Capítulo VIII



Probabilidades

Japp se marchó y nosotros nos fuimos a dar una vuelta por Regent's Park en busca de un lugar apacible.

—¿Te das cuenta, Hastings, de que la secretaria es un testigo peligroso? Peligroso, porque es involuntariamente falso. Ya has oído cómo hace un momento decía que había visto el rostro de la visitante. A mí eso me pareció completamente imposible. Si hubiese salido ésta de la biblioteca, entonces sí que hubiera sido posible; pero yendo hacia allá, no. Hice entonces el experimento, y resultó como yo había supuesto.

—Sin embargo, la secretaria sigue afirmando que fue Jane Wilkinson quien se presentó en Regent Gate ayer por la noche. Después de todo, la voz y la manera de andar son cosas inconfundibles.

—No, no.

—Hombre, Poirot. Yo te he oído decir mil veces que lo más característico e inconfundible de una persona es su voz y la manera como anda.

—Es verdad, pero también es fácilmente imitable.

—¿Tú crees?

—Haz retroceder tu memoria a algunos días. ¿Te acuerdas de una noche que estábamos en un teatro?

—¿Te refieres a Charlotte Adams? Pero, Poirot, Charlotte Adams es una artista.

—No es difícil imitar a una persona a quien se conozca bien. Claro que Charlotte Adams tiene condiciones excepcionales, y además, la luz de las candilejas y la distancia influyen...

Una repentina idea atravesó mi cerebro.

—Poirot —grité—, no vas a creer que Charlotte Adams haya matado a lord Edgware. ¡Si ni siquiera debió conocerlo!

—¿Qué sabes tú? Pudiera existir entre ellos alguna relación que nosotros no conocemos. La posibilidad de que Charlotte Adams sea la culpable no se aparta de mi cerebro.

—Pero Poirot...

—Espera, Hastings. Deja que te exponga algunos hechos. Lady Edgware ha contado sin la menor reserva las relaciones entre ella y su esposo, e incluso ha llegado a decir que deseaba matarlo. Además de nosotros, lo oyó un camarero, Bryan Martin, Charlotte también lo oyó y todas las personas que estaban en el Savoy. Además, está la gente a quien esas personas lo repitieron. Ahora supongamos que alguien desea matar a lord Edgware y encuentra en Jane Wilkinson una coartada. La noche en que ésta anuncia que se quedará en casa a causa de una violenta jaqueca..., pone en acción el plan que había concebido. Para que las sospechas recaigan sobre Jane Wilkinson es necesario que se la vea entrar en Regent Gate. Bien; ya la han visto. Pero aún hace más: al entrar se anuncia como lady Edgware. Ah, c'est un peu trop ca! Haría sospechar al más cándido. Hay otra cosa, además. La mujer que entró la otra noche en la casa iba vestida de negro, y Jane Wilkinson nunca viste de negro, se lo hemos oído decir a ella misma. Todo eso parece demostrar que no era Jane Wilkinson la que entró en casa de lord Edgware, sino una mujer que se disfrazó y se hizo pasar por ella. ¿Fue esta mujer la que mató a lord Edgware? ¿O bien entró otra persona en la casa y esta última fue la que le asesinó? De ser así, ¿cuándo entró? ¿Antes o después de la visita de la fingida lady Edgware? Si entró después, ¿qué dijo aquella mujer a lord Edgware? ¿Cómo explicó su presencia allí? Podía engañar al criado, que no la había visto nunca, y a la secretaria, que sólo la vio de lejos; pero no puede creerse que lograse engañar al marido. Tal vez, cuando ella entró en la biblioteca, sólo encontró un cadáver, y entonces lord Edgware habría sido asesinado entre las nueve y las diez.

—Por Dios, cállate, Poirot —grité—. Me estás volviendo loco. ¿Qué te hace sospechar tan endiablado complot?

—Aún no puedo decir nada, pero es indudable que alguien tenía algún motivo para desear la muerte de lord Edgware. Está, desde luego, el sobrino, que es su heredero; y a pesar de las afirmaciones de miss Carroll, existe la posibilidad de algún enemigo. Lord Edgware me dio la sensación de ser uno de esos hombres que se crean enemigos con facilidad.

—Sí, eso parecía —afirmé.

—Quienquiera que fuese el asesino, debió disfrazarse muy bien. Si Jane Wilkinson no llega a cambiar de parecer a última hora, le hubiese sido imposible probar su inocencia, la hubiesen arrestado y es muy poco probable que se librase de la horca.

Me estremecí.

—Hay una cosa que me desconcierta —siguió Poirot—. El deseo de culpar a Jane es claro. Entonces, ¿para qué telefonearla? Porque es indudable que alguien la telefoneó a Chiswick, y en cuanto se enteró de que estaba allí antes de... ¿De qué? A la hora en que telefonearon, todavía no había sido asesinado lord Edgware. La intención que guió esa llamada parece ser, no hay otra palabra para ella, beneficiosa. Lo indudable es que no fue el asesino, porque la intención de éste es claramente la de culpar a Jane. Entonces, ¿quién fue?

—Quizá fue sólo una mera coincidencia —sugerí.

—No, no es eso. Hace seis meses fue interceptada una carta. ¿Para qué? Hay en este asunto un montón de cosas inexplicables y que deben tener algo de común entre ellas.

Lanzó un profundo suspiro y continuó:

—Esa historia que vino a contarnos Bryan Martin...

—Pero, Poirot, eso no debe tener nada que ver con nuestro asunto.

—Estás completamente ciego, Hastings.

Poirot lo vería todo muy claro; pero yo, lo confieso, no veía la menor luz que aclarase las tinieblas de mi cerebro.

—Lo que no puedo creer —dije de pronto— es que haya sido Charlotte Adams la autora del crimen; me hizo el efecto de una muchacha muy buena.

—Yo no creo que fuese ella la que cometiese el crimen, Hastings. Es una muchacha demasiado juiciosa. Si se halla mezclada en el crimen, sin saber siquiera que ha cometido...

Se detuvo un momento.

—Pero si fuese así, resultaría un testigo peligroso para el asesino; quiero decir que al leer hoy la noticia del asesinato...

Poirot dejó escapar una exclamación.

—¡Corramos, Hastings, corramos! He estado ciego. ¡Corramos! ¡Un taxi, en seguida, un taxi!

Mientras decía estas palabras, movía nerviosamente los brazos. Hicimos parar el primero que pasó.

—¿Sabes su dirección? —me preguntó Poirot.

—¿La de Charlotte Adams?

Mais oui, mais oui. Pronto, Hastings. Cada minuto es precioso. ¿No te das cuenta?

—No —dije—, no me doy cuenta de nada. Poirot se mostraba impaciente.

—Miremos la guía telefónica. ¡No!, no estará. Vayamos al teatro.

En el teatro no se mostraron dispuestos a darnos la dirección de Charlotte. Por fin Poirot la consiguió: vivía en una casa de Sloan Square. Nos dirigimos hacia allí. A Poirot le devoraba una impaciencia febril.

—Por lo menos, que no lleguemos tarde, Hastings.

—Pero ¿por qué toda esa prisa, Poirot? No lo entiendo. ¿Qué significa?

—Significa que he sido muy torpe, que no he comprendido lo que estaba claro como el agua. Ah, mon Dieu! Por lo menos, que lleguemos a tiempo.

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