LA GAVIOTA

La mujer de Windisch enciende el televisor. La cantante está apoyada en la barandilla, frente al mar. El dobladillo de su falda ondea al viento. Sobre la rodilla de la cantante cuelga la orla de encaje de sus enaguas.

Una gaviota vuela sobre el agua. Vuela pegada al borde de la pantalla. Bate la punta de sus alas en la habitación.

«Nunca he estado en el mar», dice la mujer de Windisch. «Si el mar no estuviera tan lejos, las gaviotas vendrían al pueblo.» La gaviota se precipita al agua. Y devora un pez.

La cantante sonríe. Tiene cara de gaviota. Cierra y abre los ojos con la misma frecuencia que la boca. Canta una canción sobre las muchachas de Rumania. Su cabello quiere ser agua. Pequeñas olas se le encrespan en las sienes.

«Las muchachas de Rumania», canta la cantante, «son tiernas como las flores en las praderas de mayo». Sus manos señalan el mar. Un matorral arenoso tiembla junto a la orilla.

En el agua, un hombre nada siguiendo sus manos. Se aleja mar adentro. Está solo, y el cielo se acaba. Su cabeza va a la deriva. Las olas son oscuras. La gaviota es blanca.

La cara de la cantante es tierna. El viento señala la orla de encaje de sus enaguas.

La mujer de Windisch está de pie ante la pantalla. Con la punta del dedo señala la rodilla de la cantante. «¡Qué encaje más bonito!», dice, «seguro que no es de Rumania».

Amalie se instala ante la pantalla. «Como el del vestido de la bailarina del jarrón.»

La mujer de Windisch pone unos bizcochuelos en la mesa. Bajo la mesa está la escudilla de lata. El gato lame en ella la sopa vomitada.

La cantante se ríe. Cierra la boca. Detrás de su canción, el mar se rompe en la orilla. «Que tu padre te dé dinero para el jarrón», dice la mujer de Windisch.

«No», dice Amalie. «Tengo algo ahorrado. Yo misma lo pagaré.»

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