Capítulo 12

A Bran no le preocupaba la oscuridad mientras seguía las indicaciones de Tag hasta el lugar que éste y Charles habían considerado el más adecuado para iniciar la búsqueda. Al pasar junio al Subaru de Asil, dudó un instante: si Asil iba en busca de Charles, habría seguido la ruta más rápida.

Pero si las cosas se habían puesto feas, Charles regresaría a su coche. Bran decidió avanzar un poco más con su vehículo.

También consideró otras posibilidades. Algunos lobos tenían brujas a sueldo. No su manada, ya que él nunca se relacionaba con brujas negras, y casi todas las brujas blancas no eran lo suficientemente poderosas como para resultar útiles. Pese a todo, podía recurrir a unas cuantas.

Si tuviera a una bruja de doscientos años capaz de inmovilizar y torturar a un hombre lobo durante dos días, no haría correr la voz ni permitiría que otras brujas la imitaran. Especialmente si la bruja en cuestión, como la madre de Bran, había obtenido su habilidad mediante algún tipo de vínculo con un hombre lobo.

No. Lo mejor era mantener a las brujas alejadas.

Podía contestar a Charles.

Aunque aquello era aún más complicado. Su madre se había valido de la telepatía para rodearle con sus asquerosas cadenas. Por su culpa, no podía leer los pensamientos de los demás.

Tras matar a la bruja que había sido su madre, la sacudida le había despojado de aquel talento; uno de los muchos regalos que dejó su muerte. Lentamente, logró recuperar la habilidad de hablar de una mente a otra, pero nunca la de escuchar.

El único motivo por el que su madre fue capaz de interferir en su talento es que ambos lo compartían. Un caso extraño, incluso para el hijo de una bruja. Resaltaba sorprendente que existiera otra bruja en Norteamérica con la misma habilidad. Aunque aún no se atrevía a intentarlo hasta estar seguro de que su hijo estaba libre del influjo de la bruja de Asil.

De entre todos los seres capaces de practicar la magia, Bran despreciaba y temía por encima de todos a las brujas. Probablemente porque, si las cosas hubieran sido de otro modo, él mismo habría sido un brujo.

Salió de la autopista y cogió el camino que llevaba a Silver Butte. Las roderas de un vehículo más ancho de lo normal le precedían. Charles había seguido el plan al pie de la letra.

Conseguir que la camioneta de Charles avanzara por el sendero que había recorrido el Vee fue una tarea ardua que le ayudó a apartar de su mente el resto de preocupaciones. Estaba empezando a pensar que tendría que haber aparcado junto al coche de Asil cuando, al dejar atrás una curva cerrada, casi colisiona con el Vee, el cual estaba aparcado junto a un árbol.

Se detuvo a poco menos de quince centímetros del Vee. Apagó el motor y dejó la camioneta donde estaba porque el bosque era demasiado espeso para poder dar la vuelta, y además temía que la nieve recién caída ocultara la cuneta.

No había visto ningún lugar donde dar la vuelta en los últimos quinientos metros; se preguntó si, cuando regresara, iba a tener que conducir marcha atrás. Se permitió una sonrisa amarga; tampoco importaría mucho si finalmente no conseguían salir de allí.

Asil había dispuesto del tiempo suficiente para dar con Charles, y además estaba familiarizado con las brujas. Seguro que su hijo y el Moro podrían enfrentarse a cualquier situación. Si Charles seguía la ruta marcada, Bran confiaba encontrar a todo el grupo antes de que anocheciera. Cuando lo hiciera, los sacaría de las montañas.

Dejó la llave en el contacto. No era probable que nadie subiera hasta allí para robar una camioneta… y si lo hacía, bueno, tendría que vérselas con Charles.

No había cogido chaqueta porque pretendía internarse en la montaña en forma de lobo. Se quitó la ropa en la cabina, se armó de valor y saltó de la camioneta antes de completar la transformación. Abrir puertas de coche en forma de lobo era posible, pero solía provocar desperfectos en los vehículos. Y pese a los habituales comentarios de su hijo sobre el odio que sentía por los coches, sabía que Charles estaba orgulloso de su camioneta.

Bran adoptó un trote regular que pudiera mantener todo el día. Hacía mucho tiempo que no caminaba por aquellas montañas. Nunca habían sido uno de sus lugares favoritos de caza, aunque no sabía exactamente por qué. Según Charles, las Cabinet no aceptaban de buen grado a los intrusos, y suponía que esa era una explicación tan válida como cualquier otra.

Seguir la ruta de Charles a la inversa le pareció el mejor modo de empezar. Todo el circuito no tenía más de cincuenta kilómetros. Podía recorrerlo tranquilamente y regresar a los coches antes del anochecer.


* * *

A excepción de tos desconchones en la pintura verde del pequeño porche, el resto de la cabaña no había cambiado mucho desde la última vez que Charles estuvo allí, unos cincuenta años atrás. No era nada del otro mundo: una pequeña cabaña de troncos similar a muchas otras repartidas por los bosques de Montana, la mayoría construidas durante la depresión por pelotones de desempleados.

I.os troncos estaban ajados por el sol, la lluvia y la nieve. Un todoterreno abollado con las cadenas puestas estaba discretamente aparcado entre la parte trasera de la cabaña y el bosque.

Charles detuvo a Anna a unos treinta metros de la cabaña, en un lugar donde los árboles aún les ocultaban, y a favor del viento cuanto lo hizo, Walter se tumbó en el suelo junto a los pies de ella, como si fuera su devota mascota… una mascota que pesaba lo mismo que un oso pardo y que era capaz de provocar una considerable destrucción.

Era tan obvio que la devoción de Walter no tenía nada que ver con el sexo, que Charles no podía hacer nada por oponerse a ella. Continuamente le venía a la memoria la frase: «Creo que podría dormir». Sabía lo que se sentía cuando las pesadillas de muerte y destrucción no dejaban de acosarte. Si Anna lograba traerle un poco de paz, quién era él para impedirlo.

Charles observó detenidamente la cabaña, deseando no sentir aquel pánico. Hacía mucho tiempo que no se sentía de aquel modo. Estaba acostumbrado a preocuparse por Samuel, por su padre y, recientemente, por Anna, pero no por sí mismo. El recuerdo de cómo la bruja de Asil le había controlado como si fuera su Alfa había anulado parte de su autoconfianza mediante un baño de realidad.

Acarició el hombro de Anna ligeramente. Sabía que no era tan frágil como su apariencia podía indicar; ningún hombre lobo lo era. Y el viejo soldado era un superviviente, por lo que Charles obtuvo algo de consuelo con aquello.

– No os podré ayudar directamente -le dijo Charles-. Si entro en su línea de visión, volverá a controlarme. Con el Alfa de una manada, la distancia es crucial, y también el contacto visual o físico.

Ni Walter ni Anna eran miembros de la manada de su padre, de modo que no tenían conexión alguna con Asil. Salvo el vínculo que unía al lobo de Anna con el de Charles, aquello los dejaba tan vulnerables como cualquier otro lobo solitario. Pero Charles sabía que a las brujas les costaba un tiempo obtener el control de un lobo solitario; mucho más tiempo del que él podía ofrecer.

Su control había sido instantáneo.

Aborrecía a las brujas. Las habilidades de otros seres mágicos no le molestaban tanto. Los druidas manipulaban la naturaleza: el clima, las plantas y algunos animales. Los brujos jugaban con cosas inanimadas. Sin embargo, las brujas utilizaban la mente y el cuerpo. La mente y el cuerpo de cualquiera. Manipulaban cosas que estaban vivas, o que lo habían estado. Las brujas blancas no eran tan desagradables, aunque probablemente porque la mayoría de ellas disponían de poca más magia que él. Las brujas negras aumentaban su poder matando y torturando seres: desde moscas a humanos.

– De acuerdo -dijo Anna, como si se enfrentara a brujas a diario-. Si están aquí, tú encárgate del lobo… y probablemente de Asil. Eso te mantendrá ocupado, incluso a ti.

Las horas de descanso, la comida y el ritmo lento y constante de aquella mañana le habían ayudado a recuperarse, lo que le permitiría dominar a las mascotas de la bruja.

Anna tembló ligeramente bajo su mano; una combinación de impaciencia y nervios, pensó Charles. Había reaccionado al sueño como si se tratara de un ataque contra él en lugar de contra ella, pese a que había sido ella quien había dejado de respirar.

Walter irguió la cabeza para mirar a Charles, y éste vio en la mirada del otro lobo la determinación de proteger a Anna Con todos los medios a su alcance. Al Hermano Lobo no le hizo mucha gracia ver aquello en los ojos de otro macho, pero, dadas las circunstancias, Walter estaba en mejor disposición que él de proteger a Anna.

– Voy a reconocer la zona. De momento quiero que os quedéis aquí, ¿de acuerdo?

– Esperaré -dijo Anna.

– No te impacientes, puedo tardar un poco.

La parte trasera de la cabaña estaba pegada al bosque; en la parte frontal y por uno de los lados había una distancia de unos Treinta metros. No era precisamente el lugar que hubiera elegido él para ocultarse de una manada de hombres lobo… aunque sabía que la bruja no les tenía ningún miedo. Por lo menos él no le había dado ninguna razón para que los temiera.

Para su sorpresa, Walter le siguió. Desapareció en las sombras y Charles solo pudo seguir su rastro por el olfato. Evidentemente, los espíritus de aquel bosque le habían aceptado como uno más, ofreciéndole su protección. Su abuelo también podía desaparecer de aquel modo.

Cuando estuvo a tiro de piedra de la cabaña, Charles llegó a la conclusión de que no había nadie en el interior. Walter aprecio a unos cuantos metros por delante de él y meneó la cola para confirmar su sospecha. Sin embargo, esperó a rodear toda la estructura y a abrir la puerta antes de enviar a Walter en busca de Anna.

En el interior apenas había espacio para el estrecho catre y la mesita, los únicos muebles de la vivienda a menos que también se considerara como tal la estrecha repisa de la chimenea. El catre parecía nuevo y aún tenía las etiquetas con el precio. La mesa parecía más vieja que la propia cabaña.

El hogar mostraba señales de un fuego reciente. Los animales muertos frente a este indicaban la naturaleza de su ocupante: las brujas y las cosas muertas siempre iban juntas. Algunas brujas no mataban, pero eran mucho menos poderosas que sus hermanas negras.

En el suelo, algunos tablones tenían clavos nuevos y relucientes y las marcas de una palanca. La bruja los había arrancado y vuelto a clavar. Cuando se acercó al catre, comprendió la razón: no era la primera vez que veía círculos de poder. Algunas brujas los usaban para fijar hechizos de protección sobre cosas que consideraban valiosas o para almacenar poder al que podían recurrir más tarde. Dado que la cabaña no le había impedido la entrada ni sentía la necesidad de abandonarla, Charles comprendió que debía tratarse de esto último; lo que significaba que bajo el suelo había más cosas muertas. Respiró profundamente. El olor a muerte podía proceder del animal junto al hogar; además, no percibió ningún rastro de putrefacción. O bien el animal que había matado para trazar el círculo llevaba muy poco tiempo muerto -y estaba congelado- o la bruja conocía un hechizo para ocultar el olor y mantener alejados a los carroñeros. Cambiar lo que otros podían percibir era uno de los poderes que mejor dominaba aquella bruja.

Su padre le había dicho que, de haber estudiado, él también podría haberse convertido en un brujo. Bran nunca le presionó, aunque tampoco le disuadió: alguien con poderes mágicos habría hecho que la manada fuera aún más poderosa. Pero a Charles le había atraído mucho más la sutil magia del pueblo de su madre. Nunca se había arrepentido del camino que tomó, y mucho menos ahora, en aquella mísera cabaña enturbiada por el mal.

El olor que desprendía el saco de dormir sobre el catre le dijo que la bruja había dormido allí la noche anterior. Sobre la mesa había restos de una gruesa vela negra que olía más a sangre que a cera y junto a esta, un mortero con un poco de ceniza en su interior; los restos del cabello de Anna, pensó Charles. Algo personal que le había permitido introducirse en sus sueños.

– ¿Qué es eso? -musitó Anna desde el umbral de la puerta.

Su presencia le hizo sentirse inmediatamente mejor, como si esta consiguiera aliviar el mal que se había ido filtrando en la madera y el ladrillo.

Algún día se lo diría, solo para disfrutar de la desconcertada incredulidad reflejada en sus ojos: empezaba a conocerla lo suficiente como para predecir sus reacciones. Aquello le dio cierta satisfacción.

Siguió su mirada hasta el cuerpo destripado y desollado frente al hogar.

– Creo que es un mapache. Al menos huele a eso.

También olía a dolor, y había dejado marcas de uñas en el suelo, probablemente después de que lo clavara al tablón. No vio razón alguna para decirle a Anna que probablemente no estaba muerto cuando la bruja lo mutiló.

– ¿Qué pretendía conseguir?

No se había movido de la puerta, y Walter se colocó detrás de ella. Ninguno de los dos hizo ademán alguno de entrar en la cabaña.

Charles se encogió de hombros.

– No tengo ni idea. Tal vez reforzar el hechizo que te lanzó ayer por la noche. Una bruja oscura obtiene su poder del sufrimiento y la muerte de los demás.

Anna parecía descompuesta.

– Hay cosas peores que ser un hombre lobo, ¿verdad?

– Sí -reconoció Charles-. Aunque no todas las brujas hacen cosas como esta, es difícil ser una bruja decente.

En el suelo, junto al mapache, había un cuenco de cerámica negra lleno de agua. La temperatura en el interior de la cabaña no era mucho más alta que la exterior; si llevara allí mucho tiempo se habría congelado. No habían coincidido con la bruja por muy poco tiempo.

Pese a sentir reticencias, tocó el cuerpo del animal para comprobar cuánto tiempo hacía que lo había torturado de aquel modo. Aún tenía la piel…

El animal se movió ligeramente, y Charles extrajo su cuchillo y le rebanó el cuello tan rápido como pudo, sintiendo náuseas al comprender que seguía con vida cuando llegaron: nada podría haber sobrevivido a una experiencia como aquella. Observó con más detenimiento los tablones del suelo. Tal vez no había percibido el olor a putrefacción porque lo que conservaba ahí debajo, fijando el círculo de poder, tampoco estaba muerto.

Walter emitió un gruñido, y Charles se hizo eco del sentimiento.

– Lo dejó con vida -musitó Anna.

– Sí. Y sabrá que nosotros lo matamos. -Charles limpió el cuchillo en el saco de dormir y volvió a guardarlo en la funda.

– ¿Qué hacemos ahora?

– Quemar la cabaña -dijo Charles-. La mayor parte de la brujería consiste en pociones y hechizos. Si quemamos su centro de poder, la debilitaremos un poco.

Y también liberarían lo que fuera que estuviera atrapado bajo la cabaña. No quería decirle aquello a Anna si podía evitarlo.

Anna encontró una lata medio llena de veinte litros de gasolina junto al todoterreno, y Charles roció el catre y la leña que había acumulado en el centro de la cabaña. Envió a Anna y a Walter lejos de la construcción antes de encender la yesca con una cerilla. La gasolina le quemó la nariz cuando el fuego se extendió rápidamente. Esperó hasta asegurarse de que ardía con la suficiente intensidad para consumir toda la cabaña y se marchó.

Se acercó a Anna y a Walter a paso ligero. Cuando estuvo junto a ellos, cogió la mano de Anna y la alejó aún más al sentir una picazón entre los omoplatos. Cuando la cabaña explotó, estaban a unos cincuenta metros de distancia, pero, a pesar de eso, la explosión los lanzó al suelo.

Anna levantó la cabeza de la nieve y escupió algo que se le había metido en la boca.

– ¿Qué ha ocurrido? ¿Guardaba dinamita o algo así?

Charles se dio la vuelta y se quedó sentado en el suelo, intentando no demostrar lo doloroso que resultaba caer al suelo con una herida en el pecho.

– No lo sé. Pero a veces la magia y el fuego tienen un extraño efecto sinérgico.

Observó el lugar donde había estado la cabaña y silbó sonoramente. Prácticamente no quedaba nada, solo unas cuantas piedras en el suelo que indicaban la presencia anterior de una chimenea. Los restos del todoterreno y de la cabaña estaban esparcidos por todas partes y llegaban casi a sus pies; los árboles más cercanos a la cabaña se habían astillado como mondadientes.

– Guau -dijo Anna-. ¿Estás bien, Walter?

El lobo se acercó hasta sus pies y se restregó contra su pierna mientras la miraba con ojos que trasmitían adoración.

– La bruja sabía que iríamos tras ella -dijo Charles-. Intentó ocultarnos este lugar. No percibí su rastro cuando Walter y yo rodeamos la cabaña. ¿Y tú, Walter?

El gran lobo tampoco había olido nada.

– Entonces ¿qué hacemos?

– Pese a todos nuestros temores, creo que ha llegado el momento de avisar a mi padre. -Charles sonrió a Anna-. No estamos muy lejos del coche, y además ya sabe que algo ha salido mal. Anoche me despertó, por eso supe que estabas en peligro. No es precisamente estúpido, y conoce a unas cuantas brujas a las que podemos recurrir.


* * *

Bran llevaba varias horas corriendo cuando les oyó.

– Te dije que lo más probable era que enviara a Tag si Charles tenía problemas -dijo Asil-. Te dije que no cometería la locura de venir él en persona.

Bran hincó las cuatro patas en la nieve y se detuvo. Aunque Asil no había hablado muy alto, sabía que Bran no tendría dificultades para escucharle. Lo que significaba que era demasiado tarde para huir.

Las brujas pueden ocultarse en pleno día si ejercen algún upo de control sobre uno. Y como evidentemente Asil no estaba hablando con Charles, supo que se encontraba bajo la influencia de la bruja. Pero Asil también estaba bajo la influencia de Bran. Aquello era suficiente para que un hechizo de ocultación funcionara a ojos de Bran.

Se dio la vuelta para mirar a Asil y vio que se encontraba sobre un pedrusco del tamaño de un elefante. A su lado, una mujer más bien menuda estaba hecha un ovillo para protegerse del frío y se agarraba a Asil como si pensara que el viento la iba a arrancar de la roca.

– No sé qué le hace creer que Tag lo haría mejor que yo -continuó Asil con frialdad.

Sus ojos brillaban con fuego, pero el resto de su rostro y su lenguaje corporal encajaban con la voz.

– Ven aquí, señor -ronroneó la mujer, prestándose al encuentro mientras descendía de la roca con una elegancia poco habitual.

Tenía acento americano excepto cuando hablaba en español. Una parte de él se sorprendió al descubrir que llevaba allí el tiempo suficiente como para haber cogido el acento americano. Aunque tenía un oído demasiado bueno como para no reconocer cuál era su lengua materna, incluso si no hubiera sabido que estaba persiguiendo a la bruja que asesinó a la pareja de Asil en España. Y otra parte de él se sentía asombrada ante la destreza lobuna con que saltó de la roca tras Asil. Ningún humano podía moverse de aquel modo, fuera o no una bruja. Sin embargo, cuando la madre de Bran lo esclavizó, se había movido de un modo similar.

Se hubiera quedado horrorizado de no ser porque sucedió algo aún peor: Bran se acercó a ella cuando le llamó como la mascota bien adiestrada que un día había sido… hacía mucho, mucho tiempo.

– Tag -dijo la bruja en un ronroneo mientras caminaba a su alrededor-. Colin Taggart. Un poco pequeño… para ser un hombre lobo.

Bran era consciente, pese a que la bruja parecía no serlo, de la tensión con que Asil esperaba el momento en que se diera cuenta de que no le había contado la verdad. Aunque tampoco le había mentido. «Te dije que enviaría a Tag» no era lo mismo que «Mira, ahí está Tag». Asil hacía un gran esfuerzo por mantener el engaño, y Bran se lo agradeció, sabedor de la dificultad que entrañaba moverse por aquella línea tan delgada.

Por el miedo que irradiaba, Asil conocía las consecuencias a que habría de enfrentarse una bruja que intentara convertir a Bran en su mascota. No había mucha gente que recordara lo que había ocurrido cuando Bran logró finalmente liberarse de su madre: Samuel, Asil… No pudo recordar a una tercera persona, de aquello hacía mucho tiempo. De igual modo, las brujas ya no recordaban por qué se había prohibido la práctica de convertir a un hombre lobo en mascota o en familiar… aunque tampoco quedaban muchas con el poder para hacerlo.

Bran decidió esperar. En primer lugar porque la bruja podía cometer un error, sobre todo si no sabía a quién estaba controlando. Y, en segundo, porque temía que en aquella ocasión nadie podría matarlo. La última vez le había ayudado Samuel… pero Samuel ya no estaba tan seguro de sí mismo como antes.

Habría de vencer el control al que le tenía sometido la bruja con sangre y carne, y el único vínculo de carne y sangre era el que le unía a su manada. Debía de haber utilizado a Asil para introducirse en la manada… pero ¿cómo?

Mientras la bruja le observaba, Bran rastreó su vínculo con Asil para dar con algo que oliera a bruja mientras prestaba muy poca atención a las palabras que le dirigía esta. Con la destreza adquirida a lo largo de los años, Bran se deslizó suavemente a través de Asil y encontró a una mujer muerta; solo podía tratarse de la pareja de Asil. Imposible.

Nadie podía establecer un vínculo con una mujer muerta: lo sabía porque cuando murió Blue Jay Woman, la madre de Charles, él había intentado sujetarse a ella.

No obstante, lo imposible se hacía posible cuando añadías una bruja a la mezcla.

No podía seguir explorando más: la mujer estaba muerta, y su vínculo pasaba a través de Asil… pero el único modo de que el control de la bruja sobre él funcionara era mediante una relación estrecha con la pareja de Asil. De aquel modo podría aplicar su magia al vínculo para dominar a todos los lobos de Bran.

Se tomó su tiempo para observar con frialdad a Asil. Este tenía que saber que el vínculo con su pareja fallecida estaba intacto, y tendría que habérselo contado. Tenía la sensación de que debería haberle contado muchas cosas.

La bruja había encontrado el modo de mantener intacto el vínculo de apareamiento mientras mataba a Sarai.

Aborrecía a las brujas.

– Colín Taggart -volvió a ronronear la bruja-. Ahora me perteneces. Tu voluntad es mía.

Bran sintió cómo su magia le recorría el cuerpo. Una parte de la misma se deslizó más allá de él como miel sobre una tostada: acumulándose aquí y allá de forma irregular. Pero entonces se fijó y solidificó al tiempo que la bruja daba vueltas a su alrededor y susurraba las palabras del hechizo. No le dolió, más bien le produjo una sensación de claustrofobia, y cuando intentó moverse, no pudo.

El pánico hizo acto de presencia y algo enterrado tiempo atrás empezó a removerse en su interior. Tomó aire con dificultad e intentó apartar a la bruja de su conciencia. El pánico era extremadamente peligroso; mucho más que la bruja.

De modo que dirigió su atención a otras cosas.

En primer lugar, intentó aislar a Asil de la manada. Si lograba romper el vínculo entre él y Asil, podría disponer de una oportunidad para liberarse de la bruja. Debería ser capaz de hacerlo, pero las singularidades del vínculo de Asil con su pareja y el modo en que ésta lo había retorcido obstruían la magia de la manada hasta tal punto que llegó a la conclusión de que no conseguiría aislar a Asil de nadie: ni de Sarai, ni de la bruja, ni de Bran, ni siquiera mediante una ceremonia de destierro de sangre y carne.

La bruja modificó el ritmo de su canto y Bran sintió cómo su control se tensaba a su alrededor hasta que le resultó imposible respirar… No.

Ignoró a la bruja completamente y se dispuso a minimizar el daño lo mejor que pudo.

Comprimió las conexiones que le unían a la manada hasta que prácticamente dejó de percibirlas. Si hubiera tenido una manada normal, podría haberse arriesgado a soltar las riendas totalmente. Sin embargo, muchos de sus lobos no podían quedarse solos durante mucho tiempo. Comprimir los vínculos les protegería de la magia de la bruja, y dificultaría cualquier intento de ésta por utilizarlos.

A él había logrado controlarlo a través de Asil, pero si podía evitarlo, la bruja no contactaría con nadie más de su manada. Si Asil continuaba haciéndole creer que era Tag, ni siquiera sabría hacia dónde debía mirar.

En la manada había unos cuantos lobos viejos cuyo control se había debilitado mucho: se los entregó a Samuel, aislándolos de él completamente. Para Samuel sería una situación difícil, pero los lobos conocían a su hijo y no se quejarían. Samuel podría ocuparse de ellos durante un rato.

No sabía si la bruja, quien evidentemente tenía unos cuantos atributos de hombre lobo, conocería a estos lo suficiente como para contrarrestar lo que intentaba hacer, pero le dificultaría las cosas tanto como pudiera. Como mínimo la retrasaría.

Aunque lo que realmente le preocupaba era que cuando… si perdía la cabeza, no quería arrastrar a toda la manada con él. Alguien -Charles era su mejor opción, aunque Asil también podría hacerlo- tendría que matarlo.

Bran terminó su trabajo antes de que la bruja concluyera el suyo. Hacía siglos que no sentía aquella soledad en su propia mente. En otras circunstancias, incluso habría disfrutado de ella.

No opuso resistencia cuando la bruja chasqueó los dedos y le obligó a seguirla. Él caminaba a su izquierda mientras Asil, en forma humana, la escoltaba por la derecha.

De algún modo, Bran supo que la bruja no había reconocido la presencia de la criatura-sombra que caminaba junto a Asil. Él mismo no habría reparado en ella de no haber sido por las casi imperceptibles marcas en la nieve que recordaban a la zarpa de un lobo; pese a todo, podía olerla, tanto a ella como la magia que se agitaba en su interior.

Guardianes, así llamaban a aquellas cosas. Siempre había pensado que era un nombre demasiado carismático para tales aberraciones. Cuando descubrió que la familia que dominaba aquel hechizo había sido aniquilada, se había sentido aliviado. Obviamente, la información no era del todo correcta. Aunque jamás había oído que convirtieran a un hombre lobo en su mascota, ni siquiera en la cumbre de su poder.

Bran miró a Asil, pero no supo si el Moro era consciente de que una parte de su pareja les acompañaba, como si hubiera sido reclamada tantas veces que había acabado por tener una presencia independiente de la llamada de su creador. Los guardianes, recordó, eran destruidos cada siete años para evitar situaciones como aquella. El lobo de Sarai tenía más de doscientos años. Se preguntó hasta dónde llegaba su autonomía.

– Dime, Asil -le ordenó la bruja. Caminaba del brazo de Asil, como si este fuese un caballero de otra época y ella una dama paseando por una sala de baile en lugar de por un bosque cubierto por dos metros de nieve-. ¿Qué sentiste cuando Sarai decidió protegerme en lugar de seguir siéndote fiel?

Sus palabras eran sinceras; realmente creía que Sarai había tomado una decisión. Por la vacilación en el ritmo regular de sus pasos, Bran supo que Asil también se había dado cuenta.

– ¿Es eso lo que hizo? -preguntó.

– A mí me quería más que a ti -dijo la bruja-. Yo soy su mariposa, y se preocupa por mí.

Asil se quedó un rato en silencio y después dijo:

– Creo que hace mucho tiempo que no eres la mariposa de nadie.

La bruja se detuvo y pasó repentinamente al español.

– Mentiroso. Mentiroso. No sabes nada. Ella me quería. ¡A mí! Se quedaba conmigo cuando tú te marchabas de viaje. Solo me envió lejos por tu culpa.

– Te quería -aceptó Asil-. Hace tiempo. Ahora ya no existe. Ya no puede querer a nadie.

Mirando de soslayo las casi imperceptibles pisadas sobre la nieve a pocos centímetros de las de Asil, Bran no estuvo tan seguro de aquello.

– Siempre fuiste un estúpido -le dijo la bruja-. La obligaste a que me enviara a otro lugar. Ella prefería que me quedara en su casa, donde pertenecía.

– Eras una bruja, y no tenías control sobre tus poderes – dijo Asil-. Necesitabas adiestramiento.

– Tú no me enviaste a que me adiestraran -gritó ella con lágrimas en los ojos mientras liberaba su brazo y daba un paso atrás-. Me enviaste a la cárcel. Y lo sabías. Leí las cartas que le enviabas. Sabías qué tipo de adiestramiento ofrecía aquella bruja. Linnea no era una maestra, era una carcelera.

Asil miró a la bruja con el rostro completamente pálido.

– Solo teníamos dos opciones: enviarte con Linnea o matarte. Linnea tenía reputación de ser una buena rehabilitadora.

– ¿Rehabilitación? ¡Yo no hice nada malo!

Golpeó el suelo con los pies como si aún fuese una niña pequeña y no una bruja con cien años más de los que aparentaba.

– ¿Nada? -dijo Asil con frialdad-. Intentaste envenenar a Sarai, dos veces. La gente del pueblo perdía a sus animales de forma inexplicable. Y te hiciste pasar por Sarai para colarte en mi lecho. Creo que Sarai te lo hubiera perdonado todo menos eso.

La bruja dio un alarido: un grito de rabia incomprensible, casi inhumano. Y, lejos de allí, se produjo una explosión.

La bruja se quedó petrificada donde estaba y, poco después, inclinó la cabeza y se llevó las manos a las sienes. Bran sintió cómo se debilitaba su control. Aprovechó la ocasión para atacar, aunque no físicamente. Aún no tenía control sobre su cuerpo.

Recurrió a los vínculos, como ella había hecho, lanzando su ira a través de la conexión entre Asil, Sarai y más allá. Si hubiera dispuesto de cinco minutos, o incluso tres, habría conseguido librarse de ella. Modificó el vínculo que la unía a Sarai, pero no lo suficiente.

La bruja se recuperó demasiado pronto… pero a un alto coste. Lo apartó del vínculo y cubrió con un hechizo los enlaces para que no volviera a hacerlo. Cuando terminó, Bran seguía siendo su lobo, pero a ella le manaba sangre de la nariz.

– Me dijiste que era un lobo menor -escupió la bruja, y Bran pensó que, de no haber estado tan afectada, habría matado a Asil en aquel preciso instante-. Y yo te creí… como también te creí cuando me dijiste que me enviabas a otro lugar por mi bien. Tendría que haberlo sabido. Bran es muy listo. Cuando fallasteis, tú y el otro lobo, Bran enviaría lo mejor que tenía. Solo sabes mentir, aunque crees decir la verdad.

…No quieres creerme -dijo Asil-. Pero puedes saborear la verdad… el vínculo que te une a Sarai es muy fuerte. Eras un peligro tanto para ti como para los demás. Lo hicimos por tu propio bien. Era eso o tu muerte.

La bruja le apuntó con un dedo tembloroso.

– Cállate.

El rostro de Asil perdió la compostura e hizo una mueca. Cuando continuó, lo hizo con una voz jadeante preñada de dolor.

– Lo que has hecho es una abominación. La cosa en la que has convertido a Sarai no te quiere. Te sirve como lo haría un esclavo, sin la posibilidad de elegir, corno yo. No puedes manipular a Bran. Te matará… y tú serás la única responsable.

– No moriré -le gritó la bruja-. No lo hice cuando Linnea intentó matarme. Ella no sabía lo poderosa que era ni las cosas que me había enseñado mi madre. La maté, a ella y a sus alumnos, y estudié los libros que tenía en su casa. Durante meses te escribí y firmé las cartas con su nombre mientras seguía estudiando. Pero sabía que moriría sin alguien que me protegiera. Mi madre también había muerto. De modo que convertí a Sarai en mi guardiana, y ella me entregó su larga vida para no separarse jamás de mí. No se puede hacer algo así contra la naturaleza de uno. No se puede. Si funcionó significa que tenía que quererme mucho.

Aquello no era cierto para el hechizo del guardián, pensó Bran, pero podía serlo para el vínculo que le permitió a la bruja de Asil compartir la inmortalidad de un hombre lobo. Tal vez por eso lo había utilizado su madre, en lugar de la mascota que usó en su Transformación y la de su hermano Samuel.

– ¿La querías? -le preguntó Asil.

– ¡Por supuesto que la quería!

Asil hizo una mueca y le dijo un susurro:

– Yo hubiera dado la vida por ella, y tú se la arrebataste. No tienes ni idea de lo que es el amor.

De repente, la bruja se calmó. Irguió con majestuosidad la barbilla y dijo:

– Viviré mucho más que tú. Vamos, tengo asuntos que resolver. -Observó a Bran desde arriba-. Y tú también, Colin Taggart. Hay cosas que requieren nuestra atención.

Bran envió una pregunta a Asil sin estar seguro de si la magia de la bruja lo permitiría: ¿Hasta qué punto es importante que no sepa quién soy? Su madre se había asegurado de que la única con la que pudiera comunicarse telepáticamente fuese ella. Pero aquella bruja no pertenecía a la familia de su madre, de modo que debería funcionar.

La bruja alargó una mano como lo haría una emperatriz y Asil le ofreció su brazo.

– Bien, ¿cuánto crees que tardará Bran en venir en persona? ¿Y cuántos lobos traerá con él?

Asil observó a Bran, y en cuanto estuvo seguro de que la bruja no le miraba, señaló con los ojos al cielo respondiendo a la pregunta de este. Era muy importante que ella no supiera quién era.

– Pronto -le dijo Asil a la bruja-. Y no creo que traiga ningún lobo. En cuanto sea tuyo, también lo será su manada.

La última frase estaba dirigida a Bran. De acuerdo, por ahora había protegido a la manada lo mejor que había podido.

– Bien -dijo la bruja-. Ocupémonos de su hijo y de esa puta metomentodo. Tal vez le prepare un regalito a Bran, un regalo de bienvenida. ¿Qué crees que le gustará más? Una piel de lobo o una humana. La de lobo es suave y cálida, pero la piel humana es mucho más horripilante, y más útil. Llévame hasta Charles.

Algo se removió en su interior: el guerrero reclamaba su presencia. Lo dominó, y él hizo lo mismo. Sabía que Charles era un lobo viejo y astuto, un cazador experimentado. Si la bruja aún no lo había hecho suyo, si era el responsable de aquella explosión, entonces Charles sabía a lo que se enfrentaba. No le cogería por sorpresa.

Cuidado, hijo. La bruja te busca. Corre.


* * *

Charles había esperado que la bruja les siguiera, pero no percibió ningún rastro de ella mientras se dirigían al Humvee. El lugar donde las cosas dejaron de estar solo en sus manos.

– ¿No es esa tu camioneta? -le preguntó Anna.

– Sí -dijo lúgubremente.

Abrió la puerta y dejó que el olfato le dijera lo que ya sabía. Su padre la había traído hasta allí. La cabina estaba fría. Hacía horas que se había marchado.

Como le había indicado Tag, no tardó en encontrar cobertura.

La llamada al móvil de su padre reveló que el aparato estaba en los pantalones que había dejado perfectamente doblados en el asiento de la furgoneta. La llamada a la pareja de su padre solo sirvió para confirmar algo que ya sabía: su padre había salido en mitad de la noche y a Leah no le caía mucho mejor el primogénito de su padre por ello. Samuel fue más útil, aunque a Charles no le gustó nada lo que tenía que decirle.

Charles cortó la llamada tras unos minutos bastante insatisfactorios.

– ¿Lo has oído?

– Tu padre sabe que podemos estar persiguiendo a la bruja que mató a la pareja de Asil. Sabe que Asil vino a buscarnos.

Anna le tocó el hombro.

En un intento por descubrir dónde estaba su padre, Charles reunió la magia que había heredado de su madre e intentó contactar con la manada.

– ¿Charles?

Se sorprendió al descubrirse completamente petrificado. Sentía la cabeza como si alguien se la hubiese golpeado con un garrote, y tuvo que pestañear un par de veces para ver algo. Lo único que se le ocurrió parecía inconcebible: su padre estaba muerto.

– Charles, ¿qué ocurre?

Levantó una mano al tiempo que se concentraba en la oscuridad que siempre había sido su vínculo con su padre, y a través de él, con el resto de la manada. Lo que encontró le permitió recuperar el aliento.

– Papá ha desconectado los vínculos con la manada. -Observó a Anna con una sonrisa tan lóbrega como lo que sentía en su interior-. No está muerto. No han desaparecido.

– ¿Por qué haría algo así? ¿Qué pretende?

– No lo sé. -Miró a Anna-. Quiero que cojas a Walter y que os marchéis a Kennewick, Washington, donde está mi hermano.

Anna se cruzó de brazos y le miró con su habitual gesto pertinaz.

– No. Y no vuelvas a intentarlo. He notado el empujón. Puedes ser todo lo dominante que quieras, pero recuerda que conmigo no funciona. Si la bruja está usando los vínculos de la manada, Walter y yo somos tus ases en la manga. No voy a dejarte aquí, y no vuelvas a intentarlo.

Charles la miró con el ceño fruncido, una mirada que había intimidado a gente mucho mayor y poderosa que ella, y Anna le golpeó con el dedo en el esternón.

– No funcionará. Si me dejas aquí, te seguiré.

No estaba dispuesto a atarla, el único modo, concluyó, de impedir que le siguiera. Resignado a su suerte, Charles volvió a organizar otra caminata por el bosque. Viajarían con poco peso. Rellenó la mochila de Anna con más comida, un equipo para hacer fuego y el cazo para calentar agua. Encontró el par «le raquetas que vivían en el asiento trasero de su furgoneta durante el invierno. Todo lo demás lo dejó en el vehículo.

– ¿Crees que ya la habrá encontrado? -preguntó Anna mientras regresaban a las montañas tras el rastro de su padre.

– No lo sé -dijo él, aunque temía que sí.

A menos que Bran pudiera leer las mentes, el único modo por el que Bran podía saber que la bruja estaba usando la magia de la manada contra ellos era haberlo visto directamente.

Le hubiera gustado estar seguro que seguir a su padre era más inteligente que meterse en el coche y conducir hasta el sur de México. Una parte de él quería creer en el mito de la invulnerabilidad del Márrok, pero una parte más pequeña, la que no había podido hacer nada para evitar contestar obedientemente a las preguntas de la bruja, sabía demasiado bien que su padre era una persona real, por muy viejo y poderoso que fuera No era invulnerable.

Charles respiró hondo. Estaba completamente agotado, aparte del dolor en el pecho y la pierna. Estaba mucho peor que aquella mañana. No era estúpido, sabía la razón. Su padre le había estado prestando fuerzas de la manada.

Pese a las raquetas de emergencia, le resultaba difícil avanzar. Si la bruja tenía a Bran, las posibilidades de sobrevivir se reducían considerablemente.

No se lo dijo a Anna. No porque pensara que se asustaría, si no porque al verbalizar sus miedos, temía hacerlos más reales. De todos modos, Anna ya lo sabía; lo veía en sus ojos.

Cuidado, hijo. La bruja te busca. Corre.

– Muy útil, papá -dijo en voz alta-. ¿Por qué no me dices dónde estás o hacia dónde te diriges?

– ¿Charles?

– Mi padre puede hablar telepáticamente -le dijo él-. Pero, según él, no puede escuchar. Lo que significa que cuando te dice algo, no puedes rebatirle ni decirle lo que necesitas.

– ¿Qué te ha dicho?

– La bruja le tiene, y viene a por nosotros. También tiene a Asil, por lo que puede encontrarnos. No me dio ninguna información útil, como, por ejemplo, dónde están ahora o algo así.

– Te ha dicho que te marches.

– Me ha dicho que huya -gruñó Charles. Con los vínculos de la manada en aquel estado, las órdenes de su padre eran más bien sugerencias-. No voy a abandonarlo a la bruja.

– Por supuesto que no -dijo Anna-. Pero vamos en la dirección equivocada.

– ¿Qué quieres decir?

– Irán a la cabaña que volamos por los aires. Charles se detuvo para observarla.

– ¿Por qué crees eso?

– Si le pide a Asil que nos encuentre, él la llevará a la cabaña… para darnos la posibilidad de escapar. -Anna le miró con una sonrisa cansada-. Asil tiene mucha práctica con las órdenes de cobertura; yo también he oído las historias.

Encajaba con el modo de proceder del viejo bastardo. Si no hubiera estado tan agotado, a él también se le habría ocurrido. Su padre tenía razón: deberían echar a correr. Todos sus instintos le decían lo mismo. Pero mientras existiera una posibilidad de salvar a Bran, Charles no podía abandonarlo a su destino. Su padre solía decir que escuchar tus instintos no es lo mismo que obedecerlos ciegamente.


* * *

Anna comprendió el impulso que había llevado a Charles a intentar enviarlos, a ella y a Walter, con su hermano para alejarlos del peligro. Ella sentía lo mismo.

El ritmo de Charles era cada vez más lento. En parte por un terreno que tenía unos cinco centímetros de nieve en un punto y poco después te cubría hasta la cadera, y que, pese a las raquetas, resultaba agotador. Aunque sobre todo, sospechaba Anna, era por culpa de las heridas.

Walter, aún en forma de lobo, se había colocado junto a Charles y le marcaba el paso sin molestarlo, ofreciéndole el hombro.

Cuando Anna vio que Charles empezaba a temblar, se detuvo.

– Transfórmate.

Sabía que no serviría de mucho, pero el lobo repartiría el peso en cuatro patas en lugar de dos. El lobo generaría más calor que el humano, y su pelaje lo retendría. Sabía por experiencia que el lobo funcionaba mejor que el humano cuando se estaba herido.

El hecho de que no discutiera y empezara a quitarse la ropa era un indicativo del cansancio al que estaba sometido Charles, guardando cuidadosamente bajo un arbusto las raquetas, los vendajes, las botas y la ropa.

Al quedarse desnudo, Anna pudo comprobar el estado de todas sus heridas. Parecía una horrible y abierta profanación de la suave perfección del músculo y el hueso.

Charles se puso en cuclillas para evitar caer desde tan alto si perdía el equilibrio al transformarse. La nueva perspectiva del agujero de bala en la espalda le permitió comprobar a Anna que estaba en mejor estado que el día anterior. A pesar de todo, se estaba curando.

La transformación no le llevó más tiempo del habitual. Sobre las costillas del lobo, el agujero de bala tenía un aspecto extraño: las heridas de entrada y de salida ya no estaban alineadas; la de salida, mucho mayor, se situaba ahora por encima de la de entrada.

– Debemos descansar y comer antes de llegar a la cabaña -le dijo Anna-. No le serviremos de nada a tu padre si estamos agotados.

Charles no respondió, se limitó a bajar la cabeza y seguir a Walter.

El atajo de Walter los obligó a circular por un terreno muy agreste, por lo que Auna se pasó el rato maldiciendo sus raquetas y la vegetación que se le enganchaba en la ropa y en el pelo. Cuando avanzaban por una pendiente escabrosa, los dos lobos se detuvieron en seco y se tumbaron en el suelo.

Anna les imitó mientras intentaba descubrir qué les había alarmado.

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