Regresé para vigilar el apartamento de Kathie, pero nunca regresó. ¡Bien hecho! Probablemente se había dirigido a otro sitio. En esa encrucijada, cualquier quiebra de la rutina era mejor que la inmovilidad total. Esa noche, después de cenar, terminé de leer La regeneración a través de la violencia y estaba hojeando el International Herald Tribune cuando telefoneó Hawk.
– ¿Dónde estás? -pregunté.
– En Copenhague, chico, la París del norte.
– ¿Dónde está ella?
– También está aquí. Se hospeda en un apartamento de la ciudad. ¿Vendrás?
– Sí, llegaré mañana. ¿Hay alguien con ella?
– De momento, no. Cogió el avión, se dirigió a un apartamento y se encerró. No ha salido.
– Los revolucionarios llevan una vida trepidante, ¿no te parece?
– Chico, como tú y yo, son aventureros internacionales. Estoy en el Sheraton de Copenhague viendo la tele danesa. ¿Y tú qué haces?
– Estaba hojeando el Herald Tribune cuando llamaste. Es muy interesante, una experiencia realmente enriquecedora.
– Sí, estoy totalmente de acuerdo -replicó Hawk.
– Nos veremos mañana -añadí.
– Habitación cinco-dos-tres -informó Hawk-. Ocúpate de que envíen todas mis cosas a Henry. No me gustaría que un británico cualquiera se ponga mis harapos.
– Vaya, Hawk, eres un cabrón sentimental -comenté.
– Chico, esto te gustará -afirmó Hawk.
– ¿Por qué lo dices?
– Todas las fulanas son rubias y venden cerveza en la máquina expendedora de Coca-Cola.
– Tal vez viaje esta misma noche.
No lo hice. Dormí una noche más en Gran Bretaña. Por la mañana organicé el envío de las cosas de Hawk a los Estados Unidos. Hablé con Flanders y le hice saber a dónde me dirigía. Guardé mi revólver como en el viaje anterior, en medio del equipaje, y cogí el avión a Dinamarca. Si tienes un arma puedes viajar. ¿Cumplió el paladín su venganza? Probablemente.
El aeropuerto de Copenhague era moderno, acristalado y había un montón de cintas transportadoras para que los pasajeros se desplazaran. En el aeropuerto cogí un autobús hasta la terminal de la SAS en el Hotel Royal. Durante el trayecto vi el Sheraton. Se alzaba a corta distancia de la terminal. Caminé cargado con el bolso de mano, la maleta y la funda del traje, animado como siempre me sentía en un sitio en el que no había estado antes.
El Sheraton se parecía a los hoteles de la cadena que había visto en Nueva York, Boston o Chicago. Quizás era de construcción más reciente que el de Nueva York y el de Chicago, más semejante al de Boston. Parecía tan danés como una chica Bond. Me registré. El recepcionista hablaba inglés sin el menor acento extranjero. Muy embarazoso. Yo ni siquiera sabía decir Søren Kierkegaard. ¡Al diablo con él! ¿Cuántas flexiones es capaz de hacer con un solo brazo?
Deshice las maletas y llamé a la habitación 523. Nadie respondió. El acondicionador de aire ronroneaba bajo la ventana pero no refrescaba la habitación. La temperatura rondaba los treinta y cinco grados y medio. Abrí las ventanas y me asomé. Enfrente había un extenso parque con lago incluido. El parque abarcaba varias manzanas hacia la derecha. Divisé un nuevo hotel al otro lado del parque. La ayuda de la ventana abierta fue básicamente psicológica, pero ya no me sentía tan aplatanado por el calor. Volví a montar el revólver, lo cargué, lo guardé en la funda y la colgué del respaldo de una silla. Tenía la camisa empapada y me la quité. El resto de mi persona también estaba empapado en sudor. Me desnudé, llevé revólver y funda al cuarto de baño, los colgué del pomo de la puerta y me duché. Me sequé con la toalla, me puse ropa limpia y volví a asomarme por la ventana un rato más.
A las dos de la tarde alguien llamó a la puerta. Desenfundé el revólver, me puse a un lado y pregunté:
– ¿Quién es?
– Soy Hawk.
Abrí la puerta y Hawk entró. Vestía unas Nike blancas con una franja roja, pantalón de dril blanco y una chaqueta de safad blanco sucio, de manga corta. Sostenía dos botellas abiertas de cerveza Carlsberg.
– Recién salidas de la máquina -dijo y me entregó una.
Casi la acabé de un trago.
– Yo creía que Escandinavia era fría y septentrional -comenté.
– Están sufriendo una ola de calor -explicó Hawk-. Insisten en que nunca habían vivido algo semejante. Por eso los acondicionadores de aire de nada sirven. En realidad, nunca los usan.
Terminé la cerveza.
– ¿Has dicho que están en la máquina de Coca-Cola?
– Sí, chico, en esta misma planta, pasado el ascensor. ¿Tienes coronas?
Asentí.
– Cambié algo de dinero en la recepción, cuando me registré.
– Vamos, consigamos un par de botellas más. Nos ayudarán a soportar el calor.
Salimos, conseguimos otras dos cervezas y regresamos a la habitación.
– Dime, Hawk, ¿dónde está la chica? -pregunté. La cerveza me refrescó la garganta.
– Aproximadamente a una manzana de distancia -respondió Hawk-. Si te asomas lo bastante por la ventana, probablemente verás su vivienda.
– ¿Por qué no estás plantado en su puerta, vigilando cada uno de sus movimientos?
– Katherine entró alrededor de las once y desde entonces nada ha ocurrido. Quería saber si habías llegado.
– ¿Alguna novedad desde nuestra última comunicación?
– No. La chica nada ha hecho en absoluto. Sin embargo, también la vigila alguien más.
– Aja, aja -murmuré.
– ¿Qué has dicho?
– He dicho aja, aja.
– Eso me pareció. Vosotros los blancos habláis muy raro.
– ¿Te han reconocido? -inquirí.
– Por supuesto que no. ¿Acaso te reconocerían a ti?
– No, retiro la pregunta.
– Me alegro.
– ¿Qué puedes decirme de la persona que la vigila?
– Es un sujeto oscuro, pero no es mi hermano. Tal vez sirio o algo parecido, parece árabe.
– ¿Duro?
– Ya lo creo. Tiene un aspecto de cuidado. Creo que va armado. Lo vi encogerse de hombros como si las tiras de la funda le molestaran.
– ¿Muy corpulento?
– Bastante alto, más alto que yo. No demasiado pesado y algo cargado de espaldas. Gran nariz picuda. Entre treinta y treinta y cinco años, pelo cortado al rape.
Había sacado las descripciones y los retratos robot.
– Sí -afirmé-, es él.
– ¿Por qué vigila a la chica? -quiso saber Hawk.
– No creo que la vigile, probablemente me está buscando -respondí.
– Por supuesto -añadió Hawk-. Ése es el motivo por el que ella no se mueve mucho. Desde que llegamos dio un par de caminatas y regresó a su casa. El narizotas la siguió en todo momento, pero relajadamente, quedándose rezagado. Te está buscando a ti y quería comprobar si la seguías.
Asentí con la cabeza.
– Bien, Katherine tiene algunos apoyos aquí. Les seguiremos el juego. La vigilaré, dejaré que Narizotas me vigile y tú podrás vigilarlo. Después veremos qué pasa.
– Es posible que Narizotas te haga picadillo en cuanto te vea.
– Tú no lo permitirás.
– Sin duda.
La cerveza se había terminado. Miré con pesar la botella vacía.
– Pongamos manos a la obra -propuse-. Cuando antes atrapemos a todo el grupo, antes volveré a casa.
– ¿No te gustan los extranjeros?
– Echo de menos a Susan.
– ¡Te comprendo, chico, Susan tiene uno de los mejores traseros…! -alcé la vista. Hawk se apresuró a añadir-: Olvídalo, chico, me he pasado. No sueles hablar con tanta ligereza de Susan. Tampoco es mi estilo. Me he pasado.
Asentí con la cabeza.