PAUSA PARA FUMAR

Por entonces, no me tomé en serio nada de lo que se dijo en aquella conversación. Tom estaba alicaído -eso era todo- y Harry trataba simplemente de animarlo un poco, de insuflarle algo de viento en las velas y sacado de la ponzoñosa calma chicha. Debo decir que me gustó que Harry le siguiera la corriente a Tom con aquella fantasía suya tan impracticable, pero la idea de que se marchara de Brooklyn para irse a un poblado remoto en pleno campo me pareció una absoluta estupidez. Aquel individuo estaba hecho para la ciudad. Era una criatura de multitudes y contactos, de restaurantes buenos y ropa cara, y aunque sólo fuera medio marica, resultaba que su amigo íntimo era un negro travestido que iba a trabajar con unos pendientes de clip y un boa de color rosa. Si los paisanos de un lugar perdido en medio del campo vieran aparecer en su pueblo a un tipo como Harry Brightman, echarían mano de horcas y navajas e inmediatamente le harían poner pies en polvorosa

Por otro lado, yo estaba casi seguro de que el negocio de Harry era legal. El viejo réprobo se traía algo entre manos, y a mí me picaba la curiosidad por saber de qué se trataba. Si no quería dar explicaciones delante de Tom, era posible que conmigo hiciera una excepción. La ocasión se presentó justo después de pedir el postre, cuando Tom se disculpó y se dirigió al bar a fumar un cigarrillo (la nueva táctica en su campaña permanente para quitarse unos kilos).

– Gran cantidad de dinero -dije a Harry-. Parece interesante.

– La oportunidad de mi vida.

– ¿Hay alguna razón especial por la que no quieras hablar de ello?

– Temo decepcionar a Tom, eso es todo. Aún tengo que solucionar algunos pequeños detalles, y hasta que el asunto esté resuelto no tiene sentido entusiasmarse demasiado.

– Tengo un poco de dinero de sobra por ahí rodando, ya sabes. Un buen fajo, en realidad. Si necesitas otro socio que invierta en el negocio, quizá podría echarte una mano.

– Un ofrecimiento muy generoso de tu parte, Nathan. Afortunadamente, no ando en busca de un socio. Pero eso no significa que tu consejo no sea bien recibido. Estoy bastante seguro de que mis socios son legales; pero no me fío del todo. Y la duda es una carga difícil de sobrellevar, sobre todo cuando hay tanto en juego.

– ¿Qué me dices de otra cena, entonces? Tú y yo solos. Me explicas todo el asunto, y yo te doy mi opinión.

– ¿Te viene bien la semana que viene?

– Cuando quieras, no tienes más que decírmelo.

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