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La distancia desde la Costa Norte a Ciudad Korolev era de unos mil kilómetros y la mayor parte de ellos atravesaban el Mar Interior. Yelén no había limitado el servicio de transbordadores entre ambos puntos. Las dos mitades de la colonia estaban separadas físicamente, pero estaba decidida a que se acercaran lo más posible. Cuando Wil abandonó el picnic, había tres voladores en espera de los pasajeros que hubieran de ir hacia el Sur. Se montó en uno que iba vacío, exceptuando a los hermanos Dasgupta.

El antigravedad se elevó con la acostumbrada aceleración que nunca llegaba a parecer intensa, pero que nunca se anulaba. El viaje iba a durar unos quince minutos. Debajo de ellos, los fuegos del picnic se amortiguaban y parecían desplazarse de lado. El más fuerte de los sonidos que podía oír era el lejano rugir del viento, que al principio iba en aumento pero que llegó a reducirse por completo. La iluminación interior hacía que la noche que estaba detrás de las ventanas se convirtiera en una oscuridad sin detalles. Dejando aparte la aceleración constante, podían haber estado sentados en la sala de espera de cualquier oficina.

Regresaban a sus casas antes que la mayoría de los asistentes. Wil se quedó sorprendido al ver que Dilip se retiraba pronto. Recordó a qué se había dedicado durante toda la tarde.

—¿Qué ha sido de Gail Parker, Dilip? Yo creía que…

La voz de Wil se fue apagando cuando recordó la poco acogedora reunión de mujeres con que él mismo se había tropezado.

El mayor de los Dasguptas le quitó importancia, aunque su acostumbrado tono libertino parecía haberse desinflado.

—Ella… no tenía ganas de jugar. Era muy cortés, pero ya sabes como son estas cosas. Cada semana las chicas son más difíciles de tratar. Supongo que tendremos que tomar algunas decisiones serias.

Wil cambió de tema.

—¿Alguno de vosotros sabe quién trajo el balón luminoso?

Rohan se sonrió. Sin duda prefería este otro tópico que creía más inocente.

—¿Verdad que era algo bueno? Ya había visto antes algunas pelotas luminosas, pero ninguna era como ésta. ¿La trajo Tung; Blumenthal?

Dilip hizo gestos negativos con la cabeza.

—Yo he estado allí desde el principio. Fueron los de Fraley. Vi que ya la llevaban al salir del transbordador. Tung no se acercó por allí hasta después de que ellos hubieran jugado un par de partidas.

Exactamente, esto era lo que había asegurado Phil Genet.

Todavía sometido a aceleración, el transbordador efectuó una suave virada que sólo notaron por un ligero sobresalto en el estómago. Estaban volando de espaldas por entre la oscuridad, ya habían recorrido la mitad del camino.

Wil se echó hacia atrás, en su asiento, y su mente empezó a repasar todo lo que había sucedido aquel día. El trabajo de detective había sido más fácil en la civilización; la mayoría de las cosas eran lo que parecían. Tenías tus empleados, tus clientes, servicios colaterales. En muchos casos, se trataba de personas con las que habías trabajado durante años, y sabías de quién te podías fiar. Pero ahora se encontraba en el paraíso de los paranoicos. Exceptuando a Lindemann, no conocía a nadie desde antes. Virtualmente, todos los tecno-max eran gente retorcida. Chanson, Korolev, Raines, Lu; todos habían vivido más tiempo que él; algunos millares de años más. Todos eran más excéntricos que los tipos con los que estaba acostumbrado a tratar. Y Genet. Genet no era tan excéntrico; Wil había conocido a algunos como él. Había muchas cosas misteriosas relacionadas con la vida de Genet en la civilización, pero después de aquella noche una cosa quedaba más clara que el cristal: Phil Genet era un amo de personas, muy difícil de controlar. Hubiera o no matado a alguien, el asesinato entraba dentro del campo de su moral.

Por otro lado, Blumenthal le parecía que era auténticamente un buen muchacho. Era un viajero involuntario, como Wil, pero sin la responsabilidad de Lindemann.

Brierson hizo esfuerzos para no sonreír. En las tramas manidas de los cuentos de misterio, aquella calidad de ser siempre una excelente persona era señal segura de culpabilidad. En el mundo real, era muy raro que las cosas ocurrieran de aquel modo… Maldición. En aquel mundo real, casi cualquier cosa podía llegar a ser verdad. Está bien. ¿Qué bases tenía para sospechar de Blumenthal? ¿Móviles? Realmente, no veía ninguno. De hecho, se sabía muy poco acerca de Blumenthal. El Greenlnc de 2201 lo registraba como un niño de diez años de edad, empleado en una compañía minera propiedad de su familia. Había muy poca información más en relación con esta compañía. Era poco importante y operaba principalmente en las nubes de cometas. Wil disponía de menos información interesante acerca de Blumenthal que de cualquier otro de los tecno-max, exceptuando a Genet. Como fue el último humano que abandonó la civilización, no quedó nadie que pudiera escribir su biografía. Sólo contaba con su propia palabra para confirmar que había sido emburbujado en el 2210. Podría haber sido después, hasta podría venir del mismo centro de la Singularidad. Afirmaba que un accidente industrial le había lanzado hacia el sol. Puesto a pensar en ello, ¿qué corroboración podía haber de esto? Si no se trató de un accidente, entonces lo más probable es que fuese el perdedor de una batalla de armas nucleares y de burbujas, en la que los vencedores querían que los vencidos estuviesen permanentemente muertos.

De pronto, Wil se preguntó qué lugar debía ocupar Tung en la lista que había hecho Chanson sobre posibles alienígenas.

Unas farolas regularmente distribuidas lucían amistosamente entre los árboles. El volador se posó en el suelo y Wil y los Dasguptas se apearon, aturdidos a causa del súbito retorno a la gravedad uno.

Habían aterrizado en la calle de detrás de sus casas. Wil dio las buenas noches a Rohan y a Dilip y anduvo lentamente calle arriba hasta su casa. No podía recordar si alguna otra vez se le habían acumulado tantos sucesos, mentales y físicos, en una sola tarde. Los efectos residuales del paralizador añadían una fatiga insuperable a todo aquello. Miró hacia arriba pero únicamente vio las hojas iluminadas desde atrás por una farola. Pero no le cabía la menor duda de que los autones todavía estaban por allí arriba, escondidos detrás de los árboles.

¡Una cosa tan inocua como el balón luminoso! Y las explicaciones también podían ser inofensivas: tal vez Yelén simplemente lo había dado a los NM; o tal vez ellos mismos se lo habían apropiado. Seguramente era algo muy trivial en un inventario de alta tecnología. El hecho de que ella no le hubiera llamado para una reunión nocturna era una buena señal. Después de una buena noche de sueño, podría incluso reírse de Genet.

Wil andaba por la linde de su terreno. Llegó a la puerta… y se detuvo en seco. Había unas burdas letras trazadas con un spray sobre la puerta y las paredes vecinas. Se podía leer las palabras TECNO-MIN NO SIGNIFICA TECNO-NO. El mensaje apenas se había registrado en su mente cuando una luz blanca bañó la escena. El autón de Yelén había descendido a la altura de un hombre al lado de Wil. Su foco abanicaba el portal.

Brierson se detuvo cerca de la pared. La pintura todavía estaba húmeda. Brillaba a la luz. Miraba, paralizado, aquellas letras.

Pintura punteada, verde sobre rojo. Los brillantes discos verdes estaban perfectamente formados, incluso cuando la pintura había goteado. Era una de aquellas cosas que se pueden ver con bastante frecuencia en las bases de datos y nunca en el mundo real.

La voz de Yelén salió del autón.

—Míralo, Brierson. Y luego entra; tenemos que hablar.

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