24

– Papá -dice Ed.

– ¿Qué? -gruño, molesto por la interrupción. He estado leyendo una pila de revistas de música que he encontrado bajo la cama. Creía que las había tirado. Me han ayudado a soportar el intranquilo aburrimiento de esta tarde sin fin.

– ¿Qué está haciendo?

– ¿Qué está haciendo quién? -pregunto sin levantar la cabeza.

– El hombre de la casa al otro lado de la calle. ¿Qué está haciendo?

– ¿Qué hombre?

– Virgen santa -chilla Lizzie al entrar en la habitación. El pánico en su voz hace que deje caer la revista y levante la vista. Por todos los demonios, el hombre que vive en una de las casas cercanas a nuestro bloque de pisos está arrastrando a su mujer fuera de la casa, hacia el centro de la calle. Es una mujer grande, con unas amplias espaldas y brazos fofos que agita frenéticamente. El hombre -creo que su nombre es Woods- la está arrastrando de los pies y desde aquí se oyen los gritos de ella. La arrastra por encima del bordillo y su cabeza golpea el asfalto. Él lleva algo más en las manos. No puedo ver qué es…

– ¿Qué está haciendo? -vuelve a preguntar Ed.

– No mires -le grita Liz. Atraviesa la habitación corriendo e intenta que Ed se dé la vuelta y lo empuja hacia la puerta. Josh está en medio. Está de pie, en el quicio, comiendo una galleta, y Lizzie no puede pasar a su lado.

– ¿Que no mire qué? -pregunta Ellis. No la he visto entrar. Está detrás de mí, de puntillas, mirando por la ventana.

– Haz lo que dice mamá -le digo mientras intento apartarla. Se agarra al alféizar y no hay forma de soltarla. Los niños se están volviendo locos atrapados dentro de casa. Están desesperados por cualquier distracción.

Fuera, Woods se ha dejado de mover. Su mujer sigue tendida en el suelo y él está encima de su cuello. Maldita sea, ha puesto la bota y todo su peso sobre su cuello. La cara de ella está roja de sangre y manotea ahora más que nunca, pero él está siendo capaz de mantenerla en el suelo, aunque tiene la mitad de su envergadura.

– Ellis, apártate de ahí -le grito, y finalmente consigo alejarla de la ventana. Ed sigue mirando y yo tampoco puedo evitar hacerlo. No puedo apartar la mirada. Era una botella lo que llevaba Woods. Ha quitado el tapón y ahora está vaciando el contenido sobre su mujer. ¿Qué demonios está haciendo?

– ¿Qué ocurre? -pregunta Harry. Ahora estamos todos en la sala de estar. Él se encuentra de camino a la puerta y tengo que rodearlo para sacar a Ellis de allí. Intento cerrar las cortinas pero desde aquí no llego. Harry está en medio.

– Saca a los niños de aquí -grita Lizzie.

– ¿Quieres apartarte, Harry? -le digo con tono seco-. No puedo pasar…

Vuelvo a mirar por la ventana cuando Woods prende fuego a su mujer. Dios sabe lo que le ha tirado encima, pero ella se ha encendido en una gran bola de llamas y el fuego también ha prendido en él. Ella se sigue moviendo. Maldita sea. Coloco mis manos sobre los ojos de Ellis pero reacciono con lentitud y ella ya ha visto demasiado. Woods se aleja del cuerpo en llamas con las perneras de los pantalones ardiendo. Se aleja a trompicones por Calder Grove, pero sólo llega hasta la mitad de la calle antes de que lo consuman las llamas.

Entre los dos sacamos a los niños al recibidor. Yo vuelvo a la sala de estar.

En el exterior nadie hace nada. Nadie se mueve. No hay ninguna actividad en la calle, ni siquiera cuando el fuego del cuerpo de la mujer de Woods se extiende hacia una pila de bolsas de plástico llenas de basura que han estado al borde de la acera durante más de una semana. De las bolsas y de los cadáveres en la calle se eleva un humo negro que llena el aire de suciedad.

Sollozando, Lizzie cierra las cortinas.


El hombre en el descansillo de la escalera está muerto. Hace unos minutos salí del piso y subí a ver. Qué forma más horrible de morir: terminar tus días solo, desangrándote lentamente hasta la muerte, en una escalera de cemento a oscuras. ¿Podría haber hecho algo por él? Posiblemente. ¿Debería haber hecho algo por él? Definitivamente no. Era un Hostil y es escoria como él la que ha provocado todo esto. Ellos son la razón de que todo se esté desmoronando. Ellos son la razón de que tenga que encerrarme con mi familia en mi piso. Ellos son la razón de que todos estemos jodidamente aterrorizados.

Lo que me da más miedo del cadáver en la escalera y de lo que hemos visto en la calle es la proximidad de todo eso. Podía asumir esta crisis cuando era algo que veía en las noticias. Incluso podía sobrellevar lo del concierto y cuando vimos la pelea en el pub, y el chico bajo el coche. Lo que ha cambiado hoy es la proximidad del problema a mis hijos y a mi casa. Este piso era seguro hasta hoy.


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