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Me he lavado y cambiado, y ahora ya estoy listo para irme pero no consigo hacerlo. La verdad de lo que ha ocurrido finalmente me ha golpeado. La adrenalina y los nervios provocados por el miedo han desaparecido y ahora me siento vacío, confundido y aterrorizado.

Me he dado cuenta de que lo he perdido todo. Estoy en el dormitorio de Edward y Josh, simplemente mirando. Esto es demasiado doloroso… No puedo poner en palabras cómo me siento. Sé que mis chicos están al alcance de la mano, pero también sé que se han ido y que nunca más volveré a estar con ellos. Recojo un juguete -una pieza de nada, sólo un barato muñequito de plástico que regalan en un hamburguesería- y me asalta el dolor. Se lo dieron a Josh hace unas tres semanas. Harry nos dio un poco de dinero. Estuvimos fuera hasta tarde y atiborramos a los niños de comida rápida. Era la primera vez que Josh tenía un menú para él solo. Estaba tan orgulloso. Se pasó más tiempo jugando con este maldito juguete que comiéndose la hamburguesa.

Tengo que apartarlos de mi pensamiento. Entro en el dormitorio que compartimos Lizzie y yo y recojo de encima de la cama la bolsa que he preparado. La puerta del armario está abierta. Contemplo las ropas de Lizzie y cada uno de los vestidos me despierta tantos recuerdos… Me llenan de una tristeza que me revuelve las tripas. Todos los recuerdos que tengo -todos los segundos de la vida que he llevado desde que la conocí- de repente no significan nada.

Sería más fácil si hubieran muerto. Sé lo que soy ahora, y sé que Lizzie, Edward y Josh son diferentes. No comprendo la diferencia entre nosotros, pero sé, más allá de cualquier duda, que es insuperable. Sé que nunca volveré a estar con mi compañera y con mis hijos. En cuanto a Ellis… ella es como yo y lucharé hasta el último aliento para recuperarla.


Estoy intentando levantar el cuerpo de la cocina. A pesar del odio que vi en los ojos de Harry no quiero dejarlo así: medio vestido y contorsionado, tirado en un rincón de la cocina. Tiro de sus pies pero sus extremidades están rígidas y no responden. Cojo una sábana del dormitorio y la coloco sobre el cadáver.

Mientras estoy intentando mover el cuerpo oigo un ruido. Me levanto y corro hacia la sala de estar para mirar por la ventana rota. Dos camiones del ejército avanzan por la calle y sé que tengo que salir de aquí con rapidez. No sé con seguridad si esos soldados me van a ayudar o si se van a volver contra mí pero no puedo correr el riesgo. ¿Qué pasa con la mujer que he visto cómo tiroteaban en la calle esta mañana temprano? ¿Era como yo o como los otros? ¿Era también una Hostil?

Muévete. Ponte en movimiento ahora y no te pares. Pero ¿adónde ir? Los camiones se acercan. Me cuelgo la bolsa del hombro y salgo corriendo del piso hacia el vestíbulo principal. ¿Ahora hacia dónde? ¿Comprobarán los pisos superiores? ¿Me puedo arriesgar a esconderme allí? Sé que tengo que irme de aquí y corro hacia la salida trasera. Intento abrir la salida de emergencia pero está cerrada con un candado. Dios santo, ¿cuánto tiempo hace que está así? ¿Qué le habría pasado a Lizzie y a los niños si se hubiera declarado un incendio? Ahora no importa. Miro hacia atrás y puedo ver movimiento en el exterior del bloque de pisos. Ya vienen. «Sigue moviéndote. Sólo sigue moviéndote».

La puerta del otro piso de la planta baja está abierta. Ahora estoy dentro y apesta. Nadie ha vivido aquí oficialmente durante los últimos seis meses pero lo han utilizado regularmente vagabundos, yonquis, okupas y Dios sabe quién más. Su distribución es una imagen especular de mi piso. Atravieso corriendo la cocina y fuerzo la ventana que está encima del fregadero. Ahora puedo oír a los soldados dentro del edificio. Los pasos de sus pesadas botas en el vestíbulo de entrada. Me escabullo por la ventana y salto al descuidado jardín trasero. Estoy fuera. Sin pensar, corro por la alta hierba hasta el final del jardín y escalo con rapidez la rampa embarrada que separa nuestro bloque de los jardines de las casas, cuyos patios traseros dan hacia nosotros. Corro hasta llegar a una alta valla de madera. Tengo que pasar por encima de ella. Me aúpo, con los músculos de mis brazos ardiendo por el esfuerzo, y consigo pasar una pierna por encima de la valla. Me inclino hacia el otro lado y caigo sobre el pavimento, aterrizando dolorosamente sobre cagadas de perro, basura y matojos. Me levanto, me sacudo la ropa y sigo corriendo.


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