Finalmente fue el frío. Pese a que Anna no podía seguir contemplando los cuerpos, el hombre que había muerto por ella y la mujer que había matado, fue el frío, arrebatándole el calor de su cuerpo, lo que le dio el ímpetu necesario para moverse.
Se puso de pie con dificultad, desconcertando a los lobos que la rodeaban en un intento vano por calentarla. Miró a Charles con un semblante de disculpa:
– Sé que los coches solo están a un par de horas… ¿podrías indicarme el camino? -Miró los cuerpos un instante y después de nuevo a Charles-. No puedo seguir aquí.
Charles se incorporó con un gruñido. Bran le ayudó a mantener el equilibrio cuando le fallaron las fuerzas. Asil se levantó cuando lo hicieron los otros dos. Bran parecía el único con las fuerzas suficientes para caminar.
– Lo siento -dijo Anna-, pero por mucho que coma no voy a conseguir calentarme. Y tampoco puedo transformarme.
En cuanto cayó la noche, la temperatura no había hecho más que descender, y cada minuto era peor.
Charles le dio un golpecito con la cabeza y empezó a avanzar sin poder ocultar la cojera. Bran permaneció a su lado como lo había hecho Walter. Cerró sus dedos alrededor del pelo que le cubría la nuca, olvidando que se trataba del Marrok al sentir la necesidad del contacto físico.
En la oscuridad, el bosque debería haber resultado espeluznante, pero o bien se había acostumbrado a ellos o los espíritus de Charles empezaban por fin a ser de utilidad. El cansancio le impedía caminar con soltura y los dientes le castañeteaban sin parar. Dio un paso descuidado, rompió la capa de hielo que protegía la nieve y acabó enterrada hasta la cintura, demasiado cansada para intentar salir.
Notó cómo alguien rebuscaba en la mochila que llevaba a la espalda y, poco después, Asil le empujó con el hocico una barrita de caramelo. Con poco entusiasmo, abrió el envoltorio con los dientes y empezó a mascar. Sabía a cartón y lo único que deseaba era apoyar la cabeza contra la nieve y dormir. Pero Asil le gruñó, aunque dejó de hacerlo no muy convencido cuando Bran le respondió con otro gruñido. Charles no emitió ruido alguno, se limitó a mirar a Asil con sus ojos ambarinos. Anna se terminó la pegajosa barrita solo porque intuyó la amenaza latente de la violencia.
Salió trabajosamente de la nieve y evitó en lo posible las zonas donde esta se extendía formando sábanas impolutas. Aunque aquello tampoco le impidió volver a caer sobre montículos de nieve. Los lobos también tuvieron dificultades, pero muchas menos que ella.
Cuando finalmente avistó los coches, creyó estar viendo una alucinación.
Vio que la camioneta estaba aparcada detrás del Humvee, de modo que se dirigió hacia ella. Se peleó con la puerta pero logró abrirla. Aunque aparentemente no había espacio suficiente para tres hombres lobo y ella, consiguieron acomodarse como buenamente pudieron. Cerró la puerta, puso en marcha el motor y esperó, entumecida y paciente, a que la cabina se llenara de aire caliente.
Solo entonces se dio cuenta de que el lobo sentado a su lado era Bran. Charles se colocó entre los dos asientos y Asil se acomodó en el suelo del asiento del pasajero y cerró los ojos. Bran se acurrucó junto a ella y apoyó el hocico en su muslo. De vez en cuando temblaba, aunque Anna no creía que fuera de frío.
Cuando el aire de la cabina empezó a calentarse, se quitó los guantes y colocó los dedos frente a la calefacción hasta que volvió a sentirlos. A continuación, se desabrochó las bolas y se quitó estas y los calcetines. El suelo de la camioneta estaba mojado, pero la nieve derretida se había templado y no le molestó demasiado. Dejó todas sus cosas detrás del asiento.
Hacer retroceder la camioneta por el estrecho sendero fue una pesadilla. La carretera subía y bajaba, de modo que la mitad del tiempo no vio nada por la ventanilla trasera y tuvo que guiarse exclusivamente por los retrovisores exteriores. Cuando finalmente consiguió dar la vuelta, las manos le temblaban por la tensión y el sudor le bajaba por la espalda, pero la camioneta seguía de una pieza.
La cabina olía a pelo mojado y tibio; el reloj del salpicadero le informó que eran las tres de la madrugada. A medida que entraba en calor, empezaron a dolerle los tobillos.
Llevaba conduciendo una media hora cuando un todoterreno gris apareció frente a ella y le hizo señales con las luces para que se detuviera. Pese a que estaban en mitad de la autopista, se detuvo junto al otro vehículo y bajó la ventanilla. No se había cruzado con nadie en toda la noche, de modo que decidió no preocuparse por el tráfico.
El todoterreno tenía las lunas tintadas, de modo que a la única persona que pudo ver fue a Tag sentado frente al volante. Le miró con el ceño fruncido.
– Bran me ha dicho que reúna a unos cuantos para una tarea de limpieza. ¿Estáis todos bien?
A Anna le costó un instante comprender cómo se había comunicado Bran con él. Echó un vistazo a sus camaradas y pensó que ninguno de ellos estaba precisamente bien.
– ¿Qué te ha dicho Bran?
Su voz le sonó cansada, espesa.
Aunque Tag frunció aún más el ceño, le contestó.
– Que había un par de cuerpos ahí arriba, una bruja y un lobo. Hemos de recogerlos y limpiarlo todo.
Anna asintió.
– El Humvee está al final de la carretera. Las llaves están en el contacto. Supongo que Asil también subió con su vehículo, aunque no sé dónde lo dejó.
El rostro de Tag se quedó inmóvil durante un instante, como si estuviera escuchando algo que no debía. Le sonrió y se golpeó la sien con el dedo un par de veces.
– Bran lo sabe. Los traeremos de vuelta. ¿Puedes conducir hasta casa?
Era una buena pregunta. No supo si mentía cuando le dijo:
– Sí.
– De acuerdo. -El motor de su vehículo protestó cuando metió la marcha, pero no lo hizo avanzar ni subió la ventanilla. Y con algo de indecisión, añadió-: Ha ocurrido algo… Sentí una…
– Bruja -dijo Anna con seguridad, lo que, por otro lado, era cierto.
Si Bran pretendía que todo el mundo supiera lo que la bruja de Asil le había hecho, podía hacerlo él mismo. Anna subió la ventanilla y regresó a la carretera.
Temía que no supiera encontrar la casa de Charles, pero no le resultó muy difícil. Un nuevo manto de nieve le daba un aspecto cómodo y acogedor. Y seguro.
Acompañó a los lobos hasta la casa, y, una vez en ella, se dirigió tambaleante al cuarto de baño y después al dormitorio. Se deshizo de la ropa húmeda y sucia y se metió bajo las sábanas en ropa interior. Se quedó dormida antes de que los lobos decidieran cómo iban a caber todos en la cama.
– ¿Se encuentra bien? -le preguntó su padre.
Charles cerró los ojos y escuchó. Lo único que sabía era que el vínculo entre él y su pareja era fuerte y sólido. Aún no estaba seguro de qué significaba exactamente aquel vínculo, qué consecuencias acarrearía. Pese a todo, la oyó cantar.
– Lo superará -dijo Charles.
Asil levantó la taza de té a modo de brindis. Como su padre, Asil estaba recién duchado y se había vestido con una doble capa de jerséis.
Un coche se acercó por el sendero y aparcó delante de la casa.
– Mi coche -dijo Asil sin hacer ademán de levantarse.
Sage abrió la puerta sin llamar y asomó precavidamente la cabeza. Cuando vio a Bran, sacudió los pies en el umbral y entró en la casa.
– Alguien tiene que sacar toda esa nieve -le dijo a Charles-. Asil, he traído tu coche. Puedes recuperarlo siempre y cuando me acompañes a casa.
– ¿Limpieza concluida? -preguntó Bran sin demasiado interés.
Sage asintió.
– Tag dice que sí. Cogió la camioneta de Charles para llevar los cuerpos al crematorio. Me pidió que te dijera que las cenizas del lobo se esparcirán en el lugar habitual y que tiene preparados dos kilos de sal para mezclarla con las cenizas de la bruja. En cuanto lo tenga listo, lo llevará a tu casa para su eliminación.
– Muy bien -dijo Bran-. Gracias.
Mientras Sage hablaba, Asil recogió los cacharros que había utilizado y los llevó a la cocina.
– Me marcho con Sage. -Respiró hondo e inclinó la cabeza formalmente ante Bran-. Respecto a las cosas que te oculté… espero tu visita en los próximos días.
Sage contuvo el aliento, pero Bran se limitó a suspirar.
– Eres muy viejo para unos azotes. No tengo nada que decirte que no sepas ya… -Enarcó una ceja-. A menos que conozcas a otra bruja o algo parecido que pueda poner en peligro a la manada. ¿No? Entonces ve a casa y descansa un poco, viejo amigo. -Dio un sorbito de té y añadió-: Espero que esto ponga fin a tus peticiones de ejecución. Me producen indigestión.
Asil sonrió.
– Espero seguir provocándote indigestión, aunque es probable que no sea por ese motivo. Por lo menos no durante un tiempo. -Se dio la vuelta y se inclinó ante Charles del mismo modo-. Gracias por tu ayuda.
Charles señaló con la cabeza el cuarto de baño donde Anna seguía aún bajo la ducha.
– Fue Anna quien mató a la bruja.
La sonrisa de Asil se tiñó de cierta malicia.
– Entonces tendré que agradecérselo como merece.
Charles le clavó unos ojos de hielo.
– Atrévete.
Asil echó la cabeza para atrás y soltó una carcajada. Cogió a Sage por el hombro y ambos salieron de la casa. Asil pisó la nieve descalzo sin una mueca de dolor.
Cuando oyeron alejarse el coche, Bran le dijo:
– Aún te dará problemas, pero ya no serán ni la mitad de preocupantes. Yo también me marcho, Leah debe de estar muy intranquila.
Charles se deshizo de Asil con un encogimiento de hombros, había cosas más importantes que solucionar.
– ¿Estás seguro? Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras.
Jamás olvidaría al Otro, al berserker que se ocultaba bajo la fachada despreocupada que su padre se esforzaba por mantener.
Cuando Bran sonrió solo sirvió para enfatizar la mirada asesina de sus ojos.
– Estoy bien. Cuida de tu pareja… y en cuanto estéis preparados para oficializar vuestra situación, házmelo saber. Me gustaría vincularla formalmente a la manada lo antes posible. Esta semana hay luna llena.
– La próxima luna estará bien. -Charles se cruzó de brazos y ladeó la cabeza-. Pero debes de estar agotado si crees que puedes mentirme de ese modo.
Bran, quien se encontraba a medio camino de la puerta, se dio la vuelta. En aquella ocasión la sonrisa sí le iluminó los ojos.
– Te preocupas demasiado. ¿Qué tal un «Estaré bien»? ¿Mejor?
Supo que le decía la verdad.
– Si te metes en problemas, llámame y vendré con Anna al instante.
Bran asintió una sola vez y se marchó, dejando a Charles solo con sus dudas. Solo cuando Anna, tibia y húmeda tras salir de la ducha, apareció en la habitación silbando una melodía que le resultaba familiar, se evaporaron sus preocupaciones.
– Crep, crep, venéfica est mortua -le dijo ella.
– ¿Qué es lo que está muerto? -le preguntó él.
Entonces recordó la canción y sonrió.
– Ding, dong, la bruja ha muerto -le aclaró Anna mientras se sentaba a su lado-. Y también un hombre bueno. ¿Lo celebramos o lloramos la pérdida?
– Siempre la misma pregunta -dijo él.
Anna desplegó los dedos sobre la mesa.
– Era un hombre muy bueno, ¿sabes? Merecía un final feliz.
Charles cubrió los dedos de ella con los suyos mientras intentaba encontrar las palabras más adecuadas, pero estas no llegaron.
Tras unos instantes, Anna apoyó la cabeza en su hombro.
– Podrías haber muerto.
– Sí.
– Y yo también.
– Sí.
– Creo que aprovecharé el final feliz que nos regaló y haré que funcione. -Y apretó su cuerpo con ambos brazos, con fuerza-. Te quiero.
Charles se dio la vuelta y la cogió para subirla sobre su regazo. Le temblaban los brazos, por lo que hizo un gran esfuerzo por no hacerle daño al abrazarla.
– Yo también te quiero.
Anna irguió la cabeza después de mucho tiempo y le dijo:
– ¿También tienes hambre?
Bran sintió al monstruo removerse incómodo al marcharse de casa de su hijo. Estaba convencido de que por fin había logrado enjaularlo; resultaba desagradable descubrir que la jaula que había construido para él no era fiable. Más que desagradable.
La última vez que se había sentido de aquel modo fue cuando Blue Jay Woman murió. Logró contener a la Bestia mediante una compleja maraña de hilos, pero, pese a todo, se había sentido aterrorizado. No podía permitirse volver a amar a una mujer del modo en que la había amado a ella.
Aún era de noche cuando aparcó en el garaje. Habían dormido veinticuatro horas seguidas en casa de Charles, y aún faltaban un par de horas para el amanecer. Entró en su casa silenciosamente y subió las escaleras con dificultad.
Leah no estaba en su dormitorio.
Supo, antes de llegar a la puerta, que había dormido en su cama. Silenciosamente, penetró en el dormitorio y cerró la puerta tras él.
Leah estaba hecha un ovillo en su lado de la cama, con un cojín entre los brazos. Sintió cómo le embargaba la ternura; dormida tenía un aspecto vulnerable, apacible.
Apartó aquel sentimiento porque sabía que era muy peligroso. Sus hijos nunca habían acabado de entender aquel matrimonio, su apareamiento. Tras la muerte de Blue Jay Woman, había tardado varios años en encontrar a Leah, una mujer lo suficientemente egoísta y estúpida como para asegurarse de que nunca llegaría a amarla. Pero el amor no era necesario para el vínculo de apareamiento. Bastaba con la aceptación, la confianza, y el amor era una bonificación que él no podía permitirse.
Con Blue Jay Woman había descubierto que el vínculo de apareamiento era el modo de contrarrestar a la Bestia, extendiendo el coste del control. Necesitaba el vínculo para mantener bajo control al monstruo en el que podía convertirse. Sin embargo, no podía perder a nadie más que amara como había amado a Blue Jay Woman. De modo que en Leah encontró un compromiso aceptable.
Se quitó la ropa, aquella vez sin reparar en el ruido que hacía. Leah despertó cuando la chaqueta cayó al suelo.
Se sentó sobre la cama y se frotó la cara para desperezarse, pero cuando sus pantalones siguieron el mismo camino que la chaqueta, le hizo un mohín y le dijo:
– Si crees que vas a…
Bran le cerró la boca con la suya, alimentando a la Bestia con su piel, su olor y los sonidos que emitía al dejarse llevar por el placer. Dejó de resistirse tras el primer beso. Cuando terminaron, ella se acurrucó a su lado, temblando ligeramente con las réplicas.
Y la Bestia se sumió en el sueño.
La manada corría a través del bosque petrificado por el frío como la Caza Salvaje de los cuentos: mortal para cualquier criatura que tuviera la mala fortuna de cruzarse en su camino.
Anna se alegró de que ninguna lo hiciera. No le importaba una buena caza, al menos a su lobo interior no le importaba, pero aún tenía en la boca el regusto de la carne y la sangre de Bran que había consumido para cimentar su lugar en la manada. El sabor era dulce y sabroso -lo que inquietó a Anna mucho más que a su lobo- y quería decidir cómo le hacía sentir aquello antes de reemplazarlo con la sangre y la carne de otra criatura.
Charles se había quedado rezagado y ella permaneció a su lado, siguiéndole cuando se separó de la manada. Frente a los otros lobos, se había comportado con solemne dignidad. En cuanto se quedaron solos, Charles le golpeó súbitamente en el costado y Anna cayó al suelo antes de poder recuperar el equilibrio. Y empezaron a jugar. Lo hicieron hasta que ella se dio cuenta de que él tenía las de ganar, y entonces se tumbaron a descansar.
Se habían casado aquella mañana en la pequeña iglesia del pueblo. Sage la llevó en un viaje de emergencia a Missoula el día anterior para que pudiera comprarse un vestido adecuado. Asil le regaló el ramo y decoró la capilla con sus rosas.
No sabía que Charles se había puesto en contacto con su familia hasta que entró en la capilla y vio a su padre esperándola en la nave lateral para acompañarla al pulpito en lugar de Bran. Su hermano estaba junto a los padrinos, al lado de Samuel.
De modo que se había casado con el rostro inundado de lágrimas. El ministro había detenido la ceremonia y le había entregado un pañuelo para que se sonara, lo que le había hecho reir.
El mejor momento, sin embargo, se produjo después de la ceremonia, cuando su padre, alto, delgado y encorvado, señaló a Charles con un dedo y le amenazó con la muerte y el desmembramiento si no cuidaba a su hija como merecía. Todos los lobos que lo oyeron es decir, todos los lobos presentes en la sala habían observado sobrecogidos cómo Charles inclinaba la cabeza como si su padre fuera el Marrok…
Anna se acomodó junto a Charles bajo los árboles, su suave y espeso pelaje contra el suyo. Ahora se daba cuenta de que habían corrido en círculos, ya que se encontraban a poca distancia de la casa de Bran. Distinguió las luces, lo que indicaba que su padre y su hermano estaban aún despiertos, probablemente hablando de ella. Confió en que se sintieran felices. A juzgar por los acontecimientos de los últimos días, aquella nueva vida no iba a ser fácil, pero estaba convencida de que la disfrutaría.
En algún lugar de las montañas, un lobo salvaje llamó a su pareja. Anna se puso en pie de un salto, le acarició el hocico a Charles juguetonamente y ambos echaron a correr, persiguiéndose el uno al otro