Ellery Queen había evitado decirle a Nikki quién era el asesino hasta que tuviese confirmación positiva del hecho de que el doctor Rogers era culpable. Se daba cuenta de que, a causa de su amistad con Barbara, las noticias representarían un fuerte golpe para Nikki.
Después que se lo hubo dicho, mientras caminaban por la calle Centre hacia Broome, dijo:
– Sé cómo te sientes, Nikki. Es bastante horrible. Pero no tanto como hubiera sido si él y Barbara se hubiesen casado. Ésa es la forma en que tienes que mirarlo, que ella escapó a una terrible tragedia. Cuando se recupere del choque estará agradecida.
Nikki asintió.
– Supongo que sí. ¡Pobre Babs!
– Después de todo -continuó Ellery-, cualquiera que sea capaz de cometer un asesinato es un psicópata. A lo mejor Rogers la amaba, a lo mejor no. Nunca sabremos eso.
Nikki asintió otra vez sin alzar sus ojos. Había cogido el brazo de Ellery y miraba el pavimento mientras andaba.
– Supongo que fue el modo de Braun de tratarla a ella lo que finalmente animó a Rogers. Pero lo más horrible de todo es que el crimen fue premeditado. No mató en un momento de ira incontrolable. Planeó el suicidio-asesinato de Braun a sangre fría. Luego puedes dar gracias a Dios de que Barbara escapara. Para todos a los que afectaba acabó de la mejor manera posible. Si hubiesen cogido a Jim, si no se hubiese matado, si hubiera tenido que ir ajuicio, piensa qué prueba habría sido para tu amiga.
Ellery llamó un taxi, ayudó a subir a Nikki, y le dio al conductor la dirección de los Queen.
– Pero ¿por qué vamos a tu apartamento? -preguntó Nikki.
– A coger tu maleta, ¿lo olvidaste? Después te llevaré en coche a casa.
Ellery abrió la puerta del apartamento de los Queen. Siguió a Nikki a lo largo del vestíbulo hacia el estudio.
Ella miró con tristeza la desordenada habitación, fue al escritorio, y sacó la cámara de un neumático de bicicleta de entre las páginas de un manuscrito.
– ¿Para qué quieres esto? -preguntó ella.
– No sé -dijo él distraídamente-. Llegó ahí de alguna manera. Es una reliquia de algún caso. No hace ningún daño.
– Aquí está tu pipa -dijo ella, sacándola de la punta de la zapatilla al lado de la máquina de escribir-. ¿Tanto te gusta la boquilla que tienes que morderla hasta partirla en pedacitos?
Ellery aparentemente no escuchaba. Perdido en sus pensamientos, estaba mirando sin ver las invisibles profundidades de la jardinera azul.
Nikki miró a su alrededor una vez más y suspiró.
– ¡Qué lío!
Ellery se enderezó de pronto y se encaró con ella.
– Nikki.
– ¿Sí?
– ¿Qué te propones hacer ahora?
Nikki se quedó muy quieta.
– Oh, seguiré con mi trabajo -dijo en voz baja.
– ¿Qué trabajo? -Ellery estaba confundido.
– Mi trabajo de escribir. He comenzado un nuevo libro.
– ¿De verdad? ¿De qué tipo?
– Una novela de misterio.
– Bien -dijo él sonriendo-. ¿Cuándo lo empezaste?
– Mientras te esperaba.
– ¿Quieres decir allí en comisaría?
– Sí.
– Déjame verlo.
Ella le tendió un pedazo de papel. Estaba cubierto de letra pequeña escrita con un lápiz muy afilado.
Ellery leyó:
«El señor Ellery Queen estaba sentado en el escritorio de su enorme estudio. Las paredes de este sanctum de todos los sanctums estaban llenas de libros raros, tomos antiguos con cubiertas exquisitamente trabajadas. Sobre el escritorio, al lado del enorme libro que estaba estudiando, había sólo un dictógrafo, tres teléfonos y una radio de onda corta».
– ¿No querrías decir un dictáfono? -preguntó Ellery Queen.
Nikki sonrió.
– Nunca he sabido distinguirlos.
Ellery continuó leyendo.
«Esa tarde, llevando como de costumbre su chaqueta recién planchada, el señor Queen estaba absorto en un enorme volumen forrado de cuero del Novum Organum de Francis Bacon. La copia que tenía ante sí era una primera edición publicada en 1620, que representaba perfectamente sus gustos.
»Sobre el puente de la aristocrática nariz del señor Queen se sujetaban ligeramente unos quevedos».
– ¡Unos quevedos, no! ¿Quieres convertirme en un repelente?
Nikki le miró críticamente.
– Estarías bastante bien -decidió.
– ¡Ah! -murmuró el señor Ellery Queen, mientras se sacaba de entre los labios un largo cigarro negro No he fumado un cigarro en mi vida dijo-. Cigarrillos y una pipa, pero…
– Pero, Ellery -protestó Nikki, abriendo mucho los ojos-, no pensarás que haya alguien que quiera leer sobre ti tal como eres, ¿verdad?
Ellery miró profundamente dentro de sus oscuros ojos.
«¡No era extraño que le hubiera hecho comportarse como un idiota!», pensó.
– Nikki.
– ¿Sí?
Le cogió ambas manos entre las suyas.
– Nikki, yo… -se paró.
– ¿Qué sucede, Ellery? -ella respiraba un poco más deprisa.
Sus ojos estaban serios ahora. ¡Qué grandes eran! ¡Qué oscuros! Hermosos ojos.
– Sé que no tengo derecho a pedírtelo, pero…
– ¿Sí?
– ¿Querrás…?
– ¿Sí?
– ¿Querrás ser mi…?
– ¿Sí? ¿Sí, Ellery?
– ¿Querrás ser mi… secretaria?