Cuando Nikki Porter dejó a Ellery, corrió a lo largo del boj y luego del seto de alheña como si la persiguieran los demonios. Pero en cuanto llegó al abrigo del bosque redujo el paso, corrió una corta distancia y al poco comenzó a andar.
En el dormitorio de John Braun había estado tan sobresaltada y asustada por la llegada del inspector, incluso aunque ya sabía que se encontraba en camino hacia el lugar del crimen, que no se había parado a pensar qué significaba que el cuervo huyese con la pulsera. Ahora, de pronto, vio la verdad.
¡Así era como había desaparecido el estilete! ¿Por qué estaba corriendo? ¿De qué estaba huyendo? ¡Qué ridículo! Ahora no tenía nada que temer. Encontrarían el cortapapeles en algún sitio -dondequiera que lo hubiese llevado el cuervo-. En el árbol probablemente. Allí era donde el horrible pájaro debía de haberlo llevado. ¡Qué pájaro! Fue agudo por parte de Ellery Queen. ¡Cómo se le pudo ocurrir! ¡De todas las fantásticas ideas! ¿Qué pudo haberle metido la idea en la cabeza?
Estaba a salvo, libre, libre como José. ¡Oh, qué estupendo era no preocuparse! Ahora no soñaría con cientos de ojos grandes y brillantes como focos de automóviles, mirándola, y dedos señalando; una enorme habitación llena de personas señalándola, chillando: «Ella… ella… ella».
El aire era suave y agradable. El sol era bueno; rayos cálidos, brillantes, alegres, filtrándose a través de las hojas verdes, sesgados, riéndose con las trémulas hojas de álamo. Y la noche anterior se había asustado del bosque. Agradable y amistoso bosque. Ardillas y… Una pobre ardilla había corrido por encima de su pie. Probablemente había estado más asustada que ella. ¡Y los murciélagos! Bueno, los murciélagos no eran tan agradables. Se pueden meter en el pelo. Probablemente ahora estarían dormidos, colgados por sus patas de alguna rama, resguardados de la luz, cerca de la mitad del tronco de los abetos. ¿O vivían en cuevas? ¿Qué importa? Se rió en voz alta.
¡Oh!, el bosque era agradable, tan verde y fresco, frío en la mañana temprano. Qué tontería lo convencida que había estado de que alguien les había estado observando a ella y Ellery la noche anterior.
Había estado caminando lentamente por el camino ondulante, sus ojos en el suelo para evitar las raíces a flor de tierra que se retorcían en dibujos fantásticos, como deseosas de agarrar sus tacones altos y hacerle tropezar, y ahora vio una mata de pirola. Se agachó para coger un solitario capullo de gaulteria. Aspiró su dulzura y contó los delicados pétalos.
Sí, Ellery era -bueno, por lo menos ya nunca pensaría en él como un…-, bueno, un bobo otra vez.
Había llegado a la vieja carretera. No estaba ni la mitad de lejos yendo a través del bosque. Realmente era delicioso. Y ¡oh, una ardilla!
– Ven aquí, ardilla. No te asustes, tonta. Ven aquí. Te encontraré una nuez.
La ardilla se sentó sobre sus patas traseras, la miró dubitativamente un momento y saltó, saltó una distancia de unos pies por la carretera. Nikki la siguió.
– No seas así. ¡Vuelve aquí! No te voy a hacer daño.
La ardilla brincó sin prisa. Saltó sobre el tronco de un árbol y desapareció.
Nikki comenzó a rodear el árbol.
Se detuvo.
Una ambulancia…
¡Una ambulancia! En medio de la vieja carretera ¿Qué demonios hacía una ambulancia aquí, en el barranco?
Se acercó.
Hospital del Condado de Nueva York, leyó en el costado del coche.
Luego era una ambulancia. Pero ¿por qué no tenía ventanas? ¿Y qué había pasado con el conductor? Quizá se había quedado tirado y había ido a buscar ayuda.
Sí, era eso. Había una pala apoyada en el árbol. Debió de utilizarla para intentar sacar el coche.
Alguien había estado cavando, pero no cerca de las ruedas de atrás. Éstas estaban sobre tierra dura. Alguien había estado cavando al lado de la carretera, donde la tierra estaba esponjosa y blanda. Había hecho un agujero largo. Seis pies por lo menos, y bastante profundo.
Y las puertas de la ambulancia estaban abiertas. Con miedo, pero impelida por no sabía qué, se acercó a ellas y miró en el interior del coche.
Su garganta y su boca se secaron. No podía meter nada de aire en sus pulmones.
No podía desviar su vista de la blanca cara, el cuerpo deformado, los dedos curvados y petrificados de la mano.
¡La agonía de ver! Pero no podía dejar de mirar. El cuerpo la tenía clavada en el sitio. Sus ojos estaban helados en las cuencas, ardiendo, ardiendo como el hielo.
Tenía que chillar. Si tan sólo pudiera chillar. Entonces quizá no se volvería loca. Pero no podía mover un solo músculo. Su garganta estaba tan seca. Su garganta estaba paralizada. Tenía que chillar o volverse loca.
Alguien había chillado. ¿Quién había chillado? ¿Había sido ella? El eco. El chillido estaba resonando. Cientos de personas en el barranco estaban chillando en una agonía de terror; pero ¿por qué ella no podía?
Sabía que había ocurrido en un instante. Lo sabía. Pero duró tanto. Sabía que unos dedos duros y musculosos se habían cerrado alrededor de su garganta con la velocidad de una trampa de acero. Lentamente, lentamente, los dedos se habían deslizado alrededor de su garganta. Lentamente, lentamente, los pulgares presionaban la base de su cráneo. Lentamente, tan lentamente, la habían atenazado con la velocidad silenciosa de una trampa de acero.
El cuerpo había desaparecido ahora; la blanca cara había desaparecido. Las cosas daban vueltas. Todo daba vueltas.
Esto era la tierra. Estaban aplastando su cara contra la tierra. Una rodilla le estaba rompiendo el cuello. Le estaban retorciendo los brazos hacia atrás.
Todo daba vueltas más y más deprisa, más y más oscuro, girando, más y más tenue.
Tenía que escribirlo todo ahora mismo. Sí, habían dicho que tenía que escribirlo todo. Pero ¿dónde estaba el lápiz?, ¿el papel? Podía coger el lápiz de Ellery. Por supuesto que no; pero ella tenía que escribir; ella…