7

La mañana en que debía entrevistarme con Mónica Raines no empezó bien. Wil todavía dormía cuando la casa le avisó de que Della Lu estaba esperando fuera.

Wil gruñó, saliendo de los sueños desagradables que le perseguían todos los amaneceres. Después se dio cuenta de la hora y de la fecha.

—Lo siento, lo siento. Bajaré enseguida.

Se tiró de la cama y fue al cuarto de baño, tambaleándose. ¿Quién había decidido empezar tan pronto? Recordó que había sido él mismo; por algo relacionado con las zonas de tiempo.

Cuando llegó a la planta baja todavía estaba algo atontado. Cogió una caja de comida de la cocina. Los colorines brillantes del envase correspondían a lo que se estilaba cincuenta millones de años antes. Cuando Korolev decía que les suministraba ayudas del siglo veintiuno, se refería a aquello. Las fábricas automáticas funcionaban con los mismos programas de los primitivos fabricantes. El efecto que les causaba era más de asombro que de algo familiar. Metió la comida en su mochila, junto con su aparato de datos. Algo le decía que debía llevarse algo más: sabía que aquel día iba a dar una tercera parte de la vuelta al mundo. Movió la cabeza. Seguramente estaría de regreso al cabo de cinco horas. Ni siquiera era necesario que se llevara la comida. Wil dio las instrucciones finales a su casa y salió al frescor matutino.

Era uno de esos días, que podía llegar a cambiar los hábitos de los mochuelos nocturnos. Alrededor de la casa, lo verde llegaba hasta muy alto, los árboles todavía húmedos relucían al sol. Todo parecía limpio y brillante, como si hubiera sido acabado de crear. Menos los pájaros, todo estaba en silencio. Atravesó la calle cubierta de musgo para ir al encuentro del volador cerrado de Lu. Dos dispositivos de protección, uno procedente de Yelén y el otro de Lu, dejaron sus puestos sobre la casa y le siguieron.

—¡Hola, Wil! Espera un minuto —era Dilip Dasgupta que le hacía señas con la mano desde su casa que estaba a unos cincuenta metros calle abajo—. ¿Dónde vas?

—A Calaña —le contestó Brierson gritando.

—Vaya.

Rohan y Dilip ya estaban levantados y vestidos. Corrieron hacia él.

—¿Forma parte de la investigación del asesinato? —preguntó Dilip.

—Tienes un aspecto horroroso, Wil —dijo Rohan.

Brierson hizo como si Rohan no existiera.

—Sí. Vamos a ver a Mónica Raines.

—¡Ah! Es una sospechosa.

—No. Todavía estamos investigando los hechos, Dilip. Quiero hablar con todos los técnicos elevados.

—¡Oh!

Parecía un hincha de fútbol contrariado por la mala suerte de su equipo. Algunos días antes, la contrariedad hubiera estado teñida de miedo; entonces todo el mundo había estado inquieto al suponer que el asesinato de Marta pudiera ser el preludio de un ataque masivo a la colonia.

—Wil, te lo decía de verdad —Rohan no iba a dejarse apartar a un lado—. Realmente pareces agotado. Y no se trata tan sólo de hoy porque sea muy pronto y todo esto. No dejes que este caso te aparte de tus amigos. Has de relacionarte, Wil… Por ejemplo, esta mañana nos vamos con una expedición de pesca que sale de la Costa Norte. Es algo que han organizado los Pacistas. Nuestros amigos, los Genet también vienen, por si acaso encontramos algo demasiado grande para nosotros solos. ¿Sabes? No sé por qué los gobiernos tienen tan mala fama. Tanto los Pacistas como los Neo Mejicanos no son muy diferentes de los clubs sociales o de las asociaciones de los colegios. Se portan muy bien con todo el mundo. Sí, y piensa esto, Wil: aquí hemos empezado una nueva vida. La mayor parte de la humanidad está atada a estos dos grupos. Hay muchas mujeres, mucha gente a la que te gustaría conocer. Brierson sonrió, algo turbado y conmovido. — Tienes razón. Debería estar más al corriente de las cosas.

Rohan alzó su brazo para darle un golpe en el hombro. —Hey, si por la tarde ya estáis de vuelta, podías procurar que Lu te dejara en la Costa Norte. Estoy seguro de que todavía habrá acción por allí. —¡De acuerdo!

Wil dio la vuelta y se acercó andando a la nave volante de Lu. Los Dasguptas tenían razón en algunas cosas. ¡Pero qué equivocados estaban en otras! Una sonrisa afloró a sus labios cuando se imaginó la reacción de Steve Fraley si oyese que se comparaba la República de Nuevo Méjico con un club social.

—Buenos días, Wil —la cara de Lu era impasible. Parecía no estar preocupada en absoluto por el retraso—. ¿Te parece bien a 1.5 g? —Claro, claro.

Brierson ocupó un asiento, no demasiado seguro de saber sobre qué estaba hablando Lu. Por lo menos no tenía que preocuparse por preguntas sobre su estado de salud. Aparte de la risa o la sonrisa, y de las lágrimas, Lu parecía incapaz de leer las expresiones faciales.

Se hundió en los cojines del asiento y la aceleración del aparato volante añadió una lasitud física a la mental que ya tenía. No había usado la base de datos Greenlnc sólo para la investigación del asesinato de Marta. Durante la noche anterior había seguido el rastro de su familia hasta el final del siglo veintidós. Estaba orgulloso de ver hasta dónde habían llegado sus hijos: Anne, astronauta; Billy, policía y luego escritor. Por lo que había podido averiguar, Virginia no se había vuelto a casar. Los tres habían desaparecido en el siglo veintitrés, junto con sus padres, sus hermanas y el resto de la humanidad.

En 2140 y 2180 habían emburbujado regalos para que le hicieran compañía. Greenlnc decía que se trataba del mejor equipo de supervivencia que se podía comprar con dinero. Había caído en manos de los salteadores de tumbas, los viajeros basureros que existieron durante el primer megaaño después del Hombre. Tal vez había sido mejor así, porque en aquellos paquetes debería de haber videos de la familia, y hubiese sido muy duro el verlos.

…Pero durante todo el tiempo había mantenido el sueño secreto de que Virginia pudiera ir en pos de él, al menos cuando los hijos hubieran tenido sus propias familias. Era algo extraño: él hubiera discutido con ella para que no fuera, pero ahora se sentía… traicionado.

El leve silbido que venía de detrás de los cristales hacía tiempo que había desaparecido, pero continuaba la aceleración que le revolvía las tripas. La atención de Wil volvió al volador. Miró directamente hacia adelante. Un océano salpicado de nubes aparecía ante él como una pared azul. Miró a través de la cúpula transparente y vio la curvatura de la Tierra: el azul pálido se mezclaba con el negro del espacio. Estaban a centenares de kilómetros de altura, volando hacia adelante con una aceleración constante muy distinta a las trayectorias balísticas a que estaba acostumbrado.

—¿Faltaba mucho? —consiguió decir.

—Es lento ¿verdad? —dijo Della—. Ahora que ya está establecida la colonia, Yelén no quiere que usemos las cabezas nucleares dentro del espacio próximo. A esta aceleración, todavía falta media hora para llegar a Norte América.

Un rosario de islas pasó rápidamente por su campo visual. Mucho más cerca, vio los autones que le protegían cuando estaba en casa: volaban en formación con la nave de Della.

—Todavía no comprendo por qué quieres apartarte tanto de tu camino para ir a hablar con la señora Raines. ¿Tan especial es ella?

Wil se encogió de hombros.

—Quiero hablar primero con las personas que sean menos propicias. Ménica no está interesada en venir a vernos en persona, y a mí me gusta que estas entrevistas sean cara a cara.

Delta dijo:

—Esto es juicioso. La mayoría de nosotros podemos hacer cualquier cosa en un canal de holo… Pero ella es, de los técnicos elevados, uno de los menos potentes. No puedo imaginármela como una asesina.

Pocos minutos después, Della hizo dar a su aparato un viraje pronunciado y en picado, que por unos segundos les hizo acelerar fuertemente en dirección al Pacífico. Wil se alegró de no haber tenido tiempo para desayunar. Cuando entraron en la atmósfera por la parte oeste de Calaña, iban a la velocidad justa para que el casco de la nave se pusiera solamente un poco al rojo.

Calaña. Era uno de los nombres más apropiados que habían puesto las Korolevs. En los tiempos de Wil, una de las pautas del insulto regional era la predicción de que California algún día caería al mar. Esto no ocurrió nunca. Al contrario, California se había hecho a la mar, deslizándose a lo largo de la falla de San Andrés, terremoto a terremoto, milenio tras milenio, hasta que la costa suroeste de Norte América se convirtió en una isla de mil quinientos kilómetros. Sin duda era Calaña, la dilatada y estrecha isla que los marineros españoles habían (muy prematuramente) identificado cincuenta millones de años antes.

Della hizo los últimos cientos de kilómetros en aproximación baja. La playa se deslizaba rápidamente debajo de ellos. Tanto al norte como al sur, hasta donde alcanzaban a ver, las rompientes iban a dar en la pura arena. Allí no había ciudades ni caminos. El mundo estaba en un período interglaciar, al igual que en la Era del Hombre. Aquella línea de costa, se parecía a la de California. No le hacía sentir la misma nostalgia que si se hubiera tratado de Michigan, pero de todas maneras notó un nudo en la garganta. Él y Virginia habían visitado California del Sur en la década de los 2090, después de que se hubiera suprimido el gobierno de Aztlán. Se deslizaron volando sobre las colinas cubiertas de árboles de hojas perennes. La luz de la tarde hacía que todo apareciera con un relieve desigual. Detrás de las colinas, la vegetación estaba marchita y de un color verde grisáceo. Y detrás de todo esto había la llanura y los estrechos de Calaña.


—Está bien. ¿Qué preguntas estúpidas quieres hacerme?— Mónica Raines les miraba mientras les precedía hasta su… escondite, como lo llamaba ella. Wil y Della se apresuraban detrás de ella. El no estaba desanimado por la brusquedad de la artista. En el pasado, jamás había sido un secreto su desagrado por las Korolevs y sus planes.

Los escalones de madera descendían por una zona ensombrecida por los árboles. Un olor de mezquite flotaba en el aire. En el fondo, invisible entre las enredaderas y las ramas, había una pequeña cabaña. Su suelo estaba profusamente alfombrado con almohadas esparcidas por todas partes. Uno de los lados de la habitación no tenía pared para dejar ver el principio de la tierra plana. Una batería de equipos (¿ópticos?) estaba dispuesta en el borde de aquel lado abierto.

—Les agradeceré que hablen en voz baja —dijo Mónica—. Estamos a menos de doscientos metros de distancia del nido de encendida.

Jugueteó con su equipo; no llevaba una cinta de cabeza. Una pantalla plana se iluminó con la imagen de dos… ¿buitres? Se pavoneaban alrededor de un pequeño montón de piedras y maleza. La imagen daba unos reflejos oscilantes a causa del calor. Wil suspiró a causa de la óptica: sólo podía distinguir dos pájaros situados en el valle que había detrás del escondrijo.

—¿Por qué usa un telescopio? —dijo Lu en voz baja—. Con unas cámaras trazadoras, podría…

—Sí. Algunas veces también las uso. Pasadme las lejanas —dijo en dirección al tenue aire. Otras pantallas cobraron vida. Las imágenes eran oscuras hasta en el oscurecido cuarto—. No me gusta repartir trazadoras por ahí: falsean el ambiente. Además, no me queda ninguna que sea buena —señaló con su pulgar hacia la pantalla principal—. Si tenéis suerte, estos pájaros dragón os van a dar un verdadero espectáculo.

¿Pájaros dragón? Wil volvió a mirar aquellos cuerpos deformes con sus cabezas y cuellos desplumados. Seguían pareciéndole buitres. Aquellas criaturas de color pardo seguían pavoneándose alrededor del montón, de vez en cuando hinchaban sus pechugas. Separado a un lado vio a otro, menor, que estaba quieto y observaba a los otros. Lo que más extrañeza causaba en ellos era un puente en forma de hoja que cruzaba la parte alta de sus picos.

Mónica estaba sentada en el suelo con las piernas cruzadas. Wil se sentó menos estéticamente y tecleó algunas notas en su aparato de datos. Della Lu se quedó de pie, paseando por la habitación, mientras miraba los cuadros de la pared. Eran pinturas famosas: La muerte en bicicleta, La muerte visita el parque de atracciones… Habían sido una novedad allá por el año 2050, cuando se descubrió la longevidad, cuando la gente se dio cuenta de que, salvo por accidente o violencia, podía vivir para siempre. Repentinamente La Muerte se había convertido en un personaje anciano que se había liberado de su pesada obligación; rodaba torpemente en su primer viaje en bicicleta, con su guadaña en alto como si se tratara de una bandera. Los niños corrían a su lado, sonriendo y riendo. Wil se acordaba mucho de aquellos cuadros: él también era un niño en aquella época. Pero allí, cincuenta millones de años después de la extinción de la raza humana, parecían más macabros que bonitos.

Wil volvió a centrar su atención en Mónica Raines.

—Usted sabe que Yelén Korolev ha delegado la investigación del asesinato en la señora Lu y en mí. En resumen, yo me encargo de husmear por todas partes, igual que en las novelas de detectives; y Della Lu se ocupa de los análisis de técnica elevada. Puede parecerle una frivolidad, pero así he trabajado siempre: quiero hablar con usted cara a cara para que me diga lo que piensa sobre el crimen.

Y para descubrir qué tuvo que ver en él, pero esto no lo dijo.

Wil entró en materia de la forma más casual y menos amenazante posible.

—Todo esto es voluntario. No pretendemos tener la menor autoridad contractual.

Las comisuras de la boca de Raines se torcieron hacia abajo.

—Lo que yo pienso del crimen, señor Brierson, es que no tengo nada que ver en él. Para decirlo en su jerga de detective: no tengo el menor móvil, porque nunca he tenido el menor interés en el despreciable intento de hacer resurgir la humanidad. No he tenido la menor oportunidad, ya que mi equipo de protección es mucho más reducido que el de ella.

—Pero usted es una técnica elevada.

—Sólo por la época de mi origen. Cuando dejé la civilización, me llevé lo más imprescindible para poder sobrevivir. No me traje software para construir fábricas automáticas. Tengo capacidad aire-espacio y algunos explosivos, pero son lo mínimo que se necesita para poder salir del estasis con seguridad —hizo un gesto en dirección a Lu—. Su acompañante, que es tecno-max, puede comprobarlo.

Della se dejó caer, como si no tuviera huesos, a una posición con las piernas cruzadas y apoyó las mejillas en las manos. Por un momento pareció que era una muchacha.

—¿Me permitirá el acceso a sus bases de datos?

—Sí.

La espacial asintió, y su atención volvió a alejarse. Estaba mirando la imagen telescópica. Los pájaros dragón habían acabado de pavonearse. Arrojaban piedras por turno contra la estructura que parecía un nido y que estaba situada entre ambos. Wil jamás había visto nada parecido. Los pájaros buscaban por el borde del montón de piedras y maleza. Parecía ser que escogían algo cuidadosamente. Lo que cogían con sus picos relucía. Después con un movimiento rápido de su cabeza, el guijarro salía despedido contra el montón. Al mismo tiempo, el que lanzaba aleteaba brevemente el aire.

Raines siguió la mirada de Della. La cara de la artista se abría con una sonrisa menos cínica que de costumbre.

—Fíjese en cómo se ponen a favor del viento, cuando hacen esto.

—¿Son capaces de encender fuego? —preguntó Lu.

La cabeza de Raines se alzó.

—Usted es la espacial. ¿Ha visto cosas como esta, antes de ahora?

—Una vez. En el LMC. Pero no se trataba de… pájaros, exactamente.

Raines se mantuvo callada durante unos instantes. La curiosidad y extrañeza reñían una batalla con su natural deseo de demostrar que sabía más que sus visitantes. Salió ganando esto último, pero se había vuelto más amistosa cuando prosiguió:

—Ha de estar todo bien preparado, antes de que lo intenten. Hemos tenido un verano muy seco, y han construido su pira inicial al borde de una zona que no se ha quemado desde hace décadas. Advierta que hay una buena brisa que sopla a lo largo de las colinas.

También Lu estaba sonriendo.

—Sí. De manera que este reflejo de aleteo que tienen cuando arrojan… ¿es para ayudar un poco a las chispas?

—Correcto. Podría ser que… ¡Oh, miren, miren!

No había mucho que ver. Wil había visto una débil chispa cuando el último guijarro había golpeado las piedras del nido, mejor dicho, de la pira inicial, que es como la llamaba Mónica. Una tenue voluta de humo salía de la paja que cubría el lado de sotavento del montón. El buitre se mantenía próximo al humo y movía suavemente sus alas en forma de largos abaniqueos. Su grito traqueteante creó ecos en todo el barranco.

—Nada. Esta vez no ha prendido… Otras veces el dragón tiene demasiado éxito. Si se prenden sus plumas, arden como antorchas. Creo que por este motivo, los machos operan por parejas: uno de ellos va de repuesto.

—Pero cuando el juego sale bien… —dijo Lu.

—Si les sale bien, consiguen un bonito incendio forestal que se propaga alejándose de donde están los pájaros dragón.

—¿Y para qué quieren iniciar incendios? —preguntó Wil, con la desagradable sensación de que ya sabía la respuesta.

—Les conviene para comer, señor Brierson. Estos necrófagos no esperan a que su comida caiga muerta por sí misma. Un fuego como éste puede extenderse más rápido de lo que los animales pueden correr. Cuando ya ha pasado, encuentran mucha carne asada. Estos puentes que tienen en su pico son para hacer saltar la carne de sus víctimas. Después, los dragones engordan tanto que apenas si son capaces de andar como los patos. Un buen incendio marca el inicio de una época de cría realmente buena.

Wil se sintió algo mareado. Había visto muchas películas dedicadas a la naturaleza, desde las de pantalla plana de Disney, pero nunca había podido admitir toda la habladuría sobre la belleza y equilibrio de la naturaleza cuando estaban ilustrados con unas formas tan grotescas de muerte súbita.

Las cosas se pusieron peor con Ja intervención de Delia. —¿Es decir, que matan principalmente a animales menores que ellos?

Raines hizo un signo afirmativo. —Pero hay algunas interesantes excepciones. Hizo cobrar vida a otra pantalla.

—Estas imágenes proceden de una cámara situada a unos cuatrocientos metros al este de aquí.

La imagen oscilaba y saltaba. Wil vislumbró unas criaturas peludas que escarbaban por entre la espesa maleza. Su constitución les obligaba a andar muy a ras del suelo; pero, vagamente, parecían monos.

—Es curioso ver en qué pueden convertirse los primates, ¿verdad? Su diseño original puede desplegar tantos resultados; es tan centrado. Exceptuando una desastrosa ocasión en que se llegó a un callejón sin salida, en general son los mamíferos más interesantes. En todas las épocas, he visto cómo se adaptaban a cualquier casilla de los grandes animales terrestres, y lo que es todavía más: los monos pescadores están casi en la casilla de los pingüinos. Los vigilo de cerca: algún día pueden convertirse en animales estrictamente marinos.

En sus facciones, normalmente melancólicas y tristes, se veía el brillo del entusiasmo.

—¿Cree usted que la humanidad tuvo un fenómeno de regresión hasta convertirse en los monos pescadores, y estas… cosas? —dijo Wil, señalando la pantalla sin poder evitar que su voz delatara la repulsión que sentía. Raines contestó con desdén: —Esto es absurdo. Y además presuntuoso, realmente.

El Homo Sapiens fue casi la más automortífera variación del tema de la vida. Esta especie se aisló tanto de los esfuerzos físicos durante tanto tiempo que los pocos de sus individuos que pudieron sobrevivir a la destrucción de la tecnología fueron totalmente incapaces de vivir por sus propios medios. No, los actuales primates descienden de los que estaban en estado salvaje cuando la humanidad se autoextinguió.

Rió suavemente al ver la expresión de la cara de Wil.

—No tiene el menor derecho, señor Brierson, de hacer juicios de valor sobre los pájaros dragón. La suya es una variedad muy bonita que ha sobrevivido durante medio millón de años (casi lo que duró la experiencia del Hombre con el fuego). Las piras iniciales empezaron siendo pequeños montones de resplandor, una especie de ostentación sexual de los machos. Los primeros fuegos fueron accidentales, pero la adaptación ha ido mejorando la especie a lo largo de centenares de miles de años. Estos fuegos no les proveen de toda su comida, ni siquiera de la mayor parte de ella. Pero es una ventaja adicional. Como ritual de emparejamiento, ha llegado incluso a superar las épocas de clima húmedo. Cuando los veranos vuelven a ser secos, todavía está vigente para su uso.


—Éste es el modo en que debía usarse el fuego, señor Brierson. Los pájaros tienen un impacto muy pequeño en el promedio de incendios: no hacen más que redistribuir los fuegos según su conveniencia. Su manera de utilizarlo es autolimitante, pues cumple el balance de la naturaleza. Fue el Hombre quien pervirtió el fuego y lo usó para una destrucción sin límites.

Cada una de sus intervenciones es más disparatada que la anterior, pensó Wil. Mónica Raines estaba rodeada y servida por los frutos de aquella «perversión», y no sabía hacer otra cosa que quejarse. Parecía algo del siglo veinte.

—¿Usted no cree en la teoría de Juan Chanson, de que el hombre fue exterminado por los alienígenas?

—No hay ninguna necesidad de inventar algo así. ¿No lo ve, señor Brierson? Las tendencias estaban allí, innegables. Los sistemas de la Humanidad se hicieron cada vez más complicados y sus demandas fueron cada vez más ra— paces. ¿Ha visto las minas que las Korolevs construyeron al oeste del Mar Interior? Se alargan docenas y docenas de kilómetros, pozos abiertos, autómatas por todas partes. En los últimos años del siglo veintidós, ésta era la escala de recursos que necesitaba un solo individuo. La ciencia daba a cada animal humano la presunción de que obraba como un dios. La Tierra no podía consentirlo. Diablos, apostaría a que ni siquiera hubo una guerra. Estoy segura de que toda la estructura se colapso bajo su propio peso, dejando a los violadores a merced de su víctima: la naturaleza.

—Existe el cinturón de asteroides. La industria podría haberse trasladado fuera del planeta. De hecho, Wil había visto en su tiempo cómo se iniciaba este proyecto.

—No. Se trataba de un proceso exponencial. El trasladarse al espacio sólo podía retrasar la catástrofe durante unas décadas.

Se puso de rodillas y miró hacia la pantalla del telescopio. Los buitres habían vuelto a adoptar su pavoneo alrededor del montón de piedras.

—Es una lástima que hoy no podamos observar un fuego. Por la tarde lo intentan con más ahínco.

—Si usted opina esto de los humanos, ¿por qué está fuera de estasis, precisamente ahora? —dijo Lu.

Wil añadió:

—¿Es que piensa usted que podrá persuadir a la nueva colonia que se comporte más…, respetuosamente con la naturaleza?

Raines les obsequió con otra de sus torcidas sonrisas.

—Rotundamente… no. ¿No habrán visto alguna propaganda mía, verdad? Esto es lo que menos me importa. Esta colonia es la mayor que yo he visto, pero va a caer como todas las demás. Una vez más, habrá paz sobre la Tierra. Yo, hum… es solamente una coincidencia que todos hayamos salido del estasis al mismo tiempo —dudó—. Yo… yo soy una artista, señora Lu. Uso los instrumentos de los científicos, pero con un corazón de artista. Cuando estaba en la civilización, vi que se acercaba la Extinción y que no iba a quedar nadie que violara a la naturaleza, pero que tampoco quedaría nadie para ensalzar su obra.

»Por esto viajé a través del tiempo, he estado un pro— medio de un año viva por cada megaaño, pintando mis cuadros, tomando mis anotaciones. Algunas veces sólo estoy un día, otras una semana, o un mes. Durante los últimos megaaños he estado muy activa. Las arañas sociales son fascinantes, y ahora, precisamente en el último medio millón de años, han aparecido los pájaros dragón. No es tan sorprendente que vivamos todos al mismo tiempo.

Había algo sospechoso en aquella explicación. Un año de tiempo de observación, repartido a lo largo de un millón de años dejaba una tremenda cantidad de huecos. La colonia sólo llevaba en actividad unos pocos meses. Las probabilidades de no coincidir con ella parecían ser muy altas. Raines estaba sentada, incómoda, casi temblaba cuando él la miraba. Mentía, pero ¿por qué? La explicación evidente era de un cariz inocente. A pesar de toda su hostilidad, Ménica Raines seguía siendo un ser humano. Aunque ella misma no quisiera admitirlo, todavía necesitaba compartir sus cosas con los demás.

—Pero mi presencia aquí no es pura coincidencia, señor Brierson. Tengo mis cuadros; estoy a punto de marcharme. Supongo que los próximos siglos, el tiempo que vais a tardar todos en morir, serán muy poco gratos. Ya me habría marchado hace mucho tiempo si no hubiera sido por Yelén. Exige que me quede en esta era. Me amenaza con dejarme caer en el Sol si me emburbujo, es una fiera rabiosa. —Al parecer, Raines no tenía tantos explosivos como los Robinson. Wil se preguntaba si habría otros tecno-max que se quedaban a la fuerza—. O sea que ya pueden ustedes darse cuenta de por qué quiero cooperar. No se echen encima de mí.

A pesar de sus agrias palabras, tenia ganas de hablar. Les enseñó el video de los primitivos pájaros dragón, de los tiempos cuando el inicio de un fuego era casi un accidente. Durante sus cincuenta años de viajes había creado archivos que habrían avergonzado a las bibliotecas nacionales del siglo veinte. Don Robinson no era el único que hacía videos caseros. La automatización de Mónica podía reorganizar sus datos para formar unos homotópicos alucinantes, en los que las criaturas presas de la antorcha del tiempo se iban transformando y se fundían de una forma a otra. Parecía estar dispuesta a enseñárselo todo, y Della Lu, por lo menos, parecía querer verlo.

Cuando salieron del escondrijo, reinaba una profunda penumbra en la zona de césped. Raines les acompañó hasta la parte alta de su pequeño cañón. Un viento seco y tibio agitaba el chaparral: los pájaros dragón no iban a tener dificultades para encender su fuego si el viento seguía así. Se detuvieron unos momentos en la parte alta de la cresta. Su vista alcanzaba hasta varios kilómetros de distancia en todas direcciones. Unas líneas de colores naranja y rojo cruzaban el horizonte por el Oeste. Una insinuación de color verde estaba encima y luego seguía el violeta y el negro estelar. No se advertía ninguna luz artificial. Un olor parecido al de la miel flotaba en la brisa.

—Es hermoso, ¿verdad? —dijo Raines en voz baja.

Impoluto para siempre y aún más. ¿Era posible que ella quisiera esto?

—Sí, pero algún día la inteligencia volverá a evolucionar. A pesar de que usted tenga razón en lo que piensa de la humanidad, el mundo no va a estar siempre en paz.

Ella no contestó inmediatamente.

—Podría suceder. Hay un par de especies que están al borde de la inteligencia, las arañas, por ejemplo —ella le miró otra vez y su cara quedó iluminada por la semi penumbra ¿estaba enrojeciendo? Al parecer había dado en el blanco—. Si esto ocurriera… bien, yo estaría allí, desde el mismo principio de su aparición. No estoy en contra de la inteligencia propiamente dicha, sino del abuso que se haga de ella. Tal vez podré lograr apartarlos de la arrogancia de mi raza.

Al igual que uno de los dioses antiguos, dirigiría las nuevas criaturas por el camino de la verdad. Mónica Raines encontraría a alguien que pudiera apreciarla adecuadamente, aunque tuviera que ayudar a crearlo.


El aparato volador de Lu se desplazaba regularmente sobre el Pacífico. El sol se levantaba rápidamente sobre el borde de la Tierra. De acuerdo con los datos de sus registros, todavía no era mediodía en Asia. La brillante luz del sol y el cielo azul (que en realidad era el Pacífico que estaba debajo de ellos) les proporcionaba una diferencia emocional importante. Sólo unos minutos antes todo había sido oscuridad y los tenebrosos pensamientos de Mónica.

—Locos —dijo Wil.

—¿Quiénes?

—Todos los viajeros avanzados. En todo un año de trabajo de policía no se puede encontrar alguien que sea más raro que ellos. Yelén Korolev, que parece tener celos de mí sólo por que me gusta su amiga que se quedó sola durante un siglo después de nuestro salto en el tiempo; la lista jovencita Tammy Robinson, que tiene edad suficiente para poder ser mi madre, y cuya meta es poder celebrar el Año Nuevo al final del tiempo; Mónica Raines a cuyo lado cualquier fanático ecologista del siglo veinte quedaría en ridículo. Y además tenemos a Della Lu, que ha vivido tanto que ha de estudiar para poder parecer humana.

Se detuvo después de pronunciar estas últimas palabras y miró con ojos culpables a Della. Ella le sonrió comprensivamente, y la sonrisa parecía que llegaba hasta sus ojos. Maldición. Ahora había momentos en que ella parecía darse cuenta de todo.

—¿Y qué esperabas, Wil? Para empezar, todos somos algo raros: en su día abandonamos voluntariamente la civilización. Desde entonces hemos consumido centenares (y a veces millares) de años para llegar hasta aquí. Esto requiere una fuerza de voluntad que puedes llamar monomanía.

—No todos los tecno-max estaban locos, al principio. Quiero decir que… vuestra motivación original fueron las expediciones de corto alcance, ¿no es cierto?

—Según vuestra escala de medidas, no eran de corto alcance. Yo acababa de perder a alguien a quien quería mucho; quería estar sola. La Misión Estelar Gatewood era un viaje de mil doscientos años. Pero cuando regresé había rebasado la Singularidad, lo que Mónica y Juan llaman la Extinción. Fue entonces cuando me fui en misiones realmente largas. Te has olvidado de todos los técnicos adelantados que eran razonables, Wil. Estos se asentaron des— pues de los primeros megaaños después del Hombre, y sacaron el mejor partido de su situación. Tú te has quedado con lo peor de lo peor, por decirlo de alguna manera.

Ella se había apuntado un tanto. Era mucho más fácil hablar con los técnicos bajos. Hasta entonces Wil había creído que aquello se debía a una mayor afinidad cultural, pero ya comprendía que era algo que obedecía a razones más profundas. Los tecno-min eran personas que habían sido secuestradas, o que tenían metas a corto plazo (como los Dasguptas y sus locos planes de inversiones). Hasta los de Nuevo Méjico, que tenían un gran número de conceptos desagradables, no habían pasado más que unos pocos años en el tiempo real, desde que habían abandonado la civilización.

De acuerdo, todos los sospechosos estaban chiflados. El problema estribaba sólo en saber además cuál de los chiflados estaba podrido.

—¿Qué podemos pensar de Raines? A pesar de toda su aparente indiferencia, es claramente hostil a las Korolevs. Era posible que hubiera matado a Marta únicamente para «acelerar el proceso natural» del colapso de la colonia.

—Creo que no, Wil. Estuve rondando por allí mientras hablábamos con ella. Tiene un buen equipo de emburbujar, y suficientes autones como para mantener su programa de observaciones, pero está prácticamente indefensa. No tiene los medios necesarios para engañar a los programas de planes de Korolev… La verdad, es que prácticamente carece de equipos. Si sigue viviendo un año cada megaaño, no durará más de un par de centenares de megaaños antes de que sus autones le empiecen a fallar. Y entonces va a tener que descubrir por sí misma y de primera mano lo que es la naturaleza… Deberías felicitarme, Wil: estoy siguiendo tus consejos en las entrevistas. No me reí cuando empezó a largar sobre la paz y el equilibrio de la naturaleza.

Brierson sonrió.

—Sí. Has sido un buen co-interrogador… Pero no creo que quiera viajar indefinidamente. Su objetivo real es hacer el papel de dios para la próxima raza inteligente que se desarrolle sobre la Tierra.

—¿La próxima raza inteligente? Entonces no se da cuenta de lo escasa que es la inteligencia. Es posible que pienses que aquellos pájaros que hacen fuego son una mutación, pero deja que te diga una cosa: casos así son mil veces más frecuentes que la evolución de la inteligencia. Es más probable que el sol se convierta en una estrella gigante roja antes de que la inteligencia vuelva a aparecer sobre la Tierra.

—Humm —no estaba en posición de poder discutir. Della Lu era el único ser humano viviente, y tal vez la única persona a lo largo de toda la historia, que realmente sabía aquellas cosas—. De acuerdo, Mónica vive una fantasía… o tal vez nos está ocultando sus verdaderas posibilidades, en las zonas de Lagrange, o en el desierto. ¿Estás segura de que no se hace la tonta?

—Todavía no. Pero cuando me facilite el acceso a sus ficheros, voy a efectuar unas muy concienzudas comprobaciones. Tengo mucha confianza en mi automatización. Raines abandonó la civilización siete años antes que yo. Por muy buena que fuera la automatización que se llevó, la mía es mejor. Si nos esconde algo, voy a descubrirlo.

Un sospechoso menos, probablemente. En cierto modo era un progreso.

Volaron en silencio durante algunos minutos. Tenían a un lado el azul de la Tierra, y el sol deslizándose por el otro. Consiguió ver a uno de los autones de protección: era una mota brillante que flotaba y se destacaba delante de las nubes.

Tal vez debería concederse la tarde libre para ir a la reunión de los Pacistas en la Costa Norte. Pero todavía quedaba algo acerca de Mónica Raines.

—Della: ¿Cómo crees que se sentiría Mónica si la colonia resultara un éxito? ¿Sería tan indiferente con nosotros, si creyera que podemos causar un daño permanente?

—Creo que se sorprendería, se enfadaría mucho… pero no podría hacer nada.

—Lo estoy tomando en consideración. Supongamos que no dispone del habitual equipo de batalla de alta técnica. Si sólo quiere destruir la colonia, no necesita tener algo espectacular: tal vez una enfermedad, algo con un largo período de incubación.

Los ojos de Della se ensancharon, casi cómicamente. Él ya había visto la misma expresión en Yelén Korolev. Tenía algo que ver con la interfaz de datos directa: cuando se enfrentaban con una pregunta sorpresa que requería un análisis profundo, al principio parecían sorprendidas y después aturdidas. Transcurrieron algunos segundos.

—Cabe dentro de lo posible —prosiguió Wil—. Ella tiene una base biocientífica, y un pequeño laboratorio automático sería muy difícil de descubrir. La automatización médica de las Korolev es buena, pero no está proyectada para caso de guerra…

Della sonrió:

—Es una idea muy interesante, Wil. Un virus debidamente programado podría ser inmune a los panfagos e infectar a todos antes de que aparecieran los primeros síntomas. Aunque se emburbujara toda la zona, no habría, defensa.

«Interesante» no era la palabra que Brierson habría usado. Las enfermedades que se propagaron después de 1997 habían matado a la mayor parte de la raza humana. En los tiempos de Wil, en Norte América no vivían más de cuarenta millones de personas. Aquel terror ya se había acabado, y el mundo era un sitio amistoso, pero todavía eran preferibles las bombas y las balas a los bichitos. Se mojó los labios.

—Supongo que no nos hemos de preocupar inmediatamente. Ella debe saber lo mortal que podría ser la respuesta de los tecno-max. Pero si nuestra colonia tiene demasiado éxito…

—Sí. La he puesto en mi lista. Y ahora que ya estamos al corriente de esta posibilidad, no será muy difícil protegernos de ella. Tengo un equipo médico de exploración espacial muy bueno.

—Yaaaaa. No te preocupes por nada, Wil.

Habían perdido a uno de los sospechosos de asesinato, pero posiblemente habían ganado un maníaco genocida.

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