El dolor mantuvo a Charles despierto mientras su pareja y el lobo solitario dormían. Tanto la pierna como el pecho le dejaron claro que se había extralimitado. Si no se andaba con cuidado, no iba a lograr bajar de las montañas. Sin embargo, lo que le mantuvo alerta mientras la tormenta de nieve rugía a su alrededor era el recuerdo de la bruja.
Nunca se había sentido de aquel modo: capas y capas de obediencia cubriéndole de un modo imposible hasta que no le quedo otro remedio que responder a sus preguntas. Aunque era demasiado dominante incluso para su padre, le habían contado cómo era la sensación. Las descripciones se quedaban cortas. Si no hubiera estado convencido de lo necesario que resultaba el meticuloso control de los dominantes por parte de su padre antes de convertirse en Alfas, se habría venido abajo. La sensación de sentirse dominado por alguien era aterradora, incluso cuando confiabas en él. El respeto por la valentía de los lobos sumisos de la manada de su padre había aumentado un par de niveles.
Si Anna no hubiese distraído a la bruja y hubiera roto el hechizo… contuvo el aliento y Anna emitió un ruidito con la garganta. Le reconfortaba incluso mientras dormía.
Tras dejar atrás el pánico -o la mayor parte de él-, había tenido tiempo para reflexionar sobre la naturaleza del conjuro. Sin embargo, aún no tenía ni idea de cómo la bruja había sido capaz de utilizar de aquel modo sus… los vínculos con la manada de su padre.
Debía informar a su padre, contarle que una bruja podía penetrar en la magia de la manada. Hasta donde sabía, nunca había sucedido nada parecido. Solo su dolor, y la comprensión que iba a tener que prestar más atención a los límites que le imponía su cuerpo, le obligaron a seguir donde estaba en lugar de salir corriendo en dirección al coche. Debía alertar a su padre.
Si Anna no hubiera estado a su lado… ¿cómo habría sabido lo que debía hacer?
Lejos de la manada, la mayoría de los lobos disponían de muy poca magia, y habría jurado que Anna no era una excepción. Conocía perfectamente su olor, y no percibía nada de magia en él. Si su apareamiento hubiese sido completo, Anna podría haber recurrido a su…
Irguió la cabeza y sonrió con los dientes. Anna aún no se había apareado, pero su lobo sí. Había percibido cómo recurría a él cuando la bruja le lanzó su hechizo, aunque no había creído que sirviera de mucho. Aún le quedaba mucho por aprender. El lobo había utilizado su magia para romper el hechizo de la bruja. Y Anna aún no había sido aceptada en la manada del Marrok, de modo que la infiltración de la bruja en los vínculos de la manada no le había permitido inmovilizar a Anna del mismo modo que a él.
Captó un sonido casi imperceptible por encima del aullido del viento que interrumpió sus pensamientos: algo se movía entre los árboles. Pese a estar a una distancia de seguridad de donde estaban durmiendo, se mantuvo alerta y esperó a que el caprichoso viento cambiara de dirección y le trajera algún olor. Si era la bruja, recogería a sus pollitos y saldría corriendo; sus doloridas piernas y pecho habrían de sacrificarse una vez más.
Sin embargo, quien salió de entre los árboles y se detuvo para que Charles le viera perfectamente era otra persona: Asil. Lentamente, Charles salió a gatas de debajo del árbol. Anna suspiró y se recolocó, aunque el cansancio le impidió despertar. Charles se quedó completamente inmóvil hasta que su respiración recuperó la cadencia anterior.
Entonces empezó a aproximarse al intruso.
Desde que Asil se uniera a la manada, Charles nunca le había visto fuera de Aspen Creek; no le hacia ninguna gracia que la primera vez fuera allí y en aquel momento. Supo que, independientemente de lo que le dijera, no conseguiría que su vida fuera más fácil. Tampoco le agradó su incapacidad para ocultar la cojera.
Aunque Charles no era muy dado a presumir, sintió que aquella ocasión lo requería. Convocó la magia y dejó que esta se extendiera por su cuerpo, transformándole mientras caminaba. Aunque fue doloroso, se esforzó para que el dolor no se reflejara en su rostro ni le obligara a cojear aún más. Si se hubiera sentido mejor o los espíritus hubiesen sido más cooperativos, incluso podría haber conjurado un nuevo par de botas para no tener que caminar con tantas dificultades. Por lo menos, en la mayor parte del altiplano, la nieve, regularmente peinada por el viento, no pasaba de los treinta centímetros de profundidad, y la mitad había caído aquella noche.
Asil sonrió fugazmente, como si reconociera el juego de poder planteado por Charles, pero bajó la vista. Aunque Charles sabía que no debía confiar en la sumisión que leía en su lenguaje corporal, decidió que por ahora le serviría.
Charles habló en voz baja:
– ¿Cómo nos has encontrado?
Era una pregunta importante. No estaban muy cerca del lugar en el que deberían de estar acampados de haber seguido la ruta que estableciera con Tag. ¿Había cometido algún error que le permitiría también a la bruja dar con ellos? Las peculiaridades de las últimas veinticuatro horas habían afectado negativamente a su confianza. Aquello, unido a su cuerpo medio tullido, lo convertían en alguien más quisquilloso de lo habitual.
Asil mantuvo los hombros relajados bajo el grueso abrigo con que se cubría del frío.
– A medida que nos hacemos mayores, todos aprendemos nuevas habilidades. Tu padre puede comunicarse con sus lobos, por muy alejados que estén. Y yo siempre puedo rastrear a mis compañeros de manada. Si no hubierais salido de estampida como conejos asustados, os habría encontrado hace horas.
– ¿Qué haces aquí? -dijo Charles con los dientes apretados.
No le había molestado el comentario sobre el «conejo asustado». De verdad.
No era buena idea enfadarse con Asil. El arrogante y narcisista Moro solía devolverte la ira con una dosis doble de humillación. Charles nunca había caído en una de sus trampas, pese a las numerosas humillaciones, pero había presenciado como otros lo hacían. No se puede sobrevivir como lo había hecho Asil sin ser un astuto depredador.
– He venido a disculparme -dijo Asil mientras alzaba los ojos para que Charles pudiera leer la sinceridad de sus palabras en ellos-. Sage me contó algo sobre lo que tuvo que soportar Anna. Si hubiese sabido por lo que estabas pasando, jamás habría interferido en la relación con tu pareja.
– No interferiste nada -dijo Charles.
No tenía ninguna duda de que Asil hablaba con sinceridad.
– Bien. Y también estoy aquí para ayudaros, a ti y a tu pareja, en todo lo que necesitéis. -Miró en dirección al tronco bajo el que dormían Anna y Walter-. Tras sentirme arrepentido, pensé que lo mejor era ayudaros con el lobo solitario. Aunque parece que lo tienes todo bajo control.
Charles sintió cómo sus cejas se arqueaban. Bajo control no era exactamente cómo describiría los acontecimientos del último día.
– Las apariencias engañan. ¿Tienes alguna idea de por qué te busca una bruja?
El rostro de Asil se quedó blanco como la nieve y su cuerpo rígido como una piedra.
– ¿Una bruja?
– Para ser exactos, ha preguntado por ti. -Charles se frotó la frente porque tendría que haber estado loco para frotarse el pecho delante de Asil-. ¿O cómo pudo interceptar la conexión de la manada de mi padre para controlarme de un modo que él jamás ha conseguido?
– Una bruja -dijo Asil-. ¿Aquí?
Charles asintió con brusquedad.
– Si no sabes nada de ella, ¿qué tal una mujer lobo que parece tener algún tipo de conexión con ella? Una cuyo pelaje es muy similar al de tu pareja…
Su voz se desvaneció porque Asil, con el rostro aún extrañamente pálido, cayó al suelo de rodillas; no como si se arrodillara ante Charles, sino más bien como si las articulaciones hubieran dejado de sostenerle. Charles recordó que a Walter le había ocurrido algo parecido, pero en el caso de Asil no se debía al asombro ni al inesperado milagro que representaba la presencia de Anna.
Le embargó el olor de las violentas emociones de Asil, aunque le resultó imposible desentrañar algo específico en aquella tormenta salvo que el dolor y el pánico llevaban la iniciativa.
– Entonces es ella -musitó Asil-. Confiaba en que hubiera muerto hace tiempo. Incluso cuando descubrí qué aspecto tenía el lobo solitario, confiaba en que se tratara de otra persona.
Por eso Charles no creía en las coincidencias.
– ¿Conoces a la bruja?
El Moro se contempló las manos cubiertas con unos guantes negros y las enterró en la nieve. Cerró los ojos y se encogió de hombros. Cuando volvió a abrirlos, despedían reflejos dorados.
– Es ella. Ella me lo robó, y ya no puede ocultarse de mí si la observo, como tampoco yo puedo ya seguir ocultándome de ella.
Charles respiró profundamente y decidió armarse de paciencia.
– ¿Qué te robó exactamente y quién es?
– Ya lo sabes -dijo Asil-. La que mató a mi Sarai. -Sacó las manos enguantadas de la nieve y se frotó la frente con ellas. Entonces añadió la parte insoportable-: Robó el vínculo que me unía a mi pareja.
Charles sabía, como todos los que habían oído las historias del Moro, que el vínculo entre Asil y su esposa gozaba de un don poco común: la empatía.
No hizo nada estúpido, como preguntarle a Asil si estaba completamente seguro. Pese a todo, nunca había oído hablar de algo semejante. Estar unido a una bruja, a una bruja negra, mediante la empatía era probablemente una de las peores cosas que podían ocurrirte. Ahora comprendía por qué Asil le pidió a su padre que le matara.
– Esta bruja parece una adolescente, y Sarai murió hace dos, siglos.
Asil inclinó la cabeza y dijo en voz muy baja:
– Te juro que no esperaba que me encontrase. Las protecciones de tu padre han servido hasta ahora; de no ser por eso, le hubiera obligado a matarme el primer día que llegué a Aspen Creek. -Se detuvo para tragar saliva-. No debería haberle permitido que me convirtiera en un miembro de la manada. Si la bruja se ha colado en el vínculo de la manada, solo ha podido hacerlo a través de mí, a través de nuestro vínculo.
Rígido por el frío, Charles contempló al Moro y se preguntó si de verdad podía estar tan loco como él mismo aseguraba. Porque si no lo estaba, aquella bruja representaba un problema mayor de lo que Charles había creído en un principio.
Unos ojos de lobo cristalinos le contemplaron desde un rostro oscuro camuflado por la nieve.
– Hablame del lobo que se parece a Sarai.
La desesperación y el recelo tiñeron la voz de Asil.
– No conocí a tu pareja. -La voz de Charles se suavizó-. Pero el lobo que va con la bruja es muy grande, incluso para ser un hombre lobo. Parece un pastor alemán: beige con franjas negras en la espalda. Creo que en la pata delantera izquierda tiene una mancha blanca.
– En los dos primeros dedos -soltó Asil, poniéndose en pie con una ira que no podía ser fingida. Era mucho lo que había tenido que aceptar-. ¿Cómo se atreve a usar la forma de Sarai para crear sus ilusiones?
Charles se cruzó de brazos. Iba a tener que sentarse dentro de poco, ya que el dolor empezaba a pasarle factura.
– No es una ilusión. A menos que una ilusión pueda contagiar la licantropía. El lobo solitario que encontramos fue su primera víctima. Ella le atacó y él consiguió deshacerse de ella… y se Transformó en la siguiente luna llena.
Asil se quedó inmóvil.
– ¿Cómo?
Charles asintió.
– Ese lobo tiene algo extraño. Su solidez es intermitente. Anna la golpeó y huyó, pero en cuanto se perdió de vista, el rastro y la sangre desaparecieron.
Asil contuvo el aliento.
– ¿Sabes algo?
– Estaban todas muertas -musitó.
– ¿Quiénes?
– Todas las brujas que lo sabían… pero todas subestimaron a Mariposa.
– ¿Mariposa? ¿Cómo el insecto?
Los ojos de Asil relucían negros en la oscuridad.
– Yo no soy una bruja.
Lo que le pareció una respuesta algo extraña a su pregunta. Charles lo estudió detenidamente.
– Pero hace mucho, mucho tiempo que estás vivo -sugirió Charles-. Y Sarai era herborista, ¿no es cierto? Sabes bastante de brujería. Sabes qué es ese lobo.
– Mariposa es la bruja. Nosotros la criamos, Sarai y yo -dijo Asil con acritud-. Provenía de una familia de brujas que conocíamos… mi pareja era herborista. Conocía a casi todas las brujas en aquella zona de España, les suministraba lo que necesitaban. Cierto día un calderero llegó a nuestra casa con Mari, quien por entonces tenía unos ocho o nueve años. Por lo que pudimos averiguar más adelante, la madre de Mariposa utilizó su poder para proteger a su hija pequeña del ataque de otro clan de brujas. Sus padres, abuelos, hermanos y hermanas murieron. El calderero la había encontrado deambulando por los restos carbonizados de su casa y pensó que mi mujer podría encargarse de ella, pues sabía que Sarai había hecho muchos negocios con aquella familia.
Asil suspiró y giró la cabeza, contemplando el angosto y oscuro valle que se extendía a sus pies.
– Aquella época fue muy mala para todos en Europa. Dos siglos antes, la Inquisición se había cobrado un terrible precio, y cuando aquello llegó a su fin, las brujas empezaron a enfrentarse por el poder. Solo Napoleón consiguió evitar que se exterminaran entre ellas definitivamente.
– Conozco la historia -le dijo Charles.
La única estirpe de brujas en la Europa occidental que sobrevivió a la lucha de poder fue la de los Torvalis, la cual tenía sangre gitana. Las brujas continuaron naciendo aquí y allá en el seno de familias mundanas, pero raramente tenían más de una décima parte de su antiguo poder. Las brujas de la Europa oriental y las asiáticas jamás habían establecido el tipo de dinastías típicas en la Europa occidental.
– Mantenían en secreto los hechizos en el seno de la familia -dijo Asil-. De modo que cada una tendía a la especialización. La familia de Mariposa era una de las más poderosas. -Dudó un instante-. Pero ella era solo una niña, y este era su hechizo mejor guardado. No puedo creer que se lo confiaran.
– ¿Qué tipo de hechizo?
– Se comentaba que su familia disponía de guardianes en sus propiedades, grandes bestias que patrullaban y mataban por ellos… y que no necesitaban comer ni beber. Se rumoreaba que las habían creado a partir de criaturas vivas; tenían una reserva de animales salvajes. -Suspiró-. Ese tipo de hechizos tan poderosos, como sabrás, no se consiguen sin sangre y muerte.
– ¿Crees que Mariposa lo utilizó contra Sarai?
Asil se encogió de hombros.
– No sé nada. Lo único que puedo hacer es especular. -Respiró hondo-. Antes de enviarla con otra bruja para que la adiestrara, me dijo que el único lugar en el que se sentía segura era a nuestro lado.
Se detuvo, y a continuación añadió con desesperación:
– Yo estaba en Rumania cuando sucedió. Tuve un sueño en el que torturaban y consumían a Sarai. Pese a que su corazón dejó de latir y sus pulmones se bloquearon, continuó viviendo, consumiéndose en un infierno de dolor y dominio. Soñé que Mariposa la devoraba hasta que dejó de ser ella. Tardó mucho tiempo en morir, pero no el suficiente como para poder regresar de Rumania. Cuando crucé el umbral de nuestra casa, Sarai llevaba varios días muerta.
Asil contempló el bosque, pero sus ojos no veían los árboles sino algo que ocurrió hacía muchos años.
– Quemé el cuerpo y enterré las cenizas. Dormí en nuestra cama y, cuando desperté, Mariposa me estaba esperando… en mi cabeza, donde solo Sarai podía entrar.
Suspiró de nuevo, recogió un puñado de nieve y lo lanzó hacia un lado.
– Yo no estaba tan ciego como Sarai, quien solo vio a la niña que había sido. Además, podía sentir su maldad. Supe cuando Mariposa decidió que también me quería a mí, de modo que huí. Me marché a África, y la distancia debilitó nuestro vínculo. Por entonces pensaba que si estaba demasiado cerca de ella, podía obligarme a hacer lo que quisiera.
Abrió la boca y respiró entrecortadamente varias veces, como si estuviera en forma de lobo y agitado.
– Esperé durante años, convencido de que un día u otro la bruja moriría. Pero no fue así. -Asil volvió a encogerse de hombros, se dio la vuelta y miró a Charles una vez más-. Creo que es algún tipo de efecto secundario provocado por lo que le hizo a Sarai; al robar nuestro vínculo, robó también su inmortalidad. No tengo ni la más remota idea de por qué hizo tal cosa, pero si intentaba crear a una criatura con el hechizo por el que era famosa su familia… todo tendría sentido. Presenció la muerte de toda su familia, vio cómo su madre moría protegiéndola del hechizo diseñado para matar a todos los que se encontraban en su casa.
Charles distinguió la compasión en la voz de Asil e intentó contrarrestar aquel sentimiento con un baño de realidad.
– De modo que mató a tu mujer, quien la había acogido, protegido y cuidado. La torturó hasta la muerte para fabricarse algo que pudiera protegerla. -Sus instintos no le habían engañado: bruja negra, y las brujas negras siempre eran algo desagradable, todas y cada una de ellas-. Y ahora te quiere a ti, probablemente por la misma razón.
– Sí -musitó Asil-. Hace mucho tiempo que estoy huyendo.
Charles volvió a frotarse la frente, en aquella ocasión porque sintió cómo se aproximaba el dolor de cabeza.
– Y ahora has decidido venir aquí para presentarte ante ella a modo de regalo.
Asil emitió una risa ahogada.
– Supongo que eso es lo que parece. Hasta que me dijiste que ella estaba aquí, seguía convencido de que mis suposiciones eran infundadas. -Su rostro perdió parte de su regocijo y añadió-: Me alegro de haber venido. Si tiene una parte de mi Sarai debo detenerla.
– Estaba barajando la posibilidad de avisar a Bran -dijo Charles -. Pero empiezo a creer que no sería lo más inteligente.
Asil frunció el ceño.
– ¿Quién es más dominante? -le preguntó Charles-. ¿Tú o yo?
Los ojos de Asil se habían ido oscureciendo durante la conversación, pero la pregunta de Charles volvió a iluminarlos con fuerza.
– Tú. Ya lo sabes.
– Por tanto -dijo Charles mirando a Asil fijamente hasta que los ambarinos ojos de este se apartaron derrotados-, ¿cómo pudo la bruja controlarme utilizando el vínculo con tu pareja y tus lazos con la manada?
En cuanto Charles se marchó para hablar con Asil, Anna había empezado a transformarse. Debía enfrentarse a aquel lobo con la palabra en lugar de con colmillos y garras. Tenía cierta habilidad irritando a su pareja… y Charles aún era imprevisible tras su encuentro con la bruja.
No pensó en Walter hasta que se encontró desnuda y jadeante en mitad del aire congelado. Puede que ella hubiera dispuesto de tres años para acostumbrarse a estar desnuda delante de extraños, pero él no.
Cuando le miró, vio que Walter tenía la cabeza en la otra dirección y que miraba fijamente un tronco cercano: el perfecto caballero.
Dejó de preocuparse por él y se enfundó la fría ropa y las botas porque empezaba a percibir la ira creciente de Charles: Asil había puesto en peligro a su manada y al Marrok. Pero, más que eso, le preocupaba el hecho de que ni Charles ni Asil se dieran cuenta de lo cerca que estaba Charles de derrumbarse. Le resultó sorprendente que ella sí lo hiciera.
Cuando terminó de vestirse, Anna avanzó a rastras para salir de su escondrijo y se puso en pie. No se molestó en coger las raquetas; aún era noche cerrada. Contempló la luna creciente y recordó que aún quedaban unos cuantos días para la luna llena. Por primera vez aquello no le puso los nervios de punta. Con Walter en forma de lobo a sus pies, avanzó por el llano hasta donde estaban Charles y Asil.
Era una mala señal, pensó, que ninguno de los dos diera muestras de haber percibido su presencia.
– ¿Podría estar interfiriendo con el Marrok en busca de poder, como hace Leah? -preguntó Anna.
Los dos hombres se dieron la vuelta. Era evidente que Charles se sentía incómodo por no haber reparado en ellos antes. Asil, quien tenía las perneras de sus téjanos empapadas, parecía más preocupado de Walter, quien mantenía las orejas alerta y mostraba los colmillos.
Anna apoyó una mano en su cuello mientras hacía las presentaciones.
– Asil, este es Walter. Walter, este es Asil, el lobo del que te hablamos.
Asil miró al lobo con el ceño fruncido, quien le devolvió la mirada y asomó aún más los colmillos.
– Basta ya -le dijo Anna a Walter, confiando en que le escuchara. Lo que menos necesitaban ahora era una lucha por el dominio. A los lobos nuevos siempre les costaba un poco establecer su lugar en la manada. Resultaba interesante que Walter no asumiera inmediatamente que Asil era el de mayor rango-. Todos debemos estar en las mejores condiciones para el combate.
– Walter protegió a una de las víctimas del lobo y este acabó Transformándole -dijo Charles-. Ha aceptado ayudarnos.
Podría haberlo expresado de un modo completamente distinto, pensó Anna. Acarició la parte superior de la cabeza de Walter de forma protectora. Con aquello, en lugar de desestimar al nuevo lobo, Charles pretendía dejar claro que Walter estaba bajo su protección y que era un elemento valioso en su intento de capturar a la bruja.
Aquello llenó de satisfacción a Anna, y como además no quería que Charles y Asil volvieran a discutir, dijo:
– ¿Podría estar Mary… Mariposa recurriendo al poder del Marrok a través del vínculo de la manada?
Charles dejó de fruncirle el ceño a Asil para contestar:
– Es indudable que se parecía mucho al poder de mi padre. Pero él no podría controlarme de ese modo.
Asil parecía desolado. Una bruja lo suficientemente poderosa puede controlar a cualquier hombre lobo sin una manada que pueda protegerle. Está prohibido por la ley de brujería, pero es posible.
– Uno de los problemas que Sarai y yo tuvimos con Mariposa fue su tendencia a obligar a la gente a hacer cosas contra su voluntad, como matar a sus animales de compañía. Y ha tenido tiempo de hacerse aún más poderosa. Ahora, gracias a mí, se ha convertido en un miembro de facto de la manada. Puede que haya logrado combinar los poderes de tu padre con los suyos propios.
Anna no estaba segura de las implicaciones de aquello, pero era obvio que Charles no estaba muy satisfecho.
– ¿El plan sigue siendo bajar de las montañas para hablar con el Marrok? -preguntó Anna-. Aunque no pueda venir, ¿no deberíamos alertarlo?
Charles se quedó completamente inmóvil.
– ¿Qué crees que hará tu padre cuando le contemos lo que ocurre? -preguntó Asil.
Charles no respondió.
– Exacto -corroboró Asil-. Lo mismo que creo yo. Vendría él mismo en persona… después de obligarnos a todos a regresar a casa. No importa que sea una estupidez, el Marrok protege a los suyos y tiene tanta confianza en la reputación de su invulnerabilidad como el resto de lobos. La muerte de Doc Wallace fue un duro golpe para él, y no se arriesgará a perder a otro de los suyos. Sobre todo si es su hijo.
– Ninguna bruja puede controlar a mi padre -dijo Charles. Aunque Anna percibió cierta duda en su voz. Quizá él también se dio cuenta, ya que giró la cabeza y dijo, más suavemente-: tendremos que hacerlo nosotros.
Asil irguió la cabeza de repente y olfateó el aire con los ojos cerrados. Entonces se quedó inmóvil.
Charles se dio la vuelta hacia el refugio. Anna hizo lo mismo pero no vio nada. Al principio.
Parecía fundirse con el viento y la nieve. Su pelaje brillaba con tonos grises, dorados y tenebrosos. Todos se quedaron petrificados, contemplando cómo la loba observaba a Asil. Tras unos segundos, saltó por encima del tocón y se aproximó lentamente sin dejar de gimotear y agitar ligeramente el rabo.
Asil hizo ademán de aproximarse a la loba, pero Charles le agarró por el hombro, impidiéndole avanzar.
– ¿Sarai? -dijo Asil con voz ronca mientras Charles continuaba sujetándole.
La loba inclinó la cabeza y bajó la cola adoptando la posición clásica de sumisión. Volvió a gemir. Junto a Anna, Walter gruñó y se colocó entre ella y la otra loba. Sin embargo, la mujer lobo solo tenía ojos para Asil.
La loba emitió un sonido suplicante, afligido. A continuación, se dio la vuelta y salió corriendo. Anna la estaba mirando, de modo que no vio lo que hizo Asil, tan solo que, de repente, se había liberado de la mano de Charles y corría detrás de la loba que tanto se parecía a su pareja.
Charles no le persiguió. Se limitó a observar cómo los dos desaparecían en la oscuridad.
– Eso no es muy bueno, ¿verdad? -musitó Anna.
– No -dijo Charles con severidad. -¿Qué hacemos? ¿Los seguimos?
– No. -Charles miró a Walter-. Aunque no creo que sea necesario, ¿no crees? La bruja continúa en la vieja cabaña del servicio forestal.
Walter ladró para demostrar su conformidad.
– ¿No se lo contaremos al Marrok? -El viento volvió a soplar con fuerza y Anna empezó a temblar-. ¿Estás seguro de que es lo más inteligente? ¿Tu padre no tiene una bruja a sueldo que pueda ayudarnos? Mi vieja manada compartía una con la otra manada de Chicago.
– La bruja de Asil ha encontrado el modo de controlar a un hombre lobo que tiene la protección de la manada -dijo Charles-. Es la primera vez que oigo algo semejante, de modo que su intención no parece ser hacerlo público. Afortunadamente, las brujas mantienen bien ocultos sus poderes. Pero si esta es la única que sabe cómo hacerlo, hemos de procurar que siga siendo así. No podemos involucrar a otra bruja.
Charles continuaba con la vista fija en el lugar por donde había desaparecido la mascota de la bruja.
– Asil tiene razón. Mi padre querría encargarse él solo de la bruja.
– ¿Y podría hacerlo?
Charles empezó a encogerse de hombros pero se detuvo a medio camino, como si le doliera.
– No tuvo ningún problema conmigo. Lo que no significa que mi padre no pueda rechazarla, pero si no lo consiguiera… mi padre controla a todos los hombres lobo de Norteamérica, Anna. Si lo capturara, podría controlarlos a todos.
– ¿Es eso lo que quiere?
Anna se dio cuenta de que Charles se balanceaba ligeramente.
– No lo sé. Lleva mucho tiempo buscando a Asil, pero mi padre es una pieza más valiosa.
Anna dio un paso hacia Charles y le rodeó la cintura con el brazo para calmarlo.
– ¿Estaremos a salvo el resto de la noche? ¿O vendrá a por nosotros?
Charles la miró desde arriba y suspiró.
– No más que en cualquier otro lugar; espero. Asil la mantendrá ocupada. Pobre Moro. Si estuviera en mejores condiciones, habría ido tras ellos. Pero esta noche está solo. -Una sonrisa amarga cruzó por su rostro-. No nos queda más remedio que pasar el resto de la noche aquí -le dijo-. Necesito comer y descansar antes de poder recorrer un kilómetro más.
Anna lo acompañó hasta uno de los árboles caídos, un lugar protegido del viento, y volvió a encender la fogata. Walter bloqueó el viento mientras ella usaba una gotita de Sterno y el mechero para hacer prender las ramas más secas que había podido encontrar en los alrededores. Mientras el agua se calentaba, Anna le cambió a Charles el vendaje de las costillas utilizando una camiseta limpia que previamente había hecho jirones. Durante todo el proceso, él se mostró dócil como un niño.
Le obligó a comer dos sobres de comida liofilizada, le dio otro a Walter y ella comió otro. Cuando terminaron, cubrió la fogata con nieve hasta extinguirla completamente y acompañó a Charles al refugio. Se sentía demasiado cansada para volver a transformarse, y Charles aún estaba en peores condiciones. Walter se acurrucó frente a ambos, bloqueando de forma electiva el viento y la nieve que intentaban golpearles.
Anna abrió los ojos en la oscuridad, convencida que algo había vuelto a despertarla. Irguió la cabeza, se apartó de la cálida y dulce piel de Charles y miró a su alrededor. No había rastro de Walter, y en algún momento de la noche, ella y Charles habían intercambiado sus posiciones, de modo que ahora él se interponía entre ella y el peligro.
El viento y la nieve habían cesado, dejando el bosque silencioso y al acecho.
Me transmute sursum, Caledoni, musitó Anna. Una lástima que Scotty [3] no estuviera allí para teletransportarlos a un lugar seguro. Había algo en la atmósfera cargada que resultaba aterrador.
Anna escuchó con toda su atención pero no percibió nada. El abrumador silencio palpitaba con fuerza en sus oídos, y los latidos de su corazón se hicieron aún más audibles en la quietud de la noche invernal.
Solo oía los latidos de su corazón y su propia respiración.
– ¿Charles? -susurró mientras le tocaba un hombro con vacilación. No le respondió, por lo que empezó a zarandearlo.
Su cuerpo se alejó de ella. Estaba tumbado de lado, y rodó flácido hasta el exterior del reducido refugio, quedando sobre la nieve. La luz de la luna le iluminaba con la misma claridad que lo hubiera hecho la luz del sol.
Anna contuvo el aliento y una oleada de pánico le llenó los ojos de lágrimas: la sangre le empapaba la parte del abrigo que cubría su espalda. Se miró las manos y vio sus dedos manchados de sangre: de la sangre de Charles.
– No -dijo mientras se incorporaba. Se golpeó la cabeza en el tronco del árbol caído bajo el que se habían refugiado, pero ignoró el dolor y alargó los brazos-. ¡Charles!
Bran se irguió sobre su cama. El corazón le latía desbocado y respiraba con dificultad. El aire frío del dormitorio le recorrió el cuerpo empapado en sudor. Bruja.
– ¿Qué ocurre? -Leah se dio la vuelta y apoyó la cabeza sobre las manos, su cuerpo relajad» y saciado.
– No lo sé.
Respiró profundamente, pero no percibió ninguna presencia extraña en el dormitorio. A pesar de que la cabeza se le aclaró rápidamente, el sueño que acababa de tener le eludía. Todo salvo aquella única palabra: bruja.
El móvil empezó a sonar.
– ¿Qué ocurre, papá? -Samuel parecía estar completamente despierto-. ¿Por qué me has llamado?
Bran tardó unos segundos en comprender que Samuel no se refería a una llamada telefónica. Se frotó el rostro e intentó recordar. Bruja. Por alguna razón, aquella palabra le producía escalofríos en la espalda.
Tal vez había soñado con el pasado. Ya no le ocurría tan a menudo como antes. Y cuando lo hacía, no soñaba con la bruja, sino más bien con toda la gente que había muerto entre sus colmillos tras la muerte de la bruja.
No, aquel no parecía un sueño de recuerdos. Parecía un aviso. En cuanto pensó en eso, volvió a sentir la alarma que le había despertado. Algo iba mal.
– ¿Qué he dicho? -Su voz le obedeció, trasmitiendo únicamente calma y curiosidad.
– Despierta -dijo Samuel fríamente.
– Eso no me ayuda mucho. -Bran se atusó el pelo con una mano-. Siento haberte molestado. Estaba dormido.
La voz de Samuel se suavizó:
– ¿Era una pesadilla, papá?
Como en respuesta a su pregunta, Bran vio una imagen que había formado parte de su sueño:
– Charles está en peligro.
– ¿Un lobo solitario? -Samuel habló con educada incredulidad-. Nunca he conocido a un lobo solitario que le hiciera perder el sueño a Charles.
Bruja.
Aunque no su bruja, la bruja que le había convertido en un monstruo hacía muchos años. Muerta, pero no olvidada. Otra bruja.
– ¿Papá?
– Espera, déjame pensar.
Tras un momento, dijo:
– Charles y Anna salieron hace dos días en busca del lobo solitario.
En ocasiones decir las cosas en voz alta le ayudaba a recordar lo que había estado soñando. Los sueños de alerta siempre eran los peores; aunque terminaba recordándolos, a veces lo hacía cuando todo había terminado.
– Asil vino a verme aquella tarde. Estaba molesto conmigo por haber enviado a Charles sin esperar a que se recuperase de sus heridas -dijo Bran.
– ¿Asil estaba preocupado por Charles? -dijo Samuel con un deje de escepticismo en la voz.
– Justo lo que yo pensaba. Sorprendente. Aunque no se mostró demasiado inquieto hasta…
– ¿Qué?
Bran se frotó la frente.
– Soy demasiado viejo. Lo olvidé. Qué estúpido… Bueno, Eso lo explica todo.
Se puso a reír.
– Lo siento. Asil se marchó ayer por la mañana, presumiblemente para encontrar a Charles, pero acabo de entender la razón. La descripción del lobo solitario encaja con la del lobo de Sarai… la pareja de Asil.
– Lleva mucho tiempo muerta.
– Doscientos años. Asil me dijo que él mismo la incineró y enterró las cenizas. Y por muy viejo que sea, no puede mentirme. Sarai está muerta.
Leah bajó de la cama por su lado y recogió su ropa. Sin mirar a Bran, salió del dormitorio de este para regresar al suyo. Bran oyó cómo cerraba la puerta y supo que había herido sus sentimientos al mantener aquella conversación con Samuel en lugar de con su pareja.
Pero no tenía tiempo para disculpas; acababa de tener una extraña revelación.
Bruja.
– Samuel -dijo dejándose llevar por esta-, ¿por qué razón quemarías un cuerpo?
– Para ocultar su identidad. Porque es muy duro enterrar un cuerpo. Porque lo exige su religión. Porque hay demasiados cuerpos y nadie tiene a mano una excavadora. ¿Me estoy acercando?
Bran estaba demasiado preocupado para bromas.
– ¿Por qué Asil incineraría el cuerpo de Sarai en España durante las guerras napoleónicas?
– Bruja.
Bruja.
– He soñado con una bruja -dijo Bran, seguro ya de que había dado en el clavo.
– La pareja del Moro fue torturada hasta la muerte durante días -reflexionó Samuel en voz alta-. Siempre pensé que fue obra de un vampiro. Una bruja no habría podido controlar durante tantos días a un hombre lobo. Matarla, tal vez, pero no torturarla.
– Conozco a una que hubiera podido.
– La abuela lleva muerta mucho tiempo, papá -dijo Samuel con cautela.
– Muerta y devorada -dijo Bran con impaciencia-. Lo único que pretendía era señalar que existió una excepción. Si hubo una, puede haber dos.
– Sarai era la pareja del Moro, y los dos formaban parte de una manada. Es distinto de lo que nos ocurrió a nosotros. Y Sarai fue asesinada hace doscientos años. Las brujas viven los mismos años que los humanos.
– Asil me dijo que últimamente había estado soñando. Con ella. Supuse que se refería a Sarai.
Silencio al otro lado del teléfono. Samuel también conocía aquellos sueños.
– No sé nada -dijo Bran-. Quizá Sarai murió a manos de un vampiro, y el lobo que se parece al suyo es solo una coincidencia. Tal vez Asil incineró su cuerpo porque no podía soportar la idea de que se pudriera en la tumba. Tal vez mi sueño solo ha sido eso, un sueño, y Charles regresa en estos momentos a casa con el lobo solitario.
– ¿Sabes una cosa? -dijo Samuel pensativamente- Has demostrado mejor tu opinión argumentando en contra que a favor. Me pregunto si eso dice algo sobre cómo funciona tu cerebro.
– O el tuyo -dijo Bran con una sonrisa involuntaria-. Iré a comprobar cómo le van las cosas a Charles.
– Bien -dijo Samuel-. ¿Quieres que vuelva?
– No. ¿Estás en casa de Adam o de Mercy?
– Soy hijo tuyo -dijo con petulancia pese a la preocupación que trasmitía su tono de voz-. En la de Mercy, por supuesto.
Bran sonreía al colgar el teléfono. Salió de la cama y se vistió para el paseo.
Se detuvo frente a la puerta cerrada de Leah pero decidió que no podía hacer nada por arreglar lo que no funcionaba entre ellos. Ni siquiera quería intentarlo, solo lamentaba herir sus sentimientos con tanta facilidad.
Anna, tumbada sobre el cuerpo cada vez más frío de Charles, notó la garganta dolorida de tanto llorar. El rostro, húmedo por las lágrimas y la sangre, se le estaba congelando rápidamente. La nieve le quemaba la punta de los dedos.
Estaba muerto, y era culpa suya. Tendría que haberse dado cuenta de que la hemorragia era peor de lo que él estaba dispuesto a admitir. Solo había estado con él unos cuantos días.
Se apoyó en él para sentarse con las piernas cruzadas sobre el suelo congelado mientras estudiaba su exótico y bello rostro.
Había vivido doscientos años o más y Anna sabía muy pocas cosas de todo aquel tiempo. Quería conocer todas las historias. ¿Qué había sentido al crecer siendo un hombre lobo? ¿Qué travesuras se le habrían ocurrido? Ni siquiera sabía su color favorito. ¿El verde? ¿Como su dormitorio?
– Rojo. Es el rojo -le susurró al oído, asustándola.
Pero aquello era imposible. ¿O no?
Alargó la mano para tocar el cuerpo de Charles, pero lo único que consiguió fue parpadear. Estaba tumbada de espalda bajo el peso de un Charles completamente vivo, aunque en la parte izquierda de su rostro vio la marca de una garra.
Anna estaba jadeando, y sintió un dolor punzante en las mamos a medida que estas recuperaban lentamente la forma humana. ¿Había sido ella quien le había hecho aquello? Sintió cómo si el corazón le hubiera dejado de latir durante varios minutos y ahora volviera a hacerlo.
– ¿Charles? -logró decir con una gran esfuerzo.
Pese a que este no hizo ningún gesto, Anna percibió su alivio. También lo sintió en la relajación de la mano de Charles sobre su brazo.
Charles colocó brevemente su rostro contra su cuello y respiró junto a su oreja. Cuando la retiró, se apartó y le dijo:
– Lo único que debías hacer era preguntar.
Anna se irguió. Se sentía débil y desorientada.
– ¿Preguntar?
– Cuál era mi color favorito.
Anna lo miró fijamente. ¿Se lo estaba tomando a broma?
– Estabas muerto -le dijo-. Cuando desperté, estabas cubierto de sangre y no respirabas. Estabas muerto.
Un gruñido a su espalda la asustó; se había olvidado completamente de Walter.
– Yo también lo he olido, lobo -dijo Charles. Las marcas de su rostro desaparecían rápidamente-. Brujería. Anna, ¿te quitó algo la bruja? ¿Piel, sangre, pelo?
Cuando había aparecido el lobo, Mary le arrancó un mechón de pelo.
– Pelo. -Su voz era tan ronca que casi no la reconoció.
– Cuando hay brujas cerca, es mejor mantenerlas a distancia -dijo Charles-. El pelo le ha permitido introducirse en tus sueños. Si hubieras muerto en ellos, también lo habrías hecho en la realidad.
Anna supo que aquello era importante, pero no en aquel momento. Le desabrochó la chaqueta frenéticamente pero Charles le cogió las manos.
– ¿Qué buscas? ¿Puedo ayudarte en algo?
Tenía las manos calientes, aunque antes también las había tenido.
– He de comprobar tu espalda.
Charles la soltó, se deshizo de la chaqueta y, todavía de rodillas, se dio la vuelta para que comprobara que los retales de la camisa con los que había vendado su torso seguían limpios. Anna apoyó la cabeza en su hombro y respiró el olor de su piel
Además de esta, también percibió la sangre vieja y el olor penetrante de la herida curándose.
Le agarró la camisa con ambas manos e intentó recuperar la calma.
– ¿Solo ha sido una pesadilla? -dijo Anna, temerosa.
Temerosa de que lo otro fuese la realidad y aquello solo un sueño.
– No -dijo él-. Era la suma de tus peores miedos. -Se dio la vuelta y la rodeó con sus brazos, envolviendo con su calor el frío cuerpo de Anna. Le susurró al oído-: llevábamos quince minutos intentando despertarte. -Hizo una pausa y después añadió-: No eras la única que tenía miedo. Se te paró el corazón. Durante casi un minuto no conseguía que volvieras a respirar… pen… pensé que te dejaría moratones. El masaje cardiovascular es una de las cosas más difíciles que hay: la línea entre conseguir que salga el aire y romper una costilla es muy delgada.
Charles intensificó aún más su abrazo y añadió:
– Uno de los problemas de tener un hermano médico es saber que muy pocos casos sobreviven a un masaje cardiovascular.
Anna descubrió que le estaba dando palmaditas en la espalda, en una zona bastante alejada de la herida.
– Sí, pero supongo que la mayoría no son hombres lobo.
Charles se separó tras unos momentos y le dijo con energía:
– Estás congelada. Creo que es hora de volver a comer. Aun nos quedan un par de horas antes de que salga el sol.
– ¿Cómo estás?
Charles sonrió.
– Mejor. Mucha comida, un poco de descanso y estaré casi como nuevo.
Anna le observó detenidamente mientras extraía un par de sobres de comida de la mochila; escogió un par que no necesita un agua caliente. Más fruta liofilizada y cecina.
Anna abrió el sobre de cecina con los dientes y se puso a mascar.
– ¿Sabes qué? Antes me gustaba mucho la cecina.
Mientras comía los trocitos que ella le iba dando, Charles se estiró basta cubrirle los pies. Dado su gran tamaño, en poco tiempo notó cómo el calor le subía desde la punta de los dedos.
Volvieron a tumbarse. Anna entre de los dos machos y Charles de nuevo a su espalda.
– Tengo miedo de dormirme -dijo ella.
Y no solo porque la bruja podía matarla. No podría soportar otra vez ver el cuerpo sin vida de Charles.
Este la apretó aún más contra él y empezó a cantar suavemente. Era una canción india. Anna lo supo por el tono nasal y la escala poco familiar.
Walter suspiró y se removió hasta encontrar una posición más cómoda mientras los tres esperaban que llegara la mañana.