Filetes y errores

Aquella noche, sentado frente a su padre en la mesa del comedor, Ellery Queen miraba con aprensión la puerta de vaivén que daba a la despensa. Un olor penetrante y picante, como cuando se queman hojas de otoño, se había filtrado hasta la habitación. Por las pocas palabras que había conseguido cruzar a solas con Nikki, había deducido que ni siquiera había pensado en hacer un asado. Había encargado filetes, que pensaba poder asar siguiendo las directrices de uno de los libros de cocina de Annie, y sopa de legumbres de lata. La comida había empezado media hora tarde. Haciendo un esfuerzo para disfrazar el hecho de que la sopa era de lata, Nikki aparentemente había añadido grandes cantidades de salsa de Wolcestershire, pimienta, saborija, tomillo, albahaca, perifollo y todas las demás especias que había en la cocina.

El inspector estaba de mal humor. El inspector jefe le había mandado llamar y había tenido mucho que decir. La burla de que le habían hecho objeto con la estatua de yeso ya era bastante desagradable en sí, pero permitir que alguien se largase con el cuerpo de un hombre asesinado, llevándose la camioneta del depósito y todo, y, además, delante de sus narices, era demasiado. Además, había habido humillaciones personales de menor cuantía, pero irritantes de todas formas. El ladrón -que era sin lugar a dudas también el asesino- había robado la llave de contacto del coche policía, según había descubierto el inspector cuando él y Velie se abalanzaron a él para darle persecución. También había cortado el cable telefónico, de modo que cuando Prouty echó a correr al tablero de control para dar la alarma, se encontró con todas las líneas muertas. Y Ellery Queen había descubierto, cuando llegó a su coche, después de echar una carrera alrededor del edificio, que el contacto situado debajo del salpicadero había sido desconectado. La admiración de Ellery por la audacia del criminal, su perfección y su eficacia en llevar a cabo el robo y la gracia que le hacía el irritado desaliento del inspector y del forense sólo acrecentaba el enojo de ambos.

El inspector Queen echó una mirada al reloj del comedor.

– Las ocho menos veinte -gruñó-. La nueva cocinera es lenta.

– Probablemente todavía no conoce la cocina bien.

– Es demasiado guapa para ser cocinera -dijo el inspector y miró a su hijo penetrantemente.

– ¿Ah, sí? No me había dado cuenta -dijo Ellery Queen inocentemente.

No iba todo bien en la cocina.

Nikki aspiró. Algo se estaba quemando sin lugar a dudas. Miró con aprensión la cocina. Humo azul salía en espiral por la rendija que había sobre la puerta del horno. Arrojando dos latas al cubo situado debajo del fregadero, atravesó la habitación y abrió de golpe dicha puerta. Una nube de humo por poco si la sofoca. El horno parecía el interior de un alto horno. Apagó el gas y sopló. Cuanto más soplaba, más se alzaba la llama de los filetes chisporroteantes.

Nikki se abalanzó hacia el fregadero, empapó un paño, y lo arrojó sobre ellos. El chisporroteo y crepitación crecieron en intensidad, salpicándola de grasa caliente, que dolía como puntas de aguja. Cerró la puerta de un golpe y esperó. Volviendo a abrirla con precaución y vio que el fuego se había apagado.

Quitó el paño empapado. Los filetes estaban todavía humeantes. Con un tenedor de mango largo los pinchó y los llevó al fregadero, dejándolos caer allí. El agua caliente de la cafetera produjo un sonido sibilante cuando la vertió por encima. Con otro paño, los secó y los colocó, con el lado chamuscado hacia abajo, sobre dos platos.

Se echó hacia atrás y los examinó críticamente. De pronto se arrojó sobre la cazuela donde se calentaban los guisantes de lata. Desgraciadamente, el agua había hervido hasta su desaparición algún tiempo antes. Venía del fondo un ruido que parecía de cohetes.

Nikki, con un supremo esfuerzo, retuvo sus lágrimas. Había estado todo el día nerviosa y tensa Estaba más preocupada por su situación de lo que admitía ante Ellery. Aunque sabía que era inocente, ¿quién más, a excepción de Ellery, creía en ella? Era una fugitiva de la justicia. Así lo llamaban. ¡Y si la cogían, como inevitablemente lo harían, alguna vez! Prisión… El interrogatorio, interrogatorio, interrogatorio. Todas las novelas de misterio que había leído pasaron por su mente. ¿Te colocaban el uniforme de presidiaría inmediatamente? Tenía que preguntárselo a Ellery. ¡Si la viera alguna vez con traje de presidiaría!

Había sido un día horrible, como para destrozar los nervios; y ahora los miserables filetes chamuscados, y la sartén: ¡la miserable sartén negra, crujiendo como todos los nervios de su cuerpo!

En el comedor, Ellery Queen decía:

– No pongas esa cara de mal humor, papá. Cómete la sopa.

El inspector gruñó:

– ¿Esto es sopa? Primero perdemos el cuerpo. Luego lo encontramos. Luego alguien lo vuelve a arrebatar. Sólo que esta vez da resultado, el cuerpo, la camioneta y todo. Y hablas de estar malhumorado. ¿Cuánto tiempo más tendremos que esperar para el resto de la así llamada comida? ¿Cuánto crees?

– Mira, papá. Has estado tan ofuscado por el robo del cuerpo que no has sido capaz de ver todo el cuadro en su verdadera perspectiva.

– ¿Ah, no? Incluso si no lo hubiese hecho ¡habría conseguido una noción muy completa a partir de lo que el inspector jefe tenía que decir!

– El robo aclara por lo menos un aspecto del caso -murmuró Ellery-. Algo fue muy mal en los planes del asesino. Vamos a llamar al asesino X por conveniencia. Por lo tanto, X tuvo que improvisar. Es imposible para X quitar el cuerpo, destruirlo o colocarlo donde no se pudiera encontrar el mismo día del crimen o durante esa noche. X tenía que ganar tiempo para reajustar sus planes y hacer los preparativos para llevarlos a cabo. De modo que X hace lo que a nosotros particularmente nos parece sin fin alguno y tonto, pero no lo es. X encuentra un escondite temporal para el cuerpo. Luego X, que ya ha tenido tiempo de volver a pensarlo todo, consigue sacar el cuerpo de la casa de la única forma posible. X deja que la policía lo saque y lo coloque cuidadosamente en el coche de modo que pueda escaparse con él.

– ¡Puf! -bufó el inspector-. ¿Es que piensas que yo no he visto ya todo eso?

– Lo siento -murmuró Ellery-. Supuse que no, puesto que no habías deducido las conclusiones inevitables.

– ¿Cuáles son?

– Que no importa lo audaz e ingenioso que haya sido el asesino; X tiene problemas. No es muy fácil deshacerse de un cuerpo, asumiendo que es necesario que el cuerpo no sea recobrado. Los métodos que primero acuden a la mente son entierro, inmersión en aguas profundas e incineración. El primero exige tiempo para cavar; el segundo, añadir peso al cuerpo y localizar una extensión de agua adecuada; el tercero, los medios apropiados y cierta cantidad de soledad y tiempo. Pero X no dispone por el momento de esos requisitos. De modo que X tiene que tener una vez más el cuerpo escondido temporalmente. X no tuvo tiempo de hacer otra cosa.

– ¿Por qué no ha tenido el tiempo necesario? Yo diría que unas nueve horas son más que suficientes.

– Porque, papá, X es una de las personas que viven en la Casa de Salud. Tenía que volver antes de que empezase a interrogarles a todos otra vez.

– ¿Era guapa esa chica Porter? -preguntó el inspector Queen de pronto, fijando sobre Ellery sus agudos y pequeños ojos.

– ¡Oh, así, así! ¿Por qué?

– ¡Porque pareces terriblemente ansioso de librarla de toda sospecha!

Saliendo por la puerta de vaivén con un plato en cada mano, Nikki se quedó inmóvil al oír mencionar su nombre. La puerta osciló hacia la antecocina y volvió otra vez, golpeándola por atrás.

– ¡Oh! -dijo Nikki.

El inspector se dio la vuelta.

– ¿Qué pasa? ¿Qué ha…? ¿Cuál es su nombre, otra vez, maldita sea?

– Ni… Nellie, inspector Queen.

El inspector se volvió a Ellery.

– Bien, tú has pasado por alto el hecho de que ella pudo haber tenido un cómplice. Supón, por ejemplo, que Barbara Braun fuera su cómplice. ¿Te abre eso una nueva perspectiva, hijo, o no?

Nikki, detrás de la silla del inspector, estaba vacilando. ¿Por qué lado tenía que servir? Estaba dividida entre la derecha y la izquierda. Finalmente, se acercó por la derecha de la silla y colocó el plato delante del inspector. A Ellery le sirvió por la izquierda, con la teoría de que así lo hacía bien la mitad de las veces por lo menos.

– Su nombre es Nikki Porter, eso es seguro -decía el inspector Queen-. Parece un alias de amiga de gánster, pero no lo es. Viene de la parte norte del estado, de Rochester. Tendremos un retrato suyo mañana por la mañana. Los periódicos lo publicarán. Eso nos servirá.

Nikki se quedó parpadeando con sus grandes ojos delante del inspector.

– ¿Bien? -el inspector Queen alzó la vista para mirarla.

– Yo sólo, sólo quería saber si usted deseaba…

– Está bien, Nellie, está bien -dijo el inspector con impaciencia y miró su plato-. ¿Qué es esto?

– Un filete, señor -dijo Nikki en voz baja.

– ¿Un filete? ¡Puf!

Nikki atravesó corriendo la puerta de vaivén.

El inspector cogió el tenedor y pinchó la carne. Aspiró con desconfianza y la volvió. Sus ojos se salían de las órbitas. Arrugó la servilleta en una pelota, la arrojó a un lado del plato, empujó la silla hacia atrás y se levantó.

En la puerta se detuvo y susurró ásperamente a Ellery, que estaba comiéndose el filete con valentía:

– Me voy de aquí a comer algo. ¡Encárgate de que salga de aquí antes de que vuelva!

Un instante después la puerta principal dio un portazo.

– Oh, Nikki -llamó Ellery.

La cabeza de Nikki apareció por la puerta de la cocina.

– Creo que has perdido el empleo -gimió él.

Загрузка...