Cuando llegó a la comisaría, hacia las cinco, encontró a Mimì fuera de sí.
– ¡Claro que la mafia prospera entre nosotros si para luchar contra ella hay gente como Musante! ¡Cabrón e incompetente!
– Pero ¿puedes contarme cómo ha ido?
– Tenía cita con él a las nueve. Me hace esperar hasta las once y media. En cuanto nos ponemos a hablar, lo llaman. Vuelve al cabo de cinco minutos y dice que lo lamenta pero que tenemos que aplazar la reunión hasta la una. Me voy a dar una vuelta por Montelusa y a la una me presento. Me está esperando en su despacho. Yo le hablo de la investigación y le digo que todos los indicios convergen en Balduccio Sinagra.
»¿Y sabes qué hace él? Suelta una breve carcajada. Y me dice que para ellos es una vieja historia, que recibieron un anónimo que acusaba a Balduccio de haber mandado asesinar a un correo que vendía la droga por su cuenta, que hicieron indagaciones y llegaron a la conclusión de que Balduccio era ajeno a todo, que se trataba de algo para despistar. ¡Cabrones! Por si fuera poco, añade que no se encontró el cadáver del correo. Pero ahora sí, le digo yo, y tiene un nombre. Giovanni Alfano. ¿Y sabes qué me contesta?
– Mimì, si no me lo dices…
– Que no puede haber sido Balduccio porque éste tenía todo el interés del mundo en mantenerlo vivo. Y entonces alude a la historia de una carta que Alfano debía entregar a uno de Villa San Giovanni…
– ¿Te ha dicho cómo se enteraron de lo de esa carta?
– Sí, era una trampa preparada por los de Antidroga. Lo habían dispuesto de tal modo que Balduccio se viera obligado a ponerse en contacto con este hombre. Esperaban la entrega de la carta para joder a Balduccio. Pero, como no fue entregada, consideran a Balduccio ajeno al asesinato de Alfano. No lo he entendido muy bien, la verdad.
– Yo tampoco. ¿Y qué piensas hacer?
– No me rindo, Salvo. ¡Tengo la certeza, la certeza absoluta, de que ha sido Balduccio! -replicó Mimì muy alterado.
¡Pobrecillo, a qué lo había reducido Dolores! Aquello era un verdadero engaño a alguien que, antes de conocerla, era un policía muy competente. Ella debía de pincharlo sin descanso, no lo dejaba tranquilo.
– Cuando interrogaste a la señora Alfano, ¿le preguntaste si su marido le había contado cómo mataron a su padre, Filippo?
– Sí. Me dijo que Giovanni le había contado que Balduccio había mandado eliminarlo con un disparo en la nuca.
– ¿Y ya está?
Mimì pareció un poco perplejo.
– Sí. Un disparo y ya está. ¿Por qué?
Montalbano prefirió no contestar enseguida.
– ¿Y cómo es que Giovanni no hizo nada contra Balduccio, sabiendo que era el responsable del asesinato?
– Dol… La señora Alfano dice que después Balduccio hizo y dijo tanto para que Giovanni lo perdonase que lo consiguió.
– ¿Puedo darte un consejo?
– Por supuesto.
– Pregúntale a la señora si recuerda el nombre de algún periódico colombiano de la época. Después contacta a través de Internet con el archivo de ese periódico y pide que te envíen los artículos sobre el asesinato. Igual sale algo útil.
– Buena idea. Primero hablo con Dol… con la señora y después pongo en marcha a Catarella.
– Catarella mejor no -respondió-. Todos los que vienen a la comisaría pasan frente a su cubículo; no es prudente. ¿Por qué no lo investigas desde tu casa, con tu ordenador?
– Tienes razón, Salvo.
Y se marchó presuroso. Dolores le haría perder tiempo antes de fingir recordar el nombre de un periódico de veinte años atrás. Y entretanto Mimì estaría ocupado en esa búsqueda. Porque era importante que en los tres o cuatro días siguientes no tuviera alguna ocurrencia contra Balduccio.
Adelina le había preparado un plato especial. Cuatro rodajas de atún fresco a la brasa, poco hecho y con acompañamiento de quisquillas muy pequeñas, todo aliñado con salmoriglio. Con la tripa y el espíritu satisfechos, se sentó a la mesa y se puso a escribir.
Querido Macannuco:
Como pienso que la situación está a punto de resolverse a nuestro favor, te escribo para contarte cómo creo que fueron las cosas. Ya te comenté por teléfono la historia de Giovanni Alfano, cuyo padre Filippo dicen que fue eliminado por orden del capo vigatès Balduccio Sinagra. La mujer de Alfano, Dolores, que es colombiana, cuando lleva algún tiempo en Vigàta empieza a ser cortejada por un carnicero local, Arturo Pecorini, hombre violento e investigado por homicidio. En resumidas cuentas, se hacen amantes. Llegados a este punto, interviene Balduccio para tutelar el honor de Giovanni, que lleva tiempo ausente de Vigàta porque está embarcado. Balduccio está muy unido a Giovanni. En el pueblo se dice que mandó matar a su padre creyéndolo un traidor y sólo después se dio cuenta de que había cometido un terrible error. Pero son simples rumores; no hay pruebas de que fuera Balduccio quien ordenó su muerte. Balduccio obliga a Dolores a regresar a Colombia durante un tiempo, y fuerza a Pecorini, con amenazas, a trasladarse a Catania. Allí Pecorini abre otra carnicería, aparte de la que conserva en Vigàta, que confía a su hermano. Después de cierto tiempo, Dolores regresa a Vigàta y Pecorini también obtiene el permiso de venir aquí el sábado y el domingo. A los ojos de todo el mundo, la historia entre ambos parece acabada. Pero en realidad no es así. Los dos amantes siguen viéndose, desafiando todos los peligros. Ten en cuenta que el domicilio de Pecorini en Vigàta dista menos de cincuenta metros del de Dolores. Giovanni Alfano está muy enamorado de su esposa; cuando está con ella se resarce, también y sobre todo sexualmente, de la obligada lejanía. Dolores ya no lo soporta. Y por eso, ella y su amante deciden eliminar a Giovanni haciendo que la culpa recaiga en Balduccio. Esa habrá sido una idea del carnicero para vengarse. Alfano no sabe nada de la historia entre su mujer y Pecorini, porque Balduccio, en su momento, instó a los amigos de Giovanni a que no le hablaran del asunto, pues no quería causarle ningún dolor. La mañana del viernes 3 de septiembre, Giovanni y su mujer se van a Gioia Tauro con el coche de ella. Dolores le dice que la víspera la había llamado un amigo de Catania que, sabiendo que pasarían por allí para ir a Gioia Tauro, los invita a comer. Esto lo supongo yo; puede que Dolores encontrara otra excusa, pero lo importante es que convence a su marido para detenerse en Catania e ir a casa del carnicero. Recuerda que Giovanni no sabe que Pecorini ha sido y sigue siendo el amante de su esposa. Pecorini los lleva a su casa, y después de comer mata a Alfano de un disparo en la nuca. Es necesario que compruebes si Pecorini tiene un garaje; creo que el homicidio se produjo allí. Y haz que la Científica lo examine bien, pues estoy seguro de que encontrarán restos de sangre de Giovanni. Porque es allí donde Pecorini mata a la víctima y la trocea en treinta pedazos con la ayuda de Dolores. ¿Por qué? Porque Giovanni le había contado a Dolores que su padre fue asesinado de un tiro en la nuca y después cortado en treinta trozos, que en el ritual mafioso corresponden a los treinta denarios de Judas, el traidor. Así que ellos hacen lo mismo para que todos crean que ésa es la firma, la clave de que Balduccio ha ordenado ajusticiar a Giovanni, correo infiel, exactamente igual que hizo con su padre. Finalizado el descuartizamiento, Pecorini introduce los trozos en bolsas y se va a Vigàta. Irá a enterrar los restos al critaru, es decir, el campo del alfarero, el lugar donde Judas se ahorcó. Ese es otro toque genial para inducir a creer en un ritual mafioso. Dolores, quizá un poco cansada, se queda unas horas en casa de su amante y después sigue hasta Gioia Tauro, adonde llega entrada la noche. Para demostrarlo, pide a la señora Esterina que te cuente la historia del ramo de rosas. Pero la mañana del sábado Dolores finge regresar a Vigàta. Digo que finge porque ha pensado que es mejor hacer lo que tiene que hacer a primera hora de la tarde, cuando la portería está cerrada y no se pueden recibir visitas desagradables de la portera. En la salida de Lido di Palmi se la pega deliberadamente con el coche, y a la espera de que se lo arreglen, se aloja en un motel (luego te daré los detalles). Después de comer le dice al propietario del motel que quiere ir a la playa, pero en realidad regresa a Gioia Tauro con uno de los muchos autobuses de línea que hay en la temporada estival. Al llegar a via Gerace mancha la taza del excusado, abre una botella de vino y una lata de cerveza y las vacía en el fregadero, donde las deja bien a la vista. Desde Catania ha traído los pantalones de su marido, una jeringa llena de su sangre y un poco de cocaína. Tira los pantalones de Giovanni encima de la cama, vierte unas gotas de sangre al lado del grifo del lavabo y tapa las manchas (tal como me dijiste tú) con la jabonera. Finalmente abre la trampilla del techo del cuarto de baño, donde le consta que hay una caja de zapatos vacía, espolvorea cocaína en el interior de la caja y vuelve a cerrar la trampilla; luego regresa a Lido di Palmi llevándose el ramo de flores, del que se desprende en cuanto puede. Pero con las prisas comete tres errores:
1) Tira al cubo de la basura la jeringa, que todavía contiene sangre.
2) No quita el polvo del mueblecito de la entrada (ella nos dijo que dejó la casa limpia y en perfecto orden).
3) No recoge un recibo de Enel; es más, lo empuja debajo del mueblecito.
Después regresa al motel, donde duerme, y a la mañana siguiente vuelve a Vigàta. Al cabo de unos días el carnicero envía una carta anónima a Antimafia, acusando a Balduccio Sinagra del homicidio de un correo que por lo visto lo había traicionado. De esta manera confía en poner en marcha la investigación. Pero Antimafia y Antidroga saben que no puede haber sido Balduccio, por lo de la carta entregada por el propio Balduccio a Giovanni, una carta de la que los dos asesinos no sabían nada y que habían destruido junto con las demás cosas de Giovanni. Sé que no lo vas a entender bien, pero me comprometo a explicártelo mejor cuando todo esté hecho. Dos meses después del asesinato, la lluvia (creo que con la ayuda de Pecorini) saca a la luz los restos de un desconocido. Entonces Dolores viene a comisaría a plantear las primeras dudas sobre que su marido se haya embarcado realmente. En efecto, el representante del armador me revela que Alfano no se presentó al servicio. Yo identifico el cadáver a través de un puente dental que Giovanni se tragó antes de que lo mataran. Por cierto: en mi opinión lo desfiguraron para facilitar la identificación sólo a través del ADN, dando así justificación temporal a las falsas inquietudes de Dolores acerca de la probable desaparición de su marido. En resumen, a partir de aquel momento Dolores se transforma en la directora de escena de nuestra investigación, haciéndola converger hábilmente (yo entretanto se la he confiado a mi subcomisario) en Balduccio.
Pero Musante (a quien tú conoces) me convenció de lo contrario. Y por eso fui a hacer una inspección a Gioia Tauro (tenía poco tiempo, no pude ir a verte, perdóname) y se me plantearon dudas y sospechas.
Creo que lo que te he dicho puede bastarte por ahora. Si Dolores reacciona tal como esperamos, el juego está hecho, y tú tienes en la mano los elementos esenciales para interrogarla. Y una vez más te repito, querido amigo, que no debes mencionar mi nombre de ningún modo, ni siquiera bajo tortura.
Es lo que te pido a cambio de ofrecerte la solución de un caso complicado. Llévate todo el mérito, pero págame con el silencio acerca de mi nombre. Te envío esta carta por fax al número privado que me has indicado.
Te ruego que no me llames a comisaría sino a casa. Mejor por la noche después de las diez.
Un abrazo,
Salvo
«¿Es una carta sincera?», se preguntó mientras la releía.
«¿Es una carta insincera?», se preguntó volviendo a leerla.
«Es una carta que sirve para lo que tiene que servir y listo», concluyó mientras empezaba a desnudarse para irse a la cama.
La noche siguiente, sobre las diez, recibió la primera llamada de Macannuco.
– ¿Montalbano? Hoy me han llamado de la Científica.
– ¿Y bien?
– Has dado en el blanco. La sangre del cubo de la basura es la misma que encontramos en el lavabo.
La segunda noche, Macannuco volvió a llamar.
– He recibido tu carta y la he enviado a quien ya sabes.
La tercera noche después de haber hecho la jugada decisiva, Montalbano no consiguió pegar ojo de lo nervioso que estaba. Ya no tenía edad para resistir semejante tensión. Cuando salió el sol, se encontró con un día otoñal sin una sola nube, frío y resplandeciente. Sintió que no le apetecía ir a la comisaría ni quedarse en casa. Cosimo Lauricella, el pescador, estaba trabajando cerca de su barca. Se le ocurrió una idea.
– ¡Cosimo! -lo llamó desde la ventana-. ¿Puedo ir contigo en la barca?
– Pero ¡es que voy a estar fuera hasta la tarde!
– No hay problema.
Personalmente no pescó ni un pez, pero para sus nervios fue mejor que un mes en una clínica especializada. La anhelada llamada de Macannuco llegó dos días después, cuando ya le había crecido la barba, la camisa tenía un reborde de grasa alrededor del cuello de no cambiársela, y sus ojos estaban tan enrojecidos que parecía un monstruo de película de ciencia ficción. Mimì tampoco estaba para bromas: la barba crecida, los ojos también enrojecidos, el pelo tieso. Asustado, Catarella temía dirigirles la palabra a cualquiera de los dos, y cuando los veía pasar por delante del trastero se agachaba hasta el suelo.
– Hace cosa de media hora hemos interceptado una llamada de Dolores a la señora Trippodo, que lo ha hecho muy bien.
– ¿Qué ha dicho Dolores?
– Se ha limitado a preguntar: «¿Puedo ir a verla mañana sobre las tres de la tarde?» Y la Trippodo ha contestado: «La espero.» Y allí estaremos nosotros también, esperándola.
– En cuanto la detengas, llámame a comisaría. Ah, oye, a propósito de la jeringa se me ha ocurrido una idea…
Macannuco se mostró entusiasmado. Pero a Montalbano no le interesaba cómo iba a terminar Dolores; su principal preocupación era mantener a Mimì fuera del asunto. Había que quitarlo de en medio, tenerlo entretenido en las siguientes veinticuatro horas. Llamó a Fazio.
– ¿Fazio? Perdona que te moleste en casa, pero necesito que vengas ahora a mi casa en Marinella.
Cuando llegó Fazio, inquisitivo y preocupado, encontró a Montalbano afeitado, con la camisa cambiada, pulcro y aseado. El comisario le indicó que se sentara y le preguntó:
– ¿Te tomas un whisky?
– La verdad es que no estoy acostumbrado.
– Mejor te lo bebes, hazme caso.
Obediente, Fazio se sirvió dos dedos.
– Ahora te cuento una historia -empezó Montalbano-, pero te conviene tener la botella de whisky al alcance de la mano.
Cuando terminó de contarla, Fazio ya se había bebido un cuarto de botella enterito. Durante la media hora que Montalbano estuvo hablando, pronunció una sola palabra:
– ¡Coño!
Pero el tono de su piel cambió varias veces: primero rojo, luego amarillo, después morado y finalmente una mezcla de los tres colores.
– O sea que tú -terminó el comisario-, mañana por la mañana, en cuanto llegue Mimì a su despacho, le dices que durante la noche se te ha ocurrido una idea y le das una copia del artículo.
– Según usted, ¿qué hará el dottor Augello?
– Considerará el artículo una prueba e irá corriendo a Montelusa a ver a Tommaseo, y después al jefe superior y también a Musante. Perderá la mañana entre uno y otro despacho. Tú lánzale un torpedo para dificultarle las cosas.
– ¿Y después?
– Mañana por la tarde, en cuanto Dolores se traicione, Macannuco me llamará a comisaría. Yo llamo a Mimì y le hablo de la detención de la mujer. Tú también debes estar presente, pues no consigo imaginar su reacción.
Mimì Augello regresó a las seis de la tarde del día siguiente, muerto de cansancio y loco de rabia por el tiempo perdido en Montelusa. Pero también parecía preocupado por otro motivo.
– ¿Ha telefoneado la señora Alfano?
– ¿A mí? ¿Y por qué tendría que haberlo hecho?
– ¿No ha llamado por casualidad a Fazio?
– No, no lo ha llamado.
Estaba inquieto; por lo visto, Dolores se había ido sin decir nada. Y su móvil estaba apagado. Evidentemente tenía la urgencia de ir a Catania para hablar con Arturo Pecorini.
– ¿Y en Montelusa qué tal te ha ido?
– ¡No me hables, Salvo! Menudo hatajo de imbéciles. Tienen reparos, se lo toman con tiempo, buscan excusas. ¡Más prueba que la del artículo de ese periódico! Pero ¡mañana vuelvo a hablar con Tommaseo!
Se fue enfurecido a encerrarse en su despacho. A las siete de la tarde llamó Macannuco.
– ¡Bingo! ¡Montalbà, eres un genio! Cuando la Trippodo le ha dejado entrever una jeringa manchada de sangre, tal como me habías sugerido, Dolores se ha jodido con sus propias manos. ¿Y quieres saber la novedad? Se ha derrumbado enseguida, consciente de que había perdido la partida, y ha confesado echándole la culpa a su amante carnicero. El cual, entre paréntesis, ha sido detenido hace un cuarto de hora en Catania, en su carnicería. Hasta luego, te mantendré informado.
– ¿De qué? Ya no te molestes, Macannuco. Lo demás lo sabré por los periódicos.
Tomó aire respirando hondo tres, cuatro, cinco veces.
– ¡Fazio!
– A sus órdenes, dottore.
Se entendieron a la primera mirada, no hubo necesidad de decir ni una palabra.
– Ve a llamar a Mimì y ven tú también.
Fazio y Augello encontraron a Montalbano balanceándose adelante y atrás y tocándose el cabello. El comisario estaba interpretando el papel de un hombre sorprendido, pasmado e incrédulo.
– ¡Virgen santa! ¡Virgen santa!
– ¿Qué pasa, Salvo? -preguntó Mimì asustado.
– ¡Ahora mismo acaba de telefonear Macannuco! ¡Virgen santa! ¡¿Quién se esperaba una noticia como ésta?!
– Pero ¿qué ha pasado? -insistió Mimì casi a gritos.
– ¡Han detenido a Dolores Alfano en Gioia Tauro!
– ¡¿A Dolores?! ¿En Gioia Tauro?!
– Sí.
– ¿Y por qué?
– ¡Por el homicidio de su marido!
– Pero ¡no es posible!
– Pues sí, ha confesado.
Mimì cerró los ojos y se desplomó sin que Fazio tuviera tiempo de sujetarlo al vuelo. Y en aquel momento Montalbano comprendió que Augello había sospechado siempre -pero jamás había querido reconocerlo ni siquiera ante sí mismo- que Dolores estaba metida hasta el cuello en la muerte de su marido.
El segundo día de su estancia en Boccadasse, acababa de entrar en casa cuando sonó el teléfono. Era Fazio.
– Dottore, ¿cómo está?
– Ni bien ni mal, voy tirando. -Le estaba saliendo muy bien el ensayo del jubilado, pues aquélla era en efecto una respuesta típica.
– Quería decirle que el dottor Augello se ha ido esta mañana con su mujer y su hijo. Se han marchado a pasar quince días al pueblo de los padres de la señora Beba. Quería decirle también que me alegro de lo bien que ha sabido usted poner cada cosa en su sitio. ¿Cuándo vuelve, dottore?
– Mañana por la noche.
Fue a sentarse junto al ventanal. Livia se alegraría de tener noticias de Beba y Mimì. Balduccio Sinagra había mandado llamarlo a través del abogado Guttadauro para decirle lo mucho que se alegraba de la detención de Dolores. Fazio también estaba contento. Y contento también estaba Macannuco; lo había visto en la televisión mientras los periodistas lo felicitaban por su brillante investigación. Y seguro que también se alegraba Mimì, a pesar de que no podía confesarle a nadie que se las había visto moradas. En resumidas cuentas, el comisario había conseguido sacar a todos del critaru, tierra traidora. Y él, Montalbano, ¿cómo estaba?
«Sólo estoy cansado», fue la desolada respuesta.
Tiempo atrás había leído el título, sólo el título, de un ensayo llamado Dios está cansado. Una vez Livia le había preguntado en plan polémico: «Pero ¿tú crees en Dios?» El pensó entonces que en un dios de cuarto orden, un dios menor. Después, con el paso de los años, había llegado al convencimiento de que no existía ni siquiera un dios de última fila, sino tan sólo el pobre titiritero de un pobre teatro de marionetas siciliano, ese que trata de Carlomagno y los paladines de Francia. Un titiritero que se esforzaba en llevar a buen puerto las representaciones como mejor sabía y podía. Y en cada representación que conseguía sacar adelante, el esfuerzo era cada vez más arduo y agotador. ¿Hasta cuándo podría resistir?
Mejor no pensarlo por ahora, mejor quedarse a contemplar el mar que, tanto en la siciliana Vigàta como en la ligur Boccadasse, era siempre el mar.