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Unos cinco mil años después, todo lo que quedaba del único imperio mundial de la historia, La Autoridad de la Paz, volvió al tiempo normal. Recibieron la bienvenida de los autones de Korolev, que les desaconsejaron que interfirieran en las burbujas que estaban en la parte sur del Mar Interior. Disponían de tres meses para considerar sus nuevas circunstancias, antes de que las burbujas reventaran.

Aquello por lo que Marta y Yelén había trabajado durante tanto tiempo, estaba a punto de empezar.

Se entregaron miles de toneladas de equipamientos a los técnicos bajos, junto con granjas, fábricas y minas. Los regalos se entregaron a los individuos según la experiencia adquirida en la civilización que habían dejado atrás. Los hermanos Dasgupta recibieron dos cargas de camión de equipo de comunicaciones. Ante la sorpresa de Wil, las cambiaron inmediatamente a un oficial de transmisiones de NM por una finca de mil hectáreas. Y Korolev no se opuso. Señaló cuál era el equipo más frágil y suministró bases de datos a aquellos que querían hacer planes para el futuro.

A muchos de los tecno-min, indisciplinados, les gustaba esto: sobrevivir y sacar provecho. Al cabo de pocas semanas ya disponían de mil proyectos para combinar el equipo de técnica elevada con las primitivas cadenas de producción. Ambas debían coexistir durante décadas, con las decadentes técnicas elevadas que cada vez debían quedar más reducidas a un papel menos importante. Al final les quedaría una infraestructura viable.

Los gobiernos no estaban tan contentos. Tanto los Pacistas como los de Nuevo Méjico estaban fuertemente armados, pero mientras Korolev estuviese de guardia sobre el Mar Interior, todo aquel poderío del siglo veintiuno resultaba tan persuasivo como un cañón de bronce en el jardín de un tribunal de justicia. Ambos tuvieron tiempo suficiente para comprender la situación. Se vigilaban unos a otros con todo cuidado, y se unían para quejarse de la Korolev y de los otros tecno-max. Su propaganda observó la coordinación de los donativos, y lo restringidos que eran éstos: no se entregaban armas, ni la técnica de emburbujar, ni aeronaves, ni autones, ni equipo médico.

—Korolev da la ilusión de libertad, pero no la realidad. La excitación de la fundación llegó algo apagada hasta Wil. Se puso en contacto con algunos de los interesados. Algunas veces veía las noticias de los Pacistas o de los de NM. Pero tenía muy poco tiempo para participar. Tenía un trabajo, en muchos aspectos igual al que había tenido hacía mucho tiempo: tenía que atrapar a un criminal. A menos que se tratara de algo que pudiera estar relacionado con esto, todo lo que pasaba a su lado era irrelevante.

El asesinato de Marta era una de las noticias más importantes. A pesar de tener que construir una civilización, la gente todavía encontraba tiempo para hablar de ello. Como ella había desaparecido, todos recordaban su cordialidad. Cada decisión política impopular se recibía con un suspiro de «Si Marta estuviera viva, esto sería muy distinto.» Al principio, Wil estaba en el centro de todas las reuniones, pero tenía poco que decir. Además, estaba en una única, e incómoda categoría: Wil era un tecno-min, pero con los inconvenientes de uno elevado. Podía volar dondequiera que se le antojara; los demás tecno-min debían limitarse a los transportes «públicos» suministrados por Korolev. Tenía sus propios autones personales de protección que le habían proporcionado Della y Yelén: los demás tecno-min le miraban con mal disimulado nerviosismo cuando los veían flotar. Estas ventajas eran intransferibles, y no pasó mucho tiempo antes que Wil se viera más evitado que buscado.

Se había violado ya uno de los principios fundamentales de las Korolevs: la colonia se había diseminado físicamente. Los Pacistas habían rehusado trasladarse al otro lado del Mar Interior, a la Ciudad Korolev. Con gran descaro habían pedido que Yelén les ubicara en una ciudad para ellos solos en la costa norte. Esto les situaba a más de novecientos kilómetros del resto de la Humanidad: una distancia que era más psicológica que real ya que se salvaba con un vuelo de quince minutos en los nuevos transbordadores marinos de Yelén. De todas maneras, su consentimiento fue una sorpresa.

La Korolev superviviente estaba… cambiada. Wil sólo había hablado con ella dos veces desde que la colonia había regresado al tiempo real. La primera de ellas había sufrido algo parecido a un shock. Parecía la misma de antes, pero sus ojos, por unos momentos, parecieron no reconocerle.

—Ah, Brierson —dijo suavemente. El único comentario que hizo respecto a la protección que le ofrecía Lu fue para decir que ella también le seguiría protegiendo. Su hostilidad había desaparecido: había tenido mucho tiempo para enterrar sus resentimientos.

Yelén había consumido cien años siguiendo los viajes de Marta alrededor del Mar. Ella y sus dispositivos habían guardado y catalogado todo lo que podía tener relación con el asesinato.

El de Marta había sido el asesinato más estudiado de toda la historia humana. Pero sólo si el investigador no es el mismo asesino, decía una vocecita en la parte posterior de la cabeza de Wil.

Yelén había hecho otra cosa durante el siglo que se había quedado atrás: Había intentado reeducarse a sí misma. —Sólo queda una de nosotras dos, inspector. He intentado vivir por duplicado. He aprendido todo lo posible sobre la especialidad de Marta. He soñado, mediante las memorias de Marta, en cada proyecto que ella había dirigido — una sombra de duda cruzó por su cara—. Confío en que será suficiente.

La Yelén que él había conocido antes del asesinato no habría confesado una debilidad como aquella.

Y así, provista de los conocimientos de Marta e intentando imitar sus actitudes, Yelén había cedido y había dejado que los Pacistas se establecieran en la Playa Norte. Había instalado un servicio de vuelos ultramarinos. Había animado a un par de tecno-max, Genet y Blumenthal, para que trasladaran sus fincas principales hasta allí.

Y la investigación del asesinato había quedado en manos de Lu y de Brierson.

Aunque no había hablado más de dos veces con Korolev, veía a Della Lu casi todos los días. Ella había presentado una lista de sospechosos y estaba de acuerdo con Korolev: el crimen estaba fuera del alcance de los tecno-min. De los tecno-max, Yelén y Robinson eran los más sospechosos (Afortunadamente, Della era lo bastante cautelosa para no informar de todas sus sospechas a Yelén).

Al principio, Wil había pensado que el modo del asesinato era una pista crucial. Lo había comentado muy pronto con Della.

—Si el asesino podía pasar por encima de la protección de Marta, ¿por qué no la mató inmediatamente? Este asunto de abandonarla era francamente poético, pero quedaba una posibilidad real de que pudiera ser rescatada.

Della negó con la cabeza.

—No lo entiendes.

Su cara ya estaba enmarcada con una cabellera lisa y negra. Se había quedado atrás durante nueve meses, lo máximo que Yelén le había permitido. Su estancia no había resuelto nada, pero había durado lo suficiente para que le creciera el pelo.

Ahora ya parecía una joven normal y era capaz de hablar varios minutos seguidos sin producir la discordante sensación de fatuidad, y sin adoptar aquella mirada fría y lejana. Lu era todavía la más misteriosa de los viajeros avanzados, pero ya no constituía una clase especial por sí misma.

—El sistema de protección de las Korolevs es bueno. Es rápido e inteligente. Quienquiera que asesinase a Marta, lo hizo mediante software. El asesino encontró un fallo en la lógica de defensa de las Korolevs y—se aprovechó de él con mucha inteligencia. Aumentar el período de estasis hasta un siglo, era algo que por sí mismo no atentaba contra la vida. Al dejar a Marta fuera del estasis tampoco era algo que por sí mismo atentara contra la vida.

—Pero juntos eran mortales.

—Cierto. Y el sistema de defensa debería, normalmente, haberse dado cuenta de ello. Estoy simplificando. Lo que el asesino hizo fue más complicado. Mi punto de vista es que de intentar algo más directo, no hubiera habido un programa, por bueno e inteligente que fuera, que hubiese podido engañar al sistema. No había una manera completamente segura de matar a Marta. Haciéndolo así, el asesino tenía las mayores probabilidades de conseguirlo. —A menos que el asesino sea Yelén. Doy por supuesto que ella podía anular todas las protecciones del sistema.

Pero si lo hubiera hecho así, su culpa habría resultado evidente.

—Humm. Al abandonar a Marta, la dejó indefensa. ¿Por qué no preparó el asesino un accidente entonces? No tiene sentido que la dejara vivir cuarenta años.

Della pensó durante unos momentos.

—¿Estás sugiriendo que el asesino podía haber emburbujado a todos los demás para un siglo, y retrasar su propio emburbujamiento?

—Claro que sí. Una demora de unos pocos minutos habría sido suficiente. ¿Habría sido tan difícil?

—Por sí mismo, esto hubiera sido trivial. Pero todos estaban enlazados con el sistema Korolev para aquel salto. Si alguien se hubiera retrasado, se hubiera podido ver en los registros. Soy experta en sistemas autónomos, Wil. Yelén me ha mostrado sus esquemas de sistema. Es un trabajo a toda prueba, y sólo un año más viejo que el mío. El que alguien, exceptuando a Yelén, pudiera alterar los registros de salto tendría que ser…

—¿Imposible?

Esos especialistas en sistemas nunca cambiaron. Podían hacer milagros, pero al mismo tiempo aseguraban que ciertas peticiones razonables eran imposibles.

—No, tal vez no fuera imposible. Si el asesino lo tenía planeado de antemano, podría haber tenido un autón que no apareciera en la lista del estasis, y haberlo dejado fuera del estasis sin que nadie lo advirtiera. Pero no veo cómo los registros de los saltos, propiamente dichos, podían haber sido alterados a menos que el asesino se hubiera infiltrado a fondo en el sistema Korolev.

O sea que estaban trabajando en un caso bastante improvisado. Y las extrañas circunstancias de la muerte de Marta no eran sino una versión del siglo veintitrés de la clásica puñalada por la espalda.

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