8

Wil no fue a reunirse con los de la excursión a la Playa Norte.

En primer lugar, el asunto de la Raines le había afectado mucho; por otra parte, alguien había asesinado a Marta. Lo más probable era que este alguien quisiera que la colonia fracasase. Y aquel día no estaba más cerca de la solución del caso de lo que estaba una semana antes. Las excursiones tendrían que esperar.

Conectó su aparato de datos con los archivos de su casa. Podría utilizar directamente las pantallas de la casa, pero se sentía más a gusto con su portátil… Además, era una de las pocas cosas que había llevado consigo a través del tiempo, y su memoria era un desván lleno de mil recuerdos íntimos; la fecha que señalaba, 16 de febrero de 2100, sería correcta si su antigua vida hubiera continuado.

Después de calentar su comida, Wil se ocupó en mascar distraídamente las verduras mientras estudiaba a fondo sus progresos. Andaba retrasado en sus lecturas, lo que era otra buena razón para quedarse en casa aquella tarde. La gente que no está al corriente del trabajo policial no sabe que giran parte de la investigación criminal requiere sacar conclusiones de las bases de datos, principalmente de las bases de datos de dominio público. Las «lecturas» de Wil eran el origen más probable de la evidencia real. Y no le faltaban cosas que buscar. El archivo de su casa era mucho más extenso que el de cualquier otro técnico bajo. Además de la edición de 2201 de Greenlnc, disponía de copias de algunas partes de las bases de datos personales de Korolev y de Lu.

Wil había insistido en tener sus propias copias. No quería recibir su información a través de las redes de enlace, porque no quería que su contenido cambiara misteriosamente en función de lo que se les antojara a sus propietarias originales. Pero debía pagar un precio por esta independencia: iba a encontrar ciertas incoherencias. Sus mismos procesadores tenían que adaptarse a la idiosincrasia de la estructura de los datos aportados. Con las bases de datos de Yelén, no era demasiado difícil porque habían sido preparadas tanto para ser usadas con la cinta de cabeza como con el anticuado lenguaje de preguntas. Su jerga ingenieril resultaba incomprensible a veces, pero podía soslayarla.

Las bases de datos de Della ya eran otra cosa. Su copia de Greenlnc era un año más reciente que la de Yelén, pero había una nota que informaba que las últimas partes habían resultado severamente dañadas durante sus viajes. Esto era un modo de decir las cosas. Secciones enteras de los últimos años del siglo veintidós estaban desordenadas o simplemente habían desaparecido. Su base de datos personal estaba intacta, pero sólo podía usarse con su código particular de conexión a la cinta de cabeza. Con los procesadores de que disponía descubrió que le era casi imposible comunicarse con los programas para recuperar datos. Con frecuencia no lograba más que un output que parecía estar compuesto por alucinaciones alegóricas; otras veces quedaba bloqueado por los fragmentos de un simulador de personalidad. No era la primera vez en su vida que Wil deseaba poder usar como interfaz las cintas de cabeza. Ya existían en su tiempo. Añadidas a una gran inteligencia congénita y a un cierto carácter imaginativo, podían convertir los ordenadores en una extensión directa de la mente. Pero si no se contaba con estos dones, las cintas craneales no proporcionaban más que una especie de agudeza mental parecida a la que dan las drogas. Wil suspiró. Yelén decía que las cintas de cabeza de su época eran de uso más fácil, pero le había faltado tiempo para aprenderlo.

Della tenía nueve mil años de exploración metidos en su base de datos. Cedió a la tentación de echarles un vistazo: un mundo donde las plantas flotaban en el cielo, fotografías de estrellas que coronaban desde muy cerca a algo oscuro y que se desplazaba visiblemente, una instantánea de un planeta verde y lleno de cráteres obtenida desde una órbita muy baja. En un planeta, bañado por el resplandor de un sol gigante rojizo, vio lo que le parecieron ruinas. En ninguna otra parte pudo ver señales de inteligencia. ¿Tan raro era que todo lo que Della pudo ver eran las ruinas, o los fósiles de las ruinas, de alguna civilización que había durado unos milenios y a la que se había acercado millones de años demasiado tarde? Todavía no le había preguntado lo que había visto. La solución del asesinato era su problema inmediato, y hasta hacía muy poco tiempo le había resultado difícil hablar con ella. Pero al reflexionar sobre ello, cayó en la cuenta de que era terriblemente reservada en lo que hacía referencia a sus viajes.

Sus otras investigaciones iban mejor. Había estudiado a casi todos los tecno-max. Exceptuando a Yelén y Marta, ninguno de ellos había tenido contactos especiales cuando estaban en la civilización. Esta conclusión no podía ser absoluta, desde luego. Las compañías biográficas sólo tenían un determinado número de espías. Si alguien ocultaba algo, y además estaba fuera de la vista de la gente, este algo podía permanecer oculto.

Philippe Genet era uno sobre los que había menos documentación. Wil no pudo encontrar ninguna referencia de él anterior a 2160, cuando empezó a anunciar sus servicios como contratista de obras. En aquel tiempo ya debía tener cuarenta años, por lo menos. Se tenía que vivir como un ermitaño o poseer dinero en gran abundancia para que pasaran cuarenta años sin figurar en una lista de ventas por correspondencia o sin hacerse pública la clasificación de crédito. Quedaba otra posibilidad: tal vez Genet había estado en estasis antes de 2160. Wil no había llegado muy lejos en este sentido, pero por aquí podría abrirse un nuevo abanico de posibles investigaciones. Entre 2160 y la época en que Genet dejó la civilización, en 2201, la pista era escasa pero visible. No había sido convicto de ningún crimen que implicara un castigo público. No se le había visto en los acontecimientos públicos ni escrito nada que el público pudiera conocer. Por su propaganda, y por la propaganda que se dirigía a él, era evidente que su empresa de construcciones iba bien, pero no lo bastante como para atraer la atención de los periódicos de su ramo. La calificación de su trabajo era buena pero no espectacular; quedaba bastante por debajo en las «relaciones con los clientes». En la década de los 2190, siguió la tendencia general y empezó a especializarse en la construcción en el espacio. Wil no pudo encontrar en parte alguna un móvil para el asesinato, pero por sus antecedentes como constructor, Genet era probablemente uno de los viajeros mejor armado.

Los antecedentes tranquilos y conservadores de Genet, al parecer, encajaban muy poco con los saltos hacia el futuro. Por lo menos, era una posibilidad para una entrevista preliminar, y sería agradable tratar con un tecno-max que no estaba loco.

En términos de documentación, Della Lu estaba en el otro extremo. Brierson debería haber reconocido su nombre la primera vez que lo oyó, incluso si se atribuía a su actual poseedor. Aquel nombre era muy importante en los libros de historia de la niñez de Wil. Si no hubiese sido por ella, la revolución del 2048 contra la Autoridad de la Paz habría resultado un fracaso catastrófico. Della había sido un agente doble.

Wil acababa de releer la historia de aquella guerra. Para los Pacistas, Lu era un miembro de la policía secreta que se había infiltrado entre los rebeldes. Pero en realidad, había sido todo lo contrario. Durante el asalto rebelde a Livermore, Della Lu estaba destacada en el corazón del Alto Mando Pacista. Bajo las mismas narices de sus jefes, emburbujó el puesto de mando de los Pacistas cuando ella estaba allí. Esto fue el fin de la batalla, y el fin de la Autoridad de la Paz. Las tropas que quedaban se rindieron o se autoemburbujaron. Los Pacistas que entonces vivían en la Costa Norte procedían de una fortaleza secreta de Asia, preparada para llevar la guerra al futuro, pero desgraciadamente para ellos, se fueron a un futuro demasiado lejano.

Lo que Della hizo requería un gran valor. Estaba rodeada por la gente que había traicionado; cuando reventara la burbuja sólo podía desear que su muerte fuese rápida.

Todo aquello había sucedido en 2048, dos años antes de que Wil naciera. Se acordaba que de pequeño leía las historias y deseaba que se encontrara la manera de poder salvar a la valiente Della Lu cuando por fin reventara la burbuja de Livermore. Brierson no vivía cuando se hizo aquel rescate. Fue secuestrado en el 2100, precisamente cuando Della salió de su estasis. Todo el tiempo que había vivido en la civilización había transcurrido en lo que para Della Lu no era tiempo.

Entonces podía ver el rescate de Lu, y seguirla por el siglo veintidós. Desde el principio, ella era una celebridad. Los biógrafos habían pagado a los paparazzi, y no quedó parte alguna de su vida sin ser examinada. Había cambiado mucho. Oh, la cara era la misma, y la Della Lu del siglo veintidós llevaba con frecuencia el cabello corto. Pero antes había en sus movimientos una fuerza y una precisión. A Wil le recordaba un guardia, o hasta un soldado. También había humor y felicidad en las grabaciones, cosas que al parecer la actual Lu estaba aprendiendo de nuevo. Se había casado con un Quincallero, Miguel Rosas, y en él Wil reconoció el modelo para el simulador de personalidad que había encontrado en la base de datos de Della. Durante los años 2150 habían vuelto a ser famosos, esta vez por explorar la parte exterior del Sistema Solar. Rosas murió durante su expedición al Compañero Negro. Della había abandonado la civilización en 2202 para marcharse a la Estrella de Gatewood.

Wil acabó de comer y dejó que por la pantalla pasaran los resúmenes biográficos que había recopilado hasta entonces. Había algo irónico, que era imposible antes de las burbujas: Della Lu era una figura histórica del pasado de Wil; por otra parte él lo era del pasado de Lu. Ella había reconocido que después de haber sido rescatada había leído sobre él, y le admiraba por ser «alguien que sin ayuda alguna había impedido la incursión de Nuevo Méjico». Brierson sonrió amargamente. No había hecho más que estar en el sitio adecuado en el momento oportuno. Si él no hubiera estado allí, la invasión hubiera terminado un poco más tarde y con algo más de sangre vertida; era gente como Kiki van Steen y Armadillo Schwartz los que realmente detuvieron la invasión de Kansas. Durante todo el tiempo de su carrera policial, su compañía había ensalzado a Wil. Era conveniente para su negocio, y en general era malo para Wil. Los clientes, al parecer, esperaban milagros cuando se asignaba su caso a W. W. Brierson. Su reputación por poco le causó la muerte durante el asunto de Kansas. ¡Demonio! Cincuenta millones de años después aquella propaganda todavía me persigue. Si él hubiera sido cualquier otro policía. Yelén Korolev jamás habría pensado en darle aquel caso. Lo que ella necesitaba era un verdadero investigador, y no un tipo que hacía cumplir la ley y que había sido ascendido más allá de todos sus méritos.

¿Qué podía importar que «conociera» a la gente? Poco podía servir en aquel caso. Tenía abundantes sospechosos, abundantes motivos, pero nada en concreto. Greenlnc era amplio y detallado; en este programa había centenares de posibilidades que podía tomar en consideración. ¿Pero acaso esto iba a acercarle más al asesino de Marta?

Wil apoyó la cabeza en las manos. Virginia siempre había dicho que era muy sano para una persona autocompadecerse de vez en cuando.

—Hay una llamada de Yelén Korolev.

—¡Ugh! —volvió a sentarse—. Está bien, casa, pásamela.

El holo de conferencias mostraba a Yelén sentada en su biblioteca. Se la veía cansada, pero en aquellos días siempre parecía cansada. Wil contuvo su impulso de componerse el pelo ya que no dudaba que él tenía el mismo aspecto agotado.

—Hola, Brierson. Acabo de hablar sobre Mónica Raines con Della. La has eliminado como sospechosa.

—Sí. Pero te habrá contado Della que la Raines pudiera ser…

—Ya. Lo de la guerra biológica. Esto es… pensar bien. Ya sabes que le dije a Raines que la mataría si intentaba irse de esta era en una burbuja. Pero puesto que ya no es sospechosa de asesinato y todavía representa una amenaza para la colonia, me pregunto si no sería conveniente «persuadirla» para que diera un salto que durase, por lo menos, un megaaño. ¿Qué opinas?

—Hmmm. Yo esperaría a haber estudiado su base de datos personales. Lu dice que puede protegernos de un ataque biológico. En cualquier caso, no creo que Raines pudiese intentar algo hasta que parezca que la humanidad va a tener otra ocasión de desarrollarse. Hasta es posible que ella represente un peligro mucho mayor para la humanidad que exista dentro de un millón de años.

—Ya. No puedo tener la absoluta seguridad de nuestra propia dispersión en el tiempo. Confío en que quedaremos bien arraigados aquí, pero… —asintió bruscamente—. De acuerdo, estos planes quedan en suspenso. ¿Cómo piensas seguir la investigación?

Brierson sugirió que Lu revisara los sistemas de armamentos de los viajeros avanzados, y después esbozó sus esfuerzos con Greenlnc. Korolev escuchaba en silencio. Había desaparecido la ira abrasadora de su anterior confrontación y había sido sustituida por una determinación obstinada.

Cuando hubo terminado, ella no parecía estar contenta, pero sus palabras fueron suaves:

—Has empleado mucho tiempo buscando pistas en las eras civilizadas. Está bien: después de todo, de allí procedemos. Pero has de considerar que los viajeros avanzados (excepto Jason Mudge) han vivido la mayor parte de sus vidas después de la Singularidad. En un tiempo u otro, había unos cincuenta de nosotros. Físicamente éramos independientes, vivíamos a nuestro propio aire. Pero había comunicaciones, había reuniones. Después que se hizo evidente que el resto de la humanidad había desaparecido, todos nosotros hicimos nuestros propios planes. Marta dijo que era una sociedad difusa, tal vez una sociedad de fantasmas. Y cada vez era más reducida. Los tecno-max que ves ahora, inspector, son los casos difíciles. Los criminales declarados, los ladrones de tumbas, fueron eliminados hace treinta millones de años. Los viajeros comodones, como Bill Sánchez, abandonaron muy pronto. La gente se detenía unos pocos centenares de años para intentar formar una familia o establecer una ciudad; sólo con detenerte, podías tener todo un mundo a tu disposición. A muchos de ellos no les hemos vuelto a ver, pero al correr del tiempo un grupo, o lo que queda de él, algunas veces puede aparecer al cabo de unos megaaños. Nuestras vidas están enhebradas muy débilmente con las de los demás. Deberías estudiar esto en mis bases de datos personales, Brierson.

—Hmm. Todas las primeras colonias fracasaron. ¿Hubo entonces evidencia de sabotaje? Si el asesinato de Marta era parte de un plan…

—Esto es lo que quiero que busques tú, inspector —aparecía de nuevo su antiguo desdén—. Hasta ahora no me había pasado por la cabeza. Desde el punto de vista de los que se quedaron, no todo fueron fracasos. Algunas parejas querían sencillamente vivir sus vidas, estableciéndose en una era. Los cuidados médicos de la salud pueden mantener el cuerpo vivo durante muchísimos años; pero descubrimos otros límites. El tiempo pasa, las personalidades cambian. Muy pocos de nosotros hemos vivido más de mil años. Ni nuestras mentes ni nuestras máquinas pueden durar siempre. Para volver a instaurar la civilización necesitamos las interacciones de mucha gente, hace falta tener un amplio fondo genético y estabilidad a lo largo de varias generaciones de crecimiento de la población. Esto es prácticamente imposible con grupos pequeños, especialmente cuando todos los individuos tienen burbujadores y cualquier disputa tiene el potencial para disgregar la colonia.

Yelén se echó hacia adelante, bruscamente.

—Brierson, aunque el asesinato de Marta no formase parte de una conspiración contra la colonia, aunque fuera así, yo… no estoy segura de poder mantenerla unida.

Había cambiado, ciertamente. Wil nunca había supuesto que un día Yelén lloraría sobre su hombro.

—¿Acaso los tecno-min no quieren quedarse en esta era?

Ella sacudió la cabeza.

—No pueden elegir. ¿Conoces bien el campo supresor de Wáchendon?

—Claro que sí. En un campo supresor no se pueden generar más burbujas.

El invento había costado tantas vidas como las que había salvado, ya que el campo hacía imposible escapar de las armas que quemaban y destrozaban.

Yelén asintió.

—Más o menos es esto. Tengo una gran parte de Australasia en un campo Wáchendon. Los Neo Mejicanos, los Pacistas y los tecno-min están clavados en esta era hasta que no descubran cómo contrarrestar este campo. Les va a llevar diez años como mínimo. Confiamos en que para entonces ya habrán arraigado aquí y querrán quedarse —miró hacia el mármol rojo de la mesa de su biblioteca—. Y el plan puede resultar bien, inspector —dijo suavemente, tomándose su ración de autocompasión—. El plan de Marta podría ser factible si no fuera por estos malditos bastardos estadistas.

—¿Steve Fraley?

—No se trata sólo de él. Los jefes Pacistas, Kim Tioulang y su pandilla, son igualmente malos. No quieren cooperar conmigo. Allí hay ciento un individuos de Nuevo Méjico y ciento quince Pacistas. Esto es más de los dos tercios de la colonia. Fraley y Tioulang están convencidos que son los dueños de sus grupos. ¡Y, maldita sea, lo peor del caso es que sus componentes parecen estar de acuerdo con esto! Es una locura del siglo veinte, pero les convierte en más poderosos de lo que sería razonable. Ambos quieren dirigir todo el tinglado. ¿Te has dado cuenta de sus banderines de enganche? Quieren que el resto de los tecno-min se conviertan en «ciudadanos» suyos. No van a parar hasta que uno de los dos sea el Jefe Supremo. Pueden volver a inventar la técnica elevada sólo para destrozar la colonia.

—¿Has tratado de esto con los otros tecno-max?

Ella frotó nerviosamente su mejilla. ¡Si Marta estuviera allí! No faltaba sino que las palabras se hubieran articulado ellas mismas.

—Un poco, pero la mayoría de ellos están más confusos que yo. Della resulta una buena ayuda; en realidad en otro tiempo fue una estadista. Pero resulta bastante difícil hablar con ella. ¿Te has dado cuenta? Cambia de personalidad como quien se cambia de traje, como si es— tuviese probándose algo para descubrir si se le adapta bien.

»Inspector, tú no has ido tan lejos como Della, pero en tu tiempo todavía había gobiernos. Caray, tú causaste el colapso de uno de ellos. ¿Cómo puede tener éxito ahora una cosa tan primitiva?

Brierson hizo una mueca. ¿Es decir, que era él quien había provocado que Nuevo Méjico se quedara sin gobierno? Wil se sentó, se echó hacia atrás y, como en sus antiguos tiempos, intentó encontrar algo que pudiera satisfacer los deseos de su cliente.

—Yelén, estoy de acuerdo contigo en que los gobiernos son una forma de engaño, aunque no necesariamente para los que mandan, que por lo general sacan tajada. A la mayor parte de los ciudadanos casi siempre se les puede convencer de que el interés nacional es más importante que su propia conveniencia. A ti tal vez te parezca una increíble demostración de hipnotismo de masas, reforzada por el castigo público de los que no lo acepten.

Yelén asintió.

—Y el «hipnotismo de masas» es lo importante. Si lo desearan, en cualquier momento, todos los de Nuevo Méjico, los poderosos y los que no lo son, podrían hacerle un corte de mangas a Fraley y dejarlo plantado; no podría matarlos a todos. Pero en vez de esto, se quedan y son sus peones.

—Sí, pero en cierta manera esto les da poder. Si le plantan, ¿dónde van a ir? No hay otros grupos. No existe la sociedad sin gobierno como había en mis tiempos.

—Claro que la hay. La Tierra está vacía, y casi la tercera parte de los tecno-min no tienen gobierno. No hay nada que impida a la gente instalarse como y donde le convenga.

Wil movió la cabeza; estaba sorprendido de su propia perspicacia y de la conferencia que le estaba soltando a Yelén. Anteriormente, ni se le habría ocurrido discutir con ella. Pero ahora parecía estar interesada en sus opiniones.

—¿No lo ves, Yelén? Ahora ya no hay gente sin gobierno. Están los Pacistas, y los de Nuevo Méjico, pero por encima de los tecno-min está el gobierno de Yelén Korolev.

—¿Qué dices? ¡Yo no soy un gobierno! —se había sonrojado—. Yo no cobro impuestos, no recluto a nadie. Únicamente quiero hacer lo más conveniente para el pueblo.

A pesar de que ella había cambiado mucho, Wil se alegraba de que el autón de Lu estuviera sobrevolando su casa.

Wil escogió cuidadosamente sus palabras:

—Esto es verdad. Pero tienes dos o tres atributos esenciales del gobierno. En primer lugar, los tecno-min creen, supongo que acertadamente, que tienes poder de vida y muerte sobre ellos. En segundo lugar, usas esta creencia, aunque hay que reconocer que lo haces con amabilidad, para que ellos antepongan tus metas a las suyas.

Esto no era más que una divulgación de las ciencias sociales de la época de Wil, pero al parecer produjo un efecto real en Korolev. Se frotó la mejilla.

—¿Piensas que los tecno-min, al menos subconscientemente, tienen la impresión de que han de escoger bando?

—Sí. Y como eres la fuerza de gobierno más poderosa, es posible que desconfíen más de ti.

—En este caso, ¿qué me aconsejas?

—Pues yo… uh…

Wil se había abstraído. Sí. Y supón que tengo razón. ¿Entonces qué? Aquella pequeña colonia a cincuenta megaaños de distancia temporal, era completamente distinta de la sociedad que había conocido Wil en su época. Era perfectamente posible que sin la mano rectora de Korolev aquel puñado de semillas que había recogido allí fuera dispersado por los vientos huracanados del tiempo. Y una vez separadas, aquellas semillas no llegarían a florecer jamás.

Cuando estaba en la civilización, Wil nunca había pensado gran cosa sobre «los grandes problemas». Incluso cuando estaba en el instituto, no le gustaba andar metido — en discusiones sobre la religión o los derechos naturales. El mundo tenía sentido y parecía responder adecuadamente a sus actos. Desde que había perdido a Virginia, todo se mezclaba en su cabeza. ¿Podría existir una situación tan fantástica que le obligara a defender la institución gubernamental? Se sentía como un Victoriano que tuviera que fomentar la sodomía.

Yelén le obsequió con una sonrisa torcida.

—¿Sabes? Marta dijo algo parecido a esto. Tú no tienes su formación, pero me parece que tienes su mismo sentido común. Tampoco el bueno de Maquiavelo se arredraba por las consecuencias. Tengo que hacerme popular, pero también tengo que salirme con la mía…

Le miró y pareció llegar a una conclusión.

—Mira, inspector. Quiero que alternes más. Tanto los de NM como los Pacistas tienen unas reuniones periódicas de reclutamiento. Asiste a la primera que convoquen los Pacistas. Escucha lo que allí se diga. Tal vez podrías explicarles cómo soy. En tus tiempos eras un personaje popular. Dile a la gente lo que piensas (hasta lo que no te gusta de mí). Si han de ponerse a favor de alguien, creo que soy lo mejor que pueden escoger.

Wil asintió. Primero los Dasguptas y ahora Korolev. ¿Es que había una conspiración para volver a poner en circulación a W. W. Brierson? ¿Y qué pasaba con la investigación?

Yelén estuvo callada unos momentos.

—Te necesito para ambas cosas, Brierson. He llorado a Marta durante cien años. Seguí sus pasos, metro a metro, alrededor del Mar Interior. Tengo grabaciones o muestras en burbujas de todo lo que ella hizo o escribió. Creo que ya he superado la rabia que me causó su desaparición. Ahora, lo más importante de mi vida ha de ser procurar que la muerte de Marta no sea inútil. Voy a hacer cualquier cosa para conseguir que la colonia tenga éxito. Esto requiere encontrar al asesino, pero también significa conquistar con mis argumentos a los tecno-min.

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