Dos meses después, una nave inglesa que había partido de la India con un cargamento de algodón para Melbourne, recogía cerca del estrecho de Torres un marinero casi muerto de hambre y atacado de un delirio furioso. Era el desventurado Banes.
Después de la terrible explosión, el vengador del capitán Solilach había tratado de alcanzar las costas meridionales de Australia, pero rechazado por vientos contrarios, anduvo errante durante esos dos meses por el extenso mar y cuando las provisiones tocaron a su fin, se había echado en el fondo de la lancha a esperar la muerte.
El barco había llegado a tiempo para salvarlo. El pobre brasileño estaba reducido a piel y huesos, pero su fuerte organismo triunfó fácilmente y al cabo de un mes, discretamente repuesto, desembarcaba en la ciudad australiana. Se radicó en ella y pudo pasar allí una vida tranquila y gracias a una pensión que le acordó el gobierno inglés como compensación por haber destruido la temible banda de piratas que infestaba esa zona.