LA LECHE

Cuando Amalie tenía siete años, Rudi se la llevó por el maizal. Se la llevó hasta el final del huerto. «El maizal es el bosque», le dijo. Y entró con Amalie en el granero. «El granero es el castillo», le dijo.

En el granero había un tonel de vino vacío. Rudi y Amalie se metieron dentro. «El tonel es tu cama», dijo Rudi. Y le puso a Amalie cadillos secos en el pelo. «Tienes una corona de espinas», le dijo. «Estás hechizada. Te amo. Tienes que sufrir.»

Rudi tenía los bolsillos de su chaqueta llenos de trozos de vidrio policromados. Los puso alrededor del tonel. Los vidrios centelleaban. Amalie se sentó en el fondo del tonel. Rudi se arrodilló delante de ella. Le levantó el vestido. «Voy a beber tu leche», dijo Rudi. Y le chupó los pezones. Amalie cerró los ojos. Rudi le mordisqueó los botoncillos parduzcos.

A Amalie se le hincharon los pezones. Y rompió a llorar. Rudi salió al campo por la parte trasera del huerto. Amalie volvió corriendo a casa.

Tenía el pelo lleno de cadillos. Todo enmarañado. La mujer de Windisch le cortó las marañas con sus tijeras. Lavó los pezones de Amalie con infusión de manzanilla. «No vuelvas a jugar con él», le dijo. «El hijo del peletero está loco. De tanto animal disecado ha quedado mal de la cabeza.»

Windisch meneó la cabeza. «Amalie nos cubrirá de vergüenza», dijo.

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