Capítulo veintitrés

Cuando el inspector y el sacerdote salieron de la mansión el joven agente de la OTA aún continuaba junto al vehículo del policía, en actitud vigilante y expectante pensando quizá, paradojas de la vida, que esa actitud estática e inmóvil rompía la rutina de su trabajo cotidiano. Si durante aquel lapso de tiempo algún otro automóvil hubiera aparcado sin su correspondiente tarjeta o se hubiera pasado de tiempo, habría estado de suerte, ya que la inevitable multa no se habría materializado.

– Todo en orden, jefe -dijo alegremente cuando les vio llegar, antes de alejarse para reanudar su interrumpida ronda en busca de infractores.

– Podríamos echar un vistazo a ese apartamento -dijeron simultáneamente el inspector Rojas y el padre Vázquez al ocupar sus asientos, lanzando sendas carcajadas al advertir la coincidencia.

– Eso está bien que lo diga yo -dijo el policía-, pero en tu caso parece que le estás encontrando cierto gustillo al tema.

– Como dice el refrán, quien tuvo retuvo y guardó para la vejez. La verdad es que no me apetecía nada volver a mi antiguo trabajo pero una vez que estoy metido en él no puedo negar que siento una fuerte excitación que me impele a continuar hacia adelante. Además, le he prometido al comisario Ansúrez que os echaría una mano.

– Lo sé, pero esa promesa no incluía la posibilidad de registros ilegales.

– En realidad no es estrictamente un registro ilegal porque las llaves nos las ha proporcionado voluntariamente alguien que tenía acceso a ellas, pero olvidándonos de tecnicismos legales, ¿quieres que te acompañe o no?

– Estaría encantado -contestó Rojas, que empezaba a simpatizar con ese antiguo policía reconvertido extrañamente en sacerdote.

El apartamento estaba situado en la avenida de Zugazarte, en Las Arenas, y con el producto de su venta, calculó Vázquez, se podría mantener el colegio más de un año; sin embargo, cuando estuvieron en su interior comprobaron que era una vivienda sin alma. Su lujosa y elegante decoración invitaba a hacer un bello reportaje en una revista de decoración pero no invitaba a vivir. Estaba claro para qué lo usaba, como demostraba la colección de vídeos pornográficos que se apilaban en una estantería junto a un inmenso televisor. No había nada que le diera un toque íntimo o personal. Ni una fotografía, ni un objeto antiguo, ni siquiera ropa de diario. Los únicos vestidos que aparecieron al abrir los armarios habrían sido adquiridos, posiblemente, por correspondencia a un catálogo de los que aparecen en las publicaciones eróticas. Por lo demás, no había nada que indicara quién era la propietaria o usuaria del piso. Ni siquiera las inevitables cartas de los bancos. El piso estaba completamente limpio, sin una mota de polvo, pero excepto por ese detalle, parecía como si nadie lo hubiera pisado en años. Los ceniceros aparecían impolutos, sin rastro de colillas o cenizas y los dos cuartos de baño relucían impecables, casi daba penar pensar que en un momento u otro habría que utilizarlos. Los dos visitantes escudriñaron a fondo hasta el último rincón pero todo fue en vano. Ningún indicio de la identidad de la propietaria y mucho menos de la de alguno de sus esporádicos o habituales huéspedes.

Salieron con una extraña sensación en el cuerpo, como si hubieran registrado una casa prefabricada ex profeso para despistarles. Nadie podía ser tan perfecto que no dejara huella alguna de su paso pero, según saltaba a la vista, la asesinada lo había conseguido. Quizá si no hubiera sido tan cuidadosa, comentó resentido Rojas, habría facilitado la captura de su asesino, pero las cosas ya no tenían remedio y habría que seguir investigando por otro lado.

– ¿Te acerco al colegio o vas a algún otro sitio? -preguntó Rojas a su inusual compañero cuando regresaron al coche.

– En realidad no tengo que ir a ningún sitio especial y tampoco tengo mucha prisa por volver al colegio -contestó el sacerdote-, si quieres puedes dar una vuelta por donde quieras y, mientras tanto, me explicas qué quería decir Ansúrez al comentarme que podíais proporcionarme novedades sobre mi investigación.

– Te refieres al sacerdote que se fugó después de haber cobrado un sustancioso talón -dijo el inspector Rojas mientras accionaba la palanca de cambios y ponía el vehículo en marcha.

– En efecto, a eso mismo me refiero.

– Bueno, no es mucho lo que hemos averiguado pero sí creo que podemos proporcionarte algunos datos nuevos de cierto interés. Se ve que el comisario Ansúrez te aprecia, cosa rara en él, así que nos puso a trabajar en horas libres sobre el tema, concretamente sobre la misteriosa mujer que, según parece, acompañaba a tu desaparecido colega.

»Había un dato que nos parecía sumamente extraño. Si la tipa en cuestión se había dedicado a la prostitución, cosa que por lo que sé tú mismo confirmaste in situ, ¿cómo era posible que no hubiera nada sobre ella en los archivos de Jefatura? Si no hubiera sido por la memoria visual de un compañero de la Brigada quizá nunca habría sabido nada sobre su pasada actividad, y eso no nos gustaba.

«Supongo que lo entenderás porque has sido cocinero antes que fraile, no me negarás que en tu caso la frase es de lo más apropiada, pero nos importa un bledo la moralidad pública. Si una mujer, o un hombre, desean acostarse con un hombre, o una mujer, por dinero, allá ellos y lo que quieran, sepan o puedan aguantar al respecto. Nuestra constitución ampara la libre empresa y no somos nosotros quienes vamos a enmendarle la plana, tan sólo cuando hay indicios de clara explotación o a su alrededor se mueven otro tipo de delitos, como el tráfico de drogas o la compraventa de objetos robados, intervenimos directamente. Es cierto que en algunas ocasiones, generalmente coincidentes con encuentros producidos entre el jefe superior y el señor obispo en alguna recepción ofrecida por el gobernador civil o el alcalde, se produce alguna redada, pero sin más trascendencia que la meramente publicitaria. Aun así, y aunque no perseguimos directamente la prostitución, nos gusta y conviene tener el máximo de información posible. Al fin y al cabo, la posibilidad que ya he apuntado anteriormente de que a su alrededor se generen otro tipo de actividades delictivas no es esporádica sino habitual.

»Por eso mismo nos parecía tan raro que no apareciera nada en absoluto sobre esa chica. Lo único que sabíamos acerca de ella era su nombre de guerra, Verónica, y su antiguo lugar de trabajo, el Girl's Club, actualmente Club Neskatilak, pero nada más, como si se tratara de un fantasma.

»Pocos días después de que tú visitaras el local uno de nuestros inspectores se dio una vuelta por allí y tuvo una charla con su encargado, un tal Sebas, al que ya conoces, pero no consiguió sacarle nada en claro. Según él era tan sólo una chica que aparecía por el club de vez en cuando para tomar unas copas y si se enrollaba con un tío, ¿qué iba a hacer él, el pobrecito Sebas?, ¿acaso era él el guardián de la moralidad de las mujeres que pasaban por su chiringuito? Él se limitaba a servir copas, si los habituales del club acordaban entre ellos y sin que nadie les obligara tener un pequeño escarceo juntos, ¿quién podía reprochárselo? De todos modos nuestro inspector le ajustó las cuentas, al fin y al cabo por buena que fuera la actuación del Sebas ambos sabían a qué se dedicaban, y admitió que era una de las chicas que había ejercido la prostitución en su local, pero por poco tiempo. Se trataba de un caso raro, le dijo, ya que no la había captado él ni ninguno de sus socios, sino que apareció directamente por el local pidiendo trabajo. Como era guapa y elegante y le demostró, no se puede comprar el género sin probar, señor inspector, le dijo, ése es uno de los buenos consejos que me dio mi santa madre, que estaba capacitada para el trabajo la contrató sin hacer preguntas, ya que ésa era la única condición que le impuso la extraña mujer, y como usted sabe, señor inspector, acabó diciendo el chulo con aire compungido, en este negocio no existen nóminas, ni ierrepeefes ni seguridad social ni la madre que las inventó.

»Poco más pudo sacarle mi compañero, así que después de todo seguíamos como estábamos, hasta que alguien citó el nombre de Ángel Caballero. Tú nunca le habrás oído mentar, ya que fue destinado a Bilbao algo después de tu marcha, según lo que me ha comentado el comisario, ya que yo tampoco estaba aquí por esa época, pero en poco tiempo se hizo muy famoso, sobre todo entre las furcias y sus chulos. Su ritmo y nivel de vida empezó a mosquearnos y pusimos el asunto en manos de la Brigada de Interior, que confirmó nuestras sospechas. Ángel Caballero se ganaba un sobresueldo y otro tipo de favores no monetarios protegiendo a prostitutas y proxenetas. Como el asunto no se consideró muy grave y pretendiendo lavar los trapos sucios en casa, para que la prensa no se abalanzara sobre un nuevo caso de mafia policial, no se le expulsó del cuerpo sino que se le trasladó de localidad. En este momento los honrados habitantes de una importante población manchega disfrutan de la protección y habilidades del inspector Caballero.

»A lo que íbamos. A alguien se le ocurrió que si no había antecedentes ni informes de ninguna clase sobre la tal Verónica tal vez se debía a la mano larga del inspector Caballero. Pudiera ser que hubiera hecho desaparecer, previo pago por el detalle, toda la documentación que aludiera a esa señorita, así que nos pusimos en contacto telefónico con él y sin necesidad de insistir mucho, tan sólo recordándole que aunque el expediente se paralizó las pruebas de su conducta siguen custodiadas en las dependencias de la Jefatura de Bilbao, accedió gustoso a revelarnos todo lo que sabía sobre el asunto ya que, como habíamos sospechado, él era quien se había encargado de la desaparición de los datos referentes a la misteriosa joven.

»Su nombre es María Luisa Prieto Gómez, natural de Plasencia y residente desde niña en Madrid, donde también ejerció la prostitución, aunque nunca en la calle sino en algunos clubes distinguidos y siempre con clientela fija. De treinta y cinco años de edad, no se le conoce pareja estable ni tiene tampoco hijos o hermanos. Así mismo, sus padres fallecieron cuando ella tenía diecinueve años, en su muerte no hubo nada extraño, tan sólo miseria, supongo. Aunque varias veces pernoctó en los calabozos policiales nunca ha estado ingresada en prisión ni ha sido condenada por delito alguno. Tampoco parece estar implicada, según los datos a los que hemos tenido acceso, en otro tipo de actuaciones delictivas como pudieran ser el tráfico de drogas, la receptación o la explotación de menores.

– Parece totalmente limpia, salvo por el tema de la prostitución -comentó, interrumpiendo a su interlocutor por primera vez, el padre Vázquez-. Es francamente extraño.

– Ésa es nuestra opinión pero a los datos nos remitimos. Si ha estado involucrada en otros asuntos, ha sabido quedarse al margen y permanecer limpia e incólume a nuestros ojos.

– ¿Habéis averiguado algo más?

– Nada especialmente interesante salvo que lleva varios años viviendo en Bilbao o, por lo menos, con su domicilio oficial en la ciudad, según hemos comprobado al observar las fichas referentes a sus renovaciones del documento nacional de identidad. Curiosamente la última renovación la hizo un mes antes de cobrar el talón y huir con tu compañero de congregación.

– ¿Podrías proporcionarme el domicilio?

– Por supuesto. Sé que era en la zona de Indautxu pero no recuerdo con exactitud la calle y el número. Si quieres más tarde te llamaré y te proporcionaré esos datos, aunque me temo que no te servirán de nada.

– Supongo que no, pero cuando se está en un callejón sin salida cualquier resquicio, por estrecho que parezca, es digno de que le dediquemos nuestra atención.

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