Capítulo XVI



Una importante discusión

Al llegar a casa encontramos a Japp, que nos estaba esperando.

—No sabía qué hacer y he pensado: voy a ir a charlar un rato con el amigo Poirot —dijo alegremente.

Eh bien, ¿cómo anda eso del crimen?

—Desgraciadamente, no tan bien como quisiera —mostrábase desesperanzado—. ¿Puede usted ayudarme algo, Poirot?

—Tengo algunas ideas que tal vez le interesen —dijo mi amigo.

—A usted siempre se le ocurre algo, aunque a veces... Bueno; eso no significa que no quiera escucharlas, al contrario. Siempre he dicho que tiene usted un cerebro como pocos.

Poirot agradeció fríamente el cumplido.

—Quisiera saber, Poirot —siguió el inspector—, ¿qué piensa de las dos ladies Edgware? ¿Tiene usted idea de quién fue la que estuvo en Regent Gate?

—De eso mismo, precisamente, quería hablarle yo —y en seguida le preguntó a Japp si había oído hablar alguna vez de Charlotte Adams.

—Me suena el nombre; pero, de momento, me es imposible recordar de quién se trata. Poirot se lo explicó.

—¿Una transformista? ¿Y qué tiene que ver esa transformista en el asunto que nos interesa?

Poirot relató minuciosamente todo cuanto habíamos hecho y la conclusión a que habíamos llegado.

—Sí, parece que tiene usted razón; todo coincide; vestido, sombrero, guantes, y, además, la peluca... Sí, sí, no hay duda; debe de ser eso. La verdad es que es usted un lince, amigo Poirot. No existen palabras capaces de expresar lo que es usted. Pero de todas maneras, su hipótesis me parece algo fantástica. No es por alabarme, pero tengo más experiencia que usted. Respecto a lo que dice de que existe un hombre entre bastidores en este asunto, la verdad, no lo creo. Que Char-lotte Adams fuese la mujer que se presentó en Regent Gate, sí es posible; es más: estoy casi convencido de que sucedió como usted dice. Pero si esa Charlotte Adams fue allí, lo haría probablemente con algún interés personal. Tal vez sé trataba de un chantaje, y en este caso se comprenden perfectamente sus palabras de que iba a tener mucho dinero. Ella debió ir a ver a lord Edgware, y una vez juntos, discutirían. Lord Edgware la debió ofender, y entonces la mujer perdió la cabeza y lo mató. Al llegar a su casa sentiríase moralmente deshecha, porque su intención no había sido nunca la de asesinarlo, y (supongo yo que fue así) se tomó una fuerte dosis de veronal para terminar con sus remordimientos.

—¿Cree usted que eso aclara todos los hechos?

—Hombre, no; claro está que todavía queda mucho por explicar; pero es una buena hipótesis para empezar las pesquisas. En cuanto a lo otro, la farsa esa que preparaban, creo que no debe tener ninguna relación con lo que a nosotros nos interesa. Será, sencillamente, una mera coincidencia.

Mais oui, c'est possible.

—¿Qué le parece esta otra suposición? —dijo Japp.

—El organizador de la farsa es también inocente, pero alguien que tenía algún motivo para odiar a lord Edgware pudo muy bien enterarse de la broma que iban a gastarle y pensó satisfacer su odio gracias a los bromistas. No es ningún disparate, ¿verdad? —hizo una pequeña pausa y siguió—: Sin embargo, creo más probable lo que dije antes. La relación que había entre esa artista y lord Edgware ya se aclarará algún día.

Luego, Poirot le contó lo de la carta de América y Japp dijo que realmente podría servirles de mucho.

—Voy a ocuparme en seguida de este asunto —y sacando una libreta, hizo algunos apuntes—. Cada vez estoy más convencido de que es Charlotte Adams la criminal. De momento no veo a nadie más que pueda tener algún interés en la muerte de lord Edgware —dijo mientras guardaba el cuaderno de notas, y siguió—: También está el nuevo lord Edgware, el capitán Marsh, que es uno de los que más ha salido ganando con el crimen, y, por tanto, el que más motivos tiene para ser el asesino. Parece ser un hombre poco escrupuloso en lo que se refiere al dinero. Además, ayer tuvo una violenta discusión con su tío. Él mismo me lo ha contado. Eso aleja de él las sospechas. Y hubiese sido un maravilloso culpable, pero se procuró una coartada para la noche del crimen, pues estuvo en la Ópera con unos judíos ricos, los Dortheimer. Me he informado detenidamente y ocurrió como dice el capitán Marsh.

—¿Y la señorita?

—¿Se refiere usted a la hija de lord Edgware? Estuvo fuera de su domicilio esa noche. Cenó con unos amigos, unos tales Carthews. Luego fueron a la Ópera, y al salir la acompañaron hasta su casa; llegó allí a las doce menos cuarto. Esto prueba su inocencia. La secretaria parece ser una mujer muy honrada Luego está el criado. Ese es un tipo al que no puedo tragar. No es propio de un hombre ser tan guapo. Además, hay algo en él que le hace sumamente repulsivo. De todas maneras, he hecho averiguaciones y no he podido encontrar ningún motivo para que matase a su amo.

—¿No ha pasado nada nuevo?

—Sí, ha pasado algo, aunque no sé si será muy importante. En fin, ya veremos. Ante todo, ha desaparecido la llave que poseía lord Edgware.

—¿La de la puerta de la calle?

—Sí.

—Muy curioso.

—Eso mismo me parece a mí. Puede tener gran importancia y puede no tener ninguna, según. Pero aún hay algo más, que para mí es muy significativo. Ayer mismo, lord Edgware cobró un cheque. No era de mucho valor; solamente unas cien libras. Recibió el importe del cheque en billetes franceses, debido a que hoy pensaba marchar a París. Bueno; pues ese dinero también ha desaparecido.

—¿Quién se lo ha dicho?

—Miss Carroll. Fue ella misma en persona a cobrar el cheque. Y al decírmelo hoy, hemos buscado el dinero por todas partes, encontrándonos con que había desaparecido.

—¿Dónde estaba anoche?

—Miss Carroll no lo sabe; dice que se lo entregó a lord Edgware a las tres y media de la tarde, metido dentro de un sobre del mismo Banco. Lord Edgware, que se hallaba en aquel momento en la biblioteca, cogió el dinero y lo dejó sobre la mesa.

—Eso es una verdadera complicación.

—O una simplificación. De momento, la herida...

—¿Qué ocurre?

—Pues que dice el forense que no fue causada por una navaja corriente; era, desde luego, un arma blanca, pero de hoja distinta, y debía de ser terriblemente aguda.

Poirot se quedó pensativo.

—El nuevo lord Edgware parece encontrar muy divertido que pueda sospecharse de él como asesino de su tío. Su actitud me parece algo rara.

—Puede ser, simplemente, habilidad.

—Tal vez. La muerte de su tío ha sido muy oportuna para él. Por lo pronto, ya se ha instalado en la casa.

—¿Dónde vivía antes?

—En Martin Street, Saint George's Road. No es un barrio muy elegante, que digamos.

—Apunta esa dirección, Hastings.

La anoté, aunque me extrañaba un poco. Si Ronald había trasladado su residencia a Regent Gate, su antigua dirección no tenía por qué interesarnos ya.

—No me cabe duda de que la asesina es miss Adams —dijo Japp levantándose—. Ha sido una gran ocurrencia. Tiene usted la suerte de poder ir a los teatros y a toda clase de diversiones. Por eso puede enterarse de cosas que yo nunca conoceré. Lo malo del caso es que no se ve por ninguna parte el motivo del crimen, pero espero que ya lo descubriremos, y con un poco de trabajo, todo se arreglará.

—Existe así mismo otra persona que podría también estar complicada en el crimen y no se ha fijado usted en ella.

—¿Quién es?

—El caballero que, según dicen, se quería casar con lady Edgware, el duque de Merton.

—Hombre, claro que puede tener motivo —Japp soltó una carcajada—. Pero un personaje de su posición no comete un asesinato así como así. Además, estaba en París.

—¿De modo que no lo juzga sospechoso?

—¿Lo cree usted acaso, Poirot?

Y riéndose de lo absurdo de semejante idea, Japp salió de la habitación.

Загрузка...