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– Vamos a llegar tarde – refunfuña Lizzie. Lo sé, pero no puedo hacer nada para remediarlo. Si ella me hubiera dicho antes que se suponía que debíamos llevar a Edward a la fiesta de cumpleaños de un amigo, habría sido mejor. Media hora para tener a los niños listos y en marcha no es suficiente. Una parte de mí desearía que no se hubiera acordado durante otra hora más. Quiero que Ed se lo pase bien y se divierta, por supuesto, pero no tengo ganas de pasar las próximas dos horas sentado en un parque infantil, adecuado para niños pero inadecuado para adultos, por más que estuviera adosado a un pub. No es así como había planeado pasar el sábado por la tarde.

– Llegaremos cuando lleguemos -le digo-. Ponernos nerviosos no nos va a ayudar en nada.

– No me estoy poniendo nerviosa -me corta, demostrando que lo está-. Es que no me gusta llegar tarde, eso es todo.

– No llegaremos tarde. Aún tenemos unos cuantos minutos. El pub está a la vuelta de la esquina.

– Lo sé, pero mira el tráfico.

– Probablemente ha habido un accidente o algo por el estilo -le digo, alzándome en mi asiento y estirando el cuello para intentar ver un poco más adelante-. Creo que pasa algo en la cima de la colina. Una vez hayamos pasado, el tráfico mejorará.

Oigo un puñetazo sordo y un gañido atrás. Vuelvo la cabeza y veo a los niños, apretujados, hombro con hombro, en el asiento de atrás. Odian casi tanto estar dentro del coche como yo. Es demasiado pequeño para que quepamos todos, pero ¿qué puedo hacer? No puedo permitirme cambiarlo, por ahora tendré que seguir con él. Todos tendremos que hacerlo. Lizzie los mira y se acerca a mí.

– Vamos a tener que darles de comer -susurra, manteniendo la voz baja para que no nos oigan.

– Ed comerá en la fiesta, ¿no?

– Sí, pero…

– A los otros dos les compraremos una bolsa de patatas fritas o algo así -digo rápidamente antes de que tenga cualquier idea. Creo que sé adónde quiere ir a parar.

– Necesitan algo más que eso -replica-. Vamos a estar fuera durante un par de horas. ¿Por qué no comemos fuera?

– Porque no nos lo podemos permitir.

– Venga ya, Danny, sí que podemos. De todos modos vamos a ir al lado del pub.

– No nos lo podemos permitir -repito. ¿Cómo se lo puedo dejar más claro?-. Mira, dejamos a Ed y volvemos a casa a comer. Yo volveré a buscarlo después de la fiesta.

– ¿Vale la pena todo ese lío y la gasolina extra? Quedémonos, comamos y podemos…

– No nos lo podemos permitir -contesto por tercera vez cuando llegamos a la cima de la colina y pasamos al lado de lo que sea que ha ralentizado el tráfico. Miro por el retrovisor y veo que los niños tienen las caras apretadas contra la ventanilla, intentando ver lo que pasa-. No miréis -les grito. Sin embargo no puedo evitar mirar. Parece como si la policía hubiera cortado la entrada a una de las calles que salen de Maple Street.

– Veinte pavos -continúa Lizzie. Maldita sea, no se va a dar por vencida-. ¿Me estás diciendo que no tienes veinte pavos para alimentar a tu familia?

– Sí -contesto, intentando con todas mis fuerzas no enfadarme-, eso es exactamente lo que te estoy diciendo. -Estoy decidido a que hoy no me saque nada, por mucho que lo intente-. No tengo veinte pavos y si los tuviera, ¿por qué tengo que gastarlos en una comida cuando tenemos la nevera llena? En casa podemos comer el doble por la mitad de precio.

– ¿Cuándo fue la última vez que comimos fuera?

– ¿Cuándo fue la última vez que tuve suficiente dinero para llevaros a comer?

– Venga, Danny…

No voy a contestar. Voy a mantener la boca cerrada y me voy a concentrar en conducir. Ella me hace esto con frecuencia. Es como un perro con un hueso. No lo va a dejar. Va a seguir fastidiando y presionando hasta que yo ceda para que se calle.

Hoy no.


Cedí. Estoy decepcionado conmigo mismo pero era inevitable. Ella no iba a parar. Insistió durante todo el camino. Supuse que podía transigir y soportar el golpe para mi cartera o podía mantenerme firme y arriesgarme a todo un fin de semana de morros sin que ella me dirigiese la palabra. Cuando entré en el pub y olí la comida y miré el menú, mi resistencia se vino abajo. Realmente patético.

Llevamos casi media hora esperando nuestra comida y estoy empezando a pensar que se han olvidado de nosotros. Estamos en un rincón apartado de la zona de comedor y el lugar empieza a llenarse. Es sábado al mediodía, ya me esperaba que estuviera concurrido, pero no tanto. La gran barra en forma de herradura está rodeada por una muchedumbre de cuerpos. Algunos están bebiendo mucho. Lo debería haber previsto. Esta tarde hay partido de fútbol. Un derbi local entre dos equipos al final de la clasificación y las dos partes se juegan mucho. El campo en el que se jugará el partido está a sólo unos quince minutos andando desde aquí. La mayor parte de la gente que se amontona en el local parecen aficionados disfrutando de su habitual sesión de alcohol antes del partido. Me apuesto algo a que el lugar se quedará vacío cuando empiece el partido, pero para entonces ya nos habremos ido hace tiempo. Los aficionados de ambas partes parece que se toleran los unos a los otros, pero el ruido es ensordecedor y me siento incómodo. Quizá estoy nervioso después de lo que ocurrió en el concierto de anoche. Me preocupa que pueda haber jaleo. Lizzie está pensando lo mismo, lo puedo ver en su cara. Sigue mirando una y otra vez a la multitud, y frunciendo el ceño. Se ha dado cuenta de que la estoy mirando y su expresión ha cambiado de repente.

– ¿Estás bien? -me pregunta, intentado que su tono suene relajado y feliz, pero no me convence.

– Estupendamente -gruño-. Aún no ha llegado la comida y no puedo ni oír mis pensamientos.

Ellis estira el brazo desde el otro lado de la mesa y me tira de la manga.

– No hagas eso -le digo con brusquedad.

– ¿Cuándo vendrá la comida?

– Cuando esté lista.

– ¿Cuándo será eso?

– No lo sé.

– Ten paciencia -le dice Liz-. En cuanto la hayan preparado nos la traerán.

– La quiero ahora -se reafirma, sin ningún interés en excusas o explicaciones-. Tengo hambre.

– Todos tenemos hambre, amor. En cuanto esté lista nos la traerán y…

– La quiero ahora -repite.

– ¿Has oído lo que acaba de decir mamá? -le contesto en un susurro, con mi paciencia al límite-. Cállate y espera. Tu comida llegará cuando…

Dejo de hablar. Cristales rotos. Una súbita oleada de ruido surge de la muchedumbre que rodea la barra. Miro fijamente la masa de vaqueros descoloridos y camisetas de fútbol, buscando el problema. No puedo ver nada. Siento un gran alivio cuando oigo unas risas y chistes por encima del ruido.

– ¿Qué ocurre? -me pregunta Lizzie.

– Nada -le contesto-. No puedo ver nada…

Un aficionado muy borracho, empapado de cerveza, pasa tambaleándose al lado de nuestro mesa de camino al lavabo. Un camarero con escoba y recogedor se cruza con él. Parece que sólo ha sido una bebida derramada, nada más.

Finalmente llega nuestra comida. Mi boca se hace agua y mi estómago empieza a rugir pero aún no puedo empezar a comer. Otra de las alegrías de la paternidad. Josh está sentado a mi lado y ahora tengo que pasar por la rutina de cortarle la comida y bañarla en salsa de tomate antes de empezar a comer yo. Liz y Ellis llevan bien adelantados sus platos cuando finalmente consigo coger mi tenedor y mi cuchillo.

– ¿Está bueno? -me pregunta antes de que pueda acabar mi primer bocado. Joder, dame un segundo para probarlo.

– Bien -le contesto-. ¿Y el tuyo?

Asiente con la cabeza y mastica.

Durante uno o dos fugaces minutos la mesa está en silencio. En el pub sigue habiendo mucho ruido, pero con todo el mundo momentáneamente distraído con la comida nuestra conversación afortunadamente se interrumpe. No dura mucho.

– Mañana quiero ir a ver a papá -dice Lizzie-. ¿Te parece bien?

Asiento con la cabeza mientras como. No estoy sorprendido. Acabamos en casa de Harry casi todos los domingos por la tarde. Ahora lo vemos prácticamente cada día desde que aceptó cuidar a Josh para que Liz pudiera trabajar. Ella es ayudante de aula en la escuela a la que van Ed y Ellis. Harry no está contento pero lo hace porque sabe lo mucho que necesitamos el dinero.

– De acuerdo -contesto, tragando finalmente mi bocado-, iremos por la tarde.

– Últimamente se ha portado muy bien con nosotros -prosigue-. No quiero que piense que nos estamos aprovechando de él.

– ¿Como hace tu hermana?

– Deja a Dawn tranquila. Ha estado luchando desde que Mark se fue.

– La mejor jugada que podía haber hecho el muchacho -replico, quizá siendo injusto-. Ella también luchaba cuando estaban juntos. Seguirá luchando pase lo que pase.

– Venga, no seas desagradable. No es fácil para ella estar sola con los niños. No sé cómo lo consigue.

– Tú lo has conseguido. Tú has encontrado una forma de hacerlo, los dos lo hemos hecho. El problema es que tu hermana busca continuamente la opción más fácil. Lo que necesita es alguien al…

Un repentino, inesperado y estridente ruido metálico me interrumpe. Es Josh. Ha dejado caer el tenedor al suelo. Me inclino a recogerlo y lo limpio en una servilleta de papel antes de devolvérselo.

– Lo que necesita -continúa Lizzie, prosiguiendo donde yo lo había dejado- es un poco de espacio y más tiempo para asumir lo que ocurrió y lo que él hizo. Ella no se merecía nada de eso. No puedes hacerle eso a alguien y esperar que…

– Yo no he dicho que se merezca nada, sólo pienso que…

Otro repiqueteo metálico en las baldosas del suelo. Recojo por segunda vez el tenedor de Josh, lo limpio y se lo devuelvo. Me sonríe burlón.

– Lo único que digo es que…

Josh deja caer de nuevo el tenedor. Ahora he empezado a perder realmente la paciencia. Lo recojo, lo limpio y lo estampo contra la mesa junto a su plato. Se ríe a carcajadas. Irritante cabroncete.

– Hazlo de nuevo y nos vamos a casa -lo amenazo.

– No le hagas caso -dice Lizzie, mientras sigue comiendo. Yo casi no he tocado mi plato-. Sólo lo hace porque ha visto que reaccionas. Cuanto más lo hagas tú, más lo hará él.

Sé que tiene razón y es difícil mantener la calma. Intento concentrarme en mi plato pero noto que Josh me está mirando, desesperado porque le devuelva la mirada. Me encojo cuando el tenedor golpea de nuevo el suelo. Sé que no debo pero no puedo evitar mi reacción. Recojo el tenedor del suelo y lo pongo delante de él, fuera de su alcance.

– Mi tenedor… -suplica.

– Danny… -me advierte Lizzie.

– ¿Quieres irte a casa? -susurro con los dientes apretados-. ¿O quieres terminar antes tu plato? Si lo vuelves a hacer nos vamos.

– Papi te comprará un helado si te acabas el almuerzo -dice Liz.

– No pienso hacerlo -replico con rapidez-. Maldita sea, ya he gastado suficiente. No me puedo permitir…

Otra interrupción por parte de la multitud de aficionados al fútbol. Me gustaría que se callasen, bastardos egoístas. Más ruido. Es un ruido extraño. Hay nervios. No suena nada bien. Nadie ríe. Me doy la vuelta a tiempo para ver que, de entre la muchedumbre, sale un hombre rechoncho, calvo y cubierto de tatuajes. Atraviesa en volandas el local llevado por otro aficionado que parece tener el doble de su altura pero la mitad de su peso. Ambos se han precipitado sobre una mesa en la que estaba comiendo otra familia. La gente se ha levantado de las sillas y se dispersa en todas direcciones.

– ¿Qué están haciendo? -pregunta inocentemente Ellis-. ¿Están jugando o peleando?

Los dos hombres se han puesto en pie de nuevo y rezo para que no se acerquen. El hombre más delgado agarra al tatuado por la chaqueta y lo está volteando. El otro intenta agarrarse a algo para mantener el equilibrio pero el delgado no le da la oportunidad. Lo deja ir, corre hacia él y lo golpea en el pecho, lanzándolo tambaleante hacia atrás. Otro golpe lanza tan lejos al hombre tatuado que esta vez acaba de espaldas sobre una mesa no demasiado alejada de donde estamos sentados. Platos medio vacíos, cubiertos y vasos salen volando. Agarro a Josh y me giro para ver que Lizzie ha hecho lo mismo con Ellis. El ruido de objetos cayendo y rompiéndose se difumina y es reemplazado por un silencio incómodo. Todo el mundo está mirando la pelea pero ha sido tan repentina y tan violenta que nadie se atreve a intervenir. Todo el mundo sabe que deberían hacer algo pero nadie se mueve.

– No, tío… -el hombre tendido de espaldas grita-. Por favor no…

El hombre delgado mira a su alrededor. Manteniendo a su víctima tendida en el suelo con una mano, busca entre los restos que hay en la mesa y coge algo. Sólo al levantarlo por encima de la cabeza veo que se trata de un cuchillo. Los siguientes segundos parecen durar una eternidad. No quiero mirar pero no puedo apartar los ojos. Baja con fuerza el cuchillo hacia el pecho del hombre tatuado y lo hunde en la carne. Pero eso no es suficiente. Con el puño cubierto de sangre extrae la hoja y lo apuñala una vez y otra y otra…

Jodida mierda.

Joder, tenemos que salir de aquí. Nos tenemos que mover. Ese tío está fuera de sí. ¿Qué ocurrirá si se vuelve contra todos los demás? El centenar de personas apretujadas en este pub abarrotado han empezado a sentir pánico y se dirigen a las salidas, alejándose corriendo de los dos hombres que están en el centro de la sala. El hombre delgado sigue destrozando el pecho del otro con la afilada y aserrada hoja. Los brazos y las piernas del hombre tatuado se mueven con espasmos. Pese a la distancia, puedo ver que la mesa y ambos hombres están cubiertos de sangre.

Arranco a Josh de la silla y empujo a Lizzie hacia la puerta más cercana. Intento con todas mis fuerzas conservar la calma pero estoy aterrorizado. Venga, muévete de una jodida vez… Hay una multitud de bebedores que intentan salir a la vez a través de una puerta estrecha y, por segunda vez en menos de un día, estoy atrapado al final de una multitud que intenta alejarse del jaleo. Sujeto fuertemente a Josh contra mi pecho y miro de reojo para ver dónde está el lunático con el cuchillo. Si ha terminado con el hombre en la mesa quién sabe quién será el siguiente. No quiero ser su próxima víctima. Sólo quiero…

– ¡Danny! -oigo que grita Liz. Levanto de nuevo la mirada. La multitud la está empujando delante de mí y ahora hay un par de metros entre nosotros. Ella casi ha salido por la puerta. Está mirando hacia atrás y gritándome algo. No puedo entenderlo.

– ¿Qué?

– ¡Ed -grita-, coge a Ed!

Virgen santa. No hay tiempo para pensar. Agarro a Josh con más fuerza y vuelvo corriendo hacia el parque infantil. La gente que hay allí no puede haber oído lo que ha ocurrido. Empujo la puerta de dos hojas y miro alrededor en busca de Ed, y no lo puedo ver. La luz es más suave y hay niños y padres por todas partes.

– ¡Edward! -grito por encima de la ensordecedora música de la fiesta. La gente se vuelve y me mira como si me hubiese vuelto loco-. ¡Ed!

– ¡Papi! -oigo que me grita en respuesta. Está junto a una de las estructuras, al otro extremo de la sala, con un amigo. Corro hacia él.

– Recoge tus zapatos y el abrigo -le digo-, tenemos que irnos.

– Pero papá… -empieza a protestar.

– Recoge tus zapatos y el abrigo -le repito.

– ¿Qué ocurre? -pregunta alguien. Me doy la vuelta y veo que es Wendy Parish, la madre de uno de los amigos de Ed.

– Hay problemas en el pub -le explico, mirando ansiosamente cómo desaparece Ed para buscar sus cosas-. Si fuera tú, saldría de aquí. Todo el mundo debería salir de aquí.

Veo que los camareros del pub están hablando con los empleados del parque y que quieren dar un aviso por megafonía para desalojar el edificio. Ed está de vuelta con el abrigo puesto. Se sienta y empieza a ponerse los zapatos.

– Vamos, hijo -chillo por encima del ruido-. Hazlo fuera.

Confundido, se levanta de un salto y se coge a mí. Corremos hacia la salida, rodeando mesas y sillas repentinamente esparcidas por todo el local. Salimos al aparcamiento y veo que Liz y Ellis están junto al coche. Corro hacia ellas. Ed va cojeando a mi lado, con un zapato puesto y el otro en la mano. Puedo oír sirenas aproximándose.

– ¿Estás bien? -pregunta Liz.

– Estamos bien -le contesto, rebuscando las llaves en mis bolsillos. Abro la puerta y entre los dos les ponemos el cinturón a los niños. Le hago un gesto para que suba y lo hace. Termino de ajustar el cinturón de Josh en su sillita, me monto y cierro el seguro de las puertas.

– ¿Debemos esperar a la policía? -pregunta Liz, cuya voz es poco más que un susurro.

– Gilipolleces -contesto mientras arranco el motor y salgo marcha atrás de la plaza de aparcamiento. Los coches ya están haciendo cola para salir a la calle-. Nadie se está parando -añado cuando nos unimos al final de la cola-. Salgamos de aquí.


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