Asil podaba rosas muertas en su invernadero. Pese a no ser ni la mitad de hermosas que las de España, resultaban una mejora considerable respecto a las flores que había adquirido en un principio. Sus rosas españolas habían sido el resultado de siglos de cuidadoso cultivo. Cuando tuvo que abandonarlas, no pensó mucho en ello, pero ahora lamentaba su pérdida.
Aunque no tanto como perder a Sarai.
Confiaba en que alguien se hubiera encargado de ellas, pero el estado en que había dejado su propiedad habría significado casi con toda seguridad la muerte de las flores antes de que alguien decidiera qué hacer con la finca. Aun así, había estado intercambiando tallos y cepas con otros aficionados de las rosas durante décadas antes de verse obligado a huir, de modo que su trabajo no había sido completamente en vano. En algún lugar del planeta probablemente florecerían los descendientes de sus rosas. Tal vez si Bran le permitiera vivir unos cuantos años más, podría viajar para encontrarlas.
Alguien golpeó con los nudillos suavemente en la puerta interior y a continuación la abrió sin esperar respuesta. Ni siquiera se molestó en levantar la vista. Sage había estado invadiendo su invernadero prácticamente desde que lo construyó, tiempo atrás habría hecho pedazos a cualquiera que osara interrumpir su soledad. No obstante, pegar a Sage sería tan gratificante como pegar a un cachorro: lo único que conseguiría seria sentirse como un maltratador.
– ¿Hola? ¿Hola? -llamó Sage, aunque su olfato le decía exactamente donde se encontraba.
Era su forma habitual de aparecer. Asil creía que lo hacía para asegurarse de que aquel día no se sentía especialmente dado a la reclusión. Había tenido un par de días como aquellos tras instalarse en Aspen Creek. Cuando Sage empezó a visitarle, se había preguntado si en realidad el Marrok la enviaba para comprobar si seguía lo suficientemente sano como para dejar que continuara viviendo. De ser así, solo lo hacía por prudencia, y a Asil hacía tiempo que había dejado de importarle.
– Estoy aquí -dijo él sin molestarse en subir la voz.
Le habría oído aunque lo hubiera dicho en un susurro, y ya no le apetecía aparentar que era humano.
No levantó los ojos de su trabajo cuando ella se acercó y se colocó a su espalda. Sus estándares de belleza habían evolucionado a lo largo de los años, pero aunque no lo hubiesen hecho, Sage habría despertado el deseo en él.
Sarai a menudo le había golpeado sonoramente en la cabeza por mirar a otras mujeres, aunque sabía que no era capaz de descarriarse. Ahora que ya no estaba, apenas miraba a ninguna. El hecho de flirtear no le parecía una deslealtad a su pareja fallecida, pero había descubierto que echaba demasiado en falta sus recriminaciones. Aunque, por supuesto, ante la posibilidad de irritar al sosegado Charles, había dejado de lado con satisfacción todos aquellos recuerdos.
– Hola, Asil. Te estás riendo, ¿se ha muerto alguien? -Evidentemente no esperaba que contestara a aquello, de modo que continuó-: ¿Quieres que te ayude en algo?
– Estoy podando las flores marchitas -le dijo pese a que podía verlo por sí misma.
A veces se mostraba muy impaciente con todo aquello: conversaciones sin sentido que reproducían otras que había tenido cientos, miles de veces. También le cansaba la gente con la que debía tratar los mismos temas una y otra vez.
Se preguntó cómo conseguía Bran mantener aquel aspecto de sincero interés ante los insignificantes problemas de su gente. Aun así, pensó Asil con cierta perplejidad amarga y autoimpuesta, no debo de estar tan cansado de la vida cuando me agarré con todas mis fuerzas a la oportunidad que me ofreció Bran.
Sage respondió a su silencio con una alegría implacable. Era una de las cosas que más le gustaban de ella, el hecho de que jamás tuviera que disculparse por sus volátiles estados de ánimo.
Cuando Sage se quitó la chaqueta y se colocó justo a su derecha para empezar con la siguiente fila de arbustos, supo que estaba dispuesta a escucharle. Si no hubiera sido así, habría empezado por el otro extremo del invernadero, donde no interrumpiría su trabajo.
– ¿Qué opinas de la pareja de Charlie? -preguntó ella.
Asil emitió un gruñido. Había sido una estupidez provocar al chico de Bran, pero no había podido evitarlo: no era habitual pillarlo con la guardia baja. Y Anna le recordaba mucho a Sarai; no en el aspecto físico -Sarai era tan morena como él- pero ambas trasmitían la misma serenidad interior.
– Bueno, a mí me cae bien -dijo Sage-. Teniendo en cuenta el modo en que abusó de ella su antiguo Alfa, tiene más entereza de la que podría esperarse.
Asil mostró cierta conmoción.
– ¿Abusó de una Omega?
Sage asintió.
– Durante años. Supongo que Leo era todo un personaje. Mató a la mitad de su manada o dejó que su pareja desequilibrada lo hiciera por él. Incluso ordenó a uno de sus lobos que forzara la Transformación de Anna. Lo que no entiendo es por qué Charles no masacró a toda la manada: ninguno de ellos hizo nada por protegerla. ¿Costaba tanto coger el teléfono y llamar a Bran?
– Si Leo se lo prohibió, no podían hacerlo -dijo Asil distraído. Él había conocido a Leo, el Alfa de la manada de Chicago, y le había caído bien-. A menos que fueran tan dominantes como Leo, lo que es bastante improbable.
Leo había sido un Alfa poderoso, y, habría puesto la mano en el fuego, un hombre honorable. Tal vez Sage estuviera equivocada. Asil cortó unas cuantas rosas con las puntas marchitas y le preguntó:
– ¿Sabes por qué hizo Leo todas esas cosas?
Sage levantó la vista de su tarea.
– Supongo que la edad había desquiciado a su pareja. Mató a todas las hembras de la manada por celos, y después convirtió a unos cuantos hombres atractivos, solo por diversión. Parece ser que Leo confiaba en que una Omega en la manada tranquilizara a su inestable pareja. Y funcionó, más o menos. Para mantener a Anna controlada hizo que la maltrataran.
Asil se detuvo mientras un escalofrío le recorría la espalda. Cuando se hablaba de una hembra sin pareja en el seno de una manada, el término «maltrato» era algo extremadamente perturbador, mucho peor que «abuso». La definición de «abuso» en aquella época difería considerablemente del predominante durante la primera parte de su vida. El término «maltrato» no había cambiado tanto.
– ¿Cómo la maltrataron? -preguntó con voz ronca al recordar súbitamente la extraña ira que había reconocido en Charles.
Una imagen fugaz acudió a su mente: el semblante de Anna por encima del hombro de Charles. ¿Estaba asustada?
Se arrepintió por su afición a crear problemas. ¿Qué había hecho?
Sage introdujo los dedos en la tierra. Era evidente que estaba recordando el brutal ataque del que ella había sido víctima y que había propiciado que buscara refugio en Aspen Creek unos años antes de su llegada. También debería disculparse por eso. Torpe, torpe, Asil.
– ¿Qué crees tú que le hicieron? -dijo ella finalmente con la voz teñida por el dolor.
– Por Alá -dijo Asil suavemente.
Jamás había conseguido desquiciar a Charles de aquel modo. Y había dejado que aquella pobre criatura se enfrentara a las consecuencias tras creer que todos los Omega eran capaces de tranquilizar a su pareja. No se había dado cuenta de que Anna había pasado por una situación muy traumática. Estaba claro que Bran debería haberle matado hace mucho tiempo.
– ¿Qué ocurre?
– Tengo que hablar con Charles -dijo Asil soltando el cuchillo y poniéndose en pie.
Se estaba haciendo demasiado viejo y complaciente, y aquello le hacía creer a menudo que lo sabía todo. Había pensado que el chico estaba esperando a que se curaran sus heridas para consumar el vínculo, cuando, en realidad, lo que estaba haciendo era intentar darle a la chica un poco más de tiempo.
El hecho de que Charles hubiera venido aquella mañana para preguntarle sobre los Omegas podía significar que algo iba mal… y, tras comprender aquello, se dio cuenta de que Charles no se había referido a Sarai cuando se interesó por las consecuencias de la tortura en una Omega. Se refería a Anna.
– Ahora mismo es un poco complicado hablar con Charles -dijo Sage fríamente-. Se ha ido con Anna a perseguir a un lobo solitario en las Cabinets. Allí no tienen cobertura.
– ¿Las Cabinets? -Frunció el ceño al recordar la cojera que Charles había intentado disimular durante el funeral del día anterior. Aunque aquella mañana parecía estar en mejor estado, Asil había percibido cierta rigidez en sus movimientos-. Está herido.
– Mmm. -Sage asintió-. He oído que le dispararon en Chicago. Balas de plata. Pero hay un lobo solitario suelto que está atacando a gente. Ha matado a uno y ha herido a otro en menos de una semana. El compañero de Heather Morrell es el que resultó herido. Si queremos que la prensa no intervenga, debemos capturar al lobo lo antes posible, para que no haga daño a nadie más. Y ¿a quién más puede enviar Bran para seguirle el rastro? Samuel no es el más adecuado, y además esta mañana ha salido para Washington. Según parece, a Bran le preocupa que pueda tratarse de un ataque orquestado por los lobos europeos. Si causan suficientes problemas, puede que Bran reconsidere la decisión de hacer pública la existencia de los hombres lobo. De modo que necesita un lobo dominante.
Hacía mucho tiempo que a Asil había dejado de sorprenderle el hecho de que Sage supiera tanto sobre lo que ocurría en la manada del Marrok.
– Podría haberme enviado a mí -dijo Asil, aunque sin prestar demasiada atención a sus propias palabras.
Era una buena noticia que Anna hubiera ido con Charles. Significaba que su provocación no había causado un daño irreparable.
Sage le miró fijamente.
– ¿A ti? ¿En serio? Asistí a tu actuación de ayer en la iglesia.
– Podría haberme enviado a mí -repitió Asil.
Sabía que Sage estaba empezando a sospechar que su locura era fingida. Bran probablemente pensara lo mismo, ya que no le había matado pese a sus repetidas peticiones: quince años de «todavía no». Era una lástima que tanto Sage como Bran estuvieran tan equivocados. Su locura era algo sumamente sutil que podía provocar la muerte de todos ellos cuando menos lo esperaran.
Asil era un peligro para todos los que le rodeaban, y si no fuera un cobarde habría obligado a Bran a enfrentarse al problema en cuanto llegó a Aspen Creek, o cualquier otro día desde entonces.
Al menos podría haberse encargado del lobo solitario; a Bran le debía eso y mucho más.
– No creo que las heridas de Charles fueran muy importantes -dijo ella en tono conciliador.
De modo que Charles había logrado ocultar a Sage la auténtica gravedad de sus heridas. Aunque él no se había dejado engañar. Hacía falta mucho para que el viejo lobo se moviera con tantas dificultades en el funeral, delante de tanta gente.
Asil respiró profundamente. Charles era un tipo duro, y conocía las Cabinets mejor que nadie. Pese a estar herido, un lobo solitario no sería contrincante para él. Todo iría como la seda. La próxima vez que los viera se aseguraría de disculparse ante ambos. Confiaba en no haber provocado ningún daño irreparable con su acoso. Se había sentido tan celoso. La paz que Anna prometía le había hecho recordar…
Ah, Sarai, estarías tan decepcionada.
– ¿Te encuentras bien?
Asil volvió a arrodillarse y a coger las cizallas.
– Sí.
Pero ¿por qué enviarían los europeos solo un lobo? Tal vez no eran ellos. Quizá Charles necesitara ayuda.
Suspiró. Le debía una disculpa al chico. Una disculpa que no podía esperar. Si supiera desde donde habían salido, podría rastrear a Charles y asegurarse de que no había hecho un daño irreparable al vínculo entre él y su pareja.
– Tengo que hablar con Bran -dijo.
Volvió a dejar las cizallas en el suelo y salió por la puerta como una exhalación, cerrando tras él la puerta del invernadero.
Cuando dejó atrás la sala de despresurización, el aire helado lo envolvió como el manto de la reina del invierno. El contraste entre el exterior y el aire artificialmente cálido y húmedo del invernadero le obligó a jadear antes de que sus pulmones se aclimataran. Sage salió poco después mientras se ponía la chaqueta, pero Asil no la esperó.
– No estoy seguro de que sean los europeos -le dijo Bran con calma después de que Asil le expresara en términos poco diplomáticos su opinión sobre la decisión de enviar a un convaleciente Charles tras la pista de un enemigo desconocido-. Lo más probable es que sea un lobo solitario. Las Cabinets son un lugar aislado y muy atractivo para alguien que desea huir de lo que se ha convertido. Incluso si es obra de los europeos, solo hay un lobo. Si fueran dos, Heather no habría podido escapar del que les atacó.
Se detuvo, pero Asil se limitó a cruzarse de brazos y hacerle saber mediante el lenguaje corporal que seguía creyendo que Bran se había comportado como un estúpido.
Bran sonrió y puso los pies sobre la mesa de su despacho.
– No lo he enviado solo. Incluso si son dos o tres lobos, Charles y Anna se las apañarán. Si fueran más de tres los hubiera detectado en cuanto se acercaron tanto a Aspen Creek.
Aquello tenía sentido. Entonces ¿por qué sentía aquel temor creciente? ¿Por qué todos sus instintos le decían que enviar a Charles tras aquel lobo era una estupidez? ¿Y en qué momento había dejado de preocuparse por Charles para hacerlo por el objeto de su persecución? Por el hombre lobo al que perseguían.
– ¿Qué aspecto tiene ese lobo?
Cambió el peso de su cuerpo de un pie al otro pero no se molestó en controlarse. Estaba demasiado ocupado reflexionando sobre todo aquello.
– Como un pastor alemán -dijo Bran-. Color canela con motas blancas y una franja negra en el lomo, con algo de blanco en las patas delanteras. Las descripciones del estudiante y de Heather coinciden.
La puerta del estudio de Bran se abrió y Sage entró como una exhalación.
– ¿Ha…? Veo que está aquí. ¿Qué ocurre?
– Nada -dijo Bran amablemente-. Asil, vuelve a casa. Quiero que descanses. Te avisaré en cuanto sepa algo.
Asil pasó junto a Sage sin reparar en ella. Había dejado de estar preocupado por Charles. Aquel tipo de pelaje era común en los pastores alemanes, pero no en los hombres lobo.
Sarai había sido así: canela y marrón oscuro con una franja negra en la espalda. Con la pata delantera izquierda blanca.
Demasiado enfadado para controlar su fuerza, partió la manija de la puerta de su coche y tuvo que entrar en él por la puerta del pasajero. No recordaba el camino hasta su casa; solo sentía la urgente necesidad de ocultarse, más imperiosa que la necesidad de obedecer a su Alfa.
No se molestó en aparcar el coche; aquella noche tendría que soportar los elementos, como él. Fue a su dormitorio y abrió el armario. Descolgó la percha con su camisa favorita, deshilachada por el uso y el tiempo. Ya no olía a Sarai, ni siquiera para su olfato, pero había tocado su piel y era lo único que le quedaba de ella. La puso sobre el cojín y se metió en la cama, frotando la mejilla contra la camisa. Por fin había sucedido, pensó. Estaba loco. No podía ser Sarai. En primer lugar, jamás habría matado a nadie sin un motivo. Y en segundo, estaba muerta. Él mismo la había encontrado, unos días después de morir. Había recogido su pobre cuerpo y lo había lavado. Lo había quemado con sal y agua bendita. Al saber quién la había matado, quería eliminar toda posibilidad de que le devolviera la vida, pesé a que ni la familia de Mariposa ni la bruja a la que la habían enviado para adiestrarla pertenecían al tipo de brujas que juegan con la muerte.
No, no era Sarai.
Le dolía el estómago, la garganta, y los ojos le ardían por culpa de las lágrimas… y por la vieja ira que corría por sus venas. Debería haber matado a la bruja, pero, en lugar de eso, había huido. Mientras la asesina de su esposa seguía con vida, él había huido porque le tenía pavor a lo que se había convertido Mariposa. Se había sentido aterrorizado de la bruja que le perseguía, como había perseguido a Sarai.
Aunque, cuando no pudo seguir huyendo, cuando comprendió que el tiempo no iba a acabar con ella como debería hacerlo, se había refugiado allí. Para morir y regresar finalmente junto a su adorada esposa. Sin embargo, dejó que el Marrok y, más tarde, sus rosas le convencieran para que esperara.
Y ahora le había encontrado. Tal vez hubiera dejado de buscarle al hacerse más poderosa con cada nuevo año hasta que llegó un punto en que dejó de necesitarle. Tal vez el poder del Marrok le protegía, como protegía al resto de la manada.
Mientras seguía jadeando en la cama, la convicción de que había llegado su hora se hizo cada vez más evidente. Dobló la camisa con sumo cuidado sobre la almohada y regresó rápidamente a la puerta principal. Aquella vez convencería a Bran.
Pero no pudo abrir la puerta, ni siquiera pudo tocar el pomo. Rugió de rabia, pero aquello no cambiaba nada. No podía desobedecer a Bran. Estaba tan afligido que no se había dado cuenta de que Bran le había dado una orden tajante: hasta el día siguiente tendría que permanecer allí, en la casa en que había vivido los últimos años, ocultándose de la asesina de su mujer.
Mañana, entonces. El pensamiento lo calmó. Pero antes arreglaría lo que había estropeado. Mañana ayudaría a Charles con el lobo solitario, le ofrecería todo su apoyo para que consiguiera relacionarse con una Omega, y entonces todo se habría acabado. Notó cómo el alivio le recorría el cuerpo y encontró las fuerzas necesarias para sonreír. Si Bran no estaba dispuesto a matarlo, hasta ayer, estaba convencido de que Charles estaría encantado de hacerle aquel favor.
Cuando regresó a la cama se sentía relajado, el peso de los años aligerado por la proximidad del final. Acarició la camisa con una mano y se imaginó que ella estaba a su lado.
El dolor fue desapareciendo paulatinamente, amortiguado por el convencimiento de que pronto habría desaparecido para siempre v sería reemplazado por la paz y la oscuridad. Pero, por ahora, solo le quedaba el vacío. Debería haberse quedado dormido, pero la curiosidad, su pecado más acuciante, le obligó a reflexionar sobre el lobo que estaba matando a gente inocente tan cerca del territorio del Marrok.
Asil contuvo el aliento y se incorporó sobre la cama. Un lobo asesino que se parecía mucho al de su querida esposa. ¿Cerca del territorio del Marrok o cerca de Asil?
Y también estaban los sueños… los sueños siempre eran más intensos cuando la bruja estaba cerca.
¿Sarai cazando humanos? Se frotó los ojos. Sarai apenas salía de caza las noches de luna llena. Además, Sarai estaba muerta.
Pese al horror de imaginar a la bruja tan cerca, descubrió que en su corazón había esperanza. Sin embargo, sabía que Sarai estaba muerta, del mismo modo que sabía que Mariposa le arrebató de algún modo el vínculo que le unía a su pareja.
Aquello tendría que haber estado fuera de su alcance, fuera del alcance de cualquier bruja. Los lobos mantenían oculta su magia al resto de lobos. Si una de las familias hubiera descubierto el modo de apropiarse del vínculo entre hombres lobo, con toda seguridad lo habrían utilizado más de una vez; y por entonces tendría que haber oído algo sobre ello. Probablemente había sido un accidente, un efecto secundario de algo más, pero durante todos aquellos años en los que había estado huyendo, no había logrado averiguar qué era, a menos que fuera la inmortalidad que Mariposa parecía haber obtenido con la muerte de Sarai.
A pesar de que se esforzaba por mantenerlo todo tan oculto como podía, a veces podía sentir el impulso de aquel vínculo. Como si Mariposa intentara usarlo como lo había hecho el primer día, antes de que él se diera cuenta de que algo andaba mal.
Sarai había penetrado en su mente. Supo que algo no iba bien, pero la distancia entre ambos le impedía comprender qué era exactamente. Entonces despertó en mitad de la noche con lágrimas en los ojos, aunque no recordaba qué había estado soñando. Había alargado el brazo… para tocar la locura ajena.
Había recorrido el camino hasta casa corriendo, durante dos días, con el vínculo cuidadosamente oculto en su interior para no volver a tocar… aquella monstruosidad. Y cuando encontró el cuerpo de Sarai y la casa impregnada del olor a magia y a Mariposa, supo lo que había sucedido.
Dos meses más tarde, la bruja empezó a darle caza: nunca llegó a descubrir qué quería exactamente de él. Él, quien nunca había huido de nadie, ahora huía de una chica que apenas alcanzaba su segunda década en aquel mundo. Porque si había logrado llevarse a Sarai, no podía garantizar que no hiciera lo mismo con él. Era demasiado viejo, demasiado poderoso para convertirse en el instrumento de una bruja, muerto o vivo.
Y su Sarai estaba muerta. Apartó cualquier esperanza vana que anidara en su corazón. Aunque ella estaba muerta, tal vez Mariposa había descubierto un modo de usar la forma de su lobo, una ilusión quizá.
Parecía posible. Tres ataques, y en dos de ellos la víctima había escapado. Los humanos no suelen escapar del ataque de un hombre lobo.
Asil no estaba familiarizado con la magia negra. Su mujer había sido una herborista; había sido ella quien le enseñó a criar plantas de interior. Había vendido sus plantas a brujas hasta que las venganzas entre familias lo convirtieron en un negocio demasiado peligroso. Las ilusiones eran uno de los principios básicos de la brujería. Pero crear una ilusión que pudiera herir o matar a alguien… jamás había oído algo semejante. No obstante, la sospecha de que Mariposa estaba tras los ataques se convirtió en una convicción: todavía más razones para encontrar a Charles y contarle a qué se enfrentaba.
Además, su personalidad no le permitía que otros lucharan sus batallas. Y si aquella era una de las travesuras de Mariposa, significaba que él era el objetivo.
Cerró los ojos pero volvió a abrirlos casi inmediatamente. Estaba haciendo una montaña de un grano de arena. Bran se había referido al hombre lobo como «él». Era un simple lobo solitario. Estaba permitiendo que sus miedos le dominaran.
Pero quien vio al lobo solitario no había sido un hombre lobo, le dijo una voz interior. ¿Un par de humanos distinguirían si el lobo era una hembra? las mujeres lobo no eran muy comunes: Bran podría haber concluido que era un macho sin pensárselo dos veces.
Hacía más de medio siglo que no veía a la bruja. Desde que llegara al nuevo continente no había percibido su olor. Había cubierto su rastro y le había pedido a Bran que mantuviera en secreto su presencia en Aspen Creek.
Y si estaba allí y lo buscaba, ¿por qué no había venido aún a por él?
No era ella… esperó que le alcanzara de nuevo el alivio. Probablemente no era ella.
Sarai era inalcanzable para él. Llevaba dos siglos muerta: él mismo la había enterrado. Jamás había oído hablar de una ilusión que pudiera hacer daño a alguien.
Tal vez la ilusión fuese el cuerpo que enterró…
Descansa, le dijo Bran, y Asil notó cómo su cuerpo se relajaba pese a la frenética actividad de su mente. Puso la alarma a las 12:01, una alarma que apenas utilizaba. Puede que Bran le hubiera ordenado descansar hasta mañana, pero Asil podía interpretar ese «mañana» como quisiera. Y por la mañana, saldría en busca de respuestas.
Anna descubrió que se estaba moviendo incluso antes de pensar en hacerlo. Mary alargó la mano y le arrancó un manojo de sus cabellos cuando Anna se colocó en posición, entre la humana y lo que fuera que había salido de entre los árboles. Le pareció un hombre lobo, pero el viento no cooperaba y alejaba el olor de ella. ¿Habría dado media vuelta el lobo que perseguía Charles?
Sin embargo, el monstruo que emergió de entre las sombras de los arbustos era mucho mayor que el otro. Parecía más bien un pastor alemán, con la excepción de que pesaba unos cincuenta kilos más, tenía unos colmillos más largos y se movía más como un gato que como un perro.
Había dos hombres lobo.
¿Y si había más? ¿Y si Charles había salido tras la pista de un lobo y le habían rodeado?
El hombre lobo ignoró a la otra mujer, centrándose totalmente en Anna. Cuando se abalanzó sobre ella, Anna también corrió. Las raquetas no le ayudaron mucho, pero no tenía que ir muy lejos, y además ella también era una mujer lobo.
Tres zancadas y recogió de la nieve el fusil estropeado de Charles por el cañón. Plantando los dos pies en la nieve, lo hizo oscilar contra el monstruo atacante con la experiencia de cuatro veranos de softball y la fuerza de una mujer lobo.
Quedó claro que el otro lobo no esperaba que Anna tuviera tanta fuerza. Ni se había molestado en esquivar su golpe. Nadie iba a utilizar nunca más aquel rifle, pero Anna golpeó de lleno al lobo en el hombro con un crujido que hablaba de huesos rotos. Aprovechó el impacto para rodar por el suelo, pero emitió un aullido de dolor mientras volvía a ponerse de cuatro patas.
Algo le rozó el hombro y el lobo volvió a aullar al tiempo que empezaba a manarle sangre de la cadera. Una roca de pequeño tamaño golpeó el suelo. El lobo miró por encima del hombro de Anna y con un último gruñido desapareció entre los árboles. Anna no hizo ademán de ir tras él, pero mantuvo los ojos clavados en el bosque, justo por donde el lobo con aspecto de pastor alemán se había esfumado.
– ¿Te encuentras bien, cariño?
El sonido de la cautelosa voz de Charles le hizo girar la cabeza con un alivio sincero. Pensaba que había sido él quien había lanzado la piedra, pero también podría haber sido el compañero desaparecido de Mary. Dejó caer los restos del rifle y corrió a sus brazos.
– Oye -dijo él mientras Anna le abrazaba-. Solo era un perro. Un perro jodidamente grande. Estás a salvo.
Pese a estar interpretando el papel de humano, sus brazos la presionaron con fuerza contra su abrigo; un abrigo rojo oscuro que le sentaba mucho mejor que el anorak de diversos colores que el lobo había despedazado.
Era una suerte, pensó, que pudiera vestirse después de transformarse, porque de no ser así hubieran tenido serios problemas para explicar por qué perseguía a un oso con su traje de cumpleaños.
– Menudo lanzamiento -le dijo en un susurro mientras reprimía un risita poco apropiada.
Lo había hecho, pensó. Se había defendido del ataque de un monstruo y había ganado. Al sentirse segura entre los brazos de Charles, la alegría eclipsó el resto de sentimientos que había tenido hasta entonces. No solo había evitado que le hiciera daño a ella sino que también había defendido a otra persona.
Inhaló una última vez por la nariz y se separó del calor que emitía Charles. La mujer estaba en cuclillas, con los ojos muy abiertos, apoyada en el tronco de un árbol.
– Mary, este es mi marido, Charles. Charles, esta es Mary…
– Alvarado -dijo la mujer con la voz temblorosa-. Madre de Dios, ¿qué era eso?
Evidentemente, Anna creía que la mujer era una simple montañera. La chaqueta de Anna estaba manchada de sangre, pero tenía el aspecto de ser simplemente producto de una hemorragia nasal, algo bastante frecuente cuando se estaba a gran altura. Charles frotó el rostro de Anna con su mano y dejó que su rostro se iluminara con la expresión a la que Samuel había apodado como la del «Viejo y Buen Indio».
Samuel siempre decía que resultaba aterrador ver aquella expresión jovial y saber qué se ocultaba detrás de ella. Aunque la mayoría de la gente no era tan perspicaz como su hermano.
– Encantado de conocerte.
Charles dejó que la sonrisa alcanzara sus ojos y que estos se iluminaran al mirar a la mujer.
Tenía el rostro cubierto para protegerse del frío, de modo que no pudo observarla como hubiera deseado. Aunque tampoco importaba mucho. Su memoria olfativa era mucho más fiable que la visual, y su nariz le decía que no la había visto antes.
Seguía pensando que había dos hombres lobo en las proximidades. Pero antes se las había visto con el primer monstruo a mano.
Soltó a su pareja y dio dos zancadas hacia delante, dos zancadas que le situaron, no accidentalmente, entre Anna y la otra mujer.
– Siento haber estado persiguiendo a ese…
Podía arrepentirse si cometía una distracción; no quería admitir aún que iba tras la pista de un hombre lobo. No es que aquella mujer supiera qué era lo que él y Anna habían ahuyentado, pero si aún no se había dado cuenta de que ellos eran también hombres lobo, no quería que acabara por descubrirlo. Y si lo hacía, bueno, entonces no quería que supiese que él sabía que ella era un ser sobrenatural, o al menos uno que usaba magia. Le daría tan poca información como pudiera. De modo que se detuvo a media frase, pero antes de que la pausa se alargara demasiado, Anna la terminó por él.
– …oso estúpido. -Anna le dirigió una mirada de reprensión como si creyera que su pausa se debía a que estaba a punto de decir una palabrota. No había esperado que fuera tan rápida-. ¿Encontraste la mochila con el encendedor?
¿Era eso lo que se suponía que estaba haciendo? Negó con la cabeza.
– ¿Recuerdas que dicen que los osos corren más que los humanos? Pues es verdad. Sobre todo cuando te dejan sin raquetas y debes caminar sobre la nieve.
Aquel lobo era una de las presas más inteligentes que había perseguido. No le había visto ni oído antes del ataque, y había desaparecido con la misma rapidez con que había aparecido. Al principio pensó que Anna le había distraído y que por eso no le había oído aproximarse, aunque jamás le había ocurrido algo semejante. No obstante, había algo extraño en el modo en que ese lobo había desaparecido.
En cuanto comprendió que le había perdido la pista, Charles no se había molestado en volverla a recuperar y dio media vuelta. No quería arriesgarse a que el lobo hubiera vuelto sobre sus pasos para atacar a Anna. Así que lo dejó estar por el momento y regresó. Justo a tiempo, según podía comprobar.
Mary Alvarado se enderezó y dio un traspié, como si hubiera perdido el equilibrio. El movimiento la dejó frente a él, con una mano sobre su pecho. Sintió cómo el tejido del hechizo desarmaba todas sus defensas.
El olor de la furia de Anna se propagó por todo el bosque, ¿Estaba celosa? Aquella era una situación demasiado peligrosa para permitir que algo le distrajera… pero, ¿no sabía Anna que no estaba interesado en nadie más?
– No debería haber osos en esta altitud y en esta época del año -dijo la mujer.
Parecía agitada. Charles no pudo decidir si sabía lo que era o no.
– Los osos no duermen todo el invierno, señora -dijo Charles mirándola desde arriba como si no le importara la mano en su pecho, aunque sí le importaba. Le hubiera importado incluso si no le erizara la piel. No era una feérica, decidió. Ni tampoco un espíritu o un demonio; se había topado con ambos en aquellos parajes una o dos veces. Era algo humano. Tampoco una hechicera, aunque su lobo reaccionaba ante ella como si lo fuese: algo maligno entonces-. La hibernación no es continuada. Se despiertan de vez en cuando. No es algo muy habitual, aunque de vez en cuando aparecen incluso en mitad del invierno. Mala suerte que nos hayamos topado con uno. Aunque el lobo que te atacó era realmente extraño.
Magia negra, a eso olía. Una bruja, entonces, una bruja negra. Maldita sea. Hubiera preferido enfrentarse a una docena de demonios que a una bruja negra.
– ¿No hay perros salvajes? -preguntó Anna a la ligera-. Pensaba que formaban manadas, como los lobos.
– Este lugar es demasiado aislado para eso -le dijo Charles sin apartar la mirada de la bruja-. De vez en cuando aparece un perro suelto, pero la mayor parte de los perros domésticos no podrían sobrevivir un invierno de Montana sin ayuda.
Algo se agitó detrás de la mujer y Charles dejó que sus ojos se desenfocaran para ver con más claridad el espíritu. La sombra de un lobo le mostró los colmillos y desapareció súbitamente, como si necesitara otra advertencia aparte de su olfato para saber que aquella mujer era peligrosa.
Tal vez era el momento de aclarar algunas cosas antes de que Anna decidiera sentirse herida y no solo celosa.
Charles se deshizo de su máscara y sonrió amablemente a Mary, quien no estaba lo suficientemente atenta como para percibir la presencia del Hermano Lobo. O eso o disfrutaba con el peligro, ya que se apoyó aún más en su mano mientras miraba hacia arriba.
– Aunque saber que un animal doméstico no habría sobrevivido a este invierno no te importa mucho, ¿verdad, Mary Alvarado? Sabías perfectamente que era un hombre lobo.
La mujer adoptó un semblante carente de expresión. Si no hubiera sabido lo que era, la habría confundido por una expresión de sorpresa.
– ¿Un qué? Los hombres lobo no existen.
Intentó mirarle a los ojos pero no lo consiguió; los había estado evitando todo el tiempo. Aunque una mujer acostumbrada a mirar a los ojos de un hombre sin pestañear, a veces olvidaba no hacerlo con un hombre lobo. No retrocedió, pero Charles vio en su cara que deseaba hacerlo.
– ¿No? ¿Y tampoco existen las brujas?
La voz de Charles se suavizó aún más.
Mary dejó caer su mano.
– ¿Quién eres?
– No. -Charles sacudió la cabeza-. Creo que eres tú quien debes responder a esa pregunta.
– Estoy buscando al cazador desaparecido -dijo ella.
Hasta donde podía percibir, le estaba diciendo la verdad. Charles frunció el ceño mientras intentaba convertirla en una verdad a medias.
– ¿Para salvarlo? -dijo en un susurro-. ¿O para hacerte con su magia?
Mary le miró con una sonrisa triste.
– Dudo mucho que eso tenga importancia ahora mismo. Ha estado perdido en los bosques con un lobo solitario. ¿Cuántas probabilidades crees que hay de encontrarlo con vida?
– ¿De modo que sabías lo del hombre lobo?
Mary levantó la barbilla.
– El hombre lobo es la razón que me ha traído hasta aquí. -Verdad-. ¿Quién eres? ¿Y por qué sabes tantas cosas de brujas y hombres lobo?
Era posible que fuera quien decía ser. Charles sabía que algunas brujas solían trabajar para diversas agencias gubernamentales. También sabía que por el mero hecho de que ser una bruja negra no significaba que no pudiera estar buscando al hombre desaparecido. De vez en cuando, las brujas aceptaban ciertos trabajos, y a veces, aunque solo fuera por casualidad, una bruja negra podía unirse al bando de los ángeles.
No obstante, Mary había sido muy cuidadosa con sus respuestas, y Charles no descartaba lo que le sugerían los espíritus. No era su aliada. Normalmente el espíritu del lobo era su guía, aunque a veces pensaba que habría sido más irónico si lo hubiera sido el del ciervo o el del conejo. Aunque la exhibición de colmillos no significaba necesariamente que fuera su enemiga, indicaba poca predisposición a ser su aliada.
– Nosotros nos encargaremos del hombre lobo -le dijo él-. No es asunto tuyo.
– Sí lo es -dijo ella con calma.
Otra vez la verdad. En aquella ocasión, toda la verdad. Interesante que una bruja considerara que un hombre lobo era un asunto que la concernía.
– No quieres entrometerte en mi camino -le dijo Mary suavemente, su aliento acariciándole el rostro con un flujo dulce.
– No -dijo él, dando un paso atrás y agitando la cabeza, aunque no pudo recordar contra qué estaba objetando.
– Ahora me toca a mí hacerte unas cuantas preguntas.
Si hubiera sido capaz, habría maldecido su propia arrogancia, la cual le había impedido coger a Anna del brazo y salir corriendo en cuanto se dio cuenta de lo que era aquella mujer. Por el contrario, lo único que pudo hacer fue esperar a que la bruja empezara con sus preguntas.
Bruja. Charles la había llamado de aquel modo y ella no lo había negado. Aunque Anna sabía que significaba algo, no podía precisar exactamente qué. ¿La bruja les había estado siguiendo? ¿O iba tras los hombres lobo?
Fuera lo que fuese, si no apartaba las manos de Charles pronto, Anna lo haría por él, usando un método que implicaría dolor y tal vez sangre.
El impulso violento la cogió desprevenida, y la vacilación duró lo suficiente para que fuera Charles quien se apartara de la bruja. Había ocurrido algo, algún equilibrio había cambiado. El aire olía ligeramente a ozono, como si, pese a la época del año, estuviera a punto de estallar una tormenta eléctrica.
Se le erizó el vello de la nuca. Como si necesitara más evidencias de que algo no iba bien. Lástima que el vello no pudiera decirle qué ocurría exactamente y qué podía hacer para remediarlo.
– Estoy buscando a un hombre -dijo Mary con una voz que continuaba sonando como la de una animadora-. Se llama Hussan, aunque también se le conoce por el nombre de Asil o el Moro.
– Le conozco -respondió Charles.
Su voz sonaba espesa y reacia.
– Ah -dijo ella con una sonrisa-. Eres un hombre lobo. ¿Perteneces al Marrok? ¿Asil también está en Aspen Creek? ¿Es uno de los lobos del Marrok?
Anna miró a Charles con el ceño fruncido, pero a este no parecían molestarle las preguntas de la bruja, ni la cantidad de información que obtenía de ellas.
Charles se limitó a asentir con rigidez y dijo:
– Sí -como si le estuvieran arrancando las palabras.
Algo iba muy mal. Anna dio un paso hacia un lado y los restos del rifle produjeron un ruidito seco al chocar con el borde de aluminio de su raqueta.
La bruja musitó una palabra y la lanzó contra Anna con un movimiento de sus dedos, dejando a esta completamente inmóvil.
Charles emitió un gruñido.
– Tranquilo, no le he hecho daño -le dijo la bruja-. No tengo intención de enfrentarme aún al Marrok, de modo que no les haré nada a sus lobos. Supongo que ella también lo es, ¿no? Eso explicaría por qué pudo golpear con tal fuerza a mi guardián. Dime, ¿cuál crees que es la forma más rápida de que Asil venga hasta aquí?
– Asil nunca sale de Aspen Creek -le dijo Charles, su voz áspera por la ira.
Anna se guardó la ira para sí misma; era mucho mejor alternativa que el pánico. Su lobo se revolvió en cuanto lo llamó. Que lo contuvieran contra su voluntad era algo que detestaba incluso más que Anna.
Anna no sabía casi nada de magia, ni siquiera si la magia que conocía era algo habitual en todas las manadas. Leo le había dicho que no necesitaba saber nada, y ella no había tenido el coraje para volver a preguntárselo. No sabía qué podía hacer Charles, o lo que no podía hacer, pero estaba bastante segura de que no estarían allí contestando las preguntas de la bruja si Charles pudiera hacer algo para evitarlo. Tenía miedo de que su ignorancia y estupidez tuvieran consecuencias para ambos.
Cuando su lobo le pidió tomar el control, Anna se lo permitió. Si ella no podía hacer nada con su mitad humana al mando, tal vez al lobo le fuera mejor.
Aunque no empezó a transformarse, su percepción del mundo cambió: las sombras se retiraron. Podía ver más lejos y con mayor claridad, aunque la belleza e intensidad de los colores se difuminó. El silencio no era tan profundo como había creído. Había pájaros en los árboles; podía oír el suave sonido de sus patitas al pasar de una rama a otra.
Aunque lo más interesante que percibió fue la red luminosa que inmovilizaba a Charles mediante pegajosos hilos amarillos y verdes. Al no poder bajar la cabeza, no pudo distinguir la red que también la envolvía a ella. No obstante, la sensibilidad de su piel le permitió sentir los suaves filamentos como si se tratara de una red de hilo dental.
Si solo hubiera estado ella en peligro, Anna estaba convencida de que habría permanecido en el mismo lugar hasta la llegada de la primavera. Su lobo se había sometido sumisamente a todas las palizas y a todo el sexo no deseado, proporcionándole únicamente la fuerza necesaria para sobrellevarlo y un lugar en el que ocultarse cuando se hacía insoportable. Pero su pareja estaba en peligro. Un rugido de ira empezó a crecer bajo su diafragma, dificultándole la respiración, pero la prudencia le dijo que debía esperar el momento oportuno.
– Si mueres, ¿a quién enviaría el Marrok? -preguntó la bruja.
La amenaza velada propició en Anna un rugido que quedó amortiguado por la respuesta de Charles. Una ira abrasadora pugnaba contra el hechizo que la mantenía inmóvil.
– Vendría él mismo.
La bruja frunció los labios como si intentara decidir si aquello era lo que realmente deseaba.
Anna tenía los pies inmovilizados, pero con el lobo al mando pudo mover la mano pese a la agonía provocada por el hechizo de la bruja. Agarró el extremo de la red en forma de cable que la rodeaba corno si fuera una villana de un cómic de Spiderman. Lo enrolló varias veces alrededor de su mano y después se lo pasó a la otra.
No podía mirar durante mucho tiempo los múltiples filamentos que la inmovilizaban porque le deslumbraban los ojos y empezaba a dolerle la cabeza, pero no tenía necesidad de hacerlo: el cable mágico de la bruja pasaba por encima de sus manos, de modo que sabía dónde estaba.
Colocó la mano libre justo donde el cable se ensanchaba para formar la red alrededor de su cuerpo y estiró con ambas manos. Había esperado que se rompiera o que se quedara como estaba, como si fuera un cable de verdad, pero, en lugar de eso, empezó a apretar aún más, rodeándola con más fuerza a medida que intentaba deshacerse de él, como si fuera elástico.
Si la bruja hubiera mirado en su dirección, habría visto lo que Anna estaba haciendo. Pero la bruja solo tenía ojos para Charles.
Dominante, pensó Anna con satisfacción, era algo más que un simple rango en la manada. La presencia de Charles ejercía tal fascinación que, al entrar en cualquier sitio, todo el mundo le miraba. Y a aquello debía añadirse el frágil aspecto de Anna y su absoluta carencia de dominio. Sería necesario un esfuerzo monumental por parte de la bruja para fijarse en Anna mientras Charles estuviera presente. Un esfuerzo que Mary Alvarado no estaba haciendo.
Anna dejó de prestar atención a la sesión de preguntas y respuestas reacias. Todo su ser estaba centrado en su labor. Incluso las cosas elásticas terminaban por romperse en algún punto.
Anna se quedó inmóvil cuando el cable se disolvió solo. La bruja no pareció darse cuenta de que ya no mantenía a Anna sujeta.
¿Y ahora qué?
Se concentró en la red que rodeaba a Charles.
Tenía que ser muy rápida.
Los hombres lobo son muy rápidos.
Se abalanzó hasta situarse entre ambos y agarró los cables mágicos con ambas manos. El hechizo que la bruja usaba con Charles era mucho más potente. Cuando tocó los cables, sintió una oleada de dolor que le irradió desde la piel hasta los huesos y que se asentó en su mandíbula con un malestar intenso y punzante. Empezó a oler a carne chamuscada, pero no había tiempo para evaluar los daños. Un violento tirón y el hechizo se desvaneció.
Sin embargo, Anna no se detuvo. Recogió el fusil roto de la nieve y lo lanzó con todas sus fuerzas. Golpeó a la bruja en la cara con un ruido seco.
Se colocó en posición de ataque pero Charles la cogió por el brazo y la empujó para alejarla de él.
– Corre -le gritó-. Sal de su línea de visión.