No es oro todo lo que reluce

Tras dejar a Nikki, Ellery Queen atravesó rápidamente la casa hasta la fachada principal. Abrió la puerta principal y salió a la galería al tiempo que el coche del inspector se detenía delante de ella.

– ¿Qué hay, papá? -dijo alegremente, abriendo la puerta del coche a su padre.

El inspector Queen salió con el ceño fruncido.

– Ellery -dijo-, pensé que estabas durmiendo en casa. Desearía que dejases de aparecer doquiera que voy. Ya tengo bastantes problemas tal como están las cosas.

– Supongo que te refieres al éxodo general de sospechosos.

– Exacto -el inspector sacó su pañuelo, se lo acercó a la nariz y, para un hombre tan pequeño, se sonó con mucha fuerza-. Dos polis aparentemente no son bastantes para vigilar un puñado de personas. Se necesita un pelotón entero.

– No te preocupes por ello, papá. Naturalmente, has mandado aviso para que los encuentren, y es todo lo que puedes hacer dadas las circunstancias. Lo que es más importante es que he resuelto el asesinato de Braun.

– ¿Que has qué? -el inspector Queen miró con la boca abierta a Ellery.

– Voy a llamar mi próximo libro El cuerpo de John Braun.

El sargento Velie, habiendo conseguido sacar su corpachón de detrás del volante, vino rodeando el coche.

– ¡Ja! -dijo, imitando al doctor Prouty-. ¡Ja!

– Hijo, no hablas en serio.

– Sí, querido padre. Cuelga tus ropas de la rama del nogal, pero no te acerques al agua. [6] Venid conmigo.

Les guió a través del césped.

Ellery se detuvo y miró hacia arriba. A unos veinte pies de altura el tronco del árbol se ramificaba. Justo debajo de donde salían las dos ramas retorcidas vio un gran agujero que el tiempo, la lluvia, la nieve y el viento habían hecho al pudrirse el tronco.

Ellery Queen se quitó el abrigo y lo arrojó al suelo. Saltó y se agarró a una rama. Esta crujió bajo su peso. Se incorporó sobre ella y, sujetándose al tronco, se puso de pie. Apenas si llegaba a la rama de arriba. Se estiró y la cogió. Sus piernas se balancearon hacia atrás y luego hacia delante, y arriba, entre sus brazos. Con sus rodillas enganchadas sobre la rama, tiró de sí mismo y se sentó, con las piernas, colgando.

– Le iría fabulosamente en un circo -dijo Velie, mirando hacia arriba-. ¡Ese chico tiene talento, inspector!

El inspector Queen también estaba de pie con la cabeza echada muy hacia atrás.

– ¿De qué se trata, Ellery? Por lo que más quieras.

Ellery había hundido su brazo en el agujero. Su mano sacó dos objetos brillantes y redondos y media docena de plumas negras.

– Cógelo, Velie -dijo, mirando hacia abajo al sargento, que estaba exactamente debajo-. No te muevas ¡y veré si puedo arrojar esto por tu garganta!

Velie saltó hacia atrás. Dos cascos de botellas de cerveza cayeron a sus pies. Mientras se agachaba a cogerlos, un par de pinzas, un lápiz amarillo y un pendiente de jade cayeron en el césped a su lado.

El inspector miró hacia arriba sonriendo.

– Muy hábil, hijo. Ahora saca el conejo blanco y podemos seguir con nuestros asuntos.

Pero Ellery estaba mirando algo que tenía en la palma de la mano. Lo deslizó dentro del bolsillo de su pantalón y volvió a meter su brazo en el agujero.

– ¿Qué era eso? -preguntó el inspector.

– Sólo una pulsera de dos dólares cincuenta centavos que quiero devolver a su dueño. Aquí, Velie, cógelo.

Un collar de cuentas coloreadas y un peine de concha de tortuga en forma de luna engarzado de brillantes cayeron al suelo.

El oficial Jerry Ryan, que había estado observando desde la galería, se encaminó apresuradamente a través del césped hacia el nogal.

– ¿Qué hace el señor Queen allá arriba? -preguntó a Velie.

– El pobre hombre está chiflado. Se ha vuelto absolutamente loco.

Ellery estaba otra vez examinando algo intensamente. Los hombres de abajo lo podían ver destellear y brillar a la luz del sol.

Hubo una conmoción en el follaje de más arriba Con las alas batiendo furiosamente, el cuervo se lanzó en picado y se posó sobre la rama al lado de Ellery. El pájaro miró el objeto que tenía en la mano.

– ¡Kra-caw! -protestó con enfado el cuervo.

– Vamos, vamos -dijo Ellery-. Repórtate, José.

Acarició un lado del cuello del pájaro.

– ¡Kra-caw! -volvió a decir el cuervo, negándose a ser engatusado.

– ¿Qué es lo que tienes ahora? -preguntó el inspector Queen.

Ellery alzó aquel objeto para que lo pudiesen ver todos.

– Esto -anunció desde su alto asiento en el árbol- es un cortapapeles. Más específicamente, es el cortapapeles de John Braun, y todavía mas específicamente, es el cuchillo con el que se cortó su propio cuello. Allá va, hombres. ¡Cuidado con el filo! -Ellery dejó caer el cuchillo. Golpeó la tierra con un golpe seco. La hoja quedó enterrada hasta el mango en el césped y quedó brillando a los pies de Velie.

– Pero ¿cómo fue a parar a ese agujero? -preguntó el inspector Queen estirando el cuello.

– Los cuervos son aves notoriamente ladronas -declaró Ellery, juntando las manos por detrás del cuello y reclinándose confortablemente contra el tronco del árbol-. Es bien conocido que sienten una pasión incontrolable por los objetos brillantes y luminosos. Descienden hasta los robos y villanías del tipo más ruin para satisfacer su ansia por tales baratijas. José -dijo acariciando el dorso del pájaro- no es ninguna excepción; o si lo es, sólo en el extraordinario grado en que sus instintos predadores han sido desarrollados. Fue José el que se llevó el cuchillo una vez que Braun lo hubo utilizado para cortar su propia garganta. José fue atraído por el centelleo de los brillantes. Entró en la habitación por la reja de la ventana y cometió el robo sin ninguna vergüenza.

– ¿Se puede creer eso? -dijo Velie-. Entonces Braun se mandó a sí mismo al otro mundo. No hubo ningún asesino. ¿Se puede creer eso?

– Baja inmediatamente, Ellery -chilló el inspector quejumbrosamente-, antes de que se me parta el cuello.

– Sólo un segundo, papá.

El brazo de Ellery estaba otra vez en el agujero del tesoro de José. Extrajo un sobre sellado con cera roja y un pedacito de piedra amarilla. Garrapateado a través del sobre se leía: Ultima voluntad, testamento de John Braun.

– ¿Qué es eso amarillo que has encontrado, Ellery? -preguntó Velie.

– ¡Espere! Eso va contra la ley -dijo el oficial Ryan piadosamente. Velie le fulminó con la mirada. Ellery se rió.

– Un trozo de piedra rota que el viejo Amos sacó de la tumba que está haciendo. No, papá, no quería engañarte -Ellery tiró el trozo de piedra-. John Braun fue asesinado, a pesar de todo. De hecho, yo sé quién es el asesino. El asesino fue…

El oficial Ryan cogió el fragmento amarillo y lo miró especulativamente.

– ¿Qué es eso de Amos? -dijo-. Ese viejo está tocado. Tenía un ataque hace un momento. Corrió hacia mí y me agarró. ¡Debían de haber visto su mirada! Totalmente loco, sí. Dijo que alguien le había quitado su pala y no podía cavar su tumba.

– ¿Cuándo? -exigió Ellery.

– Hará unos cinco minutos. Está mal, muy mal. Me arrastró hasta la tumba y me contó cómo surgió un brazo de la pila de tierra. No encontró su pala allá arriba en el agujero, ¿verdad, señor Queen?

Ellery Queen aterrizó sobre el césped de golpe. Agarró a Jerry Ryan por los hombros.

– ¿Estaba allí la pala o no estaba? -gritó.

– ¿Qué le pasa, señor Queen? Allí no había ninguna pala. El viejo loco chochea. Se metió en el bosque para encontrar al ladrón.

– Entonces el asesino está en el bosque ahora -gritó Ellery. ¡Y Nikki! ¡Y Nikki!, estaba pensando. Había enviado a Nikki al bosque, con el asesino. Giró para encararse con el inspector-. Papá, tú y Velie conducid hasta la vieja carretera que cruza el bosque. Está a unos cuantos centenares de yardas al norte de la avenida Gun Hill. Sacad vuestros revólveres -se volvió hacia Ryan-. Baje hasta el camino del ferrocarril, Jerry. Sígalo hacia el norte hasta que llegue a la carretera que lleva hacia arriba por el barranco. Tenemos atrapado al asesino. ¡Por amor del cielo, daos prisa!

– Pero, Ellery -protestó el inspector-, si Braun se suicidó…

– Papá, le asesinaron también. Rápido. El asesino fue…

Un lejano chillido heló a los cuatro hombres debajo del nogal. Retumbo y resonó a través del barranco.

Ellery Queen se lanzó hacia el bosque con grandes y ávidas zancadas.

– ¡Coge tu coche, papá! Rápido -vociferó mientras corría.

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