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Todo el mundo estuvo de acuerdo con Marta en que el espectáculo había sido impresionante. Muchos no se daban cuenta de que el «espectáculo» no acabaría con un atardecer de fuegos artificiales. Las llamadas a escena durarían algún tiempo y serían más tétricas que maravillosas.

La explosión provocada por el rescate tuvo una intensidad aproximadamente cien veces más potente que la del Krakatoa en el siglo diecinueve. Aquella tarde se lanzaron a la estratosfera miles de millones de toneladas de rocas y cenizas. En los días siguientes, el sol fue difícil de ver, a lo sumo se distinguía un disco rojizo a través de las tinieblas. En Korolev, el terreno estaba profundamente helado todas las mañanas. Las pseudojacarandas estaban marchitas y se morían. Las arañas que antes habitaban en ellas se habían muerto o se escondían en otra parte. Incluso en las junglas que estaban casi junto a la costa, la temperatura raramente sobrepasaba los diez grados.

Llovía durante la mayor parte del día, pero no llovía agua: el polvo se iba posando. Cuando caía seco parecía nieve de color gris parduzco que formaba montones obscenos en las casas, en los árboles y sobre los pequeños animales; los de Nuevo Méjico echaron a perder su último helicóptero, pero aprendieron cómo afecta el polvo de roca a las turbinas. Si caía mojado, era peor: un fluido negro que en lugar de amontonarse, formaba lodo. Resultaba un pequeño consuelo saber que las bombas eran «limpias» y que aquel polvo no era más que un «producto natural».

Los robots de Korolev reconstruyeron rápidamente el monorraíl. Wil y los hermanos Dasgupta hicieron una excursión hasta el mar.

Las dunas habían desaparecido debido a las grandes olas tsunamis del día del rescate que se las llevaron tierra adentro. Los árboles que había al sur de donde antes estaban las dunas habían caído al suelo orientados en sentido opuesto al mar. No quedaba nada verde: todo estaba cubierto de ceniza. Incluso el mar tenía una capa de espuma sucia. Milagrosamente, algunos monos pescadores habían sobrevivido. Wil vio algunos pequeños grupos de ellos en la playa, estaban limpiándose unos a otros la ceniza que les cubría la piel. Pasaban la mayor parte del tiempo en el agua, que todavía se mantenía caliente.

El rescate propiamente dicho había resultado un éxito indiscutible. La burbuja de los Pacistas estaba ahora en la superficie. Tres días después de la detonación, un aparato volador de Korolev visitó el lugar de los hechos. Las fotografías que transmitió eran impactantes. Vientos con fuerza de galerna, todavía cargados de cenizas, soplaban a través de la costra gris de la tierra. Por entre las grietas en forma de red que tenía la costra asomaban unas zonas incandescentes de color rojo-anaranjado. En el centro de un lago de roca que se solidificaba lentamente había una esfera perfecta: la burbuja. Flotaba sobre la roca fundida, asomando dos terceras partes. Como era normal, su superficie no estaba deformada por señales de golpes ni de mellas. En ella no se adhería la ceniza ni la roca. Era perfectamente visible: su superficie especular reflejaba el paisaje que le rodeaba, mostrando el reticulado de grietas incandescentes que se perdía entre la bruma.

Era una burbuja típica, en un lugar atípico.

—Todas las cosas han de transcurrir.

Esta era la cita incorrecta favorita de Rohan Dasgupta. Al cabo de unos pocos meses, el lago fundido se helaría y un hombre sin ninguna clase de protección podría llegar andando hasta la misma burbuja Pacista. También acabarían aproximadamente en la misma época las tinieblas y las lluvias de lodo. Durante algunos años las puestas de sol serían espectaculares y el tiempo sería más frío de lo habitual. Los árboles heridos sanarían, y otros nuevos reemplazarían a los que habían muerto: Al cabo de uno o dos siglos la naturaleza habría olvidado la afrenta sufrida, y la burbuja Pacista ya reflejaría un bosque verde.

Pero habrían de pasar quién sabe cuantos milenios antes de que la burbuja se rompiera y los hombres y mujeres que estaban dentro de ella pudieran juntarse con la colonia.

Como era habitual, las Korolevs tenían un plan. Y como era igualmente habitual, los tecno-min, que poseían una técnica inferior no tenían más remedio que ir en pos de ellas.


—Hey, esta noche tenemos una fiesta, ¿queréis venir?

Wil y los demás levantaron la vista de su trabajo con la pala. Después de estar tres horas chapoteando entre la ceniza, todos tenían el mismo aspecto. Negros, blancos, chinos, indios, aztlanes: todos estaban cubiertos de ceniza gris.

La visión que había delante suyo iba vestida de un blanco reluciente. Su plataforma volante estaba suspendida exactamente encima del gran montón de ceniza que los de técnica inferior habían empujado hasta la calle. Era una de las hijas de los Robinson. ¿Tammy? En cualquier caso parecía una imagen de la moda del siglo veinte: rubia, tostada por el sol, diecisiete años, amistosa.

Dilip Dasgupta le devolvió su sonrisa.

—Claro que queremos ir, pero ¿tiene que ser esta noche? Si no sacamos esta ceniza de las casas antes de que las Korolevs emburbujen, no acabaremos nunca.

A Wil le dolían mucho la espalda y los brazos, pero estuvo de acuerdo. Llevaban dos días trabajando en lo mismo, desde que las Korolevs habían anunciado la partida para aquella noche. Si lograban sacar de las casas toda la ceniza antes de emburbujarse, cuando regresaran ya habría sido arrastrada por las lluvias de mil años. Todos los de la calle se habían puesto manos a la obra, aunque hubo muchas protestas dirigidas especialmente a las Korolevs. Los de Nuevo Méjico hasta habían aportado algunos voluntarios con palas y carretillas. Wil reflexionaba sobre esto y no podía creer que alguien como Fraley estuviera embargado por un espíritu de cooperación. No se podía tratar más que de unas honestas ganas de ayudar por parte de algunos oficiales de baja graduación. O bien se trataba de un sutil esfuerzo para atraer a los tecno-min al campo de los de NM y conseguir unos futuros aliados contra las Korolevs y los Pacistas.

La chica Robinson se inclinó sobre su plataforma y se aproximó más a Dasgupta. Miró arriba y abajo de la calle, y después habló con aire confidencial.

—A mis padres les gustan mucho Yelén y Marta, de verdad. Pero papá cree que en algunas cosas van demasiado lejos. Vosotros, los Pájaros Madrugadores, vais a poneros a nuestro nivel técnico en unas pocas décadas. Entonces, ¿por qué tenéis que estar esclavizados así? Se mordió una uña.

—La verdad es que quiero que vengáis a nuestra fiesta… ¡Hey! por qué no hacemos esto: seguís trabajando, pongamos hasta las seis. Tal vez entonces ya lo hayáis limpiado todo. Pero si no es así, no os preocupéis. Los robots de mis padres se cuidarán de terminarlo mientras es preparáis para la fiesta —sonrió, y luego siguió casi tímidamente—. ¿Creéis que estará bien así? ¿Entonces, vais a venir?

Dilip miró a su hermano Rohan, y luego contestó, con cara inexpresiva.

—Bien, ah, pues sí. Con este refuerzo. Creo que sí, lo conseguiremos.

—¡Magnífico! Mirad. Será en nuestra casa y empezará cerca de las ocho, o sea que no trabajéis más allá de las seis, ¿de acuerdo? Y tampoco os preocupéis por la comida, tenemos mucha. La reunión durará hasta la Hora de las Brujas, lo que os permitirá disponer de mucho tiempo para llegar a vuestras casas antes del emburbujamiento de las Korolevs.

El aparato volante se inclinó de lado y ascendió por encima de los árboles que rodeaban las casas. —¡Hasta la vista! Doce sudorosos trabajadores observan su partida con entumecido silencio. Una sonrisa apareció lentamente en la ancha cara de Dilip. Primero miró hacia su pala, luego dirigió la vista a sus compañeros, y por fin gritó:

—¡Qué se joda todo esto!

Arrojó su pala al suelo y empezó a saltar encima de ella.

Aquello provocó una cordial aclamación general incluyendo a los cabos de NM. En pocos instantes, los recién liberados trabajadores ya habían partido en dirección a sus casas.

Únicamente Brierson permanecía en aquella calle, todavía miraba hacia la dirección por donde se había ido la chica Robinson. Sentía tanta curiosidad como gratitud. Wil se había esforzado al máximo para conocer mejor a los tecno-max de técnica elevada: a pesar de todas sus idiosincrasias, parecían estar unidos a las Korolevs. Pero sin pararse a considerar lo amistosas que pudieran ser sus divergencias, estaba convencido de que entre ellos había facciones. Me gustaría saber qué intentan ofrecernos los Robinson.

La zona pública de la finca de los Robinson era más agradable que la de las Korolevs. Lámparas incandescentes colgaban de unos postes de roble. La pista de baile, de madera de teca, comunicaba con una habitación bar, una terraza exterior y un teatro oscurecido, donde posteriormente se pasarían algunas extraordinarias películas familiares de los anfitriones.

Todavía iban llegando algunos invitados, y los pequeños Robinson corrían ruidosamente por la pista de baile, protegiéndose detrás de los huéspedes en un improvisado juego de escondite. Se les toleraba; no, aquello era mucho más que simple tolerancia: eran los únicos niños que había en el mundo.

En cierto sentido, casi todos los presentes eran exiliados. Algunos habían sido secuestrados, algunos habían llegado allí para escapar de algún castigo (merecido o no), algunos (como los Dasguptas) pensaban que se harían ricos si durante un par de siglos se ausentaban del tiempo mientras sus inversiones se multiplicaban. En total, sus saltos temporales iniciales habían sido cortos: habían viajado a los siglos veinticuatro, veinticinco y veintiséis.

Pero en alguna parte del siglo veintitrés, el resto de la humanidad había desaparecido. Los viajeros que se habían trasladado hasta algo después de la Extinción, sólo habían encontrado ruinas. Los más frívolos y los criminales más presurosos no llevaban nada consigo. Éstos murieron, o vivieron unos miserables años en el mausoleo en pleno deterioro que era la Tierra. Los que estaban mejor equipados (los de Nuevo Méjico, por ejemplo), tenían suficientes medios para volver al estasis. Se burbujearon hacia el futuro a través del tercer milenio, rezando por encontrar revivida la civilización. Todo lo que encontraron fue un mundo que se iba sumergiendo en la naturaleza. Los trabajos del Hombre desaparecían bajo el avance de la jungla, de los bosques y de los mares.

Pero incluso estos viajeros sólo lograron sobrevivir unos pocos años de tiempo real. No disponían de ayuda médica, ni tenían forma alguna de conservar sus máquinas, o producir comida. Sus equipamientos habían de fallarles en breve, dejándoles perdidos en la selva.

Sólo unos pocos, muy pocos, habían partido a finales del siglo veintidós, cuando la tecnología proporcionaba a cada individuo riquezas superiores a las que podía tener toda una nación durante el siglo veinte. Estos pocos pudieron conservar y reproducir sus avanzadas herramientas. Muchos abandonaron la civilización con un deliberado espíritu de aventura. Tenían los medios de salvar a los menos afortunados repartidos por los siglos, los milenios, y finalmente los megaaños que iban transcurriendo.

A excepción de los Robinson, nadie tenía hijos. Esto era algo reservado para el futuro, cuando los fantasmas de la humanidad hicieran un último intento para exigir la persistencia de la raza. Y por este motivo, los niños que jugaban entusiasmados al escondite en la pista de baile constituían una maravilla superior a cualquier magia de la tecnología elevada. Cuando las hijas de los Robinson prepararon a sus hermanos menores para acostarlos, hubo unos momentos de amargo y extraño silencio.

Wil paseaba por la habitación bar, deteniéndose aquí y allí para hablar con sus nuevos conocidos. Había decidido llegar a conocer a todo el mundo. Era toda una aspiración: si lo lograba, conocería a todos los individuos de la raza humana. El grupo más extenso, y que para Wil era el más difícil de conocer, era el de los Nuevos Mejicanos. A Fraley no se le veía por ninguna parte, pero la mayoría de los suyos andaban por allí. Vio a los cabos que habían ayudado en los trabajos de pala, y éstos le presentaron a algunos más. Todo transcurría en un ambiente amistoso hasta que un oficial de NM se añadió al grupo.

Wil buscó una excusa y se dirigió lentamente hacia la pista de baile. La mayor parte de los viajeros avanzados estaban en la fiesta y eran sociables. Un nutrido grupo rodeaba a Juan Chanson. El arqueólogo estaba discutiendo su teoría de la Extinción:

—Invasión. Exterminación. Este es el principio y el fin de la Extinción.

Hablaba un dialecto muy cortado, con una entonación que hacía que sus opiniones pareciesen todavía más impresionantes.

—Pero, Profesor —alguien (Rohan Dasgupta) objetó—. Mi hermano y yo salimos del estasis en 2465, es decir, unos dos siglos después de la Extinción. Nueva Delhi estaba en ruinas. Muchos de sus edificios se habían derrumbado por completo. Pero no pudimos ver ninguna evidencia de un ataque con cabezas nucleares o con rayos láser.

—Seguro. Estoy de acuerdo. No ocurrió en los alrededores de Delhi. Pero debes darte cuenta, muchacho, que vosotros sólo pudisteis ver una parte insignificante del cuadro, es evidente. Es una gran pena que muchos de los que regresaron inmediatamente después de la Extinción no tuvieran los medios para estudiar lo que veían. Puedo enseñarte fotografías… Los Ángeles quedó reducida a un cráter de un kilómetro, Beijing se convirtió en un enorme lago. Incluso actualmente, con los aparatos adecuados, podemos encontrar evidencias de aquellas explosiones.

»He dedicado siglos a perseguir y a entrevistar a todos los viajeros que estaban vivos en el último tercer milenio. Ya lo sabes, porque a ti te entrevisté.

Los ojos de Chanson se desenfocaron durante una fracción de segundo. Como muchos de los tecno-max, llevaba una interfaz en forma de banda alrededor de sus sienes. Un instante de concentración de su memoria podía proporcionarle una avalancha de recuerdos.


—Tú y tu hermano. Esto sucedió alrededor del año 10000, después de que las Korolevs os rescataran.

Dasgupta asintió fervientemente. Para él sólo habían transcurrido unas pocas semanas desde el encuentro:

—Sí, nos habían trasladado al Canadá. Todavía he de saber el motivo…

—La seguridad, muchacho, la seguridad. La Protección Laurentiana es un sitio estable para almacenajes a largo plazo, casi tan bueno como la órbita de un cometa —accionó su mano para dar por terminado aquel tema—. Lo importante es que yo y unos pocos investigadores más hemos juntado todos estos elementos dispersos de evidencia. Es difícil; la civilización del siglo veintitrés disponía de extensas bases de datos, pero sus medios habían decaído y eran inutilizables al cabo de unas pocas décadas después de la Extinción. Contábamos con menos información de aquella época que la que tenemos sobre los Mayas. Pero hay suficientes… Puedo mostrártelos: mi reconstrucción de los graffiti de la invasión de Norcross, la cinta perforada de vanadio que W. W. Sánchez encontró en Charon. Éstos son los estertores de muerte de la raza humana.

»En vista a la evidencia, cualquier persona razonable debe estar de acuerdo en que la Extinción fue el resultado de una violencia generalizada dirigida contra poblaciones que, en cierto modo, estaban indefensas.

»Ahora, algunos pretenden que la raza humana simplemente se suicidó, que tuvo lugar la guerra del fin del mundo que tanto preocupaba a la gente del siglo veinte…

Miró a Mónica Raines. La artista de cara chupada le sonrió duramente pero no se tragó el cebo. Mónica pertenecía a la escuela de filosofía «Las Personas No Son Unos Dioses Malditos». Para ella la Extinción no tenía misterios. Después de unos instantes, Chanson prosiguió:

—…pero si estudias la evidencia, advertirás las señales de una interferencia exterior, y verás que nuestra raza fue asesinada por algo… que procedía. del espacio exterior.

La mujer que estaba al lado de Rohan sofocó un pequeño grito.

—Pero estos… alienígenas. ¿Qué fue de ellos? ¡Si regresan, estaremos indefensos ante ellos!

Wil se alejó del grupo y continuó hacia la pista de baile. Detrás de él todavía pudo oír a Chanson que añadía triunfalmente:

—¡Exactamente! Este es el aspecto práctico de mis investigaciones. Debemos montar guardia en las fronteras solares…

Sus palabras se perdieron entre los otros ruidos de fondo y los de otras conversaciones. A Wil no le importaba. Juan era uno de los tecno-max más asequibles, y Wil ya había oído aquel sermón otras veces. No existía la menor duda de que la Extinción era el misterio central de sus vidas, pero sacar a relucir de nuevo el mismo tema en una conversación casual era tan deprimente como discutir de teología.

Una docena de parejas estaba bailando. En el palco escénico, Alice Robinson y su hija Amy ejecutaban la música. Amy tocaba algo que parecía una guitarra. Improvisaban sobre una base de generadores de música automática, pero el hecho de poder ver a dos seres humanos cuyas voces y gestos formaban parte de la música, daba a los asistentes una impresión de que la banda era real y excitante.

Tocaron un poco de todo: desde los valses de Strauss hasta música de los Beatles y de W. W. Arai. Wil no había escuchado nunca las piezas de Arai, debía de haberlas escrito después de su… partida. Las parejas se cambiaban a cada baile. Las melodías de Arai atrajeron a la pista a más de treinta personas. Wil se mantuvo al borde de la pista, contentándose con observar. Al otro lado vio a Marta Korolev, cuya pareja no aparecía por allí.

Marta se balanceaba, haciendo chasquear sus dedos al ritmo de la música; sonreía levemente. Se parecía algo a Virginia: su piel achocolatada tenía casi exactamente el mismo tono que Wil recordaba. No había la menor duda de que su padre o su madre procedían de América, pero la otra parte de la familia era claramente china.

Además de la apariencia, existían otras semejanzas. Marta tenía el mismo humor bullicioso de Virginia. Combinaba el sentido común con una simpatía no tan común. Wil la observó durante algunos minutos, intentando disimularlo. Algunos de los asistentes más osados, encabezados por Dilip, solicitaron bailar con ella. Aceptó con todo entusiasmo, y a partir de aquel momento ya no salió de la pista. Daba gozo verla. Si tan sólo…

Una mano tocó su hombro y una voz femenina llegó a sus oídos.

—Hey, Sr. Brierson ¿verdad que es usted policía?

Wil vio unos ojos azules que estaban a unos centímetros de él. Tammy Robinson se había puesto de puntillas para gritarle al oído. Cuando hubo atraído su atención, se quedó en pie, lo que la dejaba a la respetable altura de un metro ochenta centímetros. Vestía el mismo impoluto vestido blanco que había llevado antes. Su banda de interfaz parecía una pieza de joyería y apartaba hacia atrás su larga cabellera. Su sonrisa estaba enmarcada por hoyuelos: hasta sus ojos parecían sonreír.

Brierson le devolvió la sonrisa.

—Sí. Por lo menos, antes era una guindilla.

—¡Oh, vaya! —Se colgó de su brazo y se apartaron del fuerte ruido—. Nunca había visto un policía, hasta ahora. Pero supongo que esto no es decir mucho.

—¿Sí?

—Sí. He nacido unos diez megaaños después de la Singularidad, lo que Juan llama Extinción. He leído y visto todo lo que se refiere a policías, criminales y soldados, pero en realidad jamás me había encontrado realmente con uno hasta ahora.

Wil rió.

—Bien, ahora ya puedes conocer a los tres.

Tammy se avergonzó.

—Lo siento. En realidad no soy tan ignorante. Ya sé que los policías son diferentes de los criminales y de los soldados. Pero esto es muy raro: todas estas carreras no pueden existir a menos que mucha gente decida vivir junta.

Mucha gente. O sea, más de una familia. Brierson vio el abismo que les separaba.

—Creo que te gusta tener a otras personas a tu alrededor, Tammy.

Ella sonrió y le apretó el brazo.

—Papá dice que ahora estoy empezando a comprender.

—Sólo has de pensar que antes de que cumplas cien años, el pueblo de Korolev ya será una ciudad con mucha gente, un par de millares de personas, por lo menos, que deberás conocer y que serán más interesantes y más apreciados que los criminales.

—Pero no vamos a esperar a que esto suceda. Quiero estar con mucha gente, con centenares al menos. ¿Pero cómo puedes resistir estar siempre encerrado en un rincón del tiempo?

Le miró y de repente pareció entender que toda la vida de Brierson había estado comprendida en un siglo.

—Vamos a ver. ¿Cómo te lo puedo explicar? Mira: Allá, de donde viniste, ¿había viajes aéreos y espaciales, verdad?

Brierson asintió.

—Podías ir a cualquier lugar que eligieras. Pero ahora supón que tienes que pasar toda tu vida en una casa situada en un profundo valle. Algunas veces te cuentan historias de otros lugares, pero tú nunca puedes salir del valle. ¿No te volverías loco? Así me siento yo cuando pienso en una parada definitiva en Korolev. Ya llevamos aquí seis semanas. No es demasiado tiempo si se compara con otras escalas que hemos hecho, pero es lo bastante prolongada como para que me inspire este sentimiento. Los animales no cambian. Miro a mi alrededor y las montañas no hacen más que estar allí —hizo un pequeño gesto de frustración—. ¡Oh! No puedo explicarlo. Pero vas a poder ver algo de esto, quiero decir esta noche. Papá os enseñará el video que hemos hecho. ¡Es precioso!


Wil sonrió. Las burbujas no podían cambiar el hecho de que el tiempo es un camino de una sola dirección.

Ella vio la negativa en sus ojos.

—Debes sentir lo mismo que yo. ¿Ni un poquito? Quiero decir: ¿Por qué te pusiste en estasis, para empezar?

El negó con la cabeza.

—Tammy, aquí hay muchas personas que nunca pidieron ser burbujeadas… A mí me secuestraron.

Había sido un caso de engaño de la más baja estofa. Cuando lo recordaba, era como si estuviera muy reciente en su mente; en muchos aspectos era más real para él que su vida en las últimas semanas. El encargo le había parecido tan poco peligroso como quedarse en casa. La necesidad de un investigador armado había sido una formalidad requerida por las arcaicas reglas de la compañía: el importe de lo robado era algo más de diez mil gAu. Pero alguien había estado desesperado o descuidado… o solamente había actuado con malas intenciones. Muchas legislaciones de la época de Wil consideraban como homicidio el emburbujamiento ofensivo de más de un siglo. El estasis de Wil había durado mil siglos.

Desde luego, Wil no consideraba aquel crimen como el asesinato de un tal W. W. Brierson. El crimen era mucho más terrible que esto. El crimen era la destrucción del mundo que él había conocido, de la familia que él había amado.

Los ojos de Tammy se abrían cada vez más a medida que iba conociendo su historia. Hacía esfuerzos por entenderla, pero Wil pensaba que en su mirada había más asombro que simpatía. El se calló, desconcertado.

Intentaba encontrar otro tema de conversación más adecuado cuando advirtió una figura pálida que estaba en la parte más alejada de la pista de baile. Era la persona que había visto en la playa.

—¿Tammy, quién es? —hizo un gesto con la cabeza en dirección hacia el desconocido.

Tammy dirigió su mirada hacia el otro lado de la pista.

—¡Oh! Es misteriosa, ¿verdad? Es una espacial. ¿Te lo imaginas? Dentro de cincuenta millones de años podrá viajar por toda la Galaxia. Creo que tiene más de nueve mil años de edad. Y durante todo este tiempo siempre ha estado sola— se estremeció.

Nueve mil años. Esto la convertía en la persona humana más anciana que Wil había visto. Aquella noche parecía más humana que en la playa. Por una parte, llevaba más ropa: una blusa y una falda que eran evidentemente femeninas. Su cráneo estaba cubierto por un corto pelaje. Su cara era pálida y suave. Wil suponía que cuando tu— viera el pelo más crecido, su aspecto sería el de una mujer joven normal, probablemente china.

Un vacío de medio metro rodeaba a la espacial; en todas las demás partes la gente estaba muy apiñada. Muchos cantaban y daban palmas; difícilmente se podía encontrar a alguien que pudiera resistirse y no siguiera el ritmo de la música dando golpecitos con el pie o moviendo la cabeza. Pero la espacial estaba en silencio y casi inmóvil, sus ojos oscuros miraban impasibles a los bailarines. Ocasionalmente su brazo o su pierna se retorcía como si estuviera en cierta resonancia con la melodía.

Parecía percibir la mirada de Wil. Le miró analíticamente, con sus inexpresivos ojos. Aquella mujer había visto más cosas que los Robinson, las Korolevs y que todos los tecno-max juntos. ¿Sería su imaginación lo que le hizo sentirse como un microbio sobre un portaobjetos? Los labios de la mujer se movieron en una mueca espasmódica que recordaba haber visto en la playa. Entonces le había parecido un gesto frío de alienígena, casi de insecto. Ahora Wil tuvo un destello de comprensión: después de estar nueve mil años sola, nueve mil años en los que sólo Dios sabía en cuántos mundos había estado, ¿podía una persona recordar todavía las cosas sencillas, por ejemplo, cómo se sonreía?

—Venga, señor Brierson, bailemos —la mano de Tammy Robinson se mostraba insistente en su codo.


Aquella noche, Wil bailó más que cuando salía con Virginia. La chiquilla de los Robinson estaba decidida a no parar. No es que ella tuviera más resistencia que Brierson, porque éste se mantenía en forma y su bio-edad seguía siendo muy próxima a los veinte años, ya que dado su gran esqueleto y su tendencia a aumentar de peso no podía aspirar a ser un hombre elegante de mediana edad. Pero Tammy tenía el entusiasmo de sus diecisiete años. Si se la pintara de un color diferente, le recordaría a su hija Anne, mimosa, brillante y un poco animal de rapiña cuando se trataba de los machos que deseaba.

La música les hacía girar y girar, haciendo que Marta apareciera y desapareciera continuamente de su vista. Marta bailó unos pocos bailes con cualquier pareja, y estuvo mucho tiempo hablando, fuera de la pista. Aquella noche, la reputación de las Koralev se había visto sustancialmente suavizada. Luego, cuando vio que ella se marchaba al teatro, consiguió evitar un suspiro de alivio. Había sido un jueguecito deprimente, el mirarla y volverla a mirar y pretender al mismo tiempo que no la miraba.

La intensidad de las luces aumentó y la música se apagó.

—Casi falta una hora para que sea medianoche, amigos —se oyó la voz de Don Robinson—. Podéis seguir bailando hasta la Hora de las Brujas, pero tengo algunas películas y algunas ideas que me gustaría compartir con vosotros. Si os interesan, por favor, cruzad el vestíbulo.

—Se trata del video del que te he hablado. Has de oír lo que Papá va a contaros.

Tammy le arrastró fuera de la pista de baile a pesar de que empezaba una nueva pieza. La música había perdido algo de su vivacidad porque Amy y Alice Robinson habían abandonado la tarima de la banda. El resto del programa consistiría en grabaciones sin interpretación.

Detrás de ellos, la pista de baile se estaba vaciando. Durante toda la noche habían circulado rumores de que esta última parte sería la más espectacular. Prácticamente todos querían estar en el teatro de los Robinson.

Mientras pasaban por el vestíbulo, las luces se amortiguaron. El teatro, propiamente dicho, estaba inundado en una luz azulada. Un globo terráqueo de cuatro metros de diámetro estaba suspendido sobre los asientos. Se trataba de un efecto que Wil ya había visto antes, pero no a tan gran escala. Si se disponía de suficientes vistas desde los satélites, era posible construir un holograma de todo el planeta y suspender su perfección azul-verdosa ante el espectador. Desde la entrada del teatro, el mundo estaba en cuarta fase, la aurora acababa de tocar en los Himalayas. La luz de la luna se reflejaba levemente en el Océano índico. Los perfiles continentales eran los habituales de la Era del Hombre.

Pero, a pesar de todo, había algo extraño en la imagen. A Wil le costó ver de qué se trataba: no había nubes.

Estaba a punto de rodear el globo para ir a sentarse cuando advirtió dos sombras que estaban en el lado oscuro. Al parecer, se trataba de Don Robinson y Marta Korolev. Wil se detuvo, oponiendo resistencia a los tirones de Tammy, la cual insistía en que se dieran prisa para poder coger los mejores asientos. La habitación se estaba llenando rápidamente con los invitados de la fiesta, pero Wil suponía que él era el único que había visto a Robinson y a Korolev. Allí pasaba algo raro: a Korolev se la veía tensa; cada pocos segundos manoteaba en el aire que había entre ellos dos. La sombra de Don Robinson permanecía inmóvil; incluso a medida que Korolev se iba excitando, Wil tuvo la impresión de que daba unas cortas y poco satisfactorias respuestas a las apasionadas demandas de la otra. Wil no podía oír las palabras: tal vez estaban detrás de una pantalla sónica, o bien no hablaban en voz alta. Después Robinson dio la vuelta y se apartó de su campo visual, detrás del globo. Marta le siguió, todavía gesticulando.

Ni siquiera Tammy se había dado cuenta de aquello, dirigió a Brierson hacia el extremo del área de audiencia y se sentaron. Transcurrió un minuto. Wil vio que Marta salía por detrás de la semiesfera iluminada por el sol para ir a sentarse detrás de la gente, cerca de la puerta.

Sonó una música muy débil, lo justo para que la audiencia permaneciera quieta. Tammy tocó la mano de Wil.

—Oh. Ya viene Papá.

De repente apareció por el hemisferio soleado. No arrojaba ninguna sombra sobre el globo, aunque tanto él como el globo brillaban bajo la sintética luz solar.

—Buenas noches a todos. He pensado terminar nuestra fiesta con este modesto juego de luces… y con algunas ideas sobre las que confío vais a reflexionar —levantó su mano y sonrió con simpatía—. ¡Prometo que casi todo serán películas!

Su imagen se volvió para dar unos golpecitos amistosos a la superficie del globo.

—Todos nosotros excepto unos pocos afortunados empezamos sin ninguna preparación nuestro viaje por el tiempo. Aquel primer emburbujamiento fue accidental, o se realizó con la única intención de dar un sencillo salto a lo que suponíamos iba a ser una futura civilización más amistosa. Desgraciadamente, como todos nosotros descubrimos, no existe tal civilización; muchos nos quedamos sin saber qué hacer.

La voz de Robinson era amistosa, suave, y su entonación era la que tradicionalmente se había considerado adecuada para vender alimentos de desayuno o para hacer sermones religiosos. A Wil le irritaba que Robinson utilizara el «nosotros» y lo «nuestro» incluso cuando se trataba de los viajeros que solo conocían una técnica limitada.

—Pero entre los que estaban bien equipados ha habido algunos que se han dedicado a rescatar a los que se habían quedado varados, para reunimos a todos y poder decidir el nuevo curso de la humanidad. Mi familia, Juan Chanson y otros hicimos cuanto pudimos, pero fueron las Korolevs las que disponían de los medios para conseguir esto. Marta Korolev está hoy aquí —gesticuló generosamente hacia ella—. Estoy convencido de que Marta y Yelén merecen que se les ayude ampliamente.

Sonaron unos educados aplausos.

Acarició el globo otra vez.

—No os preocupéis. Ya vuelvo a nuestro amigo de aquí… Uno de los problemas que se han planteado con todos estos rescates es que muchos de nosotros hemos pasado los últimos cincuenta millones de años en un estasis de larga duración, esperando a que todos los «principales» pudieran reunirse en un debate como éste. Cincuenta millones de años es mucho tiempo de ausencia, y mientras tanto han ocurrido muchas cosas.

»Esto es lo que esta noche quiero compartir con vosotros. Alicia, los niños y yo podemos contarnos entre los afortunados. Teníamos unos emburbujadores con una técnica muy avanzada, y una gran cantidad de dispositivos autónomos. Centenares de veces hemos estado fuera del estasis. Hemos podido vivir y crecer al mismo tiempo que la Tierra. Las películas que voy a mostraros esta noche son, si así lo queréis, las típicas de aficionado relacionadas con nuestro viaje hasta el presente.

»Voy a empezar con una gran vista: la Tierra tal como se ve desde el espacio. La imagen que estáis viendo, en realidad es una composición en la que he eliminado la cobertura de nubes. Se grabó en los principios del cuarto milenio, exactamente después de la Era del Hombre. Éste es nuestro punto de partida.

»Empecemos el viaje.

Robinson desapareció y tuvieron una visión sin obstáculos del globo. Wil pudo ver entonces una neblina gris que parecía pasearse alrededor del casquete de hielo polar.

—Nos dirigimos hacia adelante a un megaaño por minuto. Las cámaras colocadas sobre satélites fueron programadas para sacar fotografías cada año en el mismo tiempo local. A esta velocidad, hasta los ciclos del clima sólo se perciben como una disminución de la definición de la imagen.

¡La neblina gris debía ser el borde de los hielos de la Antártida! Wil observó con más cuidado el continente asiático. Pudo apreciar un borroso y abigarrado cambio rápido de puntos verdes y castaños. Inundaciones y sequías. Bosques y junglas luchando contra sabanas y desiertos. En el Norte, la blancura centelleaba. De repente, la blancura se extendió rápidamente hacia el sur, se contraía y se expandía una y otra vez. En menos de un cuarto de minuto había regresado al horizonte norte. Exceptuando la trémula blancura de los Himalayas, los verdes y los castaños volvieron a verse a través de Asia.

—Aquí tuvimos una era glacial muy buena —explicó Robinson—. Duró más de cien mil años… Nos encontramos en la inmediata vecindad del Hombre. Pasaré a una velocidad mayor… a cinco megaaños por minuto.

Wil miró a Marta Korolev, que aunque estaba mirando el espectáculo, mantenía un inusitado aspecto de estar a disgusto. Tenía los puños fuertemente apretados.

Tammy Robinson se inclinó desde su asiento para susurrar:

—¡Aquí es donde empieza a ponerse bueno, señor Brierson!

Wil volvió a centrar su atención en la pantalla, pero también se ocupaba del misterio del enfado de Marta.

Cinco millones de años cada minuto. Los glaciares, el desierto, el bosque y la jungla se mezclaban. Uno u otro color podía predominar ocasionalmente sobre la neblina, pero la impresión de conjunto era estable y apacible. Sólo que… ¡Sólo que ahora los propios continentes se movían! Se oyó un murmullo en la sala cuando los concurrentes se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo. Australia se había ido hacia el Norte, metiéndose por entre las islas más orientales del archipiélago Indonesio. Las montañas se plegaron a lo largo de la línea de colisión. Esta parte del mundo estaba cerca del punto de la salida del sol. La luz baja del sol naciente hacía destacar el relieve de las montañas.

Además había sonido. Procedente de la superficie del globo, Wil oyó algo que le recordaba los chasquidos de las superficies húmedas de madera cuando chocan unas contra otras. Un sonido, parecido al que se produce cuando se arruga un papel, acompañó el nacimiento de los Alpes Indonésicos.

—Amigos, estos ruidos son auténticos —dijo Don Robinson—. Habíamos dejado un sistema de seismófonos en la superficie. Lo que ahora escucháis es la actividad sísmica promedia a lo largo de mucho tiempo. Muchos miles de terremotos importantes fueron necesarios para obtener cada segundo de estos sonidos.

Mientras hablaba, Australia e Indonesia se juntaron, y el conjunto continuó su migración hacia el Norte, efectuando un leve giro. Ya se podía empezar a adivinar el Mar Interior.

—Nadie había predicho lo que pasó a continuación —prosiguió Robinson—. ¡Aquí! Ved la arruga que se está formando a través de Kampuchea, rompiendo la llanura asiática — Un rosario de lagos aparecieron a través del Sureste de Asia—. Dentro de un momento podremos ver cómo la nueva planicie cambia de dirección y vuelve a meterse dentro de China formando los Alpes Kampucheanos.

Con el rabillo del ojo, Brierson vio que Marta se encaminaba hacia la puerta. ¿Qué está pasando allí? Iba a levantarse cuando advirtió que el brazo de Tammy seguía enlazado con el suyo.

—Espere. ¿Dónde va usted, señor Brierson? —susurró ella haciendo acción de levantarse.

—Tammy, tengo que ir a comprobar algo.

—Pero… —Pareció comprender que si la discusión se prolongaba sería en detrimento del espectáculo de su padre. Volvió a sentarse, mostrándose intrigada y algo herida.

—Lo siento, Tammy —susurró Wil.

Se dirigió a la puerta. A sus espaldas quedaban los continentes entrando en colisión.


La Hora de las Brujas. El tiempo entre medianoche y el inicio del siguiente día. Se aproximaba más a los setenta y cinco minutos que a una hora. Desde la Edad del Hombre, la rotación de la Tierra se había hecho más lenta. Ahora, después de cincuenta megaaños, el día tenía un poco más de veinticinco horas. En vez de cambiar la definición de segundo, o la de hora, las Korolevs habían decretado (y éste era sólo uno más de sus decretos) que el día oficial debía consistir en veinticuatro horas más el tiempo que fuera necesario para completar una rotación. Yelén llamaba a este tiempo el Intervalo Variable. Todos los demás lo llamaban la Hora de las Brujas.

Wil anduvo durante la Hora de las Brujas buscando a Marta Korolev. Todavía estaba en la finca de los Robinson, esto era evidente: como viajeros de tecnología avanzada, los Robinson tenían muchos robots. Las cenizas del día del rescate habían sido eliminadas de los asientos de piedra, de las fuentes, de los árboles y hasta del suelo. El aroma de las pseudojacarandas flotaba en la fresca brisa nocturna.

Aunque no hubiera habido las lucecitas que flotaban a lo largo de los senderos, Wil habría encontrado el camino sin dificultad. Por primera vez desde la voladura, la noche estaba clara (bueno, no exactamente clara, pero se podía ver la luna cuya luz sólo estaba ligeramente enrojecida por las cenizas que había en la estratosfera). La vieja cómplice de los amantes se veía casi igual que en los tiempos de Wil, aunque habían desaparecido las manchas de la polución industrial. Rohan Dasgupta sostenía que la luna estaba ahora algo más lejos, y que ya nunca más podría haber un eclipse total de sol. Pero para Wil la diferencia era tan pequeña que le resultaba inapreciable.

La luz plateada, ligeramente rojiza, iluminaba con su brillo los jardines de los Robinson, pero no se veía a Marta por ninguna parte. Wil se detuvo, soltó el aire de sus pulmones y escuchó con atención. Pisadas. Se acercó corriendo y se encontró con Marta que todavía estaba dentro de la finca.

—Marta, espera.

Ella ya se había detenido y se había vuelto para mirarle cara a cara. Algo oscuro y masivo flotaba unos pocos metros por encima de ella. Wil miró aquello y dejó de correr. Aquellos dispositivos autónomos todavía hacían que se sintiera incómodo. En su tiempo, no existían; y a pesar de las muchas veces que le habían dicho que eran completamente seguros, todavía le enervaba sólo el pensar en la potencia de ruego que controlaban, con independencia de las órdenes directas de sus dueños. Con su protección tan próxima, Marta estaba casi tan a salvo como si se hallara en el Castillo de las Korolevs.

Pero una vez que la hubo alcanzado, casi no supo qué decirle.

—¿Qué pasa, Marta? Quiero decir: ¿Algo va mal?

Al principio creyó que no iba a. contestarle. Estaba rígida, con los puños cerrados. La luz de la luna permitía ver un rastro de lágrimas en su cara. Tropezó, y se puso las manos en las sienes.

—¡Ese ba-bastardo Robinson, el cochino bastardo! —Sus palabras salían entrecortadas.

Wil dio unos pasos acercándose más. El dispositivo de protección se desplazó hacia adelante para que él quedara plenamente a la vista.

—¿Qué ha pasado?

—¿Quieres saberlo? Te lo diré… pero sentémonos. Creo que no… no puedo estar mucho más rato de pie. Estoy demasiado enfadada.

Se acercó a un banco cercano y se sentó. Wil dejó caer su corpachón a su lado y esperó a que ella empezara a explicarse. Al tacto, el banco parecía ser de piedra, pero cedía al peso del cuerpo como si fuera un almohadón.

Marta puso una mano sobre su brazo, y por unos momentos creyó que iba a apoyar la cabeza sobre su hombro.

El mundo ya era para él algo demasiado vacío, y Marta le recordaba muchas cosas que había perdido… Pero tratándose de las Korolevs, aquello era lo más inconveniente, lo más peligroso que podía hacer. Wil dijo de repente:

—Puede que éste no sea el mejor sitio para hablar —hizo un ademán señalando la fuente y los árboles exquisitamente cuidados—. Me apostaría algo a que los Robinson vigilan toda la finca.

—¡Bah! Estamos apantallados —le soltó el brazo—. Además, Don ya sabe lo que pienso de él. Durante todos estos años, han estado fingiendo que apoyaban nuestro plan. Nosotros les ayudamos, les dimos planos de fábricas que no existían cuando ellos abandonaron la civilización. Durante todo el tiempo, no hacían otra cosa que esperar y tomar sus preciosas fotografías, mientras nosotros hacíamos todo el trabajo de reunir en un mismo sitio y a un mismo tiempo todo lo que quedaba de la raza humana. Y ahora que ya estamos todos juntos, cuando necesitamos la cooperación de todos, ahora empiezan a intentar que la gente se aparte de nosotras con sus palabritas dulces. Bien, voy a decírtelo, Wil. Nuestra colonia es la última esperanza de la humanidad. Y haré cualquier cosa, cualquiera para protegerla.

Marta siempre había aparentado ser tan optimista, tan alegre, que su actual furia era sorprendente. Pero una cosa no significaba que la otra fuera pura hipocresía. Marta era como una gata que de repente se volvía feroz, hasta mortal, para proteger a sus gatitos.

—¿Dices que los Robinson quieren destruir la ciudad? ¿Es que quieren tener su propia colonia?

Marta asintió.

—Sí, pero no como tú piensas. Estos lunáticos quieren seguir viajando a través del tiempo para ver su camino hacia la eternidad. Robinson supone que podrá convencer a muchos de nosotros para que vayamos con ellos, hasta conseguir un sistema estable. Él llama a esto una «urbanización en el tiempo». Durante los próximos miles de millones de años, su colonia deberá estar fuera del estasis un mes cada megaaño. Hasta que el sol deje de marcar la secuencia principal, viajarán por el espacio, emburbujándose cada vez por períodos más largos. ¡Quiere, literalmente, seguir la evolución de todo este condenado universo!

Brierson recordó la impaciencia de Tammy Robinson por vivir al mismo ritmo que el universo. Había estado haciendo propaganda de los proyectos que su padre debía de estar planteando a los asistentes en el teatro.

Wil sacudió su cabeza y rió.

—Lo siento. No me río de ti, Marta. Pero es que comparo lo que dices con las cosas por las que podrías preocuparte. Es ridículo.

»Mira, muchos de los tecno-min son como yo. Sólo han transcurrido unas semanas en tiempo objetivo, desde que abandoné la civilización. Hasta los Neo Mejicanos han estado sólo unos pocos años en el tiempo real antes de ser rescatados por vosotras. No hemos vivido siglos «viajando» como vosotros, los tipos avanzados. Todavía nos duele, queremos parar en un sitio y reconstruir.

—Pero Robinson es tan astuto…

—Es muy astuto, de acuerdo. Vosotras habéis estado muchísimo tiempo alejadas de esta clase de gente. En la civilización, estábamos expuestos a presiones comerciales casi todos los días… En cualquier caso, sólo hay un argumento que tendría que preocuparos.

Marta sonrió tristemente.

—Yelén y yo nos preocupamos por muchas cosas, Wil. ¿Tienes algo nuevo para nosotras?

—Tal vez.

Wil permaneció en silencio durante unos momentos. La fuente que estaba más allá de su banco canturreaba. Los árboles dejaban oír suaves silbidos. Nunca había esperado tener una oportunidad como aquélla. Hasta entonces, las Korolevs habían sido bastante accesibles, a pesar de que parecía que prestaban poca atención a lo que se les decía.

—Todos os estamos muy agradecidos a ti y a Yelén. Nos habéis salvado de una muerte cierta, o por lo menos, de tener que vivir en un mundo vacío. Tenemos una oportunidad para volver a desarrollar la raza humana… Pero al mismo tiempo, muchos tecno-min se sienten agraviados por vuestra actitud y la de los demás viajeros avanzados. Os habéis aposentado en los castillos de la parte alta de la ciudad. Les molesta que vosotras toméis todas las decisiones, que decidáis lo que vais a compartir y lo que va a ser el objetivo del trabajo de ellos.

—Lo sé. No os hemos explicado muy bien las cosas. Parece que seamos omnipotentes. ¿Pero no lo entiendes, Wil? Nosotros, los tecno-max, somos unas pocas personas que procedemos de los años 2200 y que hemos traído lo que en nuestra era resultaba ser lo mejor en equipo de acampada y de supervivencia. Está claro que podemos fabricar cualquiera de los productos de consumo de vuestra época. Pero no podemos reproducir nuestros instrumentos más avanzados, los autones. Cuando éstos nos fallen, estaremos tan desamparados como vosotros.

—Suponía que los autones duraban centenares de años.

—Es verdad, pero sólo si los utilizamos únicamente para nosotros. Si han de ayudar a todo un ejército de tecno-min, durarán menos de un siglo. Nos necesitamos mutuamente, Wil. Separados, ambos grupos se encaminan a la muerte. Juntos, nos queda una oportunidad. Podemos daros bases de datos, equipo y una buena aproximación al nivel de vida del siglo veintiuno… durante algunas décadas. A medida que mengüe nuestra ayuda, vosotros podréis darnos la mano de obra junto con la inteligencia y la ingenuidad para llenar los baches. Si alcanzamos un elevado índice de nacimientos, y podemos construir una infraestructura como la del siglo veintiuno, podremos salir de este atolladero.

—¿Mano de obra voluntaria? ¿Como el trabajo de peón que hemos tenido que hacer?

No intentaba que su pregunta resultara grosera, pero salió así.

Ella volvió a tocarle el brazo.

—No, Wil. Esto fue una muestra de nuestra estupidez y arrogancia.

Se detuvo, y sus ojos buscaron los de él.

—¿Alguna vez has volado a retropropulsión, Wil?

—¿Qué? Oh, no —por lo general, Wil no andaba buscando riesgos.

—¿Pero en tus tiempos era un gran deporte, no es cierto? Una especie de vuelo planeado, pero mucho más excitante, especialmente para los puristas que no llevaban burbujeadores. Nuestra situación me recuerda una catástrofe típica en la retropropulsión: estás a veinte mil metros de altura retropropulsándote solo. De repente tu propulsor se apaga. Es un problema interesante. Estos pequeños juguetes no pesan más que unos pocos centenares de kilos y no llevan turbinas. No puedes hacer más que picar directamente al infierno. Si consigues que tu velocidad sobrepase Mach uno, tal vez tu cohete se vuelva a encender, si no es así, vas a hacer un bonito cráter.

»Pues bien, por ahora estamos bien. Pero a la civilización subyacente se le ha apagado el cohete. Nos queda una larga trayectoria para caer. Contando con los Pacistas, habrá aproximadamente unos trescientos tecno-min. Con vuestra ayuda deberíamos ser capaces de volver a encender el cohete a un cierto nivel de tecnología, digamos al de la del siglo veinte o al de la del veintiuno. Si lo logramos, podremos volver a elevarnos. En caso contrario, si volvemos a una era anterior a la de las máquinas cuando nuestros autones fallen… seríamos demasiado primitivos y demasiado pocos para poder sobrevivir. Así. Retirar la ceniza no era necesario. Pero no puedo disfrazar el hecho de que serán unos tiempos difíciles y de trabajo duro…

Miró hacia abajo.

—Sé que antes ya habías oído casi todo esto, Wil. Es difícil lograr que la gente acepte una perspectiva como ésta, ¿verdad? Pero yo creía disponer de más tiempo. Creía que podría convencer a la mayoría de vosotros de nuestra buena voluntad… No había contado con Don Robinson, sus zalameras ofertas y su buen compañerismo.

Marta parecía desamparada. Wil intentó darle golpecitos en el hombro. No dudaba de que Robinson tenía planes parecidos a los de las Korolevs, planes que deberían permanecer secretos hasta que los tecno-min formaran parte del viaje de su familia.

—Creo que la mayoría de nosotros, los tecno-min, podemos darnos cuenta de lo que hay detrás de Robinson. Pero sólo si dejas bien sentado en qué aspectos sus promesas son mentiras. Si puedes bajar de tu castillo. Concéntrate en Fraley: si Robinson le convence, es muy probable que pierdas los Neo Mejicanos. Fraley no es tonto, pero es muy rígido y se deja arrastrar por la ira. Odia verdaderamente a los Pacistas. Casi tanto como a mí.

Transcurrió medio minuto. Marta soltó una breve y amarga risa.

—Demasiadas enemistades. Las Korolevs odian a los Robinson, los de NM odian a los Pacistas, casi todo el mundo odia a las Korolevs.

—Y Mónica Raines odia a toda la humanidad.

En esta ocasión su risa fue más ligera.

—Sí. Pobre Mónica.

Marta se inclinó y entonces sí apoyó su cabeza sobre el hombro de él. Wil, automáticamente, deslizó su brazo por detrás de la espalda de ella, que suspiró.

—No somos más de doscientos, más o menos la mitad de los que han quedado. Y juro que tenemos más envidia y maquinaciones que en todo el Asia del siglo veintiuno.

Se quedaron sentados y en silencio, la cabeza de ella apoyada en él, y la mano de él descansando suavemente en la espalda de ella. Wil notó que la tensión del cuerpo de ella iba cediendo, pero para Wil era lo contrario. ¡Oh, Virginia! ¿Qué tengo que hacer? Marta se sentía bien. Sería muy fácil acariciar aquella espalda, deslizar la mano hasta su cintura. Lo más probable era que tras un momento de azoramiento se echara hacia atrás. Pero si ella correspondía… Si ella correspondía no haría más que añadir un nuevo juego de envidias a los ya existentes.

La mano de Wil no se deslizó. Algún tiempo después se preguntaría muchas veces si los acontecimientos hubieran seguido un curso diferente si él no hubiera elegido el camino de la cordura y de la cautela. Sus pensamientos se desbocaron durante unos instantes, pero por fin halló un tópico que estaba seguro iba a romper el encantamiento.

—Ya debes saber que yo fui secuestrado, Marta.

—Mm-hmm.

—Se trata de un crimen poco frecuente. Emburbujar a alguien hasta el futuro lejano. Podría haber sido juzgado como asesinato, pero el tribunal no podía estar seguro. En mis días, casi todas las jurisprudencias tenían un castigo específico para este crimen. Silencio.

—El castigo consistía en emburbujar equipo de supervivencia y una copia de las actas del tribunal al lado de la víctima. Después cogían al bastardo que había originado el problema y lo emburbujaban también, de manera que regresara de su estasis un poco después que su víctima…

El hechizo se había roto. Marta se fue separando lentamente. Podía adivinar lo que iba a decir a continuación.

—En algunos casos, los tribunales no podían saber la duración.

Wil asintió.

—En mi caso, puedo apostar que la duración era conocida. Y todavía puedo apostar más sobre seguro que hubo una convicción. Sólo había tres sospechosos. Estaba acercándome al estafador. Por eso el pánico se apoderó de él.

Hizo una pausa.

—¿Marta, le salvaste también a él? ¿Salvaste a… la persona que me hizo esto?

Ella movió la cabeza. Su franqueza le abandonaba cuando tenía que mentir.

—Tienes que decírmelo, Marta. No necesito vengarme —(esto tal vez era mentira)—. Pero necesito saberlo.

Ella volvió a negar con la cabeza, pero ahora contestó:

—No podemos, Wil. Os necesitamos a todos. ¿No te das cuenta de que estos crímenes ya no significan nada?

—Por mi propia protección…

Ella se levantó y, después de un segundo, Wil la imitó.

—No. Le hemos dado una nueva cara y un nuevo nombre, y le hemos advertido de lo que vamos a hacer con él si intenta algo.

Brierson se encogió de hombros.

—Oye, Wil. ¿Acabo de ganarme otro enemigo?

—No. Jamás podría ser enemigo tuyo. Y deseo tanto como tú y Yelén que la colonia sea un éxito.

—Lo sé —levantó su mano describiendo una semi-onda—. Buenas noches, Wil.

Se introdujo en la oscuridad, con su robot protector flotando muy cerca de sus hombros.

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