A las diez y media, cuando el inspector Queen volvió al apartamento, Nikki estaba escondida en el armario del dormitorio de Ellery Queen.
– ¿Se ha ido esa chica a su casa? -preguntó el inspector.
– Con viento fresco.
– Muy bien. Comeremos fuera hasta que Annie vuelva. Me voy a dormir.
– Buenas noches, papá.
A la una y media la luz estaba todavía encendida en el estudio de Ellery Queen. Estaba descansando sobre el diván con los pies apoyados encima de la estantería más cercana Durante horas había estado dando vueltas en su mente a todo lo que sabía sobre el asesinato de John Braun. Todas las teorías que se le ocurrían se tambaleaban y caían con estruendo a causa de algo con lo que tropezaban: no había modo de que el asesino hubiese salido de las habitaciones de Braun sin pasar al lado de Nikki, que le habría visto inevitablemente. De modo que sólo había una conclusión que pudiera ser admitida. Nikki Porter estaba protegiendo al asesino. Pero ¿a quién, exceptuando a Barbara, podía tener ella interés en encubrir? Y Barbara, sin lugar a dudas, no era culpable. Barbara estaba en la oficina del inspector, en la comisaría, con el doctor Jim Rogers en el momento en que su padre fue asesinado. Luego esa teoría era fantástica.
Ellery Queen se sobresaltó. La puerta del dormitorio se estaba abriendo lentamente. Pero era sólo Nikki, que entraba con cuidado. Metida una vez más en el pijama de él, se ataba su bata de franela azul. Sus manos se perdían en algún lugar de las mangas.
– Oh, Ellery -dijo Nikki-. Vi la luz por debajo de la puerta. No puedo dormir. Estoy terriblemente preocupada. Tendrán mi retrato por la mañana. Tu padre lo verá. ¿Qué va a decir? ¿Qué va a hacer?
– No quiero ni pensarlo -dijo Ellery.
Nikki dejó caer los brazos a lo largo del cuerpo.
– Por favor -dijo patéticamente-, dime qué pasó exactamente después de que fuera robado el cuerpo la segunda vez.
– Durante unos quince o veinte minutos todos se portaron como idiotas. Papá y Velie se abalanzaron hacia su coche, papá chillándole a Prouty que entrase en la casa y telefonease a la comisaría. Yo intentaba llegar a mi coche. Estaban los dos al otro lado por detrás. La llave del de papá había desaparecido. Mi coche no se ponía en marcha, tampoco la camioneta. Papá le chilló a Velie que echase a correr hacia la avenida Gun Hill y parase al primer coche. Velie echó a correr como un alce macho. Habíamos visto a la camioneta del depósito tirar hacia el norte; pensamos que sería fácil seguirle la pista, siendo tan vistosa. Entonces salió Prouty rugiendo de la casa. Habían cortado los cables. Papá salió disparado; no sabía que el querido viejo pudiese correr tan deprisa a buscar un teléfono. Él y Velie volvieron aproximadamente al mismo tiempo. Velie se había hecho con un coche, sí, pero para entonces ya no había rastro del coche del depósito.
– ¿Qué hicieron los hombres del depósito?
– Se quedaron mirando como idiotas, simplemente. ¿Qué podían hacer?
– ¿Qué hiciste tú?
– Arreglé mi coche. Pero ya era demasiado tarde.
– ¿Y luego?
– Luego, esto fue unos veinte minutos después de que empezase el follón, papá comenzó una ronda para asegurarse de que estaban todos los inquilinos. La señora Braun estaba descansando. Cornelia Mullins estaba al lado de la piscina echándose una siestecita en una hamaca. Se había peleado con Rocky Taylor, a quien papá encontró trabajando en su coche en el garaje. Jim Rogers estaba hablando con Amos fuera, donde éste estaba cavando. Dice que está interesado en la psicosis del viejo. Zachary, como de costumbre, asegura que estaba haciendo sus cuentas; pero no hay nadie que le apoye en su aseveración y, naturalmente, está bajo sospecha por haber intentado destruir un par de libros y el diario; los principales libros de cuentas.
– ¿Cómo? ¿De verdad lo hizo? -dijo Nikki con esperanza-. ¿Cómo lo descubristeis?
– Le vi cómo los quemaba en la caldera esta mañana temprano. Conseguí sacarlo con el hurgón antes de que fuese demasiado tarde. Había encendido un buen fuego antes de arrojarlos a las llamas y después se fue, para dejar que la naturaleza siguiera su curso.
– Pero ¿por qué los quemó?
– Seguramente porque había estado falsificando las cuentas. Papá envió los chamuscados libros a la comisaría. Los contables comenzaron a trabajar con ellos. Zachary no sabe que la policía tiene sus libros, por supuesto.
– ¡Oh!, Ellery, si cogiesen al asesino antes de que…
– No lo encontrarán metiendo la nariz en libros de cuentas. Podrán encontrar un motivo de esa forma. Pero ¿qué se consigue con eso? No puedes condenar a un hombre si todo lo que puedes probar es un motivo. La solución al asesinato está en el dormitorio de John Braun -Ellery bostezó y se estiró-. Mi cerebro se está entumeciendo.
– Pero, Ellery, sólo me queda hasta mañana. ¿Qué vamos… qué vas a hacer?
– Yo me voy a dormir -dijo Ellery Queen.
– ¡Dormir! -repitió Nikki espantada.
– He pensado hasta que mi cerebro se ha liado. Voy a dormir dos horas. Quizá eso engrase los engranajes cerebrales. A las tres y media de la madrugada voy a volver a la Casa de Salud. La solución hay que encontrarla allí; sólo hace falta que tenga el suficiente sentido común como para reconocerla cuando la vea. Es la última oportunidad, Nikki Porter, así que largo de aquí y déjame dormir -se incorporó para alcanzar la luz.
– Voy contigo -anunció ella firmemente.
– No seas tonta.
– No soy tonta. Voy contigo. Yo estaba en las habitaciones del señor Braun cuando le asesinaron. Quizá he olvidado decirte algo. Estaré allí para contestar preguntas. Después de todo, yo soy la que voy a ser encerrada en prisión si no se encuentra al asesino. ¡No tienes derecho a rechazar mi ayuda!
– No seas idiota -dijo Ellery Queen apagando la luz-. Vuélvete a la cama.
– Es igual -dijo la señorita Porter en voz baja en la oscuridad-. ¡Voy contigo!