Anna recorrió metódicamente los cajones: Charles iba a despertar hambriento. Por suerte, tenía la casa abastecida para un asedio. Pensó en preparar un plato italiano -se le daba bastante bien la cocina italiana- pero no sabía si a Charles le gustaba. Un estofado le pareció la mejor opción.
El arcón de congelados del sótano estaba lleno de carne envuelta en papel transparente y perfectamente etiquetada. Subió a la cocina con un paquete de carne de alce para estofar y la dejó en la encimera para que se descongelara. Pese a que nunca había comido carne de alce, supuso que carne de estofado era siempre carne de estofado.
En la nevera encontró zanahorias, cebollas y apio. Ahora lo único que le faltaba eran las patatas. No había en la nevera, ni bajo la encimera; ni sobre la nevera o bajo el fregadero.
Alguien tan meticuloso como Charles debía de tener patatas en algún lugar. A menos que no le gustaran. Estaba inclinada con la cabeza en un cajón inferior, cantando en voz baja «dónde, oh, dónde están mis pequeñas patatas», cuando el sonido de un móvil le hizo levantar la cabeza repentinamente y golpeársela con el borde de la encimera.
EI teléfono estaba en el dormitorio, de modo que esperó a que Charles lo cogiera mientras se frotaba la cabeza, pero continuó sonando.
Hizo un encogimiento mental de hombros e intentó encontrar las patatas con ayuda de su olfato: Charles le había dicho que no utilizaba lo suficiente su nariz. Pero si había patatas en la cocina, su aroma quedaría camuflado por las especias y la fruta.
El teléfono colgado en la pared empezó a sonar. Era un viejo aparato de dial rotatorio fabricado medio siglo antes de la invención del reconocimiento de llamadas. Se quedó mirándolo con creciente frustración. Aquella no era su casa. Tras el décimo tono se decidió a descolgar.
– ¿Hola?
– ¿Anna? Dile a Charles que se ponga, por favor. -No cabía duda de quién era: Bran.
Dirigió una rápida mirada a la puerta del dormitorio con el ceño fruncido. Si todo aquel ruido no le había despertado aún, significaba que necesitaba descansar.
– Está dormido. ¿Quieres que le dé algún mensaje?
– Me temo que eso no me sirve. Por favor, despiértale y dile que necesito hablar con él.
Era una orden. El «por favor», pensó, era solo una muestra de cortesía.
De modo que dejó el auricular colgando y fue a despertar a Charles. Antes de llegar a la puerta, esta se abrió. Se había vestido con unos pantalones téjanos y una sudadera.
– ¿Es papá? -le preguntó.
Cuando ella asintió, Charles pasó rápidamente por su lado y cogió el teléfono.
– ¿Qué necesitas?
– Tenemos un problema -Anna oyó que decía Bran-. Te necesito… y trae también a Anna. Tan rápido como podáis.
Bran necesitaba a Charles. Charles era su mano ejecutora, su asesino. Habitualmente ponía en peligro su vida por su padre. Anna iba a tener que acostumbrarse a aquello.
Anna se estaba poniendo la chaqueta cuando Charles colgó el teléfono. Regresó al dormitorio y volvió a salir de él con unos calcetines y unas botas en la mano.
– ¿Puedes ayudarme con las botas? -le dijo-. Aún me cuesta agacharme.
Anna condujo el vehículo como alguien que no ha circulado nunca por una carretera congelada. Quizá no lo había hecho nunca. Pero aquella mañana lo había hecho mejor, y Charles no creía que la carretera estuviese en peores condiciones.
Evidentemente, fuera lo que fuese lo que la inquietaba, continuaba allí. Podía oler su ansiedad, aunque no sabía qué hacer para remediarla.
Si sus costillas hubieran estado en mejores condiciones, él mismo se habría encargado de conducir, pero se conformó con indicarle la dirección que debía seguir. Cuando la furgoneta coleó al entrar en el sendero que llevaba a la casa de su padre y Charles se sujetó con más fuerza a la puerta, Anna redujo aún más la velocidad. Un todoterreno color verde tiza con distintivos del gobierno estaba aparcado junto a la puerta principal: Servicio Forestal. Fuera cual fuese la razón por la que su padre 1e había llamado debía de tener alguna relación con el lobo solitario de las Cabinets. Tal vez había aparecido otro cuerpo.
Anna detuvo el vehículo detrás del todoterreno.
– ¿Hueles eso? -le preguntó a Anna mientras esta rodeaba la furgoneta hasta donde él la esperaba.
Anna inclinó la cabeza y reflexionó sobre lo que estaba oliendo.
– ¿Sangre?
– Fresca -dijo él-, ¿Te molesta?
– No. ¿Debería?
– Si fueras como cualquier otro lobo, Omega, ahora mismo estarías hambrienta.
Anna frunció el ceño y Charles respondió a su mirada:
– Sí, yo también. Pero soy lo suficientemente mayor para que no me incomode.
No se molestó en llamar a la puerta; su padre le habría oído llegar. Siguió el rastro de la sangre hasta el dormitorio de invitados.
Samuel había estado allí. Pese a no reconocer al hombre de mediana edad tumbado sobre la cama, reconoció la pulcra disposición de los vendajes. El hombre era tan humano como Heather Morrel, quien estaba sentada junto a la cama sosteniéndole la mano.
Heather levantó la cabeza. Charles vio el destello de pánico en su semblante pero no hizo nada por mitigarlo. Asustar a la gente formaba parte de lo que le convertía en un asesino tan eficaz. Además, hasta que no hablara con su padre y supiera qué estaba ocurriendo, nada de lo que pudiera decir aliviaría su dolor.
– ¿Dónde está el Marrok? -preguntó.
– Te está esperando en su estudio -le dijo ella.
Dio un paso atrás e hizo ademán de irse, pero Heather dijo su nombre suavemente.
Y él se detuvo.
– Jack es un buen hombre -susurró Heather.
Charles miró por encima del hombro y vio que le estaba mirando fijamente. Podría haberle preguntado a qué se refería, pero antes quería hablar con su padre.
Aunque Anna no dijo nada, percibió por su creciente tensión que había captado parte del trasfondo. A menos que su instinto le engañara, tenía serias dudas sobre la supervivencia del amigo de Heather, Jack.
De modo que se limitó a asentir y se dirigió al estudio con Anna pegada a sus talones.
El fuego estaba encendido: una mala señal. Papá solo lo encendía cuando algo le preocupaba. Su padre estaba sentado con las piernas cruzadas en el suelo frente al hogar y con la vista fija en las llamas.
Charles se detuvo en el umbral pero Anna pasó junto a él y acercó las manos al fuego. Ninguno de los tres habló durante un rato.
Finalmente, Bran suspiró, se puso en pie y caminó lentamente alrededor de Charles.
– ¿Cómo te sientes? -le preguntó cuando volvió a situarse frente a él.
Le ardía la pierna, y aún estaba demasiado débil para poder correr. Pese a que no quería mentirle a su padre, tampoco le apetecía enumerar sus dolores y achaques.
– Mejor. ¿Qué necesitas?
Bran se cruzó de brazos.
– Esta semana ya he matado a alguien contra mi voluntad; no quiero volver a hacerlo.
– ¿Jack tiene que morir?
¿Quería su padre que lo hiciera él? Miró a Anna con cierta ansiedad mientras esta se acercaba más al fuego y se encorvaba, dándole la espalda a ambos. Él tampoco quería matar a nadie más aquella semana.
Bran se encogió de hombros.
– No. Si debe hacerse, yo me encargaré. Espero poder evitarlo. Es uno de los compañeros de Heather. Estaban trabajando en el bosque, haciendo un trabajo para los Servicios de Emergencia. Buscaban a otro cazador desaparecido cuando fueron atacados por un hombre lobo. No hay ninguna duda de lo que era. Heather lo vio claramente. Le disparó y lo espantó; ha estado llevando balas de plata desde que identificó al asesino del otro cazador. Me ha dicho que su amigo Jack hizo la conexión entre su atacante y el cazador muerto mientras perdía y recuperaba la conciencia de camino hacia aquí.
– ¿Lo ha traído aquí porque se ha Transformado?
– Ella dice que podría haberlo hecho, pero Samuel no está de acuerdo. Los daños no son masivos, y no se cura lo suficientemente rápido. -Hizo uno de aquellos gestos que le salían tan bien; aquel decía: Soy solo un amateur, eso se lo dejo a los expertos-. Según parece, su problema tiene más que ver con la pérdida de sangre que con la herida en sí. Y nuestra Heather se arrepiente de haberlo traído desde que Samuel hizo su declaración.
– ¿En qué estás pensando?
Charles no podía evitar pensar que Anna lo estaba escuchando todo. Una parte de él quería ocultárselo, protegerla del lado desagradable de su vida. Sin embargo, se negaba a tener una relación con su pareja basada en medias verdades y secretos. Además, ella ya sabía mucho sobre lo desagradable que podían llegar a ser ciertas cosas. Bran se recostó en su silla y suspiró.
– Si un guarda forestal afirma que fue atacado por un hombre lobo, un hombre tan experimentado y respetado como Jack, la gente le creerá. Y, antes de ponerse poco comunicativa, Heather me dijo que Jack es un hombre sincero. Si cree que otros pueden correr peligro, difundirá la noticia tanto como pueda, por muy absurda que pueda parecer la verdad.
Charles sostuvo la mirada que le dirigió su padre. En otras circunstancias podrían dejarlo pasar. Si mataban al lobo problemático y no se producían más muertes, el incendio que pudiera provocar el guarda se consumiría por falta de combustible. No obstante, su padre creía que no tardarían mucho en salir a la luz pública. En cuestión de meses. No podían permitirse la mala publicidad.
Para ganar algo de tiempo y pensar si existía alguna salida a aquel dilema, Charles preguntó:
– ¿Cómo consiguió sacarlo de allí?
Charles conocía las Cabinets. En aquella época del año, la mayor parte de aquellas montañas solo podían recorrerse con raquetas o a cuatro patas. Heather no era una mujer lobo y, por tanto, no podía cargar con alguien que pesara más que ella.
– Llamó a su tío. Tag lo sacó de allí.
Ah. De modo que aquella era la razón por la que Bran parecía meramente pensativo y no completamente encerrado en sí mismo, su estado habitual cuando debía resolver algún asunto desagradable.
Charles miró a su padre con una sonrisa de alivio.
– Vaya con la mocosa -dijo Charles. Aunque Heather tenía cuarenta y tres años, Charles la había visto nacer y aún la consideraba una niña pequeña, y, lo que era aún más importante, su imponente tío, Colin Taggart, también-. Así que si haces lo que deberías hacer y eliminas a este aparentemente respetable y responsable inocente, ¿te enfrentarías a un levantamiento?
Tag era extremadamente protector con aquellos que consideraba suyos, y el hecho de rescatar a aquel guarda, lo convertía automáticamente en suyo. Si Bran decidía eliminar al guarda de Heather, tendría que recurrir a Tag para que lo llevara a cabo. Gracias a Dios.
Bran emitió un suspiro que quería expresar que estaba siendo utilizado.
– Me sentiría más tranquilo si no tuviera que enviarte malherido a perseguir a un lobo solitario. Estoy bastante seguro de que si eliminamos la amenaza, y demostramos a Jack que su atacante era un criminal además de un monstruo, lo único que deseará será conservar la paz y la tranquilidad. Necesito a ese lobo muerto antes de que Jack se recupere y exija que le dejemos marchar.
– ¿No puedes enviar a nadie más? -preguntó Anna en voz baja.
Bran negó con la cabeza.
– Esto debe realizarse de forma rápida y silenciosa, y permanente. Charles es el único en quien puedo confiar para mantener a las autoridades humanas alejadas si las cosas se ponen feas. -Sonrió ligeramente-. Y sé que no se unirá al asesino en este carnaval de carne humana.
Charles observó a su padre brevemente: no podría haberlo expresado en menos palabras… ni de un modo más desesperado.
– No es probable que el lobo sea más dominante que yo, de modo que no podrá embaucarme ni reclutarme -le explicó a Anna-. Y si las cosas se ponen «feas», mi magia puede encubrir las pruebas. No soy tan bueno como una bruja de verdad, pero no creo que envíen a un grupo de forenses de primera clase a las montañas.
– Además, no existe ningún otro lobo en Aspen Springs que pueda enfrentarse a un asesino de estas características sin perder su rastro. -Bran se dio la vuelta para mirar a Anna, quien seguía con la vista clavada en el fuego-. Matar a un ser sensible es mucho más adictivo que cazar conejos bajo la luz de la luna. Entre otras cosas, Aspen Creek es un santuario para los lobos problemáticos, o para quienes están en vías de serlo. Los lobos que podrían cazar a otro hombre lobo ya están lo suficientemente recuperados para regresar al mundo. Normalmente no los retengo más de lo necesario.
– ¿De modo que todos los lobos de tu manada son psicóticos? -preguntó Anna.
Charles no supo si lo había dicho en broma o no. Tal vez, pensó, ahora que reflexionaba en ello con mayor detenimiento, no estaba tan lejos de la verdad.
Bran echó la cabeza para atrás y estalló en carcajadas.
– En absoluto, querida. Pero no están preparados para esto. Si creyera estar poniendo la vida de Charles en peligro, enviaría a otro. Será incómodo, y complicado, pero no existe otro lobo en todo el país que conozca las Cabinets tan bien como mi hijo. Y pese a estar herido, puede dominar a cualquier lobo que exista.
– ¿Vas a enviarle solo?
Charles no reconoció nada en aquellas palabras, pero era evidente que su padre había intuido algo que le intrigaba.
– No necesariamente. -Y adoptó la expresión que solía utilizar cuando hallaba una solución satisfactoria a un problema que le había estado torturando. Charles tardó demasiado tiempo en comprender a lo que se referían y, cuando lo hizo, no pudo detenerle-. Puedes acompañarle.
– No -dijo Charles con autoridad, aunque también con la inquietante sensación de que era demasiado tarde. Bran no le prestó la más mínima atención. -No será divertido. Esas montañas son muy duras, y eres una chica de ciudad.
– Soy una mujer lobo -dijo ella con el mentón levantado-. No debería costarme mucho adaptarme a un entorno hostil, ¿no crees?
– No tiene ropa adecuada, ni guantes, ni botas -gruñó Charles desesperado. Sabía que su padre ya había tomado una decisión, aunque no tenía ni idea de por qué se mostraba tan decidido-. En esta época del año tienen que usarse raquetas, y ella no tiene experiencia. Me retrasará.
Su padre solía poner aquella expresión cuando quería utilizarlo.
– ¿Más que la herida de tu pantorrilla? -Se cruzó de brazos y se meció en la silla con los talones. Debió de reconocer la obstinada negativa en el rostro de Charles, ya que suspiró y pasó al galés-: Necesitáis tiempo para arreglar ciertas cosas entre vosotros. Ella no confía en ninguno de nosotros. Aquí hay demasiada gente que le mordería el rabo. -Su padre era un caballero, jamás diría algo en contra de su pareja, pero los dos supieron que se refería a Leah-. Anna tiene que conocerte, y tú no eres precisamente fácil en ese sentido. Llévatela de aquí y pasad unos cuantos días solos. Le sentará bien.
– ¿Para que me vea matar al intruso? -Charles le respondió en la misma lengua que había utilizado su padre. Anna sabía lo que era él, pero no quería tener que restregárselo por la cara. Aunque estaba acostumbrado a aterrorizar a la gente, no quería hacer lo mismo con ella-. Estoy seguro de que servirá para que esté mucho más segura de mí.
– Tal vez.
No había marcha atrás cuando su padre decidía el curso de los acontecimientos, y todo aquel que se interpusiera en su camino acababa tumbado como un bolo.
A Charles no le gustaba ser un bolo. Miró a su padre en silencio.
El viejo bardo sonrió débilmente.
– De acuerdo -dijo Charles en inglés-. Muy bien.
Anna levantó el mentón.
– Intentaré no retrasarte.
Y Charles se sintió como si le hubiera dado un puñetazo en el estómago: lo único que había conseguido es que ella se sintiera rechazada, todo lo contrario de lo que había pretendido. Pese a que las palabras no eran su fuerte, intentó arreglar la situación de todos modos.
– No me preocupa que me retrases -le dijo-. Papá tiene razón. Con esta pierna no voy a batir ningún record de velocidad. Esto no va a ser divertido, no en esas montañas y en invierno.
No quería que le viera matar otra vez. A veces estaba bien, y el otro lobo se resistía, como había hecho Leo. Pero otras gritaban y suplicaban. Y, pese a todo, debía matarlos.
– De acuerdo -dijo Anna.
La tensión de su voz le dijo que aún no había arreglado el daño, aunque no podía mentirle diciéndole que quería que fuera con él. No quería. Y aunque sabía que la capacidad de Anna para captar una mentira era bastante impredecible, se negaba a mentirle a su pareja.
– Lo entiendo -dijo Anna sin apartar la vista del suelo-. No será divertido.
– Haré una llamada para que os abran la tienda -dijo Bran. Resultaba imposible saber lo que pensaba, salvo que había decidido no ayudar a Charles-. Equípala con todo lo necesario.
Charles desistió y dirigió su atención a algo que controlaba mejor.
– Diles que estaremos allí en una hora -dijo-. Primero tengo que hablar con Heather y Tag. Saldremos por la mañana.
– Coge mi Humvee -dijo Bran extrayendo una llave de su llavero-. Llegaréis más lejos que con tu furgoneta.
¿Por qué estás siendo tan servicial?, pensó Charles con frustrado rencor. Bran no podía leer las mentes, pero la fugaz sonrisa en el rostro de su padre le dijo que no le costaba mucho leer la expresión de su hijo.
Charles no se sorprendió al encontrar a Heather esperándoles. Estaba frente a la puerta de la habitación de invitados, apoyada en la pared y con la vista clavada en sus pies. No la levantó cuando se aproximaron a ella, pero dijo:
– Lo he matado trayéndolo aquí, ¿no es cierto?
– ¿Tag se ha marchado a casa? -preguntó Charles.
Entonces Heather le miró, examinándole el rostro.
– Dijo que ya tenía suficiente sangre para unos cuantos días y se marchó abajo a ver una película.
– Jack estará bien -dijo Anna, aparentemente impaciente por la neutralidad de Charles-. Charles y yo nos ocuparemos del hombre lobo que le atacó. Esperemos que con eso tu amigo no pierda la cabeza con la prensa.
Heather miró a Anna durante un segundo.
– Gracias a Dios que hay alguien por aquí que no actúa como si la información fuese más valiosa que el oro. Debes de ser la Omega de Chicago.
Anna sonrió, aunque se dio cuenta de que debía practicar más.
– Los lobos suelen ser bastante reservados, ¿no es cierto? Si te sirve de algo, creo que el hecho de que trajeras aquí al otro lobo… ¿se llamaba Tag?… ha sido lo que ha desequilibrado la balanza.
Heather miró a Charles por el rabillo del ojo y este supo que aquello es lo que había pretendido cuando llamó a su tío pidiéndole ayuda. Aun así, percibió la verdad en su voz cuando dijo:
– Fue lo único que se me ocurrió. Sabía que si se lo pedía yo, vendría.
Tag era así.
– ¿Podríamos despertar a Jack? -preguntó Charles.
– Está en un duermevela -les dijo ella-. Ahora está dormido, no inconsciente.
El humano era algo mayor que Heather. Tenía la cara pálida y tensa. En cuanto Heather lo despertó, el aroma de su pánico inundó la habitación.
Interesante, pensó el Hermano Lobo al reconocer a una presa herida. Comida fácil.
Charles aún no había descubierto si el Hermano Lobo decía las cosas en serio o si bromeaba, pues nunca le había permitido alimentarse de un humano. Tenía la incómoda sospecha de que no era ni lo uno ni lo otro. Hizo retroceder al Hermano Lobo y esperó a que el humano le viera por encima del hombro de Heather.
– Me llamo Charles -dijo-. Soy un hombre lobo. Heather, no voy a comérmelo.
Pese a que Heather finalmente se apartó, Charles estaba convencido de que hubiese preferido quedarse entre ambos para proteger a su amigo.
– ¿Por qué nos atacaste? -dijo Jack en un susurro, haciendo un esfuerzo para que las palabras salieran de su boca.
– No fui yo -le dijo Charles-. Pregúntale a Heather. Ella te lo dirá. Oímos hablar del lobo solitario hace unos días. Yo estaba herido, y mi padre quería esperar hasta que me recuperase para enviarme tras él. Pensábamos que, terminada la temporada de caza, no habría mucho peligro si esperábamos un par de semanas.
– ¿Herido?
Charles apretó los dientes para controlar al lobo, el cual demostraba abiertamente su desaprobación, mientras se desabotonaba la camisa y se daba la vuelta. La quemadura que le atravesaba los hombros era más que evidente, pero había estado oliendo su propia sangre desde que Anna coleara en el sendero, así que estaba bastante seguro de que el vendaje que le cubría la herida de la espalda estaría manchado de sangre.
Aunque ni Jack ni Heather representaban una amenaza, al Hermano lobo le daba lo mismo: mostrar las debilidades a los demás estaba mal. Sin embargo, era importante que Jack comprendiera por qué habían esperado. Si querían que no contara nada, Jack debía entender que, en circunstancias normales, eran capaces de controlar a los suyos.
– Quemadura de bala -dijo Jack.
– Y dos más que dieron en el blanco -confirmó Charles, volviendo a abrocharse la camisa.
– Jack antes era policía -apuntó Heather.
Durante aquellos minutos había mantenido la vista apartada, para evitar mirar a Charles, un gesto que este agradeció.
– Tuve algunos problemas en Chicago hace unos días – dijo Charles.
– Deberías curarte -susurró Jack.
Charles negó con la cabeza.
– No si hay un hombre lobo cazando humanos. -Miró a Heather-. ¿Hubo alguna provocación?
Ella se encogió de hombros.
– No estoy segura. Simplemente salió de la nada y atacó. Existen muchas razones para que aquel lobo solitario lo hiciera. Tal vez ha establecido su territorio o debe proteger a alguien o algo.
– Aunque también podría estar cazando -concluyó Charles-. No podemos permitirnos el lujo de esperar a que encuentre una nueva víctima.
Anna siguió a Charles escaleras abajo en busca del tío de Heather, Tag. Las escaleras terminaban en un estrecho pasillo lleno de puertas metálicas, cada una con gruesas barras de hierro preparadas para bajar sobre los soportes instalados a ambos lados.
En una de las puertas, las barras estaban bajadas. Quien estuviese tras ella, había estado haciendo ruido hasta que ellos llegaron al pasillo. Entonces el pasillo quedó en completo silencio, y Anna pudo sentir cómo escuchaba sus pasos mientras se aproximaban.
Podría haberle preguntado a Charles, pero este parecía encerrado en sí mismo. No sabía si estaba molesto con ella o simplemente pensativo. De cualquiera de los dos modos, no quería molestarle. Ya lo había hecho suficiente. Tendría que haberle dicho que se quedaría en casa.
Pero aquello habría significado que se marcharía solo, herido, para enfrentarse a un lobo solitario desconocido. Su padre parecía confiar en que podía arreglárselas solo, pero él no había estado en su casa ayer por la noche cuando Charles estaba demasiado dolorido incluso para moverse sin su ayuda.
Si Charles decidía que no la quería a su lado, ¿qué podía hacer ella?
Había una puerta algo más halagüeña al final del pasillo; no tenía ni cerrojos ni llaves. Sin embargo, mientras se acercaban a ella, Anna oyó el sonido de una explosión.
– Guau -dijo alguien con feroz satisfacción.
Charles abrió la puerta sin llamar.
Anna tuvo una fugaz visión de una enorme pantalla de televisión conectada a una gran variedad de lustrosas cajas negras y altavoces mediante el arco iris formado por una red de cables. Sin embargo, lo que captó su atención y la mantuvo fue el hombre corpulento tumbado sobre un sofá como un gato doméstico gigante. Y «gigante» es la palabra que mejor lo definía.
Charles era un hombre alto, pero Anna estaba dispuesta a apostar que Colin Taggart era unos centímetros más alto que él y algunos más de ancho. A pesar del frío, llevaba puestas unas enormes sandalias Birkenstock por encima de unos gruesos calcetines de lana, usados y deshilachados pero limpios. Unos pantalones sueltos color caqui quedaban cubiertos por una camiseta teñida que le colgaba por debajo de los muslos. Tenía el pelo de un espectacular color naranja y tan tosco como la crin de un pony; lo tenía rizado y enmarañado de tal forma que podría deberse tanto a un estilo deliberado como a la simple despreocupación. Se había apartado toda la melena del rostro con una gruesa goma de pelo manchada de tinta.
No estaba en el funeral, pensó Anna. Se acordaría de él. Probablemente estuviera en las montañas rescatando a su sobrina.
Su piel tenía la palidez típica de los celtas, con numerosas pecas poblándole las mejillas. Entre el tono de su piel y sus afiladas facciones podría haber llevado tatuado «Irlandés» en la frente. Olía a una extraña variedad de inciensos que envolvía un agradable aroma a tierra que Anna no sabía exactamente dónde ubicar. Parecía quince o veinte años más joven que su sobrina, y lo único que ambos tenían en común eran los ojos grises.
Tras una rápida ojeada a Charles cuando entraron en la habitación, Tag volvió a dirigir su atención al televisor para contemplar el final de la explosión. Entonces apuntó el mando a distancia en la dirección aproximada del televisor y detuvo la película.
– Bueno -dijo en una voz sorprendentemente aguda-. No hueles a muerto.
No era un soprano, pero un hombre de su corpulencia debería sonar como un bombo. Sonaba más bien como un clarinete: su acento era igual al de un locutor de televisión.
– Si el amigo de Heather mantiene la boca cerrada, estará a salvo -dijo Charles-. Salimos de caza a primera hora de la mañana. Te agradecería si pudieras hacer unas cosas por mí.
Anna comprendió que la pose relajada había sido una artimaña cuando el otro lobo se incorporó y se permitió el lujo de deslizarse por el sofá y utilizar el impulso para ponerse en pie. Todo con la controlada velocidad y elegancia de un bailarín de la corte.
De pie, ocupaba más espacio del que le correspondería en la reducida habitación. Anna dio un paso atrás involuntario que pasó desapercibido a los dos hombres.
Tag sonrió, pero sus ojos desprendían cautela y los mantuvo clavados en Charles.
– De acuerdo. Siempre y cuando no mates a mi pequeño amigo, estaré encantado de complacerte.
– Necesito que tanto tú como Heather recordéis dónde estaban exactamente cuando les atacó, mejor sobre un mapa. A ver si podemos ubicar con exactitud dónde estaba la otra víctima del hombre lobo, y también el estudiante. -Charles miró a Anna, repasándola de arriba debajo de un modo impersonal antes de dirigir de nuevo su atención al otro hombre-. Después pásate por casa de Jenny y comprueba si tiene ropa sucia, algo con su sudor.
Los ojos del lobo se agrandaron.
– ¿Vas a hacer eso del rastro? Harrison es más o menos de tu misma estatura. ¿Quieres que coja algo de su ropa para ti?
– Perfecto. Nos encontraremos en mi casa en un par de horas con el mapa y la ropa.
– Bran no ejecutará al hombre de Heather.
Aunque fue una afirmación, la voz de Tag estaba teñida de cierta incertidumbre.
Charles se encogió de hombros.
– Por lo menos todavía no. A menos que decida hacer alguna estupidez.
A Anna aquello no le pareció muy tranquilizador. Sin embargo, Tag lo consideró suficiente.
– De acuerdo -dijo con un asentimiento-. Os veo en un par de horas.
Charles aparcó el Humvee frente a la casa, probablemente porque no cabía en el garaje. Estaba tenso y cojeaba ligeramente, pero cuando Anna intentó cargar con los paquetes que habían recogido en la tienda, Charles se limitó a mirarla. Ella levantó ambas manos en señal de rendición y le dejó cargar con los bultos.
No había hecho ningún comentario personal desde que abandonaran el estudio de su padre.
– Tal vez deberías ir con otra persona -dijo ella finalmente mientras cerraba la puerta al frío invernal-. Otro lobo podría serte más útil.
Charles se dio la vuelta y la miró fijamente. Se quitó los guantes con parsimonia mientras seguía mirándola con sus ojos negros a la tenue luz de la casa. Ella le devolvió la mirada durante uno o dos segundos antes de bajar los ojos.
– No me gusta llevar refuerzos para matar -le dijo tras un momento-. Demasiados lobos tienden a estropear las cosas.
Se quitó la chaqueta y la dejó deliberadamente sobre el respaldo del sofá.
– Nos enfrentamos a un hombre lobo que mata a humanos. Podría ser un infiltrado, alguien que intenta evitar que mi padre revele poco a poco nuestra existencia a los humanos. Aunque he estado reflexionando sobre eso y no creo que sea el caso. Tiene que ser una persona desesperada para ocultarse en las Cabinets en esta época del año, cuando podría estar mucho más confortable en Missoula o Kalispell. Donde además atraería mucha más atención. Moverse por las montañas en pleno invierno es muy complicado para un ataque planificado o un asesino habitual. Creo que nos enfrentamos a un lobo solitario. Alguien que no sabe demasiado y que intenta mantenerse alejado del mundo. Peligroso, como ha demostrado repetidamente, pero nada que no pueda controlar.
– Haré lo que me digas -le dijo Anna al suelo, sintiéndose estúpida por insistir en acompañarle y dolida porque él no la quisiera a su lado-. Intentaré no molestarte.
– Ni siquiera se me hubiera pasado por la cabeza llevarte conmigo si no hubiera sido por la insistencia de mi padre – dijo él lentamente-. Y me habría equivocado.
Sus palabras la cogieron completamente desprevenida. Con la sospecha de que le había malinterpretado, levantó la vista y se topó con una sonrisa avergonzada.
– Creo -dijo él- que incluso un hombre lobo merece una oportunidad, ¿no crees? Un lobo solitario oculto en las Cabinets resulta bastante desesperado, y existe una posibilidad de que también él sea una víctima, como el cazador muerto o Jack. Pero, si fuera yo solo, incluso si supiera con total seguridad que estaba chiflado o fuera de control más allá de su responsabilidad, probablemente tendría que matarlo de todos modos. Mira lo que has hecho con Asil esta mañana. Si vienes conmigo, puede que podamos darle una oportunidad a este lobo.
Pese a que parecía decirlo con sinceridad, Anna midió sus palabras:
– ¿No estás enfadado? ¿No hubieras preferido que mantuviera la boca cerrada?
Charles recorrió la distancia que les separaba y la besó. Cuando se apartó, el corazón de Anna latía acelerado, y no solo de miedo. Sintió su pulso contra su garganta. Olía a bosque cubierto de nieve.
– No -murmuró él-. No quiero que te calles. -Le recorrió suavemente la mandíbula con un dedo-. Tag llegará en cualquier momento. Será mejor que vaya preparando la comida.
Pese a estar aún dolorido y asegurarle que no era un gran cocinero, preparó el estofado que ella había estado organizando cuando llamó Bran. Aunque la envió en busca de las patatas, las cuales estaban almacenadas en un saco de arpillera en el sótano, pareció satisfecho de encargarse de todo el trabajo.
Ella le observó cocinar, y la euforia provocada por el beso se desvaneció. Frente a ella tenía a un hombre habituado a estar solo, a depender de sí mismo. No la necesitaba, aunque ella dependía completamente de él.
Mientras esperaban que el estofado hirviera a fuego lento, Charles encendió el pequeño televisor del comedor, el único aparato que había visto en la casa, y una mujer alegre con pintalabios brillante les dijo que al día siguiente haría más frío. Charles se sentó y ella tomó asiento al otro lado de la mesa de roble.
– Eso es lo más local que conseguiremos -le dijo Charles mientras veían la previsión meteorológica-. Missoula y Kalispell.
Anna no supo por qué no permitía que la televisión llenara el silencio.
– Tu padre me dijo que te preguntara si podía contactar con mi familia -dijo Anna mientras la locutora informaba sobre las ventas de Navidad durante el fin de semana: bajada en las ventas respecto al año anterior, aumento de las compras por Internet.
– ¿Ocurre algo?
– No lo sé. No he hablado con ellos desde poco después de mi Transformación.
– ¿No has hablado con tu familia desde hace tres años? – Charles frunció el ceño. Entonces su cara se iluminó por la súbita comprensión-. No te lo permitía.
Anna le miró fugazmente.
– Leo dijo que mataría a cualquier humano que tuviera la mínima sospecha de lo que éramos. Y que cualquier contacto prolongado con mi familia era causa suficiente para su eliminación. Siguiendo sus indicaciones, me enfadé por algo que dijo mi cuñada y no volví a hablar con ellos.
– Idiota -escupió Charles antes de sacudir la cabeza-. Tú no. Leo. ¿Por qué…? Supongo que pensaba que tu familia se opondría al trato que estabas recibiendo y que armarían un escándalo, y creo que tenía razón. Si quieres llamar ahora, adelante. O si prefieres, cuando acabemos con esto podemos ir a hacerles una visita. Ciertas cosas se explican mejor en persona.
Notó cómo se le resecaba la garganta y tuvo que contener unas repentinas y estúpidas lágrimas.
– Lo siento -consiguió decir.
Charles se inclinó hacia ella pero, antes de que pudiera decir nada, ambos oyeron el inconfundible sonido de un coche aproximándose.
Sin llamar a la puerta, Tag entró en la casa como una brisa cálida, con una bolsa de papel en una mano y un mapa en la otra.
– Ahí estáis. -Se detuvo y olfateó atentamente-. Decidme que hay de sobra para los tres. Llevo horas con tus recados y aún no he comido nada.
– Sírvete tú mismo -dijo Charles con brusquedad al comprobar que Tag había soltado todos los bultos y ya estaba en la cocina.
Anna le oyó mover cacharros durante un momento y después le vio aparecer en el salón con tres cuencos de estofado en sus grandes manos. Dejó uno frente a Anna, otro frente a Charles y el último en un lugar cercano a este. Otro viaje a la cocina y regresó con tres vasos de leche y cucharas. Sirvió los platos con tal profesionalidad que Anna pensó que debía de haber trabajado en algún restaurante.
No dejó de mirar a Charles mientras se sentaba, y Anna se dio cuenta de algo que había estado percibiendo desde hacía tiempo. Pese a su comportamiento casual, Tag le tenía miedo a Charles, como también lo había tenido Sage pese a aquel «Charlie».
Existía una razón, pensó Anna, para que la pareja de Bran, Leah, hubiese venido cuando Charles estaba ocupado en otro lugar, y también para que la casa le resultase tan poco familiar.
Anna había reconocido el miedo de Heather, pero Heather era humana. Los otros eran licántropos, y sus reacciones eran reconocibles por los sutiles movimientos de sus cuerpos, como la vigilancia constante de Tag.
Tag comió un par de ruidosas cucharadas ante las cuales la madre de Anna habría respondido con una bofetada en la mano, y a continuación le dijo a Charles:
– Necesita comer. Leo nunca supo cuidar de los regalos que recibía.
– Anna no fue un regalo -dijo Charles-. Él la cazó.
El semblante de Tag se tensó.
– ¿Transformó a una Omega por la fuerza?
Conmoción, pensó Anna, e incredulidad.
– No -dijo Charles-. La cazó, y cuando dio con ella, envió a un perro rabioso tras ella.
– Solo a un cabrón loco se le ocurriría atacar a una Omega. ¿Le mataste?
La naturalidad de la voz de Tag era demasiado estudiada para ser real.
– Sí.
– ¿También a Leo?
– Sí.
– Bien hecho.
Tag volvió a mirarla, sin que en aquella ocasión sus ojos se encontraran, y continuó comiendo.
– Por entonces aún no era una Omega -dijo Anna-. Era simplemente una humana.
Charles la miró con una sonrisa fugaz y regresó a su estofado.
– Cuando naciste ya eras una Omega, del mismo modo que mi padre era dominante y peligroso desde que empezó a caminar, humano o no. El hombre lobo solo lo saca a la superficie, y la edad lo pule.
– ¿No lo sabía? -preguntó Tag.
– Leo hizo todo lo posible por mantenerla ignorante y bajo su puño -le dijo Charles.
Tag levantó una enmarañada ceja pelirroja en su dirección.
– Nunca me gustó Leo, demasiado solapado para mi gusto. Es muy difícil para un lobo dominante hacer daño a uno sumiso si este está sano. Nuestros instintos nos empujan a protegerlos. Los Omega están un paso más allá. Cuando eras humana, tendrías que haber sido mucho más frágil de lo que eres ahora, lo que aumentaría esos instintos. Una Omega humana solo podría ser atacada por un perro rabioso, un lobo sediento de sangre.
Los dos hombres habían continuado comiendo antes de que Anna decidiera cuestionar su afirmación.
– Ningún lobo en la manada de Leo parecía tener muchos problemas para pegarme.
Los ojos de Tag se encontraron con los de Charles, y Anna recordó que bajo aquella chillona alegría se ocultaba un lobo.
– Tendría que haberles costado -dijo Charles severamente-. Si Leo no les hubiese empujado, te habrían dejado en paz.
– ¿Ninguno se enfrentó a él? -preguntó Tag.
– Ya se había deshecho de los más fuertes -dijo Charles-. Tenía al resto bajo su puño. Bailaban a su ritmo.
– ¿Estás seguro de que lo mataste? -preguntó Tag.
– Sí.
Los ojos de Tag volvieron a posarse en Anna.
– Bien.
En cuanto terminaron de comer, Tag acercó el mapa que había traído y lo extendió sobre la mesa.
Anna recogió los platos sucios y los fregó, mientras Charles y Tag mascullaban sobre el mapa.
– Todos los ataques se produjeron a pocos kilómetros del lago Baree -estaba diciendo Tag cuando Anna regresó y se puso a observar el mapa por encima del hombro de Charles-. Según he oído, en esos bosques hay una vieja cabaña, aunque nunca la he visto.
– Sé donde está. Es una buena idea. -Charles señaló con el dedo un punto del mapa-. Está por esta zona, no muy lejos de los ataques. Hace unos diez o quince años que no he estado en el lago Baree en invierno. ¿Todavía es esta la mejor carretera?
– Es la que cogí yo. Será mejor que cojas este sendero de aquí. -Tag lo señaló sobre el mapa pero Anna no vio ningún sendero.
– Muy bien -dijo Charles-. Después recorreremos a pie el paso de Silver Butte.
– Bien. El primer ataque se produjo aquí. -Y Tag señaló ligeramente los alrededores del lago Baree-. Justo en el sendero que suele utilizarse en verano, a unos tres kilómetros del lago. El cadáver del cazador fue encontrado aquí, aproximadamente a un kilómetro del lago. Probablemente llegó a través del paso de Silver Butte, como haréis vosotros mañana. Para estar a principios de octubre hay mucha nieve; en temporada de caza la vieja carretera de servicio sería impracticable. Heather y Jack fueron atacados aquí, a unos seis kilómetros de su furgoneta. Yo pude acercarme un kilómetro más en mi vehículo, de modo que en el Humvee podréis avanzar algo más.
Charles canturreó algo y después dijo:
– Puede que haya empeorado. Podríamos intentar llegar a Vimy Ridge.
Tag soltó una breve carcajada.
– El lugar ideal para ocultarse. No me gustaría ser el lobo que te siguiera en un lugar como ese a finales del verano, y menos aún en pleno invierno. Por suerte, el lago Baree es lo que más se acerca a una excursión veraniega en todo el parque Cabinet. -Tag miró a Anna-. No será fácil, no creas. Pero se puede hacer. El único modo de llegar a Vimy Ridge con este tiempo es en helicóptero. La nieve puede alcanzar los cuatro metros en algunas zonas altas, como, por ejemplo, en las estribaciones de Baree. Vas a ir con este viejo lobo, así que hazle caso en todo, porque si no, por mucho que seas una mujer lobo, acabaremos buscando tu cuerpo congelado.
– No es necesario que la asustes -dijo Charles.
Tag se inclinó sobre la silla y sonrió.
– No estás asustada, ¿verdad, palomita? -Y en aquella última frase Anna percibió un rastro de acento irlandés, o tal vez cokney Puede que tuviera un buen oído, pero necesitaba más de tres palabras.
Tag miró a Charles. Heather tuvo que subir bastante para poder llamarme. En la mayor parte de las Cabinets aún no hay cobertura. Aparqué aquí -señaló el mapa con el dedo- y tras caminar un trecho encontré cobertura. Os sugiero que aparquéis por allí y dejéis los móviles en el coche.
Charles le miró con dureza.
– ¿En caso de que no se trate de un lobo solitario?
– Tú y Bran no sois los únicos que sabéis sumar dos y dos -dijo Tag-. Si esto es un ataque premeditado, será mejor que los villanos no puedan rastrearte gracias a ese sencillo localizador que hoy en día llevan todos los móviles.
– No pretendía hacerlo -confirmó Charles. Volvió a inclinarse sobre el mapa-. Por los ataques, parece que Baree es el centro de este territorio pero…
– En cuanto empieza a caer la nieve, no suele haber mucha gente ni al este ni al oeste del lago -dijo Tag convencido-. El lago Baree puede ser tanto el centro del territorio como su límite.
Charles frunció el ceño.
– No creo que le encontremos al este. Si estaba en ese gran valle al otro lado de la cordillera que lo separa del Baree, la extensión natural donde establecería su territorio sería a través del valle y quizá hasta el lago Buck o incluso Wanless, pero no más allá de la cordillera. En esta época del año es casi imposible viajar del valle a Baree, ni siquiera a pie.
– Entonces al oeste.
Charles recorrió con el dedo la distancia desde Baree hasta un par de lagos más pequeños.
– Creo que iremos a Baree y de allí viajaremos al oeste, por encima de los lagos Bear, a través de Iron Meadows y volveremos atrás hasta esta montaña y Vee. Si por entonces no hemos dado con él, creo que será el momento de avisar a toda la manada.
– Ten cuidado, en Bear existe un alto peligro de avalanchas -dijo Tag, pero Anna percibió la aprobación en su tono de voz.
Se pasaron algo más de tiempo planificando una ruta que les llevaría unos cuatro días a pie. Cuando terminaron, Tag se llevó la mano a la frente como si se tocara un sombrero invisible.
– Encantado de conocerle, señora -le dijo a Anna.
A continuación, sin darle tiempo a contestar, se marchó tan precipitadamente como había llegado.