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Finalmente aminoramos la marcha y los camiones toman un inesperado giro pronunciado hacia la izquierda. Es una curva aguda, demasiado brusca para ser una salida normal de la autopista. La carretera por la que circulamos se vuelve irregular y continúa girando y regirando durante lo que parecen otros tres o cuatro kilómetros. Entonces, sin previo aviso, el viaje ha terminado. Nos hemos parado. Mi estómago se revuelve a causa de los nervios una vez más cuando el camión se detiene y el motor queda en silencio. En el exterior llueve a cántaros y el repiqueteo en el techo sobre mi cabeza es ensordecedor.

– ¿Dónde estamos? -pregunta alguien nervioso. Consciente de mi deber vuelvo a sacar la cabeza por el agujero en la lona y la vuelvo a meter con rapidez cuando veo que se aproximan unos soldados a pie. Espero a que hayan pasado antes de volver a mirar con precaución. El camión (y los otros diez o más vehículos que han viajado con nosotros en convoy) han parado en una larga fila a lo largo de una carretera estrecha que discurre al borde de lo que parece un bosque espeso. No puedo ver adónde lleva el camino desde aquí. No quiero arriesgarme a exponerme de esta manera más de lo necesario y cierro el hueco en la cubierta de lona. Estoy seguro de que muy pronto sabremos dónde estamos.

– No hay mucho que ver -les explico sin que sea de ayuda cuando me doy la vuelta y me vuelvo a acuclillar-, sólo árboles a este lado. -La lluvia es torrencial y tengo que gritar para que me oigan.

El sonido del agua golpeando la cubierta de lona es incesante. El ruido, combinado con la falta de luz, aumenta mi desorientación. No puedo soportarlo. Me pregunto de nuevo si debo aprovechar cualquier oportunidad y huir. ¿Qué tengo que perder si ya lo he perdido casi todo? No sé que otras opciones me pueden quedar. La situación parece cada vez más negra. ¿Debo quedarme sentado y esperar lo que hayan planeado para nosotros o debo tomar el control de mi destino e intentar escapar? Por lo poco que he podido ver del bosque, parece bastante espeso, poco acogedor. Tengo la impresión de que estamos en medio de ninguna parte y no creo que me puedan seguir entre los árboles con estos camiones. Me pueden disparar por la espalda mientras corro o consigo huir. Vale la pena correr el riesgo. Mi cabeza se llena con imágenes de volver a casa y encontrar a Ellis, y la decisión está tomada. A la primera ocasión lo intentaré. Dios sabe hacia dónde voy a correr, pero siempre será mejor que estar aquí. ¿Debo decir a los demás lo que estoy planeando? ¿Tengo más oportunidades corriendo con ellos o solo? Mi instinto me dice que los deje y me preocupe de mí mismo, pero ¿qué va a pasar con ellos? ¿Qué pasa con Karin, Nancy y Patrick? Seguramente mientras más de nosotros lo intentemos, más posibilidades habrá de huir…

Mis estúpidos planes se vienen abajo cuando dos soldados calados hasta los huesos levantan la cubierta trasera del vehículo. Uno de ellos asegura la lona en la parte superior, el otro apunta el fusil hacia el interior. La realidad de lo que está pasando me devuelve de golpe al presente ahora que vuelvo a mirar a lo largo del cañón de otra arma. Los planes que había estado considerando con seriedad hace unos segundos ahora parecen estúpidos. Más que nunca quiero luchar, pero correr ahora sería un suicidio.

– ¡Fuera! -nos ladra el soldado con el fusil-. ¡Salid ahora mismo!

Los más próximos a la parte trasera del camión empiezan a bajar de inmediato. Es una caída de casi un metro hasta un camino embarrado y más de uno pierde pie y cae. Pobres hijos de puta, sólo llevan unos segundos en el exterior y ya están helados y empapados. Uno de los hombres que va conmigo en el camión -joven, delgado, con el cabello largo y oscuro- salta sobre uno de los soldados nada más tocar tierra. Tres soldados aparecen de la nada y lo alejan de su compañero. Dos de ellos lo tiran al suelo y lo inmovilizan boca abajo, sobre la hierba al lado de la carretera. El tercer soldado levanta una pistola y le mete una bala en la nuca. El ataque frenético y la quirúrgica respuesta ha durando unos pocos segundos. Ya se llevan el cadáver. La gente que ya está en el suelo profiere sollozos y lamentos de miedo e incredulidad.

Soy uno de los últimos en abandonar el camión. Bajo de espaldas y resbalo pero consigo permanecer de pie al tocar el suelo. Los demás están alineados en una sola fila en el margen entre los árboles y los camiones. Uno de los soldados me empuja hacia la fila. Me quedo quieto durante un segundo y miro al soldado. Sus ojos están ocultos y puedo ver mi cara arañada reflejada en su visor opaco. Debería matarlo ahora, pienso para mí. Y sé que podría hacerlo. Podría romperle el cuello con las manos desnudas. Este trozo de mierda no se merece nada más que una muerte violenta, dolorosa y muy sangrienta por su participación en lo que nos está ocurriendo. Pero entonces miro detrás de él y veo a más de ellos llevándose el cuerpo sin vida del hombre al que acaban de disparar en la cabeza. Lo dejan tendido a la vista, tirado sin más al otro lado de la carretera, y, reticente, ocupo mi sitio en la fila.

Desde donde estoy sólo puedo ver las personas con las que he venido en el camión. Ahora que me he movido puedo ver que la gente de los otros vehículos también están en el exterior. La fila delante de mí se pierde en la distancia. Estoy detrás de Karin, la chica que se ha mareado antes.

– ¿Te encuentras bien? -susurro. Miro por encima a los soldados más cercanos, pero no reaccionan y me arriesgo a hablarle de nuevo-. Karin, ¿te encuentras bien? -Se gira un momento y asiente con la cabeza, pero no habla. Su rostro está pálido y sus dientes castañetean de frío.

La lluvia cae con tanta fuerza sobre nosotros que hace daño. Sólo llevo fuera un par de minutos y ya estoy calado hasta los huesos. Menos mal que llevo encima unas cuantas capas de ropa. Por delante de mí puedo ver a gente que sólo lleva una camiseta. Algunos van en pijama. Un anciano sólo viste una bata. Los debieron pescar de noche mientras estaban durmiendo. ¿No han podido dejar que se cambiasen o darles algo de más abrigo? Eso sólo demuestra lo enraizado que está el odio contra nosotros, y cada vez parece más claro que el comentario de Patrick en la caja del camión era correcto. Sea lo que sea lo que nos espera va a ser jodidamente desagradable. En el mejor de los casos nos han traído aquí para aislarnos y separarnos de ellos. ¿Y en el peor? Sé que hay una altísima probabilidad de que estemos aquí para que nos destruyan. Pueden intentar matarme pero cuando llegue el momento me iré luchando. Le debo a Ellis llevarme por delante todos los que pueda.

Dios santo, ¡¿qué pasa con Ellis?! ¿Cómo puedo ser tan imbécil? He estado tan centrado en lo que me está ocurriendo que he dejado de considerar la posibilidad de que hayan traído también aquí a mi pequeñita. ¿Es posible que haya cambiado como yo y que la haya capturado una de las patrullas? Sé que las posibilidades de encontrarla aquí son remotas pero tengo que intentarlo. Puedo ver a algunos niños en la fila por delante de mí, pero incluso a esta distancia sé que ninguno de ellos es mi hija. Me doy la vuelta e intento mirar hacia atrás. Maldita sea, la fila parece que no tiene fin. No puedo ver dónde acaba. Acabo de salir de la fila pero no me importa. Encontrar a Ellis es más importante que mi seguridad. Empiezo a desplazarme hacia atrás de la fila, pero me paro cuando una mano agarra mi hombro y me vuelve a colocar en mi sitio. Me giro, esperando encararme con un guardia, pero se trata de Karin.

– No seas estúpido -susurra, mirando ansiosamente a su alrededor-. Por favor, te matarán en cuanto te vean.

Asiento pero no digo nada. Sé que tiene razón. Vuelvo a mi lugar inicial en la fila y me fuerzo a aceptar la situación. Me capturaron horas después de que Liz se llevara a Ellis y pueden haber ido a una parte completamente distinta de la ciudad de la que yo creo que están. Las posibilidades de que esté aquí son escasas. Y si de aquí nos trasladan a otra ubicación central, probablemente tendré más oportunidades de encontrarla allí.

Tengo que mantener el control y esperar el momento oportuno, pero es difícil. Quiero correr y luchar y matar a los solados que nos rodean. Necesito moverme y entrar en acción pero no puedo. Estar aquí de pie y esperar es insoportable. Estas condiciones son muy duras. Estoy tan mojado que me pesa la ropa y el empapado peso está empezando a hundirme. Estamos todos calados de lluvia y ateridos de frío, y todo lo que podemos hacer es quedarnos quietos y callados.


Hay movimientos repentinos. Ha pasado tiempo pero no tengo ni idea de cuánto desde que nos sacaron de los camiones. Sigo resistiendo para seguir de pie pero he visto que algunas personas han caído al suelo a lo largo de la fila. Nadie se atreve a moverse para ayudarlos. Cada uno de nosotros sabe que arriesgarse a moverse es correr el riesgo de recibir un tiro de la chusma que nos rodea. Hay cientos de personas en esta fila y los soldados continúan patrullando constantemente a lo largo de ella, los fusiles cargados y a punto para disparar. Tengo que concentrarme para no salir de la fila y matarlos. Es una tortura. ¿Es así como planean librarse de nosotros? ¿Dejarnos de pie en medio de la nada hasta que caiga el último de nosotros?

Hace un ratito oí un flujo de estática de radio. Casi la mitad de los soldados han regresado de repente a sus vehículos dejando a la otra mitad para controlar la fila, con las armas apuntándonos sin descanso. Ahora han vuelto a arrancar los motores y los vehículos se alejan en convoy. Pasan con rapidez, regándonos con barro y agua de los baches y charcos que hay en la carretera.

Por primera vez puedo ver con claridad lo que hay al otro lado de la senda.

A través de la lluvia, fuerte y persistente, puedo ver una enorme extensión de terreno. Parece una factoría, o quizás algún tipo de explotación agrícola o almacén. A la izquierda se levantan dos grandes silos y todo parece extrañamente desvencijado y sucio. Un camino asfaltado y vacío sale de la parte delantera del edificio y cruza los campos hasta la carretera en la que estamos. Y ahora también puedo ver que la fila prosigue a lo largo de toda la carretera hasta casi llegar a la entrada del campo. Dios santo, debemos ser miles.

En la distancia se ve actividad alrededor del edificio. Desde aquí no es posible ver con claridad lo que está pasando. Veo que soldados y otras figuras vestidas de negro se mueven sin descanso. Algunos están sacando equipos del edificio, otros están metiendo cosas. No tengo ni idea de lo que puede ser. Y no creo que quiera saberlo.

Justo delante de mí la súbita actividad ha provocado que alguien haya perdido los nervios. El pánico se extiende por la fila y durante un segundo intento ver de quién y de qué se trata. Parece como si alguien hubiera salido de la fila y saltado sobre uno de los soldados. ¿Debo aprovechar la distracción para huir? Otros están pensando lo mismo. Al menos dos personas están corriendo entre los árboles. Ahora cinco, seis, siete… quizás hasta diez figuras más están corriendo hacia el bosque. Me tengo que mover ahora si voy a hacerlo. Los soldados más cercanos están distraídos y si soy rápido puedo…

Hijos de puta. La huida ha terminado casi con tanta rapidez como empezó. Los soldados dan un paso al frente y vacían sus armas automáticas sobre los árboles. La gente que está corriendo cae abatida sin aviso previo: tiro por la espalda y muerto. Mucha más gente que seguía en la fila más adelante ha caído en el fuego cruzado y también está muerta. Sé que lo mismo me pasará a mí si intento cualquier cosa.

Los soldados se reagrupan y vuelven a sus posiciones. Uno de ellos llama por radio y, tras un corto retraso, aparece una furgoneta delante del edificio y se va acercando a la carretera. Para al otro lado del camino, en el punto que ha tenido lugar el tiroteo. La gente que está en la fila es obligada a punta de pistola a recoger los cuerpos de los muertos y cargarlos en la furgoneta. Impotente, contemplo cómo dos mujeres que están sollozando son obligadas a arrastrar los cadáveres desde el bosque y llevarlos al otro lado de la carretera. Un anciano y una adolescente son enviados a recoger el cuerpo del hombre del camión al que dispararon antes en la cabeza.

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