25

Sus temores resultaron infundados, el bando de Wil quedó vencedor. Los médicos le soltaron en menos de una hora. Su cuerpo parecía hecho de una sola pieza; aunque todavía estaba rígido y le dolía, los autones no perdieron tiempo en darle los últimos toques. Había muchos heridos y sólo había sobrevivido una pequeña parte de los servicios médicos. Los peores casos sencillamente los ponían en estasis. Della desapareció dentro de su sistema, con la garantía de los autones de que se encontraría sustancialmente mejor al cabo de cuarenta horas.

Wil intentó no pensar en el desastre que se extendía a su alrededor, e intentó ignorar que él mismo era el culpable. Él había supuesto que la búsqueda del montón de piedras provocaría un ataque, pero sólo destinado a él y a Della, no a toda la humanidad.


El ataque había matado a casi la mitad de la especie humana. Wil no se atrevía a preguntarlo directamente a Yelén, pero de todos modos ya lo sabía: el plan de Marta había fracasado. Había fracasado en lo único que realmente era importante, pero todavía tenía una misión. Todavía tenía que descubrir a un asesino. Era algo en que trabajar y que le serviría de barricada frente a los remordimientos.

A pesar de que el coste había sido mucho más alto de lo que él hubiera querido pagar, la batalla le había dado la pista que buscaba. El sistema de Della había recuperado la burbuja que contenía el montón de piedras; su contenido estaría disponible al cabo de veinticuatro horas.

Además, había que estudiar otras cosas. Ahora ya estaba claro que el único poder del enemigo consistía en la corrupción de los sistemas de los demás. Pero en cada una de las etapas había infravalorado dicho poder. Después de la muerte de Marta, habían pensado que se trataba de una penetración superficial, de una alteración de un elemento del sistema de Korolev. Cuando Wil hubo encontrado la clave en el diario, pensaron que el enemigo había logrado una penetración mayor, pero sólo en el sistema de Korolev; habían llegado a suponer que el enemigo podía usurpar parte de las fuerzas de Yelén. Y luego había empezado la guerra entre los tecno-min. Aquello había sido una maniobra de diversión para enmascarar el asalto final, mucho más importante, del enemigo. Este último asalto no se había centrado únicamente en el sistema de Korolev; sino también en el de Genet, Chanson, Blumenthal y Raines. Todos los sistemas, excepto el de Lu, habían sido dominados y utilizados para la misión de matar a Wil y Della.

Pero Della Lu era difícil de matar. Había luchado contra los otros sistemas hasta llegar a un punto muerto, y luego los había derrotado. En el caos de la derrota, los propietarios originales salieron de los bunquers metafóricos de sus sistemas, y reclamaron lo que había quedado de sus propiedades.

Todos estaban de acuerdo en que aquello no podía repetirse. Seguramente estaban en lo cierto. Lo que quedaba de sus sistemas de ordenadores era, lamentablemente, muy poco; desde luego, no eran lo bastante profundos, o estaban lo suficientemente conectados, para los juegos de traición sutil. Todos estaban de acuerdo en algo más: la habilidad del enemigo con los sistemas había sido comparable a la del mejor y mayor servicio policial de la era de los tecno-max. Por este motivo, se trataba de una clave importante, aunque pequeña considerando el elevado precio que se había pagado por conocerla. Relacionado con esto, o por lo menos igualmente significativo: Della Lu había resultado ser inmune a la captura. Wil sumó uno y uno, y llegó a algunas conclusiones evidentes. Trabajó sin descanso durante las siguientes veinticuatro horas, estudiando la copia de Della del Greenlnc, en especial todo lo que se refería a la parte final del siglo veintidós. Era un trabajo tedioso. En alguna ocasión, el documento había resultado tan seriamente deteriorado que su reconstrucción jamás podría llegar a ser completa. Los datos y las fechas estaban desordenados. Faltaban secciones enteras. Ahora entendía por qué Della no utilizaba aquella parte. Wil siguió en su empeño. Sabía lo que estaba buscando… y al final lo encontró.

Una base de datos medio arruinada no podía convencer a un tribunal, pero Wil se dio por satisfecho. Sabía quién había matado a Marta Korolev. Dedicó toda una tarde vacía, pero llena de odio, a intentar descubrir una forma de destruir al asesino. ¿Qué podía importar ahora que la raza humana había muerto?

Aquella noche, Juan Chanson se dejó caer por el nuevo alojamiento de Wil. El hombre se había moderado, hablaba poco más deprisa que cualquier otra persona.

—He mirado que no hubiera algún chivato, muchacho, pero no quiero que esto se prolongue —miró nerviosamente por toda la pequeña habitación que era la parte que le había correspondido a Wil en el dormitorio de refugiados—. Durante la batalla, me he dado cuenta de algo. Que quizá pueda salvarnos a todos.

Estuvieron hablando durante más de una hora, y cuando Chanson se marchó, lo hizo sólo con la promesa de que seguirían hablando a la mañana siguiente.

Wil se quedó pensando durante mucho tiempo después de que el otro se hubo ido. Dios mío, si lo que dice Juan resultara ser cierto… Lo que contaba Juan tenía sentido, dejaba atados todos los cabos sueltos. Se dio cuenta de que estaba temblando, no sólo temblaban sus manos, sino que era todo su cuerpo el que temblaba. Era una combinación de alegría y de miedo.

Debía hablar con Della sobre todo aquello. Iba a requerir mucha planificación, engaño y buena suerte; pero si jugaban sus cartas con precisión, ¡la colonia quizá pudiera tener una oportunidad todavía!


Al tercer día, los supervivientes se reunieron en el Castillo Korolev, en el anfiteatro de piedra. En aquel momento estaba casi vacío. La guerra abortada entre Nuevo Méjico y los Pacistas había matado a más de un centenar de tecno-min. Wil observó todo el teatro. ¡Cuan diferente era entonces de lo que había sido la última vez que se habían reunido allí! Los tecno-min se agrupaban, dejando largos espacios de bancos completamente vacíos. Se veían muy pocos uniformes, y en los que había, muchas insignias habían sido arrancadas. Los «sin gobierno», los NM y los Pacistas se sentaban mezclados, resultaba difícil distinguir unos de otros: todos parecían vencidos. Nadie se sentaba en los bancos de arriba, desde donde se podía ver por encima de las pseudojacarandas el campo yermo, quemado y vitrificado que antes había sido Ciudad Korolev.

Brierson había visto la lista de muertos. Sus ojos todavía buscaban entre el público, como si aún pudiera encontrar a sus amigos, y tal vez al enemigo, que había perdido. Derek Lindemann había desaparecido. Wil lo sentía verdaderamente, no tanto por el hombre mismo, como porque había perdido la oportunidad de demostrar que le podía mirar sin un sentimiento de odio. Rohan había muerto, el alegre y honesto Rohan. Los hermanos habían hecho caso del consejo de Wil y se habían escondido bajo su granja. Pasaron unas horas. Los autones se habían ido. Rohan había salido para recoger el resto de su equipaje. Cuando cayó la bomba, estaba a campo descubierto.

Dílip había ido solo a la reunión. Estaba sentado junto a Gail Parker, hablaban en voz baja entre ellos.

—Creo que podemos empezar.

La voz de Yelén dominó el murmullo de la gente. Sólo gracias a la amplificación, su voz adquirió cierta fuerza; su tono era lánguido. La carga que había llevado desde la muerte de Marta por fin se le había escapado y la había aplastado.

—Para los tecno-min, algunas explicaciones: hace tres días, luchasteis en una guerra. Ahora ya sabéis que fuisteis objeto de maniobras que os indujeron a la lucha. Todo fue una excusa para que alguien se apoderara de nuestros sistemas tecno-max y desencadenara la prolongada lucha que habéis visto en el espacio próximo… Vuestra guerra mató o dejó maltrecha a la mitad de la especie humana. Nuestra guerra ha destruido casi el noventa por ciento de nuestros equipos —se apoyó en el podium, con la cabeza gacha—. Esto representa el fracaso de nuestro plan: no disponemos de las reservas genéticas ni del equipo necesario para reinstaurar la civilización.

»No sé lo que van a hacer los otros tecno-max, pero yo no voy a emburbujarme hacia el futuro. Tengo los recursos necesarios para manteneros a todos vosotros durante unos cuantos años. Si distribuyo todo el equipo médico que me queda, habrá posibilidad de tener un nivel de cuidados del mismo orden de calidad que había en el siglo veinte, durante algunas décadas. Después de todo… bien… nuestra vida entre las ruinas será mejor que la de Marta, supongo. Si tenemos suerte podremos durar un siglo; Sánchez lo consiguió, y él disponía de menos gente.

Se interrumpió, y pareció que intentaba tragarse algo doloroso:

—Hay también otra opción: He… he cortado el campo supresor. Quedáis en libertad para poder emburbujaros fuera de esta era.

Su mirada se paseó con pocas ganas por la audiencia, y llegó hasta donde estaba sentada Tammy Robinson. Estaba sola y su expresión aparecía cargada de pesimismo. Yelén la había hecho salir del estasis a la primera oportunidad que tuvo después de la batalla. Hasta entonces, Tammy no había hecho nada para aprovecharse del desastre; su simpatía parecía genuina. Por otra parte, no perdía nada con su magnanimidad. Los restos del naufragio del plan Korolev estaban a su disposición, sólo tenía que cogerlos.

Yelén prosiguió:

—Supongo que, realmente no hacía falta una reunión para deciros esto. Pero a pesar de que todo aquello que Marta y yo deseábamos esté muerto, todavía quisiera alcanzar una meta antes de que todos nos desperdiguemos por el desierto —se estiró y recuperó el tono apasionado de su voz de otros tiempos—. ¡Quiero coger al engendro que asesinó a Marta y arruinó la colonia! Descontando a algunos tecno-min que están heridos, esta tarde estamos todos aquí… Las probabilidades a favor de que el asesino esté también presente son muy altas. W. W. Brierson dice que sabe quién es… ¡y que puede probarlo! —Miró hacia éste con una amarga mueca de burla—. ¿Qué harían ustedes, señoras y caballeros, si el mejor policía de toda la civilización les estuviera contando que había resuelto repentinamente un caso en el que ustedes hubieran consumido cientos de años? ¿Qué harían ustedes si dicho policía se negara a revelar el secreto excepto ante una reunión de todos los implicados?… Al principio me reí en su propia cara; pero después pensé: ¿qué más podemos perder? Éste es W. W. Brierson. En las novelas, resuelve todos sus casos con un súbito desenmascaramiento —saludó en su dirección—. Su último caso, inspector. Le deseo suerte.

Y abandonó el escenario.

Wil ya se había puesto en pie, y andaba siguiendo la curva del anfiteatro. Algún día tenía que leer las novelas de Bill. ¿Sería cierto que el muchacho había acabado todas ellas con una confrontación de todos los sospechosos en una habitación? En su vida real, aquella era sólo la tercera vez que hacía tal cosa. Normalmente, se descubre al criminal y se le arresta. El desenmascaramiento del culpable ante una habitación, en este caso un auditorio, lleno de personas sospechosas, no podía significar más que le faltaba el conocimiento real del culpable, o bien que le faltaba poder para efectuar el arresto. Cualquier criminal competente también se daría cuenta de aquello; la situación era un fracaso ya desde su planteamiento.

Pero en algunas ocasiones, era lo mejor que se podía hacer. Wil se daba cuenta del absoluto silencio que reinaba entre la concurrencia, y de que los ojos de todos le seguían mientras bajaba los escalones. Hasta los tecno-max tomaban en consideración su reputación. Llegó al escenario y dejó su pantalla de datos sobre el podium. Era la única persona que podía ver los dos relojes que aparecían en ella. En aquel momento marcaban 00:11:32 y 00:24:52; los segundos transcurrían implacablemente hacia atrás. Disponía de unos cinco minutos para aclarar las cosas, en caso contrario debería prolongar el asunto durante otros veinte. Era preferible intentar acabarlo dentro del primer plazo, e incluso aquel límite iba a necesitar cierta dilación.

Miró hacia la audiencia y su mirada se cruzó con la de Juan Chanson. Nada de todo aquello hubiera sido posible sin él.

—Por unos momentos, olvidaos del desastre a que hemos llegado. ¿Qué tenemos? Algunos asesinatos aislados, la manipulación de los gobiernos, y finalmente la usurpación de los sistemas de control de los tecno-max. El asesinato de Marta y apoderarse de los sistemas quedan completamente fuera de nuestras posibilidades como tecno-min. Por otra parte, sabemos que el enemigo no tiene poderes sobrenaturales, ya que malgastó muchos años de cautelosa penetración para conseguir la usurpación de los sistemas. A pesar de todos los perjuicios que ha causado, resultó incapaz de mantener el control sobre ellos, y ahora se han descubierto las alteraciones y han sido reparadas. Confiamos que así sea.

»En resumidas cuentas, el enemigo ha de ser uno de los tecno-max. Una de estas siete personas.

Estaban todas ellas en las primera filas, y a excepción de Blumenthal, que estaba sentado junto a los tecno-min, los otros estaban diseminados, cada uno aislado de los demás seres humanos.

Della Lu vestía algo gris y sin formas. Las heridas de su cabeza habían sido reparadas, pero para sustituir temporalmente los implantes llevaba una voluminosa cinta de interfaz. Estaba actuando con su conducta más misteriosa. Sus ojos se paseaban sin orientación definida por el anfiteatro. La expresión de su cara reflejaba varias emociones, pero ninguna de ellas tenía una relación razonable con lo que estaba pasando a su alrededor. Pero todos sabían que sin su potencial de fuego, a Philippe Genet y Mónica Raines no se les hubiese persuadido para que asistieran.

Genet estaba sentado tres filas más adelante que Della. A pesar de que su asistencia era forzosa, parecía divertirse. Se reclinaba contra el banco que tenía tras él, con las manos apoyadas sobre su regazo. Su sonrisa mantenía la misma divertida arrogancia que Wil había observado en el picnic de la Costa Norte.

Pero la estrecha cara de Mónica Raines no denotaba placer. Estaba sentada con las manos fuertemente cogidas, y su boca se inclinaba hacia uno de los lados. Antes de la reunión había declarado que las cosas sencillamente habían sucedido tal como ella había predicho. La especie humana se había hundido una vez más, y ella no tenía el menor interés en que volviera a salir a flote.

Yelén se había retirado hasta el extremo más alejado del banco delantero, lo más lejos que podía del resto de la humanidad. Su cara estaba pálida, y las emociones previas habían desaparecido de su expresión. Le estaba mirando fijamente. A pesar de todas sus burlas, creía en él… y la venganza era lo único que le quedaba.

Wil dejó que el silencio durara dos latidos.

—Por varias razones, cada una de las siete personas aquí presentes hubiese podido desear la destrucción de la colonia. Hasta Tung Blumenthal y Della Lu podrían no ser humanos: Juan nos ha avisado muchas veces para ponernos en guardia frente a los exterminadores. Ménica Raines no ha mantenido en secreto su hostilidad a la especie humana. La familia de Tammy Robinson tiene el objetivo, repetidas veces anunciado, de romper la colonia.

—¡Wil! —Tammy se había puesto en pie, y sus ojos parecían desorbitarse—. Jamás hubiéramos podido matar a…

Fue interrumpida por la risa sorda de Della Lu. Miró por encima de su hombro y vio la mirada salvaje de Lu. Volvió a mirar a Wil y sus labios temblaban:

—Wil, créeme.

Brierson esperó a que ella se hubiera sentado, antes de continuar. Su pantalla plana marcaba 00:01:11 y 00:23:31.

—Evidentemente, el buscar un buen motivo no nos va a servir para identificar al enemigo. Por tanto, vamos a ver las acciones de este enemigo. Tanto el gobierno de los Pacistas como el de Nuevo Méjico resultaron infiltrados. ¿Pueden decirnos algo acerca de contra quien estamos luchando? —miró a todos los tecno-min, Pacistas y los de NM, a la vez. Reconoció entre ellos a gente de los escalones superiores de todos ellos. Algunos movieron negativamente la cabeza, alguien gritó:

—¡Fraley debe saberlo!

El último presidente de la República estaba solo. Su uniforme todavía conservaba las insignias, pero se dejaba caer hacia adelante, con sus codos sobre las rodillas y sosteniéndose la cabeza con las manos.

—¿Señor Presidente? —dijo Wil, con suavidad.

Fraley miró hacia arriba sin levantar su cabeza. Hasta su odio por Wil parecía haber desaparecido.

—Simplemente, no lo sé, Brierson. Todas nuestras conversaciones se realizaban por medio de los circuitos de comunicaciones. Utilizaba una voz sintética, y jamás mandó algo en video. Estuvo con nosotros casi desde el principio. Entonces nos dijo que quería protegernos de Korolev, dijo que nosotros constituíamos la última esperanza para la estabilidad. Conseguimos algunos datos reservados, unas pocas mercancías médicas. Ni siquiera pudimos ver las máquinas que efectuaban las entregas. Más tarde, me demostró que alguien estaba apoyando a los Pacistas… Desde entonces se apoderó de nuestras almas. Si la Paz contaba con el apoyo de la técnica tecno-max, podíamos darnos por muertos si no lográbamos otro tanto. Cada vez más, me veía reducido a ser su portavoz. Al final, consiguió introducirse en todo nuestro sistema.

Fraley levantó al fin la cabeza. Se veían círculos oscuros alrededor de sus ojos. Cuando volvió a hablar, su voz tenía una extraña intensidad; si su antiguo enemigo podía perdonarle, tal vez él pudiera perdonarse a sí mismo.

—No pude elegir, Brierson. Estaba convencido de que si no le complacía, quienquiera que estaba detrás de los de la Paz nos iba a matar a todos.

Una mujer, Gail Parker, gritó:

—O sea que no podías elegir, y los demás tuvimos que cumplir tus órdenes. ¡Y como buenos soldaditos, nos vimos obligados a cortar nuestros propios cuellos!

Wil levantó una mano:

—No importa, Gail. Por entonces, el enemigo ya tenía un completo control de vuestro sistema. Si tú no hubieras pulsado los botones, alguien los habría pulsado en tu lugar.

La cuenta atrás más corta de su pantalla marcaba 00:08:52. Un mapa del terreno de los alrededores del Castillo Korolev se pintó de repente en la pantalla, junto con las palabras: «WIL: ESTÁ ARMADO. SUS CAÑONES ESTÁN SEÑALADOS EN EL MAPA. SIGO DICIENDO QUE DEBEMOS HACERLO. TODO ESTÁ PREPARADO… 00:08:51.»

Wil borró la pantalla con un movimiento casual y siguió hablando:

—Sería esperar demasiado que el enemigo hubiera dado a conocer su nombre… Pero estoy convencido de que Kim Tioulang lo había adivinado. Había alguna persona en particular, a la que trataba de evitar cuando habló conmigo en el picnic de la Costa Norte; estaba intentando llegar a Ciudad Korolev cuando fue asesinado.

»Y esto sugiere una pregunta interesante. Steve Fraley es un chico listo. ¿Qué podía haber visto Kim, que no pudiera ver Steve? Kim venía de muy lejos. Fue uno de los tres Directores en el planeta de la Autoridad de la Paz. Tenía acceso a todos los secretos de aquel gobierno… —Wil miró a Yelén—. Nos estamos ciñendo demasiado a las conspiraciones supercientíficas de los villanos, y nos estamos olvidando de los Maquiavelos que nos precedieron.

—No es posible de ninguna manera que nuestro enemigo fuese un tecno-min —las palabras de Yelén podían ser una objeción, pero había aparecido un repentino interés en sus ojos.

Wil se apoyó en el podium.

—Tal vez no ahora… pero ¿y originariamente? —señaló hacia Lu—. Considera a Della. Creció en los primeros años del siglo veintiuno, y fue un jefe de policía de la Paz. Vivió además durante gran parte del siglo veintidós. Y ahora es, probablemente, la más poderosa de los tecno-max.

Della había estado hablando entre dientes. Sus ojos oscuros se reavivaron. Se rió como si de una broma se tratara.

—Es verdad. Nací cuando la gente todavía se moría al hacerse vieja. Kim y yo hemos luchado por el último Imperio. Y jugamos sucio. Alguien como yo podría ser un duro enemigo para vosotros.

—Si se trata de Della, démonos por muertos —dijo Yelén—. Y la venganza resultará imposible.

Wil asintió. La cuenta atrás marcaba 00:07:43.

—¿Quién más cumple con los requisitos? Alguien que esté muy alto en la estructura de mando de la Paz. Desde luego, en Greenlnc se ve que ninguno de los tecno-max tiene un pasado de este tipo. Así pues, esta otra persona debe haber evitado ser capturado durante la caída de la Paz, emborronó su rastro, y vivió una nueva vida durante el siglo veintidós. Debe haber sido una situación decepcionante para él: las fuerzas de la Paz regresan al tiempo real con mucho retraso y poco a poco desaparecen sus esperanzas, quedando únicamente la posibilidad de una nueva muerte de la Paz.

00:07:10. Ya no siguió hablando en hipótesis.

—Al final, nuestro enemigo vio que sólo había una posibilidad de que su Imperio resucitara: la fortaleza Pacista que estaba emburbujada en Kampuchea. Se trataba del reducto mejor equipado de la Autoridad. Como los demás, había sido programado para volver al tiempo real al cabo de unos cincuenta años. Pero por algún grotesco accidente, su burbujeador había originado un estasis enormemente más largo. Durante todo el siglo veintidós estuvo a unos pocos centenares de metros bajo el suelo, como una invisible reliquia de la batalla. Pero nuestro enemigo había tramado planes relacionados con esto. Cincuenta millones de años: con seguridad en una época tan remota no existirían otros humanos. Allí se presentaba una magnífica oportunidad para volver a instaurar la Paz en un mundo vacío. Y con este propósito, nuestro Pacista acumuló equipo, suministros médicos, un banco de cigotos, y abandonó la civilización que tanto odiaba.

La indolente sonrisa de Genet se había hecho mayor, mostrando sus dientes.

—¿Y quién podía estar tan alto en la Autoridad de la Paz como para que Tioulang pudiera reconocerle?

Juan Chanson pareció encogerse dentro de sí mismo.

Wil no hizo caso de aquella muda escena.

—Kim Tioulang fue Director de la Paz en Asia. Sólo había otros dos Directores. El de América fue asesinado cuando Livermore regresó al tiempo real en el 2101. El Director de Euráfrica era…

—Christian Gerrault —dijo Yelén, que se había puesto en pie y andaba lentamente atravesando el suelo del anfiteatro sin que sus ojos dejaran de estar fijos en Genet—. La babosa obesa a la que llamaban el Carnicero de Euráfrica. Desapareció. Durante todo el siglo veintidós sus enemigos le estaban esperando frente a todas las burbujas donde podía estar, pero jamás pudieron encontrarle.

Genet dejó de observar a Yelén para dirigir su mirada hacia Wil.

—Le alabo, inspector, aunque si usted hubiera tardado más en descubrir mi identidad, la habría anunciado yo mismo. Dejando aparte algunos cabos sueltos, mi éxito es ya completo. Es muy importante que se den cuenta de la situación: la supervivencia es posible todavía… pero solamente si aceptan mis condiciones —miró a Yelén—. Siéntate, mujer.

00:05:29. El control del tiempo ya no estaba en manos de Wil. Tenía la terrible impresión de que aquello se había adelantado.

—Quiero que todos sepáis lo que he tenido que hacer para conseguir llegar hasta este momento. No les quepa la menor duda de que no va a haber compasión para los que me desobedezcan.

»Durante cincuenta años he tenido que vivir en la lamentable anarquía a la que llamáis civilización. Durante cincuenta años he estado haciendo mi juego. Me aclaré el color de la piel. Pasé hambre para reducir cien kilos del peso normal de mi cuerpo. Sacrifiqué… los placeres… a que tiene derecho un gran jefe. Pero supongo que esto es lo que hace que yo sea Christian Gerrault y vosotros no seáis más que borregos. Para que se cumplan mis objetivos estoy decidido a sacrificarlo todo y a todos. El nuevo orden que quiero, pudo necesitar cincuenta millones de años más para florecer, pero había un trabajo que se debía realizar durante todo el proceso. Me enteré de que existían las Korolevs y de su excéntrico plan para rescatar a los que habían sido secuestrados. Al principio, pensé en destruirlas, porque nuestros planes eran demasiado parecidos. Pero me di cuenta de que podía utilizarlas. Podían ser aliadas mías casi hasta el final. Lo importante era que les faltara algún elemento esencial para alcanzar el éxito, algo que sólo yo podía darles — sonrió a Yelén que seguía de pie—. Tú y Marta lo teníais todo planeado. Hasta llegasteis a tener suficiente equipo médico y huevos humanos fertilizados para asegurar la supervivencia de la colonia… ¿Alguna vez os habéis preguntado por qué aquellos cigotos no fueron viables?

—¿Usted?

Gerrault se rió ante el horror que había aparecido en la cara de Yelén.

—Desde luego. Locas, estúpidas mujeres. Me aseguré de que fracasarais, antes de que abandonarais la civilización. Fue una operación costosa; tuve que adquirir algunas compañías para asegurarme que no comprarais nada más que basura. Pero valía la pena… ¿Lo ves?, mi reserva de cigotos y mi equipo médico todavía sirven. Son los únicos que existen ahora.

Se puso en pie y se volvió para enfrentarse a la mayor parte de la audiencia. Su voz retumbaba en el anfiteatro, y Wil se preguntaba cómo no le había reconocido antes. Era cierto que su apariencia y acento eran muy distintos de los del histórico Gerrault. Se parecía más a un norteamericano que a un africano, y su cuerpo era flaco hasta la exageración. Pero cuando hablaba de aquella manera, el alma que había dentro de él surgía de cualquier disfraz. Aquél era el Christian Gerrault de los vídeos históricos. Aquél era el obeso y elegante Director, cuya megalomanía había dominado a dos continentes y minimizado cualquier interés racional de la gente.

—¿Lo entendéis ahora? No importa nada que seáis más numerosos que yo, ni que Della Lu me supere en capacidad de fuego. Incluso antes de esta deplorable guerrita, el éxito de la colonia era muy poco probable. Ahora habéis perdido casi todo el equipo médico que los otros tecno-max habían aportado. Sin mí, cada uno de vosotros, tecno— min habrá muerto antes de un siglo —bajó la voz para obtener un efecto más dramático— . ¿Y conmigo? El éxito de la colonia está asegurado. Incluso antes de la guerra, los otros tecno-max no podía daros el apoyo médico y de población de que yo dispongo. Pero daros por avisados. No soy un marica de corazón blando como Korolev, Fraley o Tioulang. Jamás he tolerado la debilidad ni la deslealtad. Deberéis trabajar para mí, y deberéis trabajar duro, muy duro. Pero si lo hacéis tal como os digo, la mayoría de vosotros sobreviviréis.

La mirada de Gerrault se paseó por toda la audiencia. Wil jamás había visto tal fascinación en los semblantes de las gentes. Hacía una hora que intentaban aceptar la perspectiva de una lenta extinción. Ahora sus vidas estaban a salvo… con tal que se convirtieran en esclavos. Uno a uno fueron apartando sus ojos de los del orador. Estaban callados, evitando las miradas de los demás. Gerrault hizo una seña afirmativa.

—Está bien. Después quiero ver al alto mando de Tioulang. El me decepcionó, pero algunos de vosotros fuisteis buena gente en otros tiempos. Tal vez os encuentre algún puesto en mis planes.

Se volvió hacia los tecno-max.

—Vuestra alternativa es muy sencilla: si os emburbujáis fuera de esta era, quiero estar, por lo menos, cien megaaños libre de vuestra interferencia. Después de este período, podéis morir tan aprisa o tan despacio como queráis. Pero si os quedáis, deberéis darme vuestros equipos, vuestros sistemas y vuestra lealtad. Si la especie humana ha de sobrevivir, tendrá que hacerlo bajo mis condiciones —miró a Yelén—. Te lo he dicho ya una vez, marrana: ¡siéntate!

El cuerpo de Yelén estaba totalmente rígido, y sus brazos alzados a medias. Miró de frente a Gerrault. Por un momento, Wil temió que luchara con él. Pero algo en su interior se quebró, y se sentó. Todavía guardaba lealtad al sueño de Marta.

—Bien. Si tú te muestras razonable, tal vez los demás también puedan hacerlo —miró hacia arriba—. Ahora me entregaréis los sistemas de control. Y después yo…

Della se rió y se puso en pie.

—Creo que no, Director. Los demás pueden comportarse como animales domesticados, pero yo no. Y tengo más potencia de fuego que tú.

Su sonrisa, y hasta su postura, parecían estar desconectadas de la situación. Parecía estar discutiendo alguna jugada de un juego amistoso. De esta manera, su comportamiento amedrentaba más que el sadismo de Gerrault; hasta consiguió detener unos segundos al Director.

Después se recuperó:

—Te conozco. Eres la mala pécora sin entrañas que traicionó a la Paz en el 2048. Eres de la ralea de los que fanfarronean y farolean, pero que en realidad no tienen nervio. Tú también debes conocerme. Cuando se trata de la muerte no engaño. Si te opones a mí, cogeré mis cigotos y mi equipo médico y os dejaré aquí para que os pudráis; si me persigues y llegas a destruirme, me aseguraré de que los cigotos mueran conmigo —su voz era ronca y decidida.

Della se encogió de hombros, todavía sonriente.

—No hace falta resoplar y echar espumarajos, querido Christian. No te das cuenta de contra quién estás luchando. Verás, creo cada palabra que dices. Pero a mí no me importa. De todas formas, voy a matarte —se apartó de ellos—. Y lo primero que voy a hacer es buscar más espacio por donde moverme.

Gerrault se quedó boquiabierto. Miró a los demás.

—¡Lo voy a hacer, de verdad, lo haré! Será el fin de la especie humana.

Parecía estar buscando el apoyo moral de los demás. Había encontrado a alguien que era un monstruo mayor que él.

Yelén chilló, con voz casi irreconocible.

—¡Por favor, Della, te lo ruego! ¡Retrocede!

Pero Della Lu había desaparecido por detrás de la parte alta del anfiteatro. Gerrault se quedó mirando por dónde se había ido sólo durante un segundo. Cuando ella se hubiera apartado del paso, los campos supresores y una tremenda capacidad de fuego iban a quedar apuntados hacia el teatro. Todos los que estaban allí podían acabar muertos— y Della había hecho una demostración convincente de que aquello no le preocupaba en lo más mínimo. Gerrault echó a correr hacia la salida que estaba a nivel del suelo.

—¡Pero no estoy faroleando, de verdad que no! —se detuvo un momento en la puerta—. Si salgo de ésta, volveré con mis cigotos. Vuestro deber es esperarme.

Y después también se fue.

Wil contuvo la respiración durante los siguientes segundos, rogando para que apareciera el anticlímax. Unas sombras oscuras salieron proyectadas hacia el cielo, dejando un trueno tras de sí. Pero no había relámpagos de rayos energéticos, ni de cargas nucleares. No había desplazamiento del sol en el cielo, como hubiera ocurrido si hubieran sido burbujeados; los luchadores habían trasladado su batalla lejos del anfiteatro.

De momento, seguían vivos. Los tecno-min se reunieron en grupos; alguien estaba llorando.

Yelén tenía su cabeza enterrada entre sus brazos. Los ojos de Juan estaban cerrados, y su labio inferior aprisionado entre sus dientes. Los demás tecno-max adoptaban posturas menos extremas… pero todos estaban viendo lo que pasaba sin tener que utilizar los ojos humanos.

Wil miró a su pantalla. Estaba contando hacia atrás los últimos noventa segundos. El cielo de poniente se volvió incandescente al producirse dos relámpagos muy poco distanciados uno de otro. Tung dijo:

—Los dos se han propulsado nuclearmente… ahora están sobre el Océano índico —su voz sonaba distante, y sólo una pequeña parte de su atención estaba dedicada a explicar lo que sucedía a los que no podían verlo—. Phil tenía sus fuerzas acumuladas allí. Tiene una ventaja local.

Hubo una ráfaga de luz brillante, apenas perceptible, parecida a la que se ve cuando los relámpagos están detrás de las montañas.

—Hay disparos. Phil intenta atravesar el cordón que Della tiene cerca de la Tierra… Lo ha conseguido —se oyó un disperso e indeciso aplauso procedente de los tecno-min—. Se van hacia el oeste mediante poderosos impulsos nucleares. Acaban de salir lanzados a más de tres mil kilómetros por segundo. Van a atravesar la zona más alejada de Lagrange.

Christian Gerrault tenía que recoger un equipaje muy importante para su viaje hacia el espacio exterior.

Por fin en la pantalla de Wil se podía leer 00:00:00. Miró a Juan Chanson. Los ojos de aquel hombre estaban cerrados, y su cara mostraba una profunda concentración.

Transcurrió un segundo. Dos. De repente se sonrió e hizo una seña con el pulgar hacia arriba. El equipaje de Christian ya no estaba disponible para que lo recogiera.

Durante un instante, Wil y Juan se sonrieron estúpida y mutuamente. Nadie más se había dado cuenta.

—Cinco mil kilómetros por segundo… Es extraño. Phil ha cesado su propulsión. Della va a ponerse por encima de él dentro de… Hay otra lucha con disparos. Ella le está machacando… Él ha roto el contacto… Vuelve a correr, alejándose de ella.

Wil habló, cortando aquel monólogo.

—Díselo, Juan.

Chanson hizo una seña afirmativa, todavía sonriendo. De pronto Tun9 dejó de hablar. Pasó un segundo. Luego lanzó un juramento y empezó a reír. Los tecno-min miraban fijamente a Blumenthal; todos los tecno-max miraban a Chanson.

—¿Estás seguro de esto, Juan? —La voz de Yelén era insegura.

—¡Sí, sí, sí! Ha salido perfectamente. Ahora ya nos hemos librado de los dos. Mira. Han empezado a usar tácticas a largo plazo. Cuando su lucha termine, lo hará dentro de miles de años y a docenas de parsecs de distancia de aquí.

Brierson tuvo una visión terrible y repentina en la que Della perseguía a Gerrault indefinidamente por las profundidades del espacio.

La voz de Fraley interrumpió a la de Chanson.

—¿De qué diablos estás hablando? Gerrault tiene el equipo médico y los cigotos. ¡Si él se ha marchado, todo esto ha desaparecido, y podemos darnos por muertos!

—¡No! Todo va bien. Nosotros, yo… —bailaba sobre un pie y luego sobre el otro, frustrado ante la lentitud del lenguaje hablado—. ¡Wil! Explícales lo que hemos hecho.

Brierson se esforzó para que su imaginación regresara a la Tierra y miró hacia los tecno-min.

—Juan ha conseguido separar a Gerrault de su equipo médico —dijo suavemente—. Está aparcado en la zona más lejana de Lagrange, esperando que alguien vaya a recogerlo —miró a Chanson—. ¿Has pasado el control a Yelén?

—Sí, no me quedaba mucha capacidad para ir al espacio.

Wil notó que sus hombros se relajaban lentamente; una sensación de alivio empezaba a extenderse por todo su cuerpo.

—Sospeché de Genet casi desde el principio; él lo sabía y no le importaba. Pero durante vuestra guerra, todos los sistemas tecno-max fueron utilizados para combatir a Della. Juan, o cualquiera de los demás, puede contaros lo que era aquello. No estaban completamente desconectados de sus sistemas, sólo habían perdido el control de ellos. En todas las batallas, una gran cantidad de información fluye entre los puntos de enlace. En esta guerra, las cosas eran especialmente caóticas. En algunos puntos, fallaban los datos de seguridad y alguna información poco importante se escapaba de un enlace a otro. Parte de lo que pasó por el enlace de Juan fueron las localizaciones de los sistemas médicos de Gerrault. Juan se enteró de lo que tenía Gerrault, dónde lo tenía, y los datos exactos de localización y tiempos de las burbujas que protegían los cigotos y las defensas internas —hizo una pausa—. Lo de esta reunión fue una argucia. Siento haber tenido que manteneros a oscuras en este asunto. Había ciertos momentos determinados en los que un ataque podía tener éxito, y sólo en el supuesto de que Gerrault hubiera sacado sus defensas de la zona lejana de Lagrange.

—Sí —dijo Juan, cuya excitación se había reducido a magnitudes manejables—. Esta reunión era necesaria, pero era la parte más arriesgada de todo el asunto. Si mostrábamos nuestros triunfos mientras él estaba todavía aquí, Gerrault podía hacer algo loco, algo mortal. Tuvimos que buscar la manera de engañarle y que saliera corriendo sin que disparara antes contra nosotros. Por esto contó Wil la historia que habéis oído, para enfrentar a nuestros mayores enemigos uno contra otra. —Miró a Brierson—. Gracias por haber confiado en mí, muchacho. Nunca podremos saber cuáles eran exactamente las motivaciones de la criatura Lu. Tal vez era realmente humana, tal vez todos aquellos años que había estado sola habían convertido su mente en algo extraño. Pero yo sabía que no podría resistir si tú le contabas las mentiras adecuadas sobre el banco de cigotos, y que perseguiría a Gerrault hasta el fin del espacio-tiempo para destruirlos.

Entonces sí hubo verdaderos aplausos. Los de algunos tal vez eran algo desmayados: en los últimos minutos se había estado jugando con su futuro como si fuera una pelota de balonvolea. Pero ahora:

—¡Ahora podemos conseguirlo! —gritó Yelén.

Los «sin gobierno», los Pacistas, los del NM se abrazaban. Dilip y una muchedumbre de tecno-min se acercaron al podium para estrechar la mano de Wil. Incluso la reserva de los tecno-max se había roto. Juan y Tung estaban en el centro de la gente. Tammy y Yelén estaban a menos de un metro de distancia sonriéndose mutuamente. Sólo Mónica Raines no había abandonado su asiento; como de costumbre, su sonrisa se torcía hacía uno de los lados. Pero Wil pensó que no se debía al desencanto por la salvación de todos, sino a la envidia ante la felicidad de los demás.

Wil comprendió de pronto que podía dejarlo todo en aquel punto. Tal vez la colonia se había salvado. Era evidente que si seguían adelante con el resto del plan, el peligro podía ser mayor de lo que había sido hasta entonces. Se trataba de un pensamiento, pero no de una decisión consciente. Debía demasiado a algunas personas como para echarse atrás en aquel momento.

Wil se separó de la gente, regresó al podium y conectó los amplificadores.

—Yelén. Todos vosotros.

Las risas y los gritos se aplacaron. Gail Parker saltó sobre uno de los bancos y gritó:

—¡Viva Wil! ¡Que hable! ¡Que hable! ¡Wil, Presidente!

Esto provocó todavía más risas; Gail siempre tenía un agudo sentido de lo ridículo. Wil alzó sus manos y el bullicio volvió a calmarse.

—Quedan algunas cosas que debemos decidir.

Yelén le miró con su expresión relajada pero intrigada.

—Claro que sí, Wil. Creo que podríamos tratar ahora de muchas cosas. Pero…

—No es esto lo que yo quería decir, Yelén. Todavía no he logrado cumplir aquello por lo cual me contrataste… Todavía no te he entregado al asesino de Marta.

Las conversaciones y las risas se apagaron de golpe. Los sonidos más fuertes eran los de los pájaros que iban a robar sus presas a las arañas que había detrás del anfiteatro. En las caras que no reflejaban una total sorpresa, Wil podía ver cómo volvía a aparecer el miedo.

—Pero Wil —dijo Juan por fin—. Hemos atrapado a Gerrault.

—Sí, le hemos desenmascarado. En esto no ha habido trampa, ni en el equipo que hemos rescatado. Pero Christian Gerrault no asesinó a Marta, ni capturó los sistemas de los tecno-max. ¿No os habéis dado cuenta de que en ningún momento ha admitido ninguna de estas dos cosas? Fue una víctima más de la captura, igual que los demás. El encontrar al saboteador de los sistemas era uno de los «cabos sueltos» que intentaba poner en claro.

Juan agitó sus manos y su dicción era más rápida que nunca.

—Esto son juegos de palabras. Semántica. Admitió, explícitamente lo admitió, que había capturado los sistemas militares de los tecno-min.

Wil negó con la cabeza.

—No, Juan. Sólo el de los Pacistas. Durante todo el tiempo hemos estado pensando que un tecno-max mantenía en agitación a ambos bandos, cuando en realidad Gerrault estaba detrás de los Pacistas y tú manipulabas los NM.

Las palabras se habían pronunciado, y Wil todavía vivía.

El hombrecito tragó saliva.

—Por favor, muchacho, después de todo lo que he hecho para ayudar, ¿cómo puedes decir esto…? ¡Ya lo sé! Crees que sólo un penetrador se sistemas podía conocer lo del equipo médico de Gerrault —miró, implorante, a Yelén y a Tammy—. Decídselo. Estas cosas ocurren durante una batalla, especialmente cuando la penetración…

—Es cierto —dijo Yelén—. A los de tu era les puede parecer una explicación muy rebuscada, Wil, pero las filtraciones pueden suceder realmente.— Tung y Tammy hacían signos afirmativos de que estaban de acuerdo.

—No importa —no se notaba la menor vacilación en la voz y en la cara de Wil—. Sabía que Juan fue el asesino de Marta, mucho antes de que viniera a contarme lo de Gerrault. ¿Pero lograré convenceros al resto de vosotros?

Chanson apretó los puños. Retrocedió hasta un banco y se sentó bruscamente.

—¿Debo aguantar todo esto? —chilló dirigiéndose a Yelén.

Korolev apoyó la mano en su hombro.

—Deja que el inspector diga lo que ha de decir.

Cuando miró hacia Wil, su cara tenía la extraña ambivalencia que él conocía tan bien. Ambos, Juan y Wil, acababan de salvar a la colonia. Pero ella había conocido a Chanson durante décadas de sus vidas; Wil era el tecno-min al que Marta tanto había maldecido y alabado. No sabía cuánto iba a aguantar su paciencia.

Brierson se paseaba alrededor del podium.

—Al principio, parecía que cualquier tecno-max podía haber abandonado a Marta: había fallos en el sistema de Korolev que hacían fácil sabotear una simple secuencia de burbujeo. Con estos fallos arreglados, Yelén y los demás creyeron que su sistema era seguro. Nuestra guerra demostró lo terriblemente equivocados que estaban. Durante doce horas, el enemigo tuvo un control completo de todos los sistemas, exceptuando el de Della…

Esto me indicó varias cosas. En mis tiempos, apoderarse de un sistema no era una cosa trivial. A menos que el sistema estuviera defectuoso ya desde su origen, hacía falta un esfuerzo experto y tedioso para insertar en él todos los chismes que después servirían para apoderarse de él. El que lo hizo, quienquiera que fuera, necesitó años de ser considerado como un visitante en los sistemas de los tecno-max. El enemigo jamás tuvo una oportunidad con el de Della; estaba fuera de Sistema Solar cuando tuvo lugar la Singularidad.

Miró a la audiencia. Los tecno-min estaban pendientes de cada una de sus palabras. Era mucho más difícil saber cómo estaban los demás. Tammy ni miraba. Wil sólo podía imaginarse los análisis y las conversaciones que tenían lugar al mismo tiempo que pronunciaba sus palabras.

—Hemos de admitir que un experto, usando herramientas de experto, debía estar detrás de todo aquello. Pero los ficheros del Greenlnc de Yelén demuestran que ninguno de los tecno-max tenía estos antecedentes.

Tung le interrumpió:

—Pero esto sólo significa que el asesino escribió de nuevo la historia para ponerse a salvo.

—Exactamente. No hacía falta que fuera mucho, no más que un hecho aquí y otro allí. A lo largo de los años, el asesino pudo hacerlo. Las bases de datos de Della son las únicas que pueden contener la verdad. Trabajé durante mucho tiempo con ellas, después de ser rescatados. Desgraciadamente, sus bases de datos referentes a los últimos años del siglo veintidós estaban muy desordenadas, tanto que ni la misma Della Lu las utiliza. Pero después de la batalla, yo sabía qué debía buscar. Eventualmente hallé un resquicio: Jason Mudge no era más que el fanático religioso que todos hemos conocido, aunque hacia finales del siglo veintidós tenía algunos discípulos. Sólo uno de ellos tuvo la fe suficiente para seguirle en el estasis. Era Juan Chanson. Chanson era un hombre rico, probablemente el prosélito más rico que había hecho Mudge —Wil miró a Chanson—. Tuviste que abandonar muchas cosas para ir detrás de un sueño religioso, Juan. Las bases de datos de Della demuestran que eras la cabeza de Penetración y Perversión de USAF, Inc. —En los tiempos de Wil, USAF había sido el mayor fabricante de armamentos de Norte América; y luego había crecido mucho—. Es lógico pensar que cuando Juan se marchó, se llevó los últimos adelantos en software que había inventado su sección. Nos enfrentamos a un sabotaje de alcance industrial.

Juan temblaba. Miró a Yelén. Ella le devolvió la mirada y luego miró a Wil. No estaba convencida.

—Yelén —dijo Wil sin alzar la voz—. ¿Lo recuerdas? El día que Mudge fue asesinado, afirmó que Chanson se había dedicado a la religión.

Yelén meneó la cabeza. Aquel recuerdo hacía tres días que había desaparecido.

Al fin, Chanson habló en voz alta:

—¿No puedes ver cómo te has engañado a ti mismo, Wil? Tienes la evidencia de esto por todas partes. ¿Por qué crees que los ficheros de Lu referentes a la civilización, estaban prácticamente inservibles? ¡Porque ella jamás estuvo allí! En el mejor de los casos aquellos documentos son de segunda mano, a los que se han añadido pruebas contra mí o quien fuera que representara una amenaza para ella. Wil, por favor. Puedo estar equivocado en los detalles, pero sea lo que sea la criatura Lu, ha demostrado que es capaz de sacrificarnos a todos con tal de salirse con la suya. No importa lo que te haya hecho, debes ser capaz de ver esto.

La risa de Mónica fue casi un cacareo.

—¡En qué lío te has metido, Brierson! Los hechos explican perfectamente cualquiera de las dos teorías. Y Della Lu anda de cacería por el espacio interestelar.

Wil simuló que estaba tomando en consideración este comentario, porque necesitaba tiempo para pensar. Luego movió negativamente la cabeza y continuó con la misma calma de antes:

—Tal vez no lo creas, pero hay datos que Juan jamás pensó en alterar. El diario de Marta, por ejemplo… Ya lo sé, Yelén. Lo has estudiado durante centenares de años, y conocías a Marta mucho mejor que yo. Pero Marta sabía que no había sido abandonaba debido a un simple sabotaje. Sabía que el enemigo conocía lo que había dejado en los montones de piedras y podía destruir cuanto quisiera. Y hasta algo peor, si ella lograba esconder algún mensaje y hacértelo llegar, cuando lo hubieses comprendido, el simple hecho de entenderlo podía desencadenar un ataque.

»Pero yo soy un tecno-min, fuera de tanta automatización. Marta captó mi atención con el único incidente que sólo ella y yo podíamos conocer. Yelén, después de la fiesta de los Robinson… yo no… yo nunca traté de aprovecharme de Marta —miró a Yelén a la cara, deseando ver en ella que le creía.

Como no obtuvo respuesta, prosiguió:

—Durante los últimos años de su vida, Marta hizo un terrible doble juego. A nosotros nos contó la historia de su valerosa supervivencia y de su derrota, pero al mismo tiempo dejó pistas que confiaba que me señalarían a Juan.

Eran muy sutiles. Llamaba a sus amigos, los monos pescadores, dándoles nombres de la gente de nuestra colonia. Siempre había un Juan Chanson, una criatura solitaria que disfrutaba mirándola a ella. En el último día de su vida, mencionó que todavía estaba allí, vigilándola. Ella sabía que el verdadero Juan Chanson la acechaba.

Juan dio un golpe sobre el banco.

—¡Maldita sea! Se puede descubrir cualquier mensaje si la manera de codificarlo es lo bastante demencial.

—Por desgracia, tienes razón. Y si ella no hubiera podido hacer algo más esto quedaría en empate, Juan. Pero a pesar de todas sus desgracias, Marta tuvo buena suerte. Uno de sus monos pescadores era un mutante, mayor y más listo que cualquier pescador que hayamos podido encontrar. La seguía a todas partes y trató de imitar su manera de construir los montones de piedras. No era gran cosa, pero tenía un aliado en el tiempo real —sonrió tristemente—. Le llamaba W. W. Brierson. Adquirió mucha práctica construyendo montones de piedras, siempre en la misma posición relativa al Lago Pacista. Al final se lo llevó hacia el norte, y lo dejó en un bosque normal, lejos de la zona vitrificada. No sé si estabas vigilando desde muy cerca, Juan, pero no pudiste ver lo que el animal se llevó, ni supiste que había construido un montón de piedras, porque Marta jamás estuvo allí.

Los ojos de Juan atravesaron a Yelén y luego volvieron a fijarse en Wil, pero no dijo nada.

—Hace cuatro días que te enteraste de la existencia de este montón, desde que yo se lo conté a Yelén. Quisiste demostrar todo tu poder, y asesinar a la mitad de la raza humana para evitar que yo pudiera hacerme con él —salió de la plataforma y anduvo lentamente hacia el hombrecito—. Bueno, Juan. No tuviste éxito. Yo había visto lo que Marta quería decirme cuando no tenía que hablar con parábolas. Cualquiera puede verlo, también. Y a pesar de todas las conspiraciones que atribuyas a Della Lu, sospecho que la evidencia física convencerá a Yelén y a sus autones de laboratorio.

Yelén se había apartado de Chanson. Tung apretaba los labios, convirtiéndolos en una línea estrecha. Hasta en el caso de que no llegue a confesar, puedo ser capaz de vencer, pensó Wil.

Juan miró a su alrededor, y luego a Wil otra vez.

—Por favor. Todo lo estás interpretando mal. Yo no asesiné a Marta. Realmente quiero que la colonia sea un éxito. Y he sacrificado muchas más cosas que vosotros para poder salvarla; si no lo hubiera hecho así, ninguno de vosotros habría sobrevivido durante estos cincuenta megaaños. Pero ahora, esto mismo me hace parecer culpable. Tengo que convenceros… Mira, Wil. Tienes razón en lo que se refiere a Mudge y a mí; jamás debería haber intentado esconderlo. Me avergüenzo de haber creído alguna vez en todas aquellas tonterías de niños. Pero entonces era joven, y mis pesadillas me seguían hasta mi casa desde mi trabajo. Necesitaba creer en algo. Abandoné mi trabajo, lo abandoné todo, a cambio de sus promesas.

»Salimos del estasis en el 2295, un poco antes de cuando la numerología de Mudge anunciaba que Cristo iba a dar el Gran Espectáculo. Allí no había más que ruinas, una civilización destrozada y una especie exterminada. Mudge revisó sus camelos y llegó a la conclusión que nos habíamos pasado, que Cristo ya había llegado y se había vuelto a marchar. ¡Maldito chiflado! No podía aceptar nada de lo que veíamos. Algo había visitado el Sistema Solar a mediados del siglo veintitrés, pero no era nada sacro. La evidencia de una invasión alienígena estaba por todas partes. Mudge había llegado con poco más que una tela de arpillera y cenizas. Yo llevaba abundante equipo. Pude efectuar análisis que respaldaron mis afirmaciones. Yo tenía poder para salvar a los humanos que todavía estaban en estasis.

»Yelén, desde entonces mi objetivo fue el mismo que el tuyo. Hasta el punto que mientras vosotros, los tecno-max, seguíais en estasis, yo ya hacía mis planes. La única diferencia era que yo conocía la existencia de los alienígenas. Pero jamás pude convencer de ello a Mudge. En realidad, las señales eran tan sutiles que empecé a preguntarme si alguien más podría creerme.

Chanson se había puesto en pie y su manera de hablar se hizo más rápida.

»A menos que nos protegiéramos contra los invasores, todos los buenos deseos del mundo no harían resucitar a la especie humana. Yo tenía que hacer algo. Yo… Yo incrementé alguna evidencia. Detoné cargas nucleares en algunas ruinas. ¡Seguramente, ni un hombre ciego dejaría de darse cuenta de esto! —miró acusadoramente a Tammy y a Yelén—. Pero cuando regresasteis al tiempo real, no quedasteis convencidas. No podíais aceptar ni siquiera la más clara de las evidencias… Lo intenté. Lo intenté. Durante los siguientes dos mil años viajé por todo el Sistema Solar, descubriendo las señales de la invasión, haciéndolas más aparentes para que hasta los idiotas no pudieran dejar de verlas.

»Al final, tuve un pequeño éxito. W. W. Sánchez tuvo la paciencia necesaria para examinar los hechos, y la falta de prejuicios para creer. Os convencimos a todos para que fuerais algo más precavidos. Pero el peso de la vigilancia todavía recaía sobre mí. Nadie más quería poner centinelas en los confines del Sistema Solar. Al correr de los años, pude destruir dos sondas alienígenas, pero todavía Sánchez fue el único que quedó convencido —miraba más allá de Wil, como si hablara consigo mismo—. Me gustaba Bill Sánchez. Hubiera deseado que no hubiera abandonado; aunque su colonia era algo pequeña para tener éxito. Le visité allí, en varias ocasiones. Estaba en una larga e idílica ladera. Bill quería hacer investigaciones, pero lo único que tenía era la cinta perforada que había encontrado en Charon. Estaba obsesionado por ella; la última vez que le vi llegó a decir que era una falsificación —una expresión ligera de pena pasó por la cara de Juan—. Bueno, aquella colonia era demasiado pequeña para poder sobrevivir, desde luego.

Los ojos de Yelén estaban completamente abiertos, todo el blanco aparecía alrededor de sus iris; todo su cuerpo se había quedado rígido. Chanson tal vez no podía notarlo, pero la muerte flotaba en el ambiente.

Wil cortó la línea visual de Yelén; su voz era un tranquilo eco del tono distante de Chanson.

—¿Y qué hay de lo de Marta, Juan?

—¿Marta? —Juan casi llegó a mirarle—. Marta siempre estuvo falta de prejuicios. Aceptó la posibilidad de una amenaza alienígena. Creo que la asustó la llegada de Lu, ya que aquella criatura era, evidentemente, muy poco humana. Marta habló con Lu, tuvo acceso a algunas de sus bases de datos. Y luego… y luego… —tenía los ojos llenos de lágrimas—. Empezó a interrogar a las bases de datos acerca de Mudge.

¿Cuánto llegó a sospechar Marta? En aquella ocasión, probablemente nada; la mayor parte de las embarulladas referencias sobre Mudge no tenía la menor conexión con Chanson. Fue una increíble mala suerte que desde el principio se acercara tanto al secreto de Juan.

—No debería haber mentido acerca de mi pasado, pero ya era demasiado tarde. Marta podía destruir todo aquello a lo que yo había dedicado tanto trabajo. La colonia podía quedarse indefensa. Tuve que hacerlo, tuve que hacerlo…

—¿Matarla? —la voz de Yelén fue un grito.

—¡No! —Juan levantó la cabeza de golpe; no debía olvidar la realidad que tenía alrededor suyo—. Nunca hubiera podido hacer tal cosa. ¡Me gustaba Marta! Pero… tenía que ponerla en cuarentena. Esperé a ver si me denunciaba. No lo hizo, pero me di cuenta de que jamás podría estar seguro de que no lo hiciera más tarde. No podía consentir que se quedara.

»¡Por favor, escuchadme! Cometí errores; insistí demasiado para haceros ver la verdad. Pero debéis creer lo que digo: los invasores están allá fuera, Yelén. Destruirán todo lo que tú y Marta soñabais, si no me creéis… —la voz de Juan se convirtió en un alarido. Cayó pesadamente, y se quedó tendido con los brazos y las piernas dando sacudidas.

Con dos rápidas zancadas, Wil se arrodilló a su lado. Wil miró a aquella cara agonizante; había dispuesto de dos días para prepararse para aquel momento y para suprimir la rabia homicida que sentía cada vez que veía a Chanson. Korolev no había dispuesto de tanto tiempo; Wil podía notar sus ojos penetrantes que sentenciaban a muerte detrás de él.

—¿Qué le has hecho, Yelén?

—Le he desconectado, he cortado sus enlaces de comunicaciones —se situó al lado de Wil para poder observar mejor a Chanson—. Se recuperará.

Su cara mostraba una rara sonrisa, que, en cierta manera, era más temible que la rabia.

—Quiero tener tiempo para pensar en una justa venganza. Y quiero que él pueda darse cuenta de ello, cuando llegue el momento —sus ojos se posaron en los que estaban más cerca—. Sacadlo de mi vista.

Por una vez, no hubo debate; sus palabras hubieran podido ser descargas eléctricas. Tung y tres tecno-min cogieron a Chanson y lo llevaron hasta el volador que se estaba posando al lado del anfiteatro. Wil salió tras ellos.

—¡Brierson, quiero hablar contigo! —las palabras eran bruscas, pero había algo raro en el tono de Yelén.

Wil retrocedió desde los escalones. Yelén se lo llevó alrededor del borde de la plataforma, lejos de la gente, que empezaba a salir del estado de shock.

—Wil —dijo en voz baja—. Me gustaría ver lo que dejó Marta. Lo que dijo Marta cuando no estaba escribiendo bajo la vigilancia de Chaman.

Wil tragó saliva: hasta la victoria le iba a resultar difícil. Tocó el hombro de ella.

—Marta dejó el quinto montón de piedras, tal como le dije a Chanson. Si hubiéramos podido encontrarlo durante los primeros millares de años… Después de cincuenta milenios, sólo pudimos ver que había contenido una hoja de papel rojo. Se había convertido en polvo. Nunca podremos saber con seguridad qué quiso decirnos… Lo siento, Yelén.

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