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Un lunático. Dios santo, ya había visto antes algunas de las cosas que ocurren en esta ciudad, pero nada como esto. Ha sido desagradable. Me pone enfermo. Joder, él ha salido de la nada y ella no ha tenido la más mínima oportunidad, pobre anciana. El tipo está ahora en medio de la multitud. Lo superan en una proporción de cincuenta a uno y aun así sigue intentando luchar. Este sitio está lleno de locos. Afortunadamente para la mujer, también está lleno de policías. Ahora hay dos a su lado, intentando cortar la hemorragia. Otros tres se han encarado con el tío que lo ha hecho y ahora lo están reduciendo.

Maldita sea, faltan tres minutos para las nueve. Volveré a llegar tarde al trabajo, pero no me puedo mover. Estoy atascado en esta jodida muchedumbre. Un montón de gente se agolpa a mi alrededor y no puedo ir ni hacia delante ni hacia atrás. Tendré que esperar hasta que se empiecen a mover, aunque tarden. Ahora están llegando más policías que intentan despejar la zona. Realmente resulta patético, podrían mostrar algún respeto… pero todo el mundo es igual. A la primera señal de jaleo en la calle todo el mundo se para a contemplar el espectáculo.

Finalmente nos empezamos a mover. Alcanzo a ver cómo llevan al tío hacia un furgón de la policía, al otro lado de la calle. Está pataleando, gritando y llorando como un maldito bebé. Parece como si estuviera completamente ido. Por el jaleo que arma se diría que lo han atacado a él.

Sé que soy un jodido holgazán. Sé que lo debería intentar con más ímpetu, pero paso de todo. No soy un estúpido pero a veces me resulta muy difícil ponerme en marcha. Ahora mismo debería haber cruzado corriendo Millennium Square para llegar a la oficina, pero es demasiado esfuerzo a esta hora de la mañana. Voy andando y finalmente llego a las nueve y cuarto pasadas. Intento entrar a hurtadillas pero es inevitable que alguien me vea. Y tenía que ser precisamente Tina Murray, ¿no? La amargada, la negrera, la despiadada zorra de mi supervisora. Ahora está detrás de mí, mirando cómo trabajo. Ella cree que no sé que está ahí. Realmente no la soporto. De hecho no puedo pensar en nadie que me guste menos que Tina. No soy violento, no me gustan las peleas y la idea de golpear a una mujer me parece repugnante, pero hay momentos en los que le rompería alegremente la cara.

– Me debes quince minutos -me dice desdeñosa, con esa horrible voz quejumbrosa que tiene.

Me echo hacia atrás en la silla y lentamente me doy la vuelta para mirarla a la cara. Me fuerzo a sonreír aunque lo que me gustaría es escupirle. Está de pie, delante de mí, los brazos cruzados, mascando chicle y con el ceño fruncido.

– Buenos días, Tina -contesto, intentando mantener la calma y no darle la satisfacción de que sepa hasta qué punto me pone de los nervios-, ¿cómo estás?

– Puedes recuperarlos durante la hora de comer o quedarte después de la hora de salida -dice con brusquedad-. Tú decides.

Sé que sólo voy a empeorar las cosas, pero no puedo evitarlo. Sólo tengo que mantener la boca cerrada y aceptar que he cometido un error, pero no puedo soportar la idea de que esta mujer despreciable se crea que está al mando. Sé que no estoy mejorando la situación, pero no me puedo parar. Tengo que decir algo.

– ¿Y qué pasa con lo de ayer por la mañana? -le pregunto. Me fuerzo a mirarla de nuevo a su dura y ceñuda cara.

No está contenta. Cambia su peso de un pie al otro y masca el chicle con más fuerza y velocidad. Su mandíbula se desplaza en un frenético movimiento circular. Parece una vaca rumiando. Jodida novilla.

– ¿Qué pasa con lo de ayer por la mañana? -escupe.

– Bueno -le explico, intentando no parecer condescendiente-, si recuerdas, ayer llegué veinte minutos antes y empecé a trabajar en cuanto llegué. Si te devuelvo tus quince minutos de hoy, ¿puedo reclamar mis veinte minutos de ayer? O, sencillamente, ¿quedamos en tablas y te regalo los cinco minutos restantes?

– No seas estúpido. Sabes que las cosas no funcionan así.

– Quizá deberían.

Maldita sea, ahora está realmente enfadada. Su cara se ha puesto roja y puedo ver cómo le laten las venas del cuello. Ha sido un comentario estúpido e innecesario, pero tengo razón, ¿o no? Tina me está mirando ahora fijamente, y su silencio hace que me sienta realmente incómodo. Debería haber mantenido la boca cerrada. Dejo que gane el cara a cara y me doy la vuelta para seguir con el ordenador.

– Recupéralo durante la hora de comer o quédate al final del día -dice volviendo la cabeza mientras se va-. Me da igual lo que hagas, pero asegúrate de recuperar el tiempo que debes.

Y se ha ido. La conversación ha terminado y no tengo ni la más mínima oportunidad de contestar o de decir la última palabra. Zorra.

Tina hace que se me pongan los pelos de punta. Me doy cuenta de que la estoy mirando a ella en lugar de a la pantalla del ordenador. Ahora ya ha vuelto a su escritorio y ha aparecido de repente el gerente de la oficina, Barry Penny. Su lenguaje corporal ha cambiado totalmente ahora que está hablando con alguien que está por encima de ella en la jerarquía del ayuntamiento. Sonríe y se ríe con sus patéticos chistes, y en general intenta ver lo lejos que puede llegar aupándose sobre sus hombros.

No puedo dejar de pensar en lo que acaba de ocurrir en la calle. Jesús, desearía tener el paraguas de aquel tío. Sé exactamente dónde lo clavaría.

A veces tener un trabajo tan aburrido y monótono es una ventaja. Esta mierda está muy por debajo de mi capacidad y no tengo que pensar en lo que estoy haciendo. Puedo realizar mi trabajo con el piloto automático puesto y el tiempo pasa con rapidez. Y esta mañana ha transcurrido así. Este trabajo no me da ninguna satisfacción, pero por lo menos las horas no pasan lentamente.

Ahora hace unos ocho meses que estoy aquí (parece que hubiera pasado más tiempo) y he trabajado para el ayuntamiento durante los últimos tres años y medio. En ese período he pasado por más departamentos que muchos funcionarios municipales a lo largo de toda su carrera. Siempre me han trasladado. He pasado por los departamentos de Control de Plagas, Recogida de Basuras y Mantenimiento de la Iluminación Pública antes de acabar aquí, en la oficina de Tramitación de Multas de Aparcamiento o TMA, como le gusta llamarla al ayuntamiento. Tienen la irritante costumbre de reducir siempre que pueden los nombres de los departamentos y de los puestos de trabajo a unas iniciales. Antes de que me trasladaran, me dijeron que la TMA era un basurero para los que no daban la talla y, en cuanto llegué, me di cuenta de que era verdad. En la mayor parte de los lugares en los que he trabajado me gustaba el trabajo pero no la gente, o al revés. Aquí tengo problemas con los dos. Este lugar es un caldo de cultivo de problemas. Aquí es a donde aquellos conductores que han sido tan desafortunados (o idiotas) para que les pongan el cepo, los filmen o el vigilante de la zona azul les haya dado la notificación de multa, vienen a gritar, a chillar y a discutir. Al principio les tenía simpatía y me creía sus historias. Ocho meses aquí me han cambiado. Ahora no me creo nada de lo que me dicen.

– ¿Has visto al tío de esta mañana? -pregunta una voz desde detrás del ordenador, a mi izquierda.

Es Kieran Smyth. Me cae bien Kieran. Como la mayoría de nosotros aquí está desaprovechado. Tiene una buena cabeza y podría llegar lejos si lo intentase. Estudiaba Derecho en la universidad pero vino aquí a trabajar durante el último verano y nunca volvió a clase. Me dijo que se había acostumbrado a tener dinero y no podía pasar sin él. Se compra una cantidad increíble de cosas. Cada día parece volver de comer con bolsas de ropa, libros, películas y discos. Lo envidio porque yo tengo que esforzarme para reunir el suficiente dinero para comprar comida, sin poder pensar en nada más. Kieran se pasa la mayor parte del día hablando con su colega, Daryl Evans, que está sentado a mi derecha. Hablan a través de mí y por encima de mí, pero rara vez conmigo. Sin embargo no me importa. Sus conversaciones son mortalmente aburridas y lo único que tengo en común con ellos es que los tres trabajamos en la misma pequeña sección de la misma pequeña oficina. Lo que me molesta, si soy sincero, es que ninguno de los dos hace casi nada durante largos períodos de la jornada laboral. Quizá se deba a que se llevan bien con Tina y salen juntos a tomar copas. Joder, yo sólo tengo que toser para que ella se levante de su asiento y venga a ver qué estoy haciendo y por qué he parado de trabajar.

– ¿Qué tío? -pregunta Daryl.

– En la calle, de camino al trabajo.

– ¿Qué calle?

– Main Street, delante de Cartwrights.

– No he visto nada.

– Tienes que haberlo visto.

– No. No paso por Cartwrights. Esta mañana he venido por el otro camino.

– Pues deberías haber visto a ese tío -sigue explicando Kieran-. Se volvió completamente loco.

– ¿Qué dices?

– De verdad, colega, como una cabra. Pregunta a Bob Rawlings, de Archivos. Él lo vio. Calcula que prácticamente la ha matado.

– ¿Matado a quién?

– No lo sé, sólo era una anciana. No se dijeron ni una palabra, él simplemente se abalanzó sobre ella sin ninguna razón en concreto. ¡He oído que la apuñaló con un maldito paraguas!

– Me estás tomando el pelo…

– En serio.

– ¡No!

– Ve y pregúntale a Bob…

Normalmente no presto atención a estas conversaciones (la mayor parte del tiempo no tengo ni idea de lo que están hablando) pero hoy puedo añadir algo porque yo estaba allí. Resulta patético, lo sé, pero el hecho de que supiera más de lo que había pasado que Kieran o Daryl me hacía sentir importante y superior.

– Tiene razón -digo, levantando la mirada de la pantalla.

– Entonces, ¿lo presenciaste? -pregunta Kieran.

Me apoyo satisfecho en el respaldo de mi asiento.

– Ocurrió delante de mí. El tipo quizá habría ido a por mí si hubiera llegado unos segundos antes.

– Así pues, ¿qué ha ocurrido? -pregunta Daryl-. ¿Fue como Kieran lo cuenta?

Lanzo una rápida mirada a Tina, que tiene la cabeza enterrada en una pila de papeles. Se puede hablar con seguridad.

– Primero vi a la anciana -les explico-. Casi tropiezo con ella. Pasó volando delante de mí y fue a estrellarse contra el escaparate de Cartwrights. Pensé que se trataba de un grupo de chicos que intentaban robarle el bolso o algo por el estilo. No lo podía creer cuando vi al tipo. Parecía un hombre normal. Traje, corbata, gafas…

– Pero ¿por qué lo hizo? ¿Qué le había hecho ella?

– Ni idea. Maldita sea, no estaba de humor para preguntarle.

– ¿Y sencillamente fue a por ella? -murmura Daryl, como si no se creyera ni una palabra de lo que yo acababa de decir. Asiento y los miro a uno y a otro.

– Nunca había visto nada igual -sigo-. Él corrió hacia ella y la apuñaló con un paraguas. Un paraguas grande. Directo a la barriga. Tenía sangre por todo el impermeable y…

Tina ha levantado la mirada. Bajo la mía y empiezo a teclear, intentando recordar qué estaba haciendo.

– Y, ¿qué más? -susurra Kieran.

– El muy idiota se revolvió contra la multitud. Empezó a golpear a la gente que había a su alrededor. Entonces apareció la policía -explico, mirando a la pantalla pero sin hacer nada-. Se lo llevaron a rastras y lo metieron en un furgón.

La conversación cesa de nuevo. Murray está en movimiento. Durante un momento el único sonido que puedo oír es el de nuestros tres teclados mientras hacemos como que estamos trabajando. Después de recorrer con la mirada toda la sala y mirarme a mí en particular, abandona la oficina. Kieran y Daryl paran inmediatamente de teclear.

– Entonces, ¿no estaba bien? -pregunta Daryl tontamente.

– Por supuesto que no estaba bien -contesto-. Joder, a veces pareces idiota. ¿Crees que apuñalaría a una anciana con un paraguas si no estuviera mal?

– Pero ¿no dijo nada? ¿Gritaba, chillaba o…?

Me pregunto si vale la pena responder a esa pregunta formulada a medias.

– Ambas cosas -gruño.

– ¿Estaba bebido, drogado o…?

– No lo sé -contesto y me empiezo a enfadar. Me paro y reflexiono durante un segundo antes de hablar. En mi cabeza aún veo la cara del hombre-. Parecía totalmente aterrorizado -les explico-. Parecía que fuera él el atacado.


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