Las ventanas del peletero se han desvanecido en la noche. Rudi está tumbado sobre su abrigo y duerme. El peletero está echado con su mujer sobre un abrigo y duerme.
Windisch ve la mancha blanca del reloj de pared sobre la mesa vacía. En el reloj de pared vive un cuclillo. Siente las manecillas. Y canta. El peletero le ha regalado el reloj de pared al policía.
Dos semanas antes, el peletero le mostró una carta a Windisch. La carta venía de Munich. «Allí vive mi cuñado», dijo el peletero. Y puso la carta sobre la mesa. Con la punta del dedo buscó las líneas que quería leer en voz alta. «Deberíais traer vuestra vajilla y los cubiertos. Las gafas aquí son muy caras. Y los abrigos de piel, impagables.» El peletero volvió la hoja.
Windisch oye cantar al cuclillo. Huele los pájaros disecados a través del techo. El cuclillo es el único pájaro vivo en esa casa. Con su canto desgarra el tiempo. Los pájaros disecados apestan.
El peletero se echó a reír poco después. Había deslizado el dedo hasta una frase situada en el extremo inferior de la carta: «Las mujeres aquí no valen nada», leyó. «No saben cocinar. Mi mujer tiene que matarle los pollos a la dueña de la casa. La buena señora se niega a comer la sangre y el hígado. Tira el buche y el bazo. Y encima fuma todo el santo día y se va con el primero que aparece.»
«La peor de nuestras suabas», dijo el peletero, «vale más que la mejor alemana de por allí».