Desenlace

Nikki se sentó de pronto.

– ¡Nikki! -Ellery se rió en voz alta-. ¡Nikki! Yo… Me has dado un susto terrible.

Ella miró a su alrededor, desconcertada.

– Pero ¿dónde estoy? ¿Cómo llegué hasta aquí?

Ellery se lo explicó brevemente.

Ella miró la fosa, vio la camioneta del depósito, y tembló.

– Ocurrió tan deprisa, Ellery. Me estaba estrangulando. Me debí desmayar.

– ¿Cómo te encuentras ahora?

Ella parpadeó extrañada.

– Muy bien -dijo con tono de sorpresa-. Perfectamente bien. De verdad.

Se empezó a incorporar. Ellery le ayudó.

– De verdad que estoy bien. Así que no me mires de esa forma. ¡Caray, no era a ti a quien estaban intentando estrangular!

Él vio que aunque ella estaba todavía pálida, había recobrado aparentemente sus fuerzas.

– Gracias a Dios que estás viva -dijo él, y se preguntó por qué su voz sonaba tan rara.

– Ocurrió todo tan rápidamente. ¡Ellery! ¡Ni siquiera sé quién era!

– No importa, Nikki. Ven. Vamos a ver si puedes andar -la cogió del brazo.

– Claro que puedo andar. Sólo me desmayé; eso es todo -se soltó de su mano, atravesó la fosa y le sonrió débilmente desde la carretera-. ¿Necesita ayuda, señor Queen?

Ellery le devolvió la sonrisa.

– Aquí viene un coche -dijo, mirando la carretera-. Nos llevarán de vuelta a la ciudad.

A las doce, Ellery Queen y Nikki llegaron a la comisaría de policía. En la vacía sala de espera, junto a la oficina del inspector Queen, Ellery le indicó que se sentara y llamó a la puerta de Velie.

– ¡Oh! ¿Eres tú, Ellery? -dijo el enorme sargento, saliendo.

– Quiero que conozcas a una amiga mía, la señorita Nellie Snodgrass -dijo Ellery.

– Encantado de conocerla, señorita S… -Velie no había acabado de coger el nombre.

– ¿Qué noticias hay? -preguntó Ellery.

– Bueno, ya tienen el cuerpo de Braun en el depósito, y el viejo Prouty, por fin, va a trabajar sobre él.

– ¿Qué más?

– No sabemos quién robó la camioneta del depósito y tu coche. Todavía no, no lo sabemos. Pero seguro que lo sabremos dentro de poco. Tu padre te quiere contar esa historia. Así que me callaré.

– No siento ninguna curiosidad -dijo Ellery-. ¿Le quieres decir a papá que estoy aquí?

– Por supuesto -Velie entró en la oficina del inspector. Un instante después estaba de vuelta en la puerta, llamando a Ellery con la mano.

El inspector estaba de buen humor.

– ¡Hola, hijo! -dijo, alegremente, al entrar Ellery en la habitación-. Nos dio un buen viaje, ¿eh?

– Más bien -dijo Ellery- deduzco, por lo que dice Velie, que se escapó.

– Bueno, no exactamente -el inspector se tiró de su bigote negro-. Ese Cadillac tuyo marcha, Ellery. Es todo un coche… o era.

– ¿Qué quiere decir era? -Ellery se incorporó en la silla.

El inspector rió por lo bajo.

– ¿Estaba asegurado?

– Por supuesto.

– Entonces no te preocupes por él.

– ¿Cuál es el juego, papá?

– No hay juego ninguno. Era serio, trágico, de hecho. Con tu coche el asesino debió pensar que tenía un cincuenta por ciento de posibilidades de escapar. Se dirigió directamente a la autopista Saw Mill River.

»Y luego, ¡caray, cómo marchaba!, acortó por Hawthorne Circle en la dirección opuesta. Velie le siguió y por poco si me da una apoplejía. Nuestro hombre iba a más de noventa por la Extensión Bronx hacia Poughkeepsie. Nosotros, simplemente, nos mantuvimos durante las siguientes ocho millas. Luego miré el indicador de la gasolina. Nos quedaba menos de un galón. Le chillé a Velie para que apretase todo lo que pudiese. Llegamos hasta unos trescientos pies de tu coche e íbamos disparados por la curva larga de antes del puente sobre el embalse cuando alcé el parabrisas y apunté a la llanta de atrás. Al tercer tiro acerté. Tu coche patinó de un lado a otro de la carretera como un borracho en noche de elecciones. A la mitad del puente chocó contra el bordillo y quedó sobre el morro.

»Y al segundo siguiente se cayó por encima de la cerca de protección, y se fue abajo.

– Nunca vi algo parecido -interpuso Velie, incapaz de controlar su entusiasmo-. Dando vueltas. Un poco lento. Y luego tocó el agua con un ruido que creo que debieron oír allá abajo en el Parque Battery. Y hubo un chapoteo que parecía un torbellino en medio del océano.

– Bueno, eso es, más o menos, lo que hay, Ellery -dijo el inspector-. El asesino y tu coche están en el fondo del embalse de Crotón, a menos de que ya los hayan pescado.

– Entonces no sabéis todavía quién estaba en el coche -dijo Ellery con una sonrisa.

– Sabremos quién es en el momento en que los equipos de salvamento saquen tu Cadillac, y eso tiene que suceder en cualquier momento -dijo el inspector.

Ellery dijo:

– Yo os puedo decir quién era.

– ¿Así que crees que lo has adivinado? -preguntó Velie.

– Calla, Velie -dijo el inspector-. Vamos a ver qué dice.

– Todo -dijo despacio Ellery-. Mirad, durante todo el asesinato, el asesino realizó trabajos desesperados para evitar que el cuerpo llegase al depósito. Sólo podía haber una razón para eso. No quería que se hiciese la autopsia.

– Sabemos todo eso -bufó Velie-. Pero ¿por qué llamarle asesino? Braun se suicidó.

– ¿Por qué tenía miedo el ladrón de cuerpos de que la policía llevase a cabo la autopsia? -contraatacó Ellery-. Porque mostraría algo bastante fastidioso para él. ¿Y cuál era esta evidencia desagradable para él?

– Bien, ¿qué? -preguntó el inspector.

– Era…

Se oyó una fuerte risotada al precipitarse el doctor Prouty dentro de la habitación.

– ¡Ja! -dijo-. Tus pájaros se han dejado las piernas corriendo detrás de un asesino que no existe. Así que todavía crees en los cuentos de hadas. Bien, es un caso claro de suicidio. Lo supe en el momento en que oí que se había encontrado el cuchillo. ¿Veis? Os habría avisado, sólo que decidí que no iba a ser yo el único que trabajase como un esclavo romano. Braun murió desangrado, después de haberse cortado la yugular. No existe en absoluto otra posible causa de muerte; no hay veneno, no.

– Exacto -dijo Ellery Queen-. No hay cáncer. No hay señales ni tan siquiera de un cáncer incipiente, ¿no?

La mandíbula del doctor Prouty tembló ligeramente.

– Un momento, ¿cómo sabes eso, Hawkshaw?

– Porque era para impedir que tú descubrieses que Braun no tenía cáncer por lo que el asesino robo el cuerpo. Ninguna otra cosa tiene sentido. E, incidentalmente, fue asesinado, aunque el método sea posiblemente singular.

»El asesino le hizo creer a Braun que sólo le quedaba muy poco tiempo de vida y que moriría con agonía. El asesino odiaba a Braun y le conocía bien. Sabía que Braun adoraba la perfección física de su cuerpo y que se mataría antes de que empeorase, por no hablar de morir tras semanas de agonía. Impulsó al suicidio a Braun. ¡Asesinato y psicología! Agudo, ¿eh?

Sonó el teléfono. El inspector Queen agarró el auricular. Después de un momento, colgó y apretó fuertemente sus labios contra sus dientes.

– Tienes razón, hijo -dijo ceñudo-. Han recuperado el coche y el cuerpo.

– Veis -continuó Ellery-, las radiografías no sólo convencieron a Braun, sino a los doctores y a todos los demás de que tenía cáncer. Los rayos X mintieron. Es decir, mintieron respecto a Braun. Cómo podía ser eso, si eran las radiografías del cuerpo de otra persona, de alguien que sí tenía cáncer. El asesino presentó esas placas como evidencia en vez de las placas reales de Braun. El asesino, según él mismo afirmó, hizo las placas él mismo. El hombre que hizo eso fue el doctor Jim Rogers, y es su cuerpo el que han pescado junto con mi coche, ¿eh, papá?

– ¿Es eso cierto, inspector? -preguntó Velie.

El inspector Queen asintió.

– ¿Por qué no nos cuentas cómo supiste que el cuervo se hizo con el cuchillo y lo escondió en el árbol?

– Encontré una de las plumas del cuervo en el quicio de la ventana en el dormitorio de Braun -murmuró Ellery-. Estaba mirando por la ventana y un petirrojo saltó por el césped y se fue con un gusano. Yo sólo era medio consciente de lo que veía entonces. Luego me acordé de que el cuervo se había lanzado hacia un trocito de piedra amarilla que Amos había extraído, y recordé que le había fascinado la caperuza de oro de mi pluma estilográfica.

Otra vez el teléfono.

Después de un momento, el inspector dijo al que llamaba:

– No, pueden soltar a Rocky Taylor y a esa mujer, Mullins, supongo que debiera decir el señor y la señora Taylor. Pero traiga a Zachary. Se le requiere por desfalco. ¿Cuarenta mil? -el inspector silbó-. ¿Es eso cierto? -colgó-. Han cogido a Rocky y a Cornelia en la alcaldía -anunció-. Se acaban de casar con una licencia que sacaron hace diez días. Y Zachary había comprado un billete para Chicago. Los chicos le cogieron en la estación Grand Central. Tenía encima cuarenta mil en billetes. Dinero de Braun, sin duda. Los libros que intentó quemar muestran que estuvo robando a Braun durante varios años. Bueno, esto acaba el caso, excepto por… -se volvió hacia el sargento-. Velie, ocúpate de que la búsqueda de Nikki Porter sea cancelada.

– Entonces ¿ya no quieres a la señorita Porter, papá? -preguntó Ellery somnolientamente.

– Bueno, ya está bien, hijo. Naturalmente, tenías razón. Pero no hace falta que lo restriegues. No hay nada contra la chica.

– ¿Ni tan siquiera un par de filetes?

– ¿Qué dices, Ellery? -las pobladas cejas grises del inspector se dispararon hacia arriba.

– Sólo una broma, papá.

– Hablando de bromas -dijo el inspector-, ¿cuál es aquella que hiciste en el nogal, después de que escondieses algo en el bolsillo? Dijiste algo sobre devolvérselo a su verdadero dueño.

– Oh, eso me recuerda algo -dijo Ellery.

Se fue a la sala de espera y le tendió a Nikki su pulsera.

– Aquí está tu brazalete -dijo-. Volveré dentro de un momento.

Al volver a la oficina del inspector dejó a propósito la puerta abierta de par en par. El inspector alzó la vista y vio a Nikki.

– Oye, ¿qué está haciendo aquí Nellie? -aulló-. ¡Te dije que te deshicieras de ella!

– Quiere que le des otra oportunidad.

Los ojos del inspector Queen brillaron repentinamente. Miró fijamente a Ellery y luego empezó a hurgar en su correspondencia de la mañana todavía sin abrir. Después de unos instantes encontró lo que buscaba. Rasgó un sobre matasellado en Rochester, Nueva York, y saco una fotografía de Nikki Porter.

– Así -dijo-. ¿Así que es eso? Has llegado a eso, ¿no? ¿Mi propio hijo, mi propia carne y sangre, esconde a un fugitivo de la justicia en mi propio apartamento? ¿Así que es por esto por lo que estabas tan nervioso la otra mañana? ¡Por eso dormiste en el diván! Ellery, podría… ¡Si no fueses tan grande, te zurraría!

– Compraría un palco para ver eso -dijo el doctor Prouty. La boca del sargento Velie dibujó una enorme O.

– A eso le llamo yo gratitud -dijo Ellery tristemente-. Evito que cometas una estupidez, evito que arrestes a alguien equivocadamente, y me lo agradeces así -suspiró-. No importa, papá -dijo con aire de perdonavidas-. Simplemente, olvídalo. Te veré más tarde en el apartamento. Comemos fuera, recuerda.

Esta vez cerró la puerta cuidadosamente.

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