Capítulo 4

Noroeste de Montana, Parque Nacional Cabinet


Walter no sabía por qué había sobrevivido al ataque de la bestia, como tampoco comprendía cómo había sobrevivido a tres misiones en Vietnam cuando la mayoría de sus amigos, sus camaradas, no podían decir lo mismo. Tal vez había tenido suerte en ambos casos. O tal vez el destino le deparara algo más.

Como, por ejemplo, otros treinta años deambulando solo por los bosques.

Si el hecho de haber sobrevivido al ataque de la bestia ya era algo improbable, lo que vino a continuación fue simplemente insólito. Lo primero que notó fue la desaparición de la dolorosa artritis que afectaba a sus hombros y rodillas, así como la punzada de una vieja herida en la cadera. El frío había dejado de molestarle.

Al no disponer de espejo, le costó más tiempo darse cuenta de que tanto su cabello como su barba habían recuperado el color que tuvieron durante su juventud.

Fue entonces cuando empezó a fijarse en las anomalías. Era más rápido y fuerte de lo que nunca había sido. Las únicas heridas que no se habían curado con la misma y sorprendente rapidez que las de su estómago eran las que torturaban su alma.

De hecho, no comprendió lo que le había ocurrido realmente hasta la mañana tras la primera luna llena, cuando despertó con sangre en la boca, bajo sus uñas y en su cuerpo desnudo: las señales de lo que había hecho, de lo que se había convertido, cristalinas como diamantes. Solo entonces supo que se había convertido en el enemigo, y lloró ante la pérdida de su último rasgo de humanidad.


* * *

Aspen Creek, Montana


Con el brazo de Charles rodeándole el hombro, Anna siguió al resto de la gente hasta el gélido aparcamiento de la iglesia. Se detuvieron en la acera a observar cómo se vaciaba lentamente de coches. Unas cuantas personas que salían en aquel momento miraron a Anna, pero ninguno de ellos se detuvo.

Cuando se quedaron prácticamente solos, Anna se descubrió bajo el cauteloso escrutinio de unos ojos grises, pese a la sonrisa amistosa que le regaló Samuel.

– ¿Así que tú eres el perrito descarriado que mi hermano ha traído a casa? Eres más bajita de lo que esperaba.

Le resultó imposible sentirse ofendida cuando era evidente que no había sido aquella la intención; por lo menos no la había llamado puta.

– Sí -dijo ella, haciendo un esfuerzo por no ocultarse de su mirada ni parlotear sin parar, como solía hacer cuando estaba nerviosa.

– Samuel, esta es Anna. Anna, mi hermano Samuel -dijo Charles a modo de presentación.

Tras decidir que la breve presentación de su hermano no era la más adecuada, su hermano lo intentó por su cuenta.

– El Dr. Samuel Cornick, hermano mayor y torturador. Encantado de conocerte, Anna…

– Latham -dijo ella, deseando que se le ocurriera algo más interesante que decir.

Samuel le sonrió de forma encantadora, aunque Anna se dio cuenta de que aquello tampoco suavizó sus ojos.

– Bienvenida a la familia.

Le dio unos golpecitos en la cabeza, sobre todo, pensó ella, para irritar a Charles.

– Deja de flirtear con mi pareja -fue lo único que dijo este.

– Comportaos -dijo Bran-. Samuel, ¿te importaría llevarte a Charles al hospital para echarle un vistazo a sus heridas? Tengo un trabajo para él, pero si no se recupera pronto, tendré que enviar a otra persona. Creo que no se está curando tan rápidamente como debería. Samuel se encogió de hombros.

– Claro. No hay problema. -Miró a Anna-. Aunque puede que tardemos un poco.

Anna rio era estúpida. Samuel quería hablar con Charles sin que ella estuviera presente. O tal vez quien lo quería era Bran y él solo estuviera colaborando.

Charles también se dio cuenta, ya que, con serenidad, le dijo:

– ¿Por qué no vuelves a casa con la furgoneta? Samuel o papá me acompañarán cuando terminemos.

– Claro -le dijo ella con una sonrisa fugaz.

No tenía motivos para sentirse dolida, se reprendió a sí misma con severidad. Dio media vuelta y se dirigió a paso rápido hacia la furgoneta.

No le iría mal pasar un poco de tiempo sola. Había ciertas cosas sobre las que deseaba reflexionar sin Charles a su lado nublándole el juicio.


* * *

Charles quiso gruñirle al percibir su alivio cuando se separó de él, implícito en su rápida retirada en dirección a la furgoneta.

Controló la ira irracional que sentía hacia Samuel, quien con tanto encanto la había alejado de allí tras responder a las ordenes que Bran le comunicara mentalmente. Siempre percibía cuando su padre hablaba con Samuel; algo en la expresión de este nunca mentía.

Samuel esperó a que Anna subiera a la furgoneta y saliera del aparcamiento para decir:

– ¿Mataste al lobo que abusó de ella?

– Está muerto.

Por alguna razón, Charles no pudo apartar los ojos del vehículo. Aunque no le gustaba separarse de ella, sabía que no debía preocuparse. En Aspen Creek nadie tocaría algo que le perteneciera. Además, todo el pueblo sabía lo que era ella gracias al espectáculo de Asil en el funeral.

Incluso las pocas personas que no habían asistido al funeral, como la pareja de su padre -quien había dejado clara su postura con su ausencia- lo sabrían antes de una hora. Aun así, no le gustaba la idea de dejarla sola. Nada en absoluto.

– ¿Charles? -dijo su hermano con calma.

– Por eso te he pedido que la dejaras marchar -dijo Bran en un murmullo-. Quería que vieses los cambios por ti mismo. Ayer se comportó del mismo modo en cuanto la perdió de vista. Anna es una Omega, y creo que su efecto sobre él está enmascarando los síntomas. Creo que no le extrajeron toda la plata.

– ¿Cuándo le dispararon?

– Hace dos días. Tres balazos. Uno le ha dejado una quemadura en la espalda, otro le atraviesa el pecho y le sale por detrás, el tercero le atravesó la pantorrilla. Todas de plata.

Charles observó cómo la furgoneta tomaba con precaución el desvío que la llevaría a casa.

– Es más sensible a la plata que… ¡Charles!

Unas manos fuertes le agarraron por los hombros y su padre le tocó la cara, capturándole con la mirada de un modo mucho más efectivo que su hermano con las manos.

– Tengo que irme -le dijo a su Alfa.

Sentía el corazón en la garganta. No podía pensar, no podía quedarse allí. Debía protegerla, por muy maltrecho que se sintiera.

– Espera -le dijo su padre, y la orden le envolvió el cuerpo como si fueran cadenas, inmovilizándole cuando lo único que deseaba era ir tras aquella furgoneta-. Samuel tiene que reconocerte. Enviaré a Sage para que cuide de ella, ¿de acuerdo?

El tacto de su padre, su voz y algo más le ayudaron a poner en orden sus pensamientos. Había perdido el control.

Cerró los ojos y confío en el tacto de su padre para calmar al lobo y empezar a pensar con mayor claridad.

– Lo he vuelto a hacer, ¿verdad? -preguntó, aunque no necesitaba la confirmación de Bran. Respiró profundamente y asintió con la cabeza-. Sage, de acuerdo.

No quería a nadie en su casa; su padre y su hermano, sí, pero el resto solo cuando era estrictamente necesario. Aun así, tampoco quería que Anna estuviese sola. Sage serviría.

No haría daño a su Anna y la protegería hasta que él llegara. Mantendría alejado a los otros machos. Algo inquietante se asentó en su interior con más fuerza. No obstante, observó cómo su padre llamaba a Sage a su móvil y escuchó cómo le preguntaba si podía encontrarse con Anna en su casa. Entonces permitió que lo llevaran a remolque hasta el hospital en el coche de Samuel. Su padre les siguió en el Humvee.

– Papá me ha contado que tuviste que matar a Gerry -le dijo su hermano.

Gerry era el hijo de Doc Wallace, el responsable de herir a un número considerable de personas y matar a otras tantas en su búsqueda por hallar una droga que pudiera implicar a Bran en un enrevesado complot para obligar al buen doctor a aceptar su doble naturaleza. A Gerry no le habían preocupado los daños colaterales.

Samuel asintió con una expresión adusta.

– No me dejó otra opción.

Pese a estar distraído por la necesidad de proteger a su pareja y el escozor de unas heridas que no se estaban curando como deberían, Charles escuchó lo que su hermano no dijo. De modo que él lo verbalizó.

– Te estás preguntando a cuánta gente estaríamos dispuestos a matar para proteger a papá. A cuántos torturaríamos y asesinaríamos.

– Exacto -musitó su hermano-. Hemos matado a gente por nuestro padre. Tanto a lobos como a inocentes. ¿Qué nos hace tan diferentes para que Gerry tuviera que morir y nosotros hayamos sobrevivido?

Si Bran envió a Samuel a Tri-Cities con Mercy para curar su melancolía, no había funcionado muy bien. Charles se esforzó por apartar de su mente a su pareja y pensar en algo que ayudara a su hermano. Sin Bran tocándole, era mucho más complicado ordenar sus pensamientos de lo que debería haber sido.

– Nuestro padre ha mantenido a las manadas seguras y controladas. Sin su liderazgo, seríamos tan caóticos y estaríamos tan diseminados como los lobos europeos. Y el peaje en muertos humanos sería mucho mayor. ¿Cuál habría sido el resultado si el plan de Gerry hubiera tenido éxito? -preguntó Charles.

Sage se ocuparía de Anna por él. No existía razón alguna que explicara aquella necesidad infernal e incontrolable de estar con ella.

– Gerry pensaba que su padre aceptaría al lobo para poder derrocar al Marrok -murmuró Samuel-. ¿Quién puede decir que no tenía razón? Tal vez hubiera conseguido salvar a su padre. ¿Es peor lo que hizo él que cuando papá te envía a matar a alguien?

– ¿Y si Gerry hubiese tenido razón? Si todos sus planes hubieran llegado a buen puerto, si lo único que necesitaba su padre era un motivo para aceptar a su lobo, y si, con la ayuda de la nueva droga de Gerry, hubiera matado a papá y se hubiese convertido en el Marrok, entonces, ¿qué? -preguntó Charles-. Doc era un buen hombre, pero ¿cómo crees que le hubiera sentado ser el Marrok?

Samuel reflexionó unos instantes y después suspiró.

– No era lo suficientemente dominante. Se habría producido un gran caos mientras los Alfas se enfrentaban por la supremacía, y Gerry intentaría matarlos a todos como un chacal oculto entre las sombras. -Aparcó frente al hospital pero no hizo ademán de bajar del coche-. Pero, de todos modos, ¿no matarías por papá? ¿Incluso si no fuese necesario para la supervivencia de los lobos de este país? ¿Estaba tan equivocado Gerry?

– Infringió las leyes -dijo Charles.

Sabía que para su hermano aquel tipo de cosas nunca eran ni blancas ni negras. Samuel, al contrario que él, nunca se había visto obligado a aceptar las cosas tal cual eran. Recorrió mentalmente los acontecimientos en busca de algo que pudiera utilizar.

– Gerry mató a gente inocente. No para la supervivencia de la manada, sino por una vana esperanza en la supervivencia de su padre. -Sonrió débilmente cuando algo, justo lo que necesitaba, acudió en su ayuda-. Si tú o yo matáramos a algún inocente para proteger a papá, y no para la supervivencia de todos nosotros, él mismo nos mataría.

La tensión abandonó los hombros de Samuel.

– Sí, lo haría, ¿no es cierto?

– Sienta mejor estar del lado de los ángeles, ¿verdad? preguntó Charles mientras su padre se detenía junto a su vehículo

Samuel sonrió cansadamente.

– Le diré a papá que le has llamado ángel.

Charles salió del coche y respondió a la mirada sorprendida de su padre por encima del capó del vehículo de Samuel con un encogimiento de hombros.


* * *

Samuel encendió las luces de la clínica y los condujo a una de las salas de reconocimiento.

– Muy bien, viejo -dijo-. Veamos esos agujeros de bala.

Pero su sonrisa se desvaneció cuando Charles empezó a pelearse con la chaqueta.

– Espera -le dijo, y abrió un cajón para coger unas tijeras. Cuando vio el semblante de Charles, sonrió débilmente-. Oye, es solo una chaqueta. Puedes comprarte otra.

– Probadores -gruñó Charles-. Cuatro probadores y un viaje a la ciudad para que me miren de arriba abajo. No, gracias. Papá, ¿podrías ayudarme a quitarme esto y mantener a tu hijo y sus tijeras alejados de mí?

– Deja las tijeras, Samuel -dijo Bran-. Supongo que si ha podido ponérsela, podremos quitársela sin tener que cortarla. No hace falta que gruñas, Charles.

Consiguió deshacerse de ella con ayuda, pero le dejó empapado en sudor y a su padre murmurando palabras tranquilizadoras. Ni siquiera le pidieron ayuda para desabrocharle la camisa.

Samuel observó detenidamente el vendaje de veterinario rosa y en su rostro se dibujó una sonrisita.

– Esto no ha sido idea tuya.

– Anna.

– Creo que empieza a gustarme esa loba. Puede que se asuste con demasiada facilidad, pero resistió a Asil sin titubear. Y alguien que se atreve a envolverte de color rosa…

Cuando Samuel cortó la ridícula tela rosa y vio las heridas, las del pecho y las de la espalda, se puso serio de repente. Acercó la nariz a una de ellas y la olfateó antes de volver a vendarlo con algo menos espectacular.

Charles se sorprendió al descubrir que prefería las vendas rosas porque había sido ella quien se las había puesto.

– Casi te pierdo por culpa de esta, hermanito. Pero huele a limpia y parece estar curándose bastante bien. Bájate los pantalones, quiero ver esa pierna de la que has estado intentando no cojear.

A Charles no le gustaba quitarse la ropa. Suponía que su parte india pesaba mucho. Eso y su aversión por mostrar sus heridas. No le gustaba que los demás vieran sus debilidades, ni siquiera su padre y su hermano. Se bajó los pantalones a regañadientes.

Samuel frunció el ceño incluso antes de retirar el brillante parche elástico de color verde. En cuanto lo hizo, acercó la nariz y apartó la cabeza bruscamente.

– ¿Quién ha limpiado esto?

– La manada de Chicago tenía un médico.

No había demasiados médicos que fueran hombres lobo. Él solo conocía a Samuel. El médico de la manada de Chicago era uno de los nuevos lobos que Leo había estado ocultando al Marrok. El hecho de estar rodeado de tanta sangre y carne dificultaba que un hombre lobo pudiera concentrarse en su tarea médica; aunque nunca había visto que a Samuel le incomodara.

– Era un matasanos -gruñó su hermano-. Puedo oler la plata desde metro y medio.

– Pobre capacitación como lobo -le corrigió Charles-. Ningún nuevo lobo de Leo sabe qué hacer con su hocico, incluida Anna. Dudo mucho que supiera reconocer la plata.

– Y tengo la sospecha de que también estaba muy asustado de ti -dijo su padre desde el rincón al que se había autoexiliado-. No eres precisamente un buen paciente.

– Sube a la mesa -le dijo Samuel-. Voy a tener que escarbar un poco. Papá, vas a tener que ayudarme con esto.

Le dolió mucho más que el disparo, pero Charles permaneció inmóvil mientras Samuel escarbaba y hurgaba en su pierna. El sudor le perlaba la frente, y contuvo a duras penas la necesidad de transformarse y atacar únicamente porque su padre le sujetaba con fuerza.

Intentó no prestar atención a lo que hacía su hermano, pero le resultó imposible ignorar completamente los comentarios sobre las maniobras. Cuando Samuel le roció la herida el suero fisiológico, todos los músculos de su cuerpo se tensaron en señal de protesta, y no pudo contener un resoplido. Pero…

– Lo siento, viejo, aún queda un poco más.

Y continuó escarbando y cortando. Aunque no quería gritar, no pudo detener el aullido de lobo cuando Samuel volvió a rociarle la herida con suero fisiológico, ni el gruñido de alivio cuando Samuel empezó a vendarlo, lo que señalaba el fin de la tortura.

Mientras Charles estaba aún abatido intentando recordar corno se respiraba, Samuel le dijo:

– No puedo quedarme aquí, papá.

Charles dejó de preocuparse por su pierna y observó a Samuel, quien no parecía estar en condiciones de volver a vivir solo. Llegó a la conclusión de que su padre ya lo sabía; a Bran se le daba mucho mejor la gente que a él.

Bran no respondió. Se puso a dar vueltas lentamente en el pequeño taburete que había en un rincón de la sala.

Al cabo de un rato, Samuel decidió continuar; indudablemente, era lo que Bran había pretendido.

– No puedo quedarme. Demasiada gente que espera demasiado de mí. No quiero formar parte de la manada.

Bran continuó girando sobre el taburete.

– Entonces, ¿qué harás?

Samuel sonrió; un destello fugaz que le provocó a Charles una punzada en el corazón por la falta de auténtico sentimiento tras aquella expresión. Fuera lo que fuese lo que le había ocurrido a su hermano durante los años que había vivido solo, aquello le había cambiado, y Charles temía que el cambio fuera irrevocable.

– Pensaba en ir a tomarle un poco más el pelo a Mercy.

Pese a que tanto su voz como la expresión de su rostro parecían casuales, la tensión de su cuerpo revelaba su preocupación.

Tal vez papá no estuviera tan equivocado cuando decidió unir los caminos de Samuel y Mercy, aunque, según su experiencia, los romances no eran ni tranquilos ni indoloros. Tal vez Samuel no necesitara tranquilidad y calma.

– ¿Y qué pasa con Adam? -preguntó Charles a su pesar.

Mercy vivía en Tri-Cities, en el estado de Washington, y el Alfa de la Manada de Columbia no era lo suficientemente dominante como para contener a su manada con Samuel de por medio. Y Adam hacía demasiado tiempo que era Alfa para adaptarse a otro puesto.

– Ya he hablado con él -respondió Samuel rápidamente.

– ¿Está de acuerdo en que ocupes su puesto?

Charles no lo veía claro. Otro lobo quizá sí, pero no Adam.

Samuel se relajó apoyándose en la encimera y sonrió.

– No voy a ocupar su puesto, viejo. Solo me quedaré en su territorio como un lobo más. Dijo que no le importaba.

El Marrok se esforzó por adoptar una expresión neutral, y Charles supo cuál era la fuente de su preocupación. Durante los dos últimos años, desde que regresara de Texas, Samuel había tenido que recurrir muchas noches a la estabilidad de la manada, y un lobo solitario no tenía manada a la que recurrir.

Samuel, como su padre -y Asil-, era muy viejo. La edad era algo muy peligroso para los hombres lobo, pese a que esta nunca parecía haberle afectado mucho. Hasta que regresó hacía unos años tras haber vivido solo durante más de una década.

– Aunque, por supuesto -continuó Samuel-, no sabe que viviré con Mercy.

Adam también sentía algo por su pequeña coyote, recordó de repente Charles.

– ¿Así que Mercedes decidió perdonarte?

– ¿Mercy? -Los ojos de Samuel viajaron hasta su frente, aunque por primera vez en mucho tiempo las sombras abandonaron su semblante-. ¿Nuestra Mercy? ¿La que nunca se enfada incluso cuando debería hacerlo? Por supuesto que no.

– Entonces ¿cómo conseguiste que lo aceptara?

– Aún no lo ha hecho -dijo con confianza-. Pero lo hará.

El plan que parecía tener en mente hizo que sus ojos se iluminaran con su antigua alegría de vivir. Su padre también se dio cuenta. Charles se percató de que había tomado una decisión definitiva.

– De acuerdo -dijo Bran de repente-. De acuerdo. Sí, vete. Creo que será lo mejor.

Fuera cual fuese el problema de Samuel, volver a Aspen Creek no le había ayudado mucho. Tal vez Mercedes tendría más suerte. Siempre y cuando no acabara matando a Samuel, o a su padre, por ponerla en la línea de fuego.

Charles, cansado de estar tumbado boca abajo y en ropa interior, se incorporó y luchó con el zumbido en sus oídos que amenazaba con volver a postrarlo.

– ¿Cómo te sientes? -le preguntó Samuel recuperando la pose de médico.

Charles cerró los ojos e hizo inventario.

– Ya no tengo ganas de echar la puerta abajo y huir, aunque eso podría deberse a que ya ha pasado lo peor.

Samuel sonrió.

– No. Podría torturarte un poco más si quisiera.

Charles le miró fijamente.

– Estoy mucho mejor, gracias.

Aunque aún le dolía, empezaba a sentirse más él mismo, algo que no había conseguido desde que recibiera los disparos. Se preguntó por qué el envenenamiento con plata le había hecho sentir un ansia protectora tan intensa hacia Anna. Jamás había sentido algo semejante.

– Muy bien. -Samuel miró a su padre-. Ni mañana ni al otro. Si fuera otra persona, te diría diez días como mínimo, pero Charles no es estúpido y, además, es muy fuerte. Tras extraerle la plata, se curará tan rápido como es habitual en él. Para el miércoles, los extraños ni siquiera sabrán que le ha ocurrido algo, así que no correrá peligro de ser atacado porque algún idiota piense que puede derrotarle. Pero si le envías solo para que se enfrente a una manada, necesitarás un poco más de músculo, al menos durante las próximas dos semanas.

Charles miró a su padre y esperó su decisión. Recorrer las Cabinets en mitad del invierno no era precisamente su idea de diversión. Aquellas montañas no eran muy acogedoras con los viajeros. Aun así, podía hacerlo mucho mejor que cualquier otro al que su padre pudiera recurrir, herido o no, especialmente si no era solo un lobo solitario sino un ataque al territorio de su padre.

Finalmente, Bran asintió.

– Te necesito a ti. Puedo esperar una semana.

– ¿Qué harás con Asil? -le preguntó Charles-. Pese a todos los esfuerzos del Reverendo Mitchell, de Samuel y del propio Doc Wallace, la manada no pinta muy bien. Si tienes que matarlo, habrá consecuencias.

Bran sonrió débilmente.

– Lo sé. Asil vino a verme hace cosa de un mes quejándose de sus sueños y me pidió que le ayudara de nuevo a terminar con su sufrimiento. En circunstancias normales no me habría preocupado, pero se trata del Moro.

– ¿Con quién sueña? -preguntó Samuel.

– Con su pareja fallecida -dijo Bran-. Murió tras ser torturada. Aunque no quiere hablar de ello, sé que se siente culpable porque estaba de viaje cuando sucedió. Me dijo que había dejado de soñar con ella cuando se unió a nuestra manada. Pero hace un mes regresaron los sueños. Se despierta desorientado y… a veces no en el mismo lugar en el que se acostó.

Era muy peligroso, pensó Charles, tener a un lobo con los poderes del Moro deambulando desorientado.

– ¿Crees que su muerte puede esperar? -preguntó Samuel.

Bran sonrió, en aquella ocasión sinceramente.

– Creo que sí. Tenemos a una Omega para ayudarle. -Su padre miró a Charles y la sonrisa se amplió considerablemente-. No va a abandonarte por él, Charles, por mucho que Asil intenté morderte la cola.


* * *

Anna llegó a la conclusión de que el salón de Charles, pese a no estar decorado con esmero, era cálido y acogedor. Sin embargo, no era su hogar. Deambuló inquieta por las habitaciones hasta quedarse finalmente en el dormitorio, sentada en un rincón del suelo con las piernas encogidas, abrazándose el cuerpo con las manos. No quería llorar. Se estaba comportando como una estúpida: ni siquiera sabía por qué estaba tan disgustada.

Le había molestado que se la sacaran de encima, y al mismo tiempo, había sentido una oleada de alivio cuando se descubrió sola en la furgoneta.

Hombres lobo y violencia, hombres lobo y muerte: iban unidos como los plátanos y la mantequilla de cacahuete. Tal vez aquí estaba más segura que en Chicago, pero todos eran unos monstruos.

Aunque tampoco era culpa de ellos, de los lobos de Montana. Solo intentaban vivir lo mejor posible con aquella maldición que los convertía en bestias despiadadas. Incluso Charles. Incluso el Marrok. Incluso ella. Los hombres lobo tenían sus reglas: en ocasiones un hombre debía matar a su mejor amigo por el bien de todos. Los machos humanos envejecían mientras que los hombres lobo continuaban siendo jóvenes. Los lobos como Asil intentaban que los demás les atacaran porque querían morir… o matar.

Empezó a respirar entrecortadamente. Si alguien hubiera matado a Leo y a su pareja años atrás, muchísima gente seguiría con vida… y ella sería una estudiante en la Northwestern a punto de obtener un título en teoría musical en lugar de… ¿el qué?

Debía encontrar un trabajo, algo que le diera un propósito y una vida más allá del hecho de ser una mujer lobo. Trabajar de camarera en Scorci's le había salvado en más sentidos que el simple cheque a fin de mes. Es difícil regodearse en la autocompasión cuando tienes que gastar las suelas de los zapatos Ocho o diez horas al día. Pese a todo, dudaba que en aquel lugar encontrara un trabajo de camarera.

El timbre de la puerta sonó.

Se puso en pie de un salto y, aunque se frotó las mejillas con energía, descubrió que tenía las mejillas secas. El timbre volvió a sonar, de modo que se apresuró hacia la puerta principal. Todo lo contrario, se dijo. Hacía tan solo unos minutos lo único que deseaba era estar sola y ahora corría en pos de una distracción.

Captó fugazmente la silueta de un Lexus gris metalizado antes de fijarse en la mujer que esperaba en el porche. Su expresión era afable y amistosa. Tenía un pelo oscuro y sedoso trenzado a la francesa y casi tan largo como el de Charles.

Mujer lobo, le dijo su olfato.

La mujer sonrió y alargó una mano.

– Me llamo Leah -le dijo-. La mujer del Marrok.

Anna estrechó su mano y la soltó rápidamente.

– Entremos a charlar, ¿de acuerdo? -dijo la mujer amablemente.

Anna sabía que a Charles no le gustaba su madrastra. Aunque tampoco le gustaban los aviones, ni los coches, ni los teléfonos móviles. Aparte de eso, no existía razón alguna para sentirse inquieta. Además, no había forma de negarse sin ofenderla.

– Entra -la invitó educadamente mientras se apartaba.

La mujer del Marrok pasó con brío por su lado y entró en el salón. Una vez en el interior, se detuvo a inspeccionar la sala minuciosamente, como si fuera la primera vez que la veía. Anna tuvo la incómoda sensación de que había cometido un error dejándole entrar en la casa. Tal vez Charles no se lo permitía; no podía hallar otra explicación a la fascinación que parecía sentir Leah por los muebles de Charles.

A menos que todo aquel examen fuera un juego de poder diseñado para dejar claro que Anna no era ni la mitad de interesante que la habitación. Mientras Leah seguía con su inspección, Anna se decantó por aquella última explicación; no era una habitación tan grande para dedicarle tanto tiempo.

– No eres como esperaba -murmuró Leah finalmente.

Se había detenido frente a una guitarra hecha a mano que colgaba de la pared a la altura suficiente para que la chimenea no dañara la madera. Podría tratarse de un ornamento, aunque los trastes estaban gastados por el uso.

Anna no dijo nada ni se movió del lugar que ocupaba junto a la puerta.

Leah se dio la vuelta para mirarla, y su rostro ya no reflejaba ningún tipo de cortesía o cordialidad.

– Tuvo que conformarse con lo que había, ¿no es así? Tuvo que marcharse a Chicago para encontrar a una muñequita, a una mujer que no representara ningún reto para él, ¿verdad? Dime, ¿te sientas cuando te lo ordena?

El rencor que se ocultaba tras el ataque lo convertía en algo mucho más personal que el habitual deseo de poner en su sitio a un lobo menor. Leah, pese a ser la pareja del Marrok, parecía celosa. ¿También quería a Charles?

La puerta se abrió de un portazo y una segunda mujer apareció en la casa trayendo consigo una ventada de aire helado y perfume francés. Era alta y delgada, como una modelo de pasarela. Vestía ropa cara. Su pelo castaño con reflejos rubios quedaba enfatizado por el brillo dorado de sus pómulos y, sobre todo, por unos ojos de un azul sobrecogedor.

Anna la reconoció del funeral; no solo era hermosa, sino también espectacular, y la combinación la hacía memorable. La recién llegada cerró la puerta tras ella y se quitó el anorak, dejándolo como quien no quiere la cosa sobre la silla más próxima. Seguía vestida con la falda y el jersey oscuros de aquella mañana.

– Venga, Leah, «siéntate y estate quieta» Creo que puedes hacerlo mejor, querida -Tenía una voz gruesa y un acento sureño. Dirigiéndose a Anna, añadió-: Siento haber entrado de este modo, pero me ha parecido que necesitabas que te rescatara de nuestra reina puta.

– Lárgate, Sage. Esto no tiene nada que ver contigo -le ordenó Leah con dureza, aunque no parecía ofendida por el insulto.

– Cariño -dijo la mujer con dulzura-, me encantaría habrarlo pero he recibido órdenes del jefe; un escalón por encima del tuyo. -Sus brillantes ojos azules se posaron en Anna-. Tú debes de ser la Anna de Charles. Me llamo Sage Carhardt. Siento mucho el recibimiento, pero si Charlie quiere, ella acabará con el rabo entre las piernas. El Alfa quiere mucho a sus hijos.

– Cállate -dijo Leah bruscamente, y su poder recorrió toda la habitación, obligando a Sage a dar dos pasos hacia atrás

Qué extraño, Anna hubiera jurado que Sage era la más dominante de las dos… pero entonces se dio cuenta de que la energía olía a Marrok. Una mujer ocupa su lugar en la manada gracias a su pareja, pensó. Pese a saberlo, nunca había presenciado el poder real.

– Tú. -Leah se dirigía ahora a Anna-. Siéntate en el sofá, estaré contigo en un minuto.

Una mujer prudente habría obedecido, pensó Anna con pesar. La mujer que había sido hacía solo una semana se hubiera encogido, sentado y esperado lo que el destino le deparara. La nueva Anna, la pareja de Charles, una Omega y alguien que no formaba parte de la manada, levantó el mentón y dijo:

– No, gracias. Creo que será mejor que te vayas y vuelvas cuando mi… -Aunque hacía tres años que era mujer lobo, llamar a Charles su pareja no le sonaba bien, y tampoco era su marido-. Cuando vuelva Charles.

La vacilación le quitó a la declaración parte de su fuerza.

Sage sonrió y aquello iluminó su rostro de satisfacción.

– Eso, Leah, ¿por qué no vuelves cuando Charles esté aquí? Me encantaría verlo.

Pero Leah no le estaba prestando atención. Frunció el cejo con perplejidad mientras seguía mirando a Anna.

– Siéntate -dijo con una voz profunda y cargada de poder que nuevamente rodeó a Anna sin tocarla.

Anna también frunció el ceño.

– No. Gracias.

Se le ocurrió una cosa y, antes de reflexionar sobre ello, dijo:

– Vi a Sage en el funeral, pero el Marrok estaba solo. ¿Por qué no le acompañaste?

– Bran no pintaba nada allí -dijo Leah con un arranque de ira-. Mató a Carter. ¿Y ahora pretende llorar su muerte? No pude evitar que asistiera. Aunque nunca me hace mucho caso de todos modos. Sus hijos son sus consejeros; yo solo soy el reemplazo de su amor perdido, la incomparablemente, hermosa y sacrificada puta india. No puedo detenerle, pero tampoco le apoyaré. -Cuando terminó de hablar, una lágrima descendía por su mejilla. Se la secó y la observó con una expresión de horror. Entonces volvió a mirar a Anna con idéntica expresión-. Oh, Dios. Oh, Dios mío. Eres una de esas. Tendría que haberlo sabido antes, tendría que haber sabido que Charles traería a algo como a mi territorio.

Se marchó con un torrente de aire frío y poder vibrante, dejando a Anna luchando por no mostrar lo desconcertada que se encontraba.

– Hubiera pagado por presenciar eso. -La sonrisa continuaba iluminando el rostro de Sage-. Oh, querida -canturreó-, estoy tan contenta de que Charles te haya traído con él

Primero Asil y después Leah. La vida va a hacerse mucho más interesante por aquí.

Anna se secó sus húmedas manos en los laterales de los tejanos. Había percibido algo extraño en la respuesta de Leah, ionio si hubiera estado tentada de decir algo más.

Tragó saliva y se esforzó por parecer calmada y hospitalaria.

– ¿Quieres algo de beber?

– Claro -dijo Sage-. Aunque conociendo a Charles, supongo que no tendrá nada interesante. Tomaré un té y te hablaré de mí. Después podrás hablarme de ti.


* * *

Charles tuvo que permitir que su padre le ayudara a subir al Humvee.

– Sí, bueno -dijo su padre con un rastro de gruñido diciéndole lo preocupado que había estado por él-, eso te enseñará a agacharte más rápido la próxima vez.

– Lo siento -se disculpó mientras se acomodaba en el asiento del pasajero.

– Bien -dijo Bran cerrando la puerta con suavidad-. No dejes que vuelva a ocurrir.

Charles se puso el cinturón. Probablemente sobreviviría a un naufragio, pero dado el modo de conducir de su padre, el cinturón lo mantendría sujeto al asiento.

El calor abrasador que había impedido que se le despejara la cabeza había desaparecido, pero aún no estaba bien del todo. Pese a la sopa que Samuel le había calentado en el microondas y le había obligado a injerir, se sentía tan débil como un cachorro. El Hermano Lobo estaba inquieto anhelando la oscuridad.

Un lugar seguro donde curarse.

– ¿De verdad vas a dejar que Samuel sea un lobo solitario? -le preguntó cuando puso en marcha el vehículo. El Marrok era posesivo y territorial, no era habitual que dejara ir a alguien que le pertenecía. La última vez que Samuel se marchó, no le había pedido permiso, simplemente desapareció. Charles tardó un par de años en localizarlo.

– Estoy tan satisfecho de que Samuel haya encontrado algo, lo que sea, en que dedicar su tiempo que incluso podría chantajear a Adam si fuese necesario.

– ¿Aún no lo has hecho? – Adam, el Alfa de Tri-Cities, le caía bien, pero le sorprendía que el Marrok no hubiera tenido que forzar un acuerdo: no muchos Alfas habrían aceptado de buena gana a un lobo solitario tan dominante como Samuel en su territorio.

– Aún no… -dijo su padre pensativamente-. Aunque me parece que tendré que ayudar un poco a Samuel con Mercedes. Ella no parecía muy feliz cuando lo envié con ella la última vez.

– Samuel sabe cómo arreglárselas con Mercedes.

– Eso espero. -Bran dio unos golpecitos con los dedos sobre el volante-. Me gusta tu Anna. Parece tan delicada y tímida, como una flor que fuera a marchitarse ante la primera palabra afilada, y entonces hace algo como enfrentarse a Asil.

Charles recostó nuevamente los hombros en el asiento mientras caracoleaban sobre una esquina congelada y cogían el sendero que llevaba a su casa.

– Deberías verla con un rodillo de cocina en las manos.

No intentó ocultar su satisfacción. Cada vez se sentía mejor. Los oídos habían dejado de zumbarle, y había recuperado el control. Algo de comer y unas horas de sueño y prácticamente habría recuperado la normalidad.

– ¿Quieres entrar? -preguntó más por educación que por un deseo real.

– No. -Su padre negó con la cabeza-. Envía también a Sage a casa. Querrá charlar contigo, pero tú y Anna necesitáis estar a solas. Cuando terminó el servicio Anna parecía bastante alterada.

Charles miró a su padre bruscamente.

– Pensaba que era solo una reacción al funeral. Demasiada gente que no conocía.

– No, había algo más.

Charles repasó mentalmente la última parte del servicio funerario, pero no se le ocurrió a qué podía referirse su padre.

– Yo no noté nada.

– Claro que lo hiciste. -Su padre le miró con una sonrisa irónica-. ¿Por qué crees que estabas tan frenético cuando se marchó?

– ¿El asunto con Asil? -Si Asil la había alterado, tal vez Charles podría ocuparse de él y de ese modo su padre no tenía que volver a preocuparse.

Bran negó con la cabeza y se puso a reír.

– Te he dicho mil veces que puedo hablar mentalmente con la gente pero que no puedo recibir sus pensamientos. No sé qué le preocupaba. Pregúntaselo tú.

Milagrosamente, llegaron hasta la puerta de su casa sin ningún percance. Charles bajó del Vee y pensó por un instante que las rodillas no iban a sostener su peso.

Su padre le observó atentamente, pero no le ofreció ayuda.

– Gracias. -Odiaba sentirse débil, y aún odiaba más cuantío la gente intentaba cuidar de él. Al menos lo había odiado hasta que apareció Anna.

– Entra en casa antes de que te caigas -fue lo único que le dijo su padre-. Con eso me conformo.

Ya fuera por el hecho de moverse o por el frío, las rodillas dejaron de temblarle y empezó a caminar de nuevo con normalidad en cuanto alcanzó la puerta.

Su padre hizo sonar un par de veces el claxon y salió como una exhalación en cuanto su mano tocó el pomo de la puerta. Charles entró en la casa y se encontró a Sage y Anna sentadas en el salón, una frente a la otra, con una taza de té delante de ellas sobre la mesa. Sin embargo, su olfato le dijo que Anna había recivido otra visita.

Aunque se había sentido ridículo cuando su padre llamó a Sage para que fuera a su casa, el rastro de Leah le hizo sentirse orgulloso de su paranoia. Leah no había tardado mucho en hacer el primer movimiento.

Sage dejó de hablar con Anna y lo repasó con la mirada de arriba a abajo.

– Charlie -dijo-, estás hecho un desastre. Se puso en pie de un salto, le besó en la mejilla y se marcho a la cocina para dejar la taza de té en el fregadero.

– Gracias -dijo él con frialdad.

Sage sonrió.

– Me voy y os dejo solos, como una parejita de recién casados. Anna, no dejes que te encierre en su tumba privada. Llámame cuando quieras e iremos de compras a Missoula o algo así.

Le dio una palmadita a Charles en el hombro antes de marcharse tan campante.

Anna dio un sorbo a su té y le miró con ojos oscuros e insondables. Por la mañana se había recogido el pelo con una cinta y echaba en falta los rizos color miel que solían colgar a ambos lados de su cara.

– Te ha llamado «Charlie» -le dijo ella.

Charles levantó una ceja.

Anna sonrió, una expresión repentina que le iluminó el rostro.

– No te pega.

– Sage es la única que insiste en llamarme de ese modo -admitió-. Afortunadamente.

Anna se puso de pie.

– ¿Quieres un té? ¿O algo de comer?

En el coche había sentido hambre, pero, de repente, lo único que deseaba era dormir. Ni siquiera tenía ganas de recorrer el pasillo.

– No, creo que me iré a la cama.

Anna llevó su taza a la cocina y puso las dos tazas en el lavavajillas. A pesar de sus palabras, Charles la siguió.

– ¿Qué te ha dicho tu hermano? -le preguntó ella.

– Aún quedaba algo de plata en la pantorrilla. La ha eliminado toda.

Anna se quedó mirándole fijamente.

– No ha sido divertido, ¿verdad?

Charles no pudo evitar sonreír ante su comentario.

– No.

Ella le pasó el brazo bajo sus hombros.

– Venga, te estás tambaleando. Vamos a la cama antes de que te caigas al suelo.

No le molestó en absoluto que le ayudara. Incluso podría haberle llamado Charlie y no le habría dicho nada, siempre y cuando no se separara de él.

Anna le ayudó a quitarse la ropa. No había vuelto a ponerse la chaqueta del traje, de modo que no fue tan doloroso. Mientras él se metía en la cama, ella bajó las persianas y apagó la luz. Cuando le cubrió con la manta, Charles le cogió la mano.

– ¿Te quedarás conmigo? -le preguntó.

Estaba demasiado cansado para hablar, pero no quería dejarla sola con lo que fuera que su padre había percibido que la inquietaba.

Ella se quedó inmóvil, y el aroma de su miedo repentino puso a prueba el control recién recuperado después de que su hermano le extrajera los últimos restos de plata. No había nada que matar salvo fantasmas, así que controló la oleada de ira protectora y esperó a ver qué hacía ella. Podría haberle soltado la mano, y estaba dispuesto a ello, pero solo si ella hacía ademán de apartase de él.

No sabía por qué la había asustado tanto cuando habían dormido juntos la noche anterior, hasta que ella posó sus ojos en su mano entre las suyas. Alguien la había agarrado, pensó, probablemente más de una vez. Al tiempo que la ira empezaba a crecer en su interior, Anna giró la mano y la cerró sobre la suya.

– De acuerdo -dijo ella con voz ronca.

Tras un segundo, liberó su mano y se sentó en la cama para quitarse las zapatillas de deporte. Se tumbó junto a él con los pantalones y la camisa puestas, su cuerpo tenso y poco dispuesto.

Charles se dio la vuelta, dándole la espalda con la esperanza de que aquello le indicara que no iba a presionarla más. Se sorprendió al descubrir que pedirle que se quedara no había sido solo por su bien. Se sentía más seguro a su lado. Se quedó dormido escuchando su respiración.


* * *

Olía muy bien. A medida que su cuerpo se relajaba, Anna pudo sentir cómo la tensión también abandonaba el suyo. Pese a no estar herida, también estaba agotada. Cansada de estar en una vitrina, cansada de pensar sobre lo que debería estar haciendo, cansada de dudar si había escapado de un pozo para caer en otro peor.

Tenía muchas preguntas. No le había preguntado por la extraña reacción de su madrastra, ni sobre Asil, porque por su aspecto parecía que iba a quedarse dormido en cuanto dejara de moverse. Que es más o menos lo que había ocurrido.

Anna se miró la muñeca, pero no encontró nuevos moratones; no le había hecho ningún daño. No sabía por qué el tacto de su mano alrededor de la muñeca le había provocado aquel pánico. Su lobo se encargaba de mantener bien ocultos la mayor parte de los abusos que había recibido. Sin embargo, su cuerpo conservaba el recuerdo de un violento apretón y de alguien gritándole mientras le hacía daño… y ella estaba atrapada y no podía escapar de él.

El pulso se le aceleró y sintió aproximarse la transformación a medida que su lobo se preparaba para volver a protegerla. Respiró el aroma de Charles y se dejó envolver por él, tranquilizando al lobo. Charles nunca le haría daño, tanto su lobo como ella estaban seguros de ello.

Tras un momento, Anna reunió el coraje necesario y se introdujo bajo las mantas. Cuando vio que Charles no despertaba, se acercó todavía más a él, sobresaltándose cada pocos minutos ya que su cuerpo continuaba recordándole que él era mucho más fuerte y que podía hacerle daño.

Sabía por conversaciones ajenas que normalmente los lobos ansiaban el contacto. Los hombres de la manada de Chicago se tocaban unos a otros mucho más de lo habitual entre los heterosexuales. Sin embargo, estar cerca de otro lobo a ella nunca le había traído ni paz ni consuelo.

Siempre podía recurrir a su lobo para que la ayudase, como había hecho la noche anterior. Entonces podía acostarse junto a él y respirar su fragancia con cada nueva bocanada. Pero con él dormido, creyó que había llegado el momento de enfrentarse sola a sus problemas. El lobo siempre podía solventar el problema inmediato, pero Anna quería poder tocarlo sin su ayuda.

El problema era la cama. La hacía sentir vulnerable, dificultándole el hecho de aproximarse más a él. Asil había dicho que a Charles tampoco le gustaba que le tocasen. Se preguntó cuál sería el motivo. No parecía importarle cuando era ella quien le tocaba; todo lo contrario.

Anna alargó lentamente la mano hasta que sintió las sábanas tibias por su calor corporal. Apoyó los dedos sobre él y sintió cómo su cuerpo se contraía por el pánico. Se alegró de que estuviese dormido, de ese modo no tenía que presenciar cómo retiraba la mano y encogía las rodillas sobre su vulnerable estómago. Hizo un esfuerzo por no temblar porque no quería que la viera de aquel modo: como una cobarde.

Se dijo a sí misma que la esperanza era mucho más testaruda que la desesperación.

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