Capítulo 10

Anna no tardó ni medio segundo en descubrir que correr con raquetas de nieve era una pesadilla. Tropezó con las rocas, con los arbustos, se golpeó dos veces en las rodillas y solo la mano de Charles bajo su codo evitó que cayera rodando por la ladera de la montaña. Saltar por encima de árboles caídos era… excitantemente difícil. No obstante, Charles, al no llevar raquetas, se hundía en la nieve hasta las rodillas, y cada vez más a cada paso que daba, por lo que se sintió agradecida de llevarlas puestas.

Pese a todo, no avanzaban precisamente despacio. Anna se sorprendió al descubrir lo que el pánico podía hacer aumentar su velocidad. Tras la primera carrera por la pendiente que habían tardado horas en escalar, perdió la noción del tiempo y del espacio. Mantuvo la vista clavada en el abrigo rojo de Charles y no se apartó de él. Cuando redujo finalmente el ritmo, se hallaban completamente solos en mitad del bosque.

Aun así, no se detuvieron. Charles continuó imponiendo un ritmo alto durante una hora o un poco más, pero eligió el camino con mayor atención, optando siempre por las zonas donde la nieve era menos profunda y la carencia de raquetas, en su caso, no les retrasara.

No había dicho una palabra desde que le dio la orden de huir, aunque Anna supuso que era incapaz de hacerlo: y no por culpa precisamente del hechizo.

Tenía los ojos de color amarillo brillante y mostraba los colmillos. Debía de existir una buena razón para que continuara en forma humana, aunque resultaba evidente que le costaba un gran esfuerzo. El lobo de Anna había vuelto a retirarse en cuanto se desvaneció el pánico inicial de la huida, pero el de Charles estaba a punto de tomar el control.

Anna tenía muchas preguntas que hacerle. Algunas eran preocupaciones inmediatas como: ¿Podía la bruja correr tan rápido como ellos? ¿Podía usar su magia para localizarles? Otras eran simples curiosidades: ¿Cómo te diste cuenta de que era una bruja? ¿Por qué solo había podido ver la magia cuando su lobo se hizo con el control? ¿Existía un modo más sencillo de romper el hechizo de una bruja? Una hora después, seguían escociéndole y doliéndole las manos.

– Creo… -dijo Charles finalmente a medida que sus rápidas zancadas se transformaban en una cojera vacilante. Las entumecidas piernas de Anna agradecieron que se estuviera quedando sin fuerzas-…que Asil me debe unas cuantas explicaciones.

– ¿Crees que Asil la conoce? ¿Por qué le busca? -preguntó Anna.

Desde hacía tiempo suponía que los hombres lobo -aparte de ella- ocupaban el eslabón superior de la cadena alimenticia, pero la derrota de Charles a manos de la bruja le había obligado a modificar ciertas presunciones. Estaba dispuesta a creer que cualquier lobo habría huido de aquella bruja.

– No sé si Asil la conoce. Nunca la he visto por Aspen Creek, y debía de tener unos diez años cuando él se refugió aquí. Pero si le está buscando, es posible que él conozca el motivo.

Todo aquello lo dijo en una rápida sucesión mientras intentaba controlar los resuellos.

Anna se acercó a él y confió en que parte de la paz que supuestamente era capaz de conferir le ayudara en aquel momento. La respiración de Charles se normalizó mucho antes de que la suya perdiera el irregular resoplido producido por la carrera, aunque recuperó la regularidad antes de que él continuara hablando.

– No debería haber podido hacer eso. Me hizo besar sus pies como si fuera un cachorro.

Su voz se ensombreció hasta ser un simple gruñido.

– ¿No debería haberte controlado con su magia? -preguntó Anna-. Creía que las brujas podían hacer ese tipo de cosas.

– Tal vez a un humano. El único que debería tener ése tipo de control sobre ellos es su Alfa. -Charles gruñó, apretó los puños y dijo con una voz ronca muy poco habitual en él-: Y ni siquiera mi padre puede obtener esa reacción de mí. Puede detenerme, pero no puede obligarme a hacer algo que no quiero hacer.

Charles respiró profundamente.

– Tal vez no sea culpa suya, sino mía. No oí aproximarse al primer hombre lobo. He estado pensando en ello y creo que teníamos el viento a favor. Tendría que haberle oído, u olido… y no tendría que haber escapado tan fácilmente.

La primera reacción de Anna fue la de intentar tranquilizarlo, pero se lo pensó mejor. Él sabía mucho más de magia que ella, por no hablar de seguir una pista. En su lugar, decidió buscar explicaciones. A modo de tentativa, se atrevió a proponer:

– Recibiste varios disparos hace un par de días.

Charles meneó la cabeza.

– No es eso. He estado herido otras veces y nunca me ha impedido hacer lo que tengo que hacer… y normalmente el hecho de estar herido me hace estar más alerta, no menos.

– ¿Crees que los hombres lobo que perseguimos están conectados de algún modo con la bruja? -preguntó Anna-. Es decir, si te ha controlado a ti, quizá puedo hacer lo mismo con ellos. Tal vez hizo algo para que no pudieras detectar su presencia.

Charles se encogió de hombros, aunque Anna se dio cuenta de que aquello le preocupaba. Y algo le dolía. Al observarlo de cerca, comprendió que no era solo la pierna lo que le inquietaba. La huida tendría que haberle afectado también la herida del pecho.

.-¿Necesitas nuevos vendajes? -le preguntó.

– Tal vez -dijo él-. Te dejaría comprobarlo, pero no tenemos nada para poder remediarlo. En el coche de mi padre hay un botiquín muy completo, y es allí adónde nos dirigimos.

Anna estaba a unos dos pasos por detrás de él, de modo que Charles no pudo ver la sorpresa dibujada en su rostro. Los lobos dominantes no solían retirarse tan fácilmente.

– ¿No vas a perseguirla?

– Ya me ha cazado una vez -dijo él-. Y aún no sé cómo. En circunstancias normales, mi magia me habría permitido deshacerme de su hechizo de contención. Es un hechizo muy común. Tres brujas distintas lo han probado conmigo. Aunque no sé cómo lo hizo, no vale la pena intentar enfrentarse a ella y arriesgarnos a que nos derrote antes de alertar a papá. Los dos lobos no me preocupan tanto como ella. Papá ha de saber lo que está ocurriendo; y tal vez Asil pueda arrojar algo de luz sobre quién es esa bruja y cuáles son sus intenciones.

Aunque a Anna le preocupaba algo, tardó unos diez metros en precisarlo.

– ¿Por qué aquí? Quiero decir, sé que está buscando a Asil, y parece ser que tiene información que lo sitúa en Aspen Creek. ¿Te fijaste en su entusiasmo cuando le confirmaste que estaba aquí? Hasta entonces no estaba segura. Por tanto, ¿qué está haciendo aquí en lugar de en Aspen Creek?

– Poniendo el cebo -dijo él con semblante severo-. Mi padre tenía razón, aunque se equivocaba de objetivo y de motivación. Lo único que debía hacer era matar a unas cuantas personas y que pareciera obra de un hombre lobo. El Marrok se encargaría de enviar a alguien para investigarlo, y entonces podría capturarlo e interrogarlo. Mucho más seguro que acercarse a Aspen Creek y enfrentarse a mi padre.

– ¿Crees que los dos lobos son suyos?

Ya le había preguntado antes lo mismo… pero era algo que la inquietaba. Había establecido cierta conexión con el primero de ellos, el que había perseguido Charles. No le gustaba que estuviese, aliado con una bruja.

Como la primera vez que se lo preguntó, Charles se encogió de hombros, hizo un gesto de dolor y emitió un gruñido sordo.

– No sé más que tú. -Avanzó con dificultad unos cuantos pasos-. Es probable. El lobo que te atacó lo era casi con toda seguridad. Al ser una Omega, un lobo normal la habría atacado a ella en primer lugar.

Se detuvo bruscamente y se quedó inmóvil.

– Huimos del claro en la misma dirección que el lobo que te atacó.

Anna tuvo que pensar un instante. Tenía razón.

– Había un sendero entre los arbustos.

– ¿Viste algún rastro? ¿Sangre? Le golpeaste en el hombro con el rifle y estaba sangrando mucho.

– Yo… -¿Se había fijado en aquello? Repasó detenidamente su huida, cuando Charles la había obligado a avanzar-. Había sangre en la nieve, en el lugar donde la golpeé, y el rastro continuaba entre los árboles. Pero en cuanto dejamos atrás el claro, avanzamos sobre nieve virgen. Debió de tomar otra ruta.

Charles dio media vuelta para mirarla. Las comisuras de sus labios estaban tensas por el dolor, y por el tono grisáceo de su piel, Anna comprendió que se encontraba en peor estado del que estaba dispuesto a reconocer.

– ¿Ella? -dijo él suavemente.

– Sí. La vi de cerca, de un modo muy personal. Confía en mí.

– Ella -repitió Charles-. Eso hace las cosas aún más interesantes. Su pelaje tenía un color muy poco habitual.

– No. -Anna frunció el ceño-. Parecía un pastor alemán.

– Habitual para un pastor alemán -reconoció él-. Pero nunca había visto a un hombre lobo así. Aunque he oído hablar de ella.

– ¿Quién?

– La pareja de Asil.

– ¿No se supone que la pareja de Asil está muerta? -dijo Anna-. ¿Crees que en realidad está viva y trabaja para una bruja? ¿Por eso buscan a Asil?

– Asil le dijo a mi padre que estaba muerta y que él mismo quemó el cuerpo y esparció las cenizas. -Y casi como si se le hubiera ocurrido en el último instante, añadió-: Nadie puede mentir a mi padre. Ni siquiera Asil. Aunque eso hace muy interesante la inexistencia de un rastro.

– ¿A qué te refieres? No era un fantasma. La culata del rifle golpeó contra algo. Si la pareja de Asil está muerta, el parecido tiene que ser casual.

Charles negó con la cabeza.

– No sé qué era, pero no creo en las coincidencias. -Y reemprendió la marcha.

– Creía que casi todas las brujas eran humanas -dijo ella tras reflexionar durante un rato.

– Así es.

– Entonces no son inmortales. Me dijiste que la pareja de Asil murió hace siglos. Y esta bruja no es mucho mayor que yo. ¿Crees que tal vez el lobo esté al mando?

– No lo sé -dijo Charles, sujetando una rama para que no le golpeara a Anna-. Es una buena pregunta.

Volvió a quedarse en silencio mientras la conducía por otra ladera. Las montañas parecían muy simples vistas de lejos: una larga caminata de subida y otra de bajada por el otro lado. Pero, en la práctica, requerían una serie de escaladas y descensos que parecían extenderse interminablemente pero que en realidad no llevaban a ninguna parte.

Debían de haber corrido más de lo que suponía porque estaba empezando a anochecer. Empezó a temblar.

– ¿Charles?

– ¿Mmm?

– Creo que tengo los calcetines mojados. Noto la punta de los dedos. -Charles no dijo nada, y Anna temió que pensara que se estaba quejando-. No pasa nada. Aún puedo seguir un poco más. ¿Cuándo llegaremos al coche?

– Esta noche no -dijo él-. Sobre todo si tienes los dedos entumecidos. Deja que encuentre un lugar donde podamos refugiarnos. Esta noche habrá tormenta.

Anna tembló con mayor intensidad ante aquella idea. Al final de un escalofrío particularmente largo, le empezaron a castañetear los dientes.

Charles posó una mano sobre su hombro.

– Una tormenta nos irá bien. Cuando golpeaste al lobo oí el sonido de huesos partiéndose. Si no es algún tipo de fantasma, le costará un poco volver a estar en forma. Una buena nevada y viento fuerte le impedirá seguir nuestra pista.

Charles vio algo en la cumbre de una ladera, y, antes de alcanzar un pequeño altiplano rodeado de árboles caídos, Anna tuvo la sensación de que la ascensión se hacía eterna.

– Probablemente quedo así tras una tormenta de primavera -le dijo él-. A veces ocurre.

Anna estaba demasiado cansada para hacer otra cosa que asentir mientras él avanzaba entre los árboles hasta encontrar lo que buscaba: un árbol enorme apoyado en otro y ambos apuntalados sobre un montículo de tierra que formaba una cueva cubierta por una poco acogedora capa de nieve.

– No tenemos comida -dijo Charles lúgubremente-. Y la necesitas para combatir el frío.

– Puedo cazar -se ofreció Anna.

Charles no podía, ya que había estado cojeando visiblemente desde hacía rato. Estaba tan cansada que podría haberse quedado dormida de pie, y tenía mucho frío. Pero, aun así, estaba en mejores condiciones que él.

Charles negó con la cabeza.

– Estaría loco si dejara que salieras por estos parajes con una tormenta avecinándose, por no mencionar a la bruja y a los dos hombres lobo.

Charles levantó el mentón y olfateó el aire.

– Hablando del diablo -dijo suavemente.

Anna también olfateó, pero no percibió nada. Solo árboles, invierno y lobo. Volvió a intentarlo.

– Será mejor que salgas -gruñó Charles con la vista clavada en la oscuridad más allá del altiplano-. Sé que estás ahí.

Anna se dio la vuelta, pero no vio nada fuera de lo normal. Entonces oyó el sonido de unas botas en la nieve y miró con más detenimiento. Un hombre avanzaba por el bosque a unos diez metros pendiente abajo. Si no hubiera estado en movimiento, probablemente no le habría visto.

Lo primero que le llamó la atención fue el pelo. No llevaba sombrero, y el color de su cabello era una extraña mezcla entre el rojo y el dorado; le colgaba en irregulares marañas por la espalda y se unía a una barba que podría haber competido con la de Hill o Gibbons de los ZZ Top.

Vestía una extraña combinación de pieles de animales y harapos, además de unas botas y unos guantes nuevos. En una mano sostenía el fardo que Anna había confeccionado con las cosas que no cabían en la mochila de Charles, y su mochila rosa brillante le colgaba de un hombro.

Lanzó ambas cosas en dirección a Charles y estas aterrizaron a medio camino entre ambos.

– Tus cosas -le dijo con una voz ronca y azorada, con un fuerte acento de Tennesse o Kentucky-. Vi cómo te dominaba con su bestia, lo que te convierte en su enemigo. Entonces recordé la cita: «el enemigo de mi enemigo es mi amigo», y pensé que debía traerte tus cosas. Y que después podíamos hablar.


* * *

No había sido el olor lo que le dijo a Charles que alguien les seguía, sino una serie de pequeños detalles: un pájaro alzando el vuelo, el rastro de un sonido y la sensación de que estaban siendo observados.

En cuanto el extraño salió de entre los árboles, Charles pudo olerlo como tendría que haberlo hecho desde hacía rato, pues el viento soplaba a su favor. Hombre lobo.

Pese a traer con él una ofrenda de paz y a mostrar su intención de parlamentar, su lenguaje corporal le dijo a Charles que estaba dispuesto a salir huyendo.

Haciendo un esfuerzo por no mirarle directamente ni hacer ningún movimiento que pudiera incomodarle, Charles se separó de Anna y descendió por la ladera para recoger la mochila y la tela aislante, la cual, supuso, contenía todo lo que había estado en su mochila. Sin decir una palabra, le dio la espalda al extraño y regresó sobre sus pasos.

Aunque tuvo la precaución de no perder de vista los ojos de Anna para percibir cualquier señal de ataque por parte del extraño. A continuación, despejó la nieve acumulada sobre el tocón de un árbol y se sentó en él. Descubrió que el hombre le había seguido hasta el lugar donde habían aterrizado los bultos, aunque no pasó de allí.

– Creo que es buena idea que hablemos -dijo Charles-. ¿Te gustaría comer con nosotros?

Cruzó la mirada con el hombre e intentó transmitirle el peso de la invitación pese a tratarse casi de una orden.

El hombre cambió el peso de su cuerpo de un pie al otro, como si se preparara para salir corriendo.

– Hueles igual que ese demonio lobo -le dijo con aspereza. Y entonces dirigió a Anna una tímida mirada-. Esa cosa ha estado matando sin parar por aquí arriba. Ciervos, alces, humanos, incluso un oso pardo.

Lo dijo como si la muerte que más sintiera fuera la del oso pardo.

– Lo sé -dijo Charles-. Me han enviado para que me encargue del lobo.

El hombre bajó la mirada como si no pudiera soportar ni un segundo más los ojos de Charles.

– El problema es… el problema es… que a mí también me atrapó. Me infectó con su mal.

Dio un paso atrás, cauteloso como un viejo venado.

– ¿Cuánto tiempo hace que eres un hombre lobo? -le preguntó Anna-. Yo desde hace tres años.

El hombre levantó la cabeza al oír la voz de Anna, como si se tratara de música. Y durante un instante su agitación se desvaneció.

– Dos meses -conjeturó Charles cuando comprendió que el extraño estaba demasiado dominado por el hechizo de Anna para poder articular palabra.

Entendía aquella sensación. La súbita paz que seguía a la calma del Hermano Lobo resultaba tan alarmante como adictiva. Si él no la hubiera sentido ya en su propia carne, es probable que él también se hubiera quedado mudo.

– Te interpusiste entre el hombre lobo y el estudiante este otoño. Como te interpusiste entre nosotros cuando creíste que iba a hacerle daño.

Encajaba, pensó Charles, aunque añadía ciertas complicaciones a la pregunta de quién era el otro hombre lobo. Pese a que solo un hombre lobo podía infectar a un humano, estaba seguro de que el rastro de la bestia se detenía justo en el punto en que dejaba de ser visible.

La voz de Charles hizo que el hombre apartara los ojos de Anna. Sabía perfectamente quién de los dos era el más peligroso.

– Iba a dejarle morir. El estudiante, quiero decir -dijo el otro hombre, confirmando a Charles su teoría-. Se aproximaba una tormenta, y probablemente le habría matado de haber seguido en el bosque. Estas montañas exigen respeto. Si no se lo muestras, te comen para la cena. -Hizo una pausa-. Se acerca otra tormenta.

– Entonces ¿por qué no dejaste que lo matara el hombre lobo? -preguntó Anna.

– Bueno, señora -dijo el hombre con los ojos clavados en sus propios pies para no tener que mirarla a ella-. Morir por una tormenta, o a manos de un oso, son cosas que ocurren.

Se detuvo. Era evidente que le costaba expresar con palabras aquella diferencia.

– Pero el hombre lobo no pertenecía a este lugar -dijo Charles con la ligera sospecha de por qué aquel lobo era tan difícil de rastrear y por qué no había captado ninguna señal de su ataque. Por las ropas que llevaba, parecía que vivía en aquel lugar desde hacía mucho tiempo.

– Es maligno. Y me convirtió en el mismo monstruo que es él -musitó el hombre.

Si Charles hubiera sido una décima de segundo más rápido, podría haber contenido a Anna. Pero estaba cansado, y concentrado en el otro lobo. Antes de darse cuenta, Anna ya estaba deslizándose por la montaña. Lo hizo muy rápido, y a unos cuatros pasos del recién llegado las raquetas hicieron las veces de unos excelentes esquís.

Charles se obligó a permanecer inmóvil mientras el otro hombre cogía a su pareja por el hombro para evitar que se despeñara por la ladera de la montaña. Estaba prácticamente seguro de que aquel hombre no representaba ningún peligro para ella. Charles consiguió convencer al Hermano Lobo para que siguiera oculto y dar la oportunidad a Anna de que utilizara su magia y domara al lobo solitario; después de todo, para aquello la había enviado su padre.

– Oh, pero no eres maligno -le dijo Anna.

El hombre se quedó petrificado con la mano aún apoyada sobre la manga de Anna. Entonces las palabras brotaron de él en un torrente incontrolable:

– Conozco el rostro del mal. He combatido bajo su manto y en contra de él hasta que la sangre manó como la lluvia. Aún veo sus caras y oigo sus alaridos, como si estuviera sucediendo ahora y no cuarenta años atrás.

Pese a todo, la tensión de su voz fue aminorando a medida que hablaba.

Entonces soltó a Anna y le preguntó:

– ¿Quién eres? -Se puso de rodillas junto a ella, como si sus piernas rio pudieran sostenerlo por más tiempo-. ¿Quién eres?

El extraño se había movido demasiado rápido, y el Hermano Lobo no pudo contenerse más. Con la rapidez del rayo, y completamente indiferente a sus heridas, Charles se situó junto a Anna. Logró mantener las manos alejadas del lobo solitario solo porque al llegar junto a Anna, los efectos de su magia también le afectaron a él.

– Es una domadora de lobos -le dijo Charles al otro hombre. Ni siquiera Anna pudo evitar que su voz se tiñera de una ira posesiva-. Una pacificadora.

– Anna Cornick -dijo Anna.

A Charles le gustó el modo en que sus palabras tropezaban con su lengua, y el olor a verdad que contenían. Ella le pertenecía, y con aquella simple evidencia, el Hermano Lobo recuperó, satisfecho, el equilibrio. De modo que no le agarró la mano cuando Anna la alargó para tocar al extraño en el hombro mientras le decía:

– Él es mi pareja. Se llama Charles. ¿Cómo te llamas tú?

– Walter. Walter Rice. -Ignorando a Charles como si este no representara ninguna amenaza, Walter cerró los ojos y se balanceó ligeramente sobre las rodillas. Las tenía clavadas en la nieve-. No me sentía así desde… desde antes de la guerra, creo. Podría quedarme dormido. Creo que podría dormir eternamente sin tener ni un solo sueño más.

Charles alargó la mano.

– ¿Por qué no comes antes algo con nosotros?

Walter dudó unos instantes y miró detenidamente a Anna una vez más antes de aceptar la mano enguantada de Charles y ponerse en pie.


* * *

El hombre que decía ser Walter comió como si estuviera hambriento; tal vez lo estaba. De vez en cuando, no obstante, dejaba de comer para mirar sobrecogido a Anna.

Sentado entre ambos, Charles contuvo una sonrisa, algo que últimamente estaba haciendo con mayor asiduidad de lo que lo había hecho nunca antes de conocer a Anna. Contemplar cómo se encogía ante la mirada reverente de Walter resultaba muy divertido. Charles confiaba en que él no la mirase de aquel modo, sobre todo en público.

– No es algo que haga conscientemente -musitó ella sin levantar la vista del estofado con zanahorias-. No pedí ser una Omega. Es como tener el pelo moreno.

Anna se equivocaba, pero Charles pensó que ya se sentía lo suficientemente avergonzada como para discutir con ella de algo sobre lo que no estaba muy seguro de tener el derecho de oír. O, al menos, no era toda la verdad. Como ocurría con los dominantes, ser una Omega dependía fundamentalmente de la personalidad. Y, como le gustaba recordar a su padre, la identidad era en parte herencia, en parte educación, pero sobre todo dependía de las decisiones que tomabas en la vida.

Anna aportaba paz y serenidad en cualquier lugar al que fuera, siempre y cuando no estuviese asustada, herida o irritada. Parte de su poder dependía del hecho de ser una mujer lobo, lo que magnificaba el efecto de su magia. Pero la parte más importante era su firmeza de acero, lo que le permitía salir airosa de cualquier situación en la que se encontrara, la compasión que le había mostrado a Asil cuando este intentó asustarla y el modo en que no pudo dejar al pobre Walter desamparado con aquel frío. Aquellas habían sido decisiones conscientes.

Un hombre se convertía en Alfa, no era un simple accidente de nacimiento. Lo mismo ocurría con los Omegas.

– En una ocasión -dijo Walter con calma, dejando de comer-, después de una semana muy mala, me pasé una tarde subido a un árbol, observando un pueblo. Ya no recuerdo si debíamos protegerlos o les estábamos atacando. Una chica se acercó para tender su ropa bajo el árbol. Tendría unos dieciocho o diecinueve años y era muy delgada. -Sus ojos viajaron de Anna a Charles y de vuelta a su comida.

Sí, pensó Charles, sé que aún está muy delgada, pero solo he tenido una semana para alimentarla.

– Da igual -continuó el viejo veterano-, al mirar a aquella chica, me di cuenta de que era como presenciar algo mágico. Las prendas salían de la cesta hechas un fardo, ella las sacudía una sola vez y quedaban perfectamente listas para ser colgadas. Tenía unas muñecas muy delgadas, pero fuertes, y unos dedos ágiles. Aquellas camisas no osaban desobedecerle. Cuando se marchó, estuve a punto de llamar a su puerta para darle las gracias. Me ayudó a recordar que existía un mundo de tareas cotidianas, donde se lavaba la ropa y todo tenía un orden.

Volvió a mirar a Anna.

– Seguramente se hubiera aterrorizado al ver a un sucio soldado americano en su puerta, y además tampoco habría entendido por qué le daba las gracias, incluso si entendía el inglés. Solo hacía lo que estaba acostumbrada a hacer. -Hizo una pausa-. Aunque tendría que habérselo agradecido de todos modos. Aquello me metió en unos cuantos problemas.

Después de aquello, se quedaron unos minutos en silencio. Charles no sabía si Anna había entendido la historia, pero él sí lo había hecho. Anna era como aquella chica. Le recordaba los inviernos frente al fuego mientras su padre tocaba el violín. Los tiempos en que todo el mundo era feliz y gozoso, cuando el mundo era un lugar seguro y ordenado. No es que eso ocurriera muy a menudo, pero era importante recordar que existía esa posibilidad.

– De modo que -dijo Charles mientras Walter devoraba el tercer sobre de comida liofilizada- has vivido en estas montañas desde hace mucho tiempo.

Walter contempló a Charles con suspicacia mientras sujetaba la cuchara a mitad de camino de su boca. Entonces resopló y sacudió la cabeza.

– Eso ya no tiene mucha importancia, ¿no crees? Noticias caducadas.

Comió otra cucharada, tragó y continuó:

– Cuando regresé de la guerra, todo fue bien por un tiempo. Tuve mis malos momentos, claro, pero nada del otro mundo. Hasta que empeoró. -Empezó a decir algo pero se detuvo para comer otra cucharada-. Supongo que esa parte tiene aún menos importancia ahora. Da igual, empecé a revivir la guerra, como si estuviera aún en ella. Podía oírla, saborearla, olerla, y entonces descubría que era simplemente un coche con el tubo de escape estropeado o un vecino cortando leña. Cosas así. Me marché antes de hacer más daño a mi familia del que ya les había hecho. Entonces, cierto día, un enemigo me atacó por la espalda. Fue por el uniforme, ¿sabéis? Le hice daño, tal vez le maté…

La última frase, que soltó tras atragantársele en la garganta, era mentira.

Walter bajó la mirada, resopló y giró la cabeza para encontrarse con los ojos de Charles. Cuando volvió a hablar, su voz era fría y controlada, la voz de un hombre que ha hecho cosas horribles… como Charles.

– Le maté. Cuando ya estaba muerto, vi que no era un soldado del Viet-Cong sino el cartero. Fue entonces cuando comprendí que nadie a mí alrededor estaba a salvo. Pensé en entregarme, pero la comisaría… bueno, los polis también llevan uniforme, ¿no es cierto? La estación de autobuses estaba justo al lado de la comisaría y acabé subiendo a uno que se dirigía a Montana. Había estado aquí una o dos veces, de acampada con la familia, de modo que sabía que aquí estaría alejado de la gente. Aquí no hay nadie a quien hacer daño.

– ¿No has salido de las montañas en todos estos años?

Anna apoyó la cabeza en su mano, y Charles se dio cuenta de que tenía dos uñas rotas. Buscó a su alrededor hasta encontrar sus guantes.

Walter asintió.

– Os aseguro que se me da muy bien la caza. Pese a no tener fusil… bueno, la mitad de las veces los fusiles no sirven de nada en la jungla.

Extrajo de algún sitio un cuchillo casi tan largo como su antebrazo y lo contempló detenidamente. Charles intentó imaginar de dónde habría salido aquello. No había tanta gente que pudiera moverse con su rapidez, fueran o no hombres lobo.

Walter miró a Anna de soslayo y después siguió contemplando el cuchillo, pero Charles supo que había leído la compasión en el rostro de Anna, ya que intentó rebajar el mérito de su supervivencia.

– No ha sido tan horrible, de verdad, señora. Los inviernos son muy duros, pero hay una vieja cabaña en la que me refugio de vez en cuando, cuando las condiciones son extremas.

Walter no era el primero en huir a las montañas, pensó Charles. En algunos lugares, veinte años atrás, comunidades enteras de hombres trastornados se habían refugiado en los bosques. La mayor parte de aquellos soldados se curaron y se marcharon hacía años, pero muchos otros murieron.

Antes de empezar aquel viaje, no se le hubiera pasado por la cabeza la idea de que aún quedara alguien: las Cabinets no eran un lugar muy agradable para vivir. Charles nunca había pasado por allí sin sentir que aquel lugar tan antiguo quería deshacerse de él. No era adecuado para el hombre, ni siquiera para uno que convivía con el Hermano Lobo. Incluso, años atrás, los tramperos y cazadores evitaban aquella zona, prefiriendo naturalezas menos agresivas.

Aunque un hombre que hiciera treinta años que vivía allí podía haber dejado de ser un intruso. Puede que hubiera sido aceptado como parte de la montaña.

Charles contempló el cielo nocturno mientras pensaba que un hombre que hubiera vivido tanto tiempo en aquel lugar podría haberse convertido en un aliado de los espíritus. Unos espíritus que podían ocultarse incluso de los penetrantes sentidos de Charles.

Walter limpió la cuchara en la nieve y se la devolvió a Charles.

– Gracias. No comía así desde… hace mucho tiempo.

Entonces, como si se hubiera quedado sin palabras, cerró los ojos y se apoyó en el árbol más próximo.

– ¿Qué sabes del hombre lobo que te atacó? -le preguntó Charles.

Walter se encogió de hombros sin abrir los ojos.

– Llegaron en otoño en un todoterreno y se instalaron en una cabaña. Después de que me Transformara… salí de caza. Ojalá lo hubiera visto antes de que se topara con aquel chaval. Si aquel día hubiera sido un poco más rápido, habría acabado con él. Si hubiera sido un poco más lento, me habría matado él a mí. Me alegro de que la plata no les siente muy bien a los hombres lobo.

Walter dejó escapar un largo suspiro, abrió los ojos y volvió a extraer el largo cuchillo de su funda bajo el brazo. En aquella ocasión Charles vio cómo lo hacía, aunque ahora que lo pensaba, no había visto corno lo guardaba.

– Ahora este viejo cuchillo me abrasa la mano cuando lo limpio. -Se contempló las manos, o quizá el cuchillo-. Imaginé que estaba muerto. Esta hoja hizo mucho daño a ese demonio… tiene grabados de plata, ¿ves? Pero el monstruo me rebanó las tripas antes de huir.

– Si el ataque de un hombre lobo casi te mata, entonces te conviertes en uno -dijo Anna en voz baja.

¿Aún se arrepentía de ello? Charles se sintió invadido por el deseo salvaje de volver a matarlos a todos. A Leo y a su pareja, a toda la manada de Chicago… pero al mismo tiempo se sentía patéticamente agradecido porque su pareja fuera una mujer lobo que no se marchitaría ni moriría como lo habían hecho todas las parejas de Samuel.

El Hermano Lobo se agitó y volvió a calmarse, del mismo modo que había hecho Walter.

– Entonces, ¿el lobo que te atacó no regresó tras la Transformación? -preguntó Charles.

Normalmente, cuando un hombre lobo Transforma a alguien, se siente atraído por el nuevo lobo durante un tiempo. Según había teorizado Samuel en una ocasión, algún tipo de imperativo genético se aseguraba que un hombre lobo descontrolado y sin instrucción no llamara la atención más de lo necesario.

Walter negó con la cabeza.

– Como he dicho, fui yo quien le seguí el rastro a ella, hasta la primera luna llena, tanto a ella como a la otra mujer. Por cierto, ¿qué es esa mujer? Por todos los diablos, sé que no es humana… lo siento, señora. La primera vez que me transformé, intentó atraerme. No sabía lo que era, solo que olía muy mal… como la bestia. Al principio creí que ella y la bestia eran la misma criatura, pero entonces las vi juntas.

Una hora antes había empezado a nevar suavemente, pero ahora los copos aumentaron de tamaño y comenzaron a acumularse en las pestañas y el pelo. Notó cómo la tensión se desvanecía aún más: la nieve los mantendría ocultos.

– ¿Has visto alguna vez al lobo en su forma humana?

Charles no sabía qué aspecto había tenido la pareja de Asil en forma humana, pero una descripción podría serle útil.

Walter negó con la cabeza.

– No. Tal vez no tenga.

– Tal vez no.

Charles ignoraba por qué estaba tan seguro de que el otro hombre lobo no era lo que aparentaba ser. Habían estando huyendo; entraba dentro de lo posible que hubieran perdido su rastro. Aunque cuando sus instintos insistían tanto, solía hacerles caso.

Volvió a centrar su atención en Walter. Dos meses y ya tenía el control necesario para detener un ataque en cuanto comprendió que Anna era una mujer lobo y no una víctima. Mucho más control que el que tenían la mayoría de hombres lobo.

– Tu control está muy desarrollado para alguien que hace tan poco que se Transformó, sobre todo para alguien que no ha tenido ayuda -observó Charles.

Walter le dirigió una mirada funesta y después se encogió de hombros.

– He estado controlando a mi bestia interior desde que acabó la guerra. La única diferencia es que ahora tiene colmillos y garras. He de ser prudente, como cuando te seguí el rastro. Cuando el lobo toma el control, disfruto con el sabor de la sangre. Si hubiera mordido carne en lugar de tu mochila… bueno, no pensarías lo mismo de mi control. -Volvió a mirar a Anna, como si temiera lo que ella podía pensar de él.

Anna miró a Charles con inquietud. ¿Estaba preocupada por Walter?

La idea de que pudiera proteger a otro macho le formó un gruñido en el pecho que, sin embargo, no permitió que se reflejara en su rostro. Esperó a que el Hermano Lobo se calmara para decir:

– Para alguien que hace solo dos lunas que es un lobo y qué no ha dispuesto de ayuda eso es extraordinario.

Miró directamente a Walter, y el otro hombre lobo bajó los ojos. Era dominante, juzgó Charles, pero no lo suficiente para retar a Charles; casi ningún lobo lo era.

– Creías que Anna estaba en peligro, ¿verdad? -dijo suavemente.

El hombre enjuto se encogió de hombros, haciendo que su ruda capa de pieles cosida por él mismo crujiera con el movimiento.

– No sabía que ella también era un lobo. No lo supe hasta que me coloqué en medio.

– Pero sabías que yo lo era.

El hombre asintió con la cabeza.

– Sí. Es el olor, me llama. -Volvió a encogerse de hombros-. Hace mucho tiempo que vivo solo, pero cada vez es más difícil.

– Los lobos necesitan una manada -le dijo Charles.

A él nunca le había inquietado el hecho de necesitar la presencia de otros lobos, aunque algunos no se adaptaban nunca.

– Si quieres -le dijo a Walter-, puedes venir con nosotros.

El hombre se quedó inmóvil, con los ojos clavados aún en sus pies, pero el resto de su cuerpo centrado en Charles.

– No se me da muy bien la gente, ni los ruidos -dijo Walter-. En cambio… aquí no tiene mucha importancia si olvido que es un bosque en lugar de la selva.

– Oh, encajarías a la perfección -dijo Anna fríamente.

Walter levantó la cabeza con un movimiento brusco para mirarla. Cuando esta le devolvió una mirada de afecto, Charles vio que las orejas de Walter se enrojecían.

– En la manada del padre de Charles hay mucha gente que no encaja -le dijo ella.

– La manada de mi padre es un lugar seguro -dijo Charles-. Él se encarga de que lo sea. Pero Anna tiene razón, hay unos cuantos lobos que no podrían vivir en otra parte. Si más tarde quieres trasladarte a otra manada, él se encargará de buscarte un lugar acogedor. Si no puedes soportarlo, siempre puedes volver a las montañas… en cuanto nos hayamos ocupado de la bruja y de su hombre lobo.

Walter volvió a mirar hacia arriba y a apartar la mirada.

– ¿Bruja?

– Bienvenido a nuestro mundo -dijo Anna con un suspiro-. Brujas, hombres lobo y cosas que hacen ruido por la noche.

– ¿Qué vais a hacer con ella?

– La bruja nos dijo que buscaba a Asil, un lobo muy viejo que pertenece a mi padre. De modo que pretendemos bajar de las montañas y tener una larga conversación con Asil -dijo Charles.

– ¿Y mientras tanto? -Walter se frotó los dedos contra el antebrazo, donde su cuchillo descansaba en su funda.

– Tienes que venir con nosotros y conocer a mi padre – dijo Charles-. Si no lo haces, me enviará para que te lleve ante él, aunque sea contra tu voluntad.

– ¿Crees que puedes obligarme a formar parte de la manada de tu padre?

La voz del hombre sonó ronca y mortífera.

– Oh, buen intento -dijo Anna bruscamente, obviamente molesta con Charles, aunque este no sabía exactamente por qué.

Su padre no toleraría la presencia de un lobo solitario tan cerca de su manada, y no consideraría a Walter un lobo solitario hasta conocerlo personalmente

No obstante, Anna había vuelto a fijar su atención en Walter.

– ¿Qué quieres hacer? ¿Quedarte aquí solo? ¿O acompañarnos para pedir ayuda y regresar para enfrentarnos al lobo solitario y a la bruja?

Charles enarcó una ceja y Anna le devolvió el gesto.

– Ese lobo le atacó. Para nosotros es una misión de la manada, pero para él es algo personal. -Y volvió a mirar a Walter-. ¿No es así?

– El mal ha de ser destruido -dijo Walter-. Si no lo hacemos, conquistará todo lo que toque.

Anna asintió, como si sus palabras tuvieran sentido.

– Exacto.


* * *

Charles decidió que aquella noche dormirían como lobos Anna no hizo ninguna objeción, pese a que su estómago se tensó con solo pensarlo.

Se había ido acostumbrando a dormir con Charles, pero el otro lobo la ponía nerviosa pese al trato deferente que le dispensaba. Sin embargo, en cuanto el sol desapareció, la temperatura descendió otros diez grados. Con solo un saco de dormir, supo que Charles tenía razón: no había alternativa.

Anna se transformó a unos doscientos metros de los dos hombres, temblando al sentir los pies descalzos sobre la nieve. Se había trasladado allí tras intentarlo primero sobre el suelo despejado de nieve bajo un gran abeto. La persona que les puso el nombre de agujas sabía de lo que estaba hablando.

El frío incrementó el dolor de la transformación, y Anna empezó a ver estrellas en su campo visual. Intentó respirar acompasadamente. Las lágrimas le inundaron las mejillas a medida que las articulaciones y huesos se reajustaban, los músculos se adaptaban a sus nuevas proporciones y la piel se convertía en pelo.

Tardó mucho, mucho tiempo.

Cuando terminó, se quedó tendida sobre la nieve cristalizada, jadeante, demasiado cansada para moverse. Hasta el frío, descubrió, tenía su propio olor.

Gradualmente, a medida que el dolor iba remitiendo, descubrió que, por primera vez desde la última noche, cuando Charles se acurrucó junto a ella y la envolvió con sus brazos, se sentía protegida del frío. A medida que la agonía inicial se convertía en una serie de molestias y pequeños dolores, se desperezó y alargó las uñas como si fuera un enorme gato. La espalda le crujió y restalló en toda su extensión.

No quería regresar y acurrucarse con un extraño a pocos metros de ella. El lobo no tenía miedo del macho, pues sabía que no era probable que actuara como los otros. Pero tampoco le gustaba la idea de tocar a otro que no fuera Charles.

Cerca pero fuera de su campo visual, un lobo, Charles, emitió un sonido suave, algo entre un ladrido y un aullido. Temblorosa como un potrillo, se puso de cuatro patas con dificultad. Se detuvo para sacudirse el pelaje de nieve y darse algo de tiempo para acostumbrarse a caminar a cuatro patas antes de regresar con su ropa entre los dientes. Charles trotó hasta ella, cogió con la boca sus botas, dentro de las cuales había guardado los guantes, y la escoltó hasta el lecho que compartirían aquella noche.

Walter les esperaba justo en el límite del refugio que Charles había escogido. En cuanto posó sus ojos en él, Anna comprendió que no era la única a quien no le hacía mucha gracia dormir con el hocico pegado al rabo de un extraño. Walter tenía un aspecto lamentable, encorvado y con el rabo entre las piernas.

Charles le indicó a Walter con un movimiento de su oreja que se tumbara en el refugio que había encontrado para ellos. Walter le hizo caso y llegó el turno de Anna. Charles la empujó para que siguiera el ejemplo de Walter, dejó las botas donde no se llenaran de nieve y se tumbó frente a ellos, desde donde podría protegerlos. Pese a que Walter se había colocado lo más cerca posible de los árboles, no quedaba mucho espacio.

Cuando Anna se acomodó a su lado, Walter se removió inquieto. Pobrecillo, pensó ella. Tanto tiempo solo y ahora debía ajustarse rápidamente al comportamiento típico de una manada. Su sufrimiento ejerció un extraño efecto en el malestar de Anna. Preocupada por él, alargó el cuello y enterró el hocico bajo el pelaje de Charles. Intentó relajarse, confiando en ayudar a Charles a hacer lo mismo.

Aquello era una manada, pensó, a medida que el calor de los dos lobos se extendía por su cuerpo. Confiar que Charles vigilara con sus sentidos más desarrollados. Saber que los dos lobos habían demostrado estar dispuestos a defenderla de cualquier peligro. Saber que podía dormir segura. Aquello era mucho más de lo que le había ofrecido su primera manada.

Pasó mucho tiempo hasta que Walter dejó de parecer una estatua de piedra y se relajó pegado a su cuerpo. No obstante, no permitió que el sueño la venciera hasta notar su hocico bajo su cadera.

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