Aunque Charles sintió el impulso de bajar de la colina lo más rápido posible en cuanto la bruja desapareció, dirigió el descenso con un ritmo lento y controlado para permitir a Anna seguir su paso fácilmente con las raquetas.
A medida que se aproximaban, los árboles y matorrales les ocultaron el lugar donde esperaban Asil y su padre. Precavidamente, Charles aminoró el paso y se detuvo.
Miró a Anna y después a Walter. Ella asintió en silencio y se agachó. Walter adoptó la posición del soldado que era. Si no hubiese sido por él, Charles se habría quedado allí. No estaba dispuesto a arriesgar la vida de Anna por una corazonada. Pero si ocurría algo, Walter la protegería, de modo que Charles podía permitirse el riesgo.
Cuando Charles apareció en el claro, Asil ya había terminado su plegaria, pero permaneció arrodillado y con la cabeza inclinada, como si se esforzara por no ofender al Marrok.
– Lentamente -musitó sin levantar la cabeza. Asil siempre había tenido un oído privilegiado, o tal vez había reconocido a Charles con el olfato-. Estamos unidos a ella, tu padre y yo. Debo obedecer a la bruja como si fuera mi Alfa. -Finalmente giró la cabeza y cruzó una mirada desesperada con Charles-. A tu padre lo tiene atado más fuerte. Descubrió quién era y le arrebató su voluntad como un titiritero que le pone los hilos a sus marionetas. Espero -continuo Asil con la misma voz suave- que cuando termine de transformarse continúe bien. -Se rascó el mentón con gesto cansado-. Tengo que esperar para comprobarlo, pero tú no. Coge a tu pareja y huye; reúne a la manada en Aspen Creek y escóndela en los confines de la tierra. Si la bruja logra controlarle, todos los lobos que le deben lealtad serán suyos. Está como una cabra, aunque nunca ha sido muy estable, pero ahora está unida al lobo muerto de Sarai. Los vivos y los muertos nunca han hecho muy buena pareja.
Charles esperó.
Asil le miró con una sonrisa fugaz.
– Creo que ha subestimado su poder. Si no logra controlarle… -Miró a Bran-. Bueno, entonces, perdito, será mejor estar muy lejos de aquí.
Bran se puso en pie con dificultad y permaneció de aquel modo como un potrillo recién nacido, con las piernas separadas para no volver a caer. Sus ojos no trasmitían nada. Nada en absoluto.
Si no hubiese sido por el nudo helado que empezó a formarse en su estómago, un regalo de su padre, Charles habría creído que estaba completamente derrotado.
Una nueva transformación, pensó Charles, y quizá podría llevar a cabo otra más, aunque iba a tener el dolor de cabeza del siglo. No era la primera vez en su vida que deseaba tener la capacidad de su padre para hablar directamente con la mente de las personas. Le hubiera ahorrado mucha energía.
Se transformó, confiando en que Asil esperara hasta poder hablar con él. Le costó un poco más de lo habitual, y temió tener que quedarse en forma humana más tiempo del que había calculado.
Pero finalmente lo consiguió. Pese á quedar completamente desnudo, no tenía tiempo de satisfacer su modestia.
– Es demasiado tarde, ya viene para aquí -le dijo Asil-. Cuando una bruja ejerce este tipo de control, puede ver a través de sus ojos. -Su hermano ya le había informado sobre aquello-. Para ella son golems vivientes.
Asil cerró los ojos.
– Estamos condenados.
– Pierdes muy fácilmente las esperanzas -dijo Charles. No podía hablarle de Anna y Walter sin arriesgarse a que la bruja también se enterara-. Nuestra manada dispone de una Omega. Quizá con eso sea suficiente.
– ¿Sabes lo que era? -le preguntó Asil.
– Sí.
Asil miró al Marrok.
– Mátalo ahora, si puedes. Si le quieres, si te preocupa la manada.
Charles miró a su padre. Tenía un aspecto frágil, todo lo frágil que podía parecer un hombre lobo. No parecía poder inspirar mucho miedo en los corazones de aquellos que le contemplaran, como mucho confundirlos.
Charles se puso a reír con aspereza.
– Si crees que puedo matarlo, te has vuelto loco. Es el Marrok, y no está ni la mitad de débil de lo que parece. Nunca creas a tus ojos cuando se trata de mi padre.
Era la verdad, y además él estaba herido. Le hacía daño hasta respirar.
Debería marcharse, pensó Charles mientras los ojos sin vida de su padre le examinaban. Ya había demostrado que la bruja podía controlarle a su antojo. Solo podía ser un estorbo.
Quédate. Te necesito.
– ¿Para qué? -preguntó.
Le miró, pero incluso con la voz de su padre en su cabeza, solo pudo distinguir una bestia muda en los ojos del Marrok.
Porque eres el único al que sé que no mataré.
Anna se cubrió el cuerpo con los brazos mientras escuchaba atentamente la conversación. Sabía que Charles contaba con ella; que ella y Walter eran sus ases en la manga.
El problema era que no se sentía precisamente un as. Tal vez una pareja, o un comodín, pero no un as. Walter había estado en el ejército, por lo que era una apuesta más segura.
– ¿Conoces este lugar? ¿Podríamos acercarnos un poco más y seguir ocultándonos? -le susurró a Walter.
El lobo empezó a avanzar manteniendo la distancia que los separaba de Charles y Asil. Anna le siguió haciendo tan poco ruido como pudo. Walter se movía entre los árboles como Charles, como si formara parte del bosque.
La llevó más cerca de lo que creía posible, hasta un viejo árbol con un denso ramaje que llegaba al suelo a no más de diez metros de donde el Marrok se mantenía sobre sus cuatro patas y observaba fijamente a su hijo.
El hombre lobo se agitó bajo las ramas y Anna avanzó con las manos y las rodillas hasta llegar a una cueva oscura y seca cubierta por una alfombra de viejas agujas que se clavaron en todas las partes de su cuerpo que no protegía la ropa pero que, al menos, acolcharon sus rodillas. Se arrastró sobre ellas y se tumbó sobre su estómago para poder ver por debajo de las ramas y más allá de los árboles.
Estaban un poco más altos que Charles, y, según pudo comprobar, con el viento en su contra. Debía transformarse. Como lobo era más fuerte y disponía de garras y colmillos en lugar de las simples uñas. No obstante, cuando lo intentó, comprendió que era demasiado pronto y que no iba a conseguirlo. El mero esfuerzo la dejó cansada y temblorosa.
Walter se acomodó a su lado, y el calor que desprendía su enorme cuerpo le permitió darse cuenta de lo frío que estaba el suyo. Se quitó un guante y enterró la mano en su pelaje para calentarla.
– ¿Está hablando contigo?
Charles hizo un gesto con la mano para indicarle a Asil que guardara silencio. Necesitaba tiempo para pensar. Su padre tenía un plan, eso estaba claro. Pero no parecía dispuesto a compartirlo con nadie… si podía evitarlo.
– ¿Qué quiere la bruja de mí? -preguntó Charles.
– No lo… -El rostro de Asil se iluminó con una extraña expresión-. Sarai cree que quiere matarte para doblegar a tu padre y recuperar el poder que perdió cuando destruiste su cabaña. Creo que ya ha hecho esto antes, me refiero a asumir el control de una manada. Por las palabras de Sarai, parece ser una especie de patrón. -Hizo una pausa-. Aunque, si no me equivoco, todos acabaron muriendo. Bueno, no exactamente. Más bien se fueron debilitando hasta que no quedó nada de ellos. -Se llevó las manos a las sienes, como si le doliera la cabeza.
Ah, pensó Charles a medida que notaba aumentar su adrenalina, los lazos del amor son muy fuertes. Tal vez la bruja acabara perdiendo a Sarai a manos de Asil.
Dejó de lado aquel pensamiento y se concentró en lo que le había dicho Asil.
– Se llevará una sorpresa cuando intente controlar a la manada de mi padre -dijo-. Según Anna, somos una pandilla de psicóticos.
Asil sonrió sin mucha convicción.
– Y no anda muy desencaminada.
Charles alargó una mano y ayudó a Asil a ponerse en pie; se tambaleó ligeramente, como si estuviera borracho.
– Pareces un poco cansado. ¿Estás herido?
Asil se sacudió la nieve de la desgarrada pernera pese a que estaba completamente empapada.
– No. Solo unos cuantos rasguños. Y la ropa hecha jirones. -Miró a Charles con sorna-. Al menos yo tengo ropa.
Charles estaba demasiado cansado para el estúpido juego de superar a los competidores.
– De modo que la bruja pretende matarme -dijo mirando a su padre e intentando descubrir qué tenía en mente el viejo lobo.
– Tal vez. -Asil volvió a sacudirse la nieve de la pernera-. O le ordenará a él que lo haga… o a Sarai o a mí. Lo importante es tu dolor, tu muerte, no quién lo lleve a cabo. Siempre y cuando esté cerca para alimentarse de ella. Aunque creo que se lo ordenará a tu padre. Siempre ha disfrutado con el sufrimiento ajeno.
Si no hubiera estado pensando en el modo en que la presencia de Asil le había permitido a Sarai deshacerse del control de la bruja, probablemente no habría captado el auténtico significado de sus palabras.
Viejo lobo astuto. Charles observó a su padre con admiración.
– De modo que es eso. ¿Qué te ordenó hacer tu madre? ¿Matar a Samuel?
Asil enarcó las cejas, pero antes de poder decir nada, un lobo salió de entre los árboles como una exhalación. La bruja iba montada a horcajadas sobre él. Charles sintió la familiar frialdad asentándose en su interior: el Hermano lobo se preparaba para la lucha. Puede que su padre fuera un experto manipulando a la gente, pero no se encontraba precisamente en su mejor forma y había demasiados factores que nadie controlaba.
Sarai se detuvo fuera de su alcance, situándose entre la bruja y Charles, mientras Mariposa bajaba de su lomo. Parecía estar protegiéndola de un modo instintivo, como una madre cuidando a sus cachorros.
La bruja -ella se había referido a sí misma como Mary, aunque Asil la había llamado Mariposa- era más menuda de lo que recordaba, aunque tal vez lo parecía al estar junto a la pareja de Asil. En aquella ocasión no llevaba ninguna bufanda que ocultara su rostro. Parecía muy joven, como si la fealdad del mundo no le hubiera afectado nunca.
– Charles -dijo la bruja-. ¿Dónde está tu mujer?
Charles esperó, pero el impulso que le había obligado a responderle aquella vez no se produjo. Recordó los vínculos bloqueados de la manada y una esperanza repentina e intensa se extendió por todo su cuerpo. Su padre había resuelto uno de sus problemas.
– Está por aquí -le dijo.
Mariposa sonrió, pero sus ojos transmitían frialdad.
– ¿Dónde, exactamente?
Charles ladeó la cabeza.
– No donde los dejé.
El Hermano Lobo estaba seguro, aunque Charles desconocía cómo podía saberlo.
La bruja se quedó inmóvil, observando a Charles detenidamente, con los ojos entreabiertos.
– ¿Cuántos lobos tiene la manada de tu padre?
– ¿Incluyéndote a ti y a tu criatura?
Mariposa abrió un poco más los ojos.
– Mi, mi… parece ser que Asil no ha tardado mucho en contarte nuestros planes. Sí, por supuesto, incluyéndonos a nosotros.
– Treinta y dos… quizá treinta y tres.
No existía razón alguna para ocultarle una información que tampoco le serviría de mucho. Charles dudó si incluir a Samuel o no.
– Dime por qué debería dejarte vivir -dijo la bruja-. ¿Qué puedes hacer por mí que tu padre no pueda hacer?
Sarai estaba concentrada en Asil. Por lo menos ella estaba convencida de que la bruja tenía a Charles bajo su control. No iba a disponer de otra oportunidad como aquella.
Una de las ventajas de la experiencia era que no se dejaba llevar por los impulsos de la adrenalina ni la ansiedad.
– Deberías dejarme vivir porque es lo único que te mantiene con vida.
– ¿A qué te refieres?
Enarcó una ceja y ladeó la cabeza en un gesto casi lobuno.
¿Podía confiar en la evaluación de su padre? Bran confiaba en deshacerse del control de la bruja en cuanto esta le ordenara atacar y matar a su hijo.
Había otras cosas que Charles podía intentar. Tal vez se presentara la oportunidad de atacarla sin poner tantas cosas en peligro. Lo único que necesitaba era medio segundo y tenerla a su alcance mientras los otros no lo estaban.
Pero también podía luchar ahora. Era bastante improbable que la bruja bajara la guardia en algún momento.
Charles bajó la cabeza como si cediera ante su autoridad y musitó sus siguientes palabras muy lentamente; de forma inconsciente, la bruja dio un paso adelante para escuchar mejor:
– Mi pad…
Y en mitad de la segunda palabra, se abalanzó sobre ella con todas las fuerzas que aún le quedaban.
– ¡Sarai! -Gritó la bruja aterrorizada.
Si hubiera estado en plena forma, no habría sido suficiente. Pero sus movimientos se resintieron por el cansancio y las heridas. El lobo que había sido Sarai le golpeó como un tren de mercancías y le derribó, lanzándolo lejos de la bruja antes de que Charles pudiera contactar con ella.
Aunque confiaba en que la sorpresa le permitiera matar a la bruja en el acto, también había sido realista. Por tanto, se había preparado para la colisión: dejó que la fuerza del contacto fluyera a través de él mientras se alejaba de Sarai para evitar otra fractura en las costillas.
Ahora que la lucha había comenzado, las viejas heridas dejaron de molestarle. Eran simplemente un lastre: una de sus piernas era más lenta y sus golpes serían menos eficaces.
Al estar herido y en forma humana, la mayor parte de la gente podría pensar que el otro lobo disponía de cierta ventaja. Se equivocaban.
Si de verdad hubiera sido la pareja de Asil, Charles habría estado en un dilema. Pero no lo era. Charles lo sabía, incluso si el pobre Asil estaba atrapado en su vínculo de apareamiento, confundido por la habilidad de aquella pobre imitación para copiar el comportamiento de un ser vivo. Los espíritus de las montañas sabían que estaba muerta, y así se lo comunicaron al tiempo que le entregaban parte de su fuerza.
Sarai le dio un zarpazo en un costado, pero, al fin y al cabo, no era más que un simulacro de una loba Omega, mientras Charles se había pasado media vida cazando a otros hombres lobo y matándolos. Pese a sus heridas, era más rápido que ella; se movía a su alrededor como el agua sobre una roca. Treinta años de práctica en diversas artes marciales le daban una ventaja que ni siquiera la edad de Sarai podía superar.
Pese a dominar la pelea como quiso, estaba agotado y sabía que el combate decisivo estaba aún por llegar.
Anna se peleó con las correas de las raquetas. La nieve que se interponía entre ellos y Charles estaba pisoteada y no parecía tener más de quince centímetros de profundidad. Se movería más rápido sin ellas. Solo le faltaba saber cuándo iba a resultar más útil.
Si se hubiera quitado antes aquellas malditas raquetas anticuadas, habría intervenido en cuanto la loba atacó a Charles. Pero mientras Anna arrancaba y desgarraba los pasadores endurecidos por la nieve, vio que Charles tenía controlada la pelea. Se quedó donde estaba, relajada y dispuesta, mientras la maltrecha loba daba vueltas a su alrededor, buscando una salida. Más calmada, Anna se arrancó literalmente la otra raqueta. No podría volver a utilizarlas, nadie podría, pero ahora podía moverse cuando fuera necesario.
Por desgracia, no fue la única que se dio cuenta de quién llevaba la iniciativa de la pelea.
– Asil -dijo Mary-. Ayúdale.
El Moro miró fugazmente a la bruja, se quitó la camisa y la dejó caer al suelo. Se unió a la pelea con la calma del guerrero que conoce y acepta la muerte. Si Anna no hubiese estado tan preocupada por Charles, si hubiera estado viendo una película, se habría recostado tranquilamente a comer palomitas y disfrutar del espectáculo. Aunque en este caso la sangre era real.
Se inclinó hacia delante y se dio cuenta de que estaba aferrándole el cuello a Walter con una fuerza desproporcionada. Relajó la mano y le acarició el pelaje a modo de disculpa.
Asil pasó en un segundo de caminar hacia la zona del combate a correr con todas sus fuerzas. Pasó junto a Charles en un ángulo oblicuo y golpeó con el hombro a Sarai en la parte lateral del cuello. La loba cayó al suelo fláccidamente y Asil se la cargó al hombro y salió corriendo.
– ¡Asil!
Pero no era una orden, y Asil saltó una pendiente y aterrizó con la punta de los pies en la parte más escarpada de la colina. Por la velocidad a la que iba, podría haber llevado esquís.
Anna comprendió que por ayuda podían entenderse muchas cosas. Desde su refugio bajo el árbol, no podía ver a Asil, pero oyó el sonido de algo moviéndose rápidamente por la pendiente de la montaña, alejándose de cualquier otra orden.
Todo había ocurrido en unos veinte segundos. Anna había estado distraída, pero Charles no. Se abalanzó sobre la bruja, pero esta le lanzó algo que acabó cayendo sobre la nieve pisoteada. La fuerza del ataque le permitió a Charles seguir avanzando en dirección a la bruja mediante una extraña voltereta.
– ¡No! -gritó la bruja histéricamente al tiempo que intentaba apartarse de su camino. Anna tuvo que recordarse a sí misma que la bruja era muy vieja. Tan vieja como Charles pese a aparentar tener unos quince o dieciséis años-. Tengo que estar a salvo. ¡Sarai! ¡Sarai!
Anna se dispuso a intervenir pero vio que Charles apoyaba las manos en el suelo y se ponía en pie. Era evidente que, fuera lo que fuese lo que le había hecho, le había dolido, aunque no lo percibió en su rostro sino en la torpeza de sus movimientos. Si la necesitaba, seguro que encontraría el modo de indicárselo.
Anna contempló al lobo junto a ella, pero aparte de estar alerta y concentrado, no parecía estar demasiado preocupado. Por supuesto, no sabía mucho más sobre brujas que ella. Y solo hacía un día que conocía a Charles.
Anna no fue la única en percibir la torpeza de movimientos de Charles. La bruja se llevó las dos manos a la cara.
– Lo había olvidado -dijo en un jadeo. Con una risa ahogada, apuntó con un dedo a Charles y dijo algo que a Anna no le sonó en absoluto a español. Charles se estremeció y se llevó las manos al pecho-. Lo había olvidado. Puedo defenderme a mí misma.
Pero Anna no estaba escuchándola porque estaba concentrada en el rostro de Charles. No respiraba. Fuera lo fuese lo que le había hecho la bruja, podía ser fatal si no hacía nada para detenerla. No sabía mucho de brujería, y seguro que lo poco que sabía no eran más que patrañas. Pero con la suficiente distracción ya había conseguido que la bruja soltara a Charles. Tal vez también funcionara en aquella ocasión.
Anna se cansó de esperar una indicación.
Salió de su refugio bajo el árbol y alcanzó la máxima velocidad a la segunda zancada: su antiguo entrenador de gimnasia hubiera estado orgulloso de ella. Ignoró el persistente dolor en sus cansados muslos y el mordisco helado en su pecho, centrándose solo en la bruja, apenas consciente del lobo que corría a su lado.
Vio cómo la bruja levantaba las manos y se concentraba en Anna. La vio sonreír y oyó cómo decía:
– Bran, Marrok, Alfa del Marrok, acaba con tu hijo Charles.
Entonces elevó un dedo y apuntó a Anna, quien no tuvo tiempo de prepararse cuando algo la golpeó desde un lado y la hizo caer al suelo, fuera del alcance del hechizo.
Por fin, pensó Charles. La orden de la bruja resonó en sus oídos, los cuales, de todos modos, ya estaban resonando con lo que fuera que le hubiera hecho. Llegó en el peor momento posible porque estaba medio ciego y aturdido; además, no tenía ni idea de cuánto tiempo tardaría su padre en deshacerse del control de la bruja.
Si lo conseguía.
Pero no podía cargar su muerte en la conciencia de su padre, de modo que se serenó e intentó establecer desde dónde le atacaba el lobo mediante su olfato y el sentido que siempre le informaba cuando algo hostil le estaba observando. Aquello era lo único que le funcionaba correctamente.
Se inclinó hacia delante, agarró el pelaje con toda la fuerza de que fue capaz y utilizó el impulso de la embestida casi silenciosa de su padre para subirse a su espalda y asegurarse con los pies de que Bran continuara hacia delante, lejos de él.
En la práctica, por supuesto, no fue tan sencillo. Su padre era más rápido que Sarai. Más rápido, más fuerte y mucho más habilidoso con sus garras. Aun así, el arma más formidable de su padre -su mente- estaba nublada por el control de la bruja, y Charles pudo lanzarlo sin recibir muchos daños. El impulso consiguiente le permitió rodar sobre sí mismo, ponerse en pie y prepararse para el siguiente ataque de su padre.
Walter era un peso muerto sobre Anna. Le dio la vuelta para sacárselo de encima lo más delicadamente que pudo. Si le hizo daño, no dio muestras de ello. Su cuerpo estaba flácido y lo movió sin dificultad; confió en no provocarle más daños de los que ya tenía. La había apartado de en medio para recibir él el hechizo de la bruja.
Se puso en pie y gateó en dirección a esta. No podía esperar a asegurarse de que Walter estaba bien. Antes debía hacer algo, lo que fuera, para evitar que la bruja siguiera provocando más dolor.
– No quieres hacerme daño -dijo la bruja abriendo completamente sus ojos color chocolate-. Quieres detenerte.
Anua detuvo su carrera hasta quedar prácticamente inmóvil, a tan poca distancia de la bruja que podía oler la menta de su pasta de dientes. Durante un instante no supo qué estaba haciendo ni por qué.
– Quédate ahí.
La bruja se desabrochó la chaqueta y extrajo un arma.
Los Omegas, recordó Anna, no obedecen ninguna orden. Y gracias a aquello recuperó la movilidad. Con la precisión adquirida tras las lecciones de su hermano, el cual había practicado boxeo en la escuela, y la velocidad y poder que le otorgaba su naturaleza de lobo, le dio a la bruja un puñetazo en la mandíbula. Anna oyó el sonido del hueso al romperse y Mary cayó al suelo como un fardo, inconsciente.
Respiró profundamente y dirigió su atención al atroz combate entre Charles y su padre. Al principio no pudo distinguir nada porque se movían demasiado rápido, pero entonces Charles se quedó inmóvil, salvo por el frenético movimiento de su pecho al respirar, fuera del alcance de su padre, su cuerpo preparado, relajado. Le manaba sangre de algunos rasguños en el hombro y el muslo. Un corte que empezaba bajo su brazo izquierdo y que le recorría el abdomen hasta la cadera derecha parecía más preocupante. El Marrok permaneció de pie frente a él. Agitaba la cabeza lentamente y desplazaba el peso de su cuerpo de un pie al otro.
Si mataba a la bruja liberaría al Marrok.
Se dio la vuelta y observó el cuerpo tendido en el suelo. La chica parecía demasiado inocente y joven para haber causado toda aquella destrucción.
Anna ya había matado a alguien, aunque prácticamente había sido un accidente. Matar a sangre fría era muy distinto.
Walter sabía cómo hacerlo. Instintivamente, giró la cabeza para mirarle pero vio que seguía inmóvil… salvo sus ojos. Estaba segura de que los tenía cerrados cuando se separó de él. Ahora los tenía abiertos, y una película blanquecina los recubría.
Anna se encontró arrodillada a su lado sin saber muy bien cómo había llegado hasta allí. No le latía el corazón; no respiraba. Aquel hombre había sobrevivido a una guerra y a treinta años de aislamiento autoimpuesto, y había muerto por ella. Apretó los puños -uno enguantado, el otro no- contra su pelaje.
Entonces se aproximó a la bruja, la cual seguía inconsciente, le agarró con una mano la barbilla y con la otra la parte superior de la cabeza y se la retorció con un movimiento seco y con algo más de fuerza de la que habría utilizado un humano. Fue bastante fácil, como en las películas. Un crujido y la bruja estaba tan muerta como Walter.
Respirando demasiado deprisa, soltó a la bruja, se puso de pie y dio un paso atrás. El bosque estaba tan silencioso que tuvo la sensación de que el mundo estaba conteniendo el aliento. Como si ella fuese la única criatura que quedaba en toda la tierra.
Entumecida, se dio la vuelta sobre sus pies congelados y vio al Marrok sobre el cuerpo de Charles. No había sido suficientemente rápida.
A medida que el sol se ocultaba por el horizonte, tiñendo el cielo de rojo sobre las oscuras montañas, Asil sostuvo a Sarai, aún inconsciente, entre sus brazos. Enterró su rostro en su cuello y se dejó embargar por aquel olor que le resultaba tan familiar y que había creído que no volvería a oler jamás. Era tan hermosa.
Pese a que no estaban muy lejos de donde se desarrollaba la pelea, había logrado que la bruja perdiera el contacto visual, de modo que le costaría mucho más ejercer su control sobre él.
Asil esperó. Había hecho todo lo que estaba en su mano para sacar a ambos del combate. Si hubieran permanecido junto a Mariposa, habrían luchado en el bando equivocado. No podía hacer mucho más.
Sostuvo a Sarai en su regazo e intentó olvidar que aquella sería la última vez que podría hacerlo.
Si Mariposa tenía éxito, le mataría. Había vuelto a arrebatarle a Sarai, y aquella vez no se lo pasaría por alto. Si Bran o Charles lograban denotarla, su Sarai desaparecería con ella. Las creaciones de una bruja no sobrevivían a su creador.
De modo que la sostuvo entre sus brazos y disfrutó de su olor y fingió que aquel momento no terminaría jamás. Fingió que era la auténtica Sarai… y casi percibió un rastro de canela.
A medida que su fragancia se desvanecía y era sustituida por el olor de los abetos y los pinos, de la nieve y del lóbrego invierno, se preguntó si, de haber sido capaz de vislumbrar el futuro aquel día tan remoto en que una niña asustada y magullada llegó a su casa, habría tenido la fortaleza para matarla. Apoyó la cabeza sobre la rodilla al sentir una sombría desesperación, sujetando con fuerza una pequeña mata de maltrecho pelaje castaño.
No sintió alegría alguna por el hecho de que Mariposa hubiese muerto y su Sarai fuera libre finalmente.
Lo que, por otro lado, habría sido una celebración anticipada, ya que una oleada de locura se extendió por su cuerpo como un fuego de agosto por el bosque. Pese a sentirse muy cansado, la ira tenía vida propia e insistió en acumularse en su interior de forma implacable, exigiéndole que se transformara. Un aullido salvaje resonó en las montañas y Asil contestó a la llamada.
La Bestia se había despertado.
Anna no pensó en correr hasta que estuvo a medio camino de donde se hallaba Charles.
No podía estar muerto. Tendría que haber matado a aquella maldita bruja dos o tres minutos antes. No podía ser que Charles hubiera muerto por culpa suya, que su padre le hubiera matado.
Rozó al Marrok al pasar junto a él y su poder rugió en su interior cuando se dejó caer sobre la nieve. Recorrió el último metro que la separaba de Charles a gatas. Tenía los ojos cerrados, y estaba cubierto de sangre. Anna alargó la manó pero tuvo miedo de tocarlo.
Estaba tan segura de que estaba muerto que cuando abrió los ojos, tardó un segundo en asimilarlo.
– No te muevas -le musitó con los ojos fijos en algo que estaba más allá de ella-. Si puedes, no respires.
Charles observó avanzar al lobo que ya no era su padre. Su rostro trasmitía una extraña combinación de locura y astucia.
Bran lo había calculado mal. Tal vez si la bruja no hubiera muerto, el control no se habría desvanecido de un modo tan repentino. Tal vez si Charles le hubiera mostrado el cuello a su padre al principio de la pelea, para demostrarle que era incapaz de matarle pese a encontrarse bajo el peso de semejante compulsión. Tal vez Samuel lo hubiera hecho mejor que él.
O tal vez hubiera sucedido lo mismo fuera quien fuese el protagonista en cuanto la bruja subyugó completamente a su padre. Del mismo modo que la madre de Bran le había subyugado muchos años atrás.
Aunque todo aquello ya no tenía importancia, pues su inteligente y camaleónico padre había dejado de existir. Frente a él tenía a la criatura más peligrosa que jamás había pisado aquellas montañas.
Charles estaba seguro de que aquel era el final. El pecho le ardía y le costaba mucho respirar. Una de aquellas afiladas garras se había clavado en su pulmón; le había ocurrido demasiadas veces para no reconocer la sensación. Estaba a punto de rendirse, pero Anna apareció de pronto, prestando a su padre la misma atención que hubiera dedicado a un cachorro.
Con Anna en peligro, Charles descubrió cómo aumentaba su estado de alerta, pese a que su atención estaba dividida por la urgente necesidad de saber si Anna se encontraba bien.
Su aspecto era desastroso. Tenía el pelo completamente empapado en sudor y deformado por un gorro que ya no llevaba. Tenía el rostro enrojecido por el viento y no se hubiera dado cuenta de que también lo tenía muy sucio de no ser por los surcos que le habían dejado las lágrimas al precipitarse de forma irregular desde los ojos hasta la barbilla. Intentó alertarla en un susurro, pero ella se limitó a sonreír (como si no hubiera escuchado ni una palabra o descartara el peligro que estas implicaban). Pese al terror que lo dominaba, se quedó mudo durante unos instantes.
– Charles -dijo ella-. Yo también creía que habías muerto. No. No te muevas… -Y le puso una mano en el hombro para asegurarse de que no lo hacía-. Yo…
Asil gruñó con avidez y Anna se dio la vuelta para observarlo.
El lobo de Asil no era precisamente pequeño, aunque no tan grande como el de Samuel o el de Charles. Tenía el pelaje de un marrón tan oscuro que en la penumbra del crepúsculo parecía casi negro. Tenía las orejas alerta y le manaba saliva de la boca.
Pero Anna no era estúpida; su atención, como toda la que podía dedicar Charles, estaba centrada en el Marrok. Bran les observaba como un gato que espera que el ratón haga algo interesante. Como echar a correr.
Sintió el aliento de Anna muy cerca, y el miedo que percibió en él le obligó a incorporarse -un movimiento estúpido- pero su padre ahora estaba concentrado en Anna, ignorándolo a él.
Atrapada en la mirada perturbada de Bran, Anna alargó la mano de forma instintiva y cogió la mano de Charles.
Y sucedió.
Inesperadamente, sin avisar, el vínculo de apareamiento se asentó en él como una camiseta vieja, y durante un instante no sintió dolor alguno, ni cansancio, ni molestias, ni aturdimiento, ni terror. Durante un segundo, la ira de su padre, que le devoraba desde las sombras, quedó eclipsada por la dicha del momento.
Anna respiró profundamente y le dirigió una mirada cristalina que le decía: Me dijiste que debíamos hacer el amor para que ocurriera esto. Se supone que tú eres el experto.
Y entonces la realidad regresó con toda su intensidad. Charles tiró de ella para dejarla entre si y los dos lobos furiosos, quienes la observaban con dolorosa intensidad.
Cuando ella se liberó suavemente de su mano, Charles lo agradeció; necesitaba las dos para defenderlos. Siempre y cuando consiguiera ponerse en pie.
Aunque esperaba que opusiera resistencia, comprobó satisfecho cómo Anna retrocedía todavía más a su espalda. Pero entonces dos manos frías se posaron sobre sus hombros manchados de sangre y Anna se apoyó en su espalda, uno de sus pechos incómodamente cerca de la herida de bala.
Cogió aire y empezó a cantar. Y eligió la canción Shaker que su padre había interpretado en el funeral de Doc Wallace: «Simple Gifts».
La paz se extendió por todo su cuerpo como un viento tropical, como no le había ocurrido desde las dos primeras horas después de conocerla. Asil le había dicho que para trasmitir aquella sensación ella también debía sentirse relajada. No podía comunicar una calma que no sentía. De modo que cantó y dejó que la paz de la canción fluyera por su interior, para después trasmitírsela a los lobos.
En la tercera estrofa, Charles se unió a ella, aportando un contrapunto a su rica voz de contralto. La cantaron dos veces y, cuando terminaron, Asil emitió un suspiro y se tumbó sobre la nieve como si estuviera demasiado agotado para moverse.
Charles dejó que Anna eligiera las canciones. La siguiente fue una canción irlandesa, «The Black Velvet Band». Descubrió sorprendido que Anna decidió dotar al tema de una suave cadencia que recordaba al gaélico. Por el modo en que pronunciaba, comprendió que la había aprendido al escuchar la versión de los Irish Rovers. En mitad de «The Wreck of the Edmund Fitzgerald», su padre se acercó lentamente a Anna y con un suspiro colocó la cabeza sobre el regazo de esta.
La próxima vez que viera a Samuel le contaría que su Anna había derrotado a un Marrok desbocado con un par de canciones cuando él había, tardado años en conseguir lo mismo.
Anna continuó cantando mientras Charles se puso en pie trabajosamente. No fue una experiencia agradable, aunque, al menos, las garras y colmillos de su padre no eran de plata, e incluso las peores heridas recientes ya habían empezado a curarse. Pese a la oscuridad reinante, la luna brillaba intensamente. Aún no era llena, pero faltaban pocos días para que lo fuera.
Se aproximó a Asil, comprobó que estaba sumido en un sueño profundo y reparador, y después se dirigió hacia donde yacían los cuerpos. La bruja tenía el cuello roto, pero se sentiría mejor en cuanto la hubieran quemado y esparcido sus cenizas. Walter también estaba muerto.
Anna terminó la canción y dijo:
– Lo hizo por mí.
Charles levantó la cabeza para mirarla.
– La bruja me lanzó un hechizo y Walter se interpuso en su camino.
Anna estaba pálida, y le estaba empezando a aparecer un moratón en la mejilla. Pese a toda la comida que le había obligado a injerir, tuvo la sensación de que durante los últimos días había perdido peso. Tenía las uñas destrozadas, y la mano derecha, con la que acariciaba suavemente el hocico de su padre, tenía un corte a la altura de los nudillos. Había golpeado a alguien, seguramente a Mariposa.
Temblaba ligeramente, y no supo si se debía al frío, a la conmoción o a una mezcla de las dos cosas. Mientras reflexionaba sobre aquello, Bran la arropó con su cuerpo para trasmitirle todo su calor.
Walter tenía razón: Charles no cuidaba de ella como se merecía.
– Walter murió como había vivido -le dijo a su pareja-. Como un héroe, como un soldado, como un superviviente que eligió proteger lo que consideraba más valioso. Si pudiéramos preguntarle, creo que no se arrepentiría de nada.