25

Los niños se han dado cuenta del cambio. Quizá sea porque han estado atrapados en el piso sin contacto con nadie durante días. Obviamente lo que han visto hoy ha empeorado las cosas. Siguen haciendo preguntas y no sé cómo contestarlas. Ya no sé qué decirles. He retirado el pestillo que coloqué el domingo por la mañana en la puerta del cuarto de baño y lo he colocado en la parte interior de la sala de estar (o «habitación segura», que es como se supone que debemos llamarla ahora) para intentar que todo el mundo se sienta un poco más tranquilo. No sé si ha hecho algún bien.

Hemos estado sentados en la habitación segura durante horas y ya no lo aguanto más. Me levanto y me paseo por el piso sin rumbo fijo. No me puedo quedar sentado sin hacer nada, pero tampoco hay nada que hacer. No quiero hablar con nadie. Tengo frío y estoy cansado y aterrorizado. Entro en la pequeña habitación de Josh y Ed, y subo a la cama de Ed, que es la litera superior. Su pequeña pantalla de televisión está al final de la cama. La enciendo y voy cambiando de canal. Nada que valga la pena ver. Hay un par de canales que repiten viejos programas de televisión, el resto sólo emiten la película de información pública que vimos antes. Se emite exactamente al mismo tiempo en todos los grandes canales nacionales. Debe estar producida y emitida por el gobierno. Por lo menos supongo que es el gobierno. ¿Quién más podría ser?

Con nada en la tele y sin ninguna otra distracción, miro por la ventana que está justo al lado de la cama. Estoy tendido sobre el pecho en la estrecha litera y contemplo la calle a través de la cortinilla. Desde aquí puedo ver toda la extensión de Calder Grove: desde los cuerpos aún humeantes de Woods y su mujer hasta el cruce con Gregory Street. Excepto por el humo que se eleva en el cielo, todo lo demás está tranquilo. El mundo parece silencioso y desierto, como si todos nosotros estuviéramos en cuarentena. De vez en cuando vislumbro alguna figura solitaria en la distancia. La gente se oculta en las sombras y desaparece tan rápidamente como aparece. Prácticamente no hay ningún movimiento más. De tarde en tarde pasa un coche, pero da la impresión de que nada se mueve. Es como contemplar una foto fija del mundo.

¿Por qué nadie ha hecho nada con los cadáveres? Hemos mantenido cerradas las cortinas en la sala de estar para que los niños no los vean. Si el cuerpo de la mujer de Woods sigue ahí por la mañana saldré a echarle una sábana por encima para que no esté a la vista. Puedo ver los restos ennegrecidos de los brazos de la mujer. Sus huesudas manos y dedos están levantados y unidos como si estuviera rezando o suplicando ayuda.

No sé lo que vamos a hacer. Estoy intentando no dejarme llevar por el pánico. No creo que tengamos más alternativa que encerrarnos y sentarnos a esperar a que pase, por mucho que tarde. No quiero que…

– ¿Qué estás mirando? -pregunta de repente una voz a mi lado, haciendo que dé un salto. Miro a mi alrededor y veo que es Ellis. Se ha deslizado en la habitación y ha conseguido subir la escalerilla hasta la cama de Ed. Me está mirando por encima de la barandilla, con ojos grandes como platos.

– Nada -digo, apartándome a un lado y dejándole espacio para que pueda subir a mi lado. Con esfuerzo se sube a la cama.

– ¿Qué estás haciendo aquí?

Eso es difícil de responder. Ni siquiera yo estoy muy seguro.

– Nada -repito.

– ¿Estás mirando a la señora muerta? -pregunta con inocencia y sin darle importancia.

– No, sólo me he echado un rato. Estoy cansado.

– ¿Por qué estás en la cama de Ed? ¿Por qué no te has echado en la cama tuya y de mami?

Sus preguntas parecen no acabar nunca. Me gustaría que lo hicieran. No estoy con ánimos para contestarlas.

– Quería ver la tele -le explico, sin ser totalmente honesto-. No tengo ninguna en mi dormitorio.

– ¿Por qué no miras la tele con todos nosotros?

– Ellis -digo, reprimiendo un bostezo y acercándola más-, cállate, ¿quieres?

– Cállate tú -murmura entre dientes. También bosteza y se arrima más.

Por un ratito la habitación vuelve a estar en silencio y empiezo a preguntarme si Ellis se ha dormido. Pero no es sólo esta habitación la que está en silencio: en todo el piso hay un silencio ominoso. Incluso puedo oír los sonidos apagados de la tele en la sala de estar. ¿Están callados o les está pasando algo? ¿Es consecuencia de lo que ha pasado en el exterior, o es que el aislamiento y la incertidumbre empiezan a producir un efecto en el resto de la familia? ¿Uno de ellos está a punto de empezar a cambiar, o ya han cambiado…? Una vez más estoy pensando sobre lo que ocurre fuera. Todos estos pensamientos oscuros e inquietantes me están deprimiendo. Seguramente las cosas no pueden seguir así indefinidamente. Deben llegar a un punto en el que ocurra algo o la situación se resuelva por sí misma, ¿o no? No tengo respuesta y siento un gran alivio cuando Ellis decide atacarme con otra batería de preguntas mucho más sencillas.

– ¿Volveremos mañana a la escuela? -pregunta con inocencia.

– No lo creo -contesto.

– ¿Al día siguiente?

– No lo sé.

– ¿Al otro?

– No lo sé. Mira, Ellis, no sabemos cuándo volverá a abrir la escuela. Esperemos que no tarde mucho.

– La semana que viene voy de excursión.

– Lo sé.

– Mi clase va a ir a una granja.

– Lo sé.

– Iremos en autobús.

– Lo sé.

– ¿Podremos ir?

– Eso espero.

– ¿Me llevarás si la escuela sigue cerrada?

– Te llevaré.

Con eso parece feliz y se calla de nuevo. Me recuesto y cierro los ojos. Hasta ahora el día ha sido largo y emocionalmente agotador, de manera que se ha cobrado su peaje. Siento los párpados pesados. Al poco, siento que el cuerpo de Ellis se relaja en mis brazos. Su respiración cambia, volviéndose más superficial y regular, y la miro. Está dando cabezadas, completamente relajada y casi dormida. En un mundo que de repente se ha vuelto totalmente irracional, impredecible y caótico ella permanece perfecta e inalterada. Esta niña pequeña lo es todo para mí.

Estoy cansado. Cierro los ojos.

Estaba casi dormido, hasta que volvió la imagen de la niña en el supermercado de esta mañana. Durante un terrorífico momento he imaginado que era Ellis y que estaba atacando a Lizzie tirada en el suelo. Estoy aterrorizado. Estoy petrificado ante la perspectiva de que, sea lo que sea que está ocurriendo fuera, pueda encontrar el camino de entrada a mi hogar y hacer daño a mi familia.

Intento imaginarme a esta bonita niña atacándome. Intento imaginarme a mí atacándola a ella.


Загрузка...