– No me has dicho que me amas, Kadan -dijo Tansy
Alrededor de la habitación la gente daba vueltas, hablaba y reía, algunos balanceándose con la suave música y otros apiñándose alrededor de la mesa de comida. Kadan los ignoró, centrando toda su atención en Tansy. Le levantó la mano izquierda, el pulgar deslizando una caricia sobre su piel, y luego besó el anillo de boda que había puesto en su dedo sólo una hora antes.
– Te lo demostré anoche.
– No me has dicho que me amas -reiteró Tansy-. Sabes, esas tres palabritas que te gusta oírme decir.
– Te lo dije el otro día cuando el bastardo envolvió sus dedos alrededor de tu cuello y ahogó tu vida.
Había un filo en su voz, sus ojos eran oscuros como la medianoche.
Tansy le frunció el ceño.
– Yo estaba muerta. No creo que cuente técnicamente.
Kadan la balanceó en sus brazos porque necesitaba sentirla cerca de él. No podía hablar sobre ella estando muerta, ni siquiera bromear… no todavía. La música era suave y sensual y la llevó apretada contra él, una mano se deslizaba por la curva de su columna para descansar en su redondeado trasero mientras la arrastraba alrededor de la habitación.
Presionó los labios contra el oído de ella.
– Te he preguntado dos veces si llevas puestas bragas. Lo que debería decirte algo.
Su lengua se movió en un perezoso remolino y luego sus dientes le mordieron el lóbulo de la oreja.
Ella se rió bajito, llenándolo de alegría.
– Me dice que estás pensando en sexo, no en nuestra recepción de boda. Concéntrate aquí, machote.
– Estoy perfectamente centrado.
Su mano le dio un pequeño masaje circular, presionándola ligeramente de manera que su cuerpo se ajustó mejor contra el de él.
Ella volvió la cara y lo besó en la garganta.
– Te quiero mucho, Kadan Montague.
No se movió para alejarse ni le pidió que moviera la mano. Bailó más cerca, derritiéndose contra él. Él subió las manos por su espalda y la ciñó protectoramente. Sus ojos ardían. Su garganta se cerró. Tansy. Su esposa. Ella era su esposa. Su otra mitad. Ella era y siempre sería su hogar.
Giró por la pista de baile, luchando por encontrar algún equilibrio con las emociones derramándose en él. Ella decía que él sentía demasiado y que el hielo lo protegía, escudándolo. Al principio él no había querido saber cuánto sentía por ella, pero ahora aquella emoción, aquel terrible amor que atascaba su garganta y hacía que su corazón doliera, era su mundo.
– Quiero niños -le murmuró él al oído-. Quiero sentirlos crecer dentro de ti, y verlos alimentarse de tu pecho.
– Sólo recuerda que inhibiría tu predilección por el sexo en la mesa de la cocina -bromeó ella.
Kadan vagó alrededor de la pista de baile con ella, perdidos en su mundo, apenas conscientes de los Caminantes Fantasmas, el general, y sus padres en la habitación. No le importaba nada salvo ella.
– Sólo tendré que ser más imaginativo.
Ella giró la cara y presionó besos a lo largo de su garganta.
– Te quiero tanto, Kadan. Y tienes que decírmelo, decir las palabras en voz alta. Es el día de nuestra boda. Y cada aniversario y el día que nazca cada niño.
La risa retumbó en el pecho de él.
– Sabes regatear duro, señora
La canción terminó y otra comenzó. No se habían separado, ninguno quería dejar ir al otro. Kadan sintió que Tansy se ponía tiesa y supo antes de volverse quién estaba de pie detrás de él. Forzó una educada sonrisa mientras bajaba la mirada a la madre de Tansy, cuidando de no mirar a su padre
– ¿Tansy? -Don Meadows seguía allí de pie, la mano extendida, esperando que su hija bailara con él mientras Sharon sonreía expectante a Kadan.
Kadan sintió la reluctancia de Tansy, pero se volvió a su padre y obedientemente puso la mano en la de él. Kadan tomó a Sharon en sus brazos, pero sus ojos siguieron a su esposa alrededor de la pista. Ella sonrió. Le habló a su padre, pero cuando Kadan tocó su mente estaba llorando en silencio. Nadie podría decirlo, desde luego Sharon no, quien parloteaba acerca de lo feliz que estaba de tenerlo como yerno. Todo lo que podía pensar era en recuperar a Tansy y sujetarla, confortarla. De repente ella miró sobre el hombro de su padre y le envió una pequeña sonrisa y el corazón de Kadan se tensó.
Se había casado con la mujer más valiente que podía imaginar. Permanecería con él y seguiría por sus niños. No importaba lo que Whitney, o Violet, o alguien más les lanzara, ellos lo harían tanto tiempo como estuvieran juntos.
Guió a Sharon a través de la habitación, se inclinó para depositar un breve beso en su mejilla, y luego volvió a su esposa.
La arrastró a la protección de sus brazos, manteniendo sus cuerpos cerca, se inclinó con los labios contra su oreja.
– Te amo, nena, más que nada en el mundo. Te amo de verdad.
Y cuando ella tocó su mente, no hubo duda.