Chicago: Noviembre
Anna Latham intentó desaparecer en el asiento del pasajero.
Hasta aquel momento no comprendió hasta qué punto su confianza había estado ligada al hecho de tener a su lado a Charles. Solo había estado con él un día y medio, pero en aquel tiempo había cambiado todo su mundo… al menos mientras permaneció a su lado.
Sin él, su recién recuperada confianza había desaparecido. La simulada ausencia solo había servido para poner de relieve toda su cobardía. Como si fuera necesario recordárselo.
Observó al hombre que conducía con aire relajado el todoterreno alquilado de Charles a través del escaso tráfico posterior a la hora punta por la autopista cubierta de nieve derretida como si fuera un habitante más de Chicago en lugar de un visitante llegado de los bosques de Montana.
El padre de Charles, Bran Cornick, tenía el aspecto de un estudiante universitario, un genio de la informática o, tal vez, un especialista en arte. Alguien sensible, dulce y joven; pero ella sabía que no era ninguna de aquellas tres cosas. Era el Marrok, ante quien respondían todos los Alfas, y nadie dominaba a un hombre lobo Alfa con dulzura y sensibilidad.
Tampoco era joven. Sabía que Charles tenía casi doscientos años, y eso significaba que su padre era aún mayor.
Lo miró detenidamente por el rabillo del ojo, pero aparte de algo en la forma de las manos y los ojos, no reconoció en él a Charles. Este tenía un aspecto de nativo americano puro, como lo había tenido su madre, pero, aun así, Anna creía que debería encontrar alguna semejanza entre ambos, algo que le indicara que el Marrok era el mismo tipo de hombre que su hijo.
Su mente deseaba creer que Bran Cornick no le haría ningún daño, que era distinto al resto de los lobos que conocía. Pero su cuerpo estaba adiestrado para temer a los machos de su especie. Cuanto más dominante era un hombre lobo, más probabilidades había de que le hicieran daño. Y no existía ningún lobo más dominante que Bran Cornick, por muy inofensivo que fuera su aspecto.
– No dejaré que te ocurra nada -le dijo sin mirarla.
Anna olió su propio miedo, por tanto, él también podía hacerlo.
– Lo sé -consiguió decir, odiándose a sí misma por haberles permitido que la convirtieran en una cobarde.
Confiaba en que él creyera que no era más que la reacción natural ante la idea de enfrentarse a los otros lobos de su manada tras haber precipitado la muerte de su Alfa. No quería que supiera que también estaba asustada de él. O incluso más.
Bran sonrió sin convicción y no dijo nada más.
El aparcamiento tras el edificio de apartamentos de cuatro pisos de Anna estaba lleno de coches que no conocía. Entre estos, una reluciente furgoneta gris con un pequeño remolque de color naranja brillante y blanco con un manatí gigante pintado en uno de sus lados, justo encima de un rótulo que anunciaba a todo el mundo que circulara a una calle de distancia que Florida era «El Estado Manatí».
Bran aparcó detrás del remolque sin detenerse a considerar que su vehículo bloqueaba el callejón. Bueno, pensó Anna mientras salían del coche, ya no tendría que preocuparse más por lo que pensara su casero. Se marchaba a Montana. ¿Sería Montana «El Estado de los Hombres Lobo»?
Cuatro lobos en forma humana les esperaban frente a la puerta de seguridad, entre ellos, Boyd, el nuevo Alfa. Sus desolados ojos la recorrieron de arriba abajo. Anna clavó la vista en el suelo tras la primera mirada y se mantuvo detrás de Bran mientras pasaban entre ellos.
Después de todo, estaba más asustada de ellos que del Marrok. Qué extraño, porque hoy no percibía ni el más mínimo rastro de la especulación ni de la avaricia que normalmente hacían aflorar todos sus miedos. Parecían controlados… y agotados. El día anterior, el Alfa había sido asesinado, y aquello les dolía a todos. Ella también lo había sentido, pero lo había ignorado porque creía que Charles no lograría sobrevivir.
Ella era la responsable de aquel dolor. Todos lo sabían.
Se recordó a sí misma que Leo necesitaba matar; había matado a muchos y autorizado la muerte de otros tantos. No volvería a mirar a ninguno de ellos a la cara. Intentaría no hablar con nadie, confiando en que ellos la ignoraran a ella.
Aunque estaban allí para ayudarla en el traslado. Había intentado evitarlo, pero no estaba en condiciones de discutir con el Marrok. Aventuró una nueva mirada rápida a Boyd, pero en aquella ocasión tampoco pudo leer nada en su expresión.
Cogió la llave y se enfrentó a la cerradura con dedos agarrotados por el miedo. Aunque ningún hombre lobo hizo movimiento alguno que indicara su impaciencia, intentó darse prisa mientras sentía varios ojos clavados en su espalda. ¿En que estarían pensando? ¿Estarían recordando lo que alguno de ellos le había hecho? Ella no quería recordar. No quería.
Respira, se reprendió a sí misma.
Uno de ellos se balanceó ligeramente y emitió un sonido de ansiedad.
– George -dijo Boyd, y el lobo se relajó.
Anna sabía que era su miedo lo que estaba espoleando al lobo. Tenía que tranquilizarse, y la pegajosa cerradura no era de gran ayuda. Si Charles estuviera allí, podría enfrentarse a cualquier cosa, pero Charles se estaba recuperando de varias heridas de bala. Su padre le había dicho que su reacción a la plata era mucho más intensa de lo habitual.
– No esperaba que vinieras -dijo Bran.
Anna supuso que se dirigía a ella dado que aquella mañana la había manipulado para conseguir que dejara solo a Charles.
Aunque debía de dirigirse a Boyd, ya que fue este quien le respondió:
– Tenía el día libre.
Hasta la noche anterior, Boyd había sido el tercero. Pero ahora era el Alfa de la Manada del Suburbio Oeste de Chicago. La manada que Anna estaba abandonando.
– Pensé que aceleraría un poco las cosas -continuó Boyd-. Thomas ha accedido a conducir la furgoneta hasta Montana.
Anna empujó la puerta, pero Bran no entró inmediatamente, de modo que ella se detuvo en el umbral, justo a la entrada, y la sostuvo abierta.
– ¿Cómo están las finanzas de tu manada? -preguntó Bran-. Mi hijo me ha comentado que Leo le dijo que necesitaba dinero.
Anna percibió cómo la típica sonrisa seca de Boyd teñía sus palabras.
– Y no mentía. Su compañera era cara de mantener. No perderemos la finca, pero es la única noticia buena que me ha dado el contable. Conseguiremos algo con la venta de las joyas de Isabella, pero ni mucho menos lo que Leo pagó por ellas.
Anna podía mirar a Bran, así que observó sus ojos mientras estos evaluaban a los lobos que había traído Boyd como un general reconociendo a sus tropas. Su mirada se detuvo en Thomas.
Anna también le miró, y vio lo mismo que el Marrok: viejos téjanos con un agujero en la rodilla y unas zapatillas de tenis que habían visto mejores tiempos. Bastante parecido a lo que ella llevaba puesto, salvo que su agujero estaba en la rodilla izquierda en lugar de en la derecha.
– ¿El tiempo que se tarda en ir y volver de Montana pondrá en riesgo tu trabajo? -le preguntó Bran.
Cuando respondió, en voz muy baja, Thomas mantuvo sus ojos clavados en los tobillos:
– No, señor. Trabajo en la construcción, y estamos en temporada baja. Tengo el permiso de mi jefe; dos semanas de vacaciones.
Bran extrajo un talonario de cheques del bolsillo y, apoyándose en el hombro de uno de los lobos para escribir sobre una superficie estable, hizo un cheque.
– Esto es para los gastos del viaje. Pensaremos en una cantidad y tendrás el dinero en Montana, cuando llegues.
El alivio iluminó los ojos de Thomas, pero no dijo nada.
Bran cruzó el umbral de la puerta, pasó junto a Anna y empezó a subir las escaleras. En cuanto Bran dejó de observarlos, los otros lobos levantaron la vista para mirar a Anna.
Esta levantó el mentón y se enfrentó a sus miradas, olvidando completamente su decisión de no hacer precisamente eso hasta que fue demasiado tarde. Los ojos de Boyd eran insondables, y Thomas seguía con la vista clavada en el suelo… pero los rostros de los otros dos, George y Joshua, eran fáciles de leer. Con el regreso de Bran, el recuerdo de lo que ella había sido en la manada era totalmente visible en sus ojos.
Y ellos habían sido los lobos de Leo tanto por su inclinación como por sus actos. Ella no era nada, y había propiciado la muerte de su Alfa: si hubieran tenido el coraje necesario, la habrían matado.
Intentadlo, les dijo ella sin recurrir a las palabras. Les dio la espalda sin bajar los ojos; al ser pareja de Charles, en teoría, les superaba en rango. Sin embargo, no solo eran hombres lobo, y su parte humana jamás olvidaría lo que le hicieron, con la inestimable ayuda de Leo.
Notó un peso en el estómago y, con la tensión agarrotando su nuca, intentó mantener el equilibrio mientras subían las escaleras hasta su apartamento en el cuarto piso. Bran esperó a su lado mientras Anna abría la puerta. Se apartó para dejar que Bran entrara primero, mostrando a los demás que, al menos él, tenía su respeto.
Bran se detuvo en el umbral y estudió el apartamento con el ceño fruncido. Anna sabía lo que estaba viendo: una mesa de juego con dos sillas plegables maltrechas, un futón y poco más.
– Te dije que podía tenerlo listo esta mañana -le dijo Anna. Sabía que no era mucho, pero le ofendió lo que revelaba su silencio-. Y que después podían venir a recoger las cajas.
– No nos llevará más de una hora recogerlo y cargarlo en la furgoneta -dijo Bran-. Boyd, ¿cuántos de tus lobos viven así?
Al ser convocado, Boyd pasó junto a Anna, entró en el apartamento y frunció el ceño. Era la primera vez que estaba allí. Miró a Anna, se acercó a la nevera y la abrió: estaba completamente vacía.
– No sabía que estaba tan mal. -Miró hacia atrás-. ¿Thomas?
Al ser invitado, Thomas también cruzó el umbral del apartamento.
Miró a su nuevo Alfa con una mirada de disculpa.
– No soy tan malo, pero mi mujer también trabaja. Las facturas son muy caras.
Thomas tenía un rango tan bajo en la estructura de la manada como Anna, y, al estar casado, nunca le habían invitado a «jugar» con ella. Aunque tampoco había protestado. Anna supuso que no podía esperarse mucho más de un lobo sumiso, aunque aquello no impedía que no se lo recriminara.
– Probablemente cinco o seis -dijo Boyd con un suspiro-. Veré qué puede hacerse.
Bran abrió su billetera y le entregó al Alfa su tarjeta.
– Llama a Charles la semana que viene y convoca una reunión con tu contable. Si fuese necesario, podríamos pedir un préstamo. No es muy seguro tener hombres lobos hambrientos y desesperados por las calles.
Boyd asintió.
El negocio del Marrok pareció concluir, los otros dos lobos pasaron junto a Anna como una exhalación y George chocó deliberadamente contra ella. Anna se apartó y se cubrió el cuerpo con los brazos de forma instintiva. George la miró con expresión desdeñosa que ocultó rápidamente a los demás.
– Illegitimis nil carborundum -murmuró Anna.
Fue una estupidez. Lo supo incluso antes de que George le diera el puñetazo.
Anna se agachó y lo esquivó. En lugar de un puño en el estómago, acabó con uno en el hombro. Rodó por el suelo. El estrecho pasillo de la entrada no le permitiría huir de un segundo golpe.
Aunque no se produjo ninguno.
Boyd tenía a George inmovilizado en el suelo con la rodilla sobre su espalda. George no se resistía, simplemente hablaba muy rápido:
– No tendría que haberlo hecho. Leo dijo que no utilizamos el latín. ¿Lo recuerdas?
Tiempo atrás, Anna se había dado cuenta de que nadie de la manada excepto Isabella, a quien había creído una amiga, entendía el latín y, por tanto, lo había usado como una forma de rebeldía secreta. A Leo le costó bastante tiempo descubrirlo.
– Leo está muerto -dijo Boyd con calma, su boca a escasos centímetros de la oreja de George-. Nuevas reglas. Si quieres seguir viviendo, será mejor que no golpees a la hembra de Charles delante de su padre.
– No dejas que los cabrones te pisoteen, ¿verdad? -dijo Bran desde la puerta. La miraba como un crío que se creía más listo que ella-. Tu latín es horrible, has de mejorar la pronunciación.
– Es culpa de mi padre -le dijo ella mientras se masajeaba el hombro. El moratón desaparecería al día siguiente, pero por el momento era doloroso-. Hizo un par de años de latín en la universidad y lo usaba para divertirse. Toda mi familia acabó aprendiendo algo. Su cita favorita era: «Interdum feror i upidine partium magnarum europe vincendarum».
– ¿«A veces siento la necesidad de conquistar grandes zonas de Europa»? -dijo Boyd con cierta incredulidad. Aparentemente, Isabella no había sido la única en entender sus actos de rebeldía.
Anna asintió.
– Normalmente solo lo decía cuando mi hermano o yo nos portábamos mal.
– ¿Y era su cita favorita! -dijo Bran, examinándola como si fuera un insecto… aunque un insecto que cada vez le caía mejor.
– Mi hermano era bastante travieso -dijo ella.
Bran sonrió lentamente y Anna reconoció a Charles en aquella sonrisa.
– ¿Qué quieres que haga con este? -preguntó Boyd inclinando la cabeza para señalar a George.
La sonrisa de Bran desapareció de su rostro y todos miraron a Anna.
– ¿Quieres que lo mate?
El silencio se impuso mientras todos esperaban su respuesta. Por primera vez se dio cuenta de que el miedo que había estado oliendo no era únicamente el suyo. El Marrok los atemorizaba a todos.
– No -mintió. Solo quería terminar de recoger el apartamento y acabar cuanto antes con aquello, para no tener que ver nunca más a George ni a los otros-. No. -Aquella vez lo dijo sinceramente.
Bran inclinó la cabeza y Anna vio cómo sus ojos adquirían, de forma casi imperceptible, una tonalidad dorada que fulguró en la penumbra del pasillo.
– Ponlo en pie.
Anna esperó hasta que todo el mundo hubo entrado en su apartamento para abandonar el anonimato del descansillo. Cuando entró, Bran estaba deshaciendo el futón hasta dejar el colchón desnudo. Era como ver al presidente cortando el césped o sacando la basura en la Casa Blanca.
Boyd se acercó a ella y le entregó el cheque que había dejado en la puerta de la nevera. Su último cheque.
– Supongo que querrás esto.
Anna lo cogió y lo guardó en el bolsillo del pantalón.
– Gracias.
– Todos estamos en deuda contigo -le dijo-. Ninguno de nosotros podía avisar al Marrok cuando las cosas empezaron a ponerse feas. Leo nos lo prohibió. No puedes ni imaginar las horas que pasé frente al teléfono intentando eludir su control.
Anna no se atrevía a mirarle a los ojos.
– Tardé bastante en reconocer lo que eras -añadió con una sonrisa amarga-. No presté atención. Me esforcé por no prestar atención ni pensar en ello. Hacía las cosas más fáciles.
– Los Omegas son algo muy raro -dijo Bran.
Boyd no apartó los ojos de ella.
– Entendí demasiado tarde lo que estaba haciendo Leo, por qué te trataba de aquel modo cuando siempre había sido más bien del tipo "deshazte de ellos rápidamente». Hacía mucho tiempo que le conocía, y jamás bahía permitido esta tipo de abuso. Ahora comprendo que lo consumió… aunque Justin parecía disfrutar con ello.
Anna controló un estremecimiento y se recordó a sí misma que Justin también había muerto la noche anterior.
– Cuando entendí que Leo no podía confiar en que cumplieras sus órdenes, cuando supe que no eras un lobo muy sumiso, que eras una Omega… ya era demasiado tarde. -Suspiro-. Si te hubiera dado el número del Marrok hace dos años, no habrías tardado tanto en llamarlo. De modo que os debo a los dos mis disculpas más sinceras y mi agradecimiento. -Y entonces bajó la mirada, inclinando la cabeza para mostrarle su cuello
– ¿Te asegurarás…? -Anna tragó saliva para humedecerse la garganta-. ¿Te asegurarás que no vuelva a ocurrir? con nadie? No soy la única a la que hicisteis daño. -No miró a Thomas. Justin había disfrutado mucho atormentando a Thomas.
Boyd inclinó la cabeza con solemnidad.
– Te lo prometo.
Anna asintió ligeramente con la cabeza, lo que pareció satisfacerle. Boyd cogió una caja vacía de las manos de Joshua y se dirigió apresuradamente hacia la cocina. Habían traído cajas, cinta adhesiva y material de embalaje más que suficiente para empaquetar todas sus pertenencias.
Anna no tenía maletas, de modo que cogió una de las cajas y metió en ella todo lo básico. Se guardó muy mucho de mirar a nadie. Las cosas habían cambiado demasiado y no conocía otro modo de enfrentarse a la nueva situación.
Estaba en el cuarto de baño cuando el móvil de alguien empezó a sonar. El oído de licántropo le permitió seguir toda la conversación telefónica.
– ¿Boyd? -Era uno de los nuevos lobos, Rashid, el médico. Parecía aterrorizado.
– Yo mismo. ¿Qué ocurre?
– El lobo de la sala de seguridad, está…
Pese a que Boyd y su móvil estaban en la cocina, Anna pudo oír el estrépito a través del auricular.
– Es él -susssurró Rashid desesperado-. Es él. Está intentando salir… y está destrozando la habitación. No creo que pueda intentarlo.
Charles.
Cuando se marchó estaba grogui, pero aparentemente había aceptado que se marchara con su padre mientras él se recuperaba de los efectos de varias balas de plata en su organismo. Al parecer las cosas habían cambiado.
Anna cogió la caja y se encontró a Bran en la puerta del cuarto de baño.
Bran la miró de arriba abajo, aunque no parecía molesto.
– Parece ser que nos necesitan en otro lado -dijo en tono calmado, relajado-. No creo que haga daño a nadie, pero la plata tiene un efecto en él mucho más intenso e impredecible que en los otros lobos. ¿Tienes todo lo que necesitas?
– Sí.
Bran miró a su alrededor y sus ojos se posaron en Boyd.
– Dile a tu lobo que vamos para allí inmediatamente. Asegúrate de que todo esté recogido y el apartamento limpio cuando te vayas.
Boyd inclinó la cabeza sumisamente.
Bran cogió la caja y se la colocó bajo el brazo. A continuación, extendió la mano libre en un gesto pasado de moda. Anna deslizó los dedos por su codo y Bran la escoltó de aquel modo hasta el todoterreno, aflojando su paso cuando ella hacía ademán de echar a correr.
Condujo de vuelta a la mansión Naperville, propiedad de la manada del Suburbio Oeste, sin infringir ninguna norma de tráfico pero sin perder tiempo.
– La mayoría de lobos no podrían escapar de la sala de seguridad -dijo suavemente-. Los barrotes tienen plata, y hay un montón de barrotes, pero Charles es hijo de su madre. Ella jamás habría permitido que la encerraran con algo tan mundano como unos cuantos barrotes y una puerta reforzada.
De algún modo, a Anna no le sorprendió que Bran supiera cómo era la sala de seguridad de la manada.
– ¿La madre de Charles era una bruja?
Aunque Anna nunca había conocido a una, había oído ciertas historias. Y desde que era una mujer lobo, había aprendido a creer en la magia.
Bran negó con la cabeza.
– Nada tan bien definido. Ni siquiera estoy seguro de que pudiera practicar la magia… en el estricto sentido de la palabra. Los salish no dividen el mundo de ese modo: mágico y no mágico. Natural y sobrenatural. Fuera lo que fuese, no obstante, su hijo también lo es.
– ¿Qué ocurrirá si logra escapar?
– Sería mejor que llegáramos antes de que ocurriera -fue lodo lo que dijo.
Cuando salieron de la autopista, redujo la velocidad hasta el límite permitido. La única señal de impaciencia era el rítmico golpeteo de sus dedos sobre el volante. Cuando detuvo el vehículo frente a la mansión, Anna bajó de un salto del todoterreno y corrió a la puerta principal. Bran no pareció darse mucha prisa, pero de algún modo llegó a la puerta antes que ella y la abrió.
Anna atravesó rápidamente el vestíbulo y bajó las escaleras que llevaban al sótano de tres en tres, con Bran a su lado. El silencio reinante no era muy tranquilizador.
Normalmente, el único modo de distinguir la sala de seguridad del resto de habitaciones para invitados del sótano era la puerta y el marco metálicos. Sin embargo, enormes trozos de yeso habían sido arrancados de la pared a ambos lados, dejando al descubierto los barrotes de plata y acero empotrados en el muro. El papel de pared del interior de la sala colgaba hecho jirones como si se tratara de una cortina, impidiéndole a Anna observar el interior.
Frente a la puerta había tres lobos de la manada en forma humana. Anna percibió su miedo. Sabían lo que había en aquella habitación; al menos uno de ellos había visto cómo Charles mataba a Leo pese a haber recibido dos balas de plata.
– Charles -dijo Bran en tono reprobador.
El lobo le contestó con un rugido, un aullido ronco que embotó los oídos de Anna y que contenía poco más que una ira ciega.
– Los tornillos se salían de las bisagras, señor. Solos -dijo uno de los lobos con nerviosismo, y Anna descubrió que lo que sostenía entre las manos era un destornillador.
– Si -dijo Bran con calma-. No me cabe duda. Mi hijo no reacciona muy bien a la plata, y mucho menos a la cautividad. Habríais estado más seguros si le hubierais dejado salir… o no. Mis disculpas por haberos dejado solos con él. Pensé que estaba en mejores condiciones. He subestimado la influencia de Anna.
Se dio la vuelta y extendió la mano en dirección a esta, quien se había detenido al pie de las escaleras. Estaba mucho más preocupada por los hombres que había en el sótano que por el lobo enfurecido. El pasillo era demasiado estrecho, y no le hacía mucha gracia tenerlos tan cerca.
– Acércate, Anna -dijo Bran.
Aunque su voz parecía suave, era una orden.
Anna pasó lo más rápido que pudo junto a los otros lobos, con la vista clavada en los pies en lugar de en sus rostros. Cuando Bran la cogió por el codo, Charles rugió salvajemente, aunque Anna no supo cómo lo había visto a través del papel de pared colgante.
Bran sonrió y apartó la mano.
– De acuerdo. Pero estás asustándola.
Los rugidos se detuvieron instantáneamente.
– Habla un poco con él -le dijo Bran-. Yo me llevaré a los demás arriba. Cuando te sientas cómoda, abre la puerta… aunque sería buena idea que esperaras a que dejara de rugir.
Y la dejaron sola. Debía de estar loca porque inmediatamente se sintió más segura de lo que lo había estado en todo el día. El alivio al sentir que el miedo la abandonaba fue casi embriagador. El papel de pared se agitaba al ritmo de los movimientos de Charles y Anna pudo ver un destello de su pelaje rojizo.
– ¿Qué te ha ocurrido? -le preguntó ella-. Estabas bien cuando te dejé esta mañana.
En forma de lobo no podía responder, pero dejó de rugir.
– Lo siento -probó Anna-. Pero estaban empaquetando mi apartamento y tenía que estar allí. Y necesitaba coger algo de ropa antes de salir para Montana.
Charles golpeó la puerta. No lo hizo con la suficiente fuerza para romperla, pero quedó claro lo que quería.
Anna dudó un instante, pero había dejado de rugir. Con un encogimiento de hombros mental, descorrió el cerrojo y abrió la puerta. Charles era más grande de lo que recordaba… o tal vez lo parecía al exhibir los colmillos de forma tan prominente. Le manaba sangre de la herida en la pata trasera izquierda, y esta le resbalaba por su zarpa. Los dos agujeros de las costillas goteaban profusamente.
Tras él, la habitación, que había estado decorada con mucho gusto cuando se marchó por la mañana, estaba ahora hecha un desastre. Charles había arrancado grandes trozos de yeso de las cuatro paredes y del techo. Los jirones del colchón estaban esparcidos por todo el suelo, mezclados con los restos de la cómoda.
Anna silbó al comprobar los desperfectos.
– Madre mía.
Charles se acercó a ella cojeando y la olfateó de arriba abajo. La escalera crujió y Charles se dio la vuelta como un torbellino y emitió un rugido, colocándose entre ella y el intruso.
Bran se sentó en el escalón superior.
– No voy a hacerle daño -comentó. Y entonces miró a Anna-. No sé cuánto entiende ahora mismo, pero creo que estará mejor en su casa. He llamado al piloto y me ha dicho que está listo para despegar.
– Pensé que teníamos un par de días. -Notó un nudo en el estómago. Chicago era su hogar-. Tengo que llamar a Scorchi y decirle a Mick que me marcho, para que busque a otra camarera. Y no he podido hablar aún con mi vecina para contarle lo que ha ocurrido. -Kara estaría preocupada.
– Tengo que regresar hoy a Montana -dijo Bran-. Mañana a primera hora he de asistir al funeral de un amigo que acaba de morir. Iba a dejarte aquí para que vinieras dentro de unos días, pero ya no creo que sea una buena idea. -Bran señaló a Charles con un movimiento de cabeza-. Está claro que no está recuperándose tan bien como esperaba. Necesito llevarlo a casa para que lo examinen. Tengo un móvil. ¿Puedes llamar a tu vecina y a Mick para explicarles la situación?
Anna bajó la mirada para observar al lobo que se había interpuesto entre ella y su padre para protegerla. No era la primera vez que hacía algo así.
Además, ¿qué otra alternativa tenía? ¿Quedarse en la manada de Chicago? Puede que Boyd fuera una mejora sustancial respecto a Leo, pero… no tenía ningunas ganas de quedarse con ellos.
Apoyó su mano en la espalda de Charles y dejó que su pelaje la engullera. No tuvo que introducirla mucho para conseguirlo, Charles era un lobo de gran tamaño. Alteró su posición hasta quedar pegado a ella; en ningún momento apartó los ojos de Bran.
– De acuerdo -dijo ella-. Dame el teléfono.
Bran sonrió y alargó el brazo. Charles no se movió de donde estaba, obligando a Anna a inclinarse para coger el aparato mientras él miraba con frialdad a su padre. Su actitud hizo reír a Anna, lo que facilitó el trabajo de convencer a Kara de que se marchaba a Montana por voluntad propia.