conducirlos a la derrota. El plan había consistido en obligar a Gerrault a que saliera en su persecución durante todo el tiempo que hiciera falta para engañar a Juan. ¡Y les había salido bien! Había representado el papel de la antigua y loca Della muy bien. Demasiado bien. Nunca regresó. Nadie pudo saber con certeza qué había ocurrido; hasta cabía dentro de lo posible que hubiera muerto al luchar contra Gerrault. Era mucho más probable, que alguna de las acciones reflejas de batalla se hubiera apoderado de ella. Incluso si el impulso de atacar se hubiera agotado, seguiría persiguiendo al otro durante quién sabe cuantos milenios. Y si el impulso se mantenía…

Wil recordaba lo poco de humano que tenía cuando la conoció. A pesar de conservar todas las memorias asistidas por ordenador y todas las demás ventajas, aquella Della se parecía mucho a lo que había llegado a ser Juan Chanson en la época final de su condena. A pesar de lo dura que ella misma se consideraba, Della no le ganaba a Juan en terquedad. ¿Cuánto tiempo de su vida podría dedicar a aquella persecución? Mucho temía que ella había decidido aceptar voluntariamente el mismo destino que le había sido impuesto a Juan.

Wil decidió que el frío no le gustaba nada. Miró en su registro de datos. Marcaba la fecha de 17 de marzo de 2100. Todavía no la había cambiado. En alguna parte de su memoria se hallaban todavía las anotaciones de lo que Virginia le había pedido que le llevara desde la Costa. ¿Qué más podría haber sucedido en diez semanas? Uno debía ser flexible en aquellos tiempos modernos. Dejó de ocuparse de la puesta de sol y del silencio, y regresó al dormitorio. Podía darse por satisfecho con aquel final feliz. Los días siguiente serían duros, pero sabía que podría resistirlo. Durante los últimos días, Yelén había sido amistosa con casi todo el inundo. En otros tiempos no hubiera consentido detenerse en medio de una era glacial para darles la ocasión de ver cómo era.


El atardecer tropical hizo que la penumbra que se presentó de pronto, se troncara rápidamente en oscuridad. Cuando Wil rebasó la colina que estaba delante del dormitorio, sus ventanas iluminadas parecían sacadas de una Navidad de Michigan.

En algún momento de la madrugada siguiente, cuando todos estuvieran bien calientes en sus camas, Santa Claus Yelén les emburbujaría una vez más. Su trineo había tenido un baqueteado aterrizaje, entrando y saliendo del tiempo real durante los últimos sesenta mil años. Wil sonrió al pensar en tan absurdo símil.

Pudiera ser que aquella vez se detuviera indefinidamente.


Aquella noche fue la última vez que Wil tuvo su sueño azul. En muchos aspectos fue como los de las otras veces. Estaba tumbado, sus pulmones se habían quedado sin aire. Adiós, adiós. Lloraba y lloraba, pero no emitía el menor sonido. Ella estaba a su lado y le cogía su mano. Su cara era la de Virginia, y también la de Marta. Le sonreía tristemente, era una sonrisa que no podía desmentir la verdad que ambos conocían… Adiós, adiós. Y luego aquello cambió. Ella se inclinó sobre él y apoyó amorosamente la cara sobre su mejilla, tal como Virginia solía haber. Ella jamás hablaba, y él no sabía exactamente si el pensamiento era propio, o había un consuelo que procedía de ella. Hay alguien que todavía vive y que no ha dicho adiós, alguien que te puede amar mucho.

Querido Wil: adiós.

Brierson se despertó con un sobresalto, jadeando para poder respirar. Sacó las piernas de la cama y se quedó sentado unos instantes. La pequeña habitación estaba fuertemente iluminada por la luz diurna, pero no podía ver lo que había fuera, la ventana estaba completamente empañada. Todo estaba en silencio; generalmente podía oír a través de las paredes de plástico que había mucha actividad. Salió de su cuarto y no había un alma a la vista. Pero subían ruidos por la escalera. Aquello lo explicaba: había una reunión programada para primera hora de aquella mañana. El hecho de que Yelén quisiera reunirse con los tecno-min en el dormitorio ponía de nuevo en evidencia cuánto había cambiado; ni siquiera le había pedido su asistencia. El haberse despertado tarde, era una prueba semiconsciente de su libertad. Quería ser un simple espectador, por el momento. La dirección de la pasada reunión le había resultado una experiencia un poco… traumática.

Wil fue de puntillas hasta el cuarto de aseo del piso de arriba. Por una sola vez, podría disponer por completo de aquel lugar.

¡Vaya sueño más fantástico! Wil contemplaba su imagen en el espejo del lavabo. Tenía humedad alrededor de los ojos, pero sonreía. El sueño azul siempre había sido una carga agobiante, algo que requería un gran esfuerzo para olvidarse de ello. Pero en aquella ocasión le había tranquilizado y hasta le había hecho feliz. Canturreaba mientras se lavaba, mientras su pensamiento jugaba con aquel sueño. ¡Virginia había parecido tan real! Todavía le parecía notar su contacto en la mejilla. Ahora ya sabía la gran decepción oculta que le había causado Virginia, lo sabía porque, de repente, la decepción había desaparecido. Le había herido profundamente que Virginia no le hubiera seguido. Siempre se había dicho a sí mismo que ella intentaba hacerlo, que todavía estaba haciendo acopio de recursos cuando la sorprendió la Singularidad. No había creído en esta excusa; había visto lo que podía sucederle a una personalidad después de cien años. Pero entonces, sin otra razón que un sueño, había cambiado de sentimientos. Bien, ¿qué pasaría si la explicación de Della de la Singularidad fuese cierta? ¿Qué sucedería si la tecnología había trascendido lo inteligible? ¿Y si la mente había adquirido la inmortalidad por haber crecido infinitamente más allá del horizonte humano? Porque, en este caso, algo que había sido Virginia, podía existir todavía y querer consolarle.

Wil, de pronto, advirtió que se lavaba la cara por segunda vez. Durante unos instantes, él y su imagen espectacular se sonrieron vergonzosamente uno a la otra, como conspiradores dándose cuenta de lo absurdo de sus actos. Si no se andaba con cuidado, llegaría a ser otro Jason Mudge completo, con ángeles guardianes y voces de ultratumba. Pero a pesar de todo, Della había dicho que había algo parecido a la religión que se escondía al final de su propio materialismo.

Pocos minutos después, bajó por la escalera lateral hasta la cafetería. Las voces que salían eran fuertes, pero no sonaban a enfado. Dudó, pero se alejó de la puerta. Podría ser una fantasía, pero quería conservar la emoción de aquel sueño tanto tiempo como fuera posible. Hacía mucho tiempo que no había empezado el día sintiéndose tan bien. Durante unos momentos, creyó realmente que había «alguien que todavía vive, que te puede amar mucho». Salió del edificio dormitorio a la luz del día. La construcción estaba rodeada por un perfecto disco blanco, que era la nieve que había sido transportada por el tiempo dentro de su burbuja. El sol abrasaba los montones de nieve, haciendo elevar una niebla de sublimación alrededor de todo el dormitorio. Wil atravesó la nieve a medio fundir, y la brillante neblina. Se detuvo donde se acababa la nieve y observó las casi— jacarandas y otros árboles menos fáciles de identificar que crecían por allí. El día ya era caluroso. Dio un paso hacia atrás y disfrutó del frescor que procedía de la nieve. Exceptuando la silueta de alguna colina, el mundo era el mismo que antes de la batalla. Los glaciares habían sido dominados de nuevo, y habían retrocedido hasta picos muy lejanos. Más allá de un barranco y unos pocos centenares de metros más arriba de la ladera, había un penacho aislado de niebla de sublimación, y las torres doradas del Castillo Korolev relucían débilmente dentro de ella.

Una sombra pasó sobre él.

—¡Wil!

Miró hacia arriba, al tiempo que Tammy caía del cielo. Condujo su plataforma hasta que quedó flotando a baja altura, tal como había hecho para invitar a la fiesta de su padre a los que estaban barriendo las cenizas. Incluso iba vestida también de un blanco impoluto. Se quedó allí, mirando hacia abajo.

—Quería verte otra vez… antes de marcharme.

Hizo descender su plataforma hasta el suelo, al lado de los pies de Wil. Ya debía mirarle desde abajo.

—Gracias, Wil. A no ser por ti, Gerrault y Chanson se habrían apoderado de todos nosotros. Ahora creo que todos podemos resultar vencedores —su sonrisa se hizo mucho mayor—. Yelén me ha dado el equipo suficiente para salir de esta era.

Wil pensó que era demasiado perfecta para poder mirarla.

—¿Ya has abandonado tus propósitos de reclutar a la gente?

—Nada de esto. Yelén me ha dicho que puedo volver cuando hayan pasado cien años, y las veces que quiera después de este plazo. Con los equipos de Gerrault, y los cigotos, podréis alcanzar un éxito duradero. Dentro de uno o dos siglos, aquí habrá más gente de la que podemos imaginar. No se van a sentir tan abatidos como se sienten ahora, y muchos de ellos pueden haberse cansado de la civilización. Tal vez haya docenas, o millares que quieran marcharse conmigo. Y se tratará de personas a las que no tendremos que mantener. Esto es mucho más de lo que papá podía esperar —hizo una pausa de un segundo y luego dijo en voz baja—. Espero que querrás venir conmigo, Wil.

—Al… algunos de nosotros hemos de quedarnos en el tiempo real, o no habrá ninguna civilización que puedas saquear, Tammy —intentó sonreír.

—Ya lo sé, ya lo sé. Pero dentro de cien años, cuando regrese… ¿Qué te parece?

¿Que qué le parecía? Los Robinson creían que se podían dominar todos los misterios si se estudiaban el tiempo suficiente y se tenía paciencia. Pero un gusano plano podía estudiar toda la eternidad y no llegar a comprender la ópera. Dijo en voz alta:

—¿Quién sabe cuáles serán mis sentimientos dentro de cien años, Tammy? —se interrumpió y se quedó mirándola durante unos segundos—. Pero si no me voy contigo… y consigues llegar hasta el fin del tiempo… espero que presentarás mis respetos al Creador.


Tammy se estremeció, y luego vio que no intentaba burlarse de ella.

—De acuerdo. Si estás detrás de mí, lo haré —apoyó sus manos sobre los hombros de Wil y se puso de puntillas para poder besarle en los labios. —Ya nos veremos, Wil Brierson.

Pocos segundos después, Tammy desapareció por encima de los árboles. ¿Aquella que todavía vive, a la que no has dicho adiós? Suponía que no, pero tenía cien años para decidirse.

Wil andaba por el perímetro de la niebla, intrigado por la manera como el calor y el frío luchaban allí donde se acababa la nieve. Dio la vuelta al dormitorio y se encontró frente a la entrada. Todavía estaban allí. Sonrió para sí mismo y entró. ¡Que caray!

Estaba a medio camino de la entrada, cuando se abrieron las puertas. Sólo salió una persona. Era Yelén, que le miró sin sorprenderse.

—¡Ah! Me preguntaba cuanto tiempo ibas a quedarte ahí fuera.

Mientras ella se le aproximaba, él buscaba signos de enfado en su pálida cara eslava. Ella se dio cuenta y sonrió de lado.

—No te preocupes. No me han dado la patada, ni voy a marcharme ofendida. Sólo se trata de que todo este regateo me resultaba algo aburrido. Aquí dentro esto se ha convertido en un mercadillo de intercambios, se están repartiendo todo lo que sobrevivió a nuestra lucha… ¿Dispones de un minuto, Wil?

Dijo que sí, y salió con ella de la zona fría, regresando por donde había llegado.

—¿Has pensado que, por bien que vayan las cosas, vamos a necesitar unos servicios policiales? La gente te respeta sinceramente. Esto ya es el noventa por ciento de lo que hace prósperas a compañías como la Policía Estatal de Michigan o la Protectora Antidelito.

Brierson movió negativamente la cabeza:

—Esto suena a un juego al que ya nos hemos dedicado. Gran parte de los «sin gobierno» quieren contratarme, pero sin que tú se lo impongas. Pero no puedo imaginarme que los gobiernos toleraran que yo les hiciera la competencia.

—Oye, no te estoy pidiendo imposibles. La verdad es que Fraley y Dasgupta están allí dentro ahora mismo, poniéndose de acuerdo para hacerte una oferta común por tus servicios.

Wil notó que estaba con la boca abierta. ¿Fraley? Después de tantos años de odio…

—Steve preferiría morir a dejar el mando del gobierno.

—Ya ha muerto mucha gente —dijo ella en voz baja—. Muchos de los que quedan ya no quieren recibir más órdenes. Hasta el mismo Fraley ha cambiado algo. Tal vez sea por miedo, tal vez por remordimiento. Le sorprendió mucho la facilidad con que uno de los tecno-max pudo estafarle y utilizar mal la República, y mucho más al enterarse de lo que Chanson había hecho con tal de conseguir una distracción de treinta segundos cuando se apoderó de nuestros sistemas.

Yelén se rió.

—Te aconsejo que aceptes el empleo, mientras sigan creyendo que es algo duro. Dentro de un par de años vas a tener competencia. Apuesto a que con tus honorarios no vas a ganar lo suficiente para vivir.

—Humm. ¿Crees que las cosas van a ser tan aburridas?

—Creo que sí, Wil. Los monstruos de tecnología tecno-max han muerto. Los gobiernos pueden persistir, pero sólo nominalmente. Hemos perdido a muchos de ellos durante la guerra, partes de nuestra tecnología pueden descender a niveles del siglo diecinueve, pero con los cigotos de Gerrault y sus equipos médicos, estaremos mejor que antes. El problema de las mujeres ya ha desaparecido. Podrán tener todos los hijos que deseen, pero no tienen la necesidad de ser fábricas continuas de críos. Deberías haber asistido a las reuniones. Ahora ya hay muchas parejas formales. ¡Gail y Dilip me han pedido que les case! En recuerdo de tiempos pasados, me dicen que yo soy para ellos como el capitán del barco. ¡Vaya par de locos! —meneaba la cabeza, pero su sonrisa indicaba que estaba muy orgullosa a causa de ello, aquellos debían ser los primeros en expresarle su gratitud por lo que ella y Marta habían hecho—. Te voy a demostrar la confianza que tengo: no voy a forzar a nadie a permanecer en esta época. Si disponen de un burbujeador, pueden largarse. No creo que nadie lo haga. Parece que está demasiado claro que si no lo conseguimos ahora, nunca habrá otra oportunidad. —Tal vez Mónica lo haga.

—Esto es diferente. Pero tampoco estés demasiado seguro de ella; hace demasiado tiempo que se miente a sí misma. Voy a pedirle que se quede.

La sonrisa de Yelén era amable; dos semanas antes hubiera sido burlona. Con la desaparición de Gerrault y de Chanson se le había quitado un gran peso de su alma. Wil pudo apreciar qué había visto Marta en ella además de competencia y lealtad. Yelén se miró los pies.

—Hay otra razón por la que he dejado la reunión antes de que acabara. Quería excusarme. Después de que hube leído el diario de Marta, tenía ganas de matarte. Pero sabía que te necesitaba; no hacía falta que Marta me lo dijera. Y cuanto más dependía de ti, más cosas veías que yo no había podido ver… y más te odiaba. Ahora ya sé la verdad. Estoy avergonzada. Después de trabajar contigo, debería haber comprendido la astucia de Marta. Le ofreció su mano y Brierson la aceptó. —Gracias, Wil.

¿La que todavía vive, la que no ha dicho adiós? No. Pero sí era una amiga para los años venideros. Detrás de ella, se posó un volador. —Ya es hora de que vuelva a casa — señaló con su pulgar hacia el Castillo Korolev.

—Una cosa más —dijo ella—. Si las cosas van tan despacio como pienso, creo que tendrás ganas de hacer otras cosas… Ayuda a Della.

—¿Ha regresado Della? ¿Cuánto hace? Quiero decir…

—Ha estado en el espacio solar durante mil años, mientras nosotros esperábamos encontrar el tiempo óptimo para detenernos. La caza duró cien mil años. Y no sé cuánto tiempo de su vida ha consumido —no parecía preocuparse mucho por el tema—. ¿Quieres hablar con ella? Creo que os podríais haceros mucho bien el uno al otro.

—¿Dónde…?

—Estaba conmigo en la reunión. Pero no hace falta que entres. Eres un tío de suerte, Wil. Todas nosotras, Tammy, yo, Della queríamos hablar a solas contigo. Di la palabra mágica, y vendrá aquí.

—Conforme. ¡Sí!

Yelén se rió. Wil apenas se dio cuenta de que ella se había marchado hacia el volador. Se dirigió al dormitorio. Della lo había conseguido. A pesar de los muchos años que había vivido en la oscuridad, no había muerto allí. Y suponiendo que fuera la criatura que era antes, o que fuera como Juan Chanson al final, Wil podía intentar ayudarla. No lograba apartar sus ojos de la entrada.

Se abrieron las puertas. Della vestía un traje de salto, negro como la noche, del mismo color que su corta melena. Su cara era inexpresiva mientras bajaba los escalones y se dirigía hacia él.

Después, Della sonrió.

—Hola, Wil. He regresado… para quedarme.

La que todavía vive, la que no te ha dicho adiós.

Загрузка...