8

Otro maldito día perdido. El día ha empezado despacio. Me levanté tarde (lo que realmente ha enfadado a Lizzie porque por una vez se ha tenido que levantar y cuidar de los niños) y he hecho un esfuerzo consciente por hacer lo mínimo posible. Mañana vuelvo al trabajo y necesito relajarme. Siempre hay algo que hacer o hay alguien que te necesita. Liz me ha estado persiguiendo durante semanas para que arregle el pestillo de la puerta del baño y hoy, finalmente, lo he hecho. Era lo último que quería hacer, pero ya no soportaba más sus quejas constantes cada vez que utilizaba el maldito baño. Joder, todos los demás nos las arreglábamos sin ningún problema. ¿Por qué era tan importante para ella?

He trabajado en la puerta mientras Lizzie hacía la comida. Lo que debía ser una tarea de diez minutos se ha acabado convirtiendo en una hora y media. He tenido a los niños corriendo alrededor de mí durante todo el rato, haciendo preguntas y poniéndose en medio; después el pestillo no era del tamaño adecuado, después compré uno demasiado grande… Perdí la paciencia y casi le di una patada a la puerta, pero finalmente conseguí colocarlo. Espero que Lizzie esté satisfecha. Ahora tendrá que buscar otra razón para quejarse.

Y ahora nos estamos aproximando a la casa de Harry y el fin de semana casi ha terminado. Harry no me importa, pero parece que él tiene un gran problema conmigo. Él piensa que no soy lo suficientemente bueno para su hijita y eso, aunque nunca lo expresa con tanta claridad, está implícito en casi todo lo que me dice. Habitualmente consigo que todo eso me resbale, pero cuando el día ha sido tan frustrante como hoy y el lunes por la mañana ya se vislumbra en el horizonte, podría pasar sin ello.

Paramos junto a la casa de estrecho jardín y los niños empiezan a animarse y a excitarse. Les gusta mucho estar con el abuelo. La verdad es que toleran el tiempo que pasan con Harry, pero están muy animados porque saben que les dará caramelos o le sacarán cualquier otra cosa antes de que volvamos a casa.

– Hoy no quiero ninguna discusión -dice Liz mientras esperamos a que abra la puerta. Creía que estaba hablando con los niños pero me doy cuenta de que me está mirando.

– Yo nunca discuto con tu padre -le explico-. Él discute conmigo. Hay una diferencia, ¿sabes?

– No me interesa -contesta cuando suena el clic del pestillo-. Sólo sé simpático.

La puerta se abre hacia adentro. Harry abre los brazos y los niños corren hacia él, dándole un abrazo de compromiso antes de desaparecer en el interior para revolver la casa.

– Hola, amor -le dice a Lizzie cuando ella le da un abrazo.

– ¿Estás bien, papá?

– Bien -sonríe-. Ahora mejor. He estado esperando todo el día para veros a todos.

Lizzie sigue a las niños al interior de la casa. Yo entro, me limpio los zapatos y cierro la puerta.

– Harry -digo como saludo. No tenía intención de que sonara abrupto pero lo ha sido.

– Daniel -contesta igualmente abrupto. Se da la vuelta y camina hacia la cocina-. Voy a poner la tetera.

Paso por encima de los niños (que ya están tirados en el suelo de la sala de estar) y me dirijo hacia mi refugio habitual: el sillón que hay en el rincón, junto a la ventana trasera. De paso cojo el periódico del domingo de la mesita de café. Hundir la cabeza en el diario de Harry siempre me ayuda a superar estas largas y monótonas visitas.

Pasan un par de minutos antes de que reaparezca Harry con una bandeja de bebidas. Un infame té con leche para Liz y para mí, y un zumo de frutas, igualmente flojo y diluido, para los niños. Cojo mi taza de té.

– Gracias -digo en voz baja. No me responde. Casi ni me mira.

Me siento en la esquina del salón y empiezo a leer. No estoy interesado ni en política ni en finanzas, ni en viajes ni en las secciones de moda y estilo. Me voy directamente a las tiras cómicas. Éste es el nivel al que puedo llegar hoy.


Llevamos aquí casi una hora y apenas he dicho una palabra. Lizzie ha estado cabeceando en el sofá, al otro lado de la sala, y Harry ha estado sentado en el suelo con los chicos. No hay duda de que se lo pasan bien juntos. Se está riendo y bromeando con ellos, y a ellos les gusta. Sinceramente, me hace sentir como un mal padre. No me gusta estar con los niños como a él. Quizá sea porque él se puede alejar de ellos cuando quiere y nosotros no. Me agotan y sé que a Lizzie le pasa lo mismo. Todo resulta un esfuerzo cuando tienes hijos.

– ¡El abuelo acaba de hacer desaparecer una moneda! -chilla Ellis, tirando de la pernera de mi pantalón. Harry se considera una especie de mago aficionado. Siempre está haciendo desparecer y reaparecer cosas. La niña chilla de nuevo cuando «mágicamente» el abuelo encuentra la moneda detrás de su oreja. No se necesita demasiado para impresionar a una niña de cuatro años…

– Tu tío Keith vuelve a estar en el hospital -dice Harry, dándose la vuelta para hablar con Lizzie, que se estira y se sienta bien.

– ¿Cómo lo lleva Annie? -pregunta, mientras se cubre la boca con la mano al bostezar.

Ni siquiera oigo la respuesta de Harry. No conozco a tío Keith ni a tía Annie y supongo que nunca lo haré. Sin embargo, me siento como si los conociera por las innumerables veces que he estado sentado aquí, escuchando las historias triviales e interminables sobre sus vacías vidas al otro lado del país. Esto pasa la mayor parte de los domingos por la tarde. Liz y Harry empiezan a hablar sobre familiares y conocidos, y yo simplemente desconecto. Ahora, hasta que volvamos a casa, no dejarán de hablar sobre gente que no conozco y lugares en los que nunca he estado.

– ¿Os importa si pongo el fútbol? -pregunto al darme cuenta de la hora e intentando encontrar un medio para mantenerme despierto. Harry y Lizzie me miran, sorprendidos de que haya hablado.

– Tú verás -gruñe Harry, como si mirar el partido le fuera a impedir hablar o hacer algo más importante. La verdad es que le gusta el fútbol tanto como a mí. Enciendo la tele y la habitación se llena repentinamente de ruido. Juro que se está quedando sordo. El volumen está casi al máximo. Lo bajo y estoy a punto de cambiar de canal cuando me quedo paralizado.

– Dios santo -digo en voz baja.

– ¿Qué ocurre? -pregunta Liz.

– ¿Has visto eso?

Señalo la pantalla. Es el mismo canal de noticias que estuve viendo anoche. También se trata de la misma historia. La violencia que había visto emitir casi en directo parece que se ha seguido extendiendo. Parece como si una oleada de incidentes hubiera atravesado nuestra ciudad. Aunque ahora parece más tranquilo, la pantalla muestra imágenes de edificios dañados y calles llenas de restos destrozados.

– Lo he visto antes -dice Harry-. Es una maldita desgracia, si quieres saber mi opinión.

– ¿Qué ha ocurrido? -pregunta Liz.

– ¿No has visto hoy las noticias?

– Ya sabes lo que ocurre en nuestra casa, papá -contesta mientras se gira para tener una mejor visión de la pantalla-. Somos los últimos de la fila cuando se trata de escoger lo que se ve en la tele.

– Tienes que empezar a imponerte -se queja, mirando directamente hacia mí, intentando que muerda el anzuelo-. Demuéstrales quién está al mando. Nunca debes dejar que los niños lleven la batuta.

Lo ignoro y le contesto a Liz.

– Anoche hubo algunos problemas -le explico-. Lo vi antes de irme a la cama. Hubo algunos incidentes por toda la ciudad que se descontrolaron.

– ¿Qué quieres decir con que se descontrolaron?

– Ya sabes lo que pasa los sábados en la ciudad. Si hay una noche en que las cosas se pueden salir de madre siempre es el sábado. Las calles están llenas de idiotas borrachos y drogados hasta las cejas. La policía no puede controlarlos. Aparentemente todo empezó con una pelea en un bar que se les fue de las manos. Más y más gente se implicó y acabó en un disturbio.

– Abuelo, ayer vimos una pelea -dice Ellis inocentemente, levantando la vista de su libro para colorear. Harry mira a Liz, que asiente con la cabeza.

– Fue terrible, papá -le explica-. Llevamos a Ed a una fiesta en Kings Head. Estaba lleno de aficionados al fútbol. Estábamos comiendo y dos de ellos empezaron a pelear. -Para y comprueba que los niños no están escuchando-. Uno de ellos tenía un cuchillo -dice en un tono de voz un poco más bajo.

Harry mueve la cabeza.

– La situación es realmente triste -suspira-. Casi parece que ahora la gente sale solo para liarla.

El silencio se instala momentáneamente en la habitación.

– Espera un momento -dice Lizzie de repente-, ¿no has dicho que todo ese jaleo ha pasado aquí?

– Sí -contesto, asintiendo con la cabeza-, ¿por qué?

– Porque están hablando de otro sitio -contesta, señalando hacia la tele. Tiene razón. Esta noticia es de otro lugar más al norte, y ahora dan paso a un tercer reportero en la Costa Este.

– Es violencia de pandillas -pontifica Harry-. Se está extendiendo. La gente ve algo en la tele y eso hace que quieran hacer lo mismo.

Puede que tenga razón pero lo dudo mucho. No tiene sentido. No me puedo imaginar que toda esa gente se esté peleando por el simple placer de hacerlo. Tiene que haber una razón.

– Tiene que haber algo más que eso -digo-. Por el amor de Dios, Harry, ¿realmente crees que toda esa gente estaba simplemente viendo todos esos disturbios por la tele y al minuto siguiente estaban en las calles peleándose? Esos disturbios están separados por cientos de kilómetros. Tiene que haber algo más.

Por una vez, no responde.


Otros veinte minutos y los niños han superado su umbral de aburrimiento. Han empezado a jugar con mayor vigor y es hora de irse. Intento ocultar mi alivio cuando los coloco en el asiento trasero del coche. Discuten y pelean constantemente, y me pregunto si les gusta tan poco la perspectiva del lunes por la mañana como a mí. Odio los domingos por la tarde. Ahora todo lo que nos queda es el último empujón para tenerlo todo preparado para ir mañana a la escuela y al trabajo.

Ésta es la peor parte del fin de semana. No hay nada en perspectiva, excepto el lunes.


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